La celosa de sí mismaLa celosa de sí mismaTirso de MolinaActo I
Acto I
Salen don MELCHOR y
VENTURA, de camino
MELCHOR:
Bello lugar es Madrid.
¡Qué agradable confusión!
VENTURA:
No lo era menos León.
MELCHOR:
¿Cuándo?
VENTURA:
En los tiempos del Cid.
Ya todo lo nuevo aplace;
a toda España se lleva
tras sí.
MELCHOR:
Su buen gusto aprueba
quien de ella se satisface.
¡Bizarras casas!
VENTURA:
Retozan
los ojos del más galán;
que en Madrid, sin ser Jordán,
las mas viejas se remozan.
Casa hay aquí, si se aliña
y el dinero la trabuca,
que anocheciendo caduca,
sale a la mañana niña.
Pícaro entra aquí más roto
que tostador de castañas,
que fiado en las hazañas
del dinero, su piloto,
le muda la ropería,
donde hijo pródigo vino,
en un conde palatino,
tan presto que es tropelía.
Dama hay aquí, si reparas
en gracias del solimán,
a quien en un hora dan
sus salserillas diez caras.
Como se vive de prisa,
no te has de espantar si vieres
metamorfosear mujeres,
casas y ropas.
MELCHOR:
A misa
vamos, y déjate de eso. Mirando al fondo
¡Brava calle!
VENTURA:
Es la Mayor
donde se vende el amor
a varas, medida y peso.
MELCHOR:
Como yo nunca salí
de León, lugar tan corto,
quedo en este mar absorto.
VENTURA:
¿Mar dices? Llámale así;
que ese apellido le da
quien se atreve a navegalle,
y advierte que es esta calle
la canal de Panamá.
Cada tienda es la Bermuda;
cada mercader inglés
pechelingue u holandés,
que a todo bajel desnuda.
Cada manto es un escollo.
Dios te libre de que encalle
la bolsa por esta calle.
MELCHOR:
Anda, necio.
VENTURA:
Vienes pollo;
y temo, aunque más presumas,
que te pelen ocasiones;
que aun gallos con espolones
salen sin cresta ni plumas.
MELCHOR:
Si yo me vengo a casar
con sesenta mil ducados,
y soy pobre, ¿en qué cuidados
me ha de poner este mar?
¿Traigo yo muchos?
VENTURA:
Doscientos,
si no ducados, escudos,
que de malicias desnudos,
ignoran encantamentos.
Librólos la corta hacienda
de señor, para tu costa,
y aquí correrán la posta
si no les tiras la rienda.
¿Piensas que sin ocasión
traen cordones los bolsillos?
Pues para poder regillos,
advierte que riendas son,
que tira el considerado,
temeroso de chocar;
porque no hay mayor azar
que un bolsillo desbocado.
MELCHOR:
Oigamos agora misa,
que es fiesta, y déjate de eso,
pues no soy yo tan sin seso
como tú.
VENTURA:
¡Cáusasme risa!
¿Qué va que antes que a tu suegro
--llamo así al que lo ha de ser--
veas, tienes de caer
en la red de un manto negro?
MELCHOR:
Anda, que estás ya pesado.
¿Qué iglesia es ésta?
VENTURA:
Se llama
La Vitoria, y toda dama
de silla, coche y estrado,
la cursa.
MELCHOR:
¡Bravas personas
entran!
VENTURA:
Todos son galanes,
espolines, gorgoranes,
y mazas de aquestas monas.
MELCHOR:
Vamos, que es tarde y deseo
ya conocer a mi esposa;
que dicen que es muy hermosa.
VENTURA:
¿Cuándo has visto tú oro feo?
Con seiscientos mil ducados
de dote, ¿qué Elena en Grecia,
y en Italia qué Lucrecia
se la compara?
MELCHOR:
Cuidados
diferentes han de darme
motivo de ser su esposo;
que aunque el dinero es hermoso,
yo no tengo de casarme,
si no fuere con belleza
y virtud. Esto es notorio.
VENTURA:
Entra, que un fraile vitorio
allí el introíto empieza.
MELCHOR:
¡Oh Madrid, hermoso abismo
de hermosura y de valor!
VENTURA:
¡Oh misa de cazador!
¿Quién te topara en guarismo?
Vanse los dos.
Salen don JERÓNIMO
y don SEBASTIÁN
JERÓNIMO:
Vivimos en una casa,
y así está puesta en razón
nuestra comunicación.
SEBASTIÁN:
Como tan presto se pasa
el tiempo en Madrid, no da
lugar aun de conocerse
los vecinos, ni poderse
hablar.
JERÓNIMO:
Disculpado está
nuestro descuido; que aquí
en una casa tal vez
suelen vivir ocho y diez
vecinos, como yo vi,
y pasarse todo un año
sin hablarse, ni saber
unos de otros.
SEBASTIÁN:
Yo fui ayer
--escuchad un cuento extraño--
en busca de cierto amigo
aposentado en la plaza,
ésa que el aire embaraza,
de su soberbia testigo,
usurpando a su elemento
el lugar con edificios,
de esta Babilonia indicios,
pues hurtan la esfera al viento.
Pregunté en la tienda, "¿Aquí
vive don Juan de Bastida?"
Y dicen, "No vi en mi vida
tal hombre." Al cuarto subí
primero, y con una boda
vi una sala que, entre fiestas,
de hombres, y damas compuestas
estaba ocupada toda.
Pregunté por mi don Juan,
y díjome un gentilhombre,
"No hay ninguno de ese nombre
en cuantos en casa están."
Llegué al segundo, trasunto
del llanto y de la tristeza,
y de una enlutada pieza
vi cargar con un difunto.
SEBASTIÁN:
Al son de responso y llantos
que a dos viejas escuché,
por mi don Juan pregunté.
Respondióme uno entre tantos,
"No sé que tal hombre viva
en esta casa, señor."
Subí, huyendo del dolor
funesto, al de más arriba,
y hallé una mujer de parto,
dando gritos la parida,
y a don Juan de la Bastida
plácemes, que en aquel cuarto
había un año que vivía
con hijos y con mujer;
de modo que llegué a ver
en una casa, en un día,
bodas, entierros y partos,
llantos, risas, lutos, galas
en tres inmediatas salas,
y otros tres continuos cuartos,
sin que unos de otros supiesen,
ni dentro una habitación,
les diese esta confusión
lugar que se conociesen.
JERÓNIMO:
Está una pared aquí
de la otra más distante
que Valladolid de Gante.
SEBASTIÁN:
Bien podéis decirlo así
pero ¿con qué pretensiones
venís a nuestro Babel?
JERÓNIMO:
No más que vivir en él,
y gozar sus ocasiones.
Tengo un padre perulero
que, de gobiernos cansado,
treguas ofrece al cuidado,
y empleos a su dinero.
Ciento y cincuenta mil pesos
trae aquí con que casar
una hija, en quien lograr
intereses y sucesos
que en Indias le hicieron rico.
La mitad me cabe de ellos.
SEBASTIÁN:
¡Bello dinero!
JERÓNIMO:
Y más bellos
los gustos a que le aplico
que es de Madrid la hermosura.
SEBASTIÁN:
A todos tenéis acción.
JERÓNIMO:
Esperamos de León
un deudo con quien procura
casar mi padre a mi hermana,
que maridos cortesanos
son traviesos y livianos.
SEBASTIÁN:
Elección cuerda y anciana.
JERÓNIMO:
Y vos, ¿qué hacéis en la corte?
SEBASTIÁN:
Un hábito he pretendido,
que ya medio conseguido,
temo que el plazo me acorte,
por lo que me ha de pesar
el dejar esta grandeza;
que es común naturaleza
del mundo aqueste lugar.
Hele habitado tres años;
seis mil ducados de renta
como, tomándome cuenta
de toda amores y engaños.
Tengo también una hermana,
que por no hallarse sin mí,
ha un año que asiste aquí.
JERÓNIMO:
¿Y es su patria?
SEBASTIÁN:
Sevillana,
y en belleza y discreción
Venus del Andalucía.
Y a no ser hermana mía
y extraña en su presunción,
os la pudiera alabar
por sol de la patria nuestra.
JERÓNIMO:
Basta ser hermana vuestra.
SEBASTIÁN:
Sí, pero es nunca acabar
si os cuento en lo que se estima.
De todos hace desprecio;
el más Salomón es necio
si a pretenderla se anima;
Tersites el más galán,
Lázaro pobre el más Creso,
y el más noble, hombre sin seso.
No quiere venir de Adán,
porque dice que no pudo
progenitor suyo ser
quien delante su mujer
se atrevía a andar desnudo.
JERÓNIMO:
¡Humor singular, por Dios,
y digno por su camino
de estima!
SEBASTIÁN:
Nuestro vecino
sois, y de una edad los dos.
Como nos comuniquemos,
daréis a la admiración,
como a la risa, ocasión
de celebrar sus extremos.
JERÓNIMO:
Yo y mi casa hemos de estar
desde hoy al servicio vuestro.
SEBASTIÁN:
Con la voluntad que os muestro,
me habéis siempre de mandar.
Pero ya de misa salen.
Pasad la lengua a los ojos,
si en hechiceros despojos
cuerdas resistencias valen
contra vitoriosas llamas.
JERÓNIMO:
Es esta iglesia una gloria
de belleza.
SEBASTIÁN:
Y la Vitoria
la parroquia de las damas.
Vanse los dos.
Salen don MELCHOR y VENTURA
MELCHOR:
¿No has oído misa tú?
VENTURA:
¿Soy yo turco? Siendo hoy fiesta,
¿sin misa había de quedarme?
MELCHOR:
¿Dónde la viste?
VENTURA:
A la puerta
de esta devota capilla
de la Soledad, y en ella
a un fraile, que esgrimidor,
juntó el pomo a la contera.
¡En qué santiamén la dijo!
¡Oh, quién hacerle pudiera
secretario de la cifra,
o capellán de estafetas!
Entraste tú hasta las gradas,
al olor de la belleza
de damas, tus gomecillos,
que como ciego te llevan;
mas yo que huyo de apreturas,
quedéme a la popa de ellas,
que es rancho de los Guzmanes
en naves, coches e iglesias.
MELCHOR:
¡Ay, Venturilla, cuál salgo!
VENTURA:
Saldrás con el alma llena
de devoción de esta imagen,
que enternece su tristeza.
Es de las mas celebradas
de la corte.
MELCHOR:
¡Ojalá fuera
divina mi devoción,
y la imagen causa de ella!
Devoto salgo, Ventura,
pero a lo humano. ¡Ay, qué bella
imagen vi, si es imagen
quien a sí se representa!
¡Ay si de la Soledad
esta hermosa imagen fuera,
y no de la compañía,
porque ninguna tuviera!
VENTURA:
¡Al primer tapón zurrapas!
¡Perdido a la primer treta!
¡En tierra al primero golpe,
y al primer lance babera!
¿Mas que has visto alguna cara
margenada de guedejas,
que el solimán albañil
hizo blanca, siendo negra;
manto soplón, con mas puntas
que grada de recoletas,
de aquella castaña erizo,
y archeros de aquella alteza,
que al descuido cuidadosa,
al viento de la veleta,
o abanico, te enseñaba
por brújula la cabeza?
Sería peli-azabache
la prohijada cabellera,
puesta, como defensivo,
encima de la mollera;
toca y valona azulada,
banda que el pecho atraviesa,
vueltas y guantes de achiote,
escapulario y basquiña
de peñasco, a la frailega,
chapín con vira de plata,
crugiendo a ropa de seda,
la camándula en la mano.
MELCHOR:
Ventura, palabras deja
aplicadas a tu humor,
y en esa mano te queda,
que es la que he visto no más.
¡Ay qué mano! ¡Qué belleza!
¡Qué blancura! ¡Qué donaire!
¡Qué hoyuelos! ¡Qué tez! ¡Qué venas!
¡Ay qué dedos tan hermosos!
VENTURA:
¡Ay qué uñas aguileñas!
¡Ay qué bello rapio, rapis!
¡Ay qué garras monederas!
¡Ay qué tonto moscatel!
¡Ay qué bobuna leonesa!
Y ¡Ay qué bolsillo precito,
si mi Dios no lo remedia!
¿Que no la viste la cara?
MELCHOR:
¿De qué suerte pude verla,
si me embarazó los ojos
aquella blancura tierna,
aquel cristal animado,
aquel...
VENTURA:
Di candor, si intentas
jerigonzar critiquicios;
di que brillaba en estrellas,
que emulaba resplandores,
que circulaba en esferas,
que atesoraba diamantes,
que bostezaba azucenas.
¿De una mano te enamoras,
por el sebo portuguesa,
dulce por la virgen miel,
y amarga por las almendras,
sin un adarme de cara,
sin ver un ojo, una ceja,
un asomo de nariz,
una pestaña siquiera?
¡Jesús, qué bisoñería!
MELCHOR:
Necio, si probar deseas
mi cólera, di dislates.
VENTURA:
¿Ya estás en la corredera?
Prosigue.
MELCHOR:
Una mano hermosa,
blanca, poblada y perfeta,
que tiene acciones por almas
y tiene dedos por lenguas.
Hará enamorar un mármol;
y la que yo vi pudiera
menospreciar voluntades,
descorteses por exentas.
Cúpome, al oír la misa,
su lado; y cuando la empiezan,
quitó la funda al cristal,
y en la distancia pequeña
que hay desde el guante a la frente
vi jazmines, vi mosquetas,
vi alabastros, vi diamantes,
vi, al fin, nieve en fuego envuelta.
Tenía hasta el pecho el manto
y santiguóse cubierta.
Pudo ser de verme ansí
trasformado en su belleza.
Volvió en ocasos de ámbar
segunda vez a esconderla,
hasta que en pie al evangelio
amaneció aurora fresca.
MELCHOR:
Santiguóse al comenzarle,
y al darle fin encarcela
hasta el Sanctus, que desnuda
da aldabadas a la puerta
del pecho, llamando al alma,
que deseosa de verla,
debió penetrar cartones,
pues corazones penetra.
Duró esta vez el gozarla
sin la prisión avarienta,
hasta consumir el cáliz.
¡Ay Dios, si mil siglos fueran!
Volvió a ponérseme el sol
hasta que acabando, empiezan
el evangelio postrero,
siendo también la postrera
liberalidad feliz
que hizo a mi vista, ciega
con la oscura privación
de su cándida pureza.
VENTURA:
A tragos te la sorbiste,
si no es que contigo juega
al escondite esa mano.
¿Hay más de eso?
MELCHOR:
Oye, y espera.
Estaba yo reduciendo
a los ojos mis potencias,
para que todas gozasen
la gloria de su belleza,
cuando vi junto a ella un hombre
que en el talle y la apariencia
pasaba plaza de honrado,
ingeniosa, del cordón
un bolsillo. ¿Quién creyera
que de tal civilidad
fuera apoyo tal presencia?
Amábala yo, y así
corría ya por mi cuenta
el defender prendas suyas;
pero por no hacer la afrenta
pública del robador,
antes que el hurto escondiera,
asiéndole de la mano,
le vituperé a la oreja
la acción de su talle indigna,
respondiendo su vergüenza
en la cara por escrito
lo que no pudo la lengua.
MELCHOR:
Quitéle en fin el bolsillo,
y atribuyendo a pobreza
lo que debió ser costumbre,
saqué de la faltriquera
un doblón, que por hallazgo
de tan estimada prenda
le di, con que en un instante
despejó misa e iglesia.
Cesó el no oído oficio,
que me holgara yo que fuera
de pasión; desocupóse
la capilla, donde queda
rematando en el rosario
mi divina mano cuentas,
cuyo alcance han de pagar
desde este punto mis penas;
y salgo a aguardarla aquí;
deseando que amanezca
el alba de aquella mano,
cuando, cisne puro, vuelva
a bañarse en la agua santa
que en esta pila desean
mis esperanzas gozar,
después que no la ven, secas.
VENTURA:
¡Válgate el diablo por mano!
La primera vez es ésta
que entró el amor por grosura.
Manotada te dio fiera.
Mas ven acá. Si esta mano
viene a ser, cuando la veas,
de algún rostro polifemo,
o alguna cara juaneta,
¿qué has de hacer?
MELCHOR:
¡Eres un tonto!
La sabia naturaleza
distribuyó proporciones
en sus fábricas discreta.
Mano de tal perfección
fuera culpable indecencia
que sirviese de instrumento
a cara menos perfeta.
Mandó Alejandro pintar
en una tabla pequeña
la corpulencia de Alcides;
y por mostrar su grandeza
solamente pintó Apeles
el dedo pulgar, que intentan
medir gigantes a varas;
para que hiciesen la cuenta
qué tan grande sería el cuerpo
de quien en un dedo emplea
aritméticas medidas
y yo, de la suerte mesma,
conjeturo por la mano
qué tal será la belleza
del dueño de tal ministro.
VENTURA:
¡Bueno! ¿Ejemplicos me alegas?
Pues allá va el mío, escucha:
una dama en la apariencia
pasaba por una calle,
hollándola airosa y tiesa
más que un alcalde de corte;
enamoróse de verla
un galán, por las espaldas
porque el talle y gentileza
con que jugaba el chapín
y tremolaba la seda,
cuando menos, prometían
una española Belerma.
Adelantó susto y pasos,
y volviendo la cabeza,
vio un ángel de Monicongo
con una cara pantera.
Santiguóse el hombre, y dijo,
"¡Jesús! ¡Delante tan fiera
y tan hermosa detrás!"
Y respondióle la negra,
"Si parécele misor
espaldas que delantera,
y transera estar hermosa,
bese vuesancé transera."
Enamórate de manos,
antes que tu dama veas,
y podrá ser, cuando salga,
que lo mismo te suceda.
MELCHOR:
Si vieras tú aquella mano
y aquel talle, no dijeras
blasfemias a su hermosura.
VENTURA:
A tu amor digo blasfemias.
MELCHOR:
Ya sale; apártate, y mira
la hermosa mano que llega
a trasformar gotas de agua,
si no en diamantes, en perlas.
Salen doña MAGDALENA y QUIÑONES,
cubiertas con manto, y la primera
una mano sin guante, como quien
acaba de tomar agua bendita
QUIÑONES:
Estarán a la otra puerta
los escuderos y el coche.
Don MELCHOR se acerca a doña MAGDALENA
MELCHOR:
Deslutadle al sol la noche,
dejad su luz descubierta,
pues no es bien, cuando despierta
deseos en que me abraso,
señora, que al mismo paso
que la adoro, me atormente
y, apenas goce su oriente,
cuando me aflija su ocaso.
Crepúsculos tiene el día,
como al nacer, al ponerse,
que ven antes de esconderse
los que adoran su alegría.
Sol hermoso, mano mía,
si al nacer me os habéis puesto
en el ocaso molesto
que mis esperanzas ciega,
sol parecéis de Noruega
pues os escondéis tan presto.
Agua traéis. No me espanto
si Amor llamas multiplica
porque llover pronostica
el sol, cuando abrasa tanto.
Basta que el avaro manto
sirva de nube sagrada
a esa gloria idolatrada.
Descubríos, blanca aurora,
que dirán que sois traidora,
pues dais muerte, disfrazada.
MAGDALENA:
Caballero, ni el lugar
esas lisonjas abona,
ni la que habláis es persona
que os las tiene de feriar.
Excusadlas de gastar,
o dad orden de lucirlas
a quien merezca admitirlas
o procure agradecerlas;
que ni yo sé responderlas
ni tengo gusto de oírlas.
A QUIÑONES
VENTURA:
¿Tiene vuesa dueñería
la mano, cual su señora,
culta, animada, esplendora,
gaticinante y harpía?
¿Brillarále la uñería
cuando el caldo escudillice
o la loza estropajice,
exhalando cada vez
las aromas que a las diez
vierta, cuando bacinice?
Desencarpine ese pie...
Iba a decir esa mano.
QUIÑONES le da una bofetada a VENTURA
QUIÑONES:
¡Jó, majadero!
VENTURA:
¡De llano
bofetón! ¿Afrenta fue?
A doña MAGDALENA
MELCHOR:
Hoy a esta corte llegué,
creyendo que amanecía;
mas es tal la suerte mía,
que, cuando más venturosa,
el sol de esa mano hermosa
me anochece a mediodía.
MAGDALENA:
Todo está bien ponderado.
Si a ganar habéis venido
nombre de bien entendido,
ya, hidalgo, le habéis ganado.
Preciáos de considerado,
como de discreto agora
y advertid que el sitio y hora
no es acomodado. Adiós.
MELCHOR:
Será fuerza el ir tras vos,
si os partís así, señora.
MAGDALENA:
Pues serálo, si eso hacéis,
que el buen crédito perdáis
que cortesano ganáis,
y algún daño ocasionéis.
MELCHOR:
No intento yo que me deis,
habiéndome acreditado,
nombre de necio y pesado,
sino de restaurador
de una prenda de valor
que os han del cordón cortado.
Mirad lo que os falta de él;
cobraldo, y luego partíos,
puesto que mis desvaríos
os den nombre de cruel.
MAGDALENA:
Un bolsillo estaba en él;
pero de poca importancia.
MELCHOR:
No tiene el mundo ganancia
con la de éste, por ser vuestro.
Aparte VENTURA y su amo
VENTURA:
¡Cuerpo de Dios, que es el nuestro!
MELCHOR:
Calla, necio.
VENTURA:
¡Qué ignorancia!
MELCHOR:
Un ladrón os le ha robado,
y yo os le he restituído.
En hallazgo de él, os pido
que al sol quitéis el nublado.
Vea yo el cielo estrellado
que en ese manto se esconde;
que si al cristal corresponde
de la mano que encubrís,
a ser el fénix venís
que en Arabia al sol responde.
MAGDALENA:
No es ése el que yo traía.
Hablan aparte VENTURA y don MELCHOR
VENTURA:
Que es el nuestro.
MELCHOR:
¡Vive el cielo,
Si no callas...! A doña MAGADLENA
El recelo
turbar al ladrón podía.
Si por oficio tenía
quitar las prendas que os muestro,
y era en el hurtar tan diestro,
muchas como éstas tendrá,
y este bolsillo será
por derecho desde hoy vuestro.
Gozad su restitución,
si no es que por no pagar
el hallazgo, queréis dar
a mis quejas ocasión.
MAGDALENA:
En daño suyo el ladrón,
o liberal o turbado,
a los dos nos ha engañado;
y si admitirle no quiero,
es porque ese viene entero,
y el que me hurtó va cortado.
La mitad de los cordones muéstrale un pedazo de los cordones con que se cerraba el bolsillo que traía a la cinta
me dejó. Sacad por vellos
la distinción que hay en ellos,
y no malogréis razones.
Si atrevimientos ladrones
la causa de ese hurto han sido
y no hay señor conocido,
a la Merced le llevad,
o si no a la Trinidad,
que recogen lo perdido,
y dejadnos, porque hay ojos
que cuidadosos nos ven,
y no sé que os esté bien,
si dais motivos a enojos.
MELCHOR:
Yo de robados despojos
no he de ser depositario.
VENTURA:
(¿Hay hombre más temerario?) (-Aparte-)
MELCHOR:
Sedlo vos mientras parece
el dueño, si es que merece
tal favor su propietario.
MAGDALENA:
Importunidad cansada
es la vuestra. Porque os vais,
y el paso no me impidáis,
he de hacer lo que os agrada.
Dádsele a aquesa criada...
VENTURA:
(¡Qué escrupuloso desdén!) (-Aparte-)
MAGDALENA:
Que en mí no parece bien
ni guardarlo, ni admitillo.
VENTURA:
(Espiró nuestro bolsillo. (-Aparte-)
Requiescat in pace, amén.
MAGDALENA:
Y por si acaso volviere
su dueño por él, podréis
decir, si con él os veis,
que aquí mañana me espere.
Daréis pesar al que os viere
seguir donde voy; y así
por me hacer merced a mí
y por ser tan cortés vos,
mientras me ausento, los dos
no habéis de pasar de aquí.
Esto quiero suplicaros.
MELCHOR:
Y yo quiero obedeceros,
sin esperanza de veros,
sin remedio de olvidaros.
En fin, ¿podré aquí aguardaros,
si traigo el dueño?
MAGDALENA:
A las dos
volveré, sólo por vos,
que sois galán cortesano.
MELCHOR:
Dadme una seña.
MAGDALENA:
Esta mano. Quítase de una mano el guante
MELCHOR:
¡Ay aurora hermosa!
MAGDALENA:
Adiós. Vanse doña MAGDALENA y QUIÑONES
MELCHOR:
Venturilla, mi ventura
encarece. No seas recio,
ni me digas disparates
que tú vendes por consejos.
Comprar por un poco de oro
los cinco climas del cielo,
la vía láctea nevada,
el sol de hermosos reflejos,
¿no es lance digno de estima?
¿No es barato?
VENTURA:
Sí, y por eso
dicen, "Lo barato es caro."
Tú encarecerás el sebo
de cabrito antes de mucho,
pues solamente por verlo
doscientos ducados diste,
cuarenta por cada dedo;
y esto a ver, y no a tocar.
A fe, si viene a saberlo
Martín Danza, que él te hospede
en el Nuncio de Toledo.
¿Qué habemos de hacer agora,
sin la mano y sin dineros?
Medio día era por filo,
y ni hay blanca, ni comemos.
MELCHOR:
Impertinente, ¿no sabes
que me está aguardando un suegro
con sesenta mil ducados?
VENTURA:
¿Y si ése se hubiese muerto,
acomodado la novia,
o le parecieses feo,
y te echase en hora mala,
que es mujer, y puede hacerlo?
MELCHOR:
¿Feo yo?
VENTURA:
Pues siendo pobre,
¿hay Sacripante, hay Brunelo,
hay tiburón, hay caimán
más asqueroso y más fiero?
¿Hay sátiro como tú
sin blanca?
MELCHOR:
Pues según eso,
para una mujer tan rica,
¿podía dejar de serlo
por un bolsillo de escudos?
VENTURA:
No la olieras, por lo menos,
a pelón o contagioso,
que huye casamientos
cuando huele mal la boca.
Alcorzas la dan remedio
que disimulan olfatos
y las damas de este tiempo,
que faldriqueras oliscan,
si no exhalan el aliento
dorado, vuelven el rostro,
escupen y hacen un gesto.
Con estos pocos de escudos
remediaras tus defetos.
Como guantes de polvillos,
lo que duran, poco y bueno.
Pero agora, yendo a vistas
sin un real, por Dios, que temo
que al instante que te mire,
le has de oler a perro muerto.
MELCHOR:
¿No tengo el bolsillo yo,
que en ser suyo, es de mas precio
que cuanto el Oriente cría?
VENTURA:
Al que se lleva me atengo.
¿Mas que no tiene seis cuartos?
MELCHOR:
Hoy has dado en majadero.
VENTURA:
Si de manos te enamoras,
seré mano de mortero.
MELCHOR:
No había de codiciarle
el ladrón, a no estar cierto
de su valor, ni ponerse
en tan evidente riesgo.
VENTURA:
¿Hay más que abrirle?
MELCHOR:
Verásle. Saca un bolsillo lleno
VENTURA:
¡Oh, virgen del Buen Suceso!
Dadnosle en esta ocasión,
y otro de cera os ofrezco.
MELCHOR:
Mira ¡qué proveído está!
VENTURA:
Déjame tomarle el peso.
MELCHOR:
¿Qué te parece?
VENTURA:
Por Dios,
que es en lo pesado un necio.
Alma tiene de arcabuz.
Abrámosle, que recelo
que es barriga de opilada,
y habrá tomado el acero. Saca don MELCHOR un envoltorio de papel dentro del cual hay una piedra
¿Qué es eso?
MELCHOR:
Un papel preñado.
VENTURA:
No será vírgen su dueño.
Desenvuélvele.
MELCHOR:
¿Quién duda
que alguna joya está dentro?
Esto era lo que pesaba.
VENTURA:
Date prisa ya, sabremos
si es hijo o hija.
MELCHOR:
Hija fue.
VENTURA:
Y yo los dolores temo. Don MELCHOR le muestra la piedra
MELCHOR:
Una piedra es verde oscura,
atada a un listón.
VENTURA:
Enfermo
de piedra estaba el bolsillo,
y tú has sido su potrero.
MELCHOR:
Oye, en este papel dice:
"Esta piedra es por extremo
buena para el mal de ijada."
VENTURA:
Désele Dios a su dueño.
¿De la ijada, y no es atún?
Enfermedad es de viejos
y la tapada será
en la edad censo perpetuo.
De pedradas nos ha dado.
¿Queda más?
MELCHOR:
Sí.
VENTURA:
Saca presto. Don MELCHOR saca lo que dice
MELCHOR:
Éste es un dedal de plata.
VENTURA:
De dallo fue su embeleco.
MELCHOR:
Éste es un devanador.
VENTURA:
Los tuyos son devaneos.
MELCHOR:
Y es de ébano.
VENTURA:
De Eva, no;
que Eva, en fin, andando en cueros,
no te engañara tapada.
No te deshagas del trueco.
MELCHOR:
Tres sortijas de azabache,
y cuatro de vidrio.
VENTURA:
El precio
se llevó, y tú la sortija.
MELCHOR:
Reír me haces.
VENTURA:
¿Hay más de eso?
MELCHOR:
No hay otra cosa, Ventura.
VENTURA:
Tan mala se la dé el cielo,
como a los dos nos la ha dado.
MELCHOR:
Yo por tan feliz la tengo,
que en estas prendas adoro,
por la mano en que estuvieron.
Que mañana vuelva aquí
me manda, y alegre espero
alguna ventura oculta,
influencia de su cielo.
VENTURA:
¿Y crees tú que volverá?
MELCHOR:
Pues ¿hay que dudar en eso,
habiéndolo prometido?
VENTURA:
¿A volverte los doscientos?
MELCHOR:
Si yo los admito, sí.
VENTURA:
De azotes se los prometo,
si ella hace tal necedad.
MELCHOR:
¡Qué pesado!
VENTURA:
¡Qué ligero!
MELCHOR:
Por señas, ¿no me mostró
la mano?
VENTURA:
El arañudero,
dirás mejor, de bolsillos.
Vamos a buscar el viejo,
que ha de ser nuestro socorro.
MELCHOR:
Si a ver aquel ángel vuelvo,
no sé cómo he de poder
casarme.
VENTURA:
¿Ángel, y de negro,
con uñas? Llámole diablo.
MELCHOR:
Es sol de nubes cubierto.
VENTURA:
Bien dices que es sol... con uñas.
MELCHOR:
Vamos; mas oye, ¿qué es eso? Salen don LUIS y don JERÓNIMO
LUIS:
Os digo que es don Melchor.
MELCHOR:
¡Oh primo! ¿El primero encuentro
es con vos? Dichoso he sido.
LUIS:
Dos días ha que os espero,
pues conforme a vuestra carta,
si salisteis de León luego
que se escribió, desde ayer
tardáis.
MELCHOR:
Atribuíd al tiempo,
con tanta lluvia enfadoso,
la culpa, y no a mis deseos,
que ya, amigo Don Luis,
se han cumplido, pues os veo.
LUIS:
Hablad a vuestro cuñado.
Mejor diré hermano vuestro;
que como tal os aguarda.
JERÓNIMO:
Yo os doy los brazos, contento
de ver cuán bien corresponde
a la fama que tenemos
de vos, vuestra gallardía,
puesto que con sentimiento
de que os hayáis apeado,
y no en mi casa.
MELCHOR:
Ahora llego,
y la poca certidumbre
que en esta confusión tengo
de sus calles y sus casas,
me disculpa.
JERÓNIMO:
Yo la aceto,
y a ganar voy las albricias
de mi hermana; que no quiero
que improvisas turbaciones
malogren gustos de veros;
que os tiene muy deseado.
MELCHOR:
Paga mi fe.
JERÓNIMO:
Entreteneos
con don Lüis, entre tanto
que aviso a mi padre y vuelvo;
si no es que en su compañía,
por apresurar deseos,
queréis honrar nuestra casa. A don LUIS
MELCHOR:
Disponedlo al gusto vuestro.
LUIS:
Conmigo irá de aquí a un rato.
JERÓNIMO:
Adiós pues. Vase don JERÓNIMO
LUIS:
¿Qué traéis de nuevo
que contarme de León?
MELCHOR:
Nada; todos quedan buenos,
vuestros padres y los míos.
Y a vos, ¿cómo os va de pleitos?
LUIS:
Salí con mi mayorazgo.
MELCHOR:
El parabién os ofrezco.
LUIS:
Venturilla, ¿cómo vienes?
VENTURA:
Enfadado de venteros,
trotando por esos llanos,
trepando por esos puertos,
y ofreciendo a Bercebú
a cierta mano de tejo
que hemos engastado en oro. Aparte a VENTURA
MELCHOR:
¿Quieres callar, majadero?
LUIS:
Venís muy enamorado?
MELCHOR:
No sé lo que os diga en eso;
lo que sobra por oídas
y lo que basta hasta verlo.
No sé yo por qué al Amor
le llaman y pintan ciego,
pues lo que no ve no estima.
LUIS:
¡Ay! ¡Qué de mal me habéis hecho!
MELCHOR:
¡Yo! ¿Cómo, o por qué?
LUIS:
Mejor
es reprimir pensamientos,
y desahuciar esperanzas
que enemistaran con celos.
Vos sois pobre; vuestra dama
tiene sesenta mil pesos,
que ensayados son escudos;
yo soy rico y vuestro deudo.
No he de competir con vos.
MELCHOR:
Don Luis, si sois discreto,
¿por qué me habláis con preñeces?
LUIS:
Ya no lo son, si lo fueron.
Doña Magdalena hermosa
os espera como a dueño
de su hacienda y libertad,
con amor libre y honesto.
Idolatrara yo en ella,
a no estar vos de por medio,
y pretendiera imposibles,
por vos, que amor crece entre ellos.
Vámosla a ver. No hagáis caso
de fábricas que en el viento
desvaneció vuestra vista,
digna de tan noble empleo.
Ella os ama; yo la adoro;
mas sacaréla del pecho,
aunque me cueste la vida,
con la ausencia o con el tiempo.
MELCHOR:
Primo, puesto que a casarme
de León a Madrid vengo,
no es de suerte enamorado
al interés que pretendo
que no sea lince mi honor,
con que velando penetro
dificultades que esconden
vuestros confusos misterios.
Si queréis y sois querido,
proseguid, que yo os prometo
que su oro no sea bastante
a dorar de amor los hierros.
Declaraos, si sois amigo.
LUIS:
¿Qué hay que declarar? Yo quiero
a quien por dueño os aguarda;
pero no hagáis argumento
de lo que os digo, ni agravio
del mínimo pensamiento
de vuestra dama o esposa;
porque, por la luz del cielo,
que hasta agora en mí no ha visto
una centella del fuego
que me abrasa; ni en virtud
tiene España tal ejemplo.
Fuila a ver de vuestra parte,
las vuestras encareciendo;
y amor, que es potencia todo,
rindióse viendo su objeto.
Pero amor en los principios
es niño, y múdase presto.
Yo me ausentaré esta tarde,
por aguardarme en Toledo
amigos y ocupaciones.
Asegurad, primo, miedos;
que no es bien perdáis por mí
tal belleza y tal provecho.
MELCHOR:
No le tengo yo por tal
si ha de ser en daño vuestro;
ni es mi voluntad tan libre
que no haya los ojos puesto
en prendas merecedoras
de señorear deseos,
que tibios, por no empleados,
sabrán deshacer conciertos.
Ni yo a quien amáis he visto,
ni en viéndola me prometo
tanto, que pueda mudar
las memorias que conservo.
¿Qué sé yo si agradaré
a esa dama, que habrá hecho
ausente retratos míos
allá en el entendimiento,
y por no corresponder
el original con ellos,
me aborrezca, pues no iguala
la verdad a los deseos?
Primo, no habéis de ausentaros.
LUIS:
Vámosla a ver, que ya es tiempo.
Plegue a Dios que no os agrade.
MELCHOR:
(¡Ay mano! ¡Ay cristal! ¡Ay cielo! (-Aparte-)
Con una mano en los ojos,
¿qué he de ver estando ciego?
VENTURA:
(Mano, vive Dios, de Judas, (-Aparte-)
pues lleva bolsa y dineros.)
Vanse todos.
Sale doña MAGDALENA, vistiéndose otro traje, y QUIÑONES
MAGDALENA:
¿Que don Melchor ha venido?
QUIÑONES:
Si no te engaña tu hermano,
ya llega a darte la mano.
MAGDALENA:
Iguálame ese vestido;
que con el otro que dejo,
los pensamientos desnudo
que aquel extranjero pudo
engendrar. Dame ese espejo.
Ponme esa valona bien.
¿Está bueno este cabello?
QUIÑONES:
Tal, que estando Amor cabe ello,
rendirá a cuantos le ven.
MAGDALENA:
¡Ay, Quiñones, y qué susto
me causa aquesta venida!
Tenía yo divertida
el alma, y no sé si el gusto,
con la memoria apacible
del forastero galán.
¡Y antes de verle me dan
esposo! ¡Caso terrible!
¡Que tenga tanto poder
la obediencia y el honor!
QUIÑONES:
Dilata más el color
de ese carrillo.
MAGDALENA:
Sin ver,
¿he de amar a quien aguarda?
Quiñones, ¿no es caso fiero?
QUIÑONES:
Galán era el forastero.
MAGDALENA:
Y sobre galán, gallardo.
¡Ay! ¡Quién pudiera compralle,
ya que mis penas escuchas,
una de las partes muchas
que tiene: la gracia, el talle
con que hacer a don Melchor
como él...! Si no tan perfeto,
tan amante o tan discreto.
QUIÑONES:
Podrá ser que sea mejor.
MAGDALENA:
¿Cómo será eso posible?
¡Tan cortés urbanidad!
¡Tanta liberalidad
y sazón tan apacible!
No era digna de ella yo.
Roguéle no me siguiese,
ni donde vivo supiese;
y obediente, se quedó
inmóvil en aquel puesto,
si, como ya lo advertiste,
entre confiado y triste,
solo a agradarme dispuesto.
Luego ¿tú piensas que ignoro
que no fue él el robador
del usurpado favor
que me restituyó en oro?
QUIÑONES:
Para mí no hay dudar de eso.
MAGDALENA:
Pues de tanta eficacia es
conmigo, no el interés,
la accion sí, que te confieso
que hechizo para mí ha sido.
QUIÑONES:
Es grande hechicero el dar.
Inmenso y rico es el mar,
y recibe agradecido
el tributo sucesivo
del arroyuelo menor;
que en los estudios de amor
sólo hay libros de recibo.
Pero ¿de qué sirve ya
hacer de él memoria en vano,
si para darte la mano
tu esposo a la puerta está?
MAGDALENA:
De que salga regalado
del alma y memoria mía;
que al huésped es cortesía
el despedirle obligado.
Mas los vecinos de arriba
pienso que me entran a ver.
Salen doña ÁNGELA y don SEBASTIÁN
SEBASTIÁN:
La vecindad suele ser,
cuando en la igualdad estriba
que conserva la amistad
si es que la vuestra merezco,
un grado de parentesco,
señora, de afinidad.
Hémosla ya profesado
vuestro hermano y yo; y así
a doña Ángela pedí
que aumentase aqueste grado
entrándoos a visitar,
y a dárseos por servidora.
MAGDALENA:
Casa en que tal dueño mora
es muy digna de estimar,
y más el ofrecimiento
con que esta merced me hacéis,
cuando en mí, señora, veis
tan corto merecimiento.
Mas con tan noble vecina
seré dichosa desde hoy.
ÁNGELA:
Vuestra servidora soy,
y fuera vuestra madrina,
ya que bodas esperáis,
si hallara desocupada
aquesta plaza.
MAGDALENA:
Obligada,
quiero que merced me hagáis;
que hasta aquí no os he servido
para suplicaros eso.
Que estoy turbada confieso.
ÁNGELA:
¿A quién no turba un marido?
MAGDALENA:
Y más quien cual yo le aguarda,
y el talle que tiene ignora.
SEBASTIÁN:
El honor no se enamora;
que solas las leyes guarda
de la opinión, y hasta en esto
mostráis vuestra discreción.
ÁNGELA:
Por excusar la ocasión
en que ese susto os ha puesto,
el matrimonio rehuso.
MAGDALENA:
Cruel es vuestra hermosura.
ÁNGELA:
¡Jesús! Delante de un cura,
por más que el cielo dispuso
que se desposen así,
y tanta gente, ¿ha de haber
tan atrevida mujer,
que le diga a un hombre "sí"?
SEBASTIÁN:
Pues ¿qué escrúpulo hay en eso?
ÁNGELA:
¡Jesús! Quien hace tal cosa,
o es muy libre y animosa,
o no tiene mucho seso.
Salen don ALONSO, don JERÓNIMO, don LUIS, don MELCHOR y VENTURA
ALONSO:
Atribuye a tu ventura,
como a mi buena elección,
hija, el que en esta ocasión
corresponda a tu hermosura
el noble merecimiento
del dueño que te escogí.
Vesle, Magdalena, aquí.
No pudo tu pensamiento,
por más que encarecedor
galán te le haya pintado,
ser más que un tosco traslado
del talle de don Melchor.
Haz cuenta que en él abrazas
de don Juan la imagen propia;
que yo, viéndole en su copia,
miéntras tú su cuello enlazas,
mostraré mi regocijo,
renovando en esta edad
la juvenil amistad
del noble padre, en su hijo.
No quiero yo más hacienda
que la heredada virtud
que miro en su juventud.
El padre avariento venda
al oro la libertad
de sus hijas; que el valor
de tu esposo don Melchor,
y la ley de mi amistad,
juzga por más oportuna
la sangre que la riqueza,
cuanto la naturaleza
se aventaja a la fortuna.
Dale la mano.
Hablan aparte doña MAGDALENA con QUIÑONES, y don MELCHOR con VENTURA
MAGDALENA:
¡Ay Quiñones,
éste ¿no es el forastero
que fue usurpador primero
de mis imaginaciones?
QUIÑONES:
Sí, señora. En la Vitoria
éste fue quien la alcanzó
de ti. ¿Qué dicha llegó
a la tuya?
MELCHOR:
La memoria
de aquella mano, Ventura,
como quien ve por antojos,
tiene ocupados mis ojos.
¡Fea mujer!
VENTURA:
¿Qué hermosura
se igualará a la presente?
Pero, dejando la cara,
en la candidez repara
de aquella mano esplendente,
que es la misma, vive Dios,
que melindrizó el bolsillo.
MELCHOR:
Anda, borracho; aun decillo
es blasfemia.
VENTURA:
No est[á]is vos,
señor, con juicio cabal.
MELCHOR:
Ésta es asco, es un carbón.
Es en su comparación
el yeso junto al cristal.
A sus divinos despojos
no hay igualdad.
VENTURA:
Yo la vi,
cuando me llevó tras sí
con el bolsillo los ojos,
y juro a Dios que es la propia.
MELCHOR:
Enviaréte noramala,
si no callas, necio. Iguala
la Scitia con la Etiopia.
La mano que a mí me ha muerto,
de una vuelta se adornaba
de red...
VENTURA:
(Bolsillos pescaba.) (-Aparte-)
MELCHOR:
...y ésta trae el puño abierto.
VENTURA:
No estaba el otro cerrado
para agarrar los doscientos.
Llégala a hablar.
MAGDALENA:
(Pensamientos, (-Aparte-)
¿qué piélago os ha engolfado
de contrarias suspensiones?)
ALONSO:
Don Melchor, ¿cómo no habláis
a vuestra esposa?
MELCHOR:
Agraviáis
las cuerdas ponderaciones
que en esta belleza admiro,
si limitáis su silencio.
Callo, adoro, reverencio
y hablo más cuanto más miro.
Perdonad, señora mía,
a la lengua, si a los ojos,
para gozar los despojos
de ese sol que luz me envía,
se pasa; que si es verdad
que Amor al esposo obliga
que lo primero que diga
sea alguna necedad,
yo juzgo por caso recio
la primer vez que os adoro
entrar, contra mi decoro,
por los umbrales de necio.
MAGDALENA:
Estáis tan acreditado
conmigo ya, que si fuera
posible que en vos cupiera
esa ley de desposado,
juzgara por discreción
cualquier desacierto vuestro.
VENTURA:
Cada cual se dé por diestro.
Buena está la introducción,
y vuesa merced me tenga
cuando me vaya a caer;
que habemos los dos de ser
un par hasta que otro venga.
SEBASTIÁN:
Entre tanto parabién
los de un vecino admitid,
de quien podréis en Madrid
serviros siempre, y también
los de mi hermana que agora
añade a su vecindad
nuevos grados de amistad.
JERÓNIMO:
Doña Ángela, mi señora,
y el señor don Sebastián,
posan los cuartos de arriba,
y en su noble sangre estriba
la voluntad con que os dan
parabienes, que merecen
mucho. A don JERÓNIMO
MELCHOR:
Salid vos por mí
fiador, pagaréis así
los favores que me ofrecen;
que como recién venido,
caer en mil faltas temo.
ÁNGELA:
(El leonés es por extremo, (-Aparte-)
como no oliera a marido.)
ALONSO:
Esta noche habéis de ser
mis convidados los dos.
SEBASTIÁN:
Basta mandárnoslo vos.
VENTURA:
(Eso sí; haya que comer.) (-Aparte-)
Aparte a don MELCHOR
ALONSO:
Ya estáis, hijo, en vuestra casa.
Desposado saldréis de ella. Aparte don LUIS y don MELCHOR
LUIS:
¿Haos parecido muy bella
la novia? ¿Mas que os abrasa?
¿Mas que ya habéis olvidado
aquella mano homicida?
MELCHOR:
Quien bien ama, tarde olvida;
que estoy más enamorado
por ella, amigo, os advierto.
LUIS:
¿Pues no es la de vuestra esposa,
para mano, tan airosa,
y tan bella?
MELCHOR:
No por cierto. Hablan aparte doña MAGDALENA y QUIÑONES
QUIÑONES:
¿Hay suerte como la tuya?
¡Que el primer hombre que vieres
sea tu esposo! ¡Dichosa eres!
MAGDALENA:
No sé de eso lo que arguya.
Pensamientos solicitan
guerra, en mi pecho, cruel,
y si unos vuelven por él,
otros le desacreditan.
JERÓNIMO:
(Temo que nuestra vecina, (-Aparte-)
según lo que en mi alma pasa,
por dueño se quede en casa.)
LUIS:
(¡Ay Magdalena divina! (-Aparte-)
Ya te lloro enajenada.)
QUIÑONES:
¿Cómo te llamas?
VENTURA:
Ventura.
QUIÑONES:
Buen nombre y mala figura.
VENTURA:
Soylo, mas no descartada. Don SEBASTIÁN habla aparte con su hermana, doña ÁNGELA
SEBASTIÁN:
¿Qué, hermana, te ha parecido
del leonés forastero?
ÁNGELA:
Gallardo para soltero,
pesado para marido.
MELCHOR:
(¡Ay! Mano hermosa, cumplid (-Aparte-)
palabras y juramentos.)
VENTURA:
(¡Ay, mis escudos doscientos, (-Aparte-)
espirasteis en Madrid!)