La Eneida (Wikisource tr.)/III

De Wikisource, la biblioteca libre.
La Eneida
de Virgilio
traducción de Wikisource
Libro III

Libro III

1. Después de que pareció bien a los altísimos demoler los estados de Asia
2. y a la gente de Príamo, que no lo merecía, y que cayó la soberbia
3. Ilión, y que, toda, por el suelo, humea la Neptunia Troya,
4. los augurios de los dioses nos llevan a diversos exilios
5. y a buscar tierras desiertas, y nos construimos una flota bajo la
6. propia ciudad de Antandro y en los montes del frigio Ida,
7. desconocedores de adónde nos lleven los hados, de dónde podremos asentarnos,
8. y reunimos a los hombres. Apenas había comenzado el verano,
9. y el padre Anquises ordenaba dar las velas a los hados,
10. cuando, llorando, abandono las costas de la patria y sus puertos
11. y los campos donde Troya fue. Soy arrastrado, exiliado, al mar
12. con mis compañeros y mi hijo, con los penates y los grandes dioses.
13. Se cultiva una tierra de Marte lejos, de vastos campos
14. (los Tracios la aran), gobernada en otro tiempo por el fiero Licurgo,
15. antiguo hospicio de Troya y Penates aliados,
16. mientras hubo fortuna. Me veo arrastrado allí, y en la curva playa
17. coloco las primeras murallas habiendo entrado por unos hados inicuos,
18. y forjo el nombre de Enéadas a partir del mío.
19. Llevaba sacrificios a mi madre, la hija de Dione, y a los dioses
20. auspiciadores de las obras emprendidas, e inmolaba en la playa
21. un toro brillante al supremo rey de los celestiales.
22. Por azar, se alzaba al lado un túmulo, y en lo alto había ramas
23. de cornejo y un mirto erizado de densas puntas.
24. Me acerqué intentando arrancar del suelo un verde
25. arbusto, para poder cubrir los altares con sus frondosas ramas,
26. y veo un extraño prodigio horrible de contar.
27. Pues en cuanto arranco del suelo, cortadas sus raíces, el primer tallo,
28. éste destila gotas de negra sangre, y ensucian
29. la tierra con su podre. Un frío horror
30. sacude mis miembros y se cuaja mi sangre helada de miedo.
31. De nuevo y por segunda vez intento arrancar una vara flexible
32. y buscar hasta el fondo las causas escondidas;
33. y otra vez mana negra sangre de la corteza.
34. Dando muchas vueltas en mi ánimo, veneraba a las Ninfas agrestes
35. y al padre Gradivo, el que preside en los campos de los Getas,
36. para que secundasen las visiones y aliviaran su presagio.
37. Pero cuando con mayor esfuerzo me acerco a una tercera asta,
38. y de rodillas lucho contra la adversa arena,
39. (¿debería seguir o callar?) se escucha desde el profundo túmulo,
40. un lastimero gemido y una voz, devuelta, llega a mis oídos:
41. “¿Por qué desgarras, Eneas, a un desgraciado? Deja en paz ya a un sepultado,
42. deja de profanar tus manos piadosas. No me crió Troya
43. extraño para ti, o no mana sangre de la madera.
44. Huye, ay, de estas tierras despiadadas, huye de una costa avara:
45. pues yo soy Polidoro. Aquí, atravesado, me sepultó una férrea
46. mies de lanzas y creció con agudas jabalinas”.
47. Entonces en verdad, oprimido en mi mente por un doble miedo,
48. quedé estupefacto y se erizaron mis cabellos y la voz se me clavó en la garganta.
49. En otro tiempo a este Polidoro, con un enorme peso de oro,
50. a escondidas, lo había mandado [su padre] el pobre Príamo al rey de Tracia
51. para que creciera allí, desconfiando ya de las armas
52. de Dardania y viendo que su ciudad era ceñida por el asedio.
53. El rey aquel, una vez que las quebradas fuerzas de los teucros y la Fortuna los abandonaron,
54. poniéndose de parte de Agamenón y de las armas vencedoras,
55. rompió todo lo sagrado: asesina a Polidoro y se apodera
56. del oro por la fuerza. ¡A qué no obligas a los pechos mortales,
57. abominable hambre de oro! Cuando el pavor abandonó mis huesos,
58. refiero a los próceres elegidos de mi pueblo y a mi padre el primero
59. los prodigios de los dioses, y les pregunto cuál sea su opinión.
60. Todos tenían el mismo ánimo, salir de una tierra criminal,
61. dejar un ultrajado refugio y dar Austros a la flota.
62. Así pues instituimos el funeral de Polidoro,
63. y se amontonó una inmensa tierra en un gran túmulo;
64. se alzan para sus Manes las tristes aras con cintas azules y negro ciprés,
65. y alrededor las Ilíades, con los cabellos sueltos, según la costumbre;
66. ofrendamos espumantes vasijas con tibia leche
67. y páteras de sagrada sangre, y entregamos su alma al sepulcro
68. y, por último, con fuerte voz, la invocamos.
69. Desde ahí, cuando el mar nos ofrece la primera confianza, y los vientos
70. nos dan mares aplacados y un Austro suave, crepitante, nos llama al mar,
71. mis compañeros bajan (de) las naves y llenan la playa;
72. avanzamos adelante, desde el puerto, y se alejan las tierras y las ciudades.
73. Se cultiva en medio del mar una sagrada tierra, gratísima
74. para la madre de las Nereidas y para el Neptuno Egeo,
75. a la cual, errante alrededor de costas y playas, el piadoso Arquero
76. la amarró desde la elevada Míconos y de Gíaros,
77. y ya inmóvil le concedió ser cultivada, y despreciar los vientos.
78. Allá me veo arrastrado, y ella, placidísima, nos acoge cansados en su seguro puerto;
79. desembarcados, veneramos la ciudad de Apolo.
80. El rey Anio, siendo él mismo rey de los hombres y sacerdote de Febo,
81. acude, ciñendo sus sienes con las ínfulas y el laurel sagrado;
82. reconoció a Anquises como a un viejo amigo.
83. Juntamos nuestras diestras en hospitalidad y entramos bajo techados.
84. Veneraba yo los templos del dios, erigidos en una vieja roca:
85. “Dónanos, Timbreo, una casa propia; da a estos hombres cansados unas murallas,
86. y una estirpe y una ciudad que haya de perdurar; salva a los nuevos Pérgamos
87. de Troya, reliquias de los dánaos y del cruel Aquiles.
88. ¿A quién seguimos? ¿O adónde ordenas ir? ¿Dónde establecernos?
89. Danos, Padre, un augurio y deslízate en nuestros ánimos”.
90. Apenas había acabado de hablar: me pareció que todo temblaba de pronto,
91. los umbrales y el laurel del dios, y el monte entero me pareció
92. que se movía alrededor y que el trípode mugía en el abierto santuario.
93. Sumisos nos echamos a tierra y una voz llega a nuestros oídos:
94. “Duros dárdanidas, la primera tierra que os llevó,
95. desde la raza de vuestros padres, esa misma con alegre seno
96. os acogerá al volver. Buscad a vuestra antigua madre.
97. Ahí la casa de Eneas dominará sobre todas las costas
98. y los hijos de sus hijos y los que nazcan de ellos”.
99. Esto dijo Febo; y, con el tumulto mezclado, nació una ingente
100. alegría, y todos preguntan cuáles sean esas murallas,
101. adónde nos llama Febo, errantes, y nos manda que volvamos.
102. Entonces mi padre [Anquises], revolviendo las memorias de los viejos hombres, dice
103. “Escuchad, oh próceres, y conoced vuestras esperanzas.
104. Creta, la isla del gran Júpiter, yace en medio del mar,
105. donde está el monte Ida, y las cunas de nuestro pueblo.
106. Habitan cien grandes ciudades, fertilísimos reinos,
107. de donde, si debidamente recuerdo lo oído, el máximo padre,
108. Teucro, arribó por primera vez a las costas reteas,
109. y deseó un lugar para su reino. Todavía no se habían levantado Ilión ni
110. las fortalezas de Pérgamo; habitaban en lo profundo de los valles.
111. De allí la veneradora madre del monte Cíbelo, y los bronces de los Coribantes,
112. y el bosque ideo; de allí los fieles silencios para sus misterios,
113. y los leones uncidos llevaron el carro de su dueña.
114. Así pues, animaos y sigamos por donde nos llevan las órdenes de los dioses:
115. aplaquemos los vientos y busquemos los reinos de Cnosos.
116. Y no distan en un largo trecho: sólo con que nos asista Júpiter,
117. la tercera luz establecerá nuestra flota en las costas de Creta”.
118. Así habló, y sacrificó a las aras sus merecidos honores,
119. un toro a Neptuno, un toro a ti, bello Apolo,
120. una oveja negra a la Mala Estación, y una blanca a los felices Céfiros.
121. Vuela la fama de que el rey Idomeneo ha sido expulsado de los reinos de su padre,
122. y de que estaban desiertas las playas de Creta,
123. de que su casa está libre del enemigo y que nos aguardan sus sedes abandonadas.
124. Abandonamos los puertos de Ortigia y volamos por el mar,
125. y la báquica Naxos con sus collados, y la verde Donusa,
126. y Oléaros y la nívea Paros, y esparcidas por las aguas
127. las Cícladas, y pasamos los mares encrespados de tierras numerosas.
128. El clamor de los marinos se levanta en reñida disputa:
129. piden los compañeros que busquemos Creta y a nuestros antepasados.
130. Nos empuja al avanzar un viento surgiendo de nuestra popa,
131. y finalmente nos deslizamos a las antiguas costas de los curetes.
132. Así pues, ansioso, levanto los muros de la ciudad deseada y la llamo
133. Pergámea, y a mi pueblo, contento con el nombre,
134. lo exhorto a amar sus hogares, y a elevar una fortaleza para sus tejados.
135. Y apenas ya las popas estaban varadas en una playa seca,
136. la juventud afanada en nuevos matrimonios y nuevos campos,
137. yo les daba leyes y casas, cuando de pronto nos vino
138. una plaga mórbida y miserable para los cuerpos y para los árboles y sembrados,
139. y un año mortífero, desde una envenenada región del cielo.
140. Abandonaban sus dulces almas o arrastraban sus cuerpos
141. enfermos; por entonces Sirio abrasaba los estériles campos,
142. se secaban las hierbas y una mies enferma nos negaba el sustento.
143. De nuevo, a recorrer el mar hacia el oráculo de Ortigia y a Febo
144. me exhorta mi padre, y a suplicar su venia,
145. qué fin dispone a estas agotadoras desgracias, de dónde nos ordena
146. buscar el remedio de nuestras fatigas, adónde dirigir nuestro rumbo.
147. Era la noche, y en las tierras el sueño se apoderaba de los vivientes:
148. las sagradas efigies de los dioses y los frigios Penates
149. que había traído conmigo desde Troya, y de entre los incendios de la ciudad,
150. se mostraron erguidos ante mis ojos, cuando yacía,
151. en sueños, iluminados con gran resplandor, por donde la luna
152. llena se derramaba por las ventanas abiertas;
153. entonces así hablaron y con estas palabras disminuyeron mis preocupaciones:
154. “Lo que Apolo te ha de decir, una vez devuelto a Ortigia,
155. aquí lo canta y además, he aquí, nos envía a tus umbrales.
156. Nosotros te seguimos, tras el incendio de Dardania, a ti y a tus armas,
157. nosotros bajo tu guía hemos medido el mar henchido con nuestra flota,
158. nosotros mismos llevaremos hasta a los astros a tus futuros
159. descendientes y daremos el imperio a la Ciudad. Tú prepara
160. grandes murallas para cosas y gentes grandiosas, y no abandones a la fuga esta enorme labor.
161. Las sedes han de ser cambiadas. No te aconsejó estas playas
162. el Delio, o no te ordenó Apolo establecerte en Creta.
163. Hay un lugar, los griegos lo llaman Hesperia por sobrenombre,
164. una tierra antigua, poderosa por sus armas y por la exuberancia de su tierra;
165. la cultivaron hombres de Enotria; ahora dice el rumor que sus
166. descendientes la han llamado Italia por el nombre de su líder.
167. Éstas son nuestras sedes propias, de aquí nació Dárdano
168. y el padre Jasio, príncipe desde el cual viene nuestra estirpe.
169. Vamos, levántate, y refiere alegre estas palabras que no se han de dudar
170. a tu longevo padre: que busque Córito y las tierras
171. ausonias; Júpiter te niega los campos dicteos”.
172. Atónito ante tales visiones y por la voz de los dioses
173. (y aquello no era un sueño, sino que me parecía reconocer cara a cara los rasgos
174. y las cabelleras veladas y los rostros presentes;
175. entonces manaba de todo mi cuerpo un sudor gélido)
176. lanzo mi cuerpo desde los cobertores y tiendo al cielo mis manos
177. levantadas junto con mi voz y libo en los fuegos
178. presentes sin mancha. Contento, terminado el honor,
179. cercioro a Anquises, y le expongo el asunto por su orden.
180. Reconoció la prole doble y los duplicados padres,
181. y que él mismo había sido engañado por el nuevo error de los antiguos lugares.
182. Entonces recuerda: “Hijo fatigado por los hados de Ilión,
183. Casandra sola me profetizaba tales sucesos.
184. Ahora recuerdo que, al presagiar las cosas que corresponderían a nuestro linaje
185. también mencionaba a menudo a Hesperia, a menudo los reinos ítalos.
186. Pero ¿quién podría creer que los teucros iban a llegar hacia las playas de
187. Hesperia? ¿O a quién entonces podría conmover la profetisa Casandra?
188. Cedamos a Febo y advertidos sigamos mejores señales”.
189. Así dice, y todos obedecemos su palabra con ovaciones.
190. Abandonamos también esta sede y, dejando a unos pocos,
191. damos velas, y en el cavo leño recorremos el vasto mar.
192. Después de que las naves ocuparon el mar y no aparecen ya
193. tierras ningunas, cielo por todos lados y por todos lados mar,
194. entonces se paró sobre mi cabeza una lluvia cerúlea,
195. portando noche y tormenta, y las olas se encresparon de tinieblas.
196. Al momento, los vientos revuelven el mar y surgen enormes
197. olas: somos lanzados dispersos por un vasto remolino;
198. los nimbos envolvieron el día y una noche húmeda arrebató el cielo,
199. se desdoblan los rayos entre las abruptas nubes,
200. somos expulsados de nuestro rumbo y vagamos entre las ciegas olas.
201. El propio Palinuro dice que no puede discernir el día y la noche en el cielo
202. y que no se acuerda del camino en medio de las olas.
203. En la ciega bruma vagamos así hasta tres inciertos soles
204. por el mar, y otras tantas noches sin estrella.
205. Al cuarto día por primera vez pareció que se levantaba
206. una tierra, que se abrían a lo lejos los montes y se movía un humo.
207. Caen las velas, nos levantamos hacia los remos; no hay demora, los esforzados navegantes
208. quiebran las espumas y barren los azules del mar.
209. Salvado de las olas, en primer lugar me acogen las costas de las Estrófades.
210. Se alzan las Estrófades, dichas con su nombre griego,
211. islas en el gran Jonio, que la siniestra Celeno
212. y las otras Harpías cultivan, después de que la casa de Fineo
213. les fue cerrada y por miedo dejaron las mesas anteriores.
214. No hay monstruo más triste que aquellas, ni ninguna
215. peste e ira de los dioses más cruel se levantó de las olas estigias.
216. De vírgenes los semblantes de esas voladoras, sucísima la emanación
217. de su vientre, y manos ganchudas y rostros
218. siempre pálidos por el hambre.
219. Cuando arrastrados aquí entramos en los puertos, he aquí
220. que vemos por todos lados en los campos alegres manadas de reses
221. y un rebaño de cabras sin custodio alguno por las hierbas.
222. Nos lanzamos a las espadas e invocamos a los dioses y al propio
223. Júpiter hacia nuestra parte y al botín; entonces en el curvo litoral
224. Preparamos los lechos y nos convidamos con ricos manjares.
225. Sin embargo, inesperadas, con espantoso salto se presentan desde los montes
226. las Harpías, y baten con grandes estridencias sus alas,
227. y desgarran los manjares y ensucian todo con su contacto
228. inmundo; después, una voz feroz entre el tétrico olor.
229. De nuevo, en un retiro lejano bajo una roca ahuecada
230. [cerrada a su alrededor por árboles y sombras horrendas]
231. preparamos las mesas y reponemos el fuego para los altares;
232. de nuevo, de la parte opuesta del cielo y en oscuros escondrijos
233. la sonora turba sobrevuela el botín con sus pies ganchudos,
234. ensucia con su boca los manjares. Entonces ordeno a mis
235. compañeros que empuñen
236. las armas, y que se ha de hacer la guerra con ese cruel linaje.
237. No de otro modo que como se les ordena actúan, y disponen sus espadas cubiertas
238. por la hierba y esconden sus escudos guardados.
239. Así que, cuando se deslizaron y emitieron su sonido por las curvadas
240. playas, da Miseno la señal desde la alta atalaya ya
241. con el cavo bronce. Mis compañeros acuden e intentan unas desconocidas luchas,
242. mancillar a espada a las obscenas aves del mar.
243. Pero ni golpe alguno en sus alas ni heridas en su espalda encajan,
244. y, deslizándose en rápida huida a las estrellas, abandonan
245. su presa a medio comer y sus sucios vestigios.
246. Una sola se posó en una muy alta roca, Celeno,
247. adivina infausta, y rompe desde su pecho este grito;
248. “¿Guerra, además, a cambio de vuestra matanza de bueyes y de los novillos muertos,
249. oh estirpe de Laomedonte, no preparáis acaso traernos la guerra
250. y expulsar a las inocentes Harpías del reino de su padre?
251. Recibid pues en vuestro ánimo y clavad estas palabras mías,
252. que a Febo el padre omnipotente y a mí Febo Apolo
253. me dijo antes, yo os despliego la mayor de las Furias.
254. Italia buscáis con vuestro curso y con vuestros invocados vientos:
255. iréis a Italia y se os permitirá entrar en los puertos.
256. Pero no ceñiréis de murallas la ciudad otorgada
257. antes de que un hambre terrible y la injuria de nuestra
258. matanza os obligue a morder alrededor y devorar con las mandíbulas las mesas".
259. Dijo, y, llevada por sus alas, huyó de nuevo al bosque.
260. Sin embargo, a mis compañeros del repentino espanto se les heló
261. la sangre: se abatieron sus ánimos, y ya no más por las armas, sino con votos y oraciones me ordenan pedir la paz,
262. bien sean diosas, bien crueles y obscenas aves.
263. Y el padre Anquises desde la playa con las palmas extendidas
264. invoca a los grandes númenes e indica sus honores merecidos:
265. “Prohibid, dioses, las amenazas; dioses, alejad tal desgracia
266. y preservad plácidos a los piadosos". Entonces de la playa
267. ordena arrancar la maroma y sacudir y soltar las amarras.
268. Inflan las velas los Notos: huimos por las espumeantes olas,
269. por donde el viento y el piloto llamaban al curso.
270. Ya aparece en medio del oleaje la nemorosa Zacintos
271. y Duliquio y Same y Nérito, ardua por sus piedras.
272. Rehuimos los escollos de Ítaca, reinos de Laertes,
273. y maldecimos la tierra alimenticia del cruel Ulises.
274. Pronto también las nimbosas cumbres del monte Leucata,
275. y se muestra el Apolo temido para los navegantes.
276. A él nos dirigimos cansados y entramos a la pequeña ciudad;
277. se lanza el ancla de proa, se yerguen las popas en la playa.
278. Así pues, finalmente, tomando posesión de una tierra inesperada,
279. nos purificamos para Júpiter y encendemos las aras para los votos,
280. y celebramos las costas de Actio con los juegos de Ilión.
281. Ejercitan las palestras patrias con resbaladizo aceite
282. los compañeros desnudos: nos alegra haber evitado tantas ciudades
283. argólicas y haber logrado la huida por entre los enemigos.
284. Entre tanto el sol da la vuelta a un largo año
285. y el glacial invierno pone ásperas las olas con los Aquilones.
286. Un escudo de cavo bronce, prenda del gran Abante,
287. cuelgo en las jambas de enfrente y lo firmo con un verso:
288. ENEAS, ESTAS ARMAS DE LOS DÁNAOS VENCEDORES;
289. entonces, ordeno abandonar los puertos y sentarse en los bancos.
290. Mis compañeros a porfía hieren el mar y barren las superficies:
291. en seguida perdemos de vista las aéreas ciudadelas de los feacios
292. y elegimos las costas del Epiro y entramos en el puerto
293. caonio y accedemos a la elevada ciudad de Butroto.
294. Aquí, un rumor increíble de la situación llena nuestros oídos,
295. que Héleno el Priámida reinaba por entre las ciudades griegas,
296. tras haberse apoderado del matrimonio y de los cetros del Eácida Pirro,
297. y que Andrómaca había pasado de nuevo a un marido de la patria.
298. Me quedé estupefacto, encendido mi pecho con un amor admirable
299. por interrogar al hombre y por conocer casos tan grandes.
300. Avanzo desde puerto abandonando flotas y litorales,
301. cuando, por fortuna, Andrómaca libaba manjares solemnes y tristes dones
302. ante la ciudad, en un bosque sagrado junto a la onda de un falso Simunte,
303. para la ceniza, e invocaba a sus Manes junto al
304. túmulo de Héctor, el cual, vacío, con verde hierba
305. había consagrado, y unos dobles altares, causa para las lágrimas.
306. Cuando me contempló al llegar yo, y vio las armas troyanas
307. a su alrededor, fuera de sí, aterrorizada por esos grandes portentos,
308. se quedó rígida en mitad de esa visión, el calor abandonó sus huesos,
309. desfallece y apenas dice finalmente después de largo tiempo:
310. “¿Tu verdadera imagen a ti..., tú a ti mismo te ofreces a mí como mensajero verdadero,
311. oh hijo de la diosa? ¿Vives? O, si la luz alimenticia se retiró de ti,
312. ¿Dónde está Héctor?”, dijo, y derramó lágrimas y llenó
313. todo el lugar con su clamor. Apenas unas pocas cosas a ella, enloquecida,
314. puedo ofrecerle, y turbado abro la boca con estas pocas palabras:
315. “Vivo yo ciertamente, y llevo mi vida por las cosas más extremas;
316. no dudes, pues son cosas verdaderas lo que ves.
317. ¡Ay!, ¿qué situación te tocó, arrancada de tan gran marido,
318. o qué fortuna suficientemente digna te ha visitado, Andrómaca de Héctor? ¿Le mantienes a Pirro el matrimonio?”
319. Bajó el rostro y habló con voz apagada:
320. “¡Oh, única doncella feliz por delante de las demás, hija de Príamo,
321. mandada a morir junto a un túmulo enemigo bajo las altas
322. murallas de Troya, que no sufrió sorteos ningunos
323. ni tocó como cautiva el lecho de un amo victorioso!
324. Nosotras, después de haber ardido la patria, llevadas por mares diversos,
325. obligadas a la esclavitud, hemos soportado
326. las arrogancias del hijo de Aquiles y a un joven
327. soberbio; el cual persiguió enseguida
328. a la ledea Hermíone y unas bodas lacedemonias,
329. y a mí, su sierva, me entregó al siervo Héleno para que él me tuviera.
330. A Neoptólemo, sin embargo, Orestes, que estaba inflamado de un gran amor por su esposa,
331. que le había sido arrebatada, y agitado por las Furias de los crímenes,
332. lo captura, al incauto, y lo degüella junto a los altares de su padre.
333. Con la muerte de Neoptólemo la parte entregada de sus reinos
334. pasó a Héleno, el cual puso por nombre a estos campos Caonios,
335. y también Caonia a todo el territorio, por el Caón troyano,
336. e impuso unos Pérgamos y esta fortaleza troyana a estos collados.
337. Pero a ti ¿qué vientos te dieron tu curso y qué hados?
338. ¿O es que algún dios te empujó, sin saberlo tú, hasta nuestras costas?
339. ¿Cómo está el niño Ascanio? ¿Vive y se alimenta del aura?
340. Al que a ti ya Troya...
341. Mas, ¿tiene el niño algún recuerdo de la madre que perdió?
342. ¿Acaso lo mueven hacia el antiguo valor y a los ánimos viriles
343. tanto su padre Eneas como su tío segundo Héctor?
344. Tales cosas vertía entre lágrimas y movía largos
345. llantos en vano, cuando desde las murallas se presenta
346. el héroe Héleno, el priámida, con muchos acompañantes,
347. y reconoce a los suyos y feliz los conduce a los umbrales,
348. y derrama muchas lágrimas entre unas palabras y otras.
349. Avanzo y reconozco una pequeña Troya y unos Pérgamos
350. que simulan a los grandes, y un riachuelo árido con el nombre de Janto,
351. y abrazo los umbrales de una puerta escea;
352. También los teucros disfrutan conmigo de una ciudad amiga.
353. El rey los recibía en amplios pórticos:
354. en el centro de la sala libaban las copas de Baco
355. con los manjares impuestos en oro y sostenían páteras.
356. Y ya pasó un día y otro, y las brisas
357. llaman a las velas y se infla el lino con el túmido Austro:
358. con estas palabras me acerco al vate y tales cosas le pregunto:
359. “Hijo de Troya, intérprete de los dioses que entiendes los númenes
360. de Febo, los trípodes del Clario y su laurel, tú que entiendes las estrellas
361. y las lenguas de las aves y los presagios de su vuelo,
362. habla, ea (pues todas las señales divinas prósperas se mostraron
363. a mi camino y todos los dioses me persuadieron con su numen
364. a buscar Italia y a probar tierras remotas;
365. sólo la Harpía Celeno nos canta un portento extraño
366. y que es impío de decir, y anuncia tristes iras
367. y un hambre infame), ¿qué peligros evito primero?
368. ¿O siguiendo qué podría yo superar fatigas tan grandes?”
369. Héleno entonces, después de matar primero a unos novillos según la costumbre,
370. implora la paz de los dioses y suelta las cintas
371. de su cabeza sagrada, y me conduce de la mano, Febo,
372. a tus umbrales, sobrecogido yo por un numen tan imponente,
373. y, después, canta estas cosas desde su divina boca el sacerdote:
374. “Hijo de diosa (pues es evidente la fe de que tú vas por el mar
375. con auspicios más grandes; así echa a suertes el rey de los dioses
376. los hados y cambia las tornas, y resulta este orden,
377. pocas cosas de muchas te voy a revelar con mis palabras, para que recorras
378. superficies hospitalarias más seguro y puedas asentarte en el puerto Ausonio;
379. pues las Parcas prohíben a Héleno conocer lo demás
380. y me veta hablar la Saturnia Juno.
381. Para comenzar, Italia, esa que tú ya piensas, ignorante,
382. que está cerca y te preparas a invadir sus puertos vecinos,
383. lejos la separa un largo e inviable camino por tierras extensas.
384. Antes debes combar tu remo en la ola trinacria
385. y recorrer con tus naves la superficie del salado mar ausonio
386. y los lagos del infierno y la isla de la oriental Circe,
387. antes de que puedas fundar tu ciudad en esta tierra segura.
388. Te diré las señales, tú deberás tenerlas guardadas en tu mente:
389. cuando, por ti, angustiado, junto a la ola de un río secreto
390. sea encontrada bajo las encinas de la orilla una enorme cerda
391. blanca se tenderá en el suelo, parida de treinta cabezas,
392. las blancas crías alrededor de sus ubres,
393. éste será el lugar de tu ciudad, éste el seguro descanso a tus fatigas.
394. Y que no te espantes de los mordiscos que daréis a las mesas:
395. Los hados encontrarán un camino y Apolo acudirá cuando lo convoques.
396. Sin embargo, estas tierras y esta playa del litoral itálico
397. que baña la marea de nuestro mar,
398. húyelas; todas las murallas están pobladas de malvados griegos.
399. Aquí pusieron también sus murallas los locrios de Naricio,
400. y cercó con soldados los campos salentinos
401. Idomeneo Lictio; aquí la pequeña Petelia del rey
402. Melibeo Filoctetes, la famosa apoyada en su muro.
403. Y cuando sin haberla cruzado al otro lado del mar se hayan detenido las flotas
404. y cumplas ya tus votos en los altares puestos en la playa,
405. cúbrete los cabellos, tapados con el velo purpúreo
406. para que entre los fuegos sagrados en honor de los dioses
407. no acuda algún rostro hostil y turbe los presagios.
408. Han de guardar esta costumbre en sus sacrificios tus compañeros y tú mismo;
409. que tus nietos permanezcan castos en esta religión.
410. Pero cuando tras tu partida el viento te haya acercado a la sícula costa
411. y se enrarezcan las barreras del angosto Peloro,
412. han de buscarse las tierras a tu izquierda y a tu izquierda los mares
413. en largo circuito; rehúye el litoral de la derecha y sus olas.
414. Estos lugares, asolados en otro tiempo por la violencia y por una vasta destrucción
415. (tan grandes cambios puede hacer la prolongada vejez del tiempo)
416. dicen que se separaron, aun cuando antes una y otra tierra
417. fueran una sola: el ponto vino con su fuerza y sus olas
418. la costa Hesperia se separó de la sícula, y campos y ciudades
419. separados por una estrecha playa, los cruzó con el mar tempestuoso.
420. El lado derecho Escila, y la no aplacada Caribdis el izquierdo
421. asedia, y del profundo abismo de su báratro tres veces
422. absorbe de pronto las vastas mareas hacia lo abrupto y de nuevo lanza otras tantas
423. a los aires, y azota las estrellas con el oleaje.
424. Sin embargo, a Escila la encierra una caverna con ciegos escondrijos
425. sacando ella el rostro y atrae las naves a las rocas.
426. Por arriba, un aspecto humano y es doncella de hermoso pecho
427. hasta la ingle, por debajo pisciforme de enorme y malvado cuerpo
428. con úteros de lobos terminada en colas de delfín.
429. Conviene pulir la línea del Paquino trinacrio en tu ruta
430. y dar largos rodeos antes de que haber contemplado una sola vez,
431. en su enorme antro a la informe Escila y las
432. rocas resonantes de cerúleos perros.
433. Además, si algo hay de providencia en Héleno el adivino,
434. si alguna fe, si llena su ánimo Apolo con verdades,
435. Una sola cosa te he de advertir, una sola por todas,
436. hijo de la diosa, y te aconsejaré repitiendo una y otra vez:
437. Adora lo primero el numen de Juno la grande con tus plegarias,
438. canta de buen grado votos a Juno y a la poderosa dueña
439. aplaca con dones de súplica: así, al fin vencedor,
440. serás enviado a las ítalas fronteras dejando atrás Trinacria.
441. Una vez allí habrás llegado a la ciudad de Cumas y
442. a los lagos divinos y al Averno resonante de bosques,
443. verás a la vidente enloquecida por la divinidad, que al fondo de una roca
444. canta los hados y confía a las hojas señales y nombres.
445. Cuantos poemas describió la virgen en las hojas
446. los ordena en pies métricos y los deja encerrados en la cueva:
447. Allí permanecen sin moverse en su lugar y no se cambian de orden.
448. Pero, cuando al girar los goznes, una suave ráfaga de viento
449. las empuja y la puerta agita las tiernas hojas,
450. después nunca, revolotean por el cavo peñasco y ya de recogerlas no se preocupa
451. ni de ponerlas en su lugar o juntar los poemas:
452. Se alejan sin respuesta y odian la sede de la Sibila.
453. No habrá de preocuparte entonces una demora tan grande,
454. aunque te increpen tus compañeros y tu curso llame con fuerza
455. las velas a alta mar y puedas llenar su seno de viento favorable,
456. hasta que veas a la adivina y reclames su oráculo con preces
457. y ella te cante y con gusto libere su voz y sus labios.
458. Ella te explicará los pueblos de Italia y las guerras venideras
459. y de qué modo evitar o soportar todas las fatigas, y,
460. Si la veneras, te dará caminos favorables.
461. Esto es lo que me está permitido que con mi voz te advierta.
462. Ponte en marcha y lleva la gran Troya con tus hazañas a las estrellas.”
463. Después de que el vate así hubo hablado con boca amiga,
464. ordena que sean llevados pesados regalos de oro y marfil labrado
465. a las naves, y amontona en las carenas
466. una gran cantidad de plata y calderos de Dodona,
467. una coraza tejida de triple malla con hilo de oro,
468. y el cono de un yelmo insigne con crestas crinadas,
469. armas de Neoptólemo. También hay presentes para mi padre.
470. Añade caballos y añade guías,
471. nos surte de remeros, a la vez provee de armas a mis compañeros.
472. Entretanto Anquises ordenaba disponer la flota con las velas,
473. que no se produjera demora si llegaba el viento.
474. A éste, se dirige el intérprete de Febo con mucho respeto:
475. “Anquises, hecho digno de noble matrimonio con Venus,
476. preocupación de los dioses, dos veces raptado de las ruinas de Pérgamo,
477. ahí tienes la tierra de Ausonia: atrápala con tus velas.
478. Y es necesario, sin embargo, que la rodees por mar:
479. Lejos está la parte de Ausonia, que Apolo te muestra.
480. “Ve”, dice, “feliz por la piedad de tu hijo. ¿A qué
481. continúo más allá y retraso con mis palabras el Austro naciente?”.
482. Andrómaca, a su vez, entristecida por el último adiós,
483. lleva vestidos con historias bordadas en hilos de oro
484. a Ascanio, y una clámide frigia (no cede en honor)
485. y lo carga con regalos tejidos, y tales cosas le dice:
486. “Recíbelos también, y que sean para ti recuerdos de mis manos,
487. niño, y testen el gran amor de Andrómaca,
488. esposa de Héctor. Recibe los últimos dones de los tuyos,
489. ¡Oh, única imagen superviviente para mí de mi Astianacte!
490. Aquél así sus ojos, así sus manos, así tenía la cara;
491. también ahora crecería contigo, iguales en edad”.
492. Así les hablaba yo al marcharme, brotadas las lágrimas:
493. “Vivid felices vosotros para quienes la fortuna se ha cumplido ya:
494. Nosotros somos convocados desde unos a otros hados.
495. A vosotros se os ha dado el descanso: no debéis surcar mar alguno,
496. ni debéis buscar los campos de Ausonia que están siempre más
497. lejos. Veis la efigie del Janto y una Troya
498. que hicieron vuestras manos, con mejores auspicios,
499. eso espero, y que estará menos al encuentro de los griegos.
500. Si me adentro alguna vez al Tíber y del Tíber a los campos vecinos
501. y contemplo las murallas concedidas a mi linaje,
502. las ciudades antaño conocidas y los pueblos cercanos,
503. del Epiro y Hesperia (Ambas [tienen] un mismo autor, Dárdano,
504. e igual fortuna), una haremos y ambas serán Troya
505. en nuestros ánimos: perdure esta tarea para nuestros nietos.”
506. Nos lanzamos al mar junto a los vecinos Ceraunios,
507. de donde el camino a Italia y la ruta es brevísima por las olas.
508. Se hunde el sol entre tanto y los montes se ensombrecen opacos;
509. nos tendemos en el regazo de una tierra deseada junto a la orilla
510. tras sortear los remos y por doquier en la costa seca
511. reponemos el cuerpo, y el sopor invade los miembros cansados.
512. Y aún la Noche guiada por las Horas no cubría la mitad de su
513. órbita; se alza ágil de su lecho Palinuro y todos
514. los vientos explora y capta las brisas con sus oídos;
515. nota todas las estrellas deslizándose por el cielo callado,
516. a Arturo y las lluviosas Híades y los gemelos Triones,
517. y a su alrededor contempla a Orión armado de oro.
518. Después de que lo ve todo en su sitio en el cielo sereno,
519. da clara señal desde la popa; nosotros levantamos el campamento,
520. nos arriesgamos al camino y desplegamos las alas de las velas.
521. Y ya con las estrellas fugadas se sonrojaba la Aurora
522. cuando a lo lejos vemos oscuras colinas y la humilde Italia.
523. ¡Italia! grita el primero Acates,
524. a Italia saludan con alegre clamor los compañeros.
525. Entonces el padre Anquises ciñe una enorme cratera
526. con una corona y la llenó de vino puro, e invocó a los dioses
527. poniéndose de pie en la alta popa:
528. “Dioses poderosos del mar, de la tierra y de las tempestades,
529. abrid un camino fácil con el viento y soplad favorables.”
530. Soplan las brisas deseadas y el puerto se muestra
531. ya más cerca, y el templo de Minerva aparece sobre la ciudadela;
532. mis compañeros arrían las velas y giran las proas hacia las costas.
533. Un puerto curvado en arco por las olas del levante,
534. rocas que se interponen salpican de salada espuma,
535. y él mismo se esconde: en doble muralla ofrecen sus brazos
536. escollos como torres y se aleja el templo de la costa.
537. Aquí, el primer augurio, vi cuatro caballos en el pasto
538. de nívea blancura, paciendo libremente el llano.
539. mi padre Anquises dice: “Traes guerra, tierra que nos acoges:
540. Los caballos se arman para la guerra, guerra amenazan estas bestias.
541. Pero desde hace tiempo están acostumbrados a ir uncidos al carro
542. esos mismos cuadrúpedos y a llevar unos frenos concordes con el yugo:
543. También dice “hay esperanza de paz”. Entonces suplicamos al numen sagrado
544. de Palas armisonante, la primera que recibe nuestros gritos de alegría,
545. y nos velamos las cabezas ante los altares con el frigio atuendo,
546. y, con los preceptos que más nos señalara Héleno, quemamos ritualmente
547. las ofrendas ordenadas a la argiva Juno.
548. Sin demora, acto seguido realizados por orden los votos,
549. giramos los pañoles de las vergas y entenas veladas y dejamos atrás
550. las moradas y los campos sospechosos de los griegos.
551. Desde aquí se divisa el golfo de la Tarento (si cierta es la fama)
552. de Hércules, enfrente se alza la divina Lacinia,
553. y las fortalezas caulonias y el Escileo que hace naufragios.
554. Entonces se divisa a lo lejos de entre el oleaje el Etna trinacrio,
555. y el ingente gemido del mar y las rocas batidas
556. escuchamos de lejos voces rotas hacia la costa,
557. y exultan los bajíos y las arenas se mezclan en el oleaje.
558. Y el padre Anquises: “No es asombroso que ésta sea aquella Caribdis:
559. Héleno cantaba estos escollos, estas horrendas rocas.
560. Escapad, oh compañeros y alzaos todos a una en los remos.”
561. Y no poco que lo hacen al ordenárselo, y Palinuro el primero
562. desvía la crujiente proa a las olas enemigas;
563. lo contrario buscó con vientos y con remos la cohorte entera.
564. Al cielo nos empuja el curvado remolino y al mismo tiempo,
565. al bajar la ola, nos hundimos hasta los manes más profundos.
566. Tres veces los escollos lanzaron su grito entre cavos peñascos,
567. tres veces vimos la espuma hecha pedazos y los astros rociándonos.
568. Entretanto, el viento con el sol nos abandonó agotados,
569. y desconocedores del rumbo arribamos a las costas de los Cíclopes.
570. (Es) este puerto grande y es inaccesible al acceso de los vientos:
571. pero a su lado retumba el Etna con sus horribles derrumbes,
572. y, si no, lanza hacia el cielo negra nube que humea
573. un torbellino de pez y candentes pavesas
574. unas veces, forma globos de llamas y lame las estrellas;
575. otras veces se levanta vomitando piedras y las vísceras
576. que desgajó del monte, y aglomera bajo los aires con estruendo
577. rocas líquidas y hace hervir el profundo abismo.
578. Es fama que el cuerpo de Encélado, medio abrasado por el rayo,
579. y que el ingente Etna, encima, acosado por esta mole,
580. espira fuego por sus quebradas chimeneas, y que
581. cuantas veces, cansado, gira el costado, tiembla entera
582. la Trinacria con ruido y el cielo se cubre de humo.
583. Ocultos en el bosque, aquella noche soportamos los horrendos portentos,
584. sin ver aún cuál es la causa del estruendo.
585. Pues ni había fuegos de astros ni el esplendor era lúcido
586. con su globo de estrellas; sino nubes en un cielo oscuro,
587. y una noche intempestiva retenía a la luna en un nimbo.
588. Y ya surgía el nuevo día con la primera estrella de Oriente
589. y la Aurora ya había desplazado la húmeda sombra por el cielo,
590. Cuando de pronto avanza desde el bosque consumida de hambre
591. la desconocida figura de un hombre desconocido de aspecto lastimoso
592. que se dirige a las playas y tiende sus manos suplicantes.
593. Lo observamos. Terrible suciedad y barba desgreñada,
594. sus harapos cosidos con espinas: sin embargo, por los demás, un griego
595. y de los que antaño [fue] enviado a Troya en el ejército de su patria.
596. Y él cuando vio desde lejos nuestros vestidos dardanios y las armas de Troya,
597. aterrado por la visión se queda clavado un momento
598. y contuvo su marcha; luego se lanzó de cabeza a las playas
599. con llanto y súplicas: “pongo por testigo las estrellas,
600. Por los dioses y esta luz respirable del cielo
601. cogedme y llevadme, Teucros, a cualesquiera tierras:
602. Eso será suficiente. Reconozco que fui uno de la flota de los dánaos
603. y confieso haber buscado los penates de Troya con guerra.
604. A cambio de lo cual, si es tan grande la ofensa de mi crimen,
605. arrojadme despedazado a las aguas y sumergidme en el vasto mar;
606. si perezco, me agradará haber muerto por mano de hombres”.
607. Había dicho, y abrazado a mis rodillas se queda postrado de rodillas.
608. Lo instamos a decir quién es, de qué sangre había nacido,
609. a que confesase después qué fortuna lo tocara.
610. El propio padre Anquises, sin demorarse a más cosas, ofrece la
611. diestra al joven y le reafirma el ánimo con este gesto benévolo.
612. Él, deponiendo finalmente su temor, dice esto:
613. “Soy de la patria de Ítaca, compañero del infeliz Ulises,
614. de nombre Aqueménides, que me marché a Troya por mi padre
615. Adamasto que era pobre (¡Y ojalá hubiera conservado esa fortuna!).
616. Aquí, mientras temblando dejan sus crueles umbrales,
617. me abandonaron mis compañeros, olvidados de mí, en la vasta caverna del
618. cíclope. Morada por la sangre corrompida y los manjares cruentos,
619. opaca por dentro, enorme. Y él, altísimo, toca las altas
620. estrellas (¡dioses apartad de las tierras tal peste!)
621. y a nadie resulta fácil verlo ni es fácil escucharlo;
622. se alimenta de las vísceras de los desgraciados y de su negra sangre.
623. Yo mismo lo vi cuando los cuerpos de dos del número de los nuestros
624. apresados en su enorme mano, tendido en medio de su cueva,
625. los machacó contra una roca y se inundaron sus umbrales con la sangre
626. derramada; lo vi cuando devoraba los miembros fluyendo con
627. negra sangre y temblaban tibios los miembros entre sus dientes.
628. Pero no sin embargo impunemente, ni Ulises permitió tales cosas,
629. ni en tan terrible situación se olvidó el de Ítaca de quién era.
630. Pues tan pronto como saciado de manjares y hundido en vino
631. apoyó en el suelo su cabeza doblada y yació a lo largo de toda la cueva
632. inmenso, vomitando los restos en sueños y bocados bañados
633. en vino sanguinolento, suplicando nosotros a los grandes númenes
634. y sorteando los turnos de cada cual, todos a una,
635. nos esparcimos a su alrededor, y con un arma aguda perforamos su ojo
636. enorme, el único que se escondía bajo su torva frente,
637. al modo de un escudo de Argos o la lámpara de Febo,
638. y finalmente vengamos, contentos, las sombras de nuestros compañeros.
640. Pero huid, desgraciados, huid y cortad la maroma de la orilla.
641. Pues tal como y tan grande como Polifemo el que en antro cavo
642. encierra lanígeras ovejas y ordeña sus ubres,
643. otros cien cíclopes terribles habitan estas curvadas playas
644. y vagan por las cimas de estos montes.
645. Ya los terceros cuernos de la luna se llenan de luz
646. desde que arrastro mi vida por bosques y desiertos entre
647. cubiles y guaridas de fieras; y desde una roca oteo a los
648. grandes Cíclopes y tiemblo al ruido de sus pasos y su voz.
649. Desgraciada vianda, bayas y cerezas silvestres de los roquedales
650. me dan las ramas, y las hierbas me alimentan con sus raíces arrancadas.
651. Mirándolo continuamente todo, vi, por vez primera, a vuestra flota
652. llegando a estas costas. Y, fuese cual fuese, a ella
653. me he rendido: es suficiente haber escapado de un pueblo sacrílego.
654. Vosotros, mejor, asumid esta vida con una muerte cualquiera que os plazca.”
655. Apenas hube dicho esto cuando en lo alto del monte vimos
656. al propio pastor Polifemo, entre sus ganados, moviéndose
657. con su vasta mole acudiendo a sus conocidas playas,
658. monstruo horrendo, deforme, gigantesco, al que le fue arrebatado
su ojo.
659. Un pino cortado rige su mano y reafirma sus pisadas;
660. le acompañan sus lanadas ovejas; éste era su único placer
661. y consuelo de su mal.
662. Después de que tocó las profundas aguas y llegó junto a los mares,
663. lavó de ahí la sangre que le fluía de su ojo descuajado
664. rechinando los dientes en un gemido, y camina ya en medio
665. del agua y la marea aún no le mojó sus altos costados.
666. Nosotros aceleramos la huida lejos de ahí, temblorosos, merecidamente
667. acogiendo al suplicante que así lo merecía, y callados cortamos la maroma
668. y nos lanzamos empeñados dando vueltas al mar en competición de remos.
669. Se dio cuenta, y volvió sus pasos hacia el sonido de la voz.
670. Pero cuando no le es posible alcanzarnos con su diestra
671. ni es capaz de igualar a las olas jonias siguiéndonos,
672. alza un bramido inmenso, con el que el mar y todas las
673. olas temblaron a la vez y la tierra aterrorizada de
674. Italia retumbó y mugió el Etna por sus corvas cavernas.
675. Sin embargo, la raza de los Cíclopes, excitada,
676. irrumpe desde los bosques y los altos montes a los puertos y llenan las playas.
677. Vemos a los hermanos del Etna allí de pie en vano,
678. con su torvo ojo, elevando sus altas cabezas al cielo,
679. horrendo concilio: cuales las encinas aéreas con la copa erguida
680. se yerguen o los coníferos cipreses, la alta espesura
681. de Júpiter o floresta de Diana.
682. Un agudo miedo nos lleva de cabeza a sacudir las maromas
683. hacia donde sea y a desplegar las velas a vientos favorables.
684. Por contra, los mandatos de Héleno advierten de que si entre Escila y Caribdis,
685. camino de muerte a uno y a otro lado en pequeño trecho,
686. no mantuviera mis cursos, lo certero sería dar las velas hacia atrás.
687. Pero he aquí que acude el Bóreas enviado de su angosta sede
688. del Peloro: dejo atrás los puertos de Pantagia en roca viva
689. y las bahías de Mégara y el tendido Tapso.
690. Tales cosas nos mostraba el compañero del infortunado Ulises,
691. Aqueménides, quien ya surcara las costas en sentido contrario.
692. En el golfo sicanio se alza una isla tendida
693. frente al agitado Plemirio; los antiguos la llamaron Ortigia.
694. Es fama que el Alfeo, río de la Élide
695. se abrió hasta aquí unas ocultas vías bajo el mar, y que ahora,
696. oh Aretusa, se funde con las olas sículas en tu boca.
697. Según se nos mandó, veneramos los grandes númenes del lugar, y desde allí
698. dejo atrás la ubérrima vega del pantanoso Heloro,
699. y desde aquí, los altos riscos y las prominentes rocas del Paquino
700. rasamos, y aquella a quien los hados no concedieron que se moviera nunca,
701. Camerina, aparece a lo lejos y los llanos geloos y
702. Gela, llamada por el nombre de un imponente río.
703. Luego muestra a lo lejos sus murallas la escarpada Agrigento,
704. antaño engendradora de valientes caballos;
705. y te dejo atrás, llevado por los vientos, Selinunte de palmares,
706. y paso los crueles bajíos de Lilibeo con sus ocultos escollos.
707. De aquí me acoge el puerto de Drépano y su infausta ribera.
708. Y aquí, sacudido por tantas tempestades del mar,
709. ¡ay! pierdo a padre Anquises, consuelo de todas mis cuitas y desgracias.
710. ¡Allí, me dejas solo en mis fatigas, padre óptimo,
711. ay, en vano arrancado de peligros tan grandes!
712. Ni el adivino Héleno, aunque me anunciara muchos horrendos trances,
713. me predijo estos lutos, ni la terrible Celeno.
714. Ésta fue mi última fatiga, ésta la meta de mis largos viajes,
715. al salir de allí el dios me impulsó a vuestras playas.”
716. Así el padre Eneas, solo, atentos todos, una vez más
717. narraba los hados de los dioses y explicaba sus cursos.
718. Calló finalmente y poniendo este fin, quedó en silencio.