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La Argentina: 18

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La Argentina
de Martín del Barco Centenera
Canto decimoséptimo: En este canto se trata de la muerte y justicia que hizo el virrey don Francisco de Toledo de don Diego de Mendoza en Potosí, y del gran señor Topamaro en el Cuzco



Aquel es de valor y grande estima
que sabe con prudencia gobernarse.
Diremos con razón tener la prima
aquel que vemos sabe resguardarse
con gran maña en el arte de la esgrima,
y a su tiempo procura señalarse,
aquí apuntando el golpe por lindo arte,
y al fin haciendo el lance en otra parte.


Aunque el Virrey la causa publicaba
de su salida ser el Chiriguana,
y al principio de aquésta se trataba,
en don Diego de dar tiene más gana.
Y así al punto luego se tornaba,
sabiendo Santa Cruz estaba llana,
que no estando la causa sosegada
allá fuera el Virrey de mano armada.


Bien claro se mostró, pues prevenía
al Perú y a las demás gobernaciones,
que a priesa a todas partes escribía,
de don Diego las vanas pretensiones.
La nueva a Tucumán presto venía,
que más vuelan los tres que unos halcones.
También allega al Río de la Plata
do Juan Ortiz echaba la bravata.


Responde con soberbia al mensajero,
mostrándole desnudo el viejo pecho,
que diga a don Francisco que harnero
lo tiene por servir al Rey, bien hecho;
y que tiene de ser siempre el primero
do fuere menester ser de provecho,
que están muy enseñadas ya sus manos
a derramar la sangre de tiranos.


Mas no fueran bastantes, si bajara
don Diego, sus bravatas y sus fieros,
que mucha gente moza le ayudara,
que al fin eran antiguos compañeros.
Y así la cosa acaso le obligara
a buscar su remedio, y agujeros
a donde se meter a priesa listo,
que no estaba en la tierra muy bien quisto.

Mas no tuvo don Diego tal designo,
que puso en el Virrey toda esperanza
que habrá de perdonar su desatino,
y así sale con esta confianza.
Y no ha bien concluido su camino,
y a Diego Gómez vido que le alcanza,
que preso le traían y a recado,
de que a Don Diego mucho le ha pesado.


Don Francisco saliendo de la guerra,
a Potosí se fue, que deseaba
juntar los naturales de la tierra,
porque esto al Gran Filipo le importaba.
De los valles los trajo, y de la sierra,
y en breve mucho número ha juntado,
y póneles la tasa en los jornales
del trabajo y labor de los metales.


Los indios son en grande muchedumbre,
que nunca acabaremos describillos.
Difieren en los trajes y costumbre,
y así se diferencian sus aíllos.
Subidos en los altos de la cumbre
del cerro, acá parecen pajarillos.
Sacando allí el metal de sus mineros,
acá al pueblo lo bajan en carneros.


Los ingenios los muelen muy aína
por muy graciosa traza y artificio,
y hecho ya el metal cual pura harina,
se hace con azogue el beneficio.
En breve sale piña y plata fina,
y muchas veces hace bien su oficio
el azogue, quedando tan entero
según y como estaba de primero.


El grande laberinto, que de Creta
este dicho, con razón puede llamarse
el cerro Potosí, a do una veta
a muchos enriquece; y engañarse
a otro fuerza tanto, que se meta
en ella hasta vivo sepultarse,
quedando so la tierra sepultado
a vueltas de la plata que ha buscado.


Estando aquí el Virrey, don Diego viene
al asiento llamado de Tomina,
a do un corregidor, que el pueblo tiene,
al punto que lo ve con él camina,
prendiéndole, que quiere que se suene
que él mismo a le prender se determina.
A Potosí lo lleva diligente,
y el pobre de don Diego va doliente.

A las casas reales fue llevado
a do está la Real Hacienda y plata.
Allí lo tienen preso y a recado,
en tanto que su causa se ve y trata.
No estuvo muchos días, que acabado
en breve su negocio, no dilata
don Francisco el castigo que quería
hacer, según entiende convenía.


La villa Potosí alborotada
veréis andar la gente dolorosa.
Sabiendo la sentencia estaba dada
y que la ejecución era forzosa,
decían: «¡Ha de ser ejecutada
la sentencia de muerte rigurosa!».
Algunos se metieron de por medio,
mas nunca pudo darse algún remedio.


Al fin, pues, en la plaza fabricaron
un famoso cadalso muy de presto,
y al pobre de don Diego le sacaron
subido en una mula muy de presto.
Al tablado llegando, celebraron
su muerte, con dolor y luto puesto,
sintiendo pena de ello y gran mancilla
los galanes y damas de la villa.


También a Diego Gómez, el que había
al triste caballero aconsejado,
colgaron; y lo mismo aqueste día
al Ávila hicieran, que sacado
con estos también fue, y ya quería
el verdugo colgarle, encaramado
estuvo en los postreros escalones,
y a grande priesa viene el de Quiñones.


A no llegar con priesa y diligencia
perdiera sin falta Ávila la vida,
que el verdugo ejecuta la sentencia
si no viene Quiñones de corrida.
Por señal el bordón de Su Excelencia
traía, que es señal muy conocida;
perdonan al que está medio difunto,
y parece nacer en aquel punto.


En su túnica y soga muy revuelto,
pensando ser visión y que soñaba,
a la cárcel ha sido luego vuelto
en tanto que su causa se trataba.
Al fin salió de a poco libre y suelto,
y de gozo y placer no se hallaba,
que es burla muy pesada y que espanta
verse un hombre la soga a la garganta.


Si sólo imaginar un sentenciado
que había de morir al otro día,
le hizo que el cabello sea tornado
de negro, blanco, luego encanecía,
quien se vido en la escala levantado,
y al verdugo que echarle ya quería,
diremos que ha probado el trago fuerte
de la descomunal y cruda muerte.

¡Oh muerte, cuán amarga es tu memoria!
Al hombre que en sus varios bienes fía,
de reyes y no reyes has victoria.
De noche nos combates y de día
en esta vida triste transitoria,
que al tiempo más florido se desvía.
Habíamos de tenerte por espejo,
Por regla, por medida y por consejo.


Aquel santo consejo celebrado
que dice del morir nos acordemos
en todas nuestras obras bien notado,
seguro que in aeternum no pequemos,
en nuestro cristianismo consagrado,
creído, y aun sabido bien tenemos,
que ataja la memoria del tormento
y muerte, y gloria al malo pensamiento.


No finjo santidad ni hipocresía,
que sé soy pecador desconocido.
Mas digo que en el tiempo que tenía
la muerte al ojo, siendo muy sabido
que de hambre morían cada día,
en la parte que arriba he referido,
tenía la conciencia tan medida
cual nunca jamás tuve yo en mi vida.


La muerte de sí tiene dar tristeza,
por no saber el hombre el paradero,
que si déste se tiene la certeza
alegre es aquel trance y placentero.
Dejar un mundo tal, y tal vileza,
había de dar gozo muy entero,
y en lugar de tristeza gran consuelo,
pues vemos que salimos de este suelo.


Una generación muestra contento
al tiempo de la muerte, y hace fiesta,
en lugar del funesto sentimiento
que hace la española gente mesta.
Si se tuviese el buen conocimiento
de aquesta triste vida tan funesta,
con la muerte contento se tenía
tomándola por gozo y alegría.


Julio Solino cuenta una costumbre
de aquellos hiperbóreos tan nombrados,
empero éstos carecen de la lumbre
de Fe; aquéstos, dice, que cansados
de vivir, y teniendo pesadumbre
de ver tardar la muerte, muy untados
con cierta unción, habiendo bien comido,
pecando así, se dan fin dolorido.


En Tomahavi vide una extrañeza
que es digna de contarse de camino:
en un pantano grande de llaneza
de tierra, está templando de contino,
a do llegando perros, sin pereza
bailando como recio torbellino,
se arrojan en la fuente do se cuecen,
y vivos con su baile allí perecen.


Parece que el morir les da contento,
y así muestran querer aquella muerte,
y vemos frecuentarse aquel asiento
de perros, y morir de aquella suerte.
Yo vide aquesto propio que aquí cuento,
que por juzgar el caso yo por fuerte,
a verlo fui, y los perros que allá fueron,
bailando vi en la fuente perecieron.


El cisne, blanco, bello, dicen suele
cantar cuando la muerte le es vecina,
que dejar esta vida no le duele,
teniéndola por triste y por maligna.
Razón es, pues, más justa se consuele
el hombre racional, que a Dios se inclina.
A quien, si vive bien, tiene guardada
allá en el cielo Dios mejor posada.


Pues vemos que no es cierta y duradera
la ciudad que habitamos sin firmeza,
busquemos la que es firme y verdadera,
que dure para siempre en gran alteza.
La muerte viene a priesa muy ligera,
no es justo espante al bueno su fiereza.
Temerla es natural, mas sea de suerte
la vida, que no pese de la muerte.


Sabía bien la vida que había hecho
el vaso de elección, y deseoso
de ver a Jesucristo satisfecho,
que muriendo tenía gran reposo,
pedía con instancia ser desecho
y disuelto del cuerpo trabajoso,
creyendo gozaría en gaudio eterno
a Cristo, sumo bien, con fin superno.

Pero, aquel que no sabe ni está cierto,
mas antes con razón muy temeroso
lo que ha de ser de sí después de muerto,
con la vida se halla muy gozoso.
Así lo experimenta quien concierto
no tiene en su vivienda; el virtuoso
no huye de la muerte, cuando entiende
que en ella hallará lo que pretende.

Pregunten a los mártires gloriosos
de los falsos tiranos afligidos,
se iban a la muerte muy gozosos
en verse por Jesús ser perseguidos.
No estaban de su premio recelosos,
mas con firme esperanza guarnecidos
creían les estaba aparejada
la corona de gloria consumada.


Ésta hizo al pastor, aunque primero
por divino secreto fue librado
de la cárcel, que esté como cordero
humilde a aquel nerónico mandado.
La misma a su querido compañero
le convida a que sea degollado,
y como acá en su vida ellos se amaron,
en la muerte tampoco se apartaron.


Ésta a Bartolomé hizo que diese
por su señor la vida y el pellejo;
ésta al buen Andrés hizo muriese
en una cruz con ser ya cano y viejo;
ésta hizo a Santiago que volviese
otra vez a Judea, donde aparejo
halló de conseguir la merecida
corona que tenía prometida.


Aquésta a los Apóstoles gloriosos
les hizo que sufriesen con contento
la muerte, y a los monjes religiosos
hacía se privasen del sustento.
¡Qué de santos están ahora gozosos
que por ésta sufrieron gran tormento!
Que da muy gran esfuerzo a la buena alma
tener allá en la gloria premio y palma.


El indio Topamaro no sabía
después de muerto el fin de su jornada,
y tanto de la muerte se temía,
que diera al de Toledo sujetada
la vida a servidumbre, aunque tenía
en otro tiempo fuerza señalada.
Mas el proverbio y vulgo dice y grita
que viva la gallina con pepita.


Aquéste en Vilcabamba residía
con Incas y valientes compañeros;
y como por Señor él se tenía,
formaba allá sus leyes y sus fueros.
A cristianos jamás él ofendía,
ni supe que hiciese desafueros;
en sus tierras se estaba retirado,
y de los suyos era respetado.


Algunos de los cuales acudían
al reino del Perú y sus poblados;
con ellos muchos indios se metían
en Vilcabamba, siendo maltratados
de aquellos españoles que servían,
que muchos suelen ser desatinados
de tal suerte en mandarles lo que quieren,
que hacen que los indios desesperen.


Don Francisco, que siempre procuraba
en el real servicio señalarse,
como supo que este indio se jactaba
de ser Señor, acuerda de tornarse
de Potosí, y al Cuzco se bajaba;
y sabiendo podía confiarse
de Loyola, esta empresa le ha nombrado,
y en breve mucha gente le ha entregado.


Martín García Loyola caballero
era del hábito de Calatrava,
discreto, afable, sabio, compañero;
en cosas de justicia se mostraba
con grande rectitud muy justiciero;
de remiso ninguno le notaba,
porque, de más de ser sabio y prudente,
es vivo como azogue y diligente.


Saliendo a la conquista ha padecido
grandísimos trabajos y fatigas.
En gran tiempo no hubieron parecido
los indios, aunque son más que hormigas.
Loyola, porque ve el campo afligido,
siguiendo aquestas gentes enemigas,
con solos dos soldados parte un día,
con un esfuerzo grande y osadía.


En luengo un grande río caudaloso
con sus dos compañeros fue bajando
tres días, y en un prado verde umbroso
que el río con sosiego va bañando,
metido en una choza al valeroso
Topamaro le ha hallado reposando,
sin gente, que no saben la venida
del capitán Loyola a su guarida.


Una cadena le echa a la garganta
de fino oro, muy rica y bien labrada.
El Inca luego al punto se levanta,
sintiendo de esto pena muy sobrada.
Loyola con sus dos victoria canta,
juzgando por dichosa tal entrada,
río arriba se vuelve placentero,
triunfando del cautivo y prisionero.


Salió de Vilcabamba victorioso,
y en la ciudad del Cuzco entra triunfando
del triste Topamaro doloroso,
que su miseria viene lamentando.
Hallose el de Toledo tan gozoso,
y el caso de tal suerte exagerando,
que al licenciado Polo, su teniente,
le dice le degüelle prestamente.


El licenciado Polo le responde
que no quiere él hacer esta torpeza,
que no halla derecho ni por donde
a aquel Inca cortarle la cabeza;
y que si causa él tiene, y no la absconde,
se la muestre, y haralo sin pereza;
mas sin otro recado, que no quiere
ponerse al riesgo y mal que le viniere.


El Virrey replicó que lo hiciese
como justicia suya, y su teniente
el Polo se resume en que escribiese
de su mano el mandato, y que se asiente,
que no quiere algún tiempo le pidiese
del Inca aquella muerte algún pariente.
El Virrey ordenó luego un escrito
del Inca publicando su delito.


Al punto que se supo de su muerte,
que ejecutarse manda, se juntaron
en breve tanta gente de su suerte
que toda la ciudad alborotaron.
Y aunque fue rogado, estuvo fuerte
el Virrey, que con él no aprovecharon
los frailes, y un Obispo que decía
que a España a Topamaro llevaría.

Al fin en una mula le sacaron,
con un pregón su culpa publicando,
que los indios por él se levantaron,
aquesto iba el verdugo pregonando.
Tantos indios en esto se juntaron
el Cuzco de tal suerte alborotando,
que necesario fue que le rogasen
al Inca que mandase que callasen.


Allá en el cadalso pues subido,
el Inca en alto levantó la mano,
al punto el alboroto y el ruido
cesó, porque veáis si aquel pagano
de sus indios sería bien temido.
En esto determina ser cristiano,
bautízale un Obispo que está al lado,
y al punto la cabeza le han cortado.


Fue tanto el alarido y vocería
que los indios entonces levantaban,
que el mundo parecía se hundía
y las cosas ya todas se acababan.
En tanto este negocio sucedía,
los tristes zaratinos lo pasaban
allá en nuestro Argentino de tal suerte,
que el mal allí menor era la muerte.


De su hambre y desastres trataremos,
siquiera porque alguno haga memoria
de piedad, y a Dios le rogaremos
que tenga a los finados en su gloria.
Y en esto de esta hambre hablaremos
como a quien cupo parte de la historia,
que tal me vide a veces, que rabiaba
por comer, mas comida no hallaba.


Y así probé manjares y guisados
jamás de hombres humanos conocidos.
Allí fueron los monos celebrados
por cabritos, y más enternecidos;
tigres, osos, leones, desusados
manjares, de la hambre convencidos,
comíamos; empero tal me vía
que con la hambre pura no dormía.


Viniendo de la iglesia una mañana
que había sacrificio celebrado,
una comadre mía, Mariana,
de su pequeña choza me ha llamado,
en una isla do antes la tirana
le había a su marido sepultado,
y oíd lo que me dice muy gozosa,
aunque del hecho suyo recelosa.


Un solo perro había en el armada
de gran precio y valor para su dueño.
Llamado entró ese día en su posada,
mas nunca más salió de aquel empeño,
porque ella le mató de una porrada,
al tiempo del entrar, con un gran leño.
Mostrándolo me dice: «¿Qué haremos?».
Yo dije: «Asad, señora, y comeremos».


Comímonos el perro con secreto,
aunque ella su negocio exageraba
por malo; mas yo dije que el precepto
de no hurtar, jamás se quebrantaba
en casos semejantes, que el concepto
muy bien en la escritura se explicaba,
que entre los sabios es muy ordinario
carecer de la ley lo necesario.