Ir al contenido

La boba para los otros/Acto II

De Wikisource, la biblioteca libre.
Acto I
La boba para los otros
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto II

Acto II

Sale Diana, con sombrero y capotillo, Alejandro, de noche, Fabio y Laura
Diana:

¿Tan presto quieres irte?

Alejandro:

Fabio, señora, dice que amanece.

Fabio:

Bien puedes despedirte,
que el crepúsculo crece
y la tumba del Sol se desvanece.

Laura:

Un poquito de culto, por tu vida.

Fabio:

Digo que el alba ostenta luz mentida.

Diana:

Esta, Alejandro, es la tercera noche
que en aqueste jardín hablo contigo,
Fabio solo testigo,
y Laura, de quien fío este secreto,
hasta que tenga venturoso efeto.

Laura:

¿Entiendes, Fabio, tú, del carro o coche
donde van las estrellas?

Fabio:

Vendrá muy a propósito por ellas
sacar, Laura, la hora,
después que el sumiller del Sol, la aurora,
le corre la cortina,
esparciendo la niebla matutina.

Laura:

Habla cristiano o en hora mala vete.

Fabio:

¿Y eso no es culto?

Laura:

No.

Fabio:

¿Pues qué?

Laura:

Cultete.

Alejandro:

Diana hermosa, Fabio me ha contado
que te daba cuidado,
no mi persona ya: mi entendimiento.
¿Parécete que digo lo que siento
y siento lo que digo?
¿Soy bueno para dueño o para amigo,
que de cualquier suerte, en tu servicio,
la vida, el alma, es corto sacrificio?
Si estoy examinado,
dame, señora, el grado
de galán o marido.

Diana:

Con el mismo temor, lo mismo pido;
que como la primera vez me viste
(que es fundamento en que el amor consiste)
con tan simples afectos y señales,
y aquella aprehensión tarde se olvida,
la memoria, ofendida,
puede ser que conserve acciones tales.

Alejandro:

Y en tres noches, Diana,
que hablando nos divide la mañana,
¿no quieres que tu raro entendimiento
me dé conocimiento,
de que tal exterior sirve de muro
a la perla del alma, en nácar puro?
Tal es tu ingenio y tu real decoro,
como licor precioso en vaso de oro,
y admírame que sea,
de tanta ciencia, cátedra una aldea.

Diana:

Si yo, gallardo Médicis, te agrado,
tu ingenio en tu persona a mi cuidado
es al círculo de oro semejante,
que esmalta y ciñe brillador diamante.

Laura:

Si estáis ya concertados,
mirad que del jardín los acopados
árboles hacen sombras,
y se ven de las flores las alfombras,
en cuyos cuadros cultos
repite luz el alba.

Fabio:

Pintados pajarillos hacen salva,
entre los verdes árboles ocultos,
con la dudosa luz del nuevo día,
¿y no tenéis temor, que ser podría
que os viesen tantos necios pretensores?

Alejandro:

Mal sabes tú qué es comenzar amores,
que hasta ganar el alma que desea,
no hay amante que tema ni que vea.

Diana:

Hablar siempre discreto
ya no será posible; que, en efeto,
donde hay amor hay celos, linces tales,
que penetran los orbes celestiales
y los oscuros limbos de la tierra.

Alejandro:

Para excusar la guerra
de la envidia curiosa,
la industria, solamente provechosa,
puede hallar algún medio,
de ella desvelo y de los dos remedio.
¿Qué te parece que Alejandro intente?

Laura:

¡Huye presto, señor, que viene gente!

Diana:

¿Tan presto gente aquí?

Fabio:

¡Gentil olvido!

Laura:

¡Qué ciego es el amor entretenido!

Diana:

Con el gusto no vía
que nos miraba el día.

Alejandro:

Y yo, no viendo estrellas en su velo,
pensé que pasaron a tu cielo.
¡Adiós, señora mía!
Huyan Alejandro y Fabio, y salen Teodora y Fenisa

Teodora:

¿Hombres dices que viste?

Fenisa:

¿Pues no los ves huir, porque sintieron
que su amorosa plática rompiste?

Teodora:

Siento la llave, y que la puerta abrieron
que sale al muro.

Fenisa:

¡Qué furioso escapa,
dejándonos el oro de la capa
en los ojos el uno,
por testigo de que es amante alguno
de tantos pretendientes!

Teodora:

Fenisa, no será de los ausentes,
aunque pueden servirla de secreto;
y que he tenido celos, te prometo,
de que la mire Julio.

Fenisa:

No lo creas,
que aunque es gallarda, son acciones feas
las de su entendimiento;
porque fuera, sin alma, amor violento.

Teodora:

Eso no me asegura;
que el ingenio, la gracia y la hermosura
que a muchas les negó naturaleza,
discretas hizo, y lindas la riqueza;
y yo he notado en Julio tal mudanza,
que no debe de ser sin esperanza
de ser duque de Urbino.

Fenisa:

Antes de la sentencia es desatino.
Teodora
Bellísima Diana, entre las flores
tan de mañana, efetos son de amores;
las plumas y el vestido
muestran que aquí la noche habéis tenido.
Yo vi por las espaldas
el oro entre las verdes esmeraldas,
de estos árboles hojas. ¿Qué es aquesto?
¿Hombres con vos? ¿Cómo olvidáis tan presto
lo que os tengo advertido?

Diana:

Señora, como boba soy, me olvido
fácilmente de todo.

Teodora:

¿No veis que de ese modo
ofendéis la grandeza en que nacistes?

Diana:

Que huyese de los hombres me dijistes,
pero como yo sé los Mandamientos,
que es más obligación que vuestros cuentos,
y “amarás a tu prójimo —decían—
como a ti mismo”, vi que no tenían
vuestras lecciones buenos fundamentos.

Teodora:

Amadme a mí para cumplir con ellos.

Diana:

No debéis de sabellos.
¿No veis que dice “prójimo” y, si fuera
para mujer, que “prójima” dijera?
¿Veis como vais, Teodora,
contra los Mandamientos?

Teodora:

Yo, señora,
deseo, cuanto puedo,
que no os engañe alguno.

Diana:

No hayáis miedo.

Teodora:

Engañan las discretas y avisadas,
¿qué harán de vos?

Diana:

Por muchas engañadas,
en todos los estados,
siempre son más los hombres engañados.

Fenisa:

(Aparte)
(Esto no sabe a mucha bobería.)

Diana:

Pero, decidme vos, por vida mía:
¿Por qué los queréis mal? ¡Que es buena gente!
¿Quién hay que nos defienda y nos sustente,
pues desde que nos paren nuestras madres,
todo es cuidado y ansia de los padres
para darnos remedio?

Fenisa:

 (Aparte)
(La corte se vistió de medio a medio.)

Diana:

Joyas, vestidos, galas y placeres,
¿debémoslas acaso a las mujeres?
Y fuera de esto, aunque de mí te asombres,
¿no ves que las tres partes de los hombres
han muerto por nosotras? Luego es justo
querer a quien nos quiere, y con tal gusto
nos cría, nos regala y nos sustenta,
y con su amparo defender intenta
con el amor, la vida, y con las manos.

Teodora:

Antes, Diana, son unos tiranos,
que no nos quieren más que mientras dura
la verde edad, la gracia y la hermosura,
matándonos a celos; y es de modo
que ellos lo quieren todo,
y no nos dejan ver el sol apenas.

Diana:

Pienso que quieres bien lo que condenas.
Ven, Laura amiga, y mudaré vestido.

Laura:

Mucho te has declarado.

Diana:

No he podido
reprimir esta vez mi entendimiento,
que es luz, en fin, y sigue su elemento.

Vanse Diana y Laura
Teodora:

Quién pensara, Fenisa, que supiera
estas cosas Diana en cuatro días…

Fenisa:

Si su buen natural se considera,
¿no ha de vencer sus rudas fantasías
aquella sangre ilustre?

Sale Julio
Julio:

(Aparte)
(Haced, pensamiento mío,
lugar, aunque estéis de asiento,
a mi nuevo pensamiento,
pues tenéis libre albedrío.
Perdonadme, si os desvío
de la obligación de quien
lo mismo hiciera también,
que la razón natural
quiere que aborrezca el mal
y que solicite el bien.
Los ojos puse en Diana
desde el punto que llegó:
no porque me enamoró,
si honesta, hermosa villana,
mas porque tengo por llana
su justicia; y, siendo así,
ganaré lo que perdí,
si a quien la tiene me inclino,
porque ser duque de Urbino
es lo que me importa a mí.)

Teodora:

¿Julio?

Julio:

¡Señora! No en vano
con más hermosos colores
se levantaban las flores
desde tus pies a tu mano.
Embajador del verano
suele ser el ruiseñor;
y ahora de flor en flor
vienes a ser filomena;
ríe el prado, el aire suena,
llora el agua y canta amor.
Ya ¿qué puede sucederme
que no sea dicha este día?

Teodora:

Segura estará la mía
con pagarme y con quererme.
Aquí vine a entretenerme,
y hallé a Diana, que ya
en ser bachillera da.

Julio:

Es lazo en que dan los necios
para mayores desprecios.

Teodora:

Algo reformada está.

Julio:

Es un mármol que ha vestido
de rústica arquitectura
naturaleza, tan dura,
que Camilo arrepentido
está de haberla traído,
y tan confuso el Senado,
que le ha puesto en más cuidado
el volverle a deshacer,
que el pensar que ha de poner
tal señora en tal Estado.

Teodora:

Por ir a verla vestir
las galas de hoy, no me puedo
detener contigo.

Vase
Julio:

Quedo
sin ti; no hay más que decir.
Esto me importa fingir,
ya que con Diana intento
este nuevo pensamiento;
que luego que tenga amor,
sobre su mucho valor
lucirá su entendimiento.

Sale Camilo
Camilo:

Huélgome de hallarte a solas,
que tengo que hablar contigo.

Julio:

Ya sabes mi inclinación
a tu amistad y servicio.

Camilo:

Si en ella puso Teodora,
cuando los dos la servimos,
alguna discordia, Julio,
siendo deudos, siendo amigos,
ya no causarán los celos
los pasados desatinos;
que del amor de Teodora
tomó venganza el olvido.
De hablar con Diana vengo,
y paréceme que he visto,
no el juicio concertado,
mas no alterado su jüicio.
Con su secretario estaba
escribiendo a los que han sido
pretendientes de Teodora,
que le han dado por escrito
el parabién del Estado.
Aquí, Julio, te suplico
que me escuches más atento.

Julio:

¿Qué más atento?

Camilo:

Pues digo
que si este Estado ha de ser
de un extraño o de un vecino,
donde como en dueño ajeno
corran los propios peligros,
es mejor que yo lo sea,
que, por ser duque de Urbino,
no reparo en lo interior
de este rústico edificio.
Porque no la quiero yo
para que me escriba libros,
ni para tomar consejo,
que de mujer no le admito.
Tú, pues quieres a Teodora,
que nunca quien ama quiso
más interés que su gusto,
ayuda el intento mío,
pues que no puedes dejar,
por amante y bien nacido,
de quererla, a cuya causa,
a duque de Urbino aspiro.
Que, si me das tu favor,
y la posesión conquisto,
todos mis Estados quedan
a elección de tu albedrío.

Julio:

Mucho me pesa que pienses,
¡oh, generoso Camilo!,
siendo discreto, que pueda
el gusto, y más si es fingido,
vencer tan grande interés
como ser duque de Urbino.
Cuando yo amaba a Teodora
era fundado designio
en ser forzosa heredera;
pero viendo, como has visto,
que es Diana, ¿quién, tan loco,
tomara tan necio arbitrio
como dejar la esperanza
de la pretensión que sigo
con el mismo pensamiento?
¿Quién se viera tan rendido
a la mayor hermosura
que naturaleza hizo,
al más raro entendimiento,
al cuerpo más cristalino
(cosas que siguen los hombres
con engañoso juicio),
que dejara un grande Estado
por un bien que siempre ha sido
imaginada victoria
y ejecutado delito;
breve cometa del gusto,
que suele traer consigo
el justo arrepentimiento
a espaldas del apetito?

Julio:

Las cosas que son posibles
han de pedir los amigos;
que es locura, y no razón,
amistad contra sí mismo.
Los amores de Teodora
no fueron más de principios,
mudó Fortuna el semblante,
y mi amor mudó de sitio.
Más quiero boba a Diana,
con aquel simple sentido,
que bachillera a Teodora,
pues un filósofo dijo
que las mujeres casadas
eran el mayor castigo,
cuando, soberbias de ingenio,
gobernaban sus maridos.
Lo que han de saber es solo
parir y criar sus hijos.
Diana es hermosa, y basta
que sepa criar los míos.

Camilo:

No esperé de tu lealtad
respuesta tan descompuesta;
pero ha sido la respuesta
como ha sido la amistad.
Mas, ¿qué mejores razones
me pudiera responder
quien rompe de una mujer
tan nobles obligaciones?
Pero no se lograrán:
que en sabiéndolo Teodora,
a quien yo lo diré ahora,
 (pues tus agravios me dan
para bajezas licencia),
a entrambas las perderás,
y a mí, que te importa más.

Julio:

¿Y qué ha de hacer mi paciencia,
Camilo, en esa ocasión?

Camilo:

Remitir el desagravio,
el no pronunciar tu labio
las palabras que lo son.

Julio:

Pues quitándote la vida
podré solo pretender.

Camilo:

Quien la sabe defender
nunca de quien es se olvida.

Salen Diana, Teodora, Fabio y Marcelo, secretario
Teodora:

Ya se luce la cabeza
que por gobierno tenéis.

Diana:

¡Hola! ¿Qué es esto que hacéis?

Marcelo:

¿Ya no lo ve vuestra alteza?
Julio y Camilo reñían.

Diana:

Marcelo, ¿es esto mal hecho?

Marcelo:

Cuando hay enojo y despecho,
al campo se desafían
los caballeros, no aquí.

Diana:

¿Qué haré, Teodora?

Teodora:

Prendellos.

Diana:

¿Prendellos? Pues, ¿querrán ellos?

Teodora:

Mandádselo vos.

Diana:

¿Yo?

Teodora:

Sí.

Diana:

Las espadas me desmayan.
Escribidles a los dos,
Marcelo, una carta vos,
en que a la cárcel se vayan.

Fabio:

Buena traza.

Marcelo:

La razón
de la pendencia, ¿qué fue?

Camilo:

Fue la duquesa.

Marcelo:

¿Por qué?

Camilo:

Casarla fue la ocasión;
mas no tan bien empleada,
aunque con mucha nobleza,
como merece su alteza.

Diana:

No, no, que ya estoy casada.

Teodora:

¿Casada? ¿Con quién?

Diana:

Con vos,
que, pues no he de querer
hombres, seréis mi mujer.

Teodora:

Poned en paz a los dos:
haced que se den las manos.

Diana:

Luego ¿queréislos casar?

Teodora:

Y los dos pueden dejar
esos pensamientos vanos.

Diana:

Casénse Julio y Camilo,
pues ya lo estamos las dos;
dad fe, secretario; vos
entendéis por buen estilo
de que quedamos casados.
 (A Laura)
(Sin duda que la cuestión
nació de la pretensión,
Laura, de aquestos Estados.)

Sale Alejandro, de camino
Alejandro:

Si deslumbrado, por dicha,
entré, señores, aquí,
que tanto ha podido en mí
la fuerza de una desdicha,
suplícoos me perdonéis.

Diana:

¿Qué es esto, Fabio?

Fabio:

Señora,
como tú lo entiendo ahora.

Diana:

Caballero, ¿qué queréis?

Alejandro:

¿Cuál es su alteza?

Diana:

Yo soy
su alteza, si me buscáis.
Pues bien, ¿qué es lo que mandáis
que os entráis adonde estoy
con las espuelas calzadas?
¿Sois, por ventura, francés,
que las tienen en los pies
para siempre vinculadas?
Que como entre las naciones
son los mejores caballos,
de galos se han vuelto gallos,
y gallos con espolones.

Alejandro:

Tanto mi peligro ha sido,
que dejo el caballo muerto
a esa puerta.

Diana:

Desconcierto;
que mejor hubiera sido
haberle metido acá
y que se muriera aquí.

Teodora:

Caballero, oídme a mí:
Esta gran señora está,
de enfermedad que ha tenido,
divertida, como veis.
¿A qué venís? ¿Qué queréis?

Diana:

Mentís, porque ya ha venido
mi salud, y estoy tan buena,
que cierta temeridad
es sola mi enfermedad,
hasta quitarme la pena.
(Aparte)
¡Que se entrase, Fabio, aquí
Alejandro de este modo!

Fabio:

Si él no sale bien de todo,
pasos y tiempo perdí.

Alejandro:

Hermosa Diana,
retrato de aquella
que con las tres formas
por deidad celebran:
que luna en el cielo,
Diana en la tierra,
en el centro oscuro
Proserpina reina;
pues fuistes, señora,
Diana en las selvas,
luna en el Estado
donde sois duquesa,
y mientras os tuvo
sayal encubierta,
Proserpina, clara
reina de tinieblas.
Octavio Farnesio
a vos se presenta;
del príncipe hermano
de Parma y Plasencia.
Amor que en las almas
tiene tanta fuerza,
mayormente cuando
verde primavera
tiernos años gozan
faltos de experiencias,
en la luz hermosa,
bañando las flechas
de unos ojos negros
de una dama bella,
dio luto a los míos,
pues en esta ausencia
en el alma misma
le traigo por ella.

Alejandro:

No por lo presente
hago competencia;
pero si el amor
las flachas perdiera,
los ojos que digo
sirvieran por ellas.
Pagóme dos años
amorosas deudas,
no éramos iguales
en sangre y nobleza;
con que mi esperanza
que, casado, fuera
posesión dichosa,
fue desdicha cierta.
Solo merecía,
por alguna reja,
manos recatadas
y palabras tiernas.
Como mariposa
que nunca se quema,
solo daba tornos
a la blanca vela.
Trataron casalla
sus padres, por fuerza,
y fuele forzoso
darles obediencia.

Alejandro:

Yo, que la adoraba,
y me vi perdella,
no perdí la vida,
perdí la paciencia;
y viéndome Porcia
con alma resuelta
de matar su esposo,
mis locuras templa
con darme palabras,
que salieron ciertas;
tierna a mis suspiros,
fácil a mis quejas.
De las bodas tristes
pasaron apenas
los alegres días,
cuando verme intenta
una oscura noche,
tan lluviosa y negra,
que solo se hizo
para ser secreta.
A su huerta pongo
escalas de cuerda,
mas que cuerdo, loco
subiendo por ella.
Dormía su esposo,
y Porcia, despierta,
de la cama sale,
durmiendo le deja.

Alejandro:

Cuando vi su bulto
por la blanca senda,
que era de los cuadros
guarnición de arena;
cuyos pies hermosos
en breves chinelas,
con airosos pasos
la volvieron perla.
Si hay aquí quien ame,
lo que sentí sienta,
tras tantos deseos,
con el bien tan cerca.
Naguas de Cambray
con randas flamencas,
partían el campo
de su imagen bella;
porque la camisa,
de mangas abiertas,
mostraba dos brazos
de cándida cera.
Y, al uso de Italia,
por el pecho suelta,
dos suspensos bultos,
pomo de azucenas.
Al marido entonces
el honor despierta;
porque quien le tiene
no es bien que se duerma.

Alejandro:

La jurisdicción
de la cama tienta;
lo frío le abrasa,
lo ardiente le hiela;
porque los que aman
este estado, sepan,
que aun allí no tienen
segura su prenda.
Salta de la cama
y toma en defensa
de su honor y vida
espada y rodela.
Presto halló el engaño,
y a nosotros llega;
porque las desdichas
siempre fueron prestas.
Conmigo se afirma;
la cólera ciega,
nunca por preceptos
gobernó las tretras.
Y como el agravio
no esgrime ni llega,
cuchillada tira
con poca destreza.
A pocas, turbado,
por mi espada se entra;
del jardín los cuadros
con la sangre riega.

Alejandro:

Saco a Porcia en brazos,
sin herida, muerta,
y en un monasterio
defendida queda.
Apenas la aurora
sacó la cabeza
a llorar desdichas
en viendo la tierra,
cuando diez soldados
mi aposento cercan;
préndeme mi hermano,
y él mismo sentencia,
porque propia sangre
más ejemplo sea,
dando a la justicia
majestad severa.
Ya llegaba el día,
cuando una doncella,
hija del alcaide,
piadosa me entrega
llaves de la torre,
joyas y cadena.
Salgo en el caballo,
que, si vivo queda,
como el de Alejandro,
mármol se prometa.
Hoy a vuestros pies
mis fortunas llegan;
mostrad que sois ángel
por librarme de ellas.
Dadme vuestro amparo,
que mi historia es esta;
será vuestra gloria
remediar mi pena.

Diana:

Discreto debéis de ser;
mas no se os ha parecido,
¿Engañador habéis sido?
Guárdese toda mujer.
Hideputa, bellacón,
¡como pintó por la senda
la camisa de su prenda!
¿Aún no trajera jubón?
¡Qué linda vista tenéis!
Pues de aquellas naguas frescas
vistes las randas frandescas,
a fe que no me engañéis.
¿De esos sois? No más conmigo.
A buen tiempo os declaráis,
pues al de Parma me dais
por capital enemigo.
¿Andáis a engañar mujeres,
de noche, por los jardines?

Teodora:

No es justo que lo imagines
si de desdichas lo infieres.

Fabio:

Señora, este caballero
favorece.

Diana:

¿Vos habláis
por él? ¿Tan seguro estáis
de su culpa, majadero?

Fabio:

 (Aparte)
(¿Qué has hecho?

Alejandro:

Aquesto fingí
por verla.)

Diana:

¡Oh, Ulises astuto!
Váyase Porcia con Bruto.
¿Qué es lo que me quiere a mí?

Fabio:

(Aparte)
(Señora, no es en tu agravio.
Invención debe de ser.)

Diana:

¡Vive Dios!, que le he de hacer
dar mil estocadas, Fabio.
Venid conmigo, Camilo
y Julio.

Julio:

¡Qué airada estás!

Diana:

¿Qué queréis? No puedo más
en viendo traidor estilo.

Vanse, y quedan Teodora, Alejandro y Fabio
Fabio:

Quisiere poder hablarte,
y quedose aquí Teodora…
Pero, ¿qué dirás ahora
con que puedas disculparte?

Alejandro:

Anda, Fabio, que es locura
la de Diana y no amor;
y si este ha de ser humor,
su Estado ni su hermosura
no me prestarán paciencia.
Entra a verla y dila, Fabio,
que sentido de este agravio,
daré la vuelta a Florencia;
que yo no quiero mujer
con lucidos intervalos.

Fabio:

¡Con qué gentiles regalos
la dispones a volver
a tu amistad! Mas yo voy,
por ver de qué se ha sentido.

Vase
Teodora:

Ahora que Fabio es ido
os quisiera decir quién soy,
generoso caballero.

Alejandro:

Ya, señora, lo he sabido,
y ahora perdón os pido
de no haber hecho primero
lo que era razón con vos.

Teodora:

De mí también estad cierto;
que de aqueste desconcierto
estoy corrida, por Dios.
Salga Diana a la puerta, a escuchar, y Fabio.
Perdonad la bobería
de la señora duquesa.
No sabe más.

Alejandro:

No me pesa
de ver su descortesía,
si ha pasado por su puerta
por la posta Salomón;
pésame de la ocasión,
neciamente descubierta
a quien me ha tratado así.

Teodora:

La relación que le hicistes
de vuestras fortunas tristes,
más impresión hizo en mí.
Mis joyas, casa y hacienda
tened por vuestras, Octavio.

Diana:

¿Qué sientes de aquello, Fabio?

Fabio:

Siento que el diablo lo entienda.

Alejandro:

A tantas obligaciones,
¿qué puedo yo responder?

Teodora:

La herencia de esta mujer
está ahora en opiniones.
Si sale el pleito por mí,
Farnesio ilustre, creed,
como vos me hagáis merced,
si habéis de asistir aquí,
de darme vuestro favor,
de premiaros de tal modo,
que venga a ser vuestro todo.

Diana:

¿Aquello es temor o amor?

Fabio:

Temor de verse en estado
que todo lo ha menester.

Diana:

Celos me dan; soy mujer.
Peligro corre el cuidado.

Alejandro:

Dadme, señora, licencia
para poner en razón
mis cosas.

Fabio:

Por tu ocasión
quiere volver a Florencia.

Diana:

¿A qué Florencia, ignorante,
siendo del de Parma hermano?

Fabio:

Todo aquello es cuento vano,
por estar gente delante.

Teodora:

Id con Dios, gallardo Octavio,
y en prendas de que seréis
de mi parte y vengaréis
de mi justicia el agravio,
este diamante traed
por divisa de una dama
que su defensor os llama.

Alejandro:

Señora, ¡tanta merced!
Tomarele por prisión,
como fue antigua señal,
para ser grillo inmortal
del dedo del corazón.

Diana:

Si se detiene y porfía
(tanto, quien escucha, yerra),
presumo que doy en tierra
con toda la bobería.

Fabio:

Voy tras él.

Alejandro:

Fabio, ¿y Diana?

Fabio:

Calla, que está aquí y te oyó.

Alejandro:

¿Será bien hablarla?

Fabio:

No,
que es airada, tigre hircana.
Echa, señor, por aquí,
y finge que no la viste.

Vanse
Teodora:

Diana, ¿dónde, tan triste?

Diana:

Estoy desde hoy por ti.
Dísteme, amiga Teodora,
recién venida, un consejo
que no tomas para ti.

Teodora:

¿Cómo?

Diana:

Que, por no ser buenos,
siempre huyese de los hombres,
y siempre te hallo con ellos.
Esta mañana, también,
con mil razones y ejemplos,
me persuadiste lo mismo;
no entiendo tus pensamientos,
mas debe de ser engaño.
Dime si puedo quererlos,
que por tomar tu lición,
ha muchos días que tengo
el gusto con telarañas,
con polvo el entendimiento.
¿Qué es amor, por vida tuya?

Teodora:

Amor, Diana, es deseo.

Diana:

¿No más?

Teodora:

Lo demás, tener
las esperanzas efecto.
Es el amor, de dos almas
transformación.

Diana:

¿Cómo?

Teodora:

Un trueco;
que dejando cuerpos propios
pasan a cuerpos ajenos.

Diana:

¡Válame Dios!

Teodora:

¿Qué te admira?

Diana:

Que se pasen a otros cuerpos;
que es la mayor invención
que pudo hallar el ingenio.
Pero entre dos que se aman,
¿qué suele descomponellos?

Teodora:

Celos.

Diana:

¿Qué es celos?

Teodora:

Sospechas
de que hay diferente dueño.

Diana:

¿Y si le hay?

Teodora:

Es agravio;
que los celos, solo celos,
son una sombra de noche
que del propio movimiento
de la persona se causa.
Son una pintura en lejos,
que finge montañas altas
lo que son rayos pequeños.
¿No has pasado alguna vez
por un espejo, de presto,
que eres tú y piensas que es otro?

Diana:

¿Que son celos tantas cosas?

Teodora:

Líbrete Dios de tenerlos.

Vase
Diana:

Dulces empeños de amor,
¿quién os mandó ser empeños
de prendas no conocidas?
Fié de Fabio el secreto
de buscarme un defensor;
y cuando tenerle pienso,
hallo que todo es engaño,
traiciones y atrevimientos.
Determineme a querer
a tan noble caballero,
como Alejandro, y corrida
de mi engaño, me arrepiento.
¿Quién, sino yo, pudo hallar
la desdicha en el remedio?
¿Quién, sino yo, ser pudiera
dichosa para no serlo?
¡Ay, mi querida aldea! ¡Ay, campo ameno!
¡Quien me trujo a la corte, muera de celos!
¡Ay, mis dulces soledades,
donde escuchaba requiebros
de las aves en sus flores,
de las aguas en los hielos!
No aquí lisonjas, no engaños,
no traiciones, no desprecios,
adonde teme la vida,
si no la espada, el veneno.
Nunca yo supe en mi aldea
de qué color era el miedo;
ahora, a mi sombra misma,
por cualquier parte temo.
Allá todos eran simples;
aquí todos son discretos;
achaque es de la mentira
por ser más lo que son menos.
¡Ay, mi querida aldea! ¡Ay, campo ameno!
¡Quien me trujo a la corte, muera de celos!

Salen Alejandro y Fabio
Fabio:

Con poca satisfacción
hacen paces los amantes.

Alejandro:

En sospechas semejantes
se agravia la estimación.
Fabio me ha dicho, señora
 (ya que mi desconfianza,
viendo en vos tanta mudanza
con el alma que os adora,
me obligaba justamente
a solicitar mi ausencia),
que no me vuelva a Florencia.

Diana:

Fabio es hombre diligente;
y si estuviera colgado
de una almena de ese muro,
mi honor viviera seguro,
y mi necio amor vengado.

Fabio:

Que lo merezco es muy cierto;
que así se debe pagar
quien te ha sacado del mar
y puesto en seguro puerto.
Pero si este movimiento
es condición de mujer,
que dejan presto vencer
su cobarde entendimiento,
de cualquiera sospecha vana,
dime si en haber traído
a Alejandro te he mentido.

Alejandro:

Yo soy, hermosa Diana,
Médicis soy; que no soy
Farnesio, como fingí,
ni a Porcia en mi vida vi,
ni huyendo de nadie voy,
ni maté ni me prendieron;
porque aquella relación
fue solamente invención
de ajenar los que la oyeron.

Diana:

Si pretendiste encubrirte
de ser quien eres con arte,
¿por qué no me diste parte
para que pudiera oírte
con menos alteración?

Alejandro:

Porque no te pude hablar.

Diana:

¿Y aquel modo de pintar,
era también invención,
la bella Porcia en camisa?

Alejandro:

Laura una noche, señora,
para que viese la aurora,
como en la primera risa,
quiso que te viese así.
Como te vi, te pinté,
que en el jardín me quedé,
y por la reja te vi.

Diana:

Apenas creerte puedo.
Toda el alma me has turbado,
porque de haberte escuchado
no tengo seguro el miedo;
de quien con tal libertad
miente de buen aire y gusto,
que no le crean es justo
cuando dijere verdad.

Alejandro:

El día que llegué aquí,
en cuya noche te hablé,
lo que contigo traté
a mi hermano le escribí,
pidiéndole que me diese
alguna gente y favor
con que, a su tiempo, mejor
te sirviese y defendiese.
Esta carta me responde.

Diana:

Muestra.

Alejandro:

Por ella verás
que favor en él tendrás,
y que a quien es corresponde.
Ella lee, Fabio y Alejandro hablan
No puede haber desengaño,
Fabio, en el mundo mayor:
aunque es mujer de valor,
es sola, y teme su daño.

Fabio:

Y no es mucho, que la tienen
mil enemigos cercada.

Alejandro:

Fabio, mi amor y mi espada
solo a defenderla vienen.

Salen escuchando Julio, Camilo y Teodora
Teodora:

¿Juntos los tres?

Camilo:

¿No lo ves?
Una carta está leyendo,
y con grande gusto viendo
lo que dice.

Teodora:

Cierto es.

Julio:

Que está sosegada advierte.

Teodora:

¡Quién oyera desde aquí
lo que dicen!

Diana:

Ya leí;
y hoy llego, Alejandro, a verte
con diferente semblante,
porque he sabido quien eres.

Alejandro:

Si de mi valor infieres
que puedo ser semejante
a los príncipes, de quien
tengo esta sangre, Diana,
no será esperanza vana
que presto a tus pies estén
los enemigos que tienes.

Diana:

Tu nombre te hará segundo
reconquistador del mundo,
cuyas hazañas previenes,
si el gran duque, como escribe,
me da su favor.

Alejandro:

Yo creo
que tiene mayor deseo
y con más cuidado vive.

Fabio:

Si pudiera deshacer,
sin que les diera sospecha,
alguna gente, entre tanto
que llegaba de Florencia,
todo quedara seguro.

Diana:

Pues yo la haré de manera
que me defienda de todos
y que ninguno lo entienda.

Alejandro:

¿Esto cómo puede ser?

Fabio:

Paso, que en aquella puerta
tres enemigos del alma,
mundo, carne y diablo, acechan.

Julio:

Fabio nos ha descubierto.

Camilo:

Pues ya nos han visto, llega.

Teodora:

¿Señora mía?

Diana:

¿Teodora?

Teodora:

¿Qué carta y consulta es esta?

Diana:

Tengo tanta inclinación
a las cosas de la guerra,
después que en un libro vi
lo que las historias cuentan
de mujeres valerosas,
que, por serlo como ellas,
escribí una carta al Turco:
que luego como la vea
me entregue la casa santa;
y esta que ves es respuesta
en que dice que no quiere:
con que pienso hacer gran leva
de gente, y llevarla al Cairo
por el mar o por la tierra.
Esto consultaba a Octavio,
y muy necio me aconseja
no me meta con el Turco.

Julio:

(Aparte)
(No ha dicho cosa como esta
en todos sus desatinos.)

Diana:

¡Ea, salgan diez banderas
con tres mil o seis mil hombres!

Alejandro:

Señora, aunque tal empresa
es santa, y la hicieron reyes

de Francia e Inglaterra,
vos no sois tan poderosa.<poem>
Alejandro:

Que fue discreta
la invención.

Teodora:

De boba a loca
hay muy poca la diferencia.

Camilo:

Seguilde el humor.

Julio:

¡Alarma!
¡Toca alarma!

Todos:

¡Guerra, guerra!