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La araucana primera parte/X

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IX
La araucana primera parte
de Alonso de Ercilla
X
XI

X


Ufanos los araucanos de las vitorias habidas, ordenan unas
fiestas generales donde concurrieron diversas gentes, así
estranjeras como naturales, entre los cuales hubo grandes
pruebas y diferencias


Cuando la varia diosa favorece,
y las dádivas prósperas reparte,
¡cómo al ánimo flaco fortalece
que de triste mujer se vuelve un Marte
y derriba, acobarda y enflaquece
el esfuerzo viril en la otra parte,
haciendo cuesta arriba lo que es llano,
y un gran cerro la palma de la mano!

¡Quién vio los españoles colocados
sobre el más alto cuerno de la luna
de sus famosos hechos rodeados,
sin punto y muestra de mudanza alguna!;
¡quién los ve en breve tiempo derribados!;
¡quién ve en miseria vuelta su fortuna,
seguidos, no de Marte, dios sanguino,
mas del tímido Sexo femenino!.

Mirad aquí la suerte tan trocada,
pues aquellos que al cielo no temían,
las mujeres, a quien la rueca es dada,
con varonil esfuerzo los seguían;
y con la diestra a la labor usada
las atrevidas lanzas esgrimían
que por el hado próspero impelidas,
hacían crudos efetos y heridas.

Estas mujeres, digo, que estuvieron
en un monte escondidas, esperando
de la batalla el fin, y cuando vieron
que iba de rota el castellano bando,
hiriendo el cielo a gritos decendieron,
el mujeril temor de sí lanzando
y de ajeno valor y esfuerzo armadas,
toman de los ya muertos las espadas.



Y a vueltas del estruendo y muchedumbre
también en la vitoria embebecidas,
de medrosas y blandas de costumbre
se vuelven temerarias homicidas;
no sienten ni les daba pesadumbre
los pechos al correr, ni las crecidas
barrigas de ocho meses ocupadas,
antes corren mejor las más preñadas.

Llamábase infelice la postrera
y con ruegos al cielo se volvía,
porque a tal conyuntura en la carrera
mover más presto el peso no podía.
Si las mujeres van desta manera,
la bárbara canalla ¿cuál iría?
De aquí tuvo principio en esta tierra
venir también mujeres a la guerra.

Vienen acompañando a sus maridos
y en el dudoso trance están paradas;
pero si los contrarios son vencidos
salen a perseguirlos esforzadas;
prueban la flaca fuerza en los rendidos
y si cortan en ellos sus espadas,
haciéndolos morir de mil maneras,
que la mujer cruel eslo de veras.

Así a los nuestros esta vez siguieron
hasta donde el alcance había cesado,
y desde allí la vuelta al pueblo dieron
ya de los enemigos saqueado.
Que cuando hacer más daño no pudieron,
subiendo en los caballos que en el prado
sueltos sin orden y gobierno andaban,
a sus dueños por juego remedaban.

Quién hace que combate y quién huía,
y quién tras el que huye va corriendo;
quién finge que está muerto y se tendía,
quién correr procuraba no pudiendo.
La alegre gente así se entretenía,
el trabajo importuno despidiendo,
hasta que el sol rayaba los collados,
que el General llegó y los más soldados.



Los unos y los otros aguijaban
con gran priesa a abrazarse estrechamente
pero algunos, por más que se esforzaban,
la envidia les hacía arrugar la frente;
francos los vencedores se mostraban
repartiendo la presa entre la gente:
que aun en el pecho vil contra natura
puede tanto la próspera ventura.

Una solene fiesta en ese asiento
quiso Caupolicán que se hiciese,
donde del araucano ayuntamiento
la gente militar sola asistiese
y con alegre muestra y gran contento,
sin que la popular se entremetiese,
en juegos, pruebas, danzas y alegrías
gastaron, sin aquel, algunos días.

Los juegos y ejercicios acabados,
para el valle de Arauco caminaron,
do a las usadas fiestas los soldados
de toda la provincia convocaron;
fueron bastantes plazos señalados,
joyas de gran valor se pregonaron
de los que en ellas fuesen vencedores,
premios dignos de haber competidores.

La fama de la fiesta iba corriendo
más que los diligentes mensajeros,
en un término breve apercibiendo
naturales, vecinos y estranjeros;
gran multitud de gente concurriendo,
creció el número tanto de guerreros,
que ocupaban las tiendas forasteras,
los valles, montes, llanos y riberas.

Ya el esperado catorceno día,
que tanta gente estaba deseando,
al campo su color restituía
las importunas sombras desterrando,
cuando la bulliciosa compañía
de los briosos jóvenes, mostrando
el juvenil hervor y sangre nueva,
en campo estaban, prestos a la prueba.



Fue con solene pompa referido
el orden de los precios y el primero
era un lustroso alfanje guarnecido
por mano artificiosa de platero:
este premio fue allí constituido
para aquel que con brazo más entero
tirase una fornida y gruesa lanza,
sobrando a los demás en la pujanza.

Y de cendrada plata una celada
cubierta de altas plumas de colores,
de un cerco de oro puro rodeada,
esmaltadas en él varias labores,
fue la preciada joya señalada
para aquel que entre diestros luchadores
en la difícil prueba se estremase
y por señor del campo en pie quedase.

Un lebrel animoso remendado
que el collar remataba una venera
de agudas puntas de metal herrado,
era el precio de aquel que en la carrera,
de todas armas y presteza armado,
arribase más presto a la bandera
que una gran milla lejos tremolaba
y el trecho señalado limitaba.

Y de niervos un arco hecho por arte
con su dorada aljaba, que pendía
de un ancho y bien labrado talabarte
con dos guesas hebillas de taujía,
éste se señaló y se puso aparte
para aquel que con flecha a puntería,
ganando por destreza el precio rico,
llevase al papagayo el corvo pico.

Un caballo morcillo rabicano
tascando el freno estaba de cabestro,
precio del que con suelta y presta mano
esgrimiese el bastón más como diestro.
Por juez se señaló a Caupolicano,
de todos ejercicios gran maestro.
Ya la trompeta con sonada nueva
llamaba opositores a la prueba.



No bien sonó la alegre trompa, cuando
el joven Orompello, ya en el puesto,
airosamente el manto derribando
mostró el hermoso cuerpo bien dispuesto,
y en la valiente diestra blandeando
una maciza lanza. Luego en esto
se ponen asimismo Lepomande,
Crino, Pillolco, Guambo y Mareande.

Estos seis en igual hila corriendo,
las lanzas por los fieles igualadas,
a un tiempo las derechas sacudiendo,
fueron con seis gemidos arrojadas;
salen las astas con rumor crujiendo
de aquella fuerza e ímpetu llevadas,
rompen el aire, suben hasta el cielo,
bajando con la misma furia al suelo.

La de Pillolco fue la asta primera
que falta de vigor a tierra vino;
tras ella la de Guambo y la tercera
de Lepomande y cuarta la de Crino;
la quinta de Mareande, y la postrera,
haciendo por más fuerza más camino
la de Orompello fue, mozo pujante,
pasando cinco brazas adelante.

Tras éstos, otros seis lanzas tomaron,
de los que por más fuertes se estimaban
y aunque con fuerza estrema procuraron
sobrepujar el tiro, no llegaban;
otros tras éstos y otros seis probaron,
mas todos con vergüenza atrás quedaban.
Y por no detenerme en este cuento
digo que lo probaron más de ciento.

Ninguno con seis brazas llegar pudo
al tiro de Orompello señalado,
hasta que Leucotón, varón membrudo,
viendo que ya el probar había aflojado,
dijo en voz alta: «De perder no dudo
mas porque todos ya me habéis mirado,
quiero ver deste brazo lo que puede,
y a dó llegar mi estrella me concede».



Esto dicho, la lanza requerida,
en ponerse en el puesto poco tarda
y dando una ligera arremetida,
hizo muestra de sí fuerte y gallarda;
la lanza por los aires impelida
sale cual gruesa bala de bombarda,
o cual furioso trueno que corriendo
por las espesas nubes va rompiendo.

Cuatro brazas pasó con raudo vuelo
de la señal y raya delantera,
rompiendo el hierro por el duro suelo
tiembla por largo espacio la asta fuera;
alza la turba un alarido al cielo
y de tropel con súbita carrera
muchos a ver el tiro van corriendo,
la fuerza y tirador engrandeciendo.

Unos el largo trecho a pies medían
y examinan el peso de la lanza;
otros por maravilla encarecían
del esforzado brazo la pujanza;
otros van por el precio; otros hacían
al vencedor cantares de alabanza,
de Leucotón el nombre levantando
le van en alta voz solenizando.

Salta Orompello y por la turba hiende
y aquel rumor, colérico, baraja,
diciendo «Aún no he perdido, ni se entiende
de sólo el primer tiro la ventaja».
Caupolicán la vara en esto tiende
y a tiempo un encendido fuego ataja,
que Tucapel al primo había acudido
y otros con Leucotón se habían metido.

Caupolicán, que estaba por juez puesto
mostrándose imparcial, discretamente
la furia de Orompello aplaca presto
con sabrosas palabras blandamente;
y así, no se altercando más sobre esto,
conforme a la postura, justamente,
a Leucotón, por más aventajado,
le fue ceñido el corvo alfanje al lado.



Acabada con esto la porfía,
y Leucotón quedando vitorioso,
Orompello a una parte se desvía,
del caso algo corrido y vergonzoso;
mas como sabio mozo lo encubría,
de verse en ocasiones deseoso
por do con Leucotón y causa nueva
venir pudiese a más estrecha prueba.

Era Orompello mozo asaz valido,
que desde su niñez fue muy brioso,
manso, tratable, fácil, corregido,
y en ocasión metido, valeroso;
de muchos en asiento preferido
por su esfuerzo y linaje generoso,
hijo del venerable Mauropande,
primo de Tucapel y amigo grande.

Puesto nuevo silencio, y despejado
el campo do la prueba se hacía,
el diestro Cayeguán, mozo esforzado,
a mantener la lucha se metía;
no pasó mucho, cuando de otro lado
con gran disposición Torquín salía
de haber en él pujanza y ligereza,
ambos en el luchar de gran destreza.

Dada señal, con pasos ordenados,
los dos gallardos bárbaros se mueven;
ya los viérades juntos, ya apartados,
ora tienden el cuerpo, ora le embeben;
por un lado y por otro recatados
se inquieren, cercan, buscan y remueven,
tientan, vuelven, revuelven y se apuntan,
y al cabo con gran ímpetu se juntan.

Hechas las presas y ellos recogidos,
en su fuerza procuran conocerse;
pero de ardor colérico encendidos
comienzan por el campo a revolverse.
Cíñense pies con pies y entretejidos
cargan a un lado y otro, sin poderse
llevar cuanto una mínima ventaja
por más que el uno y otro se trabaja.



Andando así, en un tiempo, cauteloso
metió la pierna diestra Cayeguano;
quiso Torquín ceñirla codicioso,
cargando con gran fuerza a aquella mano;
sácala a tiempo Cayeguán mañoso,
y el cuerpo de Torquín quedando en vano,
del mismo peso y fuerza que traía
a los pies enemigos se tendía.

Tras éste el fuerte Rengo se presenta,
el cual, lanzando fuera los vestidos
descubre la persona corpulenta,
brazos robustos, músculos fornidos;
mírale la confusa turba atenta,
que de cuatro entre todos escogidos
este valiente bárbaro era el uno,
jamás sobrepujado de ninguno.

Con gran fuerza los hombros sacudiendo
se apareja a la lucha y desafío,
y al vencedor contrario apercibiendo
le va a buscar con animoso brío;
de la otra parte Cayeguán saliendo
en medio de aquel campo a su albedrío,
vienen los dos gallardos a juntarse,
procurando en la presa aventajarse.

Un rato estuvo en confusión la gente
y anduvo en duda la vitoria incierta;
mas luego Rengo dio señal patente
con que fue su pujanza descubierta,
que entre los duros brazos reciamente
al triste Cayeguán, la boca abierta,
sin dejarle alentar le retraía
y acá y allá con él se revolvía.

Alzólo de la tierra y apretado,
en el aire gran pieza lo suspende;
Cayeguán sin color, desalentado,
abre los brazos y las piernas tiende.
Viéndolo así rendido, el esforzado
Rengo, que a la vitoria sólo atiende,
dejándole bajar, con poca pena
le estampa de gran golpe en el arena.



Sacáronle del campo sin sentido
y a su tienda en los hombros le llevaron;
todos la fuerza grande y el partido
de Rengo en alta voz solenizaron;
pero cesando en esto aquel ruido,
a sus asientos luego se tornaron,
porque vieron que Talco aparejado
el puesto de la lucha había tomado.

Fue este Talco de pruebas gran maestro,
de recios miembros y feroz semblante,
diestro en la lucha y en las armas diestro,
ligero y esforzado aunque arrogante
y con todas las partes que aquí muestro,
era Rengo más suelto y más pujante,
usado en los robustos ejercicios,
que dello su persona daba indicios.

Talco se mueve y sale con presteza,
Rengo espaciosamente se movía;
fíase mucho el uno en la destreza,
el otro en su vigor sólo se fía.
En esto con estraña ligereza,
cuando menos cuidado en Talco había,
un gran salto dio Rengo no pensado,
cogiendo al enemigo descuidado.

De la suerte que el tigre cauteloso
viendo venir lozano al suelto pardo,
el cuello bajo, lerdo y perezoso,
con ronco són se mueve a paso tardo,
y en un instante súbito y furioso
salta sobre él con ímpetu gallardo
y echándole la garra así le aprieta
que le oprime, le rinde y le sujeta,

desta manera Rengo a Talco afierra,
y antes que a la defensa se prevenga,
tan recio le apretó contra la tierra
que, el lomo quebrantado, lo derrienga;
viéndolo pues así lo desafierra
y a su puesto esperando que otro venga,
vuelve, dejando el campo con tal hecho
de su estremada fuerza satisfecho.



Mas no hubo en hombre allí tal osadía
que a contrastar al bárbaro se atreva
y así porque la noche ya venía,
se difirió la comenzada prueba
hasta que el carro del siguiente día
alegrase los campos con luz nueva;
sonando luego varios instrumentos,
hinchieron de las mesas los asientos.

Pues otro día, saliendo de su tienda
el hijo de Leocán acompañado,
al cercado lugar de la contienda
con altos instrumentos fue llevado;
Rengo, porque su fama más se estienda,
dando una vuelta en torno del cercado,
entró dentro con una bella muestra
y a mantener se puso la palestra.

Bien por dos horas Rengo tuvo el puesto
sin que nadie la plaza le pisase,
que no se vio soldado tan dispuesto
que, viéndole, el lugar vacío ocupase;
pero ya Leucotón mirando en esto,
que, porque su valor más se notase,
hasta ver el más fuerte había esperado,
con grave paso entró en el estacado.

Luego un rumor confuso y grande estruendo
entre el parlero vulgo se levanta
de ver estos dos juntos conociendo
en uno y otro esfuerzo y fuerza tanta.
Leucotón la persona recogiendo,
a recebir a Rengo se adelanta,
que con gallardo paso se venía
de esfuerzo acompañado y lozanía.



Vienen al paragón dos animosos
que en esfuerzo y pujanza par no tienen;
unas veces aguijan presurosos,
otras frenan el paso y lo detienen.
Andan en torno y miran cautelosos,
y a todos los engaños se previenen;
pero no tardó mucho que cerraron
y con estrechos ñudos se abrazaron.

Juntándose los dos, pechos con pechos,
van las últimas fuerzas apurando;
ya se afirman y tienden muy estrechos,
ya se arrojan en torno volteando,
ya los izquierdos, ya los pies derechos
se enclavijan y enredan, no bastando
cuanta fuerza se pone, estudio y arte
a poder mejorarse alguna parte.

Acá y allá furiosos se rodean,
la fuerza uno del otro resistiendo;
tanto forcejan, gimen, ijadean
que los miembros se van entorpeciendo;
tiemblan de la fatiga y titubean
las cansadas rodillas, no pudiendo
comportar el tesón y furia insana
que al fin eran de hueso y carne humana.

De sudor grueso y engrosado aliento
cubiertos los dos bárbaros andaban
y del fogoso y recio movimiento
roncos los pechos dentro resonaban.
Ellos siempre con más encendimiento,
sacando nuevas fuerzas procuraban
llegar la empresa al cabo comenzada
por ganar el honor y la celada.



Pero ventaja entre ellos conocida
no se vio allí ni de flaqueza indicio;
ambos jóvenes son de edad florida,
iguales en la fuerza y ejercicio.
Mas la suerte de Rengo enflaquecida
y el hado, que hasta allí le fue propicio,
hicieron que perdiese a su despecho
del precio y del honor todo el derecho.

Había en la plaza un hoyo hacia el un lado,
engaste de un guijarro y nuevamente
estaba de su encaje levantado
por el concurso y huella de la gente;
desto el cansado Rengo no avisado,
metió el pie dentro, y desgraciadamente
cual cae de la segur herido el pino
con no menos estruendo a tierra vino.

No la pelota con tan presto salto
resurte arriba del macizo suelo,
ni la águila, que al robo cala de alto,
sube en el aire con tan recio vuelo,
como de corrimiento el seso falto,
Rengo rabioso, amenazando el cielo,
se puso en pie, que aun bien no tocó en tierra,
y contra Leucotón furioso cierra.

Como en la fiera lucha Anteo temido
por el furioso Alcides derribado,
que de la tierra madre recogido
cobraba fuerza y ánimo doblado,
así el airado Rengo embravecido,
que apenas en la arena había tocado,
sobre el contrario arriba de tal suerte
que al estremo llegó de honrado y fuerte.

Tanto dolor del grave caso siente
el público lugar considerando,
que abrasado de fuego y rabia ardiente,
se le fueron las fuerzas aumentando;
y furioso, colérico, impaciente,
de suerte a Leucotón va retirando
que apenas le resiste y el suceso
oiréis en el siguiente canto expreso.