La calumnia mata: 05

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Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.

V

Otros tres años transcurrieron en trámites y apelaciones, engrosando, subiendo y creciendo el expediente, como una montaña.

Llegó la hora de reparación, y saliendo Campana de nuevo más limpio que patena, al tapar con ésta el cáliz, dió vuelta el Cura en la solemne misa del desagravio, dirigiéndose á la puerta de San Miguel, donde la ofensa se le infiriera y en cuyo propio sitio establecía la ley tuviera lugar la reparación.

Parado frente al párroco á la entrada de la iglesia, le rodeaba numeroso grupo de vecinos y curiosas, de entre las que, viendo á Campana tan demudado, se escapó más de una exclamación compasiva:

— ¡Cómo lo han dejado! pobre hombre! ¡La calumnia mata!

Ya el cartulario bajaba las antiparras, leída la sentencia en que, entre otras penas imponía al ofensor que tomando al calumniado de la mano presentara al público como inocente y le pidiera perdón por la ofensa, declarando tres veces en alta voz que no había tenido razón en su dicho.

A cumplir esta primera parte de la reparación dirigíase, cuando Campana, todo trémulo y emocionado, retrocedía á la vez que se le aproximaba el calumniador. Los sufrimientos y amarguras de largos años habían de tal modo consumido su físico, que agotada toda energía en la prolongada comprobación de su inocencia, desfalleciente el ánimo y quebrantada su naturaleza toda, al extenderse la mano para satisfacerle, se desplomó como fulminado por invisible conmoción, cayendo para siempre el anciano en el mismo sitio que se le había afrentado.

No fué que el honrado señor de Campana llegara á ser convicto de malversación de fondos, sino que la última justificación, marchando como suele la justicia, con pies de plomo, tardó tanto, tanto, que llegó al fin de sus días!

La calumnia mata, y ni es el único ejemplo que recuerda la crónica del siglo pasado. Esta tocó de rechazo á todos los que de más ó menos cerca tuvieron participación en tan escabroso berenjenal.

Hasta el prelado que amenazara al capellán de San Miguel con la excomunión en voga, si no prohibía la entrada del Colegio á su fundador, murió en el destierro. A su vez le mató la calumnia el día antes de fondear el galeón de Indias en Montevideo, cuyo cajón de España traía la real comprobación de su inocencia.

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Lectora amiga: ¡no calumnies, no calumnies jamás! ¡Cuántas veces, sino de pronto, lenta y sorda, va interiormente minando!

¡Cuántas ocasiones la calumnia mata!