La Eneida (Graciliano Afonso)/Libro VII
La Eneida.
LIBRO VII.
Tú tambien les darás un nombre eterno,
¡O Gaeta! de Eneas la nodriza,
A las riberas nuestras con tu muerte;
El lugar dó reposan tus cenizas
Rendirá su homenage á este precioso
Depósito ; y si acaso es adquirida
Esta gloria á tu nombre, tu sepulcro
Dará á la grande Hesperia inmortal vida.
Despues que cumplió Eneas los deberes
Fúnebres, que la piedad le prescribia;
Despues que levantase la eminencia
Del sepulcro, al ver la mar tranquila,
Se hace á la vela y abandona el puerto:
Cuando la noche llega, un viento envia
Fresco y blando, y el disco de la luna
Ofrece al navegante luz propicia,
Y las ondas mecidas blandamente
Con sus trémulos ayos reflectian,
Y ya cási tocaba en la ribera
De la tierra famosa, dó la hija
Poderosa del Sol, que sonar hace
Sin cesar las florestas escondidas
Con su canto armonioso; y retirada
Estaba en el palacio donde habita,
Que en la noche ilumina con la llama
De odórifero cedro; y diestra agita
Con los ágiles dedos la ruidosa
Lanzadera, que en hilos presta gira
De su flexible tela; desde lejos
Se oye al leon rugir, cuando resista
A la cadena, y exhala en las tinieblas
De la noche su rabia; tambien gritan
Los osos encerrados en establos,
Y los lobos ahullan; todos víctimas
Desgraciadas que la Diosa infáusta
Por medio de sus mágicas bebidas,
De la figura humana las privára,
Y crueles alimañas parecian.
Mas Neptuno temiendo que el virtuoso
Troyano entrase en la fatal bahía,
Y sufriera mudanza tan terrible,
De viento favorable entonces hincha
Las velas, y pasaron los escollos,
Que en púrpura brillante revestia,
A las ondas y al aire colorando,
La roja Aurora que su carro gira.
Cuando el aire callado y sin aliento
En calma fuera, que ni el remo agita