Ir al contenido

La Henriada: Canto VIII

De Wikisource, la biblioteca libre.
La Henriada
de Voltaire
Canto VIII

Argumento: El Conde de Egmond viene de parte del Rey de España al socorro de Mayenne, y de los Ligados. Batalla de Ivry, en que es deshecho Mayenne, y muerto de Egmond. Valor y clemencia de Enrique el Grande.


De los Estados en París reunidos,
Atónita y confusa la Asamblea,
Aquel orgullo, de que inflada estaba
Al principio, a este tiempo ya perdiera.
De Enrique al solo nombre, los Ligados, 5335
De horror y espanto llenos, que quisieran
Un Monarca elegirse, ya en olvido
Parecían poner. Nada pudiera
De su furor fijar la incertidumbre;
Y en medio del temor y la flaqueza, 5340
No osando coronar, y aún mucho menos
Destituir al tirano, se abatieran
A confirmar, en tanto, por edictos
De la más vergonzosa complacencia,
El poder y lugar de que gozaba, 5345
Sin que de los Estados le vinieran.
    De Teniente del Reino, aunque sin jefe
El que nombre usurpó, Rey sin diadema,
Conservado hubo siempre en su partido,
Del poder más supremo la influencia. 5350
Un obediente pueblo, de que, astuto,
Ser apoyo afectaba con destreza,
Gustoso, combatir y dar la vida
Por su causa y persona, le ofreciera.
De nuevas esperanzas, de este modo, 5355
El pecho rebozando de Mayenne,
A Consejo convoca, y congregados
Rápidamente en él a contar llega,
Cuantos bravos caudillos, orgullosos,
Vengar resuelto habían sus querellas. 5360
Los Canillacs, los Chatres y San-Poles,
Los Brisacs, los Nemours, y los Lorenas
Y aun Joyeuse, el voluble, acuden prontos.
La venganza, la rabia y la braveza,
La desesperación, y el fiero orgullo, 5365
En sus rostros pintados se demuestran.
Con un trémulo paso, algunos de ellos,
Exhaustos de la sangre que vertieran
En mortales peleas, caminaban:
Pero esta sangre misma que corriera, 5370
Estas mismas batallas y derrotas,
Estas heridas mismas, aún abiertas,
Los excitaban más, y enfurecían
Al vengador desquite de su afrenta.
Cada cual, de Mayenne, como un rayo, 5375
A colocarse al lado parte apriesa,
Y dél, espada en mano, en torno puestos,
Vengar juraron todos sus ofensas;
Así sobre las cumbres del Olimpo,
Y de Tesalia en campos, se fingiera 5380
Allá un tiempo, la impía y audaz tropa
De los soberbios hijos de la Tierra
Amontonando rocas sobre rocas,
Y a los Cielos braveando, en su demencia,
Con la esperanza estólida embriagados, 5385
De destronar los Dioses de su esfera.
    Al momento, entreabriéndose una nube,
La Discordia a la vista se le ostenta,
Sobre un carro flamígero montada.
Ánimo, sus, les dice, que ya llegan 5390
A auxiliaros, franceses. Ya es forzoso
El vencer o morir. Voz halagüeña,
A la cual, el primero se levanta
Parte corriendo Aumale, y al ver cerca
Las relumbrantes lanzas españolas, 5395
«Ahí tenéis, exclamó, ved de la Iberia
El auxilio rogado largo tiempo,
Y siempre diferido al ansia nuestra.
El Austria al fin, amigos, sus falanges,
Su socorro a la Francia le franquea». 5400
Dice: y Mayenne, entonces, afanoso
A las puertas se avanza. Verse deja
El extranjero auxilio de aquel lado,
Do el fúnebre lugar se reverencia,
Que de nuestros monarcas, ya de antiguo, 5405
Consagrara la muerte a tumbas regias.
La formidable masa de las armas,
Que blandientes al aire centellean,
El oro refulgente, el lucio acero,
Las picas, que afiladas reverberan, 5410
Los cascos, los penachos, los arneses,
De la pompa el atruendo y la soberbia,
Del sol los mismos rayos parecían
En el campo retar a competencia.
De tropel a su encuentro el pueblo acorre; 5415
Y con una algazara y grita fiera,
Al jefe, que en su auxilio Madrid manda,
Colma de bendiciones, y festeja.
Era el joven Egmond, tenaz guerrero:
De un padre generoso e infeliz, era 5420
El hijo más indigno y ambicioso.
De Bruselas los muros nacer vieran
Al hijo de Egmond, a quien cegara
De la patria el amor, y la cabeza
Perdiera en un cadalso, sosteniendo 5425
Los sagrados derechos de los belgas,
Sus míseros patriotas, de los Reyes
Vejados y oprimidos por la fuerza.
Ruin hijo de Egmond, procaz soldado,
Áulico vil, al fin, adula y besa 5430
Largo tiempo la mano que a su padre
De un tirano poder víctima hiciera.
A destructores males de su patria,
Por política, infiel, servicios presta;
Y al paso que a París lleva socorro, 5435
Cruel persecución trae a Bruselas.
Como a un Dios tutelar, el rey Felipe,
Del Sena le enviara a las riberas
Con auxilio al rebelde, quien creía,
Del Rey llevar con él hasta las tiendas, 5440
A su vez los terrores y la muerte.
Del temerario orgullo va las huellas
El impetuoso joven ocupando.
¡Con qué placer, gran Rey, de cerca observas
Su fantástica audacia! ¡Con qué anhelo, 5445
Tus ansias el instante aguijonean
De un combate, del Cual, altos destinos
Del Estado pendientes consideras!
    Del Iton bien cercano a las orillas,
Y del Euro a las márgenes amenas, 5450
Un campo afortunado deja verse,
De la madre natura amor y prenda;
Largo espacio de tiempo, por fortuna
Supieran respetar furiosas guerras,
Los preciosos tesoros de que Flora, 5455
Y el Céfiro halagüeño embellecieran
Su dichoso distrito. Entre furores
De civiles discordias y contiendas,
Los sencillos pastores del contorno,
Correr vieran en calma y paz serena 5460
Sus días y sus años, protegidos
Por la piedad del Cielo y su pobreza.
De bálago al abrigo de sus techos,
De la desaforada soldadesca
Desdeñar parecían la codicia. 5465
A cubierto de alarmas, aún no oyeran
Del tambor y las armas el estruendo.
Los campos enemigos allí llegan,
Y la desolación por todas partes
Delante de ellos marcha. Se consternan 5470
Las riberas del Iton y del Euro.
Lleno el pastor de espanto, allá en las selvas,
Amilanado todo, va a esconderse;
Y su dulce mitad, y madre tierna,
Arrebatando en brazos y llorando 5475
Sus queridos hijuelos tras él lleva.
   De esos valles de encantos y gracias llenos
¡Infeliz habitante! no tus quejas,
No a tu Rey esas lágrimas imputes.
Si él las batallas busca o las acepta, 5480
Para darte la paz es solamente.
Dones y beneficios con largueza
Derramará su mano, en mejor tiempo,
Sobre vuestros hogares que hoy molesta.
Terminar vuestros males solo quiere. 5485
Él os ama cual padre, y os lamenta;
Y en esta, en esta misma atroz jornada,
Por vuestro solo amor y bien pelea.
    Siéndole tan preciosos los instantes,
Ya por todas las filas Borbón vuela 5490
Sobre un fogoso corcel, más que el viento
Rápido y adiestrado en la carrera,
Que embravecido todo y orgulloso
De aquel augusto peso que en sí lleva,
Hinchando la nariz, y con pie corvo 5495
Excavando arrogante el ancha arena,
Llamando estar parece los peligros,
Y el fuego respirando de la guerra.
    Ya brillan, cabe el Rey, cuantos campeones
De su honor y su gloria socios fueran, 5500
Y de sus mismos lauros ya ceñidos.
El anciano de Aumont, que las banderas
Siguiera con honor de cinco Reyes;
Biron, de cuyo nombre el eco siembra
En la enemiga hueste mil alarmas; 5505
Su entonces joven hijo, de harto inquieta
Ardorosa y violenta bizarría,
Que después... más entonces Biron era
Virtuoso aún. Allá más lejos vienen
Los que al crimen tenían guerra abierta 5510
Y declarado horror, y que la Liga
La misma Liga atónita respeta,
Por más que los malquiera y los deteste,
Sully, Nangí, Crillon, y el de Turena,
El que en Sedan, después, la mano, el nombre, 5515
Y la soberanía mereciera
De la joven Buillón; soberanía
Infeliz, mal guardada, y bien apriesa
Por Armando oprimida y derrocada,
Apenas erigida a su grandeza. 5520
Vese con esplendor alzarse entre ellos
Cual palma, Essex, airosa y altanera,
Que del país mezclando en los jardines
A los frondosos olmos, que se elevan,
Su noble y grave frente, envanecida 5525
De su extranjero tronco gallardea.
Su engalanado casco centellaba
Con el rojo fulgor de que le cercan
Adornos mil preciosos de oro fino,
Y el sartal de diamantes y preseas, 5530
A porfía brillantes caros dones,
Con que de su Señora a la fiereza
Del de Essex el valor, o la ternura
Más bien, supremamente honrar pluguiera.
¡Ambicioso de Essex! Tú, ser a un tiempo, 5535
Un día conseguiste de tu Reina
Tierno objeto de amor, y el firme apoyo
De tus Reyes, también, y la defensa.
Algo allá más distante los Tremvilles,
Los Clermons y Feuquieres, se presentan, 5540
Y el infeliz De Nesle, y Lesdiguieres,
De condición y estrella bien diversas;
Y el anciano De Elly, a quien ha sido
Esta ilustre jornada tan funesta.
De heroicos varones tropa tanta, 5545
Corre a apostarse, ufana, del Rey cerca,
Y la seña aguardando, en su semblante,
De la victoria ya gloriosa y cierta
Presagios mil felices divinaba.
    En situación tan túrbida, Mayenne, 5550
Su corazón sintiendo desmayado,
A hallar en él su esfuerzo en vano anhela,
Ora fuese, que al cabo, de la causa
La injusticia advirtiendo su conciencia,
Recele gravemente, que propicio 5555
Sus armas proteger el Cielo quiera;
Ora, que el alma, en fin, presentimientos,
Verdaderos anuncios tal vez tenga,
De los grandes reveses precursores.
Dueño no obstante aún de su flaqueza, 5560
Con simulado gozo, sabe el héroe
Encubrir de su pecho duras penas.
Se reanima, se escita, y la esperanza,
Que ya él mismo, marchita, no sustenta,
Inspirar al soldado conseguía. 5565
    Junto a él, lleno Egmond de la soberbia,
Del confiado orgullo, y la arrogancia
Que de ordinario influye la imprudencia
En juveniles años, impaciente
De ejercer su valor; la marcha lenta 5570
Del perplejo Mayenne acriminaba.
    Hervía su coraje; a la manera,
Que escapado del ancho y verde seno
De amenas praderías y risueñas,
Al eco retumbante de la trompa, 5575
Que anima el fiero ardor de su braveza,
En los fértiles campos de la Tracia,
Inquieto e indócil bruto, en quien humea
Un belicioso fuego, suelta al aire
De su altanero cuello la crin crespa, 5580
Con anheloso aliento, por el campo
Trepa, galopa, corre, a la lid vuela,
De la rienda impaciente el freno tasca,
La oreja eriza, y brinca por la hierba;
Así Egmond parecía. Un furor noble 5585
Por sus ojos brillando, llamas echa,
Y en su animoso pecho late y arde.
Lisonjéase ya, ya se recrea
En sus próximas glorias, y presume,
Que su altivo destino al triunfo impera. 5590
¡Ha infeliz! Él no sabe que el orgullo,
La presunción fatal, y la impaciencia
De su guerrero ardor y su osadía,
Iban de Ivri en los campos, con presteza
La tumba funeral a prepararle. 5595
    De la Liga a las bélicas hileras
Avanza el gran Enrique, y a las suyas;
Que inflamaba su heroica presencia
Tornándose: «Nacido habéis franceses,
Y Yo soy vuestro Rey. Ved allí cerca 5600
Al pérfido enemigo. A él; seguidme.
Vuestros ojos jamás de vista pierdan
En lo más empeñado y formidable
De la atroz tempestad que nos espera,
Este blanco penacho que resalta 5605
Flotando al aire, sobre mi cabeza.
Vosotros le veréis, a todo trance,
Del honor volar siempre por las sendas».
A estas bellas palabras, que ya en tono
De vencedor, el Rey les dirigiera, 5610
Advirtiendo, con júbilo, inflamada
De un nuevo ardor su tropa, al frente de ella
Marcha ya, de las huestes al Dios grande
Religioso invocando. Tras las huellas
De ambos jefes a un tiempo, velozmente 5615
A la sangrienta lid correr se observa
De uno y otro partido los guerreros;
Así cuando violentos se despliegan,
Y con rápido vuelo precipitan
De los montes que Alcides dividiera, 5620
Furiosos Aquilones, al momento,
De dos profundos mares contrapuestas
Las encrespadas olas, a los aires
Con espumoso choque se sublevan;
A lo lejos allá la Tierra gime, 5625
Huye el día; del Cielo el trueno suena;
Y de susto temblando el Africano,
Que desplomado se hunde el mundo, piensa.
   Ya en uno y otro campo, dobles muertes,
Al mosquete reunida, feroz siembra 5630
La mortal y fendiente cimitarra.
Aquel arma, que un día, de la guerra
Al mal Genio inventar plugo en Bayona,
Para que estragos suyos más pudieran
Del suelo exterminar la raza humana, 5635
Reúne a un mismo tiempo, invención negra
Y del Infierno mismo digno fruto,
Cuanto en manos maléficas encierran
Hierro y fuego, de bárbaro y horrible.
Ya se baten y mezclan. La destreza 5640
Asociada al valor, la horrible grita,
El gemido, el terror, la rabia ciega,
La implacable y ferviente sed de sangre,
De ceder al contrario la vergüenza,
La desesperación, y en fin, la muerte, 5645
De fila en fila corren y se ceban.
Aquí persigue el uno al propio padre.
Huyendo allí un hermano, muerto queda
Por el impío brazo de otro hermano.
Se estremece a tal ver naturaleza, 5650
Y de su triste sangre, a pesar suyo,
Se hinche aquella fatal turbia ribera.
    Por entre picas tantas que erizadas
Parecían formar espesas selvas;
Por medio de sangrientos batallones, 5655
Y de enemigos cuerpos, que atropella,
Penetra, Enrique, avanza, y un camino
A sus valientes tropas a abrir llega.
Seguiale Morné con su frescura,
Con su calma de espíritu perpetua, 5660
Y cual un Genio excelso y poderoso,
En torno de su Rey gira y le vela:
Al modo, que allá un tiempo, de la Frigia
En los guerreros campos, se fingieran
Los móviles eternos e invisibles 5665
De los etéreos Orbes, por la tierra
En traje de mortales disfrazados,
Mezclarse y combatir en las peleas;
Y del Dios verdadero, al mismo modo,
Que severos ministros, y tremendas 5670
Celestes e impasibles potestades,
Del oraje el relámpago y centella,
En medio de los aires circundados,
Con faz siempre impertérrita y serena,
El Universo agitan y estremecen. 5675
Él de Enrique recibe, a do quier lleva
Las órdenes supremas, que emociones
Repentinas, intrépidas y fieras
Del alma de los héroes, al momento
Cambian una batalla, y fijo dejan 5680
Su triunfante destino. Él a los jefes
A trasladarlas corre con presteza.
El caudillo las toma, y velozmente
Al eco de su voz, con impaciencia,
Las bien disciplinadas prontas haces 5685
Su obediente furor mueven y arreglan.
Despliéganse ya raudos, se dividen
Los trozos de las huestes, ya se cierran,
Ya marchan en colunas diferentes.
Un espíritu solo, un plan gobierna 5690
La acción de cada trozo y movimientos.
Morné yendo y tornando, hacia el Rey vuela.
Él le sigue y le escolta; y golpes varios,
Que contra su persona el campo asesta,
Más de una vez, hablándole, le para. 5695
Por lo demás, Morné, nunca en la guerra,
A sus manos estoicas, en sangre
De sus tristes hermanos permitiera
Que crueles e impías se mancharan.
De su Rey solamente toda llena, 5700
Toda ocupada el alma, si su acero
Desenvainó, fue sólo en su defensa.
Su singular valor, de los combates
Declarado enemigo, no recela
El arrostrar la muerte, más sin darla. 5705
Ya el ánimo indomable de Turena,
Rechaza de Nemur, las huestes turba.
El de Elly, por do quier arrastra y siembra
La muerte y el terror. Elly, orgulloso
Con treinta años de lides, recupera, 5710
De marciales combates entre horrores,
A pesar de sus canas, nuevas fuerzas:
Un guerrero tan solo, a la amenaza
De sus golpes se opone en la palestra.
Un héroe joven es, que de sus días 5715
A la amena y florida primavera,
En funciones de Marte se estrenaba,
Con tan célebre acción como sangrienta.
Del más grato himeneo el dulce cebo,
Venía de gustar el mozo apenas. 5720
Del amor favorito, de sus brazos
De partir acababa. La vergüenza
De no ser hasta entonces sino solo
Célebre por sus prendas, y la fiera
Ambición de otra gloria, le arrojaba 5725
A los fieros peligros de la guerra.
Su joven bella esposa, en aquel día,
Los Cielos acusando, y la crueleza
De la batalla y Liga maldiciendo,
Su tierno esposo armó triste y violenta. 5730
Con un trémulo pulso e incierta mano
La pesada coraza le prendiera,
Y con amargas lágrimas dejara
De un casco preciosísimo cubierta,
Una frente de gracias tan ceñida 5735
Y a sus amantes ojos hechicera.
    Con cólera marcial, del novel fiero
El juvenil orgullo se endereza
Contra el anciano Elly. De polvo y humo
Por entre torbellinos, que los ciegan, 5740
De muertos, moribundos, y heridos,
Uno y otro al través, baten y aprietan
De sus fogosos brutos los ijares.
Apostados los dos sobre la hierba,
Con la sangre teñida y aplanada, 5745
Lejos de do campean sus banderas,
Se lanzan, y se buscan a seguro
Y arrogante galope los atletas.
De sus cotas cubiertos y su sangre,
Enristradas las lanzas, ya se encuentran, 5750
Y con choque espantoso, de repente
Se arremeten entrambos y golpean.
La tierra retembló del bote al ruido;
Y las astas al golpe en trozos quibran;
Al modo que en cargado, ardiente cielo, 5755
Dos formidables nubes, que acarrean
En su seno los truenos y la muerte,
Chocándose en los aires, corren, vuelan
Sobre el furioso viento; de su horrible
Conmistión los relámpagos revientan; 5760
De allí se forma el rayo, y los mortales,
A su vista y estruendo de horror tiemblan.
Ya sus brutos dejando lejos de ellos,
Por un súbito esfuerzo, se conciertan.
En bajarse a buscar muerte distinta. 5765
Ya pie en tierra, se vibran, ya centellan
Los funestos aceros en sus manos.
Acorre la Discordia turbulenta,
Y con ella ligados de consuno,
El rabioso Demonio de la guerra, 5770
Y la pálida parca ensangrentada,
Al lado de ambos héroes se presentan.
¡O míseros, o ilusos combatientes!
Suspended de esa lucha, de esa ciega
Precipitada cólera los golpes: 5775
Pero la irresistible oculta fuerza
De fatales decretos del destino,
Más su furor enciende y los obceca.
En el contrario pecho, abrir al alma
Intenta cada cual fúnebre puerta, 5780
En el pecho, que entrambos no conocen.
A los aires resalta, en cascos vuela
La acerada armadura que les cubre.
A redoblados tajos de su diestra,
Lumbres al viento arrojan las corazas. 5785
Sangre, que a borbotones corre suelta
De sus hondas heridas, rebotando,
Su fiera mano mancha y bermejea.
Los formidables filos deteniendo
Sus cascos y broqueles con destreza, 5790
Golpes mil aún le paran y le cubren,
De una muerte más pronta los libertan.
De resistencia tanta absortos ambos,
Admira, cada cual, honra y respeta
De su rival el ánimo y esfuerzo. 5795
De Elly mano más firme, y más certera,
Al joven generoso al fin derriba,
De un malhadado golpe a sus pies echa.
Sus vivos bellos ojos, para siempre
De la luz a los rayos ya se cierran. 5800
Sobre el sangriento polvo ya su casco
Arrastrando y rodando va dél cerca.
Ya de Elly ve su rostro ¡Qué lamentos!
Le ve, le abraza, ¡ay Dios! ¡...su hijo era.
Inundados en lágrimas los ojos, 5805
El desdichado padre ya la horrenda,
La parricida espada vuelto habría
Contra su corazón, si a tan extremas
Muestras de su dolor, su brazo alzado
Deteniendo, el suceso no impidieran. 5810
Parte trémulo todo; corre huyendo
De una playa de horror y espanto llena.
Su criminal victoria abominando,
Llórala eternamente, la detesta.
A la Corte, a los hombres, y a la gloria 5815
Para siempre renuncia, y solo anhela,
Prófugo de sí mismo, al fin del Orbe
Ir a esconder su tedio y dura pena
En un triste desierto. Allí, del punto,
En que su luz el sol torna a la tierra, 5820
Hasta que de las ondas cristalinas
En el piélago a hundirla tibia llega,
A los enternecidos dobles ecos
De los montes, los valles y las selvas,
Hacían repetir acentos tristes 5825
De su acerbo dolor y su querella,
El nombre, el triste nombre de su hijo.
    Del héroe en la agonía postrimera,
Guiada del terror la nueva esposa,
Con una errante vista y planta incierta 5830
Se acerca y llega, en fin, al campo infausto,
Do pavorosa busca, y ve... ¡Qué escena!
Entre el montón de muertos,... ve a su esposo.
¿Eres tú caro amante?... más sus tiernas
Cariñosas palabras, que interrumpen 5835
Sollozos mil, tristísimas endechas,
Que al viento el labio arroja mal formadas,
Del esposo adorado ya no afectan
El exánime oído. Ella aún sus ojos
Ver quiere, y vuelve a abrir. Ella aún aprieta 5840
Con sus últimos ósculos su boca,
Aquella boca, que idolatra aun yerta;
Ella el cadáver pálido y sangriento
Entre sus brazos trémulos sustenta;
Los ojos clava en él; sobre él suspira; 5845
Estréchale a su seno, y muerta queda.
    ¡Padre, esposa y familia deplorables!
¡Ejemplo lastimero, que amedrenta,
Y la imagen ofrece de unos tiempos
De tal ferocidad y tanta mengua! 5850
Pueda el recuerdo triste y espantoso
De tan mísera y trágica pelea,
De todos nuestros nietos más remotos
Lástimas excitar. Lágrimas pueda
Arrancar de sus ojos saludables, 5855
Porque crímenes tales y fierezas
De sus padres, jamás a imitar lleguen.
    Más ¿quién cielos la Liga así dispersa?
Qué héroe puede, o qué Dios, darle tal rota?
Biron el joven es, cuya braveza, 5860
Por entre atropellados batallones
Denodado consigue abrirse senda.
Y el orgulloso Aumale, que la fuga
De los suyos infame a mirar llega,
De cólera bramando, «Deteneos; 5865
¿Do, cobardes, corréis? Parad: dad vuelta.
¡Huir! ¡Huir, vosotros, los famosos
Compañeros de Guisa y de Mayena!
¡Vosotros los valientes, que hoy de Roma
La causa, de París, Francia, y la Iglesia 5870
Con tanto honor debéis dejar vengadas!
Del antiguo valor y virtud vuestra
Acordaos, amigos, y seguidme
Con aliento mayor a la refriega.
Batíos bajo Aumale, e ya vencisteis»; 5875
Volando a su socorro, gente llevan
El feroz de Saint-Pol, Beauveau, y Foyussa
Con Joyeuse. Las haces ya dispersas
A este refresco junta. Con miradas
Enciéndelas de fuego. Las ordena, 5880
Y a su frente revuelve a un nuevo ataque.
Tras él con paso rápido regresa
De su parte a ponerse la fortuna.
De Biron el valor y la firmeza,
Con rara intrepidez, paran en vano 5885
El impetuoso curso y la violencia
Del torrente de huestes, que furioso,
En sus ondas hundirle, ahogarle intenta.
Parabére expirando ve a su lado.
Entre el montón de muertos, ya por tierra 5890
Mira a Fouquier, Clermont, Angenne y Nésle,
Entre el polvo tendidos ya no alientan.
De exhalar sus suspiros postrimeros
Lleno él mismo de heridas, se halla cerca.
Así Biron, así finar debiste. 5895
En campos del honor muerte tan bella
Tan célebre caída, la memoria
De tu primer virtud eterna hicieran.
El extremado trance, a que un exceso
Del valor de Biron, su vida arriesga, 5900
De Enrique el corazón inquieto advierte.
Le amaba, no cual Rey, no a la manera
De un severo señor, que sólo sufre
Se aspire al alto honor, a la suprema
Ventura de agradarle, y cuyo duro 5905
Corazón, inflexible en su soberbia,
La sangre de un vasallo, bien pagada
Con sola una mirada considera.
La noble llama, Enrique, conocía
De la amistad; de la amistad; la prenda 5910
El don del alto Cielo, y de almas grandes
Dulce placer y encanto; de la tierna
Oficiosa amistad, que allá los Reyes,
Los ilustres ingratos, de su esfera
Por bastante desgracia no conocen. 5915
A socorrerle al punto Enrique vuela;
Y el mismo activo ardor, que fino guía,
Que al socorro sus pasos veloz lleva,
Más vigor a su brazo, y a su vuelo
Impulsiones prestaba más violentas. 5920
Biron, a quien ya asaltan, ya circundan
De una prójima muerte sombras negras,
De su valiente Rey y augusto amigo,
Confortado a la súbita presencia,
Hace un postrer esfuerzo; e incontinente, 5925
De Borbón a la voz, llama y releva
De su vida los restos. Huye todo,
De Borbón al denuedo todo ceja.
Tu Rey ¡joven Biron! tu Rey te arranca
Al tropel de enemigos, que fin dieran 5930
Con redoblados golpes a tu aliento,
Sin darte de su amor tan fina prueba.
Vives, Biron. La vida a tu Rey debes.
Vivirle siempre fiel, al menos, piensa.
    ¿Qué estrépito espantoso deja oírse? 5935
La Discordia es, maligna y turbulenta,
Que del héroe oponiendo a las virtudes
Su implacable furor, de un ira nueva
Los ligados enciende. Al frente de ellos
Pónese el monstruo horrible, y la trompeta 5940
Del infierno, a lo lejos, por el soplo
De su boca fatal, hórrida suena.
A sus acentos bárbaros, de Aumale
Harto bien conocidos, se subleva
Su cólera, se inflama, se embravece; 5945
Y repentinamente, a la manera
Que va del arco elástico impelida
Por los aires silbando una saeta,
Busca al héroe, y sobre él solo se arroja.
En tumulto una tropa se descuelga 5950
De ligados allí; del modo mismo
Que en hondos matorrales de florestas,
Con ojo ensangrentado, hasta su fondo
Precipitados corren y penetran
El alano y lebrel, fieros esclavos 5955
Del amo que los nutre y los arriesga
A ensangrentadas luchas, cual nacidos
Para presas y muertes carniceras,
A un jabalí valiente en torno acosan;
Sus bravíos furores exacerban, 5960
Y con cólera ciega encarnizados,
Los riesgos no advirtiendo, la corneta
Su belicoso instinto irrita al lejos,
Y las rocas, los montes y las cuevas,
De alaridos retumban y ladridos: 5965
Así enemigos mil a Enrique cercan,
Y él solo contra todos, de la suerte
Impía abandonado: de una espesa
Muchedumbre entre abismos, y sitiado
De la muerte en tal trance, se contempla. 5970
Del alto de los cielos, en peligro
Tan horrible y extremo, invicta fuerza
Presta Luis al héroe a quien amaba,
Y que a modo de roca, que altanera,
Amenaza las nubes, de los vientos 5975
El ímpetu rechaza, y la violencia
De las olas quebranta, que le embisten.
¡Quién fielmente narrar aquí pudiera
La sangre y mortandad, de que vio entonces
Cubrir el Euro triste sus riberas! 5980
    ¡O vosotros sangrientos sacros manes
Del más valiente Rey que el mundo cuenta!
Mi espíritu ilustrad y mi memoria;
Por el eco explicaos de mi lengua.
Él ve como al socorro velozmente 5985
Acude de su Rey su fiel nobleza;
Cual muere por su Rey, al mismo paso,
Que por ella, también, su Rey se arriesga.
El terror y el espanto le preceden.
De sus golpes en pos la muerte vuela; 5990
Cuando a su indignación y fiera saña,
A exponerse el de Egmond osado llega.
    Había este extranjero, en lo más fuerte
De batalla tan hórrida y sangrienta,
De su valor iluso, largo tiempo 5995
Del Rey andado en busca. Su soberbia,
Irritaba el honor de combatirle,
Por más que a extrema costa tal vez fuera,
De que su temerario y loco orgullo,
A la tumba fatal le condujeran. 6000
«Ven, Borbón, le gritaba, a alzar tu gloria.
Combatamos los dos. Acción es nuestra
La victoria fijar». A estas palabras,
Un relámpago, al punto, augural seña,
Frecuente mensajero del destino, 6005
Iluminando, hiende y atraviesa
Los espacios del aire. Que su trueno
Retumbe sobre el campo, al punto ordena
El árbitro y señor de los combates.
Bajo sus pies temblar siente la tierra 6010
Atónito el soldado. Que su apoyo
Los Cielos le debían, Egmond piensa;
Que su causa defienden, y en pro suyo,
A combatir de lo alto se dan priesa;
Que la naturaleza atenta toda 6015
Al grandioso interés de tal palestra,
Celosa de su gloria, por las voces
De aquel trueno, su triunfo a entender diera.
De Egmond logra alcanzar, y en el costado
Hiere por fin al héroe. Se contempla 6020
Con derramar su sangre ya triunfante.
El Rey, que se halla herido, y de ver echa
Sin turbarse el peligro, su ardor noble
A medida del riesgo activo aumenta.
Su grande corazón, de haber hallado 6025
Del honor en los campos, competencia
De rivales tan fieros, y tan dignos
De su insigne valor, se lisonjea.
De entorpecerle lejos, más le aviva
La herida que recibe; y con braveza, 6030
Con impetuoso ardor, incontinente
Sobre el rival ufano, se despeña.
De un golpe más seguro derribado,
De repente el De Egmond tendido queda.
Del centellante acero fue en un punto 6035
Su pecho traspasado. Sobre él trepan,
Con sus teñidos pies en fresca sangre,
Los inquietos caballos. Las tinieblas
De la parca, sus ojos eclipsaron;
Y entre rabiosas furias toda envuelta, 6040
De los muertos, volando parte su alma
A la región obscura, do en presencia
De su padre, remuerdos la devoran.
Españoles tan fieros, hueste íbera,
Terrible tanto un tiempo y decantada! 6045
La muerte del de Egmond, vuestras guerreras
Virtudes abismó. Vosotros visteis
La faz al miedo allí, por vez primera.
    De helada turbación y mustio espanto
Sobrecoge el espíritu, y aterra 6050
Al alarmado ejército. En un vuelo
Pasa de fila en fila y al fin, llena
Todo el confuso campo. El tino pierden;
Embárganse los jefes, y se encuentran
Perdidos los soldados. Los primeros, 6055
No aciertan a ordenar, de mandar cesan;
Y a su vez, los segundos no obedecen;
Sus banderas arrojan; grita horrenda
A los vientos despiden; y entregados
A una afrentosa fuga, en medio de ella, 6060
Y del ciego pavor, unos con otros
Tropezando, chocando, y dando en tierra,
Se dispersan confusos y extraviados.
Ríndense al Vencedor sin resistencia,
Sus cadenas, los unos, de rodillas 6065
Pidiéndole por gracia. Otros, intentan
El alcance evitar en rauda fuga,
Y del Euro ganando las riberas,
Estúpido terror los precipita
En su profundo abismo, y con la mesma 6070
Muerte, de que huir quieren, al fin topan.
Las ondas de cadáveres cubiertas,
Del río interceptando la corriente,
Retrocede espantado, y se nivela
De su frente a la altura originaria 6075
    Mayenne, que de espanto incapaz era,
Sereno, aunque afligido, en tal desorden
De su espíritu dueño, aún firme observa
Su fortuna cruel; y a sus reveses
En jornada cediendo tan funesta, 6080
En otra más propicia a lo adelante,
Aún aguarda, animoso, triunfar de ella.
Cerca dél, al contrario, Aumale fiero,
Con un mirar rabioso, acusa, execra
Los Flamencos, el Cielo y la Fortuna. 6085
«Todo perdido se ha ¿Qué es lo que resta?
Morir ¡bravo Mayenne! morir solo».
Dejad de tal furor tan vanas muestras,
El caudillo responde. No, de Aumale.
Vivid para un partido que os aprecia 6090
Tanto como le honráis, para que un día
La derrota del de hoy reparar pueda,
Y el daño redimir, en mejor tiempo,
De la suerte que en este nos fue adversa.
Vivid, valiente Aumale, y con constancia, 6095
De este revés en hora tan funesta,
Junto con Rois-Dauphin, los tristes restos
Aplegad de la rota soldadesca,
Y de París seguidme hasta los muros.
Las reliquias batidas y dispersas 6100
De la Liga reunid. Así, excedemos
Del vencido Coliñi la fiereza».
Al oírle el de Aumale, se enfurece,
Y de cólera llora. No sin pena,
Parte a cumplir un orden que abomina; 6105
Cual el fiero león, que mano experta
Domar de un moro supo, al dueño dócil,
Más feroz y terrible a otro cualquiera,
A la frecuente mano que conoce,
Somete horriblemente su cabeza; 6110
Le sigue aunque con aire formidable;
Feroz, rugiendo aún, le lisonjea,
Y amenazar parece obedeciendo.
    El caudillo, entre tanto, se acelera
A dejar escondidas, con su fuga, 6115
De París entre muros sus afrentas.
    Victorioso Borbón, por todas partes
Correr ve los ligados, sin defensa,
A implorar sus piedades. Al momento,
Las bóvedas del Cielo allí entreabiertas, 6120
Los Manes visto se han de los Borbones,
Que desde él a los aires descendieran,
Y el inmortal Luis, rodeado todo
De la augusta celícola Asamblea,
Por mejor contemplar a su hijo Enrique, 6125
Bajó del firmamento a tanta escena.
De los Borbones vino el jefe excelso,
A observar como el héroe usar supiera
De sus ilustres triunfos, y acabara
De merecer la gloria que le cerca. 6130
Cabe el Rey, sus soldados, los vencidos,
Que a su golpe mortal huir pudieran,
Con ojos de furor miran, y rabian.
Los prisioneros trémulos, que llevan
De Enrique a la presencia, absortos, mudos, 6135
De su suerte final el fallo esperan.
En sus errantes y turbados ojos,
Con el mortal despecho, y la vil mengua,
Pintaban, y el espanto, su desastre.
Sus miradas, Borbón, de gracia llenas, 6140
Y en que a un tiempo reinaban la dulzura
Y la audacia, sobre ellos caer deja.
«Libres estáis, les dice. De hoy más quede
Sólo a la voluntad y elección vuestra,
El ser mis enemigos o vasallos. 6145
Entre mí ya podéis y el de Mayena
Reconocer un dueño. Ved, franceses,
Quién de los dos más bien serlo merezca.
O esclavos de la Liga, o, de un Rey socios;
Id, si os place, a gemir bajo de aquélla, 6150
O a triunfar bajo de éste. Elegid digo».
A estas palabras, que de un Rey salieran
Ya de gloria cubierto, sobre un campo
De batalla, en el seno de la mesma
Victoria, desvariados, sorprendidos 6155
Vense los prisioneros: se demuestran
Contentos de su rota; y a gran dicha
Teniendo el ser vencidos, se clarean
Sus anublados ojos, y en su pecho,
Muere todo el rencor, que en él viviera. 6160
De Borbón el valor los ha vencido;
Y tanto su virtud los encadena,
Que ya del mero nombre de soldados
Del Rey, alarde haciendo, solo anhelan
Su crimen a expiar, con ley ardiente 6165
Marchando, a lo adelante, tras sus huellas
Benigno el vencedor, y generoso,
Que cese ya el degüello presto ordena.
Dueño de sus guerreros, su coraje
Cede a su regia voz, y se sosiega. 6170
Ya no es Enrique el León, bañado todo
En sangre de la lid, que fiero lleva
La muerte y el terror de fila en fila.
Un Dios es, que benéfico, ya suelta
De su potente mano el rayo horrible, 6175
Y que la tempestad calma y enfrena,
Consuelos dando al mundo. Dulces rasgos
De la benignidad, la paz ya sella
Sobre aquella terrible, amenazante,
Y ensangrentada frente. Vida nueva, 6180
Por sus humanas órdenes recobran,
Los que la luz del día ven apenas;
Y sobre sus peligros, sus trabajos,
Y sus necesidades y miserias,
Sus cuidados extiende, y cual un padre, 6185
Atento y oficioso se desvela.
    De lo veraz lo mismo que lo falso,
La peregrina rápida y parlera,
Que a medida que avanza, abulta y crece,
Y más leve que el viento, en alas vuela 6190
Hasta allá mucho más de inmensos mares,
De un polo al otro pasa de la tierra,
Y el Universo ocupa. De este monstruo,
De ojos lleno, de bocas y de orejas,
Que igualmente celebra de los reyes 6195
Los prodigiosos hechos, que las menguas;
Que bajo sí reúne con el miedo
Duda y credulidad, y que concierta
Con el afán curioso, la esperanza,
La retumbante voz, fue cual trompeta, 6200
Del héroe de la Francia, de sus glorias,
Y sus ilustres triunfos pregonera.
Del Tajo al Erídano, vuela al golpe
El grandioso y sonoro ruido de ella.
Espántase el soberbio Vaticano. 6205
Salta el Norte a tal voz de complacencia:
Y Madrid, por su parte, entristecido,
Tiembla de espanto, al fin, y de vergüenza.
    ¡O infelice París! ¡o ciudadanos,
Que engañados vivís en lid tan terca! 6210
¡Falaces sacerdotes! ¡Infiel Liga!
¡De dolor con que gritos, con que quejas
Vuestros templos entonces resonaron!
Allí, desmelenadas las cabezas
De ceniza cubristeis. ¿Y aún maquina 6215
Adular vuestro espíritu Mayena?
Él de esperanzas lleno, aunque vencido,
Del retiro afrentoso en que se encierra,
Con sagaz artificio disfrazaba
A la atónita Liga, ya perpleja, 6220
Lo irreparable y cruel de su derrota.
Contra una suerte de armas tan adversa,
De nuevo asegurarle pretendía.
Su desgracia ocultándole, aún espera
Repararla tal vez, y quiere en tanto, 6225
Por mil falsos rumores que audaz siembra,
Su celo reanimar y antiguo orgullo.
A pesar, entretanto, de consejas,
Y de invenciones tantas y artificios,
La Verdad, siempre clara, siempre fiera, 6230
La Verdad a sus ojos le desmiente,
Su impostura confunde, y al fin vuela,
De boca en boca, helando y abatiendo
Los corazones todos que imbuyera.
    Obstinada y astuta la Discordia, 6235
De ello por fin se aflige, de ello tiembla,
Y su furiosa rabia redoblando,
«Yo no he de ver jamás, dice, que sean
Arruinadas mis obras; que en los muros
De este mi Pueblo fiel, ya se vertieran 6240
Por mí ponzoñas tantas; que encendida
Fuese tanta voraz horrible hoguera;
Y que de sangre, al fin, por tantas olas,
Cimentada tuviese mi potencia,
Para dejar a Enrique el vasto imperio 6245
De la Francia, que al mio vi sujeta.
Por más que formidable, fuerte e invicto
Ese glorioso Príncipe ser pueda,
El arte todavía no me falta
De enflaquecer su ardor. Si con la fuerza 6250
Vencerle no he podido, afeminarle
Podré al menos bien pronto. A su braveza,
A su excelsa virtud, esfuerzos vanos
No opongamos de hoy más. Probado queda,
Que al indomable Enrique, con suceso 6255
Jamás podrá oponerse, en competencia,
Otro algún vencedor; que Enrique mismo,
Sólo a su corazón es a quien deba
Ese Borbón temblar. Por él hoy quiero
Solamente asaltarle, y de sorpresa 6260
Mal herirle y vencerle». Dijo; y pronto
Del Euro abandonando las riberas,
Sobre un carro teñido en sangre humana,
Y del odio tirado en nubes densas,
Que el día tornan pálido, ya parte, 6265
Y en busca del Amor rápida vuela.


FIN DEL CANTO VIII