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La Miraflores/XII

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XII

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-¡Cámara, señores, y qué cosas más requetegraciosas que se pintan en este barrio! ¿Se han enterao ustés de lo que ha pasao entre Antonio el Cartagenero y Pepico el Cardenales?

Y esto lo preguntó el señor Frasquito el Silguero, dirigiéndose a varios de los que jugaban al tute la convidada alrededor de una de las mesas del hondilón del Tulipa.

-¿Y qué ha sío lo que les ha pasao a esos dos tórtolos? -le preguntó Currito el de los Belones sin apartar la vista de los naipes, que formaban entre sus dedos un a modo de abanico.

-Pos ha pasao una cosa la mar de graciosa: ustedes sabrán que el Cardenales, pa espantar a aquel de Ronda que se había emperrao en saber cómo está de trapillo y acabaíta de alevantar la Paca, jizo que su pariente Cayetano le metiera los cimbeles, diciendo a los cuatro vientos que su primo tenía más billetes de Banco que el verano golondrinas.

-Eso está ya jechito mojama de puro sabio -exclamó con acento desdeñoso Tobalo el Talabartero.

-Y saben ustés también -continuó impasible el señor Frasquito- que el Cardenales, al ver que se había colao tamién de chipé con su primo, cogió a su primo anoche cuando su primo acababa de asepararse de la reja de la Paca y, que quiso u que no, hizo que se fuera con él a los tejares del Farándula, y sí no es por Manolico el Tato, que pasaba por allí por casolidá, se jura anoche la Constitución en los Tejares.

-Toma, eso está también amojamao -murmuró con tono de zumba el de los Belones.

-Y saben ustés -continuó el Silguero siempre impasible- que endispués cuasi lloraba el Joseíto de pensar en lo que había hecho, porque según parece el Cayetano no quería pelear con él ni manque le dieran un vitalicio, y cuando el otro le estaba insultando lo que hizo fue sacarse del bolsillo la cachicuerno y tirarla en una de las lagunas.

El orador, tras decir esto, arrojó una mirada interrogadora sobre los jugadores, y al ver que éstos parecían prestar alguna más atención a sus palabras continuó:

-Y saben ustés que Cayetano esta mañana, porque el Cachimba, que ya saben ustés lo comprometeor y lo bruto que lo jizo la Divina Voluntá, se premitió decir, estando él delante, que pa él era como cuasi la mitá de un pingo to el hombre que cuando llegaba el momento de pelear tiraba la jerramienta, el Cayetano se fue pa él y le dijo que como él había tirao la noche anterior la suya, tenía la mar de ganitas de que él le diese la que tuviera metía en la faltriquera.

-¿Y qué le contestó el Cachimba al Cayetano? -le preguntó el Tulipa, al que lo interesante del relato le había hecho abandonar el mostrador y aproximarse al señor Frasquito.

-Pos lo que dijo fue -continuó éste- que le soltó una coz, y el Cayetano, al ver al otro tirarle una coz, se fue pa él y le metió un crujío en el perfil que lo puso en cuclilla, y en menos que se dice me lo cacheó mejor que un pincho a un matutero, y le quitó un Hontoría y una de Albacete que cogía como desde aquí a Tarifa, y le dijo que si quería que se los devolviera que no tenía más que dir a peírselos al sitio que más fuera de su gusto. El Cachimba se pensó, sin duda, que diba el otro a jacer con él lo que con su primo, que lo jizo, seguramente no sólo por tratarse de uno de la familia, sino también porque yo sé de mu güena tinta que el Cayetano le debe más de un favor a su primo el Cardenales. Pos no está mu arrepentío ya el Joseíto de lo que ha jecho con su primo Cayetano.

-¿Y to eso era lo que nos tenía usté que contar? -preguntó socarronamente al Silguero Periquito el Butibamba.

-No, señó -repúsole aquél-; que aún me quea algo que decir y que, por cierto, es cosa que sus va a dejar sin cantar, manque las tengáis, las cuarenta. ¿A que no saben ustés a quién ha sío al que le ha dao un guantazo que ha sonao como un barreno Joseíto el Cardenales?

-¿A quién? -preguntaron casi simultáneamente varios de los jugadores.

El señor Frasquito sonrió satisfecho al ver despertar, por fin, la curiosidad en sus oyentes, y repitió al par que fijaba en ellos una mirada de triunfo:

-¿A que no saben ustés a quién ha sío, vamos a ver; a que no lo aciertan ustés?

-Me parece a mi que como usté no mos lo diga...

-Pos bien -dijo aquél con acento enfático-: Joseíto el Cardenales le acaba de soltar un guantazo que vale lo menos por diez mil a Antonio el Cartagenero.

-¡Eso no puée ser, hombre! -exclamó con expresión incrédula el Butibamba.

-Ya lo creo que no puée ser -repitió el de los Belones.

-¡Pos vaya si puée ser! -dijo imitando la voz de éste el señor Frasquito-. Y tan puée ser que acabo yo de hablar con el Cardenales, y como yo ya tenía noticia de la cosa, pos le tiré los chambeles, y lo que me dijo Joseíto fue que lo que sentía era que no le hubiera dao tiempo pa meterle el segundo, y el tercero, y con más razón que nadie..., porque es que él me dijo, que me dijo: «Mie usté, señó Frasquito, hay cosas que a cualisquiera le jacen pólvora la sangre: ya sabe usté de más las faenitas que yo me he cargao por el Antonio porque ni el relente le diera en la cara a la Miraflores; ya sabe usté el enganche que por mo de él, por defensar lo suyo, he tenío yo con mi primo Cayetano, que era pa mí como si fuera mi ojito derecho, y con el cual ya he arrematao pa siempre por mo suyo.»

-Sí, hombre, que sé to eso -le dije yo a Joseíto.

-Pos bueno -me dijo él-; usté también sabe que yo fui a esperarlo al vapor; pos bien: me fui a esperarlo al vapor, y en cuantito saltó en tierra, yo, como es natural, quise ir preparándolo poquito a poco pa que le doliera menos la cosa, y mu poquito a poco le fui diciendo lo que pasaba, jasta que por fin le arrimó la mecha a la niña.

-¿Y él qué dijo a eso? ¿Le faltó al respeto, quizá? -le pregunté yo, y

-¡Calle usté, hombre! -me dijo el Cardenales cuasi rechinando los dientes de rabia-. Eso es lo que esperaba yo: un estallido, que me faltara al respeto; pero en lugar de dar el estallío y de faltarme al respeto, pos se me quedó mirando el gachó y me dice:

-¿Y por eso te apuras tú? Vamos, hombre, no te apures tú por eso, que de eso sabía yo ya algo y eso se me importa a mí una haba. ¿No ves tú que me he dejao yo en Cáiz una gachí que me tiée a mí hipotecao el corazón y tos sus alrededores?

-Y es natural -continuó el Silguero. El Joseíto, al escucharle asín y al pensar que él se había dao tantísimos malos ratos, y que había tenío un enganche tan guasón con su pariente por mo del Antonio, y al ver que el Antonio se le echaba a reír, pos al hombre le entró el vértigo, y lo natural, y lo que hubiéramos hecho tos los que nos semos mancos: al verle reírse, alevantó la mano, y na, que, según dicen, el Antonio tiée un carrillo que parece una ponchera.

Y mientras el señor Frasquito pedía como justa compensación a las noticias que acababa de dar, una del de Jubrique a cargo de los jugadores, penetrando Joseíto el Cardenales en la calle del Refino con paso firme y resuelta actitud, se dirigió rápido y resuelto a la reja donde el de Écija hablaba con la Miraflores, que al verle llegar se puso densamente pálida, y encarándose con ella, mientras su primo le contemplaba demudado el rostro y centelleante la mirada, le dijo con acento emocionado:

-Oye tú, Paca: por los ojitos tuyos me vas a jacer el favor de decirle al hombre que tú más quieres que perdone una mala partiíta que le ha jugao un primo suyo que se llama Joseíto Utrera y Utrera, y al que le dicen por mal nombre Joseíto el Cardenales.

Y mientras Paca, ebria de gozo, desempeñaba el encargo de Joseíto, llegó hasta la reja el dulce trinar de una guitarra bien tañida y una voz de simpático timbre sonoro que cantaba:


Mata una pena otra pena

y mata un día otro día,
y otro querer ha matao

el que yo a ti te tenía.