La Batracomiomaquia (Alenda tr.)

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​La Batracomiomaquia​ (1886) de Homero
traducción de Jenaro Alenda
Nota: Se respeta la ortografía original de la época
 
HOMERO
LA
BATRACOMIOMAQUIA
THADUCCIÓN DIBRCTA DEL GRIEGO
POR
D. GENARO ALENDA
 
ADVERTENCIA PRELIMINAR.


La guerra de las ranas y de los ratones, que esto signifiea la voz Batracomiomaquia, es uno de los poemas burlescos que produjo en su período más brillante la literatura helénica: poema que no tuvo rival en la antigüedad, y que supera, en sentir de juiciosos críticos, á las numerosas composiciones del mismo género, ensayadas por los poetas de los últimos siglos. He aquí en breves líneas su sencillo argumento.

Un ratón que ha escapado felizmente de la sagacidad y vigilancia de los gatos, sus naturales enemigos, dirígese y llega, ansioso de apagar su sed, á un estanque inmediato. Acierta á verlo una vocinglera rana, y entablándose entre ambos un diálogo en toda forma, danse cuenta de sus altos linajes, y ponderan el bienestar y los regalos que disfrutan en sus viviendas respectivas, dejando ver en todas sus frases cierto espiritu de vanidad y de soberbia.

Queriendo la rana que su interlocutor y huésped viese por sus propios ojos y admirase la grandeza y maravillas de su morada, le ofreció conducirło sobre sus hombros; y una vez aceptada invitación tan generosa, saltó el ratón sobre el cuerpo de la rana, y después de colocarse y asegurarse lo mejor que pudo, viósele cruzar regocijado las ondas, sin que le turbase el menor recelo. Percances y averias que no era para él ni preverlas, ni mucho menos remediarlas, ocasionaron muy en breve su naufragio; y aquel infeliz, víctima de su insensata curiosidad, vino à morir en medio de las aguas, no sin haber pasado por la más horrible agonia.

Noticiosos los ratones del suceso, y dejándose llevar de su cólera, desafian sin más averiguaciones á las ranas, estallando entre uno y otro pueblo la guerra más espantosa, en la cual, así como en las guerras heroicas cantadas en los poemas grandes y serios, tuvieron su intervención las divinidades del Olimpo. Júpiter, que antes de sonar la hora del combate se mostraba dispuesto á ayudar y defender å los ratones, viendo después que llevaban lo peor las ranas, se declaró su protector, y tentados inútilmente otros recursos, envió por fin en su socorro una hueste de animales tan raros y monstruosos en su figura, como formidables por sus armas y agresión inesperada y violenta. Considerando los ratones que su đerrota era inevitable, à toda prisa abandonaron el campo, y con un hecho de tanta ignominia, vióse acabada aquella guerra en que se peleó con valor y empeño dignos de ser cantados por el primer poeta del mundo, pero que costó la vida á tantos ilustres héroes.

Los debates sostenidos por eminentes belepistas sobre el verdadero autor de la Batracomiomaquia y sobre la edad en que fué compuesta, asi como los comentarios, traducciones é imitaciones que de este pequeño poema se han hecho en todas las lenguas modernas, acreditarian bastantemente su mérito, si no lo probasen hasta la evidencia su plan, su desarrollo y proporciones, su complexión y forma elásica, la propiedad y corrección de sus descripciones, y más que todo su noble y levantado estilo, que es la condición primera y el carácter esencial de la parodia épica.

Aun cuando está persuadido el traductor de que en este juguete literario quedan muy deslucidas las bellezas del original, se atreve no obstante á ofrecerlo al público, alentado por la benévola aprobación de personas entendidas, y en la creencia de que, aun con todos sus defectos, tal vez pueda proporcionar un rato de agradalble entretenimiento á sus indulgentes lectores.

LA BATRACOMIOMAQUIA.


 Al comenzar mi canto,
Ruego á las sacras Musas
Que dejen de Helicón el alto asiento
Para ceñirme en apacible coro.
Yo su divino aliento
Y de sus labios la dulzura imploro;
 Que sobre mis rodillas
Las tablas puse, y á contar me apresto
El gran tumulto y la mayor contienda
Que Marte pudo obrar, para que llegue
Á noticia de todos los mortales.
Canto la cruda guerra
Que á las ranas llevaron los ratones,
Emulando en valor y árduas acciones
Á los Gigantes que parió la Tierra.
De empresa tan sonada

Una edad á otra edad dejó informada
Y según desde lejos y fielmente
De los hombres se guarda en la memoria,
Tal fué el origen de tan grande historia.

 Su barba delicada
Un ratón sitibundo cierto día
En el vecino estanque sumergía.
Del peligro del gato ya seguro,
Con el fresco licor, copioso y puro
El ardor de su sed satisfacia.

 Por entre las flotantes
Y destejidas ovas, una rana
Que por sus cantos y variados tonos
Es del agua el amor y regocijo,
El rostro asoma; cércase á la orilla
Y dirige al ratón, que la oye atento,
Este grave y cortés razonamiento:
 «¡Hola! huésped amigo: ¿Tú quién eres?
Á esta margen, ¿de dónde eres venido?
Tus padres, ¿quiénes son? ¿dónde has nacido?
Háblame con verdad y con lisura,
Que si eres por ventura
De mi fiel amistad digno sujeto,
Por tus prendas y sangre señalada
Mi amistad te prometo
Trayéndote conmigo á mi morada.

Muchos aquí tendrás, bellos presentes:
Que yo soy Fisignato;
En este vasto imperio soy quien usa
Nombre y mando de rey,
Quien todas estas ranas acaudilla;
Mi padre fué Peléo, Hydromedusa
Dióme á luz del Erídano en la orilla.
Mas, ¡ay, noble extranjero!
Asombrado también te considero.
Eres asaz garrido,
De miembros bien fornido
Y en las lides serás osado y fiero.
Rey sin duda eres tú: rey me pareces
Que el aureo cetro empuñas arrogante.
Rompe el silencio pues: dime al instante
Á qué ilustre familia perteneces.»

 «Extraña es la pregunta»
El huésped le responde.
«¿Mi origen tú no sabes
Siendo de todo el mundo tan sabido?
Por dioses y por hombres conocido
Y por las mismas voladoras aves.
Sijárpas es mi nombre; el generoso
Trojártas es mi padre;
Pernotracto, monarca poderoso,
Engendró á Licomyl, y ésta es mi madre.
En tugurio nacido

Noble, bien proveído,
Yo vivo en el regalo y la abundancia;
Con el higo, la nuez y otros melindres
Acariciaron mi dichosa infancia.
Mas ¿posible será que á entrambos una
La amistad con sus lazos fraternales,
Cuando naturaleza
Hános criado en todo desiguales?
Mientras vives gozoso
En las aguas, tu plácido elemento,
Yo comparto dichoso
Con el hombre, la casa y el sustento.
Mira: pan exquisito
Redonda cesta ofrece á mi apetito.
Nunca á mis linces ojos
El hígado se esconde
De sus blancas telillas rodeado,
Ni falta en mi despensa
Queso recién traído de la prensa,
De suavísima leche fabricado.
De pernil con tajadas sustanciosas
Yo alimento mi vientre cada día,
Y con tortas sabrosas
Bien cubiertas de miel y de alegría.
Y en mis armarios sobran
Las dulces confituras
Que adornan los banquetes celestiales,
Y aquellas tan buscadas

Viandas regaladas
Que comen acá bajo los mortales,
Con varios condimentos sazonadas.
La guerra es mi placer; nunca medroso
Esquivé yo la lid: que en percibiendo
El ruido de las armas, furibundo
Parto, y con mis amigos me confundo,
En las primeras filas combatiendo.
Y aunque es de gran poder y gran fachada,
Tampoco al hombre temo.
Al irme á descansar, en el extremo
De un dedillo del pie le clavo el diente;
Pero tan suavemente
Que pasa aquel roer inadvertido:
Yo prosigo á mi techo,
Y él prosigue en su lecho,
Durmiendo á pierna suelta, bien dormido.
No negaré que el cepo
Háme dado algún susto,
Y algún grave disgusto:
Ese cepo maldito
Donde en celada están hados traidores
Y que ha costado ya tantos clamores.
El gabilán y el gato
Miedo también me infuden:
El gato sobre todo, animal fiero,
Que al verme penetrar en mi guarida,
Asáltame, y no aparta ya en su vida

El ojo y la intención del agujero.
Males aquestos son; pero ni coles,
Ni rábanos yo como por fortuna;
No probé las acelgas en mi vida
Ni calabaza ni apio: desabrida
Y triste provisión de tu laguna.»

 «Á deshora te engríes»
Responde sonriendo Fisignato,
«Y ensalzas la riqueza
Y grande varidad de tu alimento;
Pues sirve á nuestro vientre de sustento
Cuanto extraño manjar naturaleza
En el agua y la tierra ha producido:
Que dió á las ranas el Saturnio Jove
En el uno vivir y otro elemento
Entre ambos nuestro albergue compartido.
¿Quieres verlo por tí? bien fácil cosa;
Á mi estancia real sobre mis hombros
Vendrás á tu placer, yo te lo fío;
Más guarte: por prudencia
Trata de asirte bien al cuerpo mío
Y no pongas á riesgo tu existencia.»
Volviéndose la rana, así decía
Al huésped, y su espalda le ofrecía.

 Salta con fácil salto
El ratón atrevido,

Y logra acomodarse,
Quedando, para más asegurarse,
Al tierno cuello de la rana asido.
¡Que alegre va Sijárpas
En el primer momento,
Gozando aquel tan grato
Nadar de Fisignato,
Sin zozobra, de todo miedo exento!
En gentil ademán así costea
La laguna, y las márgenes hermosas
Disfruta, y con las vistas deliciosas
De los vecinos puertos se recrea.
Mas ¡ay! que de repente
Resbalarse, mojarse, hundirse siente,
Y alterado, afligido,
Se le saltan las lágrimas del miedo,
De su error, aunque tarde, arrepentido.
Sus cabellos arranca;
Con sus pies á la rana el vientre oprime,
Y en aquél su naufragio desusado,
Tiémblale el corazón atribulado,
Y ansioso de volver á tierra, gime:
Gime y su cola extiende,
Misero imaginando
En tan dura ocasión y lance extremo,
Si su cola podrá servir de remo.
Inútil todo arbitrio contemplando,
Á los supremos dioses importuna,

Rogándoles con llanto y hondo ruego,
Que le dejen salir de la laguna.
Pero en las aguas sin cesar se hundía,
Y doblados su lloro y sus lamentos,
En su amarga aflicción, estos acentos
Bien claros de su boca despedía.
«¡Ay, cuanto más segura,
Europa, la indiscreta
Burlada ninfa, respiraba, cuando
El Toro por la mar ancha nadando,
La carga de su amor condujo á Creta!
Y yo por esta rana conducido,
Que ya á mi peso cede,
Que apenas ¡ay! sacar del agua puede
El amarillo cuerpo desvalido.»

 Una grande culebra
Sobre las aguas súbito aparece
Con la garganta aterradora erguida.
Sijárpas se estremece;
Se asusta Fisignato, y escapando
Con rápida, no vista zambullida,
En lo hondo, lo más hondo se guarece.
Así pudo salvarse,y ni siquiera
Pensó que el noble huésped que traía,
Sin amparo en las aguas moriría.

 De espaldas el ratón cayó tan luego

Como escapó la rana, y rechinando
Los dientes con chirrido formidable,
Y las crispadas manos agitando,
Batalla en aquel piélago insondable,
Y ciego entre sus ondas se revuelve:
Ora á flor de agua calcitrando sube;
Ora en fácil descenso al hondo vuelve.
No hay remedio á su mal: que ya empapada
Y empapándose más la piel, á hundirse
Tira el enorme peso, y al cuitado
Lleva hacia lo profundo; más pasada
Aquella angustia y confusión primera,
En posición supina sube y fuera
Sin arbitrio ni fuerzas sobrenada.
Y en su triste agonía,
Con débil y honda voz así decía:
«En vano tú pretendes
Ocultarte á los dioses,
Habiendo un negro crimen consumado.
Á un náufrago infelice de tus hombros,
Cual de insensible roca, has despeñado.
No esperabas vencerme en la ribera
Al salto, al pugilato y la carrera:
Por eso, fementido,
Al lago me has traido
Á que en sus aguas sin consuelo muera.
Mas ¡ay! que en tí del Jove omnipotente
El ojo vengador está clavado.

En armas vendrá todo el pueblo mío;
Pronto á sus golpes morirás, impío,
Y de tu crimen quedaré vengado.»
Habló de aquesta suerte,
Y despidió el suspiro de la muerte.

 El trágico suceso que pasaba
En el funesto lago, contemplaba
El buen Licopinante
Oculto entre las hierbas de la orilla.
Tómale un gran pesar,y chilla, chilla,
Y así dando chillidos, corre y lleva
Á su pueblo la triste y fatal nueva.
Sus ayes por el viento derramados,
De hondo despecho á los ratones llenan;
Y en ira levantados,
Y movidos de rabia vengadora,
Por voz de pregoneros luego ordenan
Que todos, al quebrar la nueva aurora,
Acudan al palacio de Trojártas
Padre del buen Sijárpas sin ventura:
De aquel cuerpo sin vida,
Que ya no está do estaba;
Pues las aguas con fuerza no sentida
Del verdín de la márgen lo apartaron
Y allá al medio del ponto lo llevaron.
Y el bando se cumplió: que apenas vieron
La luz de la mañana en el Oriente,

Con noble afán y paso diligente
Al palacio real todos corrieron.
Y en medio el gran concurso,
Y del hondo silencio, el infelice
Soberano el primero se levanta,
Y con voz que se anuda en su garganta,
Y el corazón doliente así les dice:
«Aun cuando de la parte de las ranas
Un gravísimo daño, sin ejemplo,
Á mí solo se infiere ¡oh mis amados
Á todos os contemplo
En mi infortunio y mal interesados.
¡Ay! ¡cuán grande es mi mal! Tres hijos tuve
Y á todos tres perdí. Dejó su vida
El primero en los dientes de un ruin gato
Que fuera le asaltó de su manida.
De morir entre bárbaros tormentos
Al segundo llegó la fatal hora,
Y cayó en una trampa el desdichado;
Armadijo funesto que ha inventado
De los hombres la raza engañadora.
El tercer hijo mío
¿Quién ignorar podía
Que de su honesta madre era el encanto
Y mi consuelo; la esperanza mía?
Pues el rey de las ranas, con halago
Llevándolo á su casa, al inocente
¡Oh iniquidad! precipitó inclemente

En los hondos abismos de ese lago.
Corramos, pues, amigos: ¡sus! volemos;
Á vestir nuestras armas sin tardanza,
Y á las pérfidas ranas, en venganza,
La guerra y exterminio les llevemos.»

 Esta arenga del rey persuade á todos,
Y corriendo en tropel y armas buscando,
Nada á su acierto y su primor se iguala;
Es Marte quien los viste y acicala,
Tan grande empresa sobre sí tomando.
Por duras grebas y coturnos bellos,
En las robustas piernas todos ellos
Verdes cortezas de habas se ponían
Que en la noche anterior cenado habían,
Ciñéndose con arte y bien sujetos
De piel de gato y caña recios petos.
De aquellos broquelillos relevados
Que llevan en su centro las lucernas
Y son de duro hierro fabricados,
Cada cual, como pudo,
Forjó de pronto, y embrazó su escudo.
Fuertes, largas agujas
Empuñan con braveza,
Que les sirven de lanzas aceradas,
Y cubren con presteza
La frente y la cabeza
Con cáscaras de nueces por celadas.

Todos así alistados,
Salen precipitados
Por esta y la otra parte
Con bélica locura,
Luciendo su armadura,
Toda férrea armadura obra de Marte.

 Cuando la fama y el rumor confuso
De la guerra llegaron
Al estanque, las ranas temerosas
De las aguas salieron tumultosas
Y fuera en las orillas se juntaron.
Sobre el terrible mal se habla y consulta
De que nace aquel súbito alzamiento;
Y cuando con más ansia se inquiría
De qué lado la guerra les caía,
Y la ocasión cuál era y fundamento,
Con el cetro en sus manos un rey de armas,
Embasictro, ratón de audacia y brío,
Hijo de Tyroglifo, se presenta,
Y á la gran multitud que escucha atenta
Hace así su embajada y desafío:
«¡Oh ranas! A vosotras enviado
De mi pueblo y mi rey, vengo á deciros
Que os toca á la defensa apercibiros,
Pues con guerra amenazan vuestro Estado.
Que aquí á Sijárpas vieron
Flotar sobre estas aguas ya sin vida,

Y que le ahogó con mano fementida
Vuestro rey Fisignato, allá entendieron.
No haya, pues, dilación, y luego al campo
Salgan quienes nacido
En este lago hubieren
Con fuerza y con valor, y propusieren
Dar muestra de linaje esclarecido.»

 Solemnemente ejecutado el reto,
Despareció el heraldo; su mensaje
El sobresalto y estupor difunde,
La soberbia abatiendo de las ranas;
Y universal murmullo
De acusación estalla, y recio cunde
Contra el rey Fisignato, quien astuto
Calma el grande alboroto, á la asamblea
Hablando de esta suerte
Con entero semblante y voz segura:
«Á Sijárpas ratón no dí la muerte,
Ni le ví perecer; él por ventura,
En la orilla triscando bullicioso,
Por interior impulso y movimiento
Nadar como las ranas ha querido,
Y arrojándose al agua, ha perecido
Víctima de su loco atrevimiento.
Y esos levantadores de mentiras
Acúsanme de un crimen mal forjado;
Y pues ellos provocan nuestras iras,

Que paguen con la muerte su atentado.
¿Guerra injusta y cruel nos amenaza!
De que perezcan los ratones todos,
Medios se acuerden y segura traza.
Escuchad mi opinión: luego debemos
Adornar nuestros cuerpos bien erguidos
Con armas, y con ellas defendidos,
Un lugar elevado buscaremos.
Vendrán, se arrojarán, y en punto y hora.
De trabarse la lucha, cada rana
Al ratón que topare de más cerca
Impávída le rete,
Y asiéndole sagaz por el almete,
Enredada con él salte á la alberca:
Que en la arte de nadar siendo inexpertos,
Veréislos todos por el agua muertos.
Y allá en la alta ribera,
Lugar á do nos llama la victoria,
Henchidas nuestras almas de contento,
Se erigirá durable monumento
Que su oprobio atestigüe y nuestra gloria.»

 Fisignato acabó, y á sus valientes
Armó de todas armas; diligentes
Buscan hojas de malva
Con que sus piernas vigorosas ciñen,
En vez de martingalas y esquinelas.
Toman hojas de acelga, y bien dobladas,

Y al cuerpo con estudio acomodadas,
Sírvenles de corazas y escarcelas.
Para cubrirse y reparar los golpes
En la revuelta lid, sendos escudos
Se labran, recortando hojas de coles,
Y lucen con semblantes muy galanos,
Por lanzas, largos juncos en sus manos,
Y por yelmos delgados caracoles.
Toda la gran caterva así vestida,
Sin ninguna tardanza el campo mueve.
Y llenos de furor los corazones,
Blandiendo sus lanzones
Con la faz altanera,
Por el mullido herbaje van trepando,
Como punto estratégico, ocupando
La parte superior de la ribera.

Conturbado el Olimpo
Por lo que abajo pasa, acá en la tierra,
Júpiter congregó á los inmortales.
Á contemplar les mueve
Lo inmenso de la guerra,
El número asombroso de guerreros,
Grandes, potentes, fieros;
Tanto arnés, tantas lanzas fulminantes;
De armas y voces el sonoro estruendo,
Los campos al opósito viniendo
Cual tropas de centauros y gigantes.

Y asomada á su rostro
Sonrisa celestial, las soberanas
Voluntades consulta y va explorando.
Quiénes, pregunta, auxiliarán las ranas;
Quiénes están por el opuesto bando.
Y á Minerva tornando
Dulcemente sus ojos, le decía:
«¿Amparará tu escudo á los ratones?
¿Combatirás por ellos, hija mía?
Pues viven en tus templos,
De justicia será que los defiendas:
Que allí los ves danzar, y sus manjares
Su deleite mayor son tus ofrendas,
Y el suavísimo olor de tus altares.»
Las palabras del hijo de Saturno
Volaban resonando todavía,
Cuando la bella Palas
Con semblante de enojo respondía:
«Nunca por los ratones, padre mío,
Mi egida tersa y dura
Brillará, ni mi lanza, en la pelea,
Por más que yo los vea
En el último trance y aventura.
Que me muerde, en verdad, y me remuerde
Pensar cómo se gozan
En beber de mis templos el aceite,
Y por un tan sacrílego deleite,
Cómo aureolas y lámparas destrozan.

Y hasta un hermoso velo
Que yo misma he tejido,
Poniendo en obra tal todo mi anhelo,
Sin ninguna piedad me lo han roído.
Velo sutil, de trama delicada,
Que con esmero hilada
Fué por mis manos y en mi rueca de oro.
Pero otro mal, oh Padre omnipotente,
Me aflige de presente,
Que es á los dioses de mayor desdoro.
Como al labrar el velo me veía
En gran necesidad, diéronme á usura,
Y todo en el estambre consumido,
No sé con qué pagar este zurcido,
Y día y noche el zurcidor me apura.
Mas tampoco á las ranas
Protegerá mi egida;
Que de cerebro son harto livianas,
Y estoy dellas también harto ofendida.
Ya probarán mis iras: una noche
De tumultuosa lid me retiraba:
Á mis ojos buscaba
Un profundo dormir, no interrumpido:
Que el cuerpo asaz rendido
Sueño reparador necesitaba.
Pero huyó de mis párpados el sueño,
Que la grey de las ranas importuna
Me lo espantó, el silencio perturbando,

Revuelta extrañamente la laguna,
Y todas locas sin cesar gritando.
Así pasé la noche hasta la hora
En que el gallo cantó, bien desvelada:
El alma consumida de tristeza,
Y mi pobre cabeza
De dolores agudos traspasada.
Pero,¡oh supremos dioses!
Aun cuando sobrehumana
Aparición se oponga á la porfía
De aquellos ferocísimos guerreros,
Nunca en su furia insana
Cesarán de la bárbara contienda.
Antes miro posible que pugnando
De cerca las escuadras, desarmando,
Aguda lanza ó dardo nos ofenda.
No descendamos, pues, ni nuestra ayuda
Al uno ni otro campo dar pensemos
Con nuestra fuerte mano;
Y aquí, desde el Olimpo soberano
En verlos combatir nos deleitemos.»
Calló Minerva, y los excelsos dioses,
De su consejo y opinión vencidos,
Al tiempo en que las huestes avanzaban,
Á ver la lid desde la altura estaban,
Y en un mismo lugartodos reunidos.

 Hacen en este punto dos heraldos

De guerra la señal; treme la tierra.
Densa nube de cínifes la guerra
Va por los aires libres anunciando,
Las ingentes trompetas resonando
Con hórrido tañido
Que al pecho pone duelo;
Y Jove con un súbito estampido
Da la señal de guerra allá en el cielo.

 Con su lanza Ipsibóas
Al ratón Licanor hiere el primero,
Que pugna en la vanguardia cual valiente.
En el hígado herido
Del pasador certero,
Acabadas sus fuerzas cae de frente
Sonando con estruendo la armadura;
Y ya despojo de la muerte fiera,
Su lasa cabellera
Se arrastra por el polvo y sangre oscura.

 Corre contra Ipsibóas
El ratón Troglodita,
Ansioso de venganza.
Hiérele, y á Pelión acometiendo,
Le hunde en el pecho la fornida lanza,
Partido el disco con que se abroquela;
Y en el polvo cayendo
La rana exangüe, inerte,

Tomándole la muerte,
Rápida el alma de sus miembros vuela.

 Al ratón Embasictro
Furioso Setaléo
La viva punta de su junco mete
En medio el corazón. En tal instante
A Polisón Artófago arremete
Jugando del aguja fulminante,
Y herido el vientre de mortal herida,
Vuela el alma del cuerpo desprendida.

 Pero al verlo espirar, tendido en tierra,
Su amigo Limnocáris, más furioso,
Un canto enorme aferra,
Grande como una rueda de molino;
Lánzalo á Troglodita, despechado,
Y, hundida al golpe la cerviz, cercado
De tiniebla mortal, à tierra vino.

 Con Limnocáris á encontrarse llega
Otro ratón sañudo
Que también Licanor tiene por nombre.
En el hígado, roto el verde escudo,
Clava la sutil punta
De la aguja ligera:
Que su mano certera
Ha lanza lleva adonde el ojo apunta.

 Y salta á más saltar, huyendo al agua,
Seguro de la muerte,
Crambófago, al mirar tan grande estrago.
Pero á su salvo, por su negra suerte,
No la fuga logró: que perseguido
Por Licanor hasta el confín del lago,
Cae por la espalda herido,
Y entre las bascas de la muerte acerba,
Sobre la oscura hierba,
Para no alzarse más, quedó tendido.
Y de las aguas el color mudaba
La sangre que en arroyos purpurinos
De la orilla bajaba,
Do el mísero guerrero palpitaba,
Envuelto en su ijares é intestinos.

 De su junco Limnisio confiado,
Á Tirófago asalta,
Y de vida y arneses lo despoja.
En esto Pernoglifo denodado,
Con Calaminto á combatir se arroja;
Mas Calaminto al ver al ratón fiero,
Que le acosa, amagándole su acero,
El miedo de morir su sangre hiela,
Y huye al lago, tirando la rodela.

 Lance de oprobio fué; pero entretanto
Allá otros héroes con ardor pelean

Defendiendo del lago la alta fama:
Por ella el diestro y fuerte
Borboracidas á Piltrao dió muerte;
Por ella batallando sin reposo
Hydrocáris valiente,
Acometió á Pernófago, brioso
Campeón, de ilustres reyes descendiente.
Pero en vez de su junco, una gran piedra
Á Permófago arroja, meditando
El cráneo deshacerle; y tal su tino
Fué, y la pedrada tal, que vacilando
El regio combatiente, al suelo vino,
Por la naríz los sesos destilando.

 Arrójase al feroz Borboracidas,
Sin dartregua á la lid Licopinante.
En vano opone aquél su verde escudo:
Que en tan funesto instante,
Traspasado cayó del hierro agudo;
Y sus ojos, al héroe sin ventura,
De la muerte cubrió la sombra oscura.

 Con ánsia de vengar el triste caso
Prasófago sorprende
Al ratón Nisodiocto no advertido.
Por un talón le prende
Tomándole la vuelta con fortuna,
Y arrastrando, lo arrastra enfurecido

Hasta dejarlo ahogado en la laguna.

 Y apenas de las ondas asomaba
Á tentar nuevo ardid la rana artera,
Cuando Sicarpo le arrojó su lanza,
Por vengar sus amigos que perecen
En el tumulto y general matanza.
Y aunque el golpe evitar ágil procura
El contrario, á sus pies cayó sin vida,
Y el ánima escapando por la herida,
Bajó del Orco á la mansión oscura.

 Sintiendo el grave caso Pelobátes,
Rana hazañosa y diestra en los combates
Una pella de lodo
Á Sicarpo despide,
Con que los ojos le cubrió y la frente.
Casi ciego quedó, mas no se arredra
El bravo combatiente;
Antes ardiendo en cólera terrible
Su pecho, y levantando una gran piedra,
Que es de la tierra carga insostenible,
Bajo de las rodillas
Á Pelobátes sin piedad la arroja,
Y la pierna derecha destrozada,
Entre quejidos de mortal congoja,
La rana cae en el polvo, trastornada.

 El mortífero junco en su socorro
Viene á poner Crohasida: al desarmado
Ratón, con saña fiera,
Clávaselo en el vientre. El malhadado,
Cayó de parte áparte atravesado,
Y su sangre y entrañasvienen fuera,
Al retirar la lanza de la herida
La vigorosa mano de Crohasida.

 Mientras Sicarpo bueno así entregaba
Por los suyos el alma generosa,
Sitófago, cobarde, que miraba
Seguro ya su fin, despavorido
Huye, honor y deber dando al olvido.
Huye, y del campo en rápida carrera
Desparece, de angustia el pecho lleno:
Que en su profundo, retorcido seno
Lo albergó hospitalaria madriguera.

 Mas súbito, mostrándose á las ranas
Adversa la fortuna, Fisignato
De un pie en la extremidad ha sido herido
Por el rey su contrario, y no pudiendo
Resistir el dolor, clama afligido,
Y de la alta ribera salta huyendo.
Viólo Praséo caer y sumergirse
Semiánime en las ondas, y movido
Del furor de venganza que le ciega,

De su puesto volando decidido,
Á los primeros escuadrones llega,
Y la terrible, ponzoñosa vira
Al rey Trojártas con violencia tira.
Pero no hizo su golpe: que Trojártas
En su broquel se recogió, burlando
Del enemigo bárbaro el deseo,
Y el arma voladora de Praséo
Clavada en el broquel quedó temblando.

 Mas Origanio, que cual otro Marte,
Ya sólo entre las ranas combatía,
Con ímpetu acomete
Al monarca ratón; ciego, lo arrolla,
Y rómpele en el cráneo un casco de olla
Que ostenta por adorno y capacete.
Viendo esteinsulto la enemiga tropa,
Á todo su poder cierra, y embiste
Al divino Origanio, quien, mirando
Su muerte inevitable, no resiste
Los bravos héroes; antes de la liza
Huye, y el patrio légamo buscando,
Por las fáciles ondas se desliza.

 Copia también de Marte
En la armadura y fiero continente,
Un ratón en su campo se señala.
Es Merizárpas, príncipe afamado,

Joven, ágil, valiente,
Del insigne Artepíbulo hijo amado.
De gloria codicioso,
Corre,y dejando atrás sus compañeros,
Orilla á orilla él sólo se presenta:
Témenle los acuátiles guerrerros,
Y con tremendos fieros
Maltrátalos audaz y los afrenta.
Júrales que á su raza
El solo corre á dar fin desdichado;
Y por obra pusiera su amenaza:
Que en armas y en valor era extremado.
 Mas no lo quiso Jove, que piadoso
Movió con majestad la excelsa frente,
Diciendo: «¡Oh buenos dioses!
Lleno de admiración y consternado
Contemplo á Marizárpas, que medita
Dar fin él solo á la laguna entera.
Acorra Marte al punto; la guerrera
Palas vuele, y con brazo poderoso
Al negro campeón, fiero y brioso,
Alejen del combate y la ribera.»

 Así habló Jove, y respondióle Marte:
«Ni Minerva ni yo, rey de los Dioses,
Con nuestras armas evitar podremos
La perdición y estrago de las ranas.
Todos en su defensa allá volemos,

O tu divino dardo mueve al punto,
Ese tu rayo ardiente
Qué á tus plantas redujo por trofeo
Al cruel, temerario Capanéo,
Y á la raza titánica potente.
De aquel feroz guerrero y obstinado
Encadenar las fuerzas sólo es dado
A ese rayo inmortal, con que venciste
De Encélado las fuerzas y osadía,
Cuando en lucha tremenda confundiste
De los Gigantes la arrogancia impía.»

 Marte cesó, y de pronto
Un trueno en la alta bóveda sonando
Con estampido horrible,
Crujió el Olimpo con fragor violento,
Y Júpiter movió su arma terrible,
Vibrándola del alto firmamento.
Al uno y otro campo
Puso el rayo pavor; mas los ratones
Las armas no suspenden:
Antes con nuevo ardor y más porfía
El vasto charco despoblar emprenden.
Pero el supremo Jove
Que desde el alto Olimpo considera
Inútiles los dardos que fulmina,
Viendo el estrecho y la total ruína
De las vencidas ranas, les acude

Con poderosa hueste de auxiliares.

 Viéronse de repente
Venir todós cubiertos
De fuertes espaldares
Á manera de yunques. De costado
Correr con ocho piernas se veían;
Corvas uñas traían;
Las pieles escamadas,
Las bocas de tijeras bien armadas.
Animales de hueso, corcovados,
Sin manos, dos cabezas piés torcidos,
Lomos descomunales, extendidos.
Por el pecho miraban;
Del tumulto el lugar todos buscaban,
Los ojos ferocisimos torciendo;
Y de los hombros sin cesar vertiendo
Trémulos resplandores, caminaban.

 Es la fuerza auxiliar que Jove envía,
La que con gran porfía
Viene y de la contienda no está lejos,
Una terrible hueste de cangrejos.
Llegan,traban la lid, fieros pelean;
En herir y matar todos se emplean,
Las colas, piés y manos con sus dientes
A los ratones míseros cortando,
Cuyas lanzas botando

De los contrarios en las duras cotas,
Al aire saltan, en pedazos rotas.

 De sorpresa y terror sobrecogidos,
El desigual, insólito combate
Sostener los ratones no pudieron;
Y desvandados y en tropel huyeron
Á esconderse en la tierra,
Cuando el sol en los mares se escondía,
Y feneció la guerra,
Después de haber durado todo un día.