La Eneida (Wikisource tr.)/II

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​La Eneida​ de Virgilio
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Libro II

Libro II

1 Todos se callaron y, atentos, tenían los rostros.
2 De ahí, el padre Eneas así comenzó desde su alto lecho:
3 “Un dolor inefable (infame, sacrílego), oh reina, me ordenas renovar,
4 cómo las riquezas troyanas y el lamentable reino
5 derruyeron los dánaos, cosas desgraciadísimas que yo mismo he visto
6 y de las que fui parte muy grande. ¿Quién, diciendo tales cosas,
7 de entre los mirmídones o dólopes, o soldado del cruel Ulises,
8 se templaría (abstendría) de las lágrimas? Y ya la noche húmeda se
9 se precipita al cielo (dt.) y persuaden a los sueños las declinantes estrellas.
10 Pero si tan grande es tu amor por conocer nuestros casos
11 y por oír brevemente la caída suprema de Troya,
12 aunque el ánimo, al recordarlo, se horroriza y huye con luto,
13 empezaré. Rotos por la guerra y rechazados por los hados
14 los conductores de los dánaos, pasados ya tantos años,
15 con el arte de la divina Palas un caballo en la figura de un monte
16 edifican, y entretejen los costados con abeto seccionado;
17 simulan un voto por el regreso; vaga esta fama.
18 Habiendo sorteado ellos, incluyen aquí furtivamente
19 unos elegidos cuerpos de hombres, y profundamente
20 llenan las cavernas ingentes y su útero con armado soldado.
21 A la vista está Ténedos, isla de conocidísima fama,
22 rica de recursos (de Príamo) mientras se mantenían los reinos de Príamo,
23 ahora sólo un golfo y una estación mal segura (no fiel) para las carenas:
24 lanzados aquí, se esconden en el desierto litoral;
25 nosotros habíamos pensado que se habían ido y con el viento habían buscado Micenas.
26 Así pues, toda Teucria o se liberó de un largo duelo;
27 se abren las puertas, agrada ir y ver los campamentos dorios
28 y los lugares desiertos y el litoral abandonado:
29 aquí la tropa de los dólopes, aquí ponía las tiendas el cruel Aquiles;
30 aquí el lugar para las flotas, aquí solían luchar en formación.
31 Una parte contempla-estupefacta el regalo mortal de la innupta Minerva
32 y se admiran la mole del caballo; y el primero Timetes
33 exhorta a que sea conducido dentro de los muros y sea colocado en la ciudadela,
34 o bien por engaño o bien porque ya así lo llevaban los hados de Troya.
35 Sin-embargo, Capis y aquellos para cuya mente había una mejor sentencia,
36 ordenan o precipitar al piélago las insidias y los sospechosos regalos de los dánaos
37 y quemarlos con llamas puestas por debajo,
38 o perforar los cóncavos escondites del útero y palparlos.
39 Se escinde el vulgo incierto en afanes contrarios.
40 Y allí, el primero antes que todos Laocoonte, acompañándolo una gran muchedumbre,
41 baja corriendo ardiente de lo más alto de la fortaleza,
42 y desde lejos: “Oh míseros ciudadanos, ¿qué locura tan grande?
43 ¿Creéis que se han ido los enemigos o pensáis que algunos
44 regalos de los dánaos carecen de trampas? ¿Así es conocido Ulises?
45 O incluidos en este leño se ocultan los aqueos,
46 o contra nuestros muros ha sido fabricada esta máquina,
47 para inspeccionar nuestras casas y para caer desde arriba hacia nuestra ciudad,
48 o algún otro error late; teucros, no creáis al caballo.
49 Lo que quiera que esto sea es, temo a los dánaos incluso ofreciendo regalos.”
50 Así había dicho y una hasta ingente contorsionó con ingentes fuerzas
51 contra el lateral y contra el vientre curvado por los ensamblajes del fiero.
52 Aquélla se sostuvo vibrando, y en el útero sacudido
53 resonaron las cóncavas cavernas y dieron un gemido.
54 Y, si los hados de los dioses, y nuestra mente no hubiera sido izquierda (errónea),
55 nos había empujado a deformar los escondites argólicos a hierro,
56 y Troya ahora estaría-en-pie, y tú, alta fortaleza de Príamo, permanecerías.
57 He aquí que, entretanto, unos pastores dardánidas traían a un joven,
58 atado con sus manos a la espalda, ante el rey con gran clamor;
59 el cual se había ofrecido a sí mismo, desconocido, en contra, a los que venían,
60 para poder él urdir esto mismo y para que él abriera Troya
61 a los aqueos, confiándose de su ánimo, y preparado para lo uno y lo otro,
62 o bien para tramar engaños o para sucumbir a una muerte cierta.
63 Y de todas partes, por afán de ver, la troyana juventud
64 difundiéndose alrededor de él, se precipita, y luchan por hacer burla al capturado.
65 Acoge ahora las insidias de los dánaos y por un solo crimen
66 conócelos a todos (los dánaos y sus engaños).
67 Pues cuando turbado a la vista de todos se quedó de pie,
68 inerme, y miró alrededor con sus ojos las filas frigias:
69 “Ay, ¿qué tierra ahora”, dijo, “qué superficies pueden acogerme?
70 ¿o qué ya, desgraciado, a mí finalmente me resta,
71 para el cual ni entre los dánaos, en ninguna parte, lugar hay, y, sobre ello, los propios
72 dardánidas, hostiles, mis castigos con sangre piden?”
73 Con este gemido fueron convertidos los ánimos y fue oprimido
74 todo ímpetu. Lo exhortamos a decir de qué sangre había crecido,
75 o qué traiga; que mencione cuál sea su confianza para él, un cautivo.
76 [Aquél dijo estas cosas, abandonado finalmente el miedo:]
77 “Todas las cosas verdaderas yo ciertamente a ti, rey, fuera lo que quiera que fuera,
78 te confesaré”, dijo, “y no me negaré de la gente de Argos.
79 Esto lo primero; y no, si la Fortuna fingió a Sinón desgraciado,
80 no lo fingirá también, la malvada, vano y mentiroso.
81 Hablando, si por fortuna ha llegado a tus oídos algún nombre
82 del valiente Palamedes, el Belida, y su gloria ínclita por la
83 fama, al cual los pelasgos, por una falsa traición,
84 siendo él inocente, con un infame indicio, porque vetaba las guerras,
85 lo enviaron a la muerte, ahora lo lloran, privado de la luz:
86 para él, a mí como acompañante suyo y pariente por consanguinidad,
87 mi padre, pobre, desde mis primeros años, me envió aquí a las armas.
88 Mientras estaba incólume en el reino y tenía vigencia
89 en los concilios de los reyes, también nosotros conseguimos
90 algún nombre y fama. Después que el odio del disfrazado Ulises
91 -no digo cosas desconocidas- lo arrojó desde las costas superiores,
92 afligido, arrastraba mi vida entre tinieblas y luto
93 y me indignaba la desgracia de mi inocente amigo.
94 Y no callé, demente, y me prometí a mí en persona, si alguna fortuna me favoreciera,
95 que si alguna vez regresara vencedor a mi patria Argos,
96 vengador, y odios ásperos promoví con mis palabras.
97 Desde ahí procede para mí la primera caída de mi desgracia, desde ahí Ulises
98 aterrarme siempre con nuevos crímenes, de ahí esparcir voces ambiguas
99 al vulgo, y buscar, consciente, armas (guerra).
100 Y no descansó, pues, hasta que, siendo ministro Calcante...
101 Pero ¿por qué yo me detengo para nada en estas cosas ingratas?,
102 ¿o a qué me demoro? Si en una sola ornen tenéis a todos los aqueos
103 y oír esto ya suficiente es, ahora mismo aplicad los castigos:
104 esto querría el de Ítaca y los Atridas lo pagarán con grandeza.
105 Entonces en verdad ardemos por conocer y preguntar las causas,
106 ignorantes de tan grandes crímenes y del arte pelasga.
107 Prosigue lleno de pavor y con pecho fingido habla.
108 "A menudo los dánaos preparar la fuga, abandonada Troya,
109 y desearon abandonar, cansados, la larga guerra;
110 ¡ojalá lo hubiesen hecho! A menudo los encerró a ellos el áspero
111 mal tiempo del mar y el Austro aterrorizó a los que partían.
112 Principalmente, cuando ya aquí, tejido con vigas de arce, se alzara
113 el caballo, los nimbos resonaron por todo el éter.
114 Suspendidos, enviamos a Eurípilo a investigar los oráculos de Febo,
115 y él reporta estas tristes palabras de los templos:
116 "Aplacasteis los vientos con sangre y con una virgen asesinada (Ifigenia)
117 cuando primero, dánaos, llegasteis a las orillas ilíacas;
118 con sangre han de ser buscados los regresos y ha de ser obtenido el omen con un alma argólica
119 Cuando esa voz llegó a los oídos del pueblo,
120 sus ánimos quedaron estupefactos y corrió un gélido temblor por lo más
121 hondo de sus huesos. ¿A quién los hados preparen, a quién busque Apolo?
122 Aquí el de Ítaca, con gran tumulto, arrastra al medio de todos al adivino
123 Calcante; cuáles sea esos númenes de los divinos
124 le inquiere. Y ya muchos presagiaban para mí la impiedad cruel
125 del artífice, y callados veían lo que iba a venir.
126 Dos veces cinco (diez) días se calla y, cubierto, rehúsa
127 revelar con su voz a alguien, u oponerlo a la muerte.
128 A-duras-penas al final, movido por los grandes clamores del de Ítaca
129 rompe su voz, con un pacto (de Ulises y Calcante), y me destina al altar.
130 Asintieron todos, y las cosas que temían para sí cada uno,
131 las soportaron, vueltas hacia la muerte de un solo desgraciado
132 Y ya había llegado el nefando día: se preparan para mí los sacramentos
133 y los frutos salados, y las bandas alrededor de mis sienes.
134 Me arrebaté, lo confieso, de la muerte, y rompí mis ataduras,
135 y por la noche en un lago limoso, oscuro yo, en la alga
136 me escondí mientras ellos dieran velas, si por fortuna las hubieran dado.
137 Y ya para mí no hay esperanza alguna de ver mi patria antigua,
138 ni a mis dulces hijos y a mi añorado padre,
139 a los cuales ellos (los dánaos) quizá pedirán los castigos por mi fuga
140 y esta culpa expiarán con la muerte de esos desgraciados.
141 Por eso a ti, por los dioses superiores y por los númenes conscientes de lo verdadero,
142 por la fe si alguna fe hay, no violada que reste todavía a los mortales
143 en algún lugar, te ruego, compadécete de mis labores
144 tan grandes, compadécete de un ánimo que lleva cosas no dignas.
145 Por estas lágrimas le damos la vida y nos compadecemos más allá.
146 El mismo Príamo, el primero, ordena aliviar las ligaduras de las manos y las apretadas
147 ataduras y así dice con palabras amigas:
148 "Quienquiera que eres, desde ahora olvida ya a los griegos perdidos
149 nuestro serás y a mí que te las pregunto refiéreme estas cosas, verdaderas:
150 ¿por qué establecieron esta mole del caballo desmesurado? ¿Quién es el autor?
151 ¿O qué buscan? ¿Qué religión (qué voto es)? ¿O qué máquina de guerra?
152 Había dicho. Aquel, instruido en los engaños y en el arte pelasga,
153 sostuvo hacia las estrellas sus palmas desnudadas de ataduras:
154 "A vosotros, eternos fuegos, y a vuestro no violable numen
155 pongo por testigos, dice, a vosotros, altares y espadas nefandas,
156 a los cuales hui, y las cintas de los dioses, las cuales llevé como víctima:
157 séame concedido disolver las sagradas leyes de los griegos
158 séame concedido odiar a los hombres, y referir todas las cosas bajo las auras,
159 si algunas cubren; no soy retenido por patria ni leyes ningunas.
160 Tú, solamente, haz que te mantengas en las promesas; y que preserves tú, oh Troya
161 preservada, la fe dada, si cosas verdaderas referiré, si grandes cosas te pagaré en contra.
162 Toda la esperanza de los dánaos y la fe de la empezada guerra
163 se sostuvo siempre en los auxilios de Palas. Desde que el impío Tidida,
164 sin embargo, y desde que Ulises, el inventor de crímenes,
165 –habiéndose acercado para arrebatar del sagrado templo el fatal
166 Paladio, asesinados los custodios de la suprema fortaleza--
167 arrebataron la sagrada efigie y con manos cruentas
168 osaron tocar las cintas virgíneas de la divina (Minerva),
169 desde aquello, empezó a fluir la esperanza de los dánaos, y a ser retrocedida hacia atrás la esperanza de los dánaos,
170 rotas fueron sus fuerzas, adversa fue la mente de la diosa.
171 La Tritonia dio estas señales con no dudosas muestras.
172 Apenas fue depositada la imagen en los campamentos: ardieron las brillantes
173 llamas en sus ojos erguidas y un salado sudor
174 fluyó por sus miembros, y tres veces ella misma desde el suelo (admirable de decir)
175 destelló, llevando su escudo y su lanza temblando.
176 Al mismo tiempo Calcante canta que han de ser tentadas las superficies con la huida
177 y que no puede Pérgamo ser abierto a los dardos argólicos
178 si no vuelve a buscar Argos y el numen vuelven a conducir
179 al cual en el piélago en las curvas naves trajeron consigo.
180 Y ahora que con el viento buscaron las patrias Micenas,
181 las armas y dioses preparan como acompañantes, y, vuelto a ser medido el piélago,
182 llegaron de improviso; así organiza los ómenes Calcante.
183 Avisados, levantaron esta efigie en lugar del Paladio y en lugar del numen herido
184 la cual expiara el triste sacrilegio.
185 Sin embargo Calcante mandó levantar esta inmensa mole,
186 con robles entretejidos y al cielo elevarla
187 para que no pudiera ser recibida por las puertas o ser conducida a las murallas,
188 ni protegerse el pueblo troyano bajo su antigua religión
189 pues si vuestra mano hubiese violado los dones de Minerva,
190 entonces una gran destrucción (presagio que los dioses antes contra él mismo
191 viertan) una gran destrucción se produciría;
192 Pero si no con las manos vuestras hubiese ascendido a vuestra ciudad
193 en adelante Asia vendría en una gran guerra contra las murallas de Pélope
194 y estos hados esperarían a nuestros nietos."
195 Con tales insidias y el arte del perjuro Sinón
196 se creyó la cosa, y fueron capturados con engaños y lágrimas forzadas,
197 aquéllos a los que ni el Tidida ni el Aquiles de Larisa,
198 no domaron diez años, y tampoco mil carenas.
199 Aquí otra cosa mayor para nosotros, desgraciados, y mucho más terrible
200 se presenta, y turba nuestros pechos desprevenidos.
201 Laocoonte, conducido por la suerte como sacerdote para Neptuno,
202 sacrificaba un toro ingente a las solemnes aras.
203 He aquí, sin embargo que, unos gemelos reptiles, desde Ténedos,
204 por las altas, tranquilas superficies –me horrorizo refiriéndolo--
205 con inmensos orbes se echan al mar, y, a la par, a los litorales van;
206 los pechos de ellos, erguidos entre los flujos marinos, y sus crines
207 sanguíneas, sobrepasan las ondas; la parte restante el ponto
208 la recoge atrás, y retuerce las espaldas inmensas en una espiral.
209 Se produce un sonido, en el espumante mar; y ya los campos ocupaban los reptiles
210 y, ellos, inyectados sus ardientes ojos en sangre y en fuego,
211 con sus lenguas vibrantes lamían sus silbantes rostros.
212 Escapamos exangües por la visión. Ellos, en fila certera,
213 a Laocoonte buscan; y, a lo primero, un reptil y el otro,
214 abrazan los pequeños cuerpos de los dos hijos (de Laocoonte)
215 y ambos se comen las desgraciadas articulaciones con su mordisco;
216 después a él mismo, (a Laocoonte), que iba en ayuda de sus hijos y que llevaba dardos
217 lo arrebatan y lo ligan con sus espirales ingentes; y ya
218 dos veces abrazados a él, dos veces con su cuello las escamosas
219 espaldas dando lo superan con su cabeza y con sus cervices altas.
220 Él, simultáneamente, con las manos intenta deshacer los nudos,
221 rociadas las bandas con sangre corrompida y con oscuro veneno,
222 simultáneamente, clamores horrendos hacia el cielo eleva:
223 cual el toro sus mugidos, cuando huye, herido, el toro
224 al ara, y sacude de su cerviz la incierta hacha.
225 Mas, los gemelos dragones, con su deslizamiento, hacia los altos santuarios
226 huyen, y de la salvaje Tritonia buscan la ciudadela,
227 y bajo los pies de la diosa, y bajo el orbe de su escudo se esconden.
228 Entonces, verdaderamente, un nuevo pavor repta a través de los pechos
229 temblorosos para todos, y refieren que Laocoonte, mereciéndolo,
230 había pagado su crimen, el cual la sacra madera con la cúspide de su lanza
231 hubiera herido, y quien la execrable hasta blandió por la espalda del caballo.
232 Que ha de ser conducido el simulacro hacia las sedes y han de ser orados los númenes
233 de la diosa claman todos.
234 Dividimos los muros, y abrimos murallas de la ciudad.
235 Se ciñen todos a la obra, y en los pies del caballo hacen subyacer
236 deslizamientos de ruedas, y tienden ataduras de estopa
237 al cuello; escala la fatal máquina los muros
238 preñada con armas. Los chicos, alrededor, y chicas innuptas
239 cosas-sagradas cantan, y gozan de tocar la cuerda con la mano;
240 ella sube amenazante se desliza para mitad-de la ciudad.
241 ¡Oh patria! ¡Oh de los dioses casa Ilión, y famosos en la guerra
242 muros de los dardánidas! Cuatro en el propio dintel de la puerta
243 se detuvo y desde el útero un sonido cuatro veces las armas dieron.
244 Instamos, sin embargo, desmemoriados y ciegos por el furor
245 y el monstruo infeliz en la sagrada fortaleza situamos.
246 También entonces abre Casandra su boca para los hados futuros
247 por mandato del dios (Apolo) ni una vez creída por los Teucros.
248 Nosotros, los santuarios de los dioses, desgraciados, para los cuales sería aquel
249 el último día, con festiva fronda los velamos por la urbe.
250 Se vierte mientras tanto el cielo y cae al Océano la noche,
251 envolviendo con su sombra magna la tierra y el polo,
252 y los engaños de los mirmídones; dispersos por las murallas los teucros
253 callaron; el sopor abraza sus fatigadas articulaciones.
254 Y ya la argiva falange con las instruidas naves iba
255 desde Ténedos por los amigos silencios de la tácita luna,
256 los litorales conocidos buscando, cuando la regia popa llamas
257 había llevado, y, defendido (Sinón) por unos hados de dioses inicuos,
258 abre a los dánaos encerrados en el útero, y furtivamente abre
259 los encierros de pino Sinón. El caballo, abierto, hacia las auras los devuelve
260 a ellos, y ellos alegres se ofrecen desde la cóncava madera,
261 Tesandro y Esténelo, jefes, y el cruel Ulises,
262 deslizándose ellos, por la cuerda bajada, y Acamante y Toante
263 y el Pelida Neoptólomeo, y Macaonte el primero
264 y Menelao y el mismo fabricante del engaño, Epeo.
265 Invaden una urbe sepultada en el sueño y en el vino
266 asesinan a los vigilantes, y, abiertas las puertas, a todos
267 sus socios acogen, y se unen a sus tropas cómplices.
268 El tiempo era, en que la primera quietud para los mortales abatidos
269 empieza, y serpea, gratísima, como de los dioses.
270 He-aquí-que, en sueños, ante mis ojos, el tristísimo Héctor
271 me pareció estar presente, y derramar largos llantos,
272 raptado por los carros, como en su día, y oscuro por el cruento
273 polvo, y atravesado a correas por sus pies tumefactos.
274 ¡Ay de mí! ¡Cómo estaba! ¡Cuán mutado de aquel Héctor
275 el cual volvió habiéndose investido los despojos de Aquiles,
276 o el que lanzaba frigios fuegos a las popas de los dánaos!
277 Llevando una sucia barba y adheridos los cabellos por la sangre,
278 y aquellas heridas que, muchas, alrededor de los muros patrios
279 recibió. Por mi parte, llorando yo mismo me-parecía en sueños
280 que llamaba a ese varón y sacaba de mí estas tristes voces:
281 "¡Oh luz de Dardania, oh esperanza fidelísima de los teucros,
282 ¿qué demoras tan grandes te detuvieron? ¿Desde qué orillas, oh, Héctor
283 anhelado, vienes? ¡Cómo te contemplamos, después de los muchos funerales
284 de los tuyos, después de las variadas labores de los hombres y de la urbe,
285 agotados nosotros. ¿Qué causa indigna afeó
286 tus serenos semblantes? ¿O por qué esas heridas veo?”
287 Él, nada dijo; ni se demora ante mí, que preguntaba cosas vanas,
288 sino que, gravemente, sacando gemidos de lo hondo del pecho,
289 “Ay huye, hijo de la diosa, y arrebátate a ti mismo de estas llamas.
290 El enemigo tiene los muros; se derrumba desde su alto culmen Troya.
291 Suficiente a la patria y a Príamo dado fue: si Pérgamo con una diestra
292 ser defendido pudiera, también ya con ésta mi diestra defendido hubiera sido.
293 Troya te encomienda a ti sus objetos sagrados y sus Penates;
294 coge a éstos como acompañantes de los hados, con éstos busca las murallas
295 magnas que establecerás, finalmente, tras haber errado por todo el ponto.”
296 Así dice, y con sus manos a las bandas, y a Vesta poderosa,
297 y el eterno fuego saca de los profundos santuarios.
298 Entre tanto las murallas se confunden con un diverso luto,
299 y más y más, aunque secreta la casa de su padre
300 Anquises, y cubierta por árboles estaba apartada en un receso,
301 los sonidos se esclarecen y el horror de las armas se precipita.
302 Me sacudo abruptamente del sueño y a las cornisas del sumo techo
303 con mi ascenso supero, y me detengo con los oídos rígidos:
304 como cuando hacia un sembrado una llama, a causa de los enfurecidos Austros,
305 cae, o cuando el robador torrente desde el río de las montañas
306 asola los campos, asola los sembrados felices y las labores de los bueyes,
307 y arrastra los bosques precipitados: queda estupefacto, inconsciente, el pastor,
308 desde el alto vértice de la roca oyendo el sonido.
309 Entonces verdaderamente manifestada fue la fidelidad de ellos, y de los dánaos se quedan patentes
310 las insidias. Ya se derruyó la amplia casa
311 de Deífobo, superándola Vulcano ([no ya el fuego, sino su dios]), ya, próximo, arde
312 Ucalegonte; los anchos canales sigeos relucen con fuego.
313 Se origina el clamor de los hombres y el clangor de las tubas.
314 Cojo, sin mente, las armas; y no hay bastante razón en las armas,
315 sino que por aglomerar un puñado de hombres para la guerra y por concurrir a la fortaleza
316 con mis socios arden mis ánimos (de Eneas); el furor y la ira a mi mente
317 precipitan, se me ocurre que ser muerto entre las armas es bello.
318 He aquí que, sin embargo, Panto, escabullido de los dardos de los aqueos,
319 Panto el Otriade, sacerdote de la fortaleza y de Febo,
320 él mismo arrastra en su mano los objetos sagrados, y a los vencidos dioses,
321 y a su pequeño nieto, y en su carrera se dirige sin mente a mis umbrales
322 “¿En qué lugar está la situación suprema, Panto? ¿Qué fortaleza prendemos?”
323 Apenas había dicho yo esas cosas cuando con un gemido devolvió tales cosas:
324 “Vino el día supremo y el ineluctable tiempo
325 de Dardania. Fuimos, los troyanos. Fue, Ilión. Y fue la ingente
326 gloria de los teucros. El fiero Júpiter todo a Argos
327 transfirió; los dánaos se enseñorean en la incendiada urbe.
328 El alto caballo, erguido en medio de las murallas, difunde
329 hombres armados y, vencedor, Sinón incendios mezcla,
330 exultante. Otros están en las puertas con doble entrada,
331 cuantos miles en otro tiempo vinieron de las magnas Micenas;
332 sitiaron otros, con dardos opuestos, las partes angostas de las vías;
333 se alza una formación de hierro, pertrechada con puntas
334 brillantes, preparada para la muerte; apenas intentan los combates los primeros
335 vigilantes de las puertas, y con ciego Marte resisten.”
336 Por tales palabras del Otríada y por el numen de los dioses
337 me-lanzo hacia las llamas y hacia las armas, por donde la triste Erinia,
338 por donde el estruendo llama y el clamor, elevado hasta el éter.
339 Se añaden a sí mismos como socios Ripeo, y, máximo en las armas,
340 Épito, ofrecidos por la luna, e Hípanis, y Dimante,
341 y a nuestro lado se aglomeran, y el joven Corebo,
342 el Migmidónida en aquellos días, por el azar, hacia Troya
343 había venido, encendido por su insano amor a Casandra
344 y como yerno traía auxilio a Príamo y a los frigios,
345 ¡infeliz, quien los preceptos de una prometida inspirada no
346 había escuchado!
347 A los cuales, cuando los vi, compactados, arder hacia los combates,
348 comienzo, además de estas cosas: “Oh jóvenes, oh pechos fortísimos en vano,
349 si para vosotros existe el deseo cierto de seguir a quien osa unas cosas extremas (Eneas, y se refiere así mismo),
350 veis cuál sea la fortuna para nuestras cosas (la situación de Troya):
351 se marcharon todos los dioses, abandonados los templos profundos y las aras,
352 (esos dioses) por quienes este imperio se mantenía en pie; socorréis a una urbe
353 incendiada. Muramos y en medio de las armas caigamos.
354 Una sola es la salvación para los vencidos: no esperar ninguna salvación”
355 Así el furor añadido fue a los ánimos de los jóvenes. Desde ahí, como los lobos
356 rapaces en la oscura niebla, a quienes, ciegos, una ímproba rabia del vientre
357 los saca fuera, y sus cachorros, dejados atrás,
358 los esperan con sus fauces secas, así a través de los dardos, a través de los enemigos
359 vamos hacia una no dudosa muerte y mantenemos
360 el camino de la mitad de la urbe; la oscura noche vuela alrededor con su cóncava sombra.
361 ¿Quién el desastre de aquella noche, quién los funerales, hablando,
362 explicará, o pueda igualar las labores con las lágrimas?
363 Una urbe antigua se derrumba, habiendo dominado por muchos años;
364 muchos cuerpos inertes y por las vías yacen por-todas-partes
365 y por las casas y los religiosos umbrales
366 de los dioses. Y no solos los teucros dan sus castigos con sangre;
367 A veces también para los vencidos retorna a los corazones la virtud
368 y caen los vencedores dánaos. Por todas partes cruel
369 luto, por todas partes pavor y la múltiple imagen de la muerte.
370 Primero, de los dánaos, con una gran caterva acompañándolo,
371 Androgeo se ofrece a sí mismo para nosotros, creyéndonos tropas socias,
372 inconsciente, y, más allá, con palabras amigas nos apremia:
373 “¡Apresuraos, hombres! ¿Pues qué pereza tan tarda
374 os-demora? Otros roban los incendiados Pergamos
375 y se los llevan: y vosotros ahora por primera vez desde las excelsas naves llegáis?”
376 Dijo, y al mismo tiempo (pues no se nos daban respuestas
377 suficientemente fieles) se sintió deslizado en medio de los enemigos.
378 Se quedó estupefacto, y hacia atrás el pie junto con la voz reprimió.
379 Como quien pisa entre las ásperas zarzas un imprevisto reptil,
380 apoyándose él en el suelo, y, asustado, de repente lo rehúye
381 levantando las iras e inflamando los azules cuellos;
382 no diferentemente Androgeo, tembloroso por la visión, se iba.
383 Nos lanzamos, y alrededor nos difundimos con nuestras densas armas,
384 y a los ignorantes del lugar, por todas partes, y a los cautivos por el temor,
385 aplastamos; inspira la Fortuna a nuestra primera labor.
386 Y aquí, exultante por su éxito y por sus ánimos Corebo:
387 “Oh socios, por la vía que la primera Fortuna -dice- muestra
388 el camino de la salvación, y por la vía que se presenta a sí misma diestra, sigámosla:
389 cambiemos los escudos, y las insignias de los dánaos, y a nosotros mismos
390 los adaptemos. Engaño o virtud, ¿quién en el enemigo lo requiera?
391 Ellos mismos sus armas nos darán”. Así habló, después, el empenachado
392 yelmo de Androgeo y su insigne ornato del escudo
393 se inviste, y al costado acomoda una espada argiva.
394 Esto Ripeo, esto el mismo Dimante, y esto toda la juventud
395 hace, alegre: con los recientes espolios cada uno arma.
396 Vamos mezclados con los dánaos, no con el numen nuestro
397 y habiendo luchado muchos combates a través de la ciega noche,
398 nos-enlazamos; a muchos de los dánaos enviamos al Orco.
399 Huyen otros hacia las naves, y en su carrera unos litorales
400 seguros buscan; una parte de ellos el ingente caballo con temblor vergonzoso
401 escalan de nuevo, y en la conocida matriz se esconden.
402 ¡Ay que no es lícito que nadie confíe en nada, con los dioses en contra!
403 He aquí que era arrastrada la virgen Priameia, Casandra, sueltos
404 sus cabellos, desde el templo y desde los sagrarios de Minerva,
405 hacia el cielo tendiendo sus ojos ardientes en vano,
406 pues unas ataduras ataban sus tiernas palmas.
407 No soportó esta visión Corebo, enloquecida su mente,
408 y se lanzó dispuesto a morir hacia el medio de la formación.
409 Le seguimos todos y corrimos en medio de densas armas (armados).
410 Aquí, por primera vez, desde el alto culmen del santuario, por los dardos
411 de los nuestros somos destruidos y se origina una misérrima matanza
412 de las armas, por la faz y por el error de los penachos griegos.
413 Entonces los dánaos, por la ira de los troyanos de la raptada virgen
414 desde todos lados recolectados, nos invaden, el acérrimo Áyax
415 y ambos Atridas (los geminados Atridas, Agamenón y Menelao), y el ejército entero de los dólopes:
416 como alguna vez, en un roto torbellino, los vientos adversos
417 luchan juntos: y el Céfiro, y el Noto, y el alegre Euro, con sus orientales
418 caballos; los bosques hacen un ruido estridente y enloquece con su tridente
419 el espumoso Nereo, y remueve las superficies desde el fondo profundo.
420 También aquellos, si a algunos en la oscura noche por la sombra
421 difundimos con insidias y por toda la urbe los agitamos,
422 reaparecen; los primeros reconocen los escudos y los mentidos dardos,
423 y señalan las bocas discordantes por su sonido (lengua griega/lengua troyana).
424 En el mismo instante, somos superados por su número; y el primero Corebo
425 cayó muerto, por la diestra de Peneleo, junto al ara de la diva armipotente;
426 y cae Ripeo, el único más justo,
427 que existió entre los Teucros, y el más preservador de lo justo
428 (para los dioses de otro modo fue visto). Perecen Hípanis y Dimante
429 atravesados por sus socios; y ni a ti tu mucha piedad, Panto,
430 ni la cinta de Apolo te protegió a ti, que caías.
431 Oh ilíacas cenizas y llama final de los míos,
432 os pongo por testigos de que en el ocaso vuestro ni los dardos ni ningunos
433 azares de los dánaos yo evité, y, si los hados hubiesen sido
434 que yo cayera, lo habría merecido con mi mano. Nos separamos desde allí
435 Ífito y Pelias conmigo (de los cuales Ífito por la edad
436 ya era más pesado, y Pelias tardo por la herida de Ulises);
437 en seguida llamados hacia las sedes de Príamo por el clamor.
438 Aquí en verdad una ingente pugna discernimos, como si nunca otras guerras
439 hubieran existido, y ningunos en toda la urbe se muriesen.
440 Así, a Marte indómito, y a los dánaos precipitándose a los techos
441 discernimos, y el umbral asediado, hecha la concha (tortuga).
442 Se adhieren a las paredes las escalas y bajo los propios postes
443 se apoyan con pasos siniestros, y habiéndose protegido los escudos hacia los dardos
444 los lanzan, y prensan los aleros con sus diestras.
445 Los dardánidas, en contra, las torres y todos los cúlmenes
446 de las casas arrancan; con estos dardos, a ellos, cuando disciernen sus últimos-momentos,
447 ya en la extrema muerte se preparan para defenderse con dardos;
448 y las áureas vigas, altos ornatos de sus vetustos padres,
449 hacen rodar; otros, con sus espadas estrechadas,
450 asediaron las puertas: las preservan con regimiento denso.
451 Son ordenados los ánimos de socorrer los palacios regios,
452 y levantar a los hombres con auxilio, y añadir fuerza a los vencidos.
453 Un umbral había, y unas ciegas puertas, y un uso transitable,
454 de los palacios, entre sí, de Príamo, y postes abandonados
455 a la espalda, mientras se mantenían los reinos;
456 por donde, muy a menudo, la infeliz Andrómaca solía ir, no acompañada,
457 hacia sus suegros, y a su niño, Astianacte, traía al anciano Príamo.
458 Me evado hacia las cornisas del supremo culmen, desde dónde
459 sus dardos, inútiles, con su mano, lanzaban los míseros teucros.
460 Una torre, que estaba en pie, bajo los sumos techos,
461 y que estaba elevada hacia los astros, desde donde toda Troya solía ser vista,
462 y las naves de los dánaos, y los campamentos aqueos solían ser vistos,
463 aproximándonos alrededor, con hierro, por donde la parte alta del entablado
464 ofrecía junturas deslizantes (no firmes), arrancamos de sus altas
465 sedes, y la empujamos; ella, caída de repente, su ruina
466 con sonido arrastra, y sobre las formaciones de los dánaos, anchamente,
467 se cayó. Pero otros suben, y entretanto no cesan ni las rocas
268 ni ningún género de dardos.
469 Ante el mismo vestíbulo y en el primer umbral, Pirro
470 exulta, brillante por sus dardos y por una luz broncínea;
471 cual una culebra, cuando hacia el amanecer, habiendo pastado malas gramíneas,
472 a la cual culebra, tumefacta, bajo la tierra fría, una bruma cubría:
473 ahora, dejadas sus mudas, nueva y nítida con una juventud
474 lúbrica, erguida, contorsiona sus espaldas, con su pecho elevado
475 hacia el sol, y brilla con su boca por sus lenguas tripartitas.
476 A la vez, el ingente Perifante y el auriga de los caballos de Aquiles,
477 su escudero Automedonte, a una, toda la juventud esciria,
478 entran al palacio, y llamas a los tejados lanzan.
479 Él mismo, entre los primeros, rompe los duros umbrales con un hacha de dos hojas arrebatada,
480 y los postes broncíneas de su quicio
481 arranca; y ya, cortada la viga, cavó las maderas firmes,
482 y dejó una ingente ventana con una amplia boca.
483 Aparece la casa por dentro y los atrios largos se abren,
484 aparecen los interiores de Príamo y de los viejos reyes,
485 y ven a los armados que están en el primer umbral.
486 Y la casa interior con gemido y mísero tumulto
487 se confunde, y en el fondo los sagrarios cóncavos aúllan
488 con duelos femeninos; el clamor hiere los astros áureos.
489 Entonces las pávidas madres erran por los inmensos palacios;
490 y, abrazadas a ellos, sostienen los postes y les fijan besos.
491 Insta Pirro, con su violencia paternal (propia de Aquiles); y los claustros
492 ni los custodios tienen fuerza para soportarlo; se tambalea la puerta
493 a golpe de ariete incesante, y los postes removidos de su quicio caen hacia delante.
494 Se hace la vía con la violencia; rompen las entradas y a los primeros asesinan
495 los dánaos enviados, y ampliamente llenan con soldado los lugares.
496 No así, habiéndose roto sus cauces, cuando el espumoso río
497 se-sale, y las moles opuestas vence con su torbellino,
498 se lanza enloquecido contra los sembrados en cúmulo, y por todos los campos
499 confunde los ganados con sus establos. Vi yo mismo a Neoptólemo (Pirro),
500 enloquecido por su matanza, y a los gemelos Atridas en el umbral,
501 vi a Hécuba, y a sus cien nueras, y a Príamo por las aras,
502 manchando con sangre los fuegos que él mismo había consagrado.
503 Aquellos cincuenta tálamos, esperanza tan grande de nietos,
504 aquellos postes, soberbios de oro extranjero y de expolios,
505 cayeron; tienen los dánaos todo lugar por donde no está el fuego.
506 Quizás también preguntas cuáles fueran los hados de Príamo.
507 Cuando vio la caída de la ciudad capturada, y vio, convulsos,
508 los umbrales de los palacios, y al enemigo en mitad de los interiores,
509 unas armas largo tiempo desacostumbradas, él, mayor (el anciano Príamo), pone alrededor de sus hombros,
510 temblorosos por la edad, en vano, y se ciñe un no útil hierro
511 (espada), y se lanza a morir entre los densos enemigos.
512 En medio de los recintos sagrados, bajo el desnudo eje del éter,
513 había un ingente altar, y a su lado, un vetustísimo laurel
514 recostándose hacia el ara, y con su sombra estaba abrazado a los Penates.
515 Aquí, Hécuba y sus nacidas, en vano, alrededor de los altares,
516 como palomas precipitándose por una oscura tempestad,
517 todas muy juntas y abrazadas a los simulacros de los dioses estaban sentadas.
518 Pero cuando (Hécuba) a él mismo, a Príamo, tomadas las armas juveniles
519 cuando lo vio: “¿Qué mente tan ominosa, desgraciadísimo cónyuge,
520 te empujó a ceñirte con estas armas? ¿O adónde te arruinas?", dijo.
521 “No de tal auxilio ni de estos defensores
522 este tiempo necesita; no, si el propio Héctor mío, ahora estuviera presente.
523 Acude aquí, al fin; esta ara nos protegerá a todos,
524 o morirás a la vez”. Así habiendo hablado (Hécuba) con su boca, lo recibió,
525 hacia sí misma, y en la sagrada sede colocó al anciano.
526 He aquí, en cambio, que Polites, escapado de la matanza de Pirro,
527 uno de los hijos de Príamo, a través de los dardos, a través de los enemigos,
528 huye por los largos pórticos, y los vacíos atrios recorre,
529 herido. A él, Pirro, ardiente por hacerle una herida mortal,
530 lo persigue, y ya, ya, en la mano lo tiene y lo oprime con su hasta.
531 Cuando por fin se escapó ante los ojos y los rostros de sus padres,
532 cayó (Polites), y su vida difundió con mucha sangre.
533 En esto Príamo, aunque ya está en mitad de la muerte,
534 no, sin embargo, se abstuvo ni ahorró a su voz ni a su ira:
535 “Mas a ti, por este crimen,” exclama, “por tales osadías,
536 los dioses, si alguna piedad hay en el cielo que se preocupe de tales cosas,
537 te devuelvan gracias dignas de esto y tus premios debidos
538 te paguen, tú, quien me hiciste contemplar a la cara la muerte
539 de mi hijo, y execraste los rostros paternos con el funeral de su hijo.
540 Pero no aquel, del cual tú (Pirro) te mientes engendrado, Aquiles,
541 fue tal con su enemigo Príamo; sino que a los juramentos y a la fe
542 de un suplicante enrojeció, y el cuerpo exangüe de Héctor devolvió
543 para su sepulcro (para que yo Príamo lo enterrara), y a mí hacia mis reinos lo remitió”
544 Así habló el anciano, y un dardo no bélico, sin fuerza
545 lanzó, el cual en seguida fue rechazado por el ronco bronce,
546 y en el supremo centro del escudo (de Pirro) en vano quedó colgando.
547 Al cual Pirro: “Referirás, así pues, estas cosas, y como heraldo irás
548 al Pelida, mi progenitor (Aquiles). A aquel acuérdate de narrarle
549 mis tristes actos y acerca de su indigno (hijo) Neoptólemo
550 Ahora, muere.” Esto diciendo, junto a los mismos altares a él, tembloroso
551 arrastró, y a él, resbalando en la mucha sangre de su hijo (Polites),
552 le agarró el pelo con la mano izquierda, y con la diestra sacó
553 su brillante espada y, en su costado hasta la empuñadura la hundió.
554 Éste fue el fin de los hados de Príamo, este final
555 le cupo en suerte, a él, viendo Troya incendiada y caído
556 Pérgamo, a él, soberbio regidor un día de tantos pueblos
557 y tierras de Asia. Yace él, ingente, en el litoral, amputado,
558 y su cabeza arrancada de los hombros, y sin nombre su cuerpo.
559 Pero a mí entonces por primera vez me rodeó un salvaje horror
560 Me quedé estupefacto; me vino la imagen de mi querido padre
561 cuando al rey (Príamo), de igual edad, vi, exhalando su vida
562 por una cruel herida, me vino a la memoria la desierta Creúsa
563 y mi casa saqueada y la situación de mi pequeño (hijo) Julo.
564 Miro atrás, y cuál sea la provisión de mis hombres a mi alrededor miro.
565 Desertaron todos, agotados, y unos sus cuerpos
566 a la tierra enviaron de un salto o bien, otros, a los fuegos dieron sus cuerpos enfermos.
567 [Y ya a tal punto uno solo era yo Eneas, cuando contemplo a la Tindárida (Hélena)
568 guardando los umbrales de Vesta y escondida, callada,
569 en la secreta sede; me dan clara luz los incendios,
570 errante por todos lados, y a mí, llevando los ojos por todas las cosas.
571 Ella (Hélena), temiendo de antemano para sí a los teucros hostiles, por el destruido
572 Pérgamo y temiendo el castigo de los Dánaos, y las iras
573 de su abandonado cónyuge (Menelao), (Hélena), común Erinia de Troya y de su patria,
574 se había escondido a sí misma, y en las aras, no bienvenida, estaba sentada.
575 Ardieron fuegos en mi ánimo; me viene la ira de vengar
576 a mi patria, que caía, y de hacer pagar las penas criminales (de Hélena).
577 “¿Ciertamente ésta, (Hélena), incólume, contemplará Esparta y sus patrias
578 Micenas, y marchará como reina, con su parido triunfo?
579 ¿Y su matrimonio y la mansión de su padre y a sus hijos verá,
580 y también la multitud de las Ilíades, acompañada por los ministros frigios?
581 ¿Y habrá caído a hierro Príamo? ¿Troya habrá ardido a fuego?
582 ¿Habrá sudado tantas veces el litoral con la sangre de los dardanios?
583 No así ha de ser. Pues aunque ningún nombre digno de memoria
584 hay en la pena femínea (en matar a una mujer), esta victoria tiene su alabanza;
585 seré alabado sin embargo por haber extinguido el sacrilegio, y por haber tomado
586 las penas de la que lo merece (Hélena), y me alegrará haber saciado mi ánimo
587 de la llama vengadora, y de haber saciado las cenizas de los míos”
588 Cuando a mí, que de tales cosas me jactaba, y me dejaba llevar por una furiosa mente]
589 a mí se ofreció a sí misma, no antes tan clara a mis ojos, para ser vista,
590 y a través de la noche refulgió en una pura luz
591 mi alimenticia madre, confesándose diosa y cual suele ser vista
592. por los dioses celestiales y cuan grande suele ser vista, y con la diestra aprehendiéndome a mí
593 me contuvo, y con boca de rosa esto sobre ello añadió:
594 “Hijo, ¿qué tan gran dolor excita tus indómitas iras?
595 ¿Por qué te enfureces? ¿O adónde se ha apartado, para ti, tu preocupación de mí?
596 ¿No mirarás antes dónde hayas dejado a tu padre, agotado por la edad,
597 a Anquises, o si vive aún tu esposa, Creúsa,
598 y vive tu chico hijo, Ascanio? A todos los cuales, de todas partes, las griegas
599 filas rodean y, si no fuera constante mi cuidado,
600 ya las llamas se los habrían llevado y los habría agotado desangrado la espada enemiga.
601 No sea para ti odiada la cara de la Tindáride, la laconia (Hélena),
602 o el culpable Paris: la inclemencia de los dioses,
603 abatió estas riquezas, y asoló desde su culmen a Troya.
604 Observa (pues toda la nube, la que ahora, puesta delante para el que mira,
605 apaga las visiones mortales para ti y, húmeda, alrededor,
606 las oscurece: esa nube la arrancaré; tú no temas órdenes algunas
607 de tu madre, o no rehúses obedecer a mis preceptos):
608 aquí, donde ves las deshechas moles y las rocas arrancadas de las rocas,
609 y el ondeante humo con el mezclado polvo,
610 Neptuno agita los muros y los conmocionados fundamentos de los muros
611 con su gran tridente, y derrumba toda la ciudad desde sus sedes.
612 Aquí la salvajísima Juno, ella la primera, tiene
613 las puertas esceas, y, enfurecida, llama a la formación aliada desde las naves,
614 ceñida ella (Juno) con el hierro (la espada).
615 Contempla oh, Eneas que ya la Tritonia Palas (Atenea) las altas murallas
616 tiene como sede, refulgente con su nimbo y con su Górgona cruel.
617 Mi propio padre (Júpiter) a los dánaos suministra ánimos y fuerzas favorables,
618 él mismo suscita a los dioses contra las dárdanas armas.
619 Arráncate del peligro, hijo, e impón una huida y un final a tu fatiga;
620 en ningún sitio te faltaré, y a ti, protegido, te estableceré en tu umbral paterno”.
621 Había dicho, y en las espesas sombras de la noche se escondió.
622 Aparecen crueles los rostros, y enemigos los grandes númenes de los dioses
623 para Troya.
624 Entonces verdaderamente fue visto por mí toda Ilión en llamas,
625 y caer boca abajo la Neptunia Troya desde lo más profundo:
626 y como en lo más alto de los montes el antiguo olmo,
627 cuando a él, cortado con hierro y con incesantes hachas de dos alas
628 los agricultores lo instan a derrumbarse a-porfía, él (el olmo) por todos lados es amenazado,
629 tembloroso mece su cabellera, por su vértice golpeado,
630 hasta que, paulatinamente, vencido por las heridas,
631 su último gemido dio y arrastró, descuajado, su ruina por los cerros:
632 desciendo yo, y conduciéndome un dios de entre la llama y los enemigos
633 me libero: las armas abren un lugar y las llamas retroceden.
634 Y cuando se había llegado a los umbrales de la sede de mi padre
635 y a mis antiguas mansiones, mi progenitor, a quien yo deseaba subir el primero
636 a los altos montes y que era el primero al que yo buscaba,
637 se niega a prolongar su vida habiendo sido destruida Troya,
638 y a padecer el exilio. "Vosotros, oh, para quienes está íntegra la sangre
639 por vuestra edad" dijo "y están sólidas vuestras fuerzas por su robustez,
640 emprended vosotros la fuga.
641 A mí, si los celestiales hubiesen querido prolongarme la vida,
642 hubiesen conservado para mí estas sedes. Suficiente y de sobra que vi unas
643 destrucciones (las de Troya destruida por Heracles), y sobreviví a la cautivada ciudad.
644 Así, oh, así depositado (mi cuerpo), habiéndoos dirigido a él, (despedidos de mi cadáver), marchaos.
645 Yo mismo por mi mano la muerte encontraré; se compadecerá el enemigo
646 y mis despojos buscará. Fácil desecho de sepulcro.
647 Ya desde hace años odioso para los dioses, e inútil, mis años
648 demoro, desde que el padre de los dioses y rey de los hombres
649 me sopló con los vientos de su rayo y me tocó con el fuego".
650 Tales cosas recordando, persistía, y fijo permanecía.
651 Nosotros, en contra, desechos en lágrimas, tanto mi cónyuge, Creúsa,
652 y Ascanio, y toda la casa, diciendo que mi padre no quisiera arruinar consigo
653 todas las cosas y sucumbir a un hado urgente
654 se niega él, y se mantiene en lo emprendido y en sus mismas moradas.
655 De nuevo soy arrastrado a las armas y la muerte, desgraciadísimo yo, deseo:
656 Pues ¿qué consejo, o qué fortuna ya me era dada?
657 "¿Esperaste, padre, que yo pudiera sacar de aquí mi pie, abandonado tú,
658 y ha salido tan gran abominación de tu boca paterna?
659 Si place a los altísimos no dejar nada de tan gran ciudad
660 y reside esto en su ánimo, y les agrada añadirte a ti y a los tuyos
661 a la Troya que va a morir, abierta está la puerta a esta muerte,
662 y ya vendrá Pirro, con la mucha sangre de Príamo,
663 el que al hijo ante los semblantes de su padre, el que al padre mutila ante las aras.
664 "¿Esto era, nutricia madre (Venus), por lo que a mí, a través de las armas, a través de los fuegos
665 me sacas, para que contemple al enemigo en medio de los penetrales,
666 y para que contemple a Ascanio, y al padre mío, junto con Creúsa, asesinados
667 el uno en la sangre del otro?
668 ¡Armas, varones! ¡Traed las armas! Su último día invoca a los vencidos.
669 Devolvedme a mí hacia los dánaos; permitid que vuelva a ver los instaurados
670 combates: nunca hoy moriremos todos sin ser vengados".
671 Después de esto me ciño con la espada de nuevo, e insertaba con el escudo
672 mi mano siniestra, adaptándola, y me lanzaba a mí mismo fuera de las mansiones.
673 Pero he aquí que mi esposa, abrazada a mis pies en el umbral
674 estaba-firme, y tendía hacia mí, su padre, al pequeño Julo:
675 "Si te vas para morir, también a nosotros arrástranos a todas las cosas contigo;
676 pero si, habiéndolo experimentado, alguna esperanza pones en las armas,
677 primero protege esta casa. ¿A quién el pequeño Julo,
678 a quién tu padre, a quién soy abandonada yo misma, la que un día fui llamada tu esposa?”
679 Gritando tales cosas con su gemido llenaba toda la mansión,
680 cuando se origina un prodigio súbito y admirable de decir.
681 Pues entre las manos y los rostros de sus tristes padres
682 he aquí que desde lo más alto de la cabeza de Julo un leve ápice
683 pareció que difundía luz, y una llama no dañina al tacto,
684 que lamía sus suaves melenas (de Julo) y que se apacentaba alrededor de sus sienes.
685 Nosotros, atemorizados, empezamos a temblar de miedo y a sacudir su pelo
686 ardiente y a extinguir los santos fuegos con aguas.
687 Sin embargo mi padre Anquises elevó sus ojos a las estrellas, alegre,
688 y hacia el cielo las palmas junto con su voz tendió:
689 “Júpiter omnipotente, si has de doblegarte con preces algunas,
690 contémplanos a nosotros, solo esto, y si merecemos tu piedad,
691 danos, después, tu auxilio, padre, y confirma estos ómenes".
692 Apenas estas cosas había dicho el anciano, y con un súbito fragor
693 tronó a la izquierda, y, desde el cielo, resbalada por entre las sombras,
694 una estrella corrió, llevando su antorcha con mucha luz.
695 A ella, resbalando sobre los más altos cúlmenes de la mansión
696 la divisamos, clara, esconderse en la espesura idea (del monte Ida),
697 y señalando (ella) los caminos; entonces, su surco (en el cielo), con su larga linde,
698 da luz, y anchamente, alrededor los lugares sahúman de azufre.
699 Entonces, en verdad, convencido, mi progenitor se alza hacia las auras
700 y se dirige a los dioses y la sagrada estrella adora.
701 "Ya, ya ninguna la demora es; os sigo, y por donde conducís voy,
702 dioses patrios; conservad mi familia, conservad a mi nieto (Julo).
703 Vuestro es este augurio, y en vuestro numen Troya está.
704 Cedo yo ciertamente, y no, hijo mío, rehúso ir yo como acompañante para ti"
705 Había dicho él, y ya, por las murallas, un fuego más claro
706 se oye, y más cerca los incendios hacen rodar los calores.
707 “Así pues, anda, querido padre, imponte sobre la cerviz nuestra;
708 yo mismo te subiré a hombros y no a mí esta labor me pesará;
709 por dondequiera que las cosas acaecerán, uno y común el peligro será,
710 una misma la salud para ambos será. Para mí el pequeño Julo
711 sea compañero, y de lejos guardará nuestras huellas mi esposa.
712 Vosotros, sirvientes, advertid con vuestros ánimos a lo que yo diga.
713 Hay, para los que salen de la ciudad, un túmulo y un templo vetusto
714 de la abandonada Ceres, y, junto, un antiguo ciprés
715 preservado por la religión de nuestros padres por muchos años.
716 hacia esta única sede vendremos desde diversos lugares.
717 Tú, progenitor, toma los objetos sagrados en tu mano y los patrios penates:
718 es sacrílego que yo los toque, habiendo salido yo de guerra tan grande y de la matanza
719 reciente, hasta que en un río vivo
720 me haya purificado.”
721 Esto habiendo dicho, me recubro los anchos hombros y mi subyacente cuello
722 sobre mi ropa y la piel de un dorado león,
723 y me meto bajo mi carga (bajo Anquises); a mi diestra se plegó el pequeño
724 Julo, y sigue a su padre no con pasos iguales;
725 detrás viene mi esposa. Somos llevados por las partes opacas de los lugares,
726 y a mí, a quien hace poco ningunos dardos lanzados
727 me conmovían, ni los griegos aglomerados en adversa fila,
728 ahora todas las auras me aterran, todo sonido me excita,
729 a mí, suspendido, y al par temiendo por mi acompañante (Julo) y por mi carga (Anquises).
730 Y ya me acercaba a las puertas, y me parecía haber escapado de
731 toda vía, cuando súbitamente un denso sonido de pies
732 pareció llegar a mis oídos, y mi padre, oteando por la sombra:
733 “Hijo”, exclama, “huye, hijo, se acercan.
734 Ardientes escudos y bronces brillantes veo".
735 Aquí, a mí, asustado, no sé qué numen poco amistoso
736 me arrebató mi confundida mente. Pues mientras sigo en mi carrera
737 unos lugares intransitados, y sobrepaso las partes conocidas de las vías,
738 ay, es incierto si por un hado, desgraciado, mi esposa Creúsa, arrebatada, quedó atrás,
739 o si se equivocó de camino, o si, errada, se sentó;
740 y ya después no fue devuelta a los ojos nuestros.
741 Y no antes miré hacia atrás a ella perdida, o mi ánimo volví atrás, no antes
742 de que llegáramos al túmulo de la antigua Ceres y a su sede sagrada:
743 aquí, finalmente, reunidos todos, una sola
744 estuvo ausente, y a sus acompañantes, tanto a su hijo como a su marido, defraudó.
745 ¿A quién no acusé, demente, de los hombres y de los dioses,
746 o qué-cosa más cruel en la destruida ciudad vi?
747 A Ascanio y a mi padre Anquises y los penates teucros,
748 todos los encomiendo a mis socios, y en un curvado valle los escondo;
749 yo mismo a la ciudad regreso y me ciño con mis fulgentes armas.
750 Firme está renovar todos los casos-situaciones y volverme por toda
751 Troya y de nuevo mi cabeza exponer a los peligros.
752 Al principio, los muros y los oscuros umbrales de esa puerta
753 por la cual mi marcha había sacado yo, vuelvo a buscar, y mis huellas,
754 hacia atrás observadas, sigo a través de la noche y las busco con la luz:
755 horror por todos lados en/para mi ánimo; a la vez, los propios silencios me aterran.
756 Desde ahí a mi casa-paterna, por si por fortuna su pie, por fortuna, la hubiese llevado,
757 a mí mismo me devuelvo: habían irrumpido en ella los dánaos, y todo el techo tenían.
758 Al punto el fuego voraz a lo más alto de las cornisas con el viento
759 se envuelve; las superan las llamas, enloquece el bullir del fuego hacia las auras.
760 Avanzo y las sedes y la fortaleza de Príamo vuelvo a ver:
761 y ya, en los pórticos vacíos, en el asilo de Juno,
762 unos custodios selectos, Fénix y el cruel Ulises
763 el botín guardaban. Aquí, de todas partes, el troyano tesoro
764 raptado de los incendiados templos, y las mesas de los dioses,
765 y las crateras sólidas por ser de oro, y la ropa cautiva
766 se amontonan. Los niños y las aterrorizadas madres en larga fila
767 están alrededor.
768 Osando yo, incluso por qué no, a lanzar voces, por la sombra
769 llené con mi clamor las vías, y, triste yo, a Creúsa
770 en vano, redoblando mis voces una vez y otra vez la llamé.
771 A mí que la buscaba y que de los techos de la ciudad sin fin me lanzaba,
772 el infeliz simulacro y la sombra de la propia Creúsa
773 fue vista por mí ante los ojos, y mayor(era su imagen que la conocida.
774 Me quedé estupefacto, y se pusieron de punta mis cabellos y la voz a mi garganta quedó adherida.
775 Entonces así dijo y quitó mis cuidados con estas palabras:
776 "¿Qué te ayuda abandonarte tanto a un insano dolor,
777 oh dulce cónyuge? No estas cosas suceden sin el numen
778 de los dioses; y no es lícito que tú lleves a Creúsa como compañera
779 y no lo permite aquel regidor del supremo Olimpo.
780 Largos exilios para ti, y la vasta superficie del mar ha de ser arada por ti,
781 y llegarás a la tierra hesperia (de Hesperia), donde el lidio Tibris (Tíber-Álbula)
782 fluye entre los fecundos campos de los hombres con su suave corriente.
783 De allí sucesos felices, y un reino, y una regia esposa,
784 te serán nacidas; rechaza las lágrimas de tu amada Creúsa.
785 No veré yo las sedes de los mirmídones ni las sedes soberbias de los dólopes,
786 o iré para servirlas a las madres griegas,
787 siendo yo dardánida y nuera de la divina Venus;
788 sino que a mí la magna progenitora de los dioses me detiene en estas orillas.
789 Y, ya, ten salud, y preserva el amor de nuestro hijo común".
790 Cuando estas palabras dio, a mí, llorando y queriendo muchas cosas decir,
791 me abandonó, y retrocedió hacia las tenues auras.
792 Tres veces intenté yo allí dar mis brazos alrededor de su cuello;
793 tres veces en vano abrazada su imagen, huyó de mis manos,
794 imagen pareja a los leves vientos y muy semejante al volador sueño.
795 Así, al fin, a mis socios, consumida la noche, vuelvo a ver.
796 Y aquí encuentro, quedándome admirado, que había afluido un ingente número
797 de nuevos compañeros, madres y varones,
798 una juventud reunida para el exilio, pueblo desgraciado.
799 De todas partes se reunieron, preparados, con sus ánimos y sus recursos,
800 a ir a cualesquiera tierras que yo quisiera conducirlos por el piélago.
801 Y ya surgía el Lucífero (la estrella del alba) por los cerros de lo más alto del Ida
802 y conducía al día, y los dánaos tenían asediados
803 los umbrales de las puertas, y no nos era dada esperanza alguna de ayuda.
804 Cedí, y, levantado mi padre a hombros, busqué los montes.