La Mayor hazaña de Alejandro Magno/Acto II

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Acto I
​La Mayor hazaña de Alejandro Magno​ de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto II

Acto II

PIRENE:

¿Qué tienes, señora mía?

CAMPASPE:

Tristeza y amor.

PIRENE:

¿Por qué?
Cuando se paga una fe
causa amor más alegría.
De otro secreto dolor
nacerá tanto pesar,
que al amor le llaman mar.

CAMPASPE:

Cuidados son de mi honor.
¿Quién duda, amada Pirene,
que, aunque el dueño de mi ser
tiene tan grande poder
y tanta nobleza tiene,
viéndome, en fin, no casada
en tanta desigualdad,
digan que mi honestidad
está perdida y manchada?

PIRENE:

Antes, señora, sospecho
que de Apeles el amor
ha templado tu rigor
y ha sujetado tu pecho,
y también . . .

CAMPASPE:

Tente, Pirene,
que sin recebir pesar
no puede aqueso escuchar
quien honra y nobleza tiene.
Decir que quisiera ser
que, en fin, el honor me llama,
más que de Alejandro dama,
de un noble pintor mujer,
no fue ofender a mi dueño
mas solamente temer
que el rey podrá aborrecer
el firme amor que le enseño.
Que como es tan inconstante
el tiempo, hoy solemos ver
al que no amaba querer,
y sin amor al amante.
Y por eso no he querido
a Apeles desengañar,
que el rey me puede olvidar
y él puede ser mi marido.

PIRENE:

Perdona si te ofendí,
que Alejandro viene a hablarte
y quiero sola dejarte.

Vase

CAMPASPE:

Si es firme, dichosa fui.
Sale ALEJANDRO

ALEJANDRO:

Campaspe del alma mía,
¿cómo estás?

CAMPASPE:

Buena, señor.

ALEJANDRO:

Verte me da más amor
como el sol más luz al día.
Si ausente estoy de tus ojos,
fuera de la guerra, todo
me da tristeza, de modo
que padezco mil enojos.
Siéntate a mi lado aquí;
dame una mano que, bella,
cayó del cielo esta estrella
hecha rayo para mí.
Triste parece que estás.

CAMPASPE:

¿Yo, señor?

ALEJANDRO:

Dasme disgusto,
que si tú no tienes gusto,
no le tendré yo jamás.
Yo confieso que estoy loco
por tu divina belleza,
y que es premio mi grandeza
para tu hermosura poco.
Sola el alma que te he dado
que en pago recibas quiero,
que éste es, mi bien, el primero
del cielo de mi cuidado.
Di la causa de tu pena.

CAMPASPE:

Toda nace del amor
que tengo al vuestro, señor.
Estoy de favores llena.
Es vuestra alteza el amante
y yo una humilde mujer
para tan alto poder.
Y el tiempo, siempre inconstante,
el amor grande que os tengo,
mezclado con el temor,
suele darme algún dolor.

ALEJANDRO:

Con llanto mi enojo vengo.
Llora

CAMPASPE:

¡Ay, Dios, señor! ¿Qué? ¿Lloraste?

ALEJANDRO:

Con aqueso que dijiste
toda el alma me afligiste
y mis penas recordaste.
Gran mal es que el tiempo fiero
y la muerte de repente
han de atajar la corriente
de este amor y de este acero.
¡Oh, fiera Parca atrevida!
¿Que es posible --¡gran rigor!—
que ha de sobrarme el valor
y ha de faltarme la vida?

CAMPASPE:

Señor, la Parca que dio
al gran Alcides la muerte
le quitó la vida fuerte
pero las hazañas no,
porque quedó su valor
en los cielos esculpido.

ALEJANDRO:

Sí; mas dime dónde ha habido
como Homero historiador.
Si yo tuviera tal pluma,
fuera mi bien sin igual,
mi valor fuera inmortal
de mis hazañas la suma…
                                      Sale APELES

APELES:

Alejandro venturoso…
(Solamente en poseer
esta celestial mujer
yo estoy muriendo celoso.)

ALEJANDRO:

Dame los brazos…

APELES:

(¿Qué veo?)

ALEJANDRO:

…por que mi pena mejores.

APELES:

Señor, dos embajadores…

ALEJANDRO:

¿Qué dices, Apeles?

APELES:

(Creo
que me tienen de acabar.)
…dos embajadores griegos
[……………………….egos?]
te quieren, señor, hablar.

ALEJANDRO:

Vete, Campaspe, que aquí
le doy de mano al amor,
aunque agora tu valor
queda, como siempre, en mí.

CAMPASPE:

El mandarlo vuestra alteza
a obedecerle me allana.

APELES:

(¡Ay, belleza soberana!)

ALEJANDRO:

(¡Qué soberana belleza!)
Salen PARMENIÓN, EFESTIÓN,
GRIEGO 1 y GRIEGO 2

GRIEGO 1:

Supuesto que aventaje
a nuestro yerro tu real clemencia
y que del cielo baje
aquesta sacrosanta preminencia,
que ésta, señor, te pida,
no te espante, la Grecia arrepentida.

GRIEGO 2:

Tebas la causa fiera
fue, con su infame y desleal bajeza,
que Atenas se atreviera
a tu más que divina fortaleza.
Ya quedó castigada.
Detén, señor, tu vengativa espada.

ALEJANDRO:

No os diera yo castigo
hasta rogaros con la paz primero.
A perdonar me obligo
antes que a castigar con el acero,
que a Tebas de esa suerte
la avisé, pero luego la di muerte.
Alzaos, que yo contento
os perdono, olvidando mis enojos;
mas por que de escarmiento
de mi furor os sirvan los despojos,
quiero un retrato daros,
si no mi original, para miraros.

EFESTIÓN:

Dicen, señor, que intenta
borrar tu fama con valor Darío,
y que más acrecienta
su loco, fiero y arrogante brío
el ver tu fuerte espada
de sus vanas soberbias olvidada.
Pues es gran desatino
dudar que está en tu mano la victoria.
Lleve el mar cristalino
hasta sus reinos tu suprema gloria,
y juzguen sus intentos
que castigas los propios pensamientos.

ALEJANDRO:

Apercíbase el parche
y mi gente se ordene tan valiente
que espante cuando marche
como cuando acomete de repente.
Porque, como en el cielo,
no han de alumbrar dos soles en el suelo.—
No os vais, embajadores,
hasta mañana, porque daros quiero
lo que os dije.

GRIEGO 1:

Tus loores
la eternidad pregone al mundo entero.

GRIEGO 2:

Seas Héracles solo
desde este polo al contrapuesto polo.
Vanse. Salen DARÍO, EPITRIDATES y gente

EPITRIDATES:

Junto tiene Rosaces un ejército
de tan grande valor que, si quisiera
contrastar en su esfera al mismo Marte,
no la juzgara el mundo por quimera
como la de los bélicos gigantes
que vengarse de Júpiter quisieron.

DARÍO:

Antes, Epitridates, por bajeza
tiene tal prevención mi fortaleza.
Para un loco atrevido, ¿aqueste brazo
ha menester aquesas prevenciones?
¿Para un cordero solo mil leones?

EPITRIDATES:

Aunque es poca su edad, dice su fama
que admira su valor y su grandeza.
Dicen, señor, que en Tebas el ejército
por todas partes le cercó de suerte
que no daba lugar a su defensa.
Y que en aqueste punto Epaminondas,
de una segura y fuerte cuchillada,
le dejó la cabeza sin celada.
Y que, viéndose así, con espantosa
destreza en tales años y tal pecho,
se defendió de todos y, venciendo,
cesó, con su victoria, el fiero estruendo.

DARÍO:

¿Que rostro tiene?

EPITRIDATES:

Si por dicha quieres
verle, podrás en un retrato bello
que Apeles, un pintor famoso suyo,
con diestra mano y con sutil estilo
sacó tiniendo al mismo por estampa.

DARÍO:

Muéstrale a ver. ¿Que aquéste es tan valiente?
Miente la fama, y aun el mundo miente.
Bajeza es de mi propio pensamiento
pensar que éste se opone a mi braveza.

EPITRIDATES:

Dicen que es de la tierra fiero azote.

DARÍO:

¡Por Apolo divino! ¿Que le azote
este rostro consiente la celada?
¿Estas manos, que siempre en blando guante,
adobadas como él, se han defendido
al parecer del aura delicada,
apretarán la espada con el guante,
uno de acero y otro de diamante?

EPITRIDATES:

Con todo, gran señor, es justa cosa
que vaya la defensa prevenida,
que tiene capitanes Alejandro,
cuando él por sí no tenga tanta fuerza,
como era necesario a tu pujanza,
que cuando dicen que a la fuerte Italia
venció Eneas, también dice su gente
que sin ella vencerla no pudiera.

DARÍO:

Tienes razón, Epitridates. Luego
se prevenga mi gente, por que vea
Macedonia mi furia a pesar suyo.
Pero mejor, si no me engaño, fuera
que fueras de mi parte y que le dieras
un embajada para ver si quiere
paces conmigo y ser mi tributario,
que, como acetar quiera este partido,
por hijo le tendré, y haré que teman
su valor por el mío.

EPITRIDATES:

En esto aciertas,
porque él, viendo tu valor altivo,
te tiene de agradar.

DARÍO:

Parte al instante.

EPITRIDATES:

A obedecerte voy.

DARÍO:

Si no, le advierte
que le he de dar inominiosa muerte.
Vase EPITRIDATES
¡Qué buen talle de mancebo
que tiene Alejandro! A fe
que, aunque mi contrario fue,
su gran gentileza apruebo.
Para un Adonis amante
tiene traza; pero no
para hacer lo que intentó
y para ser arrogante.<poem>

FELICIA:

(¡Ay de mí!)

DARÍO:

¿Qué estoy dudando?
En sabiendo que mi nombre
tiembla el mundo y que mi fama
“el invencible” me llama,
imagino que se asombre.
Y también Epitridates,
que es valiente, le dirá
quién soy y descubrirá
de mi valor los quilates.
Con esto me temerá
y será mi tributario.

FELICIA:

¡Ah, traidor! ¡Ah, infame Dario!

DARÍO:

¿Aquí tu belleza está?
Felicia mía, mi bien,
¿qué tienes? Vuelve a mirarme.
¿Quieres por dicha enojarme?
¿Conmigo tanto desdén?
¿De qué nacen los desvelos?
Que por Febo luminoso
que me tienes cuidadoso.

FELICIA:

(Presentarélo a mis celos.)
Si te miro en mi presencia
con un retrato de quien
perturba todo mi bien,
¿cómo he de tener paciencia?
¿Qué me dijeras a mí
si con él a mí me vieras?
¿Qué dijeras y qué hicieras?
Júzgate también a ti.
No me esperes ver contenta,
pues me tratas de esta suerte
y tu rigor darme muerte
tan fiera y crüel intenta.
¿Yo soy, ingrato, tu esposa?
Miente quien lo dice, miente,
porque no hicieras…

DARÍO:

Deténte.
¿Qué es tan fiera?

FELICIA:

Estoy celosa.

DARÍO:

Si no supiera que Amor
te hace necia, me enojara.
En que te adoro repara
y conoce mi valor.
No es retrato de mujer,
que es de Alejandro.

FELICIA:

(Su fama
tiene encendida una llama
adonde me siento arder.
¡Quién le viera!) Yo sospecho
que me engañas.

DARÍO:

Verdad digo.
Será el retrato castigo
porque conozcas mi pecho.
Vesle aquí.

FELICIA:

(¡Válgame Febo!
¡Qué notable gentileza!
¡El sujetó mi belleza!)
Dicen que es Alcides nuevo.

DARÍO:

Poco entendimiento tienes,
eso oyéndote decir;
eso no te quiero oír.
Voyme.

Vase

FELICIA:

¿Qué mayores bienes,
ni qué más rico tesoro
nunca me pudieras dar,
pues que me dejas lugar
para hablar a quien adoro?
Divina tabla, celestial pintura
de aquel original del alma mía;
de tal valor, de tanta gallardía,
¿qué mujer ha de haber libre y segura?
Como en la marcial libre y segura
vences la más robusta valentía
que en los hombres su ser altivo cría,
vences en las mujeres la hermosura.
¿Quién, como aquel que al mármol adoraba,
fuera dichosa cuando a amarte vengo?
¿Quién en original te convirtiera,
tabla de aquel que tanto deseaba?
¿Quién pudiera infundirte ésta que tengo,
porque a los dos un alma nos rigiera?
Vase.

Salen EFESTIÓN y PARMENIÓN

PARMENIÓN:

Ya quisiera, almirante, que su alteza
diera velas al viento y sujetara
del soberbio Darío la fiereza
con su poder altivo y fuerza rara.
Por cierto, gran valor, grande nobleza
encierra su magnánima y preclara
condición y aun admira en años veinte
verle tan gentil hombre y tan valiente.

EFESTIÓN:

Y lo que es justa cosa que me espante
es ver para la guerra su cuidado,
siempre tan firme, siempre tan constante,
con estar de Campaspe enamorado.
Que, cuando fue de Venus Marte amante,
le aprisionó Vulcano descuidado.
Que siempre el dios Cupido debilita,
Sansón testigo, a quien las fuerzas quita.
Tocan dentro alarma

PARMENIÓN:

¿Cajas entre tapices y doseles
en palacio? ¿Qué es esto?

EFESTIÓN:

La prudencia
de nuestro rey, de quien retrata Apeles
armada la flamígera presencia,
al compás de la caja los pinceles
consagran en la tabla la presencia,
no de un Marte sangriento, fiero, airado,
sino de un Alejandro desatado.
Los dos embajadores a los lados,
las rodillas en tierra, no se atreven
casi a mirar sus ojos enojados,
que contra su delito rayos mueven,
por no quedar o muertos o asombrados.
Alejandro los habla porque aprueben
ellos mismos su fuerza peregrina.

PARMENIÓN:

Corramos para oírle esta cortina.

Corren la cortina y descúbrese APELES
retratando a ALEJANDRO, que estará armado
y con la espada en la mano, feroz,
y a sus lados GRIEGO 1 y GRIEGO 2

ALEJANDRO:

Yo soy Alejandro Magno,
si no en la edad, en los hechos,
que por ellos mis contrarios
aqueste nombre me dieron.
No soy hijo de Filipo,
sino de Jove supremo,
que él solo pudo infundirme
este valeroso aliento.
De diez años sujeté
un fiero animal soberbio,
Bucéfalo, que el de Alcides
no fue monstruo tan horrendo.
Con estas armas brillantes,
con este luciente acero,
me temerán mis contrarios
cuando yo a ninguno temo,
o --¡vive Júpiter santo,
a quien por padre respeto!—
de contrastar cuantos haya
fuera de su sacro reino.
¿Quién ha de aguardarme a mí,
armado en el campo, viendo
que son dos rayos mis manos
y que son mis voces truenos?
Pues ¿cómo vosotros, viles…?

GRIEGO 2:

Señor, detente, que creo
que si prosigues, nos des
la muerte que merecemos.

ALEJANDRO:

Tenéis razón. Mi retrato
es aquéste, que os entrego
porque a Grecia le llevéis;
y si anhelaseis intentos
otra vez de rebelaros,
esta tabla os ponga freno,
contemplándome furioso,
como aquí lo represento.
Idos en paz y temedme
enojado.

GRIEGO 1:

El santo cielo
te guarde infinitos años,
señor, para amparo nuestro.
Vanse GRIEGO 1 y GRIEGO 2

ALEJANDRO:

¡Vasallos míos!

EFESTIÓN:

Estamos
admirados, señor, viendo
tu severidad notable
y la prudencia advirtiendo
con que a éstos has castigado,
que de verte van suspensos.

ALEJANDRO:

Retrata también, Apeles,
a mi valiente Bucéfalo.

APELES:

Haré tu gusto, señor.

ALEJANDRO:

Bien armado me parezco;
si permitido me fuera,
siempre con la gola y peto
aduviera, despreciando
los vestidos de más precio.

APELES:

(¡Ay, Amor! ¿Por qué me matas?
¡Terrible contrario tengo!)
Sale CLITO

CLITO:

Aquí, gran señor, está
del fuerte persiano imperio
un embajador que quiere
hablarte.

ALEJANDRO:

Pues entre luego.
Sale EPITRIDATES

EPITRIDATES:

Guárdete el sagrado Apolo.

ALEJANDRO:

Toma, embajador, asiento.

EPITRIDATES:

(¡Armado me ha recibido!
¿Qué es aquesto, santos cielos?)

ALEJANDRO:

Prosigue y di tu embajada.

EPITRIDATES:

(¡Por el sol, que pone miedo!
Mas Epitridates soy;
hablarle quiero resuelto.)
El invencible Darío,
de todo el persiano reino
absoluto rey, temido
por sus intrépidos hechos,
tiniendo ya apercibido
en sus reinos un ejército
para castigar crüel
tus atrevidos intentos,
que son contra su corona,
según allá le dijeron,
si también en vuestr[a]s fuerzas
contra las suyas soberbios;
habiendo visto un retrato
de tu generoso aspecto
que Apeles, un pintor tuyo,
hizo sentir, siendo lienzo,
y habiendo advertido en él
tu gentileza, tu cuerpo,
tu inusitada experiencia
y que eran tus años menos,
me mandó que te avisase
que te dejará en tu reino
y que hará que por el suyo
tengan a tu nombre miedo,
y perdonará la injuria
con que, atrevido y mancebo,
intentaste profanar
la braveza de su pecho,
si con parias le veneras,
a su voluntad sujeto,
y dejas el comenzado,
atrevido y loco intento,
y que, si no, te apercibas,
porque…

ALEJANDRO:

Basta ya. ¿Qué es esto?

EPITRIDATES:

Esto manda que te diga.
(¡Temblé, por Apolo inmenso!)

ALEJANDRO:

Si como eres uno solo,
fueras todo aqueste ejército
que has pintado, embajador,
te hubiera pedazos hecho.
Como a un hombre te perdono,
aunque has sido tan soberbio
que has parecido no solo,
sino Dario con su reino.
Vete y dile que me aguarde
pisar sus playas tan presto
que respete, acelerado,
destos brazos el esfuerzo.
Y no me juzgue en los años,
que, aunque en ellos soy mancebo,
soy en las fuerzas gigante,
soy Atlante, soy infierno.
Que a ti no te doy la muerte
por que le digas aquesto,
que la mereciste hablando,
viéndome armado, soberbio.
Vete al momento; no aguardes,
que estoy airado y sospecho
que vengaré en ti mi enojo.

EPITRIDATES:

Voyme, señor.

ALEJANDRO:

Vete luego.
Vanse todos. Salen CAMPASPE y PIRENE

CAMPASPE:

El rey a Persia se va.

PIRENE:

¿Tan presto?

CAMPASPE:

Pirene, sí.
Y quedo, sin él, sin mí.

PIRENE:

Pues ¿tanto lo sientes ya?

CAMPASPE:

Tanto que, si ser pudiera,
pues quedo sin él en calma
y le sigo con el alma,
con el cuerpo le siguiera,
arriesgándome por él
contra el enemigo osado,
sin que temiera a su lado
el peligro más cruel.

PIRENE:

¿Sabes qué veo?

CAMPASPE:

¿Qué ves?

PIRENE:

Que cada día le vas
queriendo, señora, más.

CAMPASPE:

¡Ay, Pirene, verdad es!
Que, aunque siempre fue mi intento
que no venciese a mi honor,
aunque es tanto su valor,
sin mediar el casamiento,
su trato, su gentileza,
su valiente corazón,
su rostro, su discreción,
sus palabras, su llaneza,
rendida, en fin, me han tenido
a quererle, sin tener
el bien de ser su mujer
y que fuera mi marido.
Soberbia fue pretender
tanta grandeza mi amor;
mas como es sujetador
del más antiguo poder,
pude tener esperanza
de verme en tanta grandeza.

PIRENE:

Fiábaste en tu belleza,
que imposibles alcanza.

CAMPASPE:

Que quisiera, no te espante,
como he dicho, y no me olvido,
más a Apeles por marido
que a Alejandro por amante.
Porque ha estimado a mi honor
de suerte mi pensamiento
que no me ha dado contento
sin mezcla de algún dolor.

PIRENE:

Alejandro viene ya
a despedirse de ti.

CAMPASPE:

El alma me deja a mí,
aunque él, Pirene, se va.
Vase PIRENE y sale ALEJANDRO

ALEJANDRO:

¿Campaspe?

CAMPASPE:

¿Señor?

ALEJANDRO:

Aquí
tienes asiento a mi lado.
Ya veo que este cuidado
tendrás, que me mata a mí.
Ya ves que no puede ser
menos, mi bien, que la fama
en aquese mar me llama
para matar y vencer.
¡Por Apolo, que gustara
de andar delante de ti
de rodillas, porque en mí
es deidad tu beldad rara.
Que si en templos de oro y jaspe
a Venus, por bella diosa,
la reverencian hermosa,
más que Venus es Campaspe.
Un rey te trairé cautivo
por alfombra de tus pies,
pues yo de aqueste interés
con adorarte me privo.
No llores.

CAMPASPE:

Señor, no puedo.

ALEJANDRO:

Que me enterneces advierte.

CAMPASPE:

Quedo sujeta a la muerte,
pues de vos ausente quedo.
Suele estar un verde prado
bello, alegre, con el sol
y, en faltando su arrebol,
queda triste y deslumbrado.
Yo lo he sido hasta que agora
me dejáis, siendo mi Febo.

ALEJANDRO:

No es, Campaspe, caso nuevo
que llore al sol el aurora.
Dame esos brazos que adoro,
que es sinrazón no coger
esas perlas y perder
tan extremado tesoro.

Abrázanse y
sale EFESTIÓN como de general
y con un bastón en la mano

EFESTIÓN:

Pues, señor, ¿de aquesa suerte
está vuestra majestad
cuando, airado con los aires,
le da mil voces al mar?
¿Cuando ha de llevar por alma
un rígido pedernal,
a mujeriles ternezas
le da espacioso lugar?
Bella, por cierto, es Campaspe;
mas la fama universal
es más hermosa, y más bello
un ejército marcial.
No los amores alcanzan
la suprema dignidad
de las hazañas de un rey,
sino sólo el pelear.
¡Gentiles armas, por Dios,
de un sangriento capitán:
una boca de rubí
y unas manos de cristal!
¡Ea, señor! Vuestra alteza
deje a Cupido rapaz;
a Marte siga en su esfera
y a Neptuno por el mar,
que aunque de la guerra ardiente
vuestra majestad jamás
perdió el bélico cuidado,
aunque enamorado está,
en el conservar las cosas
está la dificultad;
que, al fin, se canta la gloria
y lo ha de ser inmortal.
Que espero que vuestra alteza
tanta tiene de dejar
que no la borre el olvido,
aunque lo intentase más.

ALEJANDRO:

Noble Efestión, valiente
milagro de mi amistad,
no me culpéis, que, en efeto,
bien sabréis lo que es amar.—
Mientras me voy a la guerra,
queda, mi Campaspe, en paz.

CAMPASPE:

Allá me lleváis el alma.

ALEJANDRO:

Toca a embarcar y a zarpar.
Vanse EFESTIÓN y ALEJANDRO,
y tocan dentro cajas,
y salen BUFO y APELES

BUFO:

En fin, ¿acá nos quedamos?

APELES:

Sí, Bufo.

BUFO:

No has hecho mal.

APELES:

Por sólo ver si podré
en esta ausencia ablandar
esta esfinge.

BUFO:

Yo me huelgo
por una cosa no más.

APELES:

¿Por qué?

BUFO:

Por sólo no verme
sobre los brazos del mar.
Que si él quisiere, me suelte
y no me levante más.

APELES:

Aquí está mi bien.

BUFO:

¡Qué triste!

APELES:

¡Quién duda que sentirá
que se fuese quien me mata!—
De celos, señora, igual
quisiera ver con mi amor,
el que nunca me mostráis.

CAMPASPE:

¿No os habéis ido a la guerra?

BUFO:

Mejor estamos en paz.

APELES:

Otra tienen mis sentidos,
que me inquieta mucho más,
y en paz ha de convertirla
vuestra divina beldad.

CAMPASPE:

Agora estoy indispuesta
y algo triste. Perdonad.

Vase

APELES:

Esto es buscar imposibles.
¿De qué me sirve cansar,
pues no saco de su vista
sino mi muerte fatal?
Ve al punto, apréstame un barco,
porque en él quiero alcanzar
a las naves. ¡Ay, ingrata!

BUFO:

¡Ay, qué grande necedad!

APELES:

Pues aquí no alcanzo nada,
quiero en la guerra alcanzar
fama a mi casa y mi nombre.

BUFO:

¡Lindo frenesí te da!

APELES:

Haz lo que digo al momento,
que ya enojándome estás.

BUFO:

¿No ves que las naves vuelan
llevadas de un huracán
y caminan con tormenta
por medio del ancho mar?

APELES:

¡Vive el sol, que he de seguirlas,
en un barco, en un blandal,
en un leño, en una tabla!

BUFO:

Si te quieres anegar,
no tengo yo por agora
tal pensamiento; demás,
¿qué damos a tus deseos?
¿Ha sido tan pertinaz
Campaspe en el despreciarlos
para que te quejes ya?
Mil esperanzas te ha dado,
y es dura cosa intentar
alcanzarlo todo junto.
Aguarda --¡cuerpo de tal!—
que poco a poco hila el copo
la vieja.

APELES:

Dices verdad.

BUFO:

Pues si la digo, ¿por qué
contra lo que digo vas?

APELES:

Quiero aguardar hasta ver
qué fin mi muerte tendrá.

Vanse,

y salen DARÍO, EPITRIDATES y FELICIA

DARÍO:

¡Por el sol, que estoy corrido
de pensar su atrevimiento!
Que, aunque el pago merecido
tengo de darle a su intento,
es valor ser atrevido
y, aunque muera, ha de quedar
con este honor que ha quitado
a mi valor esforzado.
Mas si yo lo he de matar,
morirá, por fuerza, honrado.
¡Que se atreviera a venir
contra Persia! ¡Pierdo el seso!

FELICIA:

¿Eso te dejas decir?
¿Para qué haces caso de eso,
si le tienes de rendir?

EPITRIDATES:

No están seis millas del puerto,
y es la más valiente armada
que en sus hombros levantada
vido el mar.

DARÍO:

Cairáse muerto
en mirando aquesta espada;
que esto no lo dudo yo.
Mas jamás imaginó
mi furor que a él se atreviera
nadie, aunque un Alcides fuera,
y este loco se atrevió.

FELICIA:

Pues ¿qué quisieras hacer?

DARÍO:

Ir yo a su reino a buscalle,
y entre el fiero acometer,
entre su mismo poder,
vengar mi enojo y matalle.
Que poco me puede honrar,
aunque yo mi honor vengase
y al cielo le levantase,
si él me ha venido a buscar
para que yo le matase.
Demás que, aunque es gran locura,
suelen, Felicia, afirmar
que en cualquier batalla dura
está la gloria en osar
y en el vencer la ventura.
Esto siento.

FELICIA:

Pues advierte,
Dario, que es razón a[r?]marte
y aguardar aqueste Marte,
si para ti menos fuerte,
para que puedas vengarte.
(Que ruego al cielo que sea
al revés, por que yo vea
vencedor de mi ciudad,
como de mi voluntad,
a quien el alma desea.)

EPITRIDATES:

Algunas velas, señor,
se van descubriendo ya.

DARÍO:

Jamás temió mi valor.

EPITRIDATES:

Y el mar turbándose va,
por ventura, de temor.

DARÍO:

¿Cómo tan presto ha venido?

EPITRIDATES:

Porque así como le di
tu embajada, al punto vi
su ejército prevenido
para venir contra ti.
Y aun armado la escuchó.
Y aunque no soy el soldado
que menos ha peleado
y tu reino defendió,
temí mirándole armado.
Esto digo por que vayas
a detener la corriente
de este mancebo valiente
antes de que en esas playas
anegue en sangre tu gente,
que ya viene tan cargado
de despojos que ha ganado,
gran señor, con pelear,
que no le puede llevar
el arrogante salado.

DARÍO:

¡Por Febo claro y divino,
que jamás osar pudiera,
ni aun lo pensar imagino,
que a hacer tan gran desatino
ningún hombre se atreviera!
¡Cercar a Persia! ¡Reniego
del mismo Júpiter!

FELICIA:

Tente.

DARÍO:

¡Ya me abraso en vivo fuego!
¡Miren qué Alcides valiente,
sino un Alejandro ciego!

FELICIA:

Los Gigantes se atrevieron
al cielo, y aun le quisieron
desbaratar, arrogantes;
mas dos rayos fulminantes
su soberbia deshicieron.
Y agora sólo atribuye
a arrogancia su furor
todo el mundo, gran señor.

EPITRIDATES:

Quien acomete y luego huye
poco tiene de valor.

DARÍO:

¿Qué importa quedar rendido,
si mi valor le venció,
vencedor jamás vencido
si acometiendo borró
la infamia de haber huido?
Mas prevéngase mi gente,
que no ha de volver soldado,
si no es muerto, al mar salado;
que yo he de ser el valiente,
aunque él ha sido el osado.
Tocad con pechos atroces
las cajas, de valor llenos,
porque sus parches feroces
nos animen con sus voces,
los espanten con sus truenos.

EPITRIDATES:

Ya se acercan.

DARÍO:

Pues tocad
al arma para vencer
esos viles y cerrad
las puertas de la ciudad,
aunque no era menester.

EPITRIDATES:

Ya echan áncoras en tierra
y el mar de sí los destierra
en los bateles cargados.

DARÍO:

¡Ea, valientes soldados,
tocá al arma! ¡Guerra, guerra!
Vanse,

y queda FELICIA

FELICIA:

¡Ay, Amor! ¡Así jamás
resista tu flecha ardiente
el corazón más valiente,
que ya que a Alejandro das
valor, le des a su gente!
¡Venza Alejandro, Fortuna!
¡Estrellas, sol, clara luna,
dalde victoria a mi amante!
No habrá dicha semejante
para mi pecho ninguna!
Pero, si en mi mano está
dársela, ¿qué me acobardo?
¿Qué me detengo? ¿Qué aguardo?
El remedio pienso ya,
y ya sospecho que tardo.
Un papel le escribiré
diciéndole la flaqueza
de la ciudad, porque dé
el asalto, que en mi fe
puede tanto tu belleza,
y a más de aquesto, la puerta
le abriré de la ciudad;
tendrá la victoria cierta,
pues que ya su majestad
tiene la del alma abierta.

Vase.

Salen ALEJANDRO, EFESTIÓN,
como cojeando, que trae gota,
PARMENIÓN, CLITO, después de haber dicho dentro

CLITO:

¡Echa el áncora al mar!

PARMENIÓN:

¡Aferra, aferra!

CLITO:

¡Dobla el cabo y la vela!

SOLDADO 1:

¡Cía, cía!

SOLDADO 2:

¡Da la banda al batel!

PARMENIÓN:

¡Tomemos tierra!

ALEJANDRO:

¡Oh, para mí dichoso y claro día,
aunque me espera temeraria guerra,
que no teme mi pecho y mi osadía.
¿Salió ya Efestión?

EFESTIÓN:

Ya, señor, vengo
donde todo mi bien y amparo tengo.

ALEJANDRO:

Ya es tiempo, capitanes valerosos,
que mostréis el valor de vuestro pecho.
Ya del mar en los brazos espumosos
mil valientes hazañas habéis hecho.
[………………………………-osos]
[………………………………-echo]
Ya intentamos vencer aquesta tierra
con fieras armas y insufrible guerra.
Hoy es razón que entienda el mundo entero
que no hay para nosotros defendida
parte ninguna, porque aqueste acero
la ha de tener a su poder rendida.
Hoy el soberbio y arrogante fiero
Dario su Persia humilde y abatida
ha de ver a mis plantas su grandeza
humillada a mi suma fortaleza.
Envidiad del gran Hércules la fama,
de quien el docto Homero ha celebrado
de aquel valor la siempre ardiente llama,
de quien los enemigos han temblado.
A ser valiente su valor me llama,
y así…

EFESTIÓN:

Señor, el tiempo ha llegado
en que la espada saques atrevida.
Tienes mi condición bien conocida.
De honrada envidia se me abrasa el pecho
cuando advierto el valor de Hércules fuerte,
y quisiera al momento, a mi despecho,
a veces alcanzar tan rica suerte.
Imaginaba el muro ya deshecho
y a mí dando crüel y justa muerte
a los persas, rindiendo, derribando,
y a su rey arrogante sujetando.

PARMENIÓN:

Paréceme, señor, que vuestra alteza
podrá ya acometer.

ALEJANDRO:

Pues, ¿qué os parece,
amigo Efestión?

EFESTIÓN:

La fortaleza
de la ciudad es grande; mas se ofrece
mi espada a sujetarla a esa grandeza.

ALEJANDRO:

Más el amor que os tengo siempre crece.
[………………………………………]
[………………………………………]
¿Cómo estáis de la gota?

EFESTIÓN:

Algo indispuesto;
mas, aunque los pies tengo de esta suerte,
tengo los brazos sanos, que con esto
estoy para la guerra firme y fuerte,
así no podré huir, pues en un puesto
habré siempre de estar.

ALEJANDRO:

Daros la muerte
pudieran de esa suerte, y yo la estimo
más que la propia mía.

EFESTIÓN:

Más me animo.

ALEJANDRO:

¿Qué ruido es éste entre la gente mía?
Salen SOLDADO 1, SOLDADO 2
y un ESPÍA preso

SOLDADO 1:

Han prendido, señor, aqueste espía.

ESPÍA:

En este papel verás,
señor, que están engañados.

ALEJANDRO:

Muéstrale a ver de quién es.

ESPÍA:

El te lo dirá más claro.

ALEJANDRO:

Lee, Clito.

CLITO:

De mujer
es la letra.

ALEJANDRO:

Ya te aguardo.

Lee CLITO

CLITO:


“El amor que tengo a vuestra real majestad, causado de su ilustre y gloriosa fama, que ya no sólo en Persia, mas en las partes más remotas del mundo se conoce, me obligan [sic] a desear ver mi patria rendida por quien me tiene de la misma suerte. A la parte siniestra del muro está un baluarte al parecer fuerte, que es el más flaco y menos defendido que tiene la ciudad. Por él podrá vuestra majestad dar el asalto, que también mandaré abrir un portillo, por donde con más facilidad la entre solo a fin de que pague esta afición.
–FELICIA, reina de Persia.”

ALEJANDRO:

¡Notable efeto de amor!
Cierto que estoy espantado.

EFESTIÓN:

Todo, señor, lo mereces.
El sol te guarde mil años.

PARMENIÓN:

Ya está a tus plantas valientes
todo el imperio persiano.

ALEJANDRO:

¿Efestión?

EFESTIÓN:

¿Gran señor?

ALEJANDRO:

Mientras que doy el asalto,
os podéis aquí quedar
en conserva.

EFESTIÓN:

El cielo santo
sabe, señor, que me pesa
de faltar de vuestro lado;
mas aquesta enfermedad
me aflige.

ALEJANDRO:

Pues entre tanto
me habéis de ver pelear.

CLITO:

Señor, por aqueste lado
se tiene de acometer,
que es el más débil y flaco.

ALEJANDRO:

Ni las armas me dan miedo,
ni de traiciones me valgo;
en sacando yo la espada
es lo más fuerte más vano.
Arrimad por esa parte
escalas.

CLITO:

¡Señor!

ALEJANDRO:

Vasallos,
lo que yo digo ha de ser
para mi fama trabajo.
No quiero que diga el mundo
que le gané Persia a Dario
por traiciones, cuando puedo
ganársela peleando.
¿Qué receláis, cuando viene
la ventura de Alejandro
con vosotros? ¿Qué teméis
cuando rijo aqueste brazo?

ESPÍA:

Es lo más fuerte esa torre.

ALEJANDRO:

No importa, que en breve rato,
aunque os parezca de bronce,
la veréis hecha pedazos.
Y al que por aquesa parte
me diere el feroz asalto,
le colgaré de una entena
¡por Apolo sacrosanto!
¡Esto es lo que importa, amigos!
¡Aquesto importa, vasallos!
Seguidme.

CLITO:

Todos te siguen.

ALEJANDRO:

¡Ea, valientes soldados!
Entranse todos con las espadas desnudas
y queda EFESTIÓN solo

EFESTIÓN:

¡Oh, valeroso mancebo,
de quien el mundo ha contado
hazaña tan peregrina,
aunque entre Alcides tebano.
Ya acomete valeroso;
ya va la escala trepando;
ya la entrada le defienden
los pertinaces contrarios.
¡Qué advertido se defiende
y cómo ofende gallardo!
¡Qué de enemigos derriba
con los reveses y tajos!
¡Por Apolo, que de verle
en vivo fuego me abraso.
¡Ah, pies, que no me dejáis!
Ya a la muralla ha llegado;
mas no le dejan subir,
que son muchos los contrarios.

EFESTIÓN:

En grande peligro está.
Cayó de la escala abajo.
Todos se arrojan sobre él.
          Voy a defenderle.
Cae
¡Ay, hado
riguroso, que no puedo!
¡Que le matan! ¡Cielo santo!
¡Que matan a vuestro rey!
¡Ah, macedonios soldados!
¡Defendedle, que le matan!
Todos están peleando
para socorrerle. Pies
me faltan --¡de enojo rabio!—,
cuando me sobran valientes,
para defenderle, manos.

EFESTIÓN:

Mas ya parece que vuelve
otra vez a retirarlos.
Eso sí --¡viven los cielos!—
que venga bien sus agravios.
Ya le vuelven las espaldas,
que los macedonios bravos
le acuden y le defienden,
que son de su diestra rayos.
Ya salen de la ciudad
los persas alborotados,
y Dario viene furioso
dejando los muros altos.

Vase.

Salen ALEJANDRO y DARÍO

ALEJANDRO:

Gracias al sol luminoso
que una vez nos encontramos,
que lo deseaba ya.

DARÍO:

Yo también lo deseaba,
y agora verás quién es
el que llama el mundo Dario.

ALEJANDRO:

Esto lo dirán las armas.

DARÍO:

No son armas ni son rayos
las mías.
Pelean

ALEJANDRO:

Bien te defiendes.

DARÍO:

De tu braveza me espanto.
¡Deténte, pues, que caí!

ALEJANDRO:

¡Muere!

DARÍO:

¡Deténte, Alejandro,
que estoy rendido a tus pies,
y el olvidar los agravios
es propio de heroicos pechos!

VOCES (dentro):

¡Victoria! ¡Viva Alejandro!

ALEJANDRO:

Dame las armas.

DARÍO:

Aquí
las rindo a tus pies. ¡Ay, hados
rigurosos, y qué poco
amparáis a un desdichado!

ALEJANDRO:

Mi gente es la victoriosa
y por eso te he dejado
con la vida, y me contento
en llevarte por esclavo.
Álzate.

Salen CLITO, PARMENIÓN y EFESTIÓN, y
FELICIA presa, y todos los que pudieren

PARMENIÓN:

Señor, ya queda
por tuya Persia.

ALEJANDRO:

¡Oh, vasallos!

CLITO:

Y ésta es Felicia, su reina.

ALEJANDRO:

(Es hermosa.)

FELICIA:

(¡Qué bizarro!)

ALEJANDRO:

Si quieres la libertad,
yo te la doy.

FELICIA:

Poco pago
es ése de mi afición …

ALEJANDRO:

¿Cómo?

FELICIA:

…si estás procurando
que me aleje de tus ojos.

DARÍO:

¿Esto más? ¡Ah, dioses falsos!
¿Presa mi esposa?

ALEJANDRO:

A embarcar,
que el alma se va abrasando
por ir a ver a Campaspe.

EFESTIÓN:

Toca a embarcar.

ALEJANDRO:

Toca y vamos.

FIN DE LA JORNADA SEGUNDA