La Henriada: Canto IX
Argumento: Descripción del templo del Amor. La Discordia implora su poder para afeminar el valor de Enrique IV. Este héroe es retenido algún tiempo cerca de Mma. De Estrée, tan célebre bajo el nombre de la bella Gabriela. Morné le arranca a su amor y el Rey vuelve a su ejército.
Del país, que el antiguo llamó Idalia,
Sobre aquellos confines venturosos,
Señalados lugares, donde el Asia
Su principio, y la Europa su fin tienen, 6270
Un vetusto palacio se levanta,
Que el tiempo respetó. Naturaleza,
Sus primordiales bases allí labra;
Y su rústica y simple arquitectura,
Ornando en pos del arte mano sabia, 6275
Por atrevidos rasgos de su genio,
A la naturaleza se adelanta.
De su alegre distrito las campiñas,
Todas de verde mirto allí pobladas,
De sañudos inviernos los ultrajes 6280
No sufrieron jamás. Especies varias
Nacen allí y maduran por do quiera,
De frutos de Pomona, entre mil galas
Y dones aromáticos de Flora.
Oficiosa la tierra, allí no aguarda, 6285
Para ofrecer copiosas ricas mieses,
Ni del hombre los votos, ni ordinarias
Estaciones fructíferas del año.
En la paz más profunda, ledos hallan,
Gozan allí los hombres cuantos gustos 6290
En la primera edad del mundo fausta,
De la naturaleza le ofreciera
La bienhechora mano. Eterna calma,
Días puros, serenos y apacibles,
La dulzura y placer, que la abundancia 6295
Suele ofrecer risueña a los mortales,
Los bienes, en fin, todos, y las gracias
De la edad primitiva, de ellas sólo
La cándida inocencia exceptuada.
Otro estrépito allí jamás se escucha, 6300
Que el de conciertos músicos, que encantan,
Y con dulce harmonía, languideces
Por las voces inspiran y palabras
De mil amantes, y mil tiernos tonos
Con que les corresponden sus amadas, 6305
Y en que, a veces, celebran su vergüenza,
Y hacen de sus flaquezas, gloria vana.
Véseles cada día, con sus frentes
De floridas guirnaldas coronadas,
Implorar de sus dueños los favores; 6310
Y en la maña y las artes poco cautas
De imponer y agradar, ir en su templo
A ensayarse a porfía y afanadas.
Del Amor, por la mano, a los altares,
Con faz siempre serena, la Esperanza 6315
Plácida y lisonjera las conduce.
Del sacro templo aquel, siempre cercanas
Las Gracias, al desdén, medio desnudas,
A su melosa voz, ingenuas danzas
Con donaire entrelazan y conciertan. 6320
Allí el muelle Deleite, en quietud blanda,
Sobre un lecho de céspedes tendido,
Sus canciones escucha, y se solaza.
Oficiosas le asisten a sus lados,
La dócil Complacencia, la Confianza, 6325
Los amantes Cuidados, los Placeres,
Los Suspiros, en fin, y tiernas Ansias,
Aún de más dulce llama y seductora
Que los placeres mismos. Tal la entrada
Es del célebre templo, y tan amable; 6330
Más cuando del mortal liviana planta,
Bajo la sacra bóveda, hasta el fondo
Del santuario mismo, audaz avanza,
¡Qué espectáculo, entonces, tan funesto,
Los ojos de sorpresa en él espanta! 6335
De Placeres, allí, ya no aparece
Aquella tropa, un tiempo, tierna y cara,
Ni sus suaves conciertos amorosos,
Los oídos patéticos halagan.
Las Querellas, tan solo, y el Fastidio, 6340
El Temor e Imprudencia temeraria,
En un lugar transforman de horror lleno,
Tan hermosa mansión y afortunada.
De tez pálida y lívida, sombríos,
Con pie trémulo, allí, los Celos andan, 6345
Tras la inquieta Sospecha, que los guía.
La Cólera y el Odio, ante ella marchan
Vomitando venenos y blandiendo
Un matador puñal. De vista zaina
La Malicia, los ve, y al paso aplaude, 6350
Con maligna sonrisa y afectada,
La comparsa frenética y odiosa.
De su error, cerca de ella, y de su rabia,
El Arrepentimiento, aunque harto tarde,
Los bárbaros furores detestaba, 6355
Y aquel horrible séquito cerrando,
Confundido suspira, y mustio baja
Bañados en mil lágrimas los ojos.
Aquí en medio de corte tan infausta,
Siempre ingrata e infelice compañera 6360
Del humano gozar, su eterna estancia
El Amor escogiera. De este niño,
Tan tierno como cruel, la mano flaca,
Los destinos pendientes de la tierra
Lleva siempre a placer. Guerra o paz manda 6365
Con sólo un simple gesto, y derramando
Por todo lo criado, en abundancia
Su dulzura falaz, anima el mundo,
Y en todo corazón albergue alcanza.
Sobre un fúlgido trono, sus conquistas 6370
Contemplando, a sus pies fiero arrojaba
Las más soberbias testas, y engreído
Más bien de las crueldades de su llama,
Que de sus beneficios, daba señas
De holgarse de los males que causaba. 6375
Guiada por la rabia, la Discordia,
Los placeres de allí desvía airada.
Ábrese un libre paso, y agitando
Las encendidas hachas que empuñaba,
Con ojos brasas hechos, y con frente 6380
Iracunda y teñida en sangre humana,
«¡Hermano mío! dice ¿Qué se hicieron
Las terribles saetas de tu aljaba?
¿Para quién esas flechas invencibles
Conservaras, Amor, así guardadas? 6385
Si de tu fiel hermana la Discordia
Las teas encendiendo, a crudas sañas
De tus locos furores, siempre ansiaste
La ponzoña mezclar de sus entrañas;
Si a la madre común Naturaleza, 6390
Con horrible trastorno perturbada
Dejé en obsequio tuyo, tantas veces,
Ven: y sobre mis huellas, la venganza
Vuela al punto a tomar de mis injurias.
De un victorioso Rey la fuerte planta, 6395
Mis serpientes aprensa. Su audaz mano,
De la guerra al laurel, terrible enlaza
De la paz la agradable y mansa oliva.
La Clemencia, que asidua le acompaña,
Con un tranquilo paso, generosa, 6400
De su guerrero impulso el ardor calma,
Y en el túrbido seno y desgarrado
De la guerra civil, por mí excitada,
Ya bajo sus banderas victoriosas,
Flotando por do quier, todas las almas 6405
Por mí sola discordes, va a reunirse.
Una victoria más, en polvo, a nada
Reducido será mi altivo trono.
Del rebelde París a las murallas
El rayo lleva Enrique, y a batirle, 6410
Vencerle y perdonarle se adelanta.
Con cien grillos de bronce aprisionarme
Su brazo premedita. A ti, la hazaña
Toca ya de enfrenar ese torrente
En su curso feroz. Sus, parte, marcha 6415
La fuente a emponzoñar de tan sublimes
Y valerosos hechos. Ya postrada,
Bajo tu yugo ¡Amor! su gloria gima.
Haz que a tu tierno halago y dulce magia,
De la misma virtud quede en el seno, 6420
De su esfuerzo rendida la constancia.
Tú has sido ¡Amor! tú has sido, acordaraste,
Cuya mano fatal urdió la trama
De hacer caer de un Hércules las fuerzas,
A los pies arrastrándolas de Omphala. 6425
¿Y no se viera a Antonio entre tus hierros
Cautivo y quebrantado, abandonada
La pretensión por ti del Orbe entero,
Delante huir de Augusto con infamia,
Y tras tus huellas solo, de Neptuno 6430
A la región librándose salada,
Del universo mundo al alto imperio,
Anteponer gustoso a su Cleopatra?
Vencer te resta a Enrique, además de tantos
Orgullosos guerreros de alta fama. 6435
En sus soberbias manos, ve de un vuelo
A marchitar laureles, que las cargan.
De mirto y de arrayan, su sien altiva
Parte al punto a dejar tan solo ornada.
Entre el mimo y arrullo de tus brazos, 6440
Adormece su bélica arrogancia.
A mi trono en peligro y vacilante,
Corre a servir de apoyo. Ven: mi causa
Es la tuya, y también tu reino el mío».
Así dijo aquel monstruo: y retembladas 6445
Las bóvedas del templo, repetían
Los ecos de su voz, que espanto daban.
Amor, que allí entre flores recostado,
A su sabor la plática escuchara,
Al tono respondió de sus furores, 6450
Con sola una sonrisa fiera y grata:
De sus doradas flechas se arma, en tanto,
Y del Cielo la bóveda azulada,
En un punto, cual rayo, veloz hiende.
De Placeres, de Juegos, y de Gracias 6455
Guiado por los aires, y traído
De los céfiros blandos en las alas,
A los franceses campos raudo vuela.
Del mezquino Simois presto las aguas
En su carrera avista, con los campos 6460
Donde un tiempo fue Troya. En estas playas,
Tan célebres un día, el rapaz fiero
Ríese al contemplar de torres altas,
De suntuosos palacios las cenizas,
A que las redujeron torpes llamas 6465
De su adúltera tea. Allá a lo lejos,
Fábricas ve soberbias, ve murallas,
Que sobre un golfo erguidas, parecía,
Que entre sus ondas móviles bogaban.
Venecia es la que ve, del mundo asombro, 6470
Cuyo destino al ver Neptuno pasma,
Y que a las vagas ondas encerrando
Con su seno esposadas, fiera manda.
Desciende a descansar, y alto Amor hace,
De la fértil Sicilia en las aisladas 6475
Fructíferas campiñas, donde un tiempo
A Virgilio y Teócrito inspiraba;
Y do también se cuenta, que allá un día,
De su poder la fuerza arrebatara
Del amoroso Alfeo los raudales 6480
Por ocultos caminos. Se levanta:
Y las orillas plácidas dejando
Del amable Aretusa, veloz pasa
En campos de Provenza hacia Voclusa,
Más dulce asilo aún y suave estancia, 6485
Donde en sus bellos días, sus amores
Suspirara, y sus versos el Petrarca.
Las paredes de Anet ve remontarse
Del Euro a las riberas, cuya magna
Elegante estructura trazó él mismo 6490
Y do por diestras manos aún grabadas,
Visibles hasta el día se conservan,
Las amorosas cifras de Diana.
Las Gracias, al pasar, y los Placeres,
Sobre su tumba, flores, que brotaran 6495
Bajo sus lindas huellas, derramaron.
Termina ya el Amor su veloz marcha,
Y a Ivri llega por fin; do a partir pronto
Para empresas mayores el monarca,
Aún en medio del ocio, activo y bravo, 6500
Útil y dulcemente conciliaba
La laboriosa imagen de la guerra,
Con los regios solaces de la caza,
Y en tan marcial recreo, algún instante
Su trueno reposar en paz dejaba. 6505
Mil jóvenes guerreros, a su lado,
Y al través de los campos, acosaban
Diestramente los huéspedes del bosque.
Una alegría bárbara e inhumana
Siente a su vista Amor: aguza flechas; 6510
Sus cadenas apresta; lazos arma;
Y los aires agita y alborota,
Que a proposito él mismo serenara.
Habla: y súbitamente vense armados
Los elementos todos. De la plaga 6515
Más remota del mundo, hasta la opuesta,
La tempestad llamando, su voz manda
Que congreguen los vientos mil nublados;
Que desprendan al pronto, de las aguas
Los torrentes suspensos en el aire; 6520
Y que sobre aquel suelo al punto traigan
Con la noche relámpagos y rayos.
A sus órdenes fieles e irritadas
Del Aquilón las furias, en los cielos
Despliegan anublados, fieras alas. 6525
La más horrible noche, a un día hermoso
Suceder se ve ya. Gime, se espanta,
Y la Naturaleza a Amor conoce.
De aquella vasta y húmeda campaña
Por entre cenagosos y hondos surcos, 6530
Un pie incierto, Borbón, encaminaba
Sin guía y sin escolta. Amor, entonces,
De su antorcha excitando la cruel llama,
Hace delante dél ir alumbrando
Este nuevo prodigio. En la intrincada 6535
Umbría de las selvas, de los suyos
Abandonado el Rey, tras la luz marcha
De aquel astro enemigo, que entre sombras
Brillando de la noche, le guiadaba.
Cual se vieran, a veces, los viajeros 6540
Ir, errantes, siguiendo en sus jornadas
Varios ardientes fuegos, que la tierra
De sus senos recónditos exhala,
Pasajeros vapores, cuyas luces
Maléficas los llevan, deslumbrada 6545
La vista, al precipicio, hasta el momento,
En que ellas le iluminan, y él los traga.
Hacía poco tiempo, que fortuna,
De una ilustre mortal la bella planta
A estos lúgubres climas condujera. 6550
De una tranquila quinta solitaria
En el fondo apacible, allá bien lejos
Del horroroso estruendo de las armas,
Esperaba la joven a su padre,
Que a sus príncipes fiel, y honrosas canas 6555
De la guerra adquiriendo entre los riesgos,
Nunca del Gran Enrique abandonara
Los gloriosos y regios estandartes.
Era de Estrée su nombre. Mano franca
De la naturaleza, sin medida, 6560
De sus amables dones la colmara.
No con tanto esplendor, a las riberas
Del Eurotas, un día, rutilaba
La criminal belleza, que a su esposo
Menelao, la fe, torpe violara. 6565
Menos por cierto hermosa e interesante,
Ostentar viera Tarsis en sus playas,
La suprema beldad, que del Romano
Al formidable dueño esclavizara,
Cuando mortales razas de habitantes, 6570
Que allá a orillas del Cidano moraban,
Por la Diosa acatándola de Chipre,
En su culto incensarios manejaran.
Ella en la edad rayaba... ¡Edad terrible!
Que hace de las pasiones más tiranas 6575
Inevitable y grato el dulce yugo.
Su corazón naciera, y se formaba
Para el amor más fino: pero votos,
Aún, fiero y generoso, no aceptara
De algún ansioso amante; parecida 6580
A la mimosa rosa, en la mañana
De su fresca apacible primavera,
Que su natal belleza al nacer guarda,
Y en sus primeros días, recatando
De los vientos de amor a las oleadas, 6585
Los preciosos tesoros de su seno,
Ábrelos a su tiempo, y los regala
Sólo a los rayos dulces y suaves,
De un día de serena y pura calma.
Entre tanto, el Amor, que a sorprenderla, 6590
Bajo un supuesto nombre se aprestara,
Cerca de ella de súbito aparece
Sin su antorcha, sus flechas, y su aljaba.
La voz de un simple niño y la figura
Toma, y esto le cuenta. «En las cercanas 6595
Riberas dejó verse ese famoso
Vencedor de Mayenne, que se avanza
Hacia aquestos lugares»; y al decirlo,
Allá en su corazón un ansia extraña,
Un deseo ignorado introducía 6600
De agradar a aquel héroe, y animada
Viose de nuevas gracias su tez bella.
Aplaudíase Amor, al contemplarla
Hermosa tanto entonces, y ayudado
Del tropel de atractivos, que la agracian, 6605
¿Qué no debió esperar? él, de Estrée, lleva
Al encuentro del Rey, la linda planta.
El arte, con que él mismo, simplemente
Su traje y sus adornos preparara,
A seducidos ojos parecían 6610
De la naturaleza propia gala.
De sus blondos cabellos oro fino,
Que del viento a merced, en él flotaba,
Ora, revoleando, los nacientes
Tesoros va a cubrir de su garganta, 6615
Ora expone a los ojos sus encantos,
Sus inefables y picantes gracias,
Que aún más preciosas hacen su modestia:
No aquella austeridad feroz y opaca,
Que a la misma beldad, que al amor mismo 6620
De sí lejos arredra, y los espanta,
Sino el pudor, que dulce, que inocente,
Que aniñado, colora, enciende, esmalta,
De un divino sonrojo los semblantes;
Que inspirando respeto, aviva e inflama 6625
Mucho más el deseo, y los placeres
Del que puede vencerlo, más exalta.
Aún hace más Amor, a quien milagro
No es imposible alguno; pues encanta
Por invisible hechizo estos lugares. 6630
Mirtos entrelazados por sus ramas,
Que sumisa la tierra, en un momento
Abortó de sus pródigas entrañas,
Sobre el suelo extendían del contorno,
Verde frondosidad embovedada. 6635
Bajo su fatal sombra, incautamente,
Cualquier mortal apenas su pie estampa,
Cuando por mil secretos blandos lazos
Siéntese detener. Allí le agrada;
Estarse allí le place. Allí se turba: 6640
Salir de allí no puede. Un onda clara,
Bajo estas sombras plácidas huyendo,
Embelesa la vista, y la arrebata.
Los dichosos amantes, embargados
De una embriaguez allí tan dulce y cara, 6645
De todo su deber un pleno olvido
A vasos llenos beben y sin tasa.
En todo aquel recinto delicioso,
Triunfa y reina el Amor. En él alcanza,
Y un poder probar hace irresistible. 6650
Todo parece allí que el Amor cambia,
Y todo corazón allí suspira.
Todos embelesados allí se hallan,
Del encanto que inspiran y resuellan.
Todo allí de Amor habla. Amores cantan, 6655
Y aves gorjean mil, y mil redoblan
Por los amenos campos y enramadas,
Sus ósculos, sus trinos, y caricias.
El segador activo, que se avanza
A la Aurora, y cantando, a segar corre 6660
La que espiga le ofrece ya dorada,
La estación ardorosa del Estío,
Cual trabado en su marcha, allí se embarga;
Allí se inquieta todo; allí se agita;
Y de ayes puebla mil aquellas auras. 6665
Su corazón se admira, se sorprende
De tan nuevos deseos. Él, su estancia
Embebecido, fija, y encantado
En tan bello retiro, y empezada
Deja su mies preciosa. El que apacienta 6670
Cabe dél, hato rico, la zagala
Olvidando, y temblándole la mano,
Ya de ella, sin sentir, se le resbalan
Los bolillos al suelo. De este hechizo
A poderío tal, a fuerza tanta, 6675
¿Qué hacer pudo de Estrée, cuando atraída
De un invencible encanto es la cuitada?
Ella que combatir tenía, a un tiempo,
En ocasión y en horas tan menguadas,
Su edad, su corazón, su amor, y un héroe. 6680
De Enrique, por un tiempo, la gran alma,
La inmortal valentía, allá en secreto
Su inacción reprobando, le llamaran
De su glorioso campo a las banderas:
Pero mano invisible le ligaba 6685
A su pesar allí. Apoyo, en vano,
En su primer virtud Borbón buscara.
Su virtud le abandona; y su alma absorta,
No conoce, no ve, no escucha, no ama
Más deber que su Estrée, más gloria y dicha. 6690
De Enrique, en este tiempo, la morada
Sus jefes ignorando, de él distantes,
¡Con qué afán por su Rey se preguntaban
Los unos a los otros! ¡qué confusos,
Cuán sin ánimo y mustios todos andan! 6695
Por sus días solícitos y ansiosos,
Agitábanse todos y temblaban:
Creer, empero, alguno no pudiera,
Que en tan fatal ausencia, sin infamia
Temblar también debiese por su gloria. 6700
En balde por do quier se le buscaba;
Y sus bravos guerreros, desmayados,
No llevándole al frente, que quedaran
Parecía dispersos y vencidos.
Pero el Genio feliz, que de la Francia 6705
Preside a los destinos, tiempo largo
Ausencia no sufrió tan arriesgada.
A la voz de Luis baja del Cielo;
Y con vuelo veloz, sobre sus alas,
De su hijo al socorro parte al punto. 6710
Luego que, descendiendo, el pie descansa
Sobre nuestro hemisferio, por que pueda
Con un sabio encontrarse, atenta ojeada
Por la tierra tendió; más sin buscarle
En aquellas mansiones veneradas, 6715
Que al estudio los hombres, al silencio,
Y al penitente ayuno consagraran,
A encontrarle en Ivri rápido vuela.
Entre aquella licencia relajada,
Donde de los soldados victoriosos, 6720
La arrogante insolencia se desata,
Fija el ángel feliz de los franceses
Su vuelo celestial. Allí se para;
Y en medio de los fieros estandartes,
De los que de Calvino hijos se llaman, 6725
Se dirige a Morné, por enseñarnos,
Que la sola razón, mil veces basta
A conducirnos bien: de la manera,
Que, entre paganas gentes, ya guiara
A los Marcos Aurelios y Platones, 6730
Vergüenza y confusión de las cristianas.
Morné, prudente amigo, nada menos
Que filósofo austero, no ignorara
El arte tan discreto como raro
De agradar reprehendiendo. Él enseñaba 6735
Más que con el discurso con su ejemplo.
Las virtudes más sólidas, del alma
De Morné, los amores fueran todos.
Ávido de trabajos, sin más ansias,
Y a los blandos placeres insensible, 6740
Al borde, con pie firme, caminaba
Del mayor precipicio. Nunca el tono
De la corte, ni su aura envenenada,
La pura austeridad de su constante
Corazón, corrompiera ni alterara. 6745
Así ¡bella Aretusa! de Amfitrite,
A tu inviolado tránsito, pasmada,
Hasta el seno feroz y borrascoso,
Rodar hacen tus ondas dulces aguas,
Limpios cristales claros, a que nunca, 6750
De los piélagos vicia, ni contagia
La salobre amargura, por do corren.
Generoso Morné, cuyas pisadas
La Prudencia dirige, a su par vuela
En alas del afecto a la morada, 6755
En que la femenil dulce molicie,
En sus brazos prendiendo, esclavizaba
Al vencedor terrible de los hombres,
Y con él los destinos de la Patria:
Multiplicando Amor sus tiernos triunfos, 6760
Sus dichas cada instante acrecentaba,
Por desmenguar más bien sus altas glorias.
Los deleites, que rápida duranza
Suelen sólo lograr, embelesando
Sus momentos, sus días renovaban. 6765
Colérico el Amor, en medio de ellos,
La severa Prudencia, colocada
Del virtuoso Morné descubre al lado.
Transpórtase furioso; y en venganza,
Contra el sabio guerrero una saeta 6770
Lanzar quiere cruel, con que pensaba
Hechizar sus sentidos, y creía
Herir su corazón: pero se engaña.
Su cólera, Morné y agudas flechas,
Sus encantos, Morné, menospreciaba. 6775
Impotentes sus puntas, se rompían
En su armadura todas, o embotaban.
Con circunspecto acuerdo, que a sus ojos
Se le ofreciese el Rey, modesto aguarda;
Y entre tanto, con vista y ceño airado, 6780
Aquel hermoso sitio contemplaba.
Del sombrío jardín allá en el fondo,
Y a orillas de un raudal de limpias aguas,
Bajo un mirto amoroso, del misterio
Verde y ameno asilo, prodigaba 6785
A su amante la Estrée sus gracias todas.
Unido el uno al otro, cual pegada
Suele al laurel la hiedra, entre los brazos
De su Estrée nuestro Enrique se abrasaba,
De amor desfallecía. De los tiernos 6790
Suavísimos coloquios, que alternaban,
Nada, en tales momentos, capaz fuera
De alterar el hechizo. Se llenaran
De lágrimas sus ojos y desmayo,
De aquellas dulces lágrimas, que labran 6795
La gloria y el placer de los amantes.
Ellos allí sentían, y gustaban
Aquella embriaguez, aquel arrobo,
Aquel muelle transporte y furia mansa,
Que solo un amor tierno gustar hace, 6800
Y que explicar también él solo alcanza.
Juguetones placeres y festivos,
Amores mil de un índole aniñada,
De su dulce reposo allá en el seno,
Aquel fuerte guerrero desarmaran. 6805
Aquí, el uno, agarraba y revolvía
Aún teñida de sangre su coraza.
Al héroe manoseando y desciñendo
Otro, allí, la terrible cimitarra,
Se reía a placer, y entre sus manos 6810
Débiles e infantiles, jugueteaba
Con el hierro, que apoyo era del trono,
Y a los hombres horror y espanto causa.
La Discordia, a lo lejos, acechando
Sus humanas flaquezas, le insultaba; 6815
Y el afecto cruel de su contento,
Exprimía con pérfidas risadas.
Su actividad aleve, no prodiga
Tan críticos momentos. Sin tardanza,
Las sierpes de la Liga a irritar corre; 6820
Y mientras que a los brazos se entregara
Del reposo Borbón, del bando opuesto
Las infernales furias despertaba.
Por fin en los jardines, do yacía
Su virtud en el ocio aletargada, 6825
Parecer ve Morné. Vele, y se afrenta.
Uno de otro, en secreto, recelaba
La presencia al igual. Se acerca el sabio,
Y un sombrío silencio grave guarda;
Más su silencio mismo, el mirar triste 6830
De su abatida vista ¡Cuánto daban
Que entender a Borbón! Sobre aquel rostro
Humildemente severo, en que reinaba
La dura pesadumbre, su flaqueza
Fácilmente y rubor Borbón repara. 6835
Odia Amor sus sorpresas. Raras veces,
Suele amarse al testigo de sus faltas.
De Morné, cualquier otro, los cuidados
No hubiera agradecido, a mal llevara.
«¡Caro amigo! el Rey dice, mis enojos 6840
Temer no debes, no. Quien me señala,
Quien mi deber me advierte, de agradarme
Seguro puede estar. Ven: llega. Aún se halla
Digno de ti tu Rey, y su alma dócil.
No más, no más, Morné; te he visto, y basta. 6845
Tú me has vuelto a mí mismo ¡caro amigo!
Ya la virtud antigua, que robara
De mi pecho el amor, a cobrar vuelvo.
De esta inacción tan torpe y desairada
Los males evitemos. De este estado 6850
La afrenta huyamos ya, la torpe infamia.
De este lugar huyamos tan funesto,
Donde mi corazón aún quiere, aún ama,
Aún pide, amotinado, el dulce grillo,
Con que el Amor en él le aprisionaba. 6855
De hoy más, de mi pasión la fiera fuga,
Mi victoria será más noble y cara.
En los brazos partamos de la gloria,
A retar del Amor las asechanzas.
De la guerra, al momento, los terrores, 6860
Las rápidas sorpresas, las alarmas
Hacia París, intrépidos, llevando,
Lave ya de mi error obscuras manchas,
En la española sangre nuestro acero».
De un valor generoso, a estas palabras, 6865
A su dueño, Morné, ya reconoce;
Y de alborozo lleno: «El mismo, exclama,
El mismo sois, Enrique, que hoy mis ojos
Tornan de nuevo a ver. ¡Vos, de la Francia
Augusto defensor! ¡Vos, de vos mismo 6870
El vencedor ilustre, y el monarca
De vuestro corazón! Las glorias vuestras,
Con nuevo brillo, Amor, hoy día esmalta.
Feliz hombre es aquel que Amor ignora,
Y héroe más raro aquel que le avasalla». 6875
Dijo: y de tales sitios a alejarse
Ya se apresura el Rey ¡Qué pena amarga!
¡Cuánto dolor! ¡o Cielo! ha enternecido
Aquel último adiós! Absorta el alma
De tan gracioso objeto y tan amable, 6880
De quien huyendo va, y aun adoraba,
Condenando sus lágrimas, a un tiempo
Sin libertad Enrique las derrama.
Del Amor a una parte arrebatado,
De Morné conducido a la contraria, 6885
Ya se aleja, ya torna, ya en fin parte,
Parte desesperado. Desmayada
Cae al punto de Estrée, sin movimiento,
Sin color y sin vida. Subitánea
Negra y fúnebre sombra, a eclipsar llega 6890
De sus hermosos ojos la luz clara.
Amor, que lo percibe, se estremece,
Y a los aires, furioso, un grito lanza.
Recelaba el aleve, y se afligía,
De que una noche eterna le robara 6895
Una ninfa, a su imperio, tan hermosa;
Y el dulce hechizo aquel, aquella llama
De unos hermosos ojos, que debían
En la Francia encender hogueras tantas,
Para siempre apagase inexorable. 6900
Él la toma en sus brazos: él la halaga:
Él la fomenta; y presto a su voz dulce,
Vélense de la amante desolada
Los párpados a abrir amortiguados.
A su querido nombra veces varias; 6905
Por él pregunta a Amor, do quiere le buscan
Solícitos sus ojos, y se apagan,
Se cierran al no hallarle. Cerca de ella,
El Amor en mil lágrimas se baña.
Del día a la luz bella, que aborrece, 6910
Tiernamente una vez y otra la llama.
Con esperanzas mil consoladoras,
Sagazmente procura confortarla,
Y a males, de que sólo el autor era,
Alivios y consuelos aplicaba. 6915
Morné, siempre inflexible, siempre austero,
A su Señor, en tanto, que notara
Demasiado sensible, sostenía.
La virtud y la fuerza, les mostraban
Del honor los caminos. Con laureles 6920
En las manos, la gloria les guiaba;
Y el indignado Amor, como vencido
Por el justo deber, de Anet escapa
A esconder, de allí lejos, con su pena,
Su furor, su vergüenza, y su desgracia. 6925