La Odisea (Antonio de Gironella)/Canto Tercero

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Nota: Se respeta la ortografía original de la época
CANTO TERCERO.

PILOS.[1]


Del seno de las olas levantado,
El sol se lanza á los etéreos campos,
Para dar á los Dioses su luz bella
Y alumbrar de los hombres las tareas.
La nave en tanto las riberas toca
Do la soberbia Pilos de Neleo
Airosa se levanta. Los pilenos,
Del mar en las orillas, ofrecian
Al Dios cuyo tridente el mundo espanta,
En humilde holocausto; negros toros,
Cincuenta enormes mesas se ostentaban,
Y en cada una, al rededor sentados,
Cincuenta hombres habia, y á cada una
Nueve toros estaban repartidos.
De las víctimas ya los intestinos
Se habian ensayado, y las ijadas,
En honra de los Dioses, sobre el ara
Humeaban al tiempo que á la playa
La nave aborda y se asegura en ella.
Palas salta y Telémaco la sigue;

Ella al punto le dice: « ya no es hora
Que, cual niño encogido, aquí te veas.
Has arrostrado los tremendos mares
Para encontrar del padre las pisadas
Y saber su destino, á Nestor corre;
Sepamos lo que dicta su prudencia.
Suplícale que diga cuanto sabe
Por si mismo adquirido , y cuanto pueda
Por relacion agena haber sabido.
El sabio Nestor no querrá engañarte. »
— « ¡Oh mi Mentor! Telémaco responde,
¿Cómo osaré llegar á su presencia?
¿Por dónde empezar debo? yo inexperto,
Tan joven, á la sola idea tiemblo
De interrogar á un hombre cuyos años
Superan á los mios. » — «En ti mismo
Telémaco, ella dice, encontrar debes
De tus voces la guia. El alto cielo
Inspirarte querrá; pues que los Dioses
Tu cuna y tu enseñanza presidieron. »
Se adelanta la Diosa con premura
Y va el mancebo en pos. Al centro llegan
De los pilenos, do Nestor sentado
Con sus hijos está. En torno de ellos
Se miran del banquete los aprestos;
En calderos de cobre preparados
Los guisos vense sobre el ascua hirviendo.
Al ver los estrangeros todos corren
Y les circundan y les dan la mano,
En su fiesta ofreciéndoles asiento.
Pisistrato, que es uno de los hijos
De Nestor, generoso, va el primero,
Se adelanta á su encuentro y los coloca
Entre el padre, y su hermano Thrasimedo,
Sobre sedeñas pieles que de alfombra
Sirven á las arenas. Les presenta
Entrañas de las víctimas, y vierte

En copas de oro delicioso vino.
Luego á Minerva dice con respeto:
« ¡Oh tú estrangero! tus fervientes votos
Dirige al Dios que en esta fiesta honramos.
Cuando tu pleitesia le hayas hecho
Cual tienes por deber, al compañero
Tu copa has de entregar, para que pueda
Él tambien, á su vez, ejecutarlo.
Los Númenes tambien, sin duda, adora,
Pues que su ausilio á todos nos importa.
Es mas jóven que tú; mis años tiene
Y por tal causa te invitó primero.»
La copa al decir esto da á la Diosa
Que, gozosa de ver el noble celo
Con que respeta el jóven las edades,
La toma, y al Dios fiero de los mares
Esta plegaria envía: « ¡oh tú, Neptuno
Que con tu húmedo manto el mundo ciñes!
Mis preces oye: de inmutable gloria
Sobre el gran Nestor y su escelsa prole
Rayos esparce, y que el pileno pueblo
Halle de su piedad la recompensa.
Con Telémaco, danes que á la patria
La fortuna nos torne felizmente
Habiendo nuestro objeto conseguido. »
Despues de voces tales, y su ofrenda
Al inmortal cumplida, da la Diosa
A Telémaco el vaso, y reverente
Igual deber el jóven desempeña.
Partidos los manjares y ya puestos
En las mesas, empieza el gran banquete.
En seguida, calmado el apetito
Y la sed satisfecha, dice Nestor:
« Ahora, cuando ya la ley suprema
De la hospitalidad cumplida queda,
Al curioso deseo es bien se atienda.
¿Quiénes sois, estrangeros; de qué patria

Salisteis? ¿qué intereses os conducen?
¿Acaso sois tan solo aventureros
Que del mar arrostrando los peligros,
Las vidas arriesgais con fin siniestro,
Para llevar á las agenas playas
Infortunio y pesar? » La Diosa amiga
De Telémaco puso ya en el seno
Firmeza noble y ánimo que baste
A interrogar á Nestor, y á pedirle
Del padre los destinos, y alta fama
En Grecia conseguir con tal esfuerzo.
Lleno pues de una insólita confianza
De aquesta suerte empieza: « ¡Oh de Neleo
Hijo piadoso y de la Grecia apoyo!
Saber deseas de cuál patria somos,
Y sin rodeo lo dirá mi labio:
Es Ítaca la cuna, desde donde,
Nó por pública mira, aqui venimos;
Es interes privado el que nos trae:
Las huellas busco del ausente padre;
Ulises voy pidiendo á los lugares
Donde su fama heróica ha llegado.
Me han dicho que lidiande al lado tuyo,
El alto honor contigo consiguiera
De derrocar de Troya el muro inmenso.
De cuantos griegos, en tal lid funesta,
Tristemente cedieron al Destino,
El lugar de la tumba es conocido;
Mas Júpiter, de Ulises todavía
El misterioso fin no ha revelado.
En qué tiempo, en qué playa sucumbiera
No puede declararnos ser humano,
Ni saber si cayó al hierro enemigo
O si le sepultó la mar insana.
Hé aquí lo que á tus plantas me conduce.
¡Oh, de tan cara suerte dime al punto
Cuanto tus ojos vieron; cuanto acaso,

Por agenas noticias has sabido!
¡Ay que su infeliz madre le dio el dia
Para ser de los hombres el mas triste!
No mi dolor lisonjear intentes;
No compadezcas mi sensible pecho;
Mal usarás piedad: Di cuanto viste;
Cuanto supistes dime, y dílo todo.
Si alguna vez en los troyanos campos
Mi padre, el virtúoso y fuerte Ulises,
O por sus nobles hechos ó sus voces,
Supo probarte una amistad honrosa,
¡Oh, dígnate en tal lance no olvidarla,
Y de su historia no me ocultes nada! »
— « ¡Oh, cuántas desventuras, tierno amigo,
Con cuán tristes recuerdos me emponzoñas!
Nestor esclama: ¡Cuántas ansias fieras
De Ilíon en los campos me tocaron;
Cuántas sobre las olas tras de Aquiles
A fin de enriquecer nuestros soldados,
Y de Priamo cuántas bajo el muro
Do yacen tantos héroes sepultados,
Do de Grecia la flor quedó eclipsada!
Allí cayera el invencible Ayace,
Aquiles sin igual, Patroclo el Divo;
Allí, Antiloquio, de mis venas hijo,
En los combates tan altivo y fiero,
Tan constante y veloz en la carrera,
¡Allí cayó tambien!... ¡Oh, cuántos otros
Reveses inauditos!... ¡quién podría
Contar tan lamentable y cruda historia!
Si un lustro aquí pasaras preguntando
La serie de tan fúnebres sucesos,
Cansado á tus hogares regresaras
Antes que concluir su lista amarga.
Por nueve años cumplidos empleamos
En torno de aquel muro harto famoso
Cuantos ardides en la guerra caben,

Cuantos haya políticos secretos.
Nuestros largos trabajos pudo apenas
Jove galardonar; en todos ellos
Nadie igualarse con Ulises pudo;
En genio y en astucia, todos, todos,
A Ulises por su gefe proclamaron.
Tu padre... mas ¿será que su hijo seas?
¡Atónito te miro!... ¡oh si! tal fuera
Su noble acento. En tan pueriles años
Solo el hijo de Ulises tal hablara.
En el consejo siempre, en la asamblea,
Por de quier que nos viésemos entrambos,
Iguales siempre fueron las ideas,
Las voces, el sentir; siempre uno solo
Fue nuestro fin: ¡Dicha y honor á Grecia!
Despues que Troya sucumbió, volvimos
Las naves á ocupar; las dispersara
Enemiga Deidad. Júpiter mismo
Quiso á los griegos amargar la vuelta;
Sin duda porque justos no eran todos,
Porque nó todos la razon seguían;
De la hija del padre de los Dioses
Infinitos murieron á las iras.
Aquesta Diosa entre los dos Atridas
La division sembró: Incautos ambos
Y olvidando las leyes, convocaron
Al declinar el sol una asamblea.
Afanosos los griegos acudieron
El objeto á escuchar de aquella junta.
Pretende Menelao que sin tregua
Las naves vuelvan á surcar las olas;
Agamenon lo veda, pretendiendo
Las falanges guardar, con hecatumbas
De Minerva aplacando los enojos;
¡Demente que ignoraba en su ceguera
Que calmar á los Dioses no podria!
Los Númenes no ceden fácilmente

Del mezquino mortal á las plegarias.
Ambos reyes se exaltan y se injurian;
La gente en su embriaguez, con alaridos
Esplica su furor y se divide;
Pensamientos de horror nos agobiaron
La noche entera, siempre preparados
Unos contra otros á blandir el hierro.
Jove sobre nosotros agrupaba
Sus nubes de infortunio. Al ver el alba
Las naves arrojamos á las olas,
En ellas trasladando los tesoros
Y haciendo preceder nuestras esclavas.
Agamenon con la mitad se queda
De la valiente armada; la otra parte.
Ya las ondas surcamos; un Dios pio
Las aplaca al tocarlas nuestras naves,
Y á Tenedós llegamos. La impaciencia
Que de ver nuestros lares nos acosa
Ofrendas á los Dioses nos impone;
Mas Júpiter no habia decretado
Nuestro regreso aun; en sus enojos
Nuevas discordias suscitó mas fieras.
Al gefe de los reyes complaciendo,
Ulises con su gente volvió á Troya;
Mas, cierto yo que los airados cielos
A nuevas desventuras nos destinan,
Con mis escuadras huye, y á mi ejemplo
Huye tambien el hijo de Tideo
Sus Estolios llevando. Menelao,
El rubio hermano del Atrida, luego
Hácia nosotros viene y nos encuentra
En Lesbos, sobre el rumbo vacilando.
Posible fuera remontar á Chios
Y dejarla á la izquierda, dirigiendo
La ruta hácia Pisirio; mas tampoco
Desacertado fuera, el sur tomando
De la espresada Chios, costa á costa

El tempestuoso Mimas ir siguiendo.
A los Dioses pedimos que, piadosos,
El rumbo con sus rayos nos señalen
Y compasivo el cielo nos inspira
Que por Eubea á salvacion marchemos.
Hinche la vela un favorable viento;
Sobre el líquido plano ya volamos,
Y de la noche con el curso solo
Llegamos á Girestes. Sin demora,
Gratos al Númen que salvarnos supo,
Toros sacrificamos á Neptuno
Entregando á la pira las ijadas.
En solos cuatro dias á Argo llega
El hijo de Tideo, y yo hácia Piles
La nave dirigí, y el Dios propicio
Que el viento favorable nos lanzaba,
Al puerto me condujo con su ausilio.
De esta suerte, hijo mio, entré en mi patria
Sin saber de los griegos cuáles fueron
Los que la muerte ó salvamento hallaron.
Ora lo que ha llegado á mi noticia
Despues que quieto estoy en mi palacio,
Con la lealtad que á tus cuidados debo,
Sin celar cosa alguna, aqui te digo:
La fama ha pregonado que de Aquiles
El hijo valeroso, con su gente
Sin tropiezo á sus lares ha llegado,
Lo mismo que el preclaro Filoctetes,
El hijo de Peamo. Idomeneo
A Creta ha conducido los secuaces,
Que supo arrebatar á horrenda muerte
Sin que ninguno de ellos se perdiera.
Agamenon... ¡Oh tú tambien, sin duda,
En tus lejanas playas has sabido
Por cuál terrible golpe, Egisto infame
Su vida destruyó! Mas de tal crimen
La audacia pagó, el monstruo con usura.

¡Feliz el que al morir deja en el hijo
Un noble vengador! Del asesino
Que el padre le quitara, Orestes, fuerte,
Castigó dignamente la torpeza.
¡Oh tú, hijo mio! si, tu porte airoso
Y tu briosa edad lo garantizan;
¡Sé como él generoso y esforzado
Y la posteridad mas apartada,
Como al suyo, á tu nombre otorgue un lauro! »
— « ¡Oh sabio y noble anciano! ¡oh, le responde
Telémaco, de Grecia ilustre ornato!
El intrépide jóven vengó al padre;
El mundo todo ensalzará su gloria
Y vibrarán los himnos de esta hazaña
En los futuros siglos. ¡Oh si dieran
Tambien los Dioses á mi noble esfuerzo
Castigar los audaces que persiguen
Mi madre desdiehada, y que en su arrojo
Nuevos delitos sin cesar perpetran!
Mas, airados, los Númenes no otorgan
Ni á mi padre ni á mi tanta fortuna,
Y á su destino someterse es fuerza. »
— « Suave amigo, Nestor le contesta,
Ya que el primero aquesta llaga abriste,
¿Dí, podrá ser que nuevos pretensores
A la mano se atrevan de tu madre;
Que á tu despecho, en tu palacio mismo
Urdan vilmente criminales tramas?
¡Oh! fuera, dime, que con villanía
La frente á sus escesos inclinaras;
Ó de tu pueblo acaso el leal pecho,
Por siniestra influencia fascinado,
Se hubiera de tu afecto retraido?
¿Y por qué no esperar que el padre un día,
Valiente, ó con los griegos conjurado,
Vuelva á vengar sus menguas y las tuyas?
¡Oh si Minerva á ti se ínteresara,

Como á tu padre proteger la vimos
En la playa á nosotros tan aciaga!
¡Ah, jamás á un mortal los sacros Dioses
Tanto afecto mostraron, cual de Palas
Fué para Ulises el potente ausilio
Y su angosta presencia tutelaria!
Si tan tierno interes á tí la uniera,
¡Oh! mas de uno de aquesos pretensores
Fácilmente olvidara el himeneo,
Objeto de sus ansias codiciosas. »
— « Harto dices, señor; tan altas miras,
Telémaco responde, en mi no caben,
Ni sé cómo sostenga tal idea.
¡Oh nó! aunque los Dioses lo consientan
Jamás nutrir podré tal esperanza. »
La Diosa entonces con severo acento:
« Telémaco, ¿cuál voz formó tu labio,
Dice; pues, cómo ignoras que los cielos
Desde los centros pueden mas remotos
Un ser mortal llamar, y de los riesgos
Mas ásperos salvarle sin gran pena?
Si á mi tocara, fuérame mas grato
A costa de durisimos trabajos
A la patria tornar, que infame muerte
Hallar en mi palacio, cual Atrída
Que al golpe sucumbió de Egisto infame
Con la adúltera esposa conjurado.
¿Qué importan las fatigas? en fin piensa
Que los supremos Dioses, ellos mismos
Al mortal que protegen no pudieran
La muerte dispensar, pues, ley de todos,
Fuerza es sufrirla cuando la hora llega. »
« ¡Oh no mas, no mas, Mentor! rechacemos,
Telémaco replica, tal materia
Que harto conforme a mis angustias siento.
¡Ah que no hay ya como mi padre vuelva!
Los Dioses su destino prefijaron

Y su fin señaló la parca impía.
Mas preguntar aun á Nestor quiero.
En tres generaciones ha ejercido,[2]
Segun dice la fama, un sabio imperio;
Su justicia y sus luces á la cumbre
De todos los mortales le elevaron.
Al consultarlo el alma se figura
Un Dios del alto Olimpo estar oyendo.
¡Oh Nestor! responderme aqui te digna:
¿Cómo muriera Agamenon potente?
¿Con cuál fin le abismara el vil Egisto?
¡El tan cobarde, á tan viril guerrero!
¿No estaba en Argo entonces Menelao,
Y fuera que, perdido en otras playas,
De su ausencia aquel monstruo aprovechando
Su víctima á mansalva asesinara? »
— « Sí, Nestor le responde, si, hijo mio,
La verdad te diré que ya sin duda
Adivínaste tú. Si Menelao
A Egisto hallara al regresar de Troya,
No se abriera al cadáver del insano
La tierra que manchó; vilmente echado
En el campo á los buitres y á los dogos
Servir debiera de ominoso pasto
Y ni una griega en su ataud plañiera.
¡Oh cobarde! ¡á cuál crímen atrevióse!
Mientras de Troya bajo el parapeto
Nuestro ánimo en mil luchas se agotaba,

Él, tranquilo en los campos deliciosos
De Argo fecunda, en pláticas de amores
De Agamenon la esposa entretenia.
Sus culpables intentos, largos días
Rechazó Clitemnestra. El canto esposo
Para velar en ella y guarecerla
Puso un cantor famoso al lado suyo
Cuando a Troya partir preciso fuera.
Mas llegada la hora que los Dioses
De la triste a la afrenta señalaron,
El leal defensor fue por Egisto
A recóndita playa confinado
Para cebo de halcones sanguinarios;
¡Resistir ya no supo la infelice!
Al crímen entregada, sigue ciega
Al seductor que en el palacio mismo
Frenético la llama. Aquel infame,
Por su increible triunfo embriagado,
De víctimas las aras va encumbrando
Y las bóvedas sacras de los templos
Cubre con profusion de altas ofrendas.
Yo, en tanto, el mar con Menelao hendia.
A la altura de Sino, Apolo, airado,
Atravesó con una flecha de oro
El pecho á Frontis que, de Testor hijo,
Del rey de Esparta era el mejor piloto,
Y el mas diestro de todos los humanos
Las naves en salvar de las tormentas.
La moribunda mano todavía,
Falleciendo, al timon estaba asida.
A pesar del afan con que desea
Al término llegar de sus fatigas,
Menelao piadoso se detiene
Para dar un sepulcro al compañero,
Ofrendas, funerarias tributando
A manes tan preciosos, tan amados.
Cumplido este deber vuelve á las naves:

Ya al cabo de Malea había llegado
Cuando Jove sus iras le fulmina:
Rueda la mar y en montes se levanta.
La armada se dispersa; parte de ella
Arrojada se mira sobre Creta,
En la costa que habitan los Sidonios
Donde corre el Jordan. Un risco enorme
En las olas al ojo allí se oculta;
El Noto entonces sobre Fistos lanza
La mas tremenda y fiera de las olas
Que al estrellarse en los pedriscos muere.
De Menelao, á punto tal, las naos
El risco tocan y en aristas rotas
Al mar arrojan la perdida gente
Que á gran fatiga la existencia salva.
Por la mar y los vientos impelidas,
De aquestas naves cinco a Egipto llegan,
Y de esta suerte en estrangera playa
Con sus tesoros Menelao se encuentra.
Tranquilo en tanto Egisto en su atroz trama
Del Atrida al hermano asesinaba
Y, estúpido, su pueblo obedecia.
Micenas opnlenta, por siete años
Tan vil yugo sufrió; mas al octavo
Desde el seno del África llegaron
Orestes y la muerte. Yerto cae
El pérfido asesino. Ya vengado
Agamenon está, y Orestes fiero,
Del padre satisfechos ya los manes,
A los Argivos, funeraria fiesta,
Sobre las tumbas de la rea madre
Y del infame matador, presenta.
En tal dia llegara Menelao
De tesoros sin fin llenas las naos.
Mas tú, hijo mio, ya no mas ausente
Estás del patrio hogar; ya no mas dejes
Tu fortuna y tu alcázar como presa

De esos amantes fieros. ¡Ah recela
Que anonadan los restos de tu herencia
Y que tu vuelta harto tardía sea!
Antes, empero, te insto y te aconsejo
Que á Menelao inquieras. No ha gran tiempo
Que tornó de esas fúnebres comarcas,
Donde el mezquino que las tempestades
A sus riscos arrojan, ve perdida
De volver a su techo la esperanza.
No puede ave ligera, en solo un año,
Verlas y regresar á nuestras playas.
Parte en tu nao, ó si, por la ancha tierra
Mejor la via estimas, sin tardanza
Un carro mio toma y mis corceles;
Vete á Lacedemonia con mis hijos.
A Menelao allí suplicar puedes
Que lo que tanto anhelas te revele.
Es mortal sabio y justo, y no pudiera
Burlar tus esperanzas con dobleces. »
Dice, y ya el sol dentro del mar se esconde:
Rueda el mundo entre túmidos vapores.
Entonces Palas dice: « Generoso,
Sabio anciano; razon dicta tus voces.
Al punto, de las víctimas las lenguas
Cortadas sean, y á Neptuno fiero,
Lo mismo que á los otros inmortales,
Se ofrezcan sacrificios. Ha llegado
La hora del descanso. Ya las luces
El horizonte encubre; las Deidades
Con dílatadas fiestas no se honran.
A tan divina voz todo se humilla.
Los heraldos entonces á las gentes
El aguamanos traen; las esclavas
Vino en las copas vierten, y las lenguas
De las víctimas arden en las piras.
Todos se lavan y á los Dioses sacros
Ofrecen libaciones. Acabados

Tan piadosos oficios y las copas
Ya apuradas, Telémaco y la Diosa
A volver á sus naves se preparan.
Mas los detiene Nestor: « No consientan
Júpiter, dice, ni los inmortales
Que dejeis este alcázar cual si fuera
Mansion de un indigente en quien no cabe
Al huésped ofrecer una presea
Que deje la visita compensada.
Aquí tapices, túnicas y ropas
De gran valor estan en abundancia.
Mientras vida haya en mí, será imposible
Que el hijo de aquel héroe tan famoso,
El sucesor del siempre amado Ulises
Pruebe un duro escabel de remadores.
Al faltar yo, será en mis hijos deuda
Ejercer la virtud hospitalaria. »
— « Este acento, Minerva añade al punto,
Del gran Nestor es digno, ceder debe
Telémaco a esta voz. La noche pase
En tu palacio, mientras yo á la nave
Vuelo a ver y ordenar nuestros secuaces.
Yo el mas anciano soy; jóvenes todos,
Los demas por afecto le siguieron.
Mañana iré al país de los Caucones[3]
Donde intereses graves me reclaman.
Tú, generoso anciano, al tierno amigo
Darás un carro y raudos alazanes
Con algun hijo tuyo por custodia,
Para que seguir pueda su jornada. »
Repente a voces tales desparece
En águila imponente convertida.
Todos los circunstantes asombrados

En éstasis estao. El mismo Nestor
Siente pasmarse el pecho. Con afecto,
Y tomando á Telémaco la mano:
« ¡Oh hijo! dice, un ser vulgar y oscuro
Tú no serás, ni al mundo inútil peso.
¡Ya tan jóven los Dioses te acompañan!
Esta vision divina es imposible
Que otra ser pueda que la Diosa escelsa
Que al héroe inspira y da su luz al sabio,
La hija en fin de Jove. Ella en tu padre
Tanta gloria vertió que entre los reyes
Y guerreros de Grecia es el primero.
¡Oh Diosa! sé propicia a nuestros votos:
¡Dígnate sobre mí, sobre mis hijos,
Sobre la honrada y siempre fiel consorte,
De los hombres fijar el alto aprecio;
Haz que bendigan todos nuestros nombres
Y que nuestra memoria ensalce el tiempo!
Una novilla al yugo nunca puesta
Que un año solo cuente, cuyas astas
Del oro brillen mas selecto y puro,
Piadoso ¡oh Diosa! inmolaré en tus aras. »
Dijo y oyó Minerva su plegaria.
Entonces vuelve el sabio á su palacio
Seguido de sus hijos y sus yernos.
Cuando ya bajo el trono estan sentados
En sus marcados sitios, el anciano
Un vino hace traer que cuenta once años;
Néctar divino que una fiel esclava
Para las fiestas mas supremas guarda.
Salta espumoso, al destaparse el vaso,
El licor en las copas, y el monarca,
A cuyo ejemplo se conforman todos,
A la hija de Jove hace una ofrenda.
Mas da la hora al descansar impuesta
Y el cuerpo todos á Morfeo entregan.
Guía al hijo de Ulises Nestor mismo

Debajo de un gran pórtico dó tiene
Un riquisimo lecho prevenido.
Reposará á su lado Pisistrato
Que el lazo de Himeneo aun no conoce.
Nestor busca el descanso en un secreto
Süave asilo donde los cuidados
De la oficiosa reina el comun lecho
Con imponente lujo han arreglado.
Al conducir la Aurora el claro dia
Nestor sale á sentarse en los umbrales
De su palacio inmenso, sobre un banco[4]
De terso mármol cuyo liso plano
Pulido con aceites olorosos
Un brillo tiene mas hermoso y claro.
Allí un día Neleo el virtuoso
Solíase sentar; mas ya cediendo
A la ley del Destino, está en la tumba.
Ora su sitio ocupa Nestor. Lleva
En la diestra el gran cetro y tiene entorno
Sus hijos Echefron, Perseo, Estracio,
Areto, Trasimedo y luego el sexto
Que es Pisistrato, el cual unido llega
Al jóven huésped, cándido y lozano.
« ¡Hijos amados! el anciano dice;
De Minerva empecemos implorando
El potente favor, ya que benigna,
En el pasado sol honró la fiesta
Que al culto de Neptuno dedicamos.
En mis dominios, uno de vosotros
Busque la res precisa al holocausto.
Otro, del huésped á la nave llegue
Y con su gente vuelva, allí dejando
Solos dos hombres á la guardia atentos

Un tercero nos traiga aquí Laërces
A dorar de la víctima las astas.
Los demas estarán al lado mio.
Mis oficiales, mis esclavos todos
Las mesas pongan; agua y leña traigan;
En fin, que una gran fiesta esté ordenada.
Dice, y ansiosos todos se preparan
Su mandato á cumplir. Ya la becerra
Presente está; ya los secuaces llegan
Del jóven Itaqués. Tambien se avanza
Laërces con idóneos instrumentos
De la profesion suya: un fuerte ayunque,
Martillos y tenazas. Del Olimpo
Baja la Diosa á recibir sus honras,
Y los votos que el pueblo le dedica.
El anciano monarca el oro entrega,
Y Laërces, con mano esperta y firme,
Lo aplica de la víctima en las astas
Para que a la inmortal mas grata sea,
Y su sonrisa y su favor merezca.
Al ara Estracio y Echefron la arrastran.
En un vaso de flores adornado
La lustral agua Aerto les presenta
Y un cesto con las molas de la ofrenda.
El fuerte Trasimedes, en la mano
El hacha tiene al golpe ya dispuesta.
La copa en que la sangre ha de guardarse
Perseo aguanta y Nestor llega al ara.
Allí la mano estiende sobre el agua;
Toma del pan sagrado un gran fragmento,
A la víctima, en fin, dos clines saca
Y con grave ademan los echa al fuego.
Humildes votos, fervidas plegarias
Añaden todos á tan grande ofrenda.
Trasimedes, en fin, el golpe vibra
Y cercena del cuello los tendones.
La víctima sucumbe y á tal vista

La reina con sus hijas, de alegría
Alzan la voz á un tiempo. La res sacra
Los príncipes levantan y el cuchillo
En su pescuezo Pisistrato clava.
Corre la roja sangre á borbotones
Y con ella la vida va saliendo.
Cuatro partes se forman de la ofrenda.
Separados los muslos los envuelven
En dos capas de grasa y, recargadas
De ensangrentadas carnes, Nestor mismo
En las ascuas las pone y las empapa
Con espeso licor, cuyos vapores,
Cual humilde holocausto da á los Dioses.
Ya, las ijadas consumidas todas.
Las entrañas se prueban, y cortadas
Las carnes, en agudos azadones
Los mancebos las pasan, y en las llamas
Pronto las hacen dar giros veloces.
Entre tanto Telémaco en un baño
Que Policarta hermosa, la mas jóven[5]
De las hijas de Nestor, le ha dispuesto,
Sus brios reverdece. La doncella
Sobre sus miembros mil perfumes vierte.
Luego el jóven se cubre de un tejido
De blanco lino, sobre el cual ostenta
Una túnica de oro relumbrante,
Y parecido á un Dios, con paso airoso
Va á colocarse al lado del monarca.
Dispuestos los manjares, en las mesas
Ya servidos estan. La gente toda
Aliento toma. Los coperos nobles

En vasos de oro el néctar van vertiendo.
Mas ya la sed y el hambre satisfechos,
« Hijos: esclama Nestor, sin mas tregua
Preparad á Telémaco su carro;
Enganchadle corceles valerosos
Y le conduzca alguno de vosotros
Al término que anhelan sus pesares. »
En un punto sus órdenes se cumplen:
Ya los brutos y el carro estan dispuestos.
Una oficiosa esclava en él coloca
Pan y vino y manjares reservados
A sustentar la prole de los reyes.
Salta el hijo de Ulises en el carro
Y Pisistrato siéntase á su lado,
Las riendas toma, y con la sutil punta
Aguijonea el valeroso tronco.
Llenos de noble ardor los alazanes
Vuelan, tocando la llanura apenas,
Y ya tras de ellos á gran trecho dejan
Pilos soberbia con su muro inmenso.
Durante el largo dia, sin descanso
La rueda hacen chillar y el yugo baten;
Mas toca el sol los mares y las sombras
Sobre la tierra vuelan, cuando llegan
De Díocles, hijo de Orsiloco y nieto
De Alfeo, á la morada deliciosa.
Grata hospitalidad allí reciben
Y gozan un pacífico descanso.
Pero al ver que la Aurora, hija suave
De la fresca mañana, el dia trae,
Al carro montan los valientes mozos
Y saltan del palacio los umbrales.
El látigo chasquea: ya han llegado
A una llanura amena dó la espiga
Amarillenta al viento va ondulando;
Ya tocan cuasi al fin de su jornada
Y el sol tambien su curso ha concluido,

Pues en su ebúrneo carro, con las horas,
Se adelanta la noche cautelosa.



  1. Todavía de este inagotable argumento de la guerra de Troya ha nacido un tercer poema: este viage de Telémaco ha inspirado la elocuente pluma de Fenelon; al punto de producir una de las obras mas puras, mas sublimes y morales de la literatura francesa. Tal es la consecuencia que alcanza el poeta, cuando sabe escoger con acierto un abundoso asunto para sus inspiracioncs.
  2. Dacier, Bitaubé, Le-Brun y Dugas-Montbel han puesto tres generaciones y nosotros lo hemos adoptado porque no le hallamos estraordunario, supuesto que Nestor podia, habiendo llegado a una edad tan celebrada por su duracion, haber reinado sobre los padres, los hijos y los nietos. Voss, traductor aleman, pone drei Measchenalter, tres edades de hombre; porque dice que los antiguos contaban por edades de treinta años cada una, de lo cual se deduciría que Nestor había reinado ya por espacio de noventa años, lo que hace posible las generaciones que nosotros hemos admitido; la cuestion nos parece pues una nimiedad.
  3. Los Caucones eran un pueblo de Trifilia en la parte mas meridional de la Elida. Segun Estrabon todos los Epeos tomaban el nombre de Cauconios.
  4. Parece que estos sitiales de piedra pulimentada puestos a las puertas de los palacios, servian a los reyes para las fiestas solemnes y esencialmente para administrar justicia.
  5. A cada paso se ven en Homero las jóvenes lavando y ungiendo á los hombres, lo que prueba indudablemente el abandono de aquella época, en la cual las leyes sociales no eran tan rígidas como las del dia. Parece que la cuba en la cual se tomaba el baño era de metal pulimentado.