La Argentina: 10

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La Argentina de Martín del Barco Centenera
Canto nono: En este canto se cuenta la grande hambre de la isla de Santa Catalina, con las desventuras lastimosas que en ella se padecieron



Oíd, las damas bellas, este canto,
a quien ha repartido la natura
de su grande valor y bienes tanto
que se huelga de ver ya su hechura,
causaros ha a vosotras más espanto
por ser de delicada compostura,
y lloraréis conmigo un mal tamaño
de desastrado fin y crudo daño.


El canto vuestro es, pues que contiene
de damas y galanes la caída,
por tanto el ofrecérosle conviene,
porque de vuestro ser él tome vida.
Haced con vuestra fuerza que no pene
aquel que le leyere, pues rendida
de este siglo tenéis la mayor parte
con vuestra gran belleza, industria y arte.


En el pasado canto recontamos
del puerto que tomó el zaratino.
Escuchad pues agora que contamos
el fin tan desastroso que le vino.
En esta tierra y puerto que tratamos
el triste Adelantado fue mohíno,
que bien cierto está el pobre procuraba
el bien, mas la codicia le cegaba.


Salió a tierra del isla, deseoso
de dar remate y fin a su fatiga;
su hado le es contrario y envidioso,
y fortuna le fue muy enemiga.
Por el tiempo contrario le es forzoso
tomar aquesta tierra, y aun se obliga
a echar toda la gente un día en tierra
al pie de una montaña y alta sierra.


Celebraba la iglesia aqueste día
del Corpus fiesta santa señalada;
celebrose con gozo y alegría
la fiesta del Señor tan celebrada.
Por esta causa al puerto se ponía
por nombre Corpus Christi, y es nombrada
Santa Catalina; es isla sin ventura,
de tantos españoles sepultura.


De a poco se partió el Adelantado
con más de ochenta hombres escogidos
al puerto de Ibiacá, que está poblado,
dejando a los demás muy desabridos.
Consejo fue cierto este mal guiado,
y así los que quedaron son perdidos,
que ni armas ni comida les quedaba,
y la fuerza ya a todos les faltaba.


Quedaron en la isla a buena cuenta
doscientos y cincuenta o más soldados,
casadas y doncellas hay cincuenta,
sujetas a miseria y tristes hados.
En ver que Juan Ortiz de allí se ausenta,
algunos de temor están turbados,
y su temor se dicen y publican,
que cruda muerte y hambre pronostican.


Quedó por Capitán aquí nombrado
un Pablo Santiago; pues camina
al puerto de Ibiacá el Adelantado,
que es tierra muy cercana y bien vecina
y así el propio día hubo llegado,
sin suceder desastre ni mohína.
Los indios salen presto a recibillos
y danles de comer a dos carrillos.


En el isla no comen tan a prisa,
que la ración se da por grande tasa:
seis onzas de harina solas guisa
el pobre del soldado y las amasa.
A nuestro Adelantado se le avisa
que la ración es corta y muy escasa,
mas él, que está seguro en talanquera,
muy poco se le da que el otro muera.


En este tiempo cinco se han huido,
gallegos de nación, y un castellano
de su negocio parte hubo sabido,
según juró y depuso ante escribano.
Aquéste, en esta culpa convencido,
alega su inocencia, mas en vano,
que en una horca luego le pusieron,
y los cinco isla adentro se metieron.


Un portugués mulato marinero
con otros tres grumetes y un soldado
huyeron por la isla, mas empero
el piloto mayor cuatro ha hallado.
Entre ellos el mulato es el primero,
que alega ser de grados ordenado.
A muerte les condenan, mas la muerte
previénele primero por su suerte.


El soldado llegó casi ya muerto,
y así no se le hizo de esto cargo,
que el día que llegó en aqueste puerto
el último remate de descargo
le vino de su bueno o mal concierto.
El uno de los tres se hizo a largo,
de suerte que jamás hueso ni pelo
se supo dél por mar ni por el suelo.


Los otros dos grumetes que quedaron,
por ser con el mulato en la huida,
y haber ya confesado la intentaron,
estando ya su causa fenecida,
a muerte les condenan; y apelaron,
llamándose menores; concedida
les fue la apelación, y que viviesen,
para que más trabajos padeciesen.


De los que una canoa habían tomado,
la cual en tierra firme fue hallada,
el uno aqueste puerto se ha tornado,
el otro va siguiendo su jornada.
Habíanse dos meses sustentado
entrambos con palmitos; la tornada
del triste, que llegó muy flaco y malo,
se celebra colgándole de un palo.


¡Ay, inhumano juez, justicia dira,
que tal justicia quieres sin justicia
ejecutar agora en quien suspira
por sólo pan sin otra más codicia!
Si aquesto no te mueve, sólo mira
que no ha pecado aquéste de malicia,
que sólo por la isla ha caminado
en busca de comida, y se ha tornado.


Mas, ¡ay!, que Juan Ortiz dejó un flagelo
cortado muy al gusto y su medida,
que cierto no hallará en todo el suelo
alguna bestia tan descomedida
cual ésta. ¡Oh crudo mal, oh triste duelo,
tristeza a mil tristezas sometida,
pues vemos que de hambre están muriendo
aquellos que en la horca están poniendo!


De los cinco soldados que huyeron,
por cuya causa uno fue ahorcado,
a quien de su negocio parte dieran,
al cabo ya de días se han hallado
los dos, y los demás dicen murieron,
y el uno de estos dos poco ha durado,
que luego se murió; mas tal venía
que sólo figuraba anatomía.


Pues los que están acá, en crudo llanto
están, y tan mudados y trocados
que sólo con mirarlos dan espanto,
y están de verse tales admirados.
A muchos el pellejo como manto
les cubre aquellos huesos descarnados;
en otros agua, humor, corrupto viento,
entre pellejo y huesos han asiento.


Hoy mueren diez, mañana mueren veinte,
no basta gentileza y bizarría
a contrastar el hado, ni el sapiente
al rústico ventaja le hacía.
La gala y hermosura prestamente
fenece, y el aviso y cortesía,
que la tirana, cruel, rabiosa perra,
a barrisco lo lleva todo a tierra.


Así se van ya todos acabando,
que es lástima de ver ruina tamaña;
los galanes y damas suspirando,
en ver la muerte andar con su guadaña;
los niños descaecidos sollozando,
tragedia representan muy extraña;
y las madres maldicen su ventura
por verles padecer tal desventura.


No fuera muy mejor, dicen, hijitos,
que no hubiera yo triste parido;
o ya que yo os parí, que de chiquitos
el alto cielo os hubiera recibido;
o dejaros allá dando mil gritos,
que yo vine a pagar mi merecido,
y a vosotros, mi bien, es cosa cierta
que no os faltara pan de puerta en puerta.


Maldito seas honor y honra mundana,
pues bastaste a sacarme de mi asiento.
¿No me fuera mejor pasada llana,
que no buscar mejora con descuento?
Viniérame la muerte muy temprana,
y nunca yo me viera en tal tormento;
mas quiso mi desdicha conservarme
para con crudo golpe lastimarme.


El triste lamentar y las endechas
que cada cual cantaba de su modo,
a la falta de pan iban derechas,
que tratar de comer estaba todo.
Las carnes consumidas y deshechas,
los rostros de color de puro lodo,
perdió el amor su fuerza aquí de hecho,
que cada cual miraba su provecho.


De dos quiero decir un caso extraño
(que sólo el referirlo me da pena)
a quien el amor hizo tanto daño
cuanto suele a quien prende en su cadena.
En fama de casados había un año
que estaban, y, se dice, a boca llena
el galán su mujer deja e hijuelos,
la dama su marido en hornachuelos.


Aquéstos a palmitos han salido,
como otros lo hacían cada día,
y la montaña adentro se han metido,
a do la oscura noche les cogía.
En esto a nuestro amante dolorido
una espantosa fiebre sucedía,
la dama le consuela, aunque afligida
por verse en la montaña tan metida.


No quiero referir lo que trataron
los tristes dos amantes, y su llanto,
las voces y suspiros que formaron,
porque era necesario entero canto.
Al fin su triste noche la pasaron
envueltos en dolor y crudo planto.
Quién duda que la dama no diría:
¡en mal punto topé tal compañía!


Habiendo pues ya Febo caminado
su curso en redondez de la cerea,
mostraba el rostro rojo y colorado,
cubriendo la montaña de librea.
Él, sin ventura amante fatigado,
el camino buscaba, mas pelea
en vano, que no acierta con camino,
que el miedo y el temor le quita el tino.


Salieron los dos juntos a la playa
pensando que salieran al poblado,
la dama sin ventura se desmaya
en ver cómo se habían alejado;
al galán le amonesta ella que vaya
en busca de camino, y que hallado
se vuelva a aquel lugar; él ha partido,
mas presto él sin ventura anda perdido.


Quedó por esta causa allí la dama
de dolor y congoja y pena llena,
do la siguiente noche tuvo cama,
triste, sola, llorosa en el arena.
El pobre por el bosque grita y clama,
al aire publicando su gran pena,
que por buscar camino, senda y vía,
sin su dama se ve, y sin alegría.


A sí propio se odia y aborrece,
que en verse sin su luz y clara estrella
a la muerte de veras él se ofrece,
que más quiere morir que estar sin ella.
La noche no durmió y no amanece,
en su busca camina por aquélla;
la dama un poco duerme, porque suele
en ellas aflojar cuando más duele.


Un pece de espantable compostura
del mar salió reptando por el suelo,
subiose ella huyendo en una altura
con gritos que ponía allá en el cielo.
El pece la siguió, la sin ventura
temblando está de miedo con gran duelo;
el pece con sus ojos la miraba,
y al parecer gemidos arrojaba.


Salió en esto el galán de la montaña
y el pece se metió en la mar huyendo;
sus ojos el galán arrasa y baña
con lágrimas, y a ella se viniendo
le dice: si la vista no me engaña,
camino tengo ya, venid corriendo.
La dama le responde: a prisa vamos
al pueblo, porque más no nos perdamos.


Allegan al lugar muy destrozados,
hambrientos, amarillos, sin sentido;
mas uno de otro fueron apartados,
que su vivir y trato fue sabido.
Entrambos de mí fueron castigados,
que por suerte el oficio me ha cabido,
mas qué castigo haber allí podía
igual a aquel que ya se padecía.


En este tiempo andaba con presteza
juntando Juan Ortiz mucha comida;
el Sargento mayor va sin pereza
de los indios buscando la manida,
y tanto calor pone, y tal destreza,
que la miseria en breve fenecida,
que el indio tiene, deja y los buhíos
barridos de alto a bajo y muy vacíos.


A cual indio le toma la hamaca,
a cual el pellejuelo que tenía,
a cual, si le replica, allí le saca
la manta con que el triste se cubría.
Al fin, en la pared no deja estaca,
que todo cuanto halla destruía;
y no contento de esta tal destroza,
enojo da al que tiene mujer moza.


El Juan Ortiz aquí se regalaba,
y no tengáis temor, pues, que le duela
saber cómo su gente lo pasaba.
Y aunque él de sólo el indio se recela,
alguna de su gente se alteraba;
el ardidoso Rocha, el bravo Vela,
con otros quince mozos concertaron
su remedio buscar, mas no acertaron.


De do estaba el real ir pretendieron
por tierra al Paraguay; determinado
el caso con secreto, pues, salieron
siguiendo su camino despoblado.
Al pie de treinta días anduvieron,
al cabo del cual tiempo han acordado
volverse do primero ya salido
habían, por pagar su merecido.


Los necios, pues, traían confianza
de conseguir perdón de su delito;
en vano les saliera su esperanza,
que voz horrenda suena y crudo grito.
De Juan Ortiz la gente con pujanza
les prende, y el negocio por escrito
se pone, y a los tres luego cortaron
las cabezas, y en alto las fijaron.


También allá en la isla pretendieron
llevar de la almiranta unos soldados
la barca, con la cual irse quisieron
al puerto San Vicente encaminados.
En este caso, pues, entrevinieron
mujeres por huir los tristes hados;
mas no pudo cuajarse este concierto,
que fue por las mujeres descubierto.


Huirse todos bien se lo deseaban,
que el temor de morir les incitaba,
y algunos vi que allí lo procuraban,
aunque el posible a todos les faltaba.
Sobre esto muchas juntas se efectuaban,
y a algunos el juntar vida costaba.
Era el dolor, tristezas y tormentos,
el ver poblar las horcas de hambrientos.


Aquellos que el huirse no han certado,
juzgaban por no ver camino cierto;
y al perro que hallaban desmandado
mataban; y aun apenas era muerto
cuando, estando cocido o mal asado,
en el hambriento vientre era encubierto,
temiendo que si el dueño lo supiera
la presa de las manos les cogiera.


Culebras quien hallaba era dichoso,
y de padres y hermanos envidiado.
Lagartijas pequeñas yo bien oso
decir que las comí, mal de mi grado,
y sé que me hallaba deseoso
de tener abundancia, que probado
su sabor ricamente me sabía,
y más que de cabritos parecía.


Algunos en cazar de los ratones
tan diestros y tan hábiles estaban,
que en trueco de una, o dos, o más raciones,
un número tasado concertaban.
También había una especie de lirones
que al modo de conejos se guisaban,
y aunque faltaba aceite y vino añejo,
la gran hambre prestaba salmorejo.


Los sapos ponzoñosos e hinchados,
con escuerzos nocivos, por muy sanas
comidas se juzgaban, que forzados
los hombres de su rabia y fuertes ganas,
estando los escuerzos desollados,
juzgaban ser en todo puras ranas,
y aun el sabor decían que excedía
a las ranas en grande demasía.


La cosa a tal extremo hubo llegado
que carne humana vi que se comía;
hambre canina fuerza allí a un soldado,
pensando que su hecho nadie vía.
Las tripas le sacara a un ahorcado,
y al medio del cocer se las comía.
Los huesos se roían de finados,
¿quién no llora estos casos desastrados?


Un mozo, que atambor fue de la armada,
en esta cruda, horrenda y grande ruina,
sabiendo se guardaba en la posada
de Florentina y doña Catalina
el resto de raciones, ya pasada
la media noche, a priesa va y camina;
y entrando en la chozuela le sentían
las damas, y al encuentro le salían.


La una dama y otra le cogieron
sin que pudiese el pobre escabullirse.
A piedad ninguna se movieron,
que de ellas con verdad no ha de escribirse.
La oreja de su rostro desprendieron,
y al pobre sin curarle dejan irse,
y por más presumir de su mal hecho,
la oreja abscisa clavan en su techo.


La prenda de este triste ya perdida
y abscisa de su rostro ha recobrado,
y en prenda muchas veces de comida
a gentes en la isla la ha empeñado;
y apartarse del pleito que pedida
tenía su justicia el desdichado,
en trueco de que el reo allí le diese
algún maíz o raíces que comiese.


Las damas que hicieron este aleve,
haciéndose justicia sin justicia,
eran de bajo ser, que bien se debe
aquesto presumir de su malicia.
Ninguna de valor a tal se atreve,
aunque es de las mujeres sin justicia,
ingratitud, maldad, lágrimas, lloro,
mentiras y venganzas su tesoro.


Pregunten a Aristóteles qué sentía
de la mujer. Pues dice en su escritura,
a lágrimas y llanto en demasía
inclinada bien es de su natura;
envidia y querimonia la seguía,
flojedad y pereza y detractura.
Mas dice de ella un bien, que se contenta
con muy poco manjar y se sustenta.


Al fin, a aquestas damas el Teniente
las prende, y les tomó sus confesiones;
después todo se hizo buenamente,
aunque hubo de este caso informaciones;
al triste sin oreja mal paciente
le dieron por concierto diez raciones.
Decía un mentecato que mujeres
podían mucho más que los haberes.


Es tanto su poder y maña fuerte,
que todo el mundo tienen ya rendido,
procuran de tomar primera suerte
a su gusto del bien más conocido;
hambre, ni desventura, ni la muerte
contrastar su poder nunca han podido.
Mirad lo que en la isla padecieron,
y al fin todas con vida escabulleron.


Es cierto de notar su gran ventura
con ser un débil ser tan imperfecto.
Cuanto hoy tiene criado la natura,
las mujeres lo tienen muy sujeto.
Decid, no es de llorar tal desventura,
que rindan las mujeres al perfecto,
al sabio, al necio, al pobre y al que es rico,
al Rey y caballero y pastorcico.


Dejémoslas, pues ya que es excusado
querer con flacas fuerzas conquistarlas,
la fuerza el homenaje ya han tomado,
será al mundo imposible debelarlas.
Y pues en su servicio hemos cantado
aqueste canto, yo quiero rogarlas
para el siguiente den favor y ayuda
a nuestra lengua tosca, torpe y muda.