La calumnia mata: 04

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Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.

IV

A rumorcillo de contrabando agregáronse añejos rencores suscitados, pues que á petición de Campana vino la Real Cédula prohibiendo á los curas cobrar derecho de muerto que habían inventado, pues ni morir de balde era permitido. En caso de fallecer alguno, muerto quedaría pero enterrado no, mientras no apareciera alma piadosa que pagara por quien tuvo ese mal gusto. Entonces, como al presente, tan irresistible persuasión tenía el mal, que al referir el embustero vicios inventados, mayor crédito alcanzaba, que narrando el veraz virtudes ciertas. Su reconocida virtud no impidió largos y fríos días de prisión al doctor Campana.

Mayor que el de muchas cuchilladas es el daño que una calumnia produce. Aquellas heridas cicatrizan; abierta siempre ésta, su cura es dolorosísima é ineficaz. ¿Llegará la rectificación al que la oyó? Una hiere; la otra, asesina moralmente y sin prevenir por la espalda. Como toda traición la calumnia es cobarde.

Campana, rico de nacimiento y hasta después de sus días, poseía desde antes que las huerfanitas del Colegio nacieran, mayor caudal que la limosna para ellas recolectada. Cuando al fin la verdad se abrió paso, uno tras otro y antes de dirigirse a su casa los dirigió detrás de San Miguel, que la experiencia le había enseñado ya a cuidar más de su buen nombre que de sus peluconas.

A la puerta del Colegio de Huérfanas nuevos inconvenientes se opusieron para franquearle entrada, que obstruían los últimos restos de la calumnia. No obstante salir absuelto de culpa y cargo, desconocíanse sus prerrogativas de Patrono y fundador. Abatido, pero no vencido, cuando se le cerraba la institución á que consagrara tanto tiempo, dinero y paciencia, nuevo pleito siguió, aunque á la larga llegó el día de su triunfo!

Cierta mañana, pasando por esa misma iglesia de San Miguel, desfigurado por los sufrimientos, á oir alcanzó la murmuración de dos beatas, saliendo de comulgar, al no serles contestado el saludo por el buen mozo que pasaba.

— Pero has visto, mujer¡ — chismografiaba una á la otra, — ¿qué tieso se ha puesto el sobrino del encarcelado, desde que salió el tío de chirona, purgados sus gatuperios?

Quebrantado por la pesadumbre, desde ese día cayó en cama el benefactor, pues hasta en el umbral de la iglesia tropezaba con la calumnia. ¡Cuán cierto que de la calumnia algo queda! Siempre hay oídos más abiertos para el mal del prójimo que para la justificación del inocente.

Hay quien exclama: «Ande yo caliente, aunque se reía la gente». El abuelo setentón, á quien oí cuando niño muchas de las consejas que hoy transmito á mis nietos, enseñaba lo contrario. Notando al cruzar la Plaza de la Victoria la desaparición de la torre del Cabildo, al pie de la pirámide de Mayo exclamó apesadumbrado: «Si alguno de esos cronistas atolondrados, que por anticipar noticias narran sucedidos antes de suceder, publicara que te has robado esa alta torre, apresura á vindicarte. Posible es no falte testigo que confirme: Es cierto; yo lo ví.