La República (Tomás y García tr.)/Vida de Platón

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VIDA DE PLATÓN


Platón nació en Colyto, aldea de Atenas, dia siete del mes Targelion, que corresponde al diez y siete de Mayo, año tercero de la Olympiada ochenta y siete, ántes de Jesu-Christo 430, quando cumplia Sócrates los treinta y nueve de su edad. Tuvo por padres á Aristón y Perictiona, descendientes de las ilustres familias de Codro y de Solón, y le pusiéron por nombre Aristocles, que habia sido el de su abuelo. Platón empezó á llamarle su maestro de gymnasio, por ser ancho de espaldas, y este nombre conservó toda la vida. Entre las relaciones fabulosas que se cuentan de este filósofo una merece particular atencion, por ser como anuncio de su gloria. Dícese que Sócrates vió en sueños, que un pollo de cisne volando desde el altar consagrado al Amor, que estaba en la académia, habia ido á ocultarse en su seno, y que despues levantandose de allí dirigió su vuelo ácia el cielo, recreando con su canto á los hombres y á los Dioses. Añaden que pasados algunos años, quando Aristón le presentó su hijo, habia exclamado Sócrates: Ved aquí el cisne que ví salir del altar para reposar en mi seno. Apreciada esta historia por su justo valor, es decir, como inventada expresamente por algun autor ingenioso, para dar una idea grande de un génio superior; se debe considerar que Platón correspondió en todas sus partes al sentido figurado de este emblema.

Empezó á estudiar baxo la direccion del gramático Dionisio, y á exercitarse en la palestra con Aristón de Argos, en la que aprovechó tanto, que dicen algunos que luchó en los juegos Pytios. Aprendió la música con Dracon ateniense, y con Metelo de Agrigento, y se dedicó con particular aficion á la pintura y á la poesía, llegando á componer muchos poemas ditirámbicos y épicos, y una perfecta tetralogia de tragedias que quemó á los veinte años, despues de haber oido á Sócrates. Estrechóse enteramente con este filósofo, y como su natural era inclinado á la virtud, se aprovechó tan bien de los discursos de este gran hombre, que á los veinte y cinco años de su edad dió muestras de una sabiduría extraordinaria, y de que era capáz ya entónces de gobernar un Estado.

Los lacedemonios en aquel tiempo se apoderaron de Aténas, y Lisando su General estableció en ella el gobierno de los treinta, que bien pronto usurparon la autoridad tiránica, y fuéron conocidos despues por los treinta tiranos. Desde entónces dió Platón señales nada equívocas de tener una alma libre, incapáz de baxarse á hacer la corte á un tirano. Lisandro, á cuyo poder todo se rendia, y que por sus crueldades se habia hecho temible, estaba rodeado de poetas que lisongeaban su vanidad y celebraban su gloria. Entre otros Antimaco y Nicerato se empeñaron en hacerle versos á porfia, y tomandole á él mismo por árbitro para que juzgase su mérito, aplicó el premio á Nicerato: Antimaco despechado de esta afrenta recogió su poema, y Platón que le estimaba por su bella poesía, sin temer el resentimiento de Lisando, le consoló diciendo, que mas digno de lástima era el Juez que no él, porque la ignorancia es un mal mayor respecto del alma, que lo es la ceguera respecto del cuerpo.

Siendo ya entónces muy conocido el mérito de Platón, hiciéron quanto pudiéron los ministros de la tiranía para ganarle y obligarle á tomar parte en su gobierno. Nada se le proponia que no fuese muy conforme á su edad y á sus máximas, y toda su ambicion se dirigia á que las luces que habia adquirido fuesen útiles á su pátria, esperanzado en las promesas de estos treinta tiranos, que al fin los determinaria á dexar sus modales tiránicos, y á gobernar la ciudad con la sabiduría y moderacion de buenos Magistrados. Ocupado dia y noche de estos pensamientos, y buscando los medios mas propios de salir con su designio, observaba con cuidado todos sus pasos; pero conoció desde luego que el mal iba en peor, y que el espíritu de tiranía estaba tan arraigado, que era imposible destruirle. Afligido de esta calamidad que Dios solo podia remediar, y en la qual teniendo parte en los negocios, era preciso ó ser cómplice de sus crímenes, ó víctima de su furor, reprimió todos sus deseos con la esperanza de tiempos mas favorables. Quiso la fortuna favorecer sus buenas intenciones, pues á poco fuéron arrojados los treinta tiranos, y se restableció la antigua forma de gobierno.

Este suceso alentó algun tanto las casi del todo muertas esperanzas de Platón; aunque conoció bien pronto que el nuevo gobierno no era mejor que el pasado, pues se despreciaban las leyes, no habia órden ni disciplina, y toda la autoridad estaba en manos del pueblo, siempre mas temible que los mismos tiranos. Sócrates fué una de las víctimas sacrificadas por este gobierno, y Platón que tenia entónces treinta años, y era Senador, subió á la tribuna para defenderle, obligandole sus concolegas á callar, quando apénas habia empezado su discurso. Este desenfreno de iniquidad aumentó el amor que tenia á la filosofia, y despues de muerto Sócrates, temiendo la inhumanidad de los atenienses se retiró á Megara en casa de Euclides con otros amigos suyos. Entónces empezó á oir las lecciones de Cratylo, que enseñaba la filosofia de Heraclito, y á Hermógenes, que enseñaba la de Parmenides. De Megara pasó á Cyrene para perfeccionarse en las matemáticas baxo la direccion de Theodoro, que era el mejor matemático de su tiempo. Visitó de camino el Egipto, sujeto entónces al imperio de Artaxerxes Mnemon, y valiéndose del pretexto de vender aceyte, conversó mucho tiempo con los sacerdotes egipcios, de quienes aprendió gran parte de sus tradiciones; y aun Dacier cree que adquirió entónces alguna noticia de los libros y doctrinas de los Hebreos, fundado en lo que dicen Aristobulo, Josepho, Numenio, y los Padres de la Iglesia, Justino, Clemente Alexandrino, Eusebio y Theodoreto. Reconocido todo el Egipto, se fué en seguida á Italia, en donde oyó á Philolao y á Euryto, filósofos pitagóricos; y de allí pasó á Sicilia por ver las maravillas de aquella isla, quando tendria los quarenta años de su edad. Este viage que no tuvo mas motivo que el de satisfacer su curiosidad, puso los primeros fundamentos de la libertad de Siracusa, y preparó los grandes hechos que fuéron executados por Dion, cuñado y favorito de Dionisio el viejo.

Era Dios jóven esforzado y magnánimo, pero acostumbrado á las baxezas y esclavitud de un cortesano cobarde y tímido, y lo que aun es peor, criado en el luxo, en la opulencia y en la ociosidad, hubiera dexado morir aquellas preciosas semillas si Platón no las hubiese animado por medio de sus discursos. Apénas oyó los preceptos de su doctrina, quando inflamado de amor á la virtud, no deseaba mas que seguirle, y como veía la facilidad con que Platón habia mudado su corazon, creyó que haria lo mismo con el de Dionisio, y así no tuvo descanso hasta que determinó á este Príncipe á tener una conversacion con el filósofo. No se habló al principio sino de la virtud, y luego se disputó sobre la esencia de la verdadera fortaleza; probando Platón que de ningun modo era herencia de los tiranos, los quales muy léxos de ser valerosos y fuertes, son mas débiles y tímidos que los mismos esclavos. Vino por fin á tratarse de la utilidad y de la justicia y Platón hizo ver que en realidad no se puede llamar útil, salvo lo que es honesto y justo, y demostró que la vida de los justos era felíz en medio de las mayores adversidades, y la de los injustos al contrario miserable en el seno de la misma prosperidad. Dionisio que se sentia convencido por su propia experiencia, no pudo sufrir mas tiempo la conversacion, y aparentando burlarse de su moral, le dixo: que sus discursos sabian á vejeces: y Platón le respondió: que los suyos sabian á tiránicos. Este Príncipe poco acostumbrado á oir verdades tan odiosas, le preguntó algo acalorado, á que habia ido á Sicilia? y el filósofo respondió: que á buscar un hombre de bien. Al oirte hablar, replicó Dionisio, se diria que no le habias aun encontrado? Pero Dion temiendo que el descontento de Dionisio tuviese funestas conseqüencias, le pidió su permiso para que se marchase Platón, sin perder la ocasion de un navio que debia volver á su pátria á Poluides, Embaxador de Lacedemonia. Convino Dionisio, encargándole secretamente al Embaxador que en el viage quitase la vida á Platón, ó á lo menos que le vendiese por esclavo; en lo que no le haria agravio alguno, porque siendo justo seria felíz, ora fuese libre, ora no. Poluides le llevó á la isla de Egina, donde fué acusado por Charmandro como reo de pena capital, en virtud de la ley que mandaba se le quitase la vida á todo ateniense que abordase dicha isla. Esperando estaba la sentencia de muerte, quando por burla le ocurrió decir á uno, que aquel hombre era filósofo, no ateniense, cuyo dicho le salvó la vida. Solamente se le condenó á ser vendido, y le compró Anniceris de Cyrene por treinta minas, el qual le puso en libertad y le envió á Atenas, sin querer nada por el rescate; diciendo que no solo los atenienses conocian el mérito de Platón, ni solo ellos eran dignos de hacerle servicios. Plutarco y Diogenes refieren estas particularidades, de las que nada dice Platón en su séptima carta, donde cuenta este viage á Sicilia, y no es creible que se le hubiese olvidado de hablar á lo ménos de su bienhechor.

Muerto Dionisio el viejo, le sucedio su hijo Dionisio, á quien crió su padre en un encierro, temiendo que con el trato de hombres de talento é instruccion se llegase á conocer, y cansado de la esclavitud, conspirase contra su persona. Apénas subió al trono este jóven Príncipe, quando deslumbrado con su grandeza no puedo ménos de caer en los lazos de sus cortesanos, que nada omitiéron para corromperle, y viniéron á ser los ministros y artífices de sus placeres. Dion que tenia por mas perjudiciales al Estado las disoluciones del jóven Dionisio, que las crueldades de su padre, no perdia ocasion de hacerle ver los abismos donde iba á precipitarse; y creyendo que sus vicios provenian de ignorancia y de ociosidad, procuraba meterle en ocupaciones honestas, é inclinarle á las ciencias, sobre todo á la que puede reformar las costumbres. Entre los muchos consejos y avisos que le daba, solia decirle, que la virtud sola podia hacerle disfrutar la verdadesra felicidad, que se extendiese sobre todo su pueblo: y que el temor y la fuerza no eran los apoyos verdaderos del trono, sino el afecto y amor de los vasallos, frutos indefectibles de la virtud y de la justicia de los Príncipes. Mezclaba con estos discursos multitud de verdades y sentencias que habia aprendido de Platón, diciéndole que solo este filósofo era capáz de comunicarle todas las virtudes con que debia estár adornada una alma real. Por este medio consiguió Dion inspirarle al jóven Dionisio un deseo tan vehemente de ver á Platón y ponerse en sus manos, que envió correos á Aténas con cartas muy expresivas, acompañadas de otras de Dion y de los filósofos pitagóricos de la Gran-Grecia, que le suplicaban con instancia que no perdiese aquella ocasión de hacer á un Rey filósofo, y que se diese prisa ántes que la relaxacion de la corte extinguiese en Dionisio el amor á la filosofia, que ardia en su corazón.

Platón que conocia perfectamente quán poco hay que fiar de los fervores de la juventud, que por lo comun pasan muy en breve, no podria resolverse á hacer este viage; pero al cabo considerando que con curar un solo hombre haria felíz á todo un pueblo, se resolvió á partir, no por vanidad, ni por adquirir riquezas, como le acusaron sus enemigos; sino vencido de los respetos que se debia á sí mismo, para no dar ocasion á nadie de reprehenderle, que no hacia mas que discurrir sobre la virtud, sin ponerse jamás voluntariamente en estado de practicarla. Otro de los motivos, y no el ménos poderoso, que acabó de resolverle á dexar sus ocupaciones á la edad de sesenta y quatro años, para ir acaso con demasiada confianza á experimentar los caprichos de un jóven tirano, fué la verguenza de abandonar á Dion en el riesgo eminente en que se hallaba, combatido de todas partes por las calumnias de sus enemigos, que no pudiendo sufrir sus costumbres severas, y su modo sábio de vivir, procuraban hacerle sospechoso á Dionisio, y le hubieran perdido infaliblemente si se le hubiera dado tiempo á este Príncipe de recaer en sus primeros desórdenes.

Llegado á Sicilia salió el Rey mismo en persona á recibirle al puerto con una magnífica carroza, en la que fué conducido al palacio, y mediante un sacrificio público dió gracias á los Dioses de su venida, que la miraba como la mas grande felicidad que podia conseguir su Reyno. Un principio tan dichoso tuvo aun conseqüencias mas felices; pues como si un Dios se hubiese aparecido y mudado los corazones, toda la corte se halló tan reformada, á lo ménos en apariencia, que el palacio de Dionisio mas parecia escuela de filosofia, que habitacion de un tirano. Pasado algunos dias llegó el tiempo del sacrificio que se hacia todos los años en el alcázar por la prosperidad del Príncipe. El heraldo habiendo, segun costumbre, pronunciado en alta voz la oracion solemne, reducida á decir, que pluguiese á los Dioses mantener por largo tiempo la tiranía, y conservar al tirano; Dionisio, á quien estos nombres empezaban á ser odiosos, le dixo de modo que todos lo oyeron: no acabarás por fin de maldecirme? Este dicho del Príncipe hizo pensar que los discursos de Platón habian hecho una verdadera y fuerte impresion en su ánimo: por lo que Philisto y quantos favorecian la tiranía, creyeron que no se debia perder tiempo, y que era menester arruinar á Dion y á Platon ántes que se apoderasen del corazon de Dionisio, en términos que no pudiesen contrarestarles.

Bien pronto les vino á mano ocasion muy favorable, de la que no dexaron de aprovecharse. Platón habia persuadido al Rey que licenciase los diez mil extrangeros que componian su guarda, y que suprimiese diez mil hombres de caballería, como mucha parte de infantería, y que reduxese á corto número las quatrocientas galeras que tenia siempre armadas. Los mas intencionados envenenaron este consejo, haciendo entender á Dionisio, que Dion se habia valido de aquel sofista para persuadirle que se deshiciese de sus guardas y de sus tropas, á fin que los atenienses hallandole desprevenido, pudiesen destruir la Sicilia, y vengarse de las pérdidas que habian sufrido en tiempo de Nicias, ó que él mismo pudiese arrojarle y ocupar su puesto. Esta y otras calumnias que tenian bastante apariencia para sorprender a un tirano, no hiciéron al pronto sino la mitad del efecto que ellos se prometian: porque Dion solo fué la víctima del furor de Dionisio, que le hizo á presencia suya meter en un barco, y le desterró vergonzosamente á Italia, á los quatro meses de venido Platón. Corrieron tambien voces en Siracusa que habia mandado quitar la vida á este filósofo, como á primer autor de todo el daño, lo que seguramente fué sin fundamento: pues al contrario, Dionisio se esmeraba en acariciarle mucho mas, ora porque creyese que habia sido él engañado primero por los artificios de Dion, ora porque no pudiese en realidad pasarse sin verle ni oirle.

Con la freqüencia de su trato se aumentaba todos los dias la pasion que le tenia, hasta que su amor llegó á ser tambien tiránico, no queriendo que nadie fuese amado de Platón mas que él solo, y ofreciéndole á este filósofo el supremo poder en su Reyno, con tal que prefiriese su amistad á la de Dion. Mas temiendo que Platón abandonase la Sicilia sin su permiso para volverse á Grecia, con apariencias de honrarle, y en realidad por asegurar su persona, le hizo alojar en el alcazar, sin mas libertad que para pasearse en los jardines contiguos. Allí redoblaba sus esfuerzos, valiendose de las mas lisongeras ofertas, á fin de ganarle por entero su voluntad; y Platón que de ningun modo podia en competencia de la virtud dar preferencia al vicio, respondia siempre á Dionisio que le amaria otro tanto que á Dion, quando fuese tan verdaderamente virtuoso como lo era éste. Estas respuestas irritaban sobremanera al tirano, y transportado en cólera, le amenazaba de muerte, bien que á pocos minutos le solia pedir perdon de todas sus violencias. En fin, la fortuna sacó á Platón de este cautiverio, porque una guerra que sobrevino, obligó á Dionisio á enviarle á su pátria. Quiso á su partida llenarle de regalos, que rehusó constantemente, contentándose con la promesa que le hizo de llamar á Dion luego que se hiciese la paz. Estando para embarcarse, le dixo Dionisio: Platón, quando estés en la académia con tus discípulos, vas a hablar mucho mal de mi. Replicóle Platón, no quiera Dios que estemos tan ociosos en la académia, que nos ocupemos en hablar de Dionisio.

De vuelta á Grecia pasó por Olympia para ver los juegos y se alojó en compañía de otros extrangeros distinguidos con quienes comia y pasaba los dias enteros, viviendo de un modo sencillo y comun, sin darles á conocer mas que se llamaba Platón. Quedaron prendados los extrangeros de su trato dulce y sociable; pero como solo hablaba de cosas muy ordinarias, jamás creyeron que fuese filósofo, cuyo nombre era tan conocido. Concluidos los juegos se fuéron juntos á Aténas, donde los hospedó, y apénas eran llegados, le pidieron que los llevase á ver aquel hombre tan grande que se llamaba como él, y era discípulo de Sócrates. Platón les dixo sonriéndose, que él mismo era; y los extrangeros quedaron sorprendidos de ver como con sola la dulzura de sus costumbres, sin los socorros de su eloqüencia y sabiduría, ganaba la amistad de todos quantos trataba. Poco despues presentó juegos al pueblo, y á fin que Dion por su liberalidad se ganase la benevolencia de los atenienses, le permitió, aunque con repugnancia, que hiciese todos los gastos.

Concluida la guerra, temió Dionisio que el trato que habia dado á Platón le desacreditase entre los filósofos; y para enmendar este yerro hizo venir los mas sábios de toda Italia con quienes tenia conferencias, profiriendo en ellas á cada paso los discursos y sentencias que habia oido á Platón, aunque casi siempre fuera de propósito. Entónces conoció lo que habia perdido, sintiendo no haberse aprovechado mejor de aquel tesoro de sabiduría, y empezó á desear con impaciencia que volviese, haciéndoselo saber por varias cartas. Platón se escusaba con la edad, y con que Dionisio nada habia cumplido de lo que ofreció. Este Príncipe no pudiendo sufrir mas esta resistencia, obligó á Architas de Taranto á que le escribiese, asegurándole que podia venir sin ningun recelo, y que se le cumpliria la palabra. Mandó al mismo tiempo que partiese una galera con algunos de sus amigos, de cuyo número era el filósofo Archidemo, los quales juntos con Dion, le suplicaron encarecidamente que no les abandonase, manifestándole que si se resistia ir á Sicilia, les haria sospechosos á Dionisio, que creería seguramente que se los habia recomendado para que le hiciesen traicion. Estos ruegos eficaces de los amigos, y sus poderosas consideraciones, determinaron á Platón á volver tercera vez á Sicilia á los setenta años de su edad.

Dionisio salió á recibirle en una quadriga de caballos blancos, donde le hizo sentar, haciendo él mismo de cochero; cuyo espectáculo, al paso que recreaba á Dionisio, alentó las esperanzas del pueblo, que se lisongeaba que su sabiduría triunfaría al cabo de la tiranía. Alojado Platón en el mismo palacio, y logrando toda la confianza del Príncipe, aplicó desde luego toda su habilidad para conocer si realmente tenia un deseo verdadero de ser virtuoso; pero conoció bien pronto que no le habia llamado sino por vanidad, y por separarle de la compañía de su fiel amigo Dion. Apénas quiso proponerle la vuelta de este desterrado, prohibió Dionisio á sus Intendentes que enviasen nada á Dion de sus rentas, só color que todos los bienes pertenecian á su Hijo Hippasino, que era sobrino suyo, y por lo mismo su tutor natural. Ofendido Platón de semejante injusticia, le pidió su permiso para volverse á su pátria, y Dionisio le ofreció un navio; pero habiéndole entretenido mucho tiempo, le dixo un dia: que con tal que permaneciese en su compañía un año, le remitiría á Dion todos sus bienes, con condicion que se emplease el capital, y no disfrutase mas que la renta, porque temia no se valiese de aquel dinero contra su persona. Platón aceptó el partido, y Dionisio le volvió á engañar; pues pasada que fué la estacion de embarcarse, dixo que no queria dar mas que la mitad de los bienes de Dion, y la otra mitad retenerla para su hijo.

Cansado el filósofo de tantos engaños y ficciones, y convencido que la filosofia era débil y blanda contra la dureza de un tirano, no buscaba mas que el momento de dexar Sicilia. Sin el permiso de Dionisio era imposible partirse, y la licencia muy dificil de conseguir, porque presentaba todos los dias nuevos obstáculos. Por entónces Platón abrazó con calor la defensa de Theodoroto y Heráclides, á quienes acusaba de haber querido sublevar las tropas, y á causa de esto empezó Dionisio á mirarle con desconfianza, dando órden que dexase la habitacion de los jardines, y se alojase en el cuerpo de guardia; con el fin, dicen, de que los solddos irritados contra él, porque habia aconsejado suprimirles ó disminuir su prest, le sacrificasen á su sentimiento. Avisarónle algunos amigos del riesgo en que estaba, y Platón se lo hizo saber á Archytas que estaba en Taranto. Este amigo despachó una galera al instante con cartas para Dionisio, recordándole que habia ofrecido á Platón entera seguridad, y así que ni podia detenerle, ni permitir que se le hiciese ningun insulto sin faltar á su palabra, de la qual quiso que él y los demás honrados de su corte saliesen garantes. Estas razones tuvieron bastante fuerza para levantar una chispa de pudor en el alma del tirano, que permitió al cabo á Platón que se volviese á Grecia. En esto vino á parar su tercer viage, sobre que le calumniaron tanto sus enemigos con decir, que solo habia vuelto á Sicilia por disfrutar las abundantes y delicadas mesas de Dionisio, y por sumergirse en todas las disoluciones que reynaban en su corte.

Llegó al Peloponeso á tiempo que se celebraban los juegos Olympicos, en donde encontró á su amigo Dion, y le refirió todos los procedimientos de Dionisio. Dion mas ofendido de las injurias que recibió Platón, y del riesgo á que estuvo expuesto, que de todas las injusticias hechas á su persona, juró que habia de tomar venganza. Platón hizo quanto pudo por disuadirle, pero viendo que eran inútiles sus esfuerzos, le predixo todas las desgracias que iba á causar, y le manifestó que no esperase de él ni socorros, ni consejos; y pues que habia tenido la honra de ser conmensal de Dionisio, de alojarse en su palacio, y tener parte en los mismos sacrificios, se acordaria siempre de los debéres á que esto le obligaba; y que para cumplir tambien con la amistad de Dion, estaria neutral, siempre pronto á hacer los oficios de buen mediador para reconciliarles. Dion juntó algunas tropas, pasó a Sicilia, destruyó la tiranía, arrojó al tirano, y restituyó la libertad á su pátria; pero son bien sabidos los males que acarreó esta empresa, habiendo sido asesinado á la postre el mismo Dion en medio de sus prosperidades y de sus triunfos. Platón no sobrevivió á la muerte de su amigo Dion mas que unos seis años, sin querer de ningun modo entrometerse en el gobierno, por ver en extremo depravadas las costumbres de sus conciudadanos. Murió de vejéz sin haberse casado, el año primero de la Olympiada ciento y ocho, trescientos quarenta y ocho ántes de JesuChristo, á los ochenta y uno cumplidos de su edad, y fué sepultado en el Ceramico; dexando por succesor en la académia á Espeusippo, hijo de la hermana, y por heredero de sus bienes á Adimanto, hijo del hermano. Le colmaron de honras despues de su muerte, y entre otros Mitriades Persa le erigió una estatua en la académia; Aristóteles, su discípulo, una ara; los que siguieron su escuela, acostumbraron a celebrar con banquetes el dia de su nacimiento, y los atenienses en sentir de Cárlos Patin, ofrecieron á Augusto una medalla, en la qual pospuestos los símbolos de los Dioses y de las virtudes morales, las coronas y los frutos de su provincia, que era lo que se acostumbraba poner en los reversos, quisieron que acompañase á su busto el del filósofo Platón, como epílogo de toda la sabiduría. De sus escritos llegaron á nosotros treinta y cinco diálogos legítimos, y trece cartas, de las quales se hicieron repetidas ediciones desde el siglo quince acá; y parte de ellos se hallan traducidos en hebréo, en persa, en alemán, en italiano, en francés y en inglés, como puede verse en el tomo primero de la edicion de sus obras que se hizo en Dos-Puentes año 1781.