La araucana primera parteLa araucana primera parteAlonso de ErcillaXII
XII
Recogido Lautaro en su fuerte, no quiere seguir la vitoria por
entretener a los españoles. Pasa ciertas razones con él Marco
Veaz, por las cuales Pedro de Villagrán viene a entender el
peligroso punto en que estaba, y levantando su campo se retira.
Viene el marqués de Cañete a la ciudad de los reyes en el Pirú
Virtud difícil y difícil prueba
es guadar el secreto peligroso,
que la dificultad bien claro prueba
cuánto es sano, seguro y provechoso
y el poco fruto y mucho mal que lleva
el vicio inútil del hablar dañoso;
ejemplo los de Líbico homicidas,
y otros que les costó el hablar las vidas.
Veránse por los ojos y escrituras
en los presentes tiempos y pasados
crueldades, ruinas, desventuras,
infamias, puniciones de pecados,
grandes yerros en grandes coyunturas,
pérdidas de personas y de estados;
todo por no sufrir el indiscreto
la peligrosa carga del secreto.
De los vicios el menos de provecho
y por donde más daño a veces viene,
es el no retener el fácil pecho
el secreto hasta el tiempo que conviene;
rompe y deshace al fin todo lo hecho,
quita la fuerza que la industria tiene,
guerra, furor, discordia, fuego enciende,
al propio dueño y al amigo vende.
Por eso el sabio hijo de Pillano
la causa a sus soldados encubría
de no dejar salir gente a lo llano,
siguiendo la vitoria de aquel día;
y el retirado campo castellano
seguro a paso largo por la vía,
como dije, la furia quebrantada,
toma de la ciudad la vuelta usada.
Usar Lautaro desta maña, entiendo
que fuese para algún sagaz intento,
el cual por conjeturas comprehendo
ser de gran importancia y fundamento.
Dejado esto a su tiempo y revolviendo
a los nuestros, que así del fuerte asiento
se alejan, a tres leguas otro día
hicieron alto, asiento y ranchería.
Dos días los españoles estuvieron
haciendo de los bravos, aguardando
pero jamás los bárbaros vinieron,
ni gente pareció del otro bando;
al fin dos de los nuestros se atrevieron
a ver el fuerte y cerca dél llegando,
oyeron una voz alta del muro,
diciéndoles: «Llegaos, que os doy seguro».
Al uno por su nombre lo llamaba
con el cierto seguro prometido,
el cual dejando al otro se llegaba
por conocer quién era el atrevido.
Llegado el español junto a la cava,
el de la voz fue luego conocido,
que era el gallardo hijo de Pillano,
tratado dél un tiempo como hermano.
Estaba de un lustroso peto armado
con sobrevista de oro guarnecida,
en una gruesa pica recostado
por el ferrado regatón asida;
el ancho y duro hierro colorado
y de sangre la media asta teñida;
puesta de limpio acero una celada
abierta por mil partes y abollada.
Llegado el español donde podía
hablarle y entenderle claramente,
el bizarro Lautaro le decía:
«Marcos, de ti me espanto estrañamente,
y de esa tu inorante compañía,
que sin razón y seso, ciegamente
penséis así de mi opinión mudarme
y ser bastantes todos a enojarme.
¿Qué intento os mueve o qué furor insano
que así queréis tiranizar la tierra?
¿No veis que todo agora está en mi mano:
el bien vuestro y el mal, la paz, la guerra?
¿No veis que el nombre y crédito araucano
los levantados ánimos atierra,
que sólo el són al mundo pone miedo
y quebranta las fuerzas y el denuedo?
«En los pueblos no fuistes poderosos
de defender las propias posesiones,
que es cosa que aun los pájaros medrosos
hacen rostros en su nido a los leones,
¿y en los desiertos campos pedregosos
pensáis de sustentar los pabellones
en tiempo que estáis más amedrentados,
y más vuestros contrarios animados?
Es, a mi parecer, loca osadía
querer contra nosotros sustentaros,
pues ni por arte, maña ni otra vía
podéis en nuestro daño aprovecharos.
Si lo queréis llevar por valentía,
baste el presente estrago a escarmentaros,
que fresca sangre aún vierten las heridas
y della aquí las yerbas veo teñidas.
Pues dejar yo jamás de perseguiros,
según que lo juré, será escusado.
Hasta dentro de España he de seguiros,
que así lo he prometido al gran Senado;
mas si queréis en tiempo reduciros
haciendo lo que aquí os será mandado,
saldré de la promesa y juramento
y vosotros saldréis de perdimiento.
«Treinta mujeres vírgines apuestas
por tal concierto habéis de dar cada año,
blancas, rubias, hermosas, bien dispuestas,
de quince años a veinte, sin engaño.
Han de ser españolas, y tras éstas,
treinta capas de verde y fino paño,
y otras treinta de púrpura tejidas,
con fino hilo de oro guarnecidas.
También doce caballos poderosos,
nuevos y ricamente enjaezados,
domésticos, ligeros y furiosos,
debajo de la rienda concertados
y seis diestros lebreles animosos
en la caza me habéis de dar cebados:
este solo tributo estorbaría
lo que estorbar el mundo no podría».
Atento el castellano lo escuchaba,
estando de la plática gustoso,
mas cuando a estas razones allegaba
no pudo aquí tener ya más reposo;
así impaciente al bárbaro atajaba,
diciéndole: «No estés tan orgulloso,
que las parias, que pides, ¡oh Lautaro!,
te costarán, si esperas, presto caro.
En pago de tu loco atrevimiento
te darán españoles por tributo
cruda muerte con áspero tormento,
y Arauco cubrirán de eterno luto».
Lautaro dijo: «Es eso hablar al viento.
Sobre ello, Marcos, más yo no disputo:
las armas, no la lengua, han de tratarlo
y la fuerza y valor determinarlo.
Libre puedes decir lo que quisieres
como aquel que seguro le está dado,
que tú después harás lo que pudieres
y yo podré hacer lo que he jurado;
tratemos de otras cosas de placeres,
quede para su tiempo comenzado,
y quiérote mostrar, pues tiempo hallo,
una lucida escuadra de caballo.
Que para que no andéis tan al seguro,
acuerdo de tener también caballos
y de imponer mis súbditos procuro
a saberlos tratar y gobernallos».
Esto dijo Lautaro y desde el muro,
a seis dispuestos mozos, sus vasallos,
mandó que en seis caballos cabalgasen
y por delante dél los paseasen.
Por las dos puentes, a la vez caladas,
salieron a caballo seis chilcanos,
pintadas y anchas dargas embrazadas,
gruesas lanzas terciadas en las manos;
vestidas fuertes cotas y tocadas
las cabezas, al modo de africanos,
mantos por las caderas derribados,
los brazos hasta el codo arremangados.
Y con airosa muestra, por delante
del atento español dos vueltas dieron;
pero ni de su puesto y buen semblante,
punto que se notase le movieron,
antes con muestra y ánimo arrogante,
en alta voz, que todos lo entendieron
(que el muro estaba ya lleno de gente),
habló así con Lautaro libremente:
«En vano, ¡oh capitán! cierto trabaja
quien pretende con fieros espantarme;
no estimo lo que vees en una paja
ni alardes pueden punto amedrentarme.
Y por mostrar si temo la ventaja
yo solo con los seis quiero probarme,
do verás que a seis mil seré bastante:
vengan luego a la prueba aquí delante».
Lautaro respondió: «Marcos, si mueres
tanto por nos mostrar tu fuerza y brío,
el mínimo que dellos escogieres
a pie vendrá contigo en desafío
del modo y la manera que quisieres.
Elige armas y campo a tu albedrío,
ora con ellas, ora desarmados,
a puños, coces, uñas y a bocados».
El español le dijo: «Yo te digo
que mi honor en tal caso no consiente
darles uno por uno su castigo,
porque jamás se diga entre la gente
que cuerpo a cuerpo bárbaro comigo
en campo osase entrar singularmente;
por tanto, si no quieres lo que pido
no quiero yo acetar otro partido».
No vinieron en esto a concertarse;
después por otras cosas discurrieron
pero llegado el tiempo de apartarse,
del bárbaro los dos se despidieron.
Vueltos a su camino, oyen llamarse,
y a la voz conocida revolvieron,
que era el mesmo Lautaro quien llamaba
diciendo: «Una razón se me olvidaba.
Tengo mi gente triste y afligida,
con gran necesidad de bastimento,
que me falta del todo la comida
por orden mala y poco regimiento;
pues la tenéis de sobra recogida,
haced un liberal repartimiento
proveyéndonos della que, a mi cuenta,
más la gloria y honor vuestro acrecienta.
Que en el ínclito Estado es uso antiguo
y entre buenos soldados ley guardada,
alimentar la fuerza al enemigo
para solo oprimirle por la espada.
Estad, Marcos, atento a lo que digo,
y entended que será cosa loada
que digan que las fuerzas sojuzgastes
que para mayor triunfo alimentastes.
Que se llame vitoria yo lo dudo
cuando el contrario a tal estremo viene,
que en aquello que nunca el valor pudo
la hambre miserable poder tiene;
y al fuerte brazo indómito y membrudo,
lo debilita, doma y lo detiene;
y así por bajo modo y estrecheza
viene a parecer fuerte la flaqueza».
Era, Señor, su intento que pensase
ser la necesidad fingida, cierta,
para que nuestra gente se animase,
de industria abriendo aquella falsa puerta;
y con esto inducirla a que esperase,
teniendo así su astucia más cubierta,
hasta que el fin llegase deseado
del cauteloso engaño fabricado.
Marcos, de las palabras comovido,
le dice: «Yo prometo de intentallo
por sólo esas razones que has movido
y hacer todo el poder en procurallo».
Habiéndose con esto despedido,
revolviendo las riendas al caballo,
él y su compañero caminaron
hasta que al español campo llegaron.
De todo al punto Villagrán informado
cuanto a Marcos, Lautaro dicho había,
sospechoso, confuso y admirado
de ver que bastimentos le pedía.
Era sagaz, celoso y recatado;
revolviendo la presta fantasía,
los secretos designios comprehende
y el peligroso estado y trance entiende.
Y en el presto remedio resoluto,
cuando el mundo se muestra más escuro,
sin tocar trompa, del peligro instruto,
toma el camino a la ciudad seguro,
maravillado del ardid astuto.
Pero de nuestra gente ahora no curo,
que quiero antes decir el modo estraño
de la ingeniosa astucia y nuevo engaño.
Aún no era bien la nueva luz llegada,
cuando luego los bárbaros supieron
la súbita partida y retirada,
que no con poca muestra lo sintieron,
viendo claro que al fin de la jornada
por un espacio breve no pudieron
hacer en los cristianos tal matanza
que nadie dellos más tomara lanza.
Que aquel sitio cercado de montaña,
que es en un bajo y recogido llano,
de acequias copiosísimas se baña
por zanjas con industria hechas a mano.
Rotas al nacimiento, la campaña
se hace en breve un lago y gran pantano;
la tierra es honda, floja, anegadiza,
hueca, falsa, esponjada y movediza.
Quedaran, si las zanjas se rompieran,
en agua aquellos campos empapados;
moverse los caballos no pudieran
en pegajosos lodos atascados,
adonde, si aguardaran, los cogieran
como en liga a los pájaros cebados;
que ya Lautaro, con despacho presto,
había en ejecución el ardid puesto.
Triste por la partida y con despecho
la fuerza desampara el mismo día,
y el camino de Arauco más derecho,
marcha con su escuadrón de infantería.
Revuelve y traza en el cuidoso pecho
diversas cosas y en ninguna había
el consuelo y disculpa que buscaba
y entre sí razonando sospiraba
diciendo: «¿Qué color puede bastarme
para ser desta culpa reservado?
¿No pretendí yo mucho de encargarme
de cosa que me deja bien cargado?
¿De quién sino de mí puedo quejarme
pues todo por mi mano se ha guiado?
¿Soy yo quien prometió en un año solo
de conquistar del uno al otro polo?
Mientras que yo con tan lucida gente
ver el muro español aún no he podido,
la luna ya tres veces frente a frente
ha visto nuestro campo mal regido,
y el carro de Faetón resplandeciente
del Escorpio al Acuario ha discurrido;
y al fin damos la vuelta maltratados
con pérdida de más de cien soldados.
Si con morir tuviese confianza
que una vergüenza tal se colorase,
haría a mi inútil brazo que esta lanza
el débil corazón me atravesase;
pero daría de mí mayor venganza
y gloria al enemigo si pensase
que temí más su brazo poderoso
que el flaco mío, cobarde y temeroso.
Yo juro al infernal poder eterno
(si la muerte en un año no me atierra)
de echar de Chile el español gobierno
y de sangre empapar toda la tierra;
ni mudanza, calor, ni crudo invierno
podrán romper el hilo de la guerra
y dentro del profundo reino escuro
no se verá español de mí seguro».
Hizo también solene juramento
de no volver jamás al nido caro
ni del agua, del sol, sereno y viento
ponerse a la defensa ni al reparo;
ni de tratar en cosas de contento
hasta que el mundo entienda de Lautaro
que cosa no emprendió dificultosa
sin darla con valor salida honrosa.
En esto le parece que aflojaba
la cuerda del dolor que a veces, tanto
con grave y dura afrenta le apretaba,
que de perder el seso estuvo a canto.
Así el feroz Lautaro caminaba
y al fin de tres jornadas, entretanto
que esperado tiempo se avecina
se aloja en una vega a la marina,
junto adonde con recio movimiento
baja de un monte Itata caudaloso,
atravesando aquel umbroso asiento
con sesgo curso, grave y espacioso,
los árboles provocan a contento,
el viento sopla allí más amoroso,
burlando con las tiernas florecillas
rojas, azules, blancas y amarillas.
Siete leguas de Penco justamente
es esta deleitosa y fértil tierra,
abundante, capaz y suficiente
para poder sufrir gente de guerra.
Tiene cerca a la banda del oriente
la grande cordillera y alta sierra,
de donde el raudo Itata apresurado
baja a dar su tributo al mar salado.
Fue un tiempo de españoles pero había
la prometida fe ya quebrantado,
viendo que la fortuna parecía
declarada de parte del Estado,
el cual veinte y dos leguas contenía:
éste era su distrito señalado,
pero tan grande crédito alcanzaba
que toda la nación le respetaba.
Los españoles ánimos briosos
éste los puso humildes por el suelo;
éste los bajos, tristes y medrosos
hace que se levanten contra el cielo;
y los estraños pueblos poderosos
de miedo déste viven con recelo:
los remotos vecinos y estranjeros
se rinden y someten a sus fueros.
Pues la flor del Estado deseando
estaba al tardo tiempo en esta vega,
tardo para quien gusto está esperando,
que al que no espera bien, bien presto llega;
pero el tiempo y sazón apresurando,
a sus valientes bárbaros congrega
y antes que se metiesen en la vía,
estas breves razones les decía:
«Amigos, si entendiese que el deseo
de combatir, sin otro miramiento,
y la fogosa gana que en vos veo
fuese de la vitoria el fundamento,
hágaos saber de mí que cierto creo
estar en vuestra mano el vencimiento
y un paso atrás volver no me hiciera,
si el mundo sobre mí todo viniera.
Mas no es sólo con ánimo adquirida
una cosa difícil y pesada:
¿qué aprovecha el esfuerzo sin medida,
si tenemos la fuerza limitada?
Mas ésta, aunque con límite, regida
por industrioso ingenio y gobernada,
de duras y de muy dificultosas
hace llanas y fáciles las cosas.
¿Cuántos vemos el crédito perdido
en afrentoso y mísero destierro,
por sólo haber sin término ofrecido
el pecho osado al enemigo hierro?
Que no es valor, mas antes es tenido
por loco, temerario y torpe yerro:
valor es ser al orden obediente,
y locura sin orden ser valiente.
Como en este negocio y gran jornada
con tanto esfuerzo así nos destruimos,
fue porque no miramos jamás nada
sino al ciego apetito a quién seguimos;
que a no perder, por furia anticipada,
el tiempo y coyuntura que tuvimos,
no quedara español ni cosa alguna
a la disposición de la Fortuna.
Si al entrar de la fuerza reportados
allí algún sufrimiento se tuviera,
fueran vuestros esfuerzos celebrados,
pues ningún enemigo se nos fuera;
en la ciudad estaban descuidados:
con la gente que andaba por de fuera
hiciéramos un hecho y una suerte,
que no la consumieran tiempo y muerte.
Pero quiero poneros advertencia
que habéis por la razón de gobernaros,
haciendo al movimiento resistencia
hasta que la sazón venga a llamaros;
y no salirme un punto de obediencia
ni a lo que no os mandare adelantaros,
que en el inobediente y atrevido
haré ejemplar castigo nunca oído.
Y pues volvemos ya donde se muestra
nuestro poco valor, por mal regidos,
en fe que habéis de ser, alzo la diestra,
en el primer honor restituidos,
o el campo regará la sangre nuestra
y habemos de quedar en él rendidos
por pasto de las brutas bestias fieras
y de las sucias aves carniceras».
Con esto fue la plática acabada
y la trompeta a levantar tocando,
dieron nuevo principio a su jornada
con la usada presteza caminando;
yendo así, al descubrir de una ensenada,
por Mataquito a la derecha entrando,
un bárbaro encontraron por la vía
que del pueblo les dijo que venía.
Éste les afirmó con juramento
que en Mapocho se sabe su venida:
ora les dio la nueva della el viento,
ora de espías solícitas sabida;
también que de copioso bastimento
estaba la ciudad ya prevenida,
con defensas, reparos, provisiones,
pertrechos, aparatos, municiones.
Certificado bien Lautaro desto,
muda el primer intento que traía,
viendo ser temerario presupuesto
seguirle con tan poca compañía;
piensa juntar más gentes y de presto
un fuerte asiento que en el valle había,
con ingenio y cuidado diligente
comienza a reforzarle nuevamente.
Con la priesa que dio, dentro metido,
y ser dispuesto el sitio y reparado,
fue en breve aquel lugar fortalecido
de foso y fuerte muro rodeado.
Gente a la fama desto había acudido,
codiciosa del robo deseado;
forzoso me es pasar de aquí corriendo
que siento en nuestro pueblo un gran estruendo.
Sábese en la ciudad por cosa cierta
que a toda furia el hijo de Pillano
guiando un escuadrón de gente experta
viene sobre ella con armada mano.
El súbito temor puso en alerta
y confusión al pueblo castellano;
mas la sangre, que el miedo helado había,
de un ardiente coraje se encendía.
A las armas acuden los briosos
y aquellos que los años agravaban,
con industrias y avisos provechosos
la tierra y partes flacas reparaban;
tras estos, treinta mozos animosos
y un astuto caudillo se aprestaban,
que con algunos bárbaros amigos
fuesen a descubrir los enemigos.
Villagrán a la sazón no residía
en el pueblo español alborotado;
que para la Imperial partido había
por camino de Arauco desviado.
Mas ya con nueva gente revolvía
y junto de do el bárbaro cercado
de gruesos troncos y fajina estaba,
sin saberlo una noche se alojaba.
Cuando la alegre y fresca aurora vino
y él la nueva jornada comenzaba,
al calar de una loma, en el camino
un comarcano bárbaro encontraba,
el cual le dio la nueva del vecino
campo y razón de cuanto en él pasaba,
que todo bien el mozo lo sabía,
como aquel que a robar de allá venía.
Entendió el español del indio cuanto
el bárbaro enemigo determina,
y cómo allega gentes, entretanto
que el oportuno tiempo se avecina:
no puso a los cautenes esto espanto
y más cuando supieron que vecina
venía también la gente nuestra armada,
que dellos aún no estaba una jornada.
Villagrán le pregunta si podría
ganar al araucano la albarrada;
sonriéndose el indio respondía
ser cosa de intentar bien escusada
por el reparo y sitio que tenía,
y estar por las espaldas abrigada
de una tajada y peñascosa sierra
que por aquella parte el fuerte cierra.
Díjole Villagrán: «Yo determino
por esa relación tuya guiarme,
y abrir, por la montaña alta el camino
que quiero a cualquier cosa aventurarme;
y si donde está el campo lautarino
en una noche puedes tú llevarme,
del trabajo serás gratificado
y al fuego, si me mientes, entregado».
Sin temor dice el bárbaro: «Yo juro
en menos de una noche de llevarte
por difícil camino aunque seguro:
desta palabra puedes confiarte.
De Lautaro después no te aseguro,
ni tu gente y amigos serán parte
a que, si vais allá, no os coja a todos
y os dé civiles muertes de mil modos».
No le movió el temor que le ponía
a Villagrán el bárbaro guerrero,
que, visto cuán sin miedo se ofrecía,
le pareció de trato verdadero;
y a la gente del pueblo que venía
despacha un diligente mensajero
para que con la priesa conveniente
con él venga a juntarse brevemente.
Pues otro día allí juntos, se dejaron
ir por do quiso el bárbaro guiallos,
y en la cerrada noche no cesaron
de afligir con espuelas los caballos.
Después se contará lo que pasaron,
que cumple por agora aquí dejallos
por decir la venida en esta tierra
de quien dio nuevas fuerzas a la guerra.
Hasta aquí lo que en suma he referido
yo no estuve, Señor, presente a ello
y así, de sospechoso, no he querido
de parciales intérpretes sabello;
de ambas las mismas partes lo he aprendido,
y pongo justamente sólo aquello
en que todos concuerdan y confieren
y en lo que en general menos difieren.
Pues que en autoridad de lo que digo
vemos que hay tanta sangre derramada,
prosiguiendo adelante, yo me obligo
que irá la historia más autorizada;
podré ya discurrir como testigo
que fui presente a toda la jornada,
sin cegarme pasión, de la cual huyo,
ni quitar a ninguno lo que es suyo.
Pisada en esta tierra no han pisado
que no haya por mis pies sido medida;
golpe ni cuchillada no se ha dado,
que no diga de quién es la herida;
de las pocas que di estoy disculpado,
pues tanto por mirar embebecida
truje la mente en esto y ocupada
que se olvidaba el brazo de la espada.
Si causa me incitó a que yo escribiese
con mi pobre talento y torpe pluma,
fue que tanto valor no pereciese,
ni el tiempo injustamente lo consuma;
quel mostrarme yo sabio me moviese
ninguno que lo fuere lo presuma;
que, cierto bien entiendo mi pobreza
y de las flacas sienes la estrecheza.
De mi poco caudal bastante indicio
y testimonio aquí patente queda;
va la verdad desnuda de artificio
para que más segura pasar pueda;
pero, si fuera desto lleva vicio,
pido que por merced se me conceda
se mire en esta parte el buen intento
que es sólo de acertar y dar contento.
Que aunque la barba el rostro no ha ocupado
y la pluma a escrebir tanto se atreve
que de crédito estoy necesitado,
pues tan poco a mis años se le debe,
espero que será, Señor, mirado
el celo justo y causa que me mueve,
y esto y la voluntad se tome en cuenta
para que algún error se me consienta.
Quiero dejar a Arauco por un rato,
que para mi dicurso es importante
lo que forzado aquí del Pirú trato
aunque de su comarca es bien distante;
y para que se entienda más barato
y con facilidad lo de adelante,
si Lautaro me deja, diré en breve
la gente que en su daño ahora se mueve.
El Marqués de Cañete era llegado,
a la ciudad insigne de Los Reyes,
de Carlos Quinto Máximo enviado
a la guarda y reparo de sus leyes;
éste fue por sus partes señalado
para virrey de donde dos virreyes
por los rebeldes brazos atrevidos
habían sido a la muerte conducidos.
Oliendo el Virrey nuevo las pasiones
y maldades por uso introducidas,
el ánimo dispuesto a alteraciones
en leal apariencia entretejidas,
los agravios, insultos y traiciones
con tanta desvergüenza cometidas,
viendo que aun el tirano no hedía,
que, aunque muerto, de fresco se bullía,
entró como sagaz y receloso,
no mostrando el cuchillo y duro hierro,
que fuera en aquel tiempo peligroso
y dar con hierro en un notable yerro,
mostrándose benigno y amoroso
trayéndoles la mano por el cerro,
hasta tomar el paso a la malicia
y dar más fuerza y mano a la justicia.
En tanto que las cosas disponía
para limpiar del todo las maldades,
quitando las justicias, las ponía
de su mano por todas las ciudades;
éstas eran personas que entendía
haber en ellas justas calidades,
de Dios, del Rey, del mundo temerosas,
en semejantes cargos provechosas.
Entretenía la gente y sustentaba
con són de un general repartimiento,
y el más culpado más premio esperaba,
fundado en el pasado regimiento.
El Marqués entretanto se informaba,
llevando deste error diverso intento,
que no sólo dio pena a los culpados
mas renovó los yerros perdonados;
pues cuando con el tiempo ya pensaron
que estaban sus insultos encubiertos,
en público pregón se renovaron,
y fueron con castigo descubiertos:
que casi en los más pueblos que pecaron
amanecieron en un tiempo muertos
aquellos que con más poder y mano
habían seguido el bando del tirano.
No condeno, Señor, los que murieron
pues fueron perdonados y admitidos
cuando a vuestro servicio en sazón fueron,
y en importante tiempo reducidos,
quedando los errores que tuvieron
a vuestra gran clemencia remitidos.
De vos solo, Señor, es el juzgarlos,
y el poderlos salvar o condenarlos.
Dar mi decreto en esto yo no puedo,
que siempre en casos de honra lo rehuso;
sólo digo el terror y estraño miedo
que en la gente soberbia el Marqués puso
con el castigo, a la sazón acedo,
dejando el reino atónito y confuso,
del temerario hecho tan dudoso
que aun era imaginarlo peligroso.
A quien hallaba culpa conocida
del Pirú le destierra en penitencia,
que es entre ellos la afrenta más sentida,
y que más examina la paciencia;
el justo de ejemplar y llana vida
temeroso escudriña la conciencia,
viendo el rigor de la justicia airada
que ya desenvainado había la espada.
Y algunos capitanes y soldados
que con lustre sirvieron en la guerra
y esperaban de ser gratificados
conforme a los humores de la tierra,
recelando tenerlos agraviados
del reino en són de presos los destierra,
remitiendo las pagas a la mano
de Rey tan poderoso y soberano.
Esto puso suspensa más la gente,
la causa del destierro no sabiendo,
no entiende si es injusta o justamente;
sólo sabe callar y estar tremiendo;
teme la furia y el rigor presente
y a inquirir la razón no se atreviendo,
tiende a cualquier rumor atento oído,
mas no puede sentir más del ruido.
Temor, silencio y confusión andaba,
atónita la gente discurría,
nadie la oculta causa preguntaba,
que aun preguntar error le parecía;
por saber, uno a otro se miraba
y el más sabio los hombros encogía,
temiendo el golpe del furor presente,
movido al parecer por accidente.
Fue hecho tan sagaz, grande y osado
que pocos con razón le van delante,
asaz en estos tiempos celebrado
y a los ánimos sueltos importante;
por él quedó el Pirú atemorizado,
temerario, rebelde y arrogante
y a la justicia el paso más seguro,
con mayor esperanza en lo futuro.
Así enfrenó el Pirú con un bocado
que no le romperá jamás la rienda,
haciendo al ambicioso y alterado
contentarse con sola su hacienda,
y el bullicio y deseo desordenado
le redujo a quietud y nueva emienda;
que poco lo mal puesto permanece
como por la esperiencia al fin parece.
Quien antes no pensaba estar contento
con veinte o treinta mil pesos de renta,
enfrena de tal suerte el pensamiento
que sólo con la vida se contenta;
después hizo el Marqués repartimiento
entre los beneméritos de cuenta,
para esforzar los ánimos caídos
y dar mayor tormento a los perdidos.
Con ejemplos así y acaecimientos,
¿cómo vemos que tantos van errados,
que sobre arena y frágiles cimientos
fabrican edificios levantados?
Bien se muestran sus flacos fundamentos,
pues por tierra tan presto derribados
con afrentoso nombre y voz los vemos,
huyendo su infición cuanto podemos.
¡Oh vano error!, ¡oh necio desconcierto
del torpe que con ánimo inorante
no mira en el peligro y paso incierto
las pisadas de aquel que va delante,
teniendo, a costa ajena, ejemplo cierto,
que el brazo del amigo más constante
ha de esparcir su sangre en su disculpa,
lavando allí la espada de la culpa!
Quiero que esté algún tiempo falsamente
sobre traidores hombros sostenido:
que el viento que se mueva de repente
le aflige, altera y turba aquel ruido,
pues que cuando la voz del Rey se siente
no hay són tan duro y áspero al oído
que tiene solo el nombre fuerza tanta
que los huesos le oprime y le quebranta.
Que le asome Fortuna algún contento,
¡con cuántos sinsabores va mezclado
aquel recelo, aquel desabrimiento,
aquel triste vivir tan recatado!.
Traga el duro morir cada momento,
témese del que está más confiado,
que la vida antes libre y amparada
está sujeta ya a cualquiera espada.
Negando al Rey la deuda y obediencia,
se somete al más mínimo soldado
poniendo en contentarle diligencia
con gran miedo y solícito cuidado;
y aquellos más amigos en presencia,
las lanzas le enderezan al costado
y sobre la cabeza aparejadas
le están amenazando mil espadas.
Cualquier rumor, cualquiera voz le espanta,
cualquier secreto piensa ques negarle;
si el brazo mueve alguno y lo levanta,
piensa el triste que fue para matarle:
la soga arrastra, el lazo a la garganta,
¿qué confianza puede asegurarle?
pues mal el que negar al Rey procura
tendrá con un tirano fe segura.
Si no bastare verlos acabados
tan presto, y que ninguno permanece,
y los rollos y términos poblados
de quien tan justamente lo merece:
bandos, casas, linajes estragados,
con nombre que los mancha y escurece;
baste la obligación con que nacemos
que a Nuestro Rey y príncipe tenemos.
De un paso en otro paso voy saliendo
del discurso y materia que seguía
pero aunque vaya ciego discurriendo
por caminos más ásperos sin guía,
del encendido Marte el són horrendo
me hará que atine a la derecha vía;
y así seguro desto y confiado
me atrevo a reposar, que estoy cansado.