Sueltos iban caballos por el prado
que muertos lo señores han caído;
otros desocuparlos fue forzado,
que por flojos la silla había perdido;
cuál ligero cabalga y cuál turbado,
del temor de la muerte ya impedido,
atinarlo al estribo no podía
y el caballo y sazón se le huía.
No aguardaban por estos mas corriendo
juegan a mucha priesa los talones,
al delantero sin parar siguiendo,
que no le alcanzarán a dos tirones,
votos, promesas entre sí haciendo
de ayunos, romerías, oraciones
y aun otros reservados sólo al Papa,
si Dios deste peligro los escapa.
Venían ya los caballos por el llano
las orejas tremiendo derramadas;
quiérenlos aguijar, mas es en vano,
aunque recio les abren las ijadas.
El hermano no escucha al caro hermano,
las lástimas allí son escusadas;
quien dos pasos del otro se aventaja,
por ganar otros dos muere y trabaja.
Como el que sueña que en el ancho coso
siente al furioso toro avecinarse,
que piensa atribulado y temeroso
huyendo de aquel ímpetu salvarse,
y se aflige y congoja presuroso
por correr, y no puede menearse,
así éstos a gran priesa a los caballos
no pueden aunque quieren aguijallos.
Haciendo el enemigo gran matanza
sigue el alcance y siempre los aqueja;
dichoso aquel que buen caballo alcanza,
que de su furia un poco más se aleja;
quién la darga abandona, quién la lanza,
quién de cansado el propio cuerpo deja,
y así la vencedora gente brava
la fiera sed con sangre mitigaba.
Aquel que por desdicha atrás venía,
ninguno (aunque sea amigo) le socorre;
despacio el más ligero se movía;
quien el caballo trota, mucho corre.
El cansancio y la sed los afligía
mas Dios, que en el mayor peligro acorre,
frenó el ímpetu y curso al enemigo,
según en el siguiente canto digo.
|