La celosa de sí mismaLa celosa de sí mismaTirso de MolinaActo II
Acto II
Salen doña MAGDALENA,
de luto bizarro, y QUIÑONES
MAGDALENA:
¿Qué sacas de encarecer
la dicha que he conseguido
en que esposa venga a ser
del primero que he querido,
y que llegue a merecer
las partes que en don Melchor
rindieron mi voluntad
su gentileza, valor,
talle, liberalidad,
discreción, gracia y amor?
Pues todas ésas, Quiñones,
si fueron ponderaciones
primero de mi afición,
ya de mis recelos son
sospechosas ocasiones.
QUIÑONES:
No me espanto. Todo aquello
que está en ajeno poder,
tiene el gusto por más bello,
y el valor suele perder,
en llegando a poseello.
Juzgaste ayer a tu esposo
por prenda ajena; y así
te pareció más hermoso.
Viene a ser tu dueño aquí,
y júzgasle ya enfadoso.
Efímera es tu afición:
toda ayer ponderación
y hoy desdén toda y mudanza.
¿Quién vio morir la esperanza
antes de la posesión?
¿Es posible que tan presto
aborreces lo que amabas?
No en balde luto te has puesto
por los deseos que acabas
de enterrar.
MAGDALENA:
No estás en esto
de amar, Quiñones, tan diestra,
que los peligros rehuses
que el yugo conyugal muestra.
Y así no es mucho que acuses
mi amor, si no eres maestra.
De suerte a don Melchor quiero
después que a esta casa vino,
que si me agradó primero,
mi amor es ya desatino,
pues, sin él, morir espero.
Mas, ¿con qué seguridad
rendiré mi voluntad
a quien, con tan fácil fe,
la primer mujer que ve
triunfa de su voluntad?
Hombre que a darme la mano
viene aquí desde León
y es tan mudable y liviano
que a la primera ocasión,
liberal y cortesano,
a un manto rinde despojos
y a una mano el alma ofrece.
MAGDALENA:
¿No quieres que me dé enojos
quien así se desvanece?
Y sin penetrar sus ojos
lo que, por no ver, ignora,
se suspende y enamora,
exagera, sutiliza,
y palabras autoriza,
pues con escudos las dora.
¿Qué satisfacción dará
a quien por dueño le espera?
¿O quién me asegurará
de voluntad tan ligera,
que, desposado, no hará
lo mismo con cuantas mire,
y yo con él mal casada,
quejas al alma retire,
llore mi hacienda gastada,
y sus mudanzas suspire?
QUIÑONES:
¡Pues siendo tú quien despierta
su voluntad, y encubierta
diste causa a sus desvelos,
¿de quién puedes formar celos?
MAGDALENA:
De mí misma. Y está cierta
que si le amé forastero,
doméstico y dueño ya,
dudo, al paso que le quiero.
QUIÑONES:
Pues bien, ¿qué remedio da
tu amor?
MAGDALENA:
Cumplir lo primero
mi palabra en la Vitoria,
y ver si en ella me aguarda.
QUIÑONES:
No tendrá de ti memoria;
que tu presencia gallarda,
siendo a sus ojos notoria,
borrará la primer copia
que vio tapada e impropia,
pues se enamoró en bosquejo,
y mudando de consejo,
te olvidará por ti propia.
MAGDALENA:
Eso, pues, quiero probar.
QUIÑONES:
Pues ¿para qué te vestiste
de luto?
MAGDALENA:
Para mostrar,
en señal de que estoy triste,
la color de mi pesar.
Todos estos son ardides
de mi amor.
QUIÑONES:
¿No puedo yo
saberlos?
MAGDALENA:
Si los impides,
dándome consejos, no;
mas sí, si a mi amor te mides.
QUIÑONES:
¿Pues agora dudas de eso?
MAGDALENA:
Que estoy loca, te confieso.
Pongan el coche.
QUIÑONES:
Ya está
a la puerta.
MAGDALENA:
Importará
para el fin de este suceso,
ya que en este tema doy,
que a casa de doña Juana,
a quien el pésame voy
a dar de su muerta hermana,
mientras que con ella estoy,
hagas llevarme una silla
y un escudero alquilados.
QUIÑONES:
Hartos hay en esta villa.
MAGDALENA:
Después sabrás mis cuidados.
QUIÑONES:
¿Y agora no?
MAGDALENA:
Maravilla
fuera, siendo tú mujer,
no morirte por saber.
Amor, que en todo es astuto,
me ha vestido de este luto,
porque si me llega a ver
hablando con don Melchor
mi hermano o padre, no entienda
por el vestido mi amor
secreto, y con él se ofenda.
QUIÑONES:
¡Lo que previene el temor!
MAGDALENA:
Por lo mismo iré también
en silla desconocida.
QUIÑONES:
Todo lo dispones bien.
MAGDALENA:
Ténmela allí apercebida,
y tus albricias prevén
si don Melchor no me espera
donde ayer me prometió.
QUIÑONES:
Dios lo haga de esa manera.
MAGDALENA:
No soy tan dichosa yo.
QUIÑONES:
Tú has dado en gentil quimera.
Vanse las dos.
Salen don MELCHOR y VENTURA
VENTURA:
¿Es posible que haya amor
que la hermosura divina
de tal dama menosprecie
por una mujer enigma,
por una mano aruñante,
que con blancura postiza,
a pura muda y salvado,
sus mudanzas pronostica?
¿Sin haberla visto un ojo,
sin saber si es vieja o niña,
nari-judaizante o chata,
desdentada o boquichica?
¡Que en cáscara te enamores!
¡Que bien del espejo digas,
sin ver no más que la tapa!
¡De una dama en alcancía!
¡De la tumba por el paño!
¡De la toca por la lista!
¡Del pastelón por la hojaldre!
¡De la sota por la pinta!
¡De la espada por la vaina!
MELCHOR:
Ea, ensarta boberías,
eslabona disparates,
y frialdades bufoniza;
que yo he de esperarla aquí.
VENTURA:
Y de veras, ¿imaginas
que ha de tornar la bolsona?
MELCHOR:
Tú verás presto cumplida
la palabra que me dio.
VENTURA:
Como oliscara la ninfa
otro bolsillo preñado
de doradas gollorías,
sí hiciera... ¿Mas no te agrada
doña Magdalena?
MELCHOR:
Es... fría.
No me la nombres, Ventura,
que tengo el alma rendida
a la gallarda encubierta;
y si a la mano divina
la hermosura corresponde
del rostro, como adivina
el alma que nunca miente,
mi dichosa suerte estima.
VENTURA:
Y si fuese, como creo,
en lugar de Raquel, Lía,
con el un ojo estrellado,
y con el otro en tortilla,
los labios de azul turquí,
cubriendo dientes de alquimia,
jalbegado el frontispicio
a fuer de pastelería,
y como universidad
rotuladas las mejillas,
¿qué has de hacer?
MELCHOR:
Cuando eso [fuese],
que supongo que es mentira,
volveréme a Magdalena,
que si no es hermosa, es rica.
VENTURA:
No es tan rica como hermosa.
Mas asentemos que imita
en belleza al sol de enero
la buscona que te hechiza.
¿Si es pobre...?
MELCHOR:
Eso no lo creas.
VENTURA:
¿Y si lo fuese por dicha?
MELCHOR:
Llevarémela a León,
y con ella en quieta vida,
al yugo de amor atado,
daré dueño a mi familia,
señora a mi herencia corta,
y a mi padre nuera e hija.
VENTURA:
¡Buena vejez le acomodas!
Mas si no fuese tan limpia
como tu sangre merece,
envidiada por antigua
o, ya que fuese tan noble
como el árbol de Garnica,
si es doncella despalmada,
como nave que inverniza,
¿qué has de hacer?
MELCHOR:
Tendrán respuesta
todas tus bachillerías
en viéndola.
VENTURA:
¿Cómo sabes
que es su cara a letra vista?
Plegue a Dios que nunca vuelva,
y si vuelve y es pandilla,
que la tripules, y te abra
los ojos Santa Lucía.
Mas don Lüis sale aquí
con una enlutada o viuda,
tapada como la nuestra.
MELCHOR:
Donde hay cebo, todos pican.
Salen doña MAGDALENA
y don LUIS
LUIS:
¡Mal haya quien inventó
los mantos, señora mía,
que en España solamente
de tantos gustos nos privan!
¡Tal presencia viene sola,
baldada de madre o tía!
Por Dios, hermosa enlutada,
que lo he tenido por dicha.
Enseñadme sólo un ojo,
y jugaré con su niña,
que a la puerta de la iglesia,
bien es que limosna os pida.
MAGDALENA:
Dios me dé, señor, qué daros.
A aquel hidalgo querría
hablar.
LUIS:
¿A cuál?
MAGDALENA:
Al que está
al lado de aquella pila.
LUIS:
Ése es mi amigo y pariente.
MAGDALENA:
Si lo es vuestra cortesía
de la que en él reconozco,
dadme lugar que le diga
cuatro palabras no más.
LUIS:
Si sois la que él imagina,
y sus bodas desazona,
pedidme, señora, albricias.
MAGDALENA:
Pídoos pues que despejéis
este lugar.
Llegando don LUIS
a don MELCHOR
LUIS:
Si peligra,
cual dicen, el que anda entre
la cruz y el agua bendita,
primo, entre una y otra estáis.
Aquella dama que os mira
os quiere hablar. Id con tiento,
que debe ser homicida,
pues en fe de lo que mata,
huyendo de la justicia
anda a sombra de tejados
si el manto los significa.
MELCHOR:
¿Que me quiere hablar decís?
LUIS:
Esto me manda que os diga.
MELCHOR:
¡Ay, Ventura, que es mi dama!
VENTURA:
Viene de requiem vestida.
Otra ganga debe ser;
que hay en Madrid infinitas,
y huelen un forastero
de una legua.
MELCHOR:
Ésta es la misma
que vi ayer; su talle y cuerpo
me la retratan y pintan.
Primo, adiós.
Volviendo a doña MAGDALENA
LUIS:
Ya llega a veros.
Sed con él agradecida.
Hechizádmele, señora;
que me va el alma y la vida
en que aborrezca una prenda
que mis gustos tiraniza.
Vase don LUIS
MELCHOR:
¿Soy yo, señora, el llamado?
VENTURA:
¿Sois vos, decid, la escogida?
MELCHOR:
Ventura, apártate allá.
VENTURA:
Sé sumiller de cortina,
descubre aquesa apariencia,
tocarán las chirimías;
que en las tramoyas pareces
poeta de Andalucía.
A don MELCHOR
MAGDALENA:
¿Conocéis aquesta mano?
MELCHOR:
¡Ay aurora! ¡Ay sol! ¡Ay día!
VENTURA:
(El cantar del “ay, ay, ay” (-Aparte-)
se nos ha vuelto a Castilla.)
MAGDALENA:
Vengo a cumplir mi palabra.
MELCHOR:
Si fuésedes tan cumplida
en favores, como en ellas,
viera yo el sol que me eclipsa
la nube de aquese manto.
MAGDALENA:
También a venir me obliga
la hacienda que usurpo, ajena,
pues es justo restituírla.
MELCHOR:
Si lo decís por un alma,
que desde ayer fugitiva
en su casa le echan menos,
yo la doy por bien perdida.
MAGDALENA:
¿Es vuestra?
MELCHOR:
Sí, mi señora.
MAGDALENA:
¡Qué traviesa es! ¡Qué atrevida!
No me ha dejado dormir
toda esta noche. Registra
curiosa cuantas potencias
pensamientos ejercitan;
no siendo huéspeda, se hace
mandona en mi casa misma.
Prométoos que, a no venir
esta mañana una amiga
por ella, que es su señora,
me diera muy triste vida.
MELCHOR:
¡Señora suya, y no vos!
¿Quién os dijo tal mentira?
MAGDALENA:
Una doña Magdalena,
noble, cuerda, hermosa y rica.
Tenedme por tan curiosa,
desde ayer a medio día,
que hice en vuestra información
diligencias exquisitas.
Sé que venís a casaros
con el fénix de las Indias,
que vuestro amor pesa a pesos
y en vos esperanzas libra.
Sé que os llamáis don Melchor,
que os ilustra sangre limpia,
que sois pobre y caballero,
y que hoy han de estar escritas
vuestras bodas y conciertos;
mirad ¡cuán necia es quien fía
en palabras forasteras,
falsas, si ponderativas!
Si como os mostré una mano
ayer, menos advertida
os permitiera cebar
en mi rostro vuestra vista,
¡qué burlada que quedara,
siendo después conocida,
y ocasionando en mi ofensa
pesados motes y risas!
¡Bien haya quien hizo mantos!
MELCHOR:
¡Mal haya quien no se olvida,
por la sal de aquesa lengua,
de cuantas bellezas mira!
Verdadera información
habéis hecho, y tan cumplida
como la fe con que os amo;
mas creed, tapada mía,
que obligado a diligencias
tan amorosas y dignas
de la eterna estimación;
si como el alma imagina,
sois hermosa, que sí sois,
pues por más que el manto impida
milagros que reverencio,
es mi amor lince en la vista,
ni el oro, ni la belleza,
ni imposibles de la envidia,
tienen de ser poderosos
a que no os adore y sirva.
A vuestra competidora
vi ayer --vuestro amor permita
que aqueste nombre la dé,
y si no, el de mi enemiga--,
y pudo tanto el cristal
de aquesa mano divina,
que elevado en su memoria,
me pareció... No es bien diga
de mujer, y más ausente,
faltas que la cortesía,
de que siempre me he preciado,
con razón desautorizan.
Parecióme, en fin, ni hermosa
ni digna de que compita
con vos, ni mi amor querrá
que la libertad la rinda.
Ésta es vuestra, y es razón
que conozca la cautiva
la cara de su señora.
Mi amor aquesto os suplica.
Baste ya tanto recato.
MAGDALENA:
Casi estaba persuadida
a agradaros... Pero no,
que vuestro deseo me pinta
más bella de lo que soy,
y temo perder la estima
en que estoy imaginada,
cuando no la iguale, vista.
Aunque no quiero tampoco
desacreditar la dicha
que en vuestro amor intereso
si por no verme se entibia.
Yo os juro a fe de quien soy,
si es licito que se siga
la pública voz y fama
que tengo de aquesta villa,
que no es doña Magdalena
ni más bella, ni más rica,
ni más moza, ni más sabia,
ni más noble, ni más digna
de serviros y estimaros
que yo; y aunque coronista
de mis mismas alabanzas,
en competencias se admitan,
si no créis estas verdades.
MELCHOR:
Por la luz pura y divina
que amante adoro y no veo,
que os juzgo por maravilla
de la belleza, y que os hace
la comparación traída
agravio en mi estimación
como la noche hace al día.
MAGDALENA:
Haced una cosa pues.
Los conciertos se despidan
de esa doña Magdalena
que mi quietud martiriza.
No viváis más en su casa,
y llevándoos yo a la mía,
averiguaréis verdades
que el temor desacredita.
MELCHOR:
Que me place dos mil veces.
Y porque vais persuadida
del poco amor que la tengo,
sabed que aquel que venía
con vos, y de vuestra parte
me llamó, es mi sangre misma,
y la que aborrezco adora.
MAGDALENA:
Ya lo sé.
MELCHOR:
Haré que la pida
a su padre y yo, cediendo
la acción que tengo a su dicha,
serviré de intercesor,
sin dudar que la consigan
tres mil ducados de renta
que a don Luis acreditan,
y el ser su deudo también.
Sale SANTILLANA y
habla a doña MAGDALENA
SANTILLANA:
Acabado se han las misas,
y ya la iglesia está sola.
MAGDALENA:
No traigo yo tanta prisa.
Aguardaos un poco allá.
SANTILLANA:
(¡Qué señora tan prolija!) (-Aparte-) VENTURA habla aparte con SANTILLANA
VENTURA:
¡Ah señor Nuño Salido!
Vuesa ancianidad se sirva
de escucharme mil palabras.
SANTILLANA:
¿Es vuesancé taravilla?
VENTURA:
¿Cómo ha nombre?
SANTILLANA:
Santillana.
VENTURA:
¿Y el que sacó de la pila?
SANTILLANA:
Ése es Suero.
VENTURA:
Sorberánle
héticos, que el suero alivia.
¿Cuánto ha que sirve a esta dama?
SANTILLANA:
Dos horas, aun no cumplidas,
ha que me alquiló una dueña
por coadjutor de una silla.
VENTURA:
Luego ¿no sabe quién es?
SANTILLANA:
No, señor.
VENTURA:
¿A mí pandillas?
So pena de la ración
le mandan que no lo diga;
pero aquí está un real de a cuatro
que secretos desvalija
de arrugados entrecejos.
Diga quién es, si le brindan.
SANTILLANA:
(Estafar a un paje de estos (-Aparte-)
es hazaña peregrina.
Los cuatro reales me tocan.
De esta vez le doy papilla.)
Mucho puede el hipocrás
que cierta despensa cría,
a [que] los cuatro condeno,
aunque más mi ama me riña. Va a coger la moneda que VENTURA ha mostrado
VENTURA:
No. Tengamos y tengamos;
que temo alguna engañifa.
SANTILLANA:
Soy contento. Esta señora,
por este hidalgo perdida,
viene a hablarle a lo cubierto
sin más gente y compañía,
que la que en mis años ve.
VENTURA:
Más trae que doce tías.
SANTILLANA:
Y es... No ha de decirlo a nadie,
si no es que le pida albricias
de su ventura a su dueño.
VENTURA:
Pierda cuidado y prosiga.
SANTILLANA:
Es la condesa...
VENTURA:
¿Condesa?
SANTILLANA:
De Chirinola.
VENTURA:
En la China
estará el chiri-condado.
SANTILLANA:
No, señor, que es la provincia
de Nápoles.
VENTURA:
¡Chirinola!
Llamaráse Chirimía
la condesa. ¿Y dónde vive?
SANTILLANA:
Vive en la calle de Silva,
en una casa de rejas
azules con celosías.
MAGDALENA:
El luto que pena os da,
de un pobre viejo me libra,
que ayer supe que murió;
y antes de aguardar visitas
y pésames, vine a veros
con un escudero y silla,
que excusan coche y crïados.
SANTILLANA:
¿Falta más?
VENTURA:
Sí.
SANTILLANA:
Pues aprisa.
VENTURA:
¿Es casada esta condesa?
SANTILLANA:
Ya dicen que se le endilga,
hablando a lo labrador.
MELCHOR:
En fin, ¿mi amor no os obliga
a que lo que por fe adoro,
vea?
MAGDALENA:
Soy agradecida,
y quiero de vos saber
si soy, como otros afirman,
más que doña Magdalena
Hermosa. Aplicad la vista
a este ojo, fiador de estotro. Descubre el un ojo
MELCHOR:
Decid nueva maravilla
del cielo, decid que es sol
con rayos que vivifican
el alma, en su ausencia muerta.
¡Ah Ventura, Venturilla!
VENTURA:
¿Señor? A SANTILLANA
Adiós, escudante;
que yo pagaré esta dita.
Guárdase la moneda
SANTILLANA:
(¡Mal hubiese el escudero (-Aparte-)
que de pajancos se fía!)
VENTURA:
¿Qué manda vuesa merced?
MELCHOR:
Mira la belleza en cifra
del cielo de este lucero,
porque después no me digas
que es mi repudiada esposa
más hermosa, ni más digna
del empleo de mi amor.
VENTURA:
Mata, rinde, esplende, brilla,
hermoso rasgón de gloria,
luminosa saetía
para las flechas de amor. A su amo
Sé culto aquí, critiquiza.
MELCHOR:
Mostradme su compañero.
MAGDALENA:
Que me place. Muéstrale el otro ojo tapada
VENTURA:
¿Son reliquias
de una en una?
MELCHOR:
¿Hay tal belleza?
VENTURA:
Ya, ojos, pierdo la ojeriza
con que el bolso nos aojastes.
Ojale ese ojal de vista
el dios sin ojos ni ojetes,
pues es hojuela en almíbar.
Ojo a la margen, señor.
MAGDALENA:
¿Paréceos que con justicia
podrán competir mis ojos
con los que amor autoriza
en vuestra dama?
MELCHOR:
¡Jesús!
No os injuriéis a vos misma
con esa comparación.
Que aquellos son...
VENTURA:
Porquería.
MAGDALENA:
Esa sentencia pretendo
pagaros reconocida
con esta firmeza.
VENTURA:
Vaya.
MAGDALENA:
Y a vos con esta sortija.
VENTURA:
¡Oh mano, más celebrada...!
(Iba a decir que una misa (-Aparte-)
nueva y de aldea; mas no,
que es descompuesta osadía.)
¡Mano, si en bolsillos fiera,
en sortijas franca y linda!
¡Mano ginovesa o fúcar!
¡Mano de papel batida!
¡Mano de reloj de Flandes,
de cabrito o de cabrita,
de almirez que hace almendrada,
y de misal manecilla!
¡Ésta es mano, y no la otra,
flemática, floja y fría,
frágil, follona, fullera,
fiera, fregona y francisca!
¡Oh mano, en fin, de condesa
Chirinola, o chilindrina!
Pues si acierta el escudero,
es mano de señoría.
SANTILLANA:
¿Queréis callar?
MELCHOR:
¿Cómo es eso?
VENTURA:
No hay verdad que oculta viva.
Condesa de Chirinola
sois. Esta vejez lo afirma.
MELCHOR:
¿Condesa, mi bien?
MAGDALENA:
Creed,
aunque al parlero despida,
lo que os esté bien en eso.
SANTILLANA:
(Apoyóse mi mentira.) (-Aparte-)
MAGDALENA:
Y en vuestra fe confïada,
adiós.
MELCHOR:
Veréisla cumplida
antes que amanezca. Adiós.
VENTURA:
¡O mano que mana mina!
Vanse todos.
Salen doña ÁNGELA y don SEBASTIÁN
SEBASTIÁN:
¿Cómo podré yo estorbar
que este don Melchor se case
y de celos no me abrase?
ÁNGELA:
Hoy se tienen de firmar
las escrituras; mañana,
que es fiesta, su amor espera
la amonestación primera.
SEBASTIÁN:
Y en ella mi muerte, hermana.
¡Nunca él hubiera venido
a Madrid!
ÁNGELA:
¡Pluguiera a Dios,
si se han de casar los dos!
SEBASTIÁN:
Ya tu amor he conocido.
Bien le quieres.
ÁNGELA:
Es verdad.
SEBASTIÁN:
Hasta en eso me pareces.
Mas que a don Melchor mereces
por tu sangre y tu beldad.
Mas, en fin, los dos se casan,
y los dos de pena y celos
perecemos.
ÁNGELA:
Mis desvelos
del justo límite pasan
que el amor de solo un día
permite.
SEBASTIÁN:
Darle la muerte.
ÁNGELA:
Medio es el que escoges fuerte,
y contra la elección mía,
que haciéndola en don Melchor,
se juzga bien empleada.
SEBASTIÁN:
Muriendo él, aunque te agrada,
también morirá tu amor,
pero hagamos una cosa.
Esta boda alborotemos.
ÁNGELA:
¿De qué manera podremos?
SEBASTIÁN:
Diré que me dio de esposa
el sí doña Magdalena.
ÁNGELA:
¿Dónde hallarás los testigos?
SEBASTIÁN:
Criados tengo y amigos.
ÁNGELA:
Para dilatarla es buena;
mas no para disuadirla.
SEBASTIÁN:
Como agora se suspenda,
mi calidad y mi hacienda
bastarán a persuadirla.
Viejo es su padre. ¿Quién duda
que su edad será avarienta?
Seis mil ducados de renta,
si el oro todo lo muda,
y el hábito que ya espero,
¿qué cosa no alcanzarán?
ÁNGELA:
Don Melchor es muy galán.
SEBASTIÁN:
Pero más lo es el dinero.
Hasta intentarlo, ¿qué importa?
ÁNGELA:
Nada; mas de esto te advierto,
que si el desposorio es cierto,
por ser mi ventura corta,
no he de estar más un instante
en esta casa.
SEBASTIÁN:
Yo voy,
pues los conciertos son hoy,
a negociar lo importante
para impedirlos.
ÁNGELA:
Ardid
es provechoso, como halles
testigos.
SEBASTIÁN:
Tiene en sus calles
todos los vicios Madrid.
Haz cuenta que es una tienda
de toda mercadería.
Siendo así, ¡bueno sería
que aquí el interés no venda
testigos falsos!
ÁNGELA:
Allana
con ellos cuanto dinero
tengo.
SEBASTIÁN:
Más barato espero
negociar. Adiós, hermana.
Vase don SEBASTIÁN.
Sale VENTURA
VENTURA:
Buscaba a señor el viejo,
y pensé que estaba aquí.
ÁNGELA:
Aguardaos. No os vais así.
VENTURA:
Voyme porque a mi amo dejo
esperándome.
ÁNGELA:
Escuchad.
VENTURA:
¿Qué manda vuestra hermosura?
ÁNGELA:
¿Cómo os llamáis?
VENTURA:
¿Yo? Ventura.
ÁNGELA:
Buen nombre.
VENTURA:
Es de calidad,
que soy muy cálido y franco;
pero aunque el nombre me alegra,
es, por ser mi dicha negra,
llamar al negro Juan Blanco.
ÁNGELA:
No venistes vos anoche
de León?
VENTURA:
Vine.
ÁNGELA:
Un secreto
me guardad, si sois discreto.
VENTURA:
Mejor lo guardo que un coche.
ÁNGELA:
Esta sortija os obligue.
VENTURA:
¡Oh mano, también perfeta!
(¿Qué lapidario planeta (-Aparte-)
mi dicha ensortija y sigue?)
Fuera Alejandro discreto,
si cuando a la obligación
de su amigo Efestïón
puso el anillo en secreto,
la mano en lugar del labio,
le honrara, pues le selló;
que pues que no se le dio,
ni fue liberal, ni sabio.
Mas yo que con él me quedo,
mejor le sabré guardar,
pues para poder callar,
me pondré en la boca el dedo.
Digo, el de este anillo, freno
que mudo a la lengua doy.
ÁNGELA:
¿Sabes, Ventura, quién soy?
VENTURA:
Sois cielo de amor sereno.
ÁNGELA:
¿Podría yo competir,
en materia de querer
con quien esposa ha de ser
de don Melchor?
VENTURA:
Y salir
triunfante del mejor rayo
con que el sol alumbra el mapa,
pues sin haber sido papa,
me hacéis de anillo lacayo.
ÁNGELA:
¿Tiene doña Magdalena
muy tierno a vuestro señor?
VENTURA:
Más lejos está su amor,
que París de Cartagena.
ÁNGELA:
¿Que no la tiene afición,
y es de su venida el norte?
VENTURA:
Como a un alguacil de corte
que entra a hacer la ejecución.
Más faltas en ella nota
que en una mujer preñada,
que en una mula fïada,
y un juego, en fin, de pelota.
No se casará con ella,
aunque le hagan gran Sofí.
ÁNGELA:
Pues ¿para qué vino aquí?
VENTURA:
Cierta señoría bella,
ya que todo lo desbucho,
aquestas bodas enfría.
ÁNGELA:
¿Señoría?
VENTURA:
Señoría.
ÁNGELA:
¿Y se quieren mucho?
VENTURA:
Mucho.
ÁNGELA:
¿Quién es ella?
VENTURA:
Una condesa
de medio ojo y una mano,
que el reino napolitano
le dio la pinta y la presa,
y ella a mí me dio el anillo
que veis.
ÁNGELA:
¿Y cómo se llama?
VENTURA:
Digo yo que es nuestra dama
la condesa del bolsillo.
ÁNGELA:
¿Adónde cae ese estado?
VENTURA:
Si no perdí la memoria,
cae dentro de la Vitoria;
que es condesa de pescado.
ÁNGELA:
Hablad de veras.
VENTURA:
Por Dios,
que le ha enamorado allí
el mejor ojo que vi,
no os haciendo agravio a vos,
y la mano más brillosa,
que el jabón de Chipre honró.
Hoy la palabra nos dio
de que ha de ser nuestra esposa
como a estotra Magdalena
olvide, y deje su casa.
Esto es todo lo que pasa;
mas no os dé, señora, pena,
que en sabiendo vuestro amor
mudará de parecer,
porque solo dejó ver
la condesa a don Melchor
un par de ojos y una mano.
Mostradle vos la nariz,
con el rosado matiz
de ese rostro soberano,
el hocico y dentadura,
cocándole con el dote;
que a Magdalena y su bote
olvidará, y por Ventura,
digo por mí, a la condesa.
Pues si aquí con vos se casa,
todo en fin se cae en casa.
(De lo parlado me pesa; (-Aparte-)
mas este anillo me quita
el frenillo del secreto;
que es como salvia en efeto,
que la lengua facilita.)
Vase VENTURA
ÁNGELA:
No he menester yo más de esto
para hacer que se dilate
esta boda. Mi amor trate
nuevos pleitos, y sea presto;
que aunque más celosa estoy
de la condesa que escucho,
la dilación puede mucho.
A buscar mi hermano voy.
Vase doña ÁNGELA.
Sale doña MAGDALENA, con otro vestido, y QUIÑONES
MAGDALENA:
Esto pasa. Yo, Quiñones,
soy amada aborrecida,
desdeñada y pretendida.
¡Mira mis contradicciones!
Cubierta, doy ocasiones
a su pasión amorosa;
vista, soy fea y odiosa;
enamoro y desobligo.
Y compitiendo conmigo,
de mí misma estoy celosa.
Esta mano causa enojos
que esta misma mano enciende.
Déjame quien me pretende,
por unos mismos despojos.
Mal ha dicho de estos ojos,
cuando los llama más bellos;
huye lo que busca en ellos;
y puede la aprension tanto,
que es bastante solo un manto
a amarlos y a aborrecellos.
Por desposarse conmigo,
de mí misma se descasa;
y por pasarse a mi casa,
deja mi casa, enemigo.
Yo que como sombra sigo
sus pasos, pues lo parezco,
lo que gano, desmerezco;
lo que me da gusto, lloro;
porque me adora, le adoro
y porque no, le aborrezco.
¿Has oído tú jamás
caso como este en tu vida?
QUIÑONES:
Cosa es ni vista, ni oída;
pero tú la ocasión das.
Envidiosa de ti estás,
y niegas lo mismo que eres;
por ti que te olvide quieres
y sin darte a conocer,
siendo sola una mujer,
te partes en dos mujeres.
Dasle joyas, y conjuras
su amor, que no te dará
la mano, ni vivirá
donde hospedarlo procuras.
Que rasgue las escrituras
le pides, y niegue el sí
que anoche concertar vi;
y pues de ti misma agora
vencida, eres vencedora,
véngate por ti de ti.
MAGDALENA:
Mira. El verle tan constante
en amarme, me enloquece,
y en cuanto a esta parte, crece
mi fe, a su amor semejante.
Según esto, no te espante
que me obligue la Fortuna
a ser conmigo importuna,
y quiera ser sola amada;
pues soy dos imaginada,
aunque en la verdad soy una.
Sólo en la imaginación
vive amor; y siendo en ella
dos, una fea, otra bella,
tengo celos con razón.
En cuanto doy ocasión
a que se case conmigo,
si soy dos, ya desobligo
a la que desprecia y deja,
y si no, ya forma queja
la que es de su amor testigo.
Como corren por mi cuenta
una y otra, he de acudir
a entrambas hasta morir,
a un tiempo triste y contenta.
Premiaréle porque intenta
pagar firme mi esperanza,
y entonces daré venganza
a su injurioso rigor
porque el desdén y el favor
paguen firmeza y mudanza.
Yo le querré eternamente,
y eternamente también
se vengará mi desdén
de lo que en el suyo siente.
QUIÑONES:
De ti misma diferente,
tejes contrarios desvelos.
MAGDALENA:
Sólo es poderoso, cielos,
en tan proceloso abismo,
partir un corazón mismo
el cuchillo de los celos. Salen doña ÁNGELA, don SEBASTIÁN, don JERÓNIMO, y don ALONSO
ÁNGELA:
Su crïado lo confiesa,
y otros afirman lo mismo,
que le han contado los pasos.
SEBASTIÁN:
A mí algunos me lo han dicho
y no lo quise creer,
hasta que siendo testigo,
por mis ojos lo que pasa
en agravio vuestro he visto.
Palabra se han dado ya,
sospecho que por escrito,
y se hubieran desposado,
a no habérselo impedido
la muerte del conde viejo.
Como sois nuestro vecino,
sentiré cualquier desgracia,
que en la casa donde vivo
os suceda. Remediad
este daño a los principios;
que si le dejáis crecer,
corre riesgo su peligro.
ALONSO:
¿Don Melchor enamorado
tan presto? ¿De ayer venido,
y hoy casado por conciertos?
¿Quién creerá tal desatino?
SEBASTIÁN:
¿Qué sabéis vos lo que ha
que el leonés a Madrid vino,
y los engaños que ha hecho
disfrazado y escondido?
JERÓNIMO:
A no hablarle don Lüis
en la Vitoria conmigo,
dudo que a vernos viniera,
y así la verdad colijo
que afirma don Sebastián.
ALONSO:
Alto. Si vos lo habéis visto,
¿qué hay que dudar? Esta corte
es toda engaños y hechizos.
No ha de estar un hora en casa,
Magdalena.
MAGDALENA:
Señor mío,
más certeza tengo yo
en las dudas que os he oído.
Don Melchor, nuestro paisano,
como más discreto y digno
de estados y de bellezas,
que los que en mi empleo ha visto,
está en vísperas de conde.
ALONSO:
¿Tambien tú lo sabes?
MAGDALENA:
Quiso
el cielo desengañarme.
Su esposa me ha dado aviso
en la Vitoria hoy de todo;
que es muy amiga, y me dijo
que un don Melchor de León,
aunque pobre, bien nacido,
viniéndose a desposar
con otra, en fin, ha podido
más en un hora con ella
que otro pudiera en un siglo.
Hanse parecido bien
los dos; de suerte que ha sido
del luto de un padre muerto
su presencia regocijo.
Ignoraba que era yo
la interesada; y convino
disimular por sacar
toda esta verdad en limpio.
En fin, estoy convidada
al desposorio el domingo;
que es, por su luto, en secreto.
ALONSO:
¡Casamiento repentino!
¿Y quién es esa condesa?
MAGDALENA:
Por hoy no puedo decirlo;
que me ha encargado el secreto
hasta que esté concluído.
JERÓNIMO:
¡Vive Dios! Si no mirara
que él mismo se da el castigo
del necio trueco que hace...
ALONSO:
¿De qué os alborotáis, hijo?
¿Qué pierde mi Magdalena
en que no sea su marido
quien tan presto se enamora,
que hoy se casa y ayer vino?
MAGDALENA:
Es muy hermosa de manos,
tiene los ojos muy lindos,
llámala Italia condesa,
muere por ser palatino...
Muy buen provecho le haga;
que ni lo siento, ni envidio
las mejoras de su amor.
ALONSO:
¿Hay caso mas peregrino?
Mal me paga la amistad
que su padre y yo tuvimos;
pero es mozo: no me espanto.
Vaya con Dios. Yo he cumplido
con lo que a su padre debo.
Ni es más noble, ni es tan rico...
Yo te buscaré consorte
caudaloso y bien nacido.
SEBASTIÁN:
Si yo ese nombre merezco,
y con mi hermana os obligo
a que por hijos troquemos
el título de vecinos,
doce mil ducados tiene
de dote, y siendo los míos
seis mil, que de renta gozo,
daréis a mi amor alivio.
JERÓNIMO:
Deberéle a don Melchor,
si eso se cumple, infinito;
pues por dejar a mi hermana,
tan bella esposa consigo.
ALONSO:
La oferta me está muy bien,
y como vuestra la estimo,
aunque para más de espacio
los tratos de ella remito.
Venga agora el conde nuevo;
que el parabién le apercibo
sin que de sus mocedades
me piense dar por sentido. Salen don MELCHOR y VENTURA
MELCHOR:
(Hoy tengo de despedirme.) (-Aparte-) A don ALONSO
¡Oh, señor! Aquí ha venido
un capitán de León,
algo deudo y muy amigo.
Va a casarse a Talavera,
y necesita testigos
que abonen su calidad.
La cortedad del camino
me fuerza a que le acompañe.
Licencia vengo a pediros,
y a vos, señora, paciencia
para reprimir suspiros,
en vuestra ausencia forzosos.
ALONSO:
Sois cortesano cumplido.
Andad, don Melchor, con Dios,
y traed apercebidos
a la vuelta parabienes;
que aunque breve, ya imagino
que hallaréis a Magdalena
consolada y con marido. Vase don ALONSO
JERÓNIMO:
No es el viaje tan largo,
don Melchor, como me heis dicho,
ni está de aquí muchas calles
la posada que ha podido
alejaros de la nuestra.
El pláceme os apercibo
del título y desposorio. Vase don JERÓNIMO
VENTURA:
(Algún Merlín se lo dijo.) (-Aparte-)
SEBASTIÁN:
Pésame, como es razón,
que os hayamos conocido,
señor, por tan poco tiempo.
Gocéis la condesa un siglo.
Vase don SEBASTIÁN
ÁNGELA:
Si no tiene inconvenientes
el estado clandestino
que honráis, decidnos el cuándo,
porque vamos a serviros. Vase doña ÁNGELA
VENTURA:
Quiñones, aquella ropa
que te di ayer en un lío,
dos camisas son y un cuello...
QUIÑONES:
Hoy las llevaron al río.
Acuda a la lavandera
que se llama Mari-Pinos,
porque si también se casa,
aunque roto, vaya limpio.
Y vueseñoría vea
a los nietos de sus hijos,
archiduque al mayorazgo,
y a los otros arzobispos.
Vase QUIÑONES
MAGDALENA:
Todos le dan parabienes
a vuesiria, y yo he sido
de diverso parecer,
pues pésames le dedico
de su desposorio en cierne.
Habrá un hora que me dijo
la condesa, con quien tengo
mucha amistad, que un su primo
viene hoy por ella de Italia;
que está la herencia a peligro
de sus estados, si deja
de dar a no sé qué Enrico
la palabra y sí de esposa;
y que así al instante mismo
es fuerza el irse a embarcar
a Barcelona; que han dicho
que se parten las galeras,
y corren riesgo navíos,
porque en toda aquella costa
andan cosarios moriscos.
Pidióme que de su parte
me despidiese a lo fino,
y enjugó a los soles perlas
con aquel marfil bruñido,
en cuya comparación
es yeso, es carbón el mío,
y es en fin, una Etiopia.
VENTURA:
(¡Oste, puto! ¡Piconcicos!)
MAGDALENA:
Por no tiznar señorías
que se quiebran como vidrios,
no sustituyo condesas,
que abrasan, y yo granizo.
Mi padre me busca esposo;
a obedecerle me animo;
pésame que vuesiría
fue llamado y no escogido. Hácele una gran reverencia, y vase
VENTURA:
Conde en calzas y en jubón
te han dejado. Vive Cristo,
que la tapada borracha
nos la pegó de codillo.
Patibobo te has quedado;
alma Garibaya has sido.
Ni te quiere Dios ni el diablo,
pues las dos te han despedido.
Vendamos aquesas joyas
con que alquilemos hospicios,
si no son falsas como ellas
esa firmeza y anillos.
MELCHOR:
Volverme quiero a León.
VENTURA:
¿Qué has de hacer allá, corrido
más que perro por antruejo,
sin mujer y sin bolsillo?
MELCHOR:
Yo tengo fortuna corta.
Salgamos de laberintos,
donde hoy se casan amantes,
y enviudan al tiempo mismo.
¡Jesús mil veces, cuál voy!
¡No más Madrid!
VENTURA:
Motolitos
entran, como tú, brillantes,
y salen almas del limbo.