Ir al contenido

La Argentina: 15

De Wikisource, la biblioteca libre.
La Argentina
de Martín del Barco Centenera
Canto decimocuarto: En este canto se cuenta la batalla que hubo entre los de Garay y los Charrúas, y cómo fue herido Garay en los pechos y su caballo muerto, y muchos indios muertos y heridos


¿A quién he de llamar que me dé aliento?
O ¿quién podrá acertar que estoy enseñado
a tratar de tristezas y lamento,
y poco de placeres he gustado?
Pues esto de la guerra hago a tiento,
que menos de las armas he probado.
A vos, Señor, favor pido y demando
que vuestra ayuda sola voy buscando.


Dejé, si os acordáis, en la marina,
pasado ya el naufragio, a nuestra gente;
el aurora nos viene ya vecina,
Apolo muestra ya su roja frente;
el bergantín navega a la bolina,
subiendo el río arriba diligente;
el Zapicán ejército marchando
en siete escuadras, viene ya gritando.


El bergantín le vido, mas primero
le habían descubierto tres soldados,
aquéstos dieron arma muy ligero,
los arcabuces fueron bien cargados.
No vide que quería ser postrero
alguno, porque todos aprestados
en un punto salieron muy gozosos
por dar fin al Charrúa codiciosos.


Doce caballos solos se ensillaron,
el Capitán con once compañeros
(que muchas de las sillas se mojaron),
salieron veintidós arcabuceros.
Los bárbaros a vista se llegaron
con orden y aparato de guerreros,
con trompas y bocinas y atambores,
hundiendo todo el campo y rededores.


El Capitán mandó que se emboscasen
los once de a caballo, hasta tanto
que los alegres bárbaros llegasen
a tiro de arcabuz, porque de espanto
de ver a los caballos no tornasen.
Y el Capitán se puso al otro canto
con sus arcabuceros, atendiendo
se fuese el enemigo introduciendo.


Llegado a poco trecho, hacen alto,
el Capitán procura de cebarles
un poco retirándose en un alto
por más a su placer escopetarles.
El bárbaro de seso no está falto,
que entiende ser aquesto asegurarles,
por do hace parar sus escuadrones
y dice con gran grita estas razones.


«Estamos de esperaros ya cansados,
que ha días que tenemos entendido
que sois hombres valientes y esforzados,
agora será el caso conocido.
Salid los más valientes y alentados
riñendo uno con otro este partido.
Salid, que tardar tanto es cobardía,
veremos vuestro esfuerzo y valentía.


»Con sólo matar veinte de vosotros,
pues sois de tanta fama y nombradía,
la vida por bien dada de nosotros
tenemos todos juntos este día.
¿Podéis ser más valientes que los otros,
cuyo valor poco ha que fenecía?
Salid a los vengar, acobardados,
cornudos, mujeriles y apocados».


Más cosas les oí por mis oídos,
que un poco de su lengua ya entendía.
Gritaban, daban voces, alaridos,
con su grita la tierra estremecía.
Cual indio la perneta, cual fingidos
motines y ademanes, cual hacía
que cae en tierra triste y desmayado
y en un punto vereisle levantado.


Llamaban con las mantas que traían
ceñidas a los cuerpos, no cesando
de dar voces, diciendo que querían
ponerse nuevos nombres peleando.
Mas viendo que los nuestros ya salían,
al alto se volvían retirando,
juzgando por mejor un alto cerro,
y el sueño, como dicen, fue del perro.


Saliendo al alto, y siendo traspasado
un poco de pantano que allí estaba,
el Capitán a priesa ha caminado;
los once de a caballo que llevaba
siguieron con esfuerzo denodado;
la trompa con presteza resonaba
en ellos, Santiago, Santiago,
y oíd un bello lance y gran estrago.


Seguíanle los once de tal suerte
que juntos se metieron y mezclaron
en medio el enemigo, dando muerte
a todos cuantos indios encontraron.
Rompieron una escuadra grande y fuerte
en que de setecientos se pasaron;
salieron de otra banda cien flecheros
con ánimo gallardo muy ligeros.


Sobre éstos nuestra gente revolviendo
pelea, y ellos rostro y cara hacen;
los otros al socorro muy corriendo
acuden, mas los nuestros los deshacen.
Volvieron a romperlos, y rompiendo
los mozos sus deseos satisfacen,
que tantos por el suelo van rodando,
cuantos caballo y lanza van tocando.


Aquí veréis el indio atravesado
por medio la garganta, y allí junto
el otro todo el casco barrenado,
saliéndole los sesos luego al punto.
Por medio de los pechos traspasado
estaba Tabobá, y casi difunto,
y tanto de la lanza se aferraba,
que ya perderla Leiva imaginaba.


Allega Menialvo con su espada
y dale un golpe tal que desafierra
la lanza el enemigo, y aun pegada
la lanza con la mano deja en tierra.
El indio ve su mano destroncada
y quiere escabullirse de la guerra,
mas no le dan lugar, que tras su mano
tendido le deja Leiva en el llano.


Y como recobró Leiva su lanza,
habiendo a Tabobá muerto, con priesa
revuelve Abayubá sobre él, y lanza
el mozo un bote tal que le atraviesa
el ombligo, y el indio se abalanza
por la lanza adelante, y hace presa
con el diente en la rienda, de tal suerte
que la corta, y fenece con la muerte.


El viejo Zapicán, que ve tendido
a su sobrino en tierra, bien quisiera
en Leiva se vengar, mas ha acudido
el bravo Menialvo, que le diera
un golpe tan terrible que partido
por medio, por encima la cadera,
en dos partes quedó; fue cuchillada
de brazo poderoso y fuerte espada.


Añagualpo, que estaba muy pujante,
en suerte le ha cabido a Vizcaíno.
El bravo indio se puso de delante
con pica que parece un grande pino.
El mozo le encontró luego al instante
con su lanza, y aun hizo tal camino
por medio de los pechos de aquel perro,
que la espalda pasó su fino hierro.


Su lanza sacó tal y tan bermeja,
que el hierro pura sangre parecía.
Dos pasos de este puesto no se aleja,
cuando un indio de fama le seguía.
A esperarle el mancebo se apareja,
que es indio muy gallardo y de valía,
al mozo ha acometido Yandinoca,
y él métele su lanza por la boca.


Arévalo gallardo va hiriendo
la gente que jamás fue conquistada,
el hierro de su lanza va tiñendo
en sangre con los sesos misturada.
Con fuerza va Aguilera descubriendo
aquí, y acá y allá de una lanzada;
al indio deja tal, que parecía
que el indio so la tierra se hundía.


El buen Mateo Gil, soldado viejo,
con esfuerzo y valor de Trujillano,
nacido en el lugar de Jaraicejo,
andaba por el campo muy lozano.
Parécele que mata algún conejo,
matando algún soldado zapicano,
y así tan gran estrago va haciendo
que las yerbas del campo va tiñendo.


Hernán Ruiz pelea sin pereza,
de Córdoba heredando la osadía,
acá y allá acude con destreza,
con ánimo y esfuerzo y valentía.
Un indio le encontró con gran fiereza,
y quitarle la lanza pretendía;
Camelo le ayudó, perdió la vida
el indio, con la mano bien asida.


Con gran fuerza por medio Magaluna
de cinco o seis soldados se metía;
al encuentro le sale Juan de Osuna
con su espada, que lanza no traía.
Al mozo favorece la fortuna,
que el indio con su pica tal venía,
que si el caballo un brinco no pegara,
por medio de los pechos le pasara.


La pica suelta el indio muy corrido,
y al pecho del caballo se ase y garra.
El mozo, que lo vido tan asido,
la daga de la cinta desamarra,
con ella fuertemente le ha herido,
y tanto las entrañas le desgarra
que Magaluna altivo, bravo y fuerte,
cayó en tierra herido de la muerte.


Tiene el campo Juan Sánchez ya poblado
de zapicanos muertos con su espada.
Un indio le acomete señalado
con una espada inserta y enastada.
Un bote le tiró por un costado,
y el mozo le responde de estocada,
y aciértale por medio de la frente,
y da con él en tierra de repente.


Rasquín piensa ya hoy hacer remate
del ejército todo zapicano.
Mas veis otro que viene en el combate
que quiere en general probar la mano,
de encuentro, de revés, da jaque y mate
al indio sin dejarle un hueso sano,
con la fuerza que pone en su caballo
el fuerte y animoso Caraballo.


Fortuna, si quisieres estar queda,
cuán presto el Charruaha se acabaría.
Si el capitán Garay viera tu rueda,
bien con su lanza audaz la clavaría.
En un cerro una escuadra estaba queda
de indios, a la mira qué haría.
El Capitán por ellos va rompiendo,
y en él todos a puja rebatiendo.


Rompiolos, y al romperlos fue herido.
Miráronle los indios si caía,
y viendo como en tierra no ha caído,
sin orden cada cual allí huía.
El Capitán tras ellos ha corrido,
en esto su caballo se tendía
y muerto feneciose la pelea,
de que el indio no poco se recrea.


Acuden los soldados como vieron
caer su Capitán con el caballo;
de presto en otro al punto lo pusieron,
procuran al real luego llevallo.
Los bárbaros al punto se huyeron,
la tropa a recoger toca, dejallo
conviene al enemigo. En estos cuentos
murieron, según vi, más de doscientos.


Recógese la gente muy gozosa
de ver quedar el campo muy poblado
de la soberbia sangre belicosa
del indio, en estas partes señalado.
Era cierto esta gente muy famosa,
su fuerza y su valor tan estimado,
que toda la provincia la temía
y muy grande respeto le tenía.


El Capitán, que a todos gobernaba,
fortísimo y valiente era en la guerra;
por aquesta razón le respetaba
sin su gente gran parte de la tierra.
Y aunque él en estos llanos habitaba,
tenía alguna gente allí en la sierra,
los cuales a su tiempo le servían
y a su mano y dicción siempre acudían.


Con ésta estaba el perro tan pujante,
que a todo el mundo junto no temía,
juzgándose a sí solo por bastante
contra la tierra toda y monarquía.
El nombre de cristiano y lo restante
pensaba de acabar sólo en un día,
y no le faltaba ayuda de paganos
que vienen de los pueblos más cercanos.


En tanto que nosotros celebramos
el triunfo de victoria muy gozosos,
y aquel siguiente día reposamos,
los indios despoblando temerosos
la tierra adentro huyen. Después vamos
en busca de Rui Díaz muy gozosos,
que huyendo del tiempo adverso y duro,
tomó en San Salvador puerto seguro.


Adonde en su ribera deleitosa,
de todos los desastres olvidados,
nos tuvimos por gente muy dichosa
en vernos ya de asiento allí poblados,
con gozo celebrando la famosa
victoria de mancebos esforzados
contra el soberbio indio belicoso,
y en todo el Argentino más famoso.


A priesa cada cual hace morada,
que de maderos hay gran aparejo,
y teniendo su carga descargada,
por Juan Ortiz se parte Melgarejo.
No siento le da pena la tornada,
que aunque es el capitán ya cano y viejo,
a trabajos está tan avezado
que no se halla bien si está parado.


Aquí, pues, los dejemos, descansando
los unos y los otros muy gozosos,
El tiempo en regocijos empleando
por los campos y prados deleitosos.
A Juan Ortiz volvamos, que penando
está con sus soldados lastimosos.
Al que quisiere ser bien informado,
serale en otro canto relatado.