La celosa de sí mismaLa celosa de sí mismaTirso de MolinaActo III
Acto III
Salen don MELCHOR y VENTURA, de camino
MELCHOR:
¿Vino el mozo?
VENTURA:
Con dos mulas
tan macilentas y flacas,
que si por Madrid las sacas
dirán que pregonas bulas.
MELCHOR:
Ponme, pues, esas espuelas.
VENTURA:
Los dos, en resolución,
¿nos volvemos a León?
MELCHOR:
Ventura, no más cautelas,
no más amor de camino.
¡Hoy ido, y casado ayer!
VENTURA:
La disfrazada mujer
te quiso bien a lo fino,
como dirá la firmeza
que con treinta y dos diamantes,
a lo culto rutilantes,
te asegura su riqueza.
Seiscientos ducados da
a la primera palabra
un platero que los labra.
MELCHOR:
De memoria servirá,
Ventura, para tenerla
de su dueño mal logrado,
perdido hoy y ayer hallado.
VENTURA:
Más nos valiera venderla,
pues no saben en León
de los diamantes el precio.
MELCHOR:
¿Son allá bárbaros, necio?
VENTURA:
No, mas montañeses so[n],
que sin hacerles injurias,
por vidrios los juzgarán
los que diestros sólo están
en azabaches de Asturias
y no sé yo que tú tengas
para el camino dinero.
Mi anillo compró el platero,
no para que en él prevengas
tu costa, que son mis gajes,
y si me dio treinta escudos
tienen otros tantos ñudos.
MELCHOR:
Para que los aventajes,
prestarásmelos, y allá
te los volveré seguros.
VENTURA:
¿Sobre qué hipoteca o juros? Va calzando a su amo las espuelas
No te enojes: bueno está;
pues siendo yo tuyo todo,
también lo es cuanto poseo.
Sólo que vuelvas deseo
a nuestra patria de modo
que no hagan burla de ti
los que el parabién te dieron
en León, cuando te vieron
venir a casarte aquí.
Ya se fue a la Chirinola
la condesa oji-morena;
bella es doña Magdalena,
y ella te merece sola.
Enojada del agravio
que la hiciste, no fue mucho
que hubiese llanto y celucho.
Vuelve a hablarla, si eres sabio.
Pídele al viejo perdón.
Intercederá su hermano;
daráte la hermosa mano.
Parará en paz la cuestión.
Tendrá tu venida el fruto
que allá apeteciste tanto,
y sin engaños de un manto.
¡Vaya el diablo para puto!
MELCHOR:
Si ella fuera tan hermosa
como mi condesa ausente,
o no estuviera presente
en mi memoria amorosa,
yo hiciera lo que me dices.
VENTURA:
Dos ojos llegaste a ver
y una mano, sin saber
si la tal tiene narices;
y la Magdalena basta,
y aun sobra, para abrasar
catorce Troyas, y dar
a veinte linajes casta.
Pero cuando no te agrade,
de su vecina te dije
que por su amante te elige,
y que a su hermosura añade
doce mil de dote.
MELCHOR:
Todas
con mi bella ausente son
monstruos.
VENTURA:
Pues, alto á León,
y enhuérense nuestras bodas.
A poner voy las maletas.
¡Vive Dios, que estás extraño!
MELCHOR:
Huyamos de tanto engaño,
y en lo demás no te metas.
Sale SANTILLANA
SANTILLANA:
¿Vive un caballero aquí,
que vino ayer de León?
VENTURA habla aparte a su amo
VENTURA:
Señor, el escuderón
que con la condesa vi
nos busca.
SANTILLANA:
¡Oh, leonés gallardo,
bésoos el izquierdo pie,
que en vuestro talle se ve
el valor de aquel Bernardo
heredero de Saldaña,
del Carpio y Asturias gloria.
También sabemos de historia
los viejos de la montaña.
VENTURA:
(Es demonio el Santillana.) (-Aparte-)
SANTILLANA:
Dejémonos de eso agora.
La condesa mi señora,
la que le habló ayer mañana,
este billete le envía,
y con él cierto regalo,
que al de una reina le igualo,
aunque es de una señoría.
MELCHOR:
¿Luego aquí está la condesa?
SANTILLANA:
¿Pues dónde? Hablan aparte don MELCHOR y VENTURA
VENTURA:
Éste fué picón.
MELCHOR:
Ventura, dale un doblón.
VENTURA:
¡Mas nonada!
SANTILLANA:
¡Lo que os pesa
de mi bien!
VENTURA:
¿Doblón? Primero
doble el sacristán por vos.
MELCHOR:
No seas necio. Dale dos. A VENTURA
SANTILLANA:
¿Daislo de vuestro dinero?
¿Son estos los cuatro reales
de marras?
VENTURA:
(Tras el bolsillo (-Aparte-)
se va acogiendo mi anillo.)
A muchas dádivas tales
quedaremos en pelota.
Tome y reviente con él.
MELCHOR:
Oye, Ventura, el papel.
VENTURA:
Buena letra.
MELCHOR:
Y mejor nota.
Lee
"Por asegurarme de vuestro amor,
he fingido jornadas que no pienso hacer,
y casamientos de que estoy libre, puesto
que doña Magdalena, engañada por mí,
haya publicado lo uno y lo otro por
verdadero. Satisfaceos de mis celosas
diligencias, y vedme luego en el lugar
acostumbrado; que para la costa del
camino, que os ruego no hagáis, ese
escudero os lleva dos mil escudos y un
regalo de dulces y ropa blanca.
Reservándoos el principal para cuando
sea ya tiempo, que es un alma reconocida
a lo mucho que merece vuestra firmeza y
valor. -- La Condesa."
Quita espuelas, quita botas,
despide postas.
VENTURA:
Despido,
quito botas y vestido.
¡Dos mil escudos! ¿Qué flotas
qué vellocino, qué gato
de avariento tabernero,
qué talegón de arriero,
ni qué robo de mulato
hay que iguale a nuestra presa?
MELCHOR:
¡Que la condesa fingió
sus bodas! ¡Que no partió
a Nápoles la condesa!
¡Que otra vez me quiere hablar!
VENTURA:
¡Que dos mil escudos de oro
envía! ¡Oh viejo Medoro!
Por Dios, que te he de besar.
SANTILLANA:
Arre allá. ¿Venís en vos?
Aún el diablo fuera el beso.
No está el tiempo para eso.
VENTURA:
¡Mil doblones, y de a dos!
¿Dos mil escudos envía?
Dar dos mil abrazos quiero...
--¡Oh escudos!--...al escudero
de tan bella escudería. A VENTURA, que porfía en abrazarle
SANTILLANA:
¿Queréis apostar, hermano,
que os he de hacer acusar?
MELCHOR:
Lee
"Vedme luego en el lugar
acostumbrado." ¡Ay mi mano!
¡Que otra vez tengo de veros!
VENTURA:
¿Dónde el regalo quedó?
SANTILLANA:
Una dueña me guió
con la ropa y los dineros
a esta casa, y a la puerta.
Con todo aguardando está.
MELCHOR:
Venturilla, llamalá.
Veré si es mi dicha cierta;
que si ella me la asegura,
cuanto me trae pienso darla
de albricias.
VENTURA:
Voy a llamarla.
Ahora sí que soy Ventura.
Con una y otra cabriola
tengo el alma alborotada.
¡Oh, condesa oji-tapada!
¡Bien haya tu Chirinola! Vase VENTURA. Don MELCHOR repasa el papel
MELCHOR:
¡Ay condesa de mi vida!
SANTILLANA:
(¡Válgate el diablo el leonés! (-Aparte-)
¿Beso a Santillana?)
MELCHOR:
"Que es
un alma reconocida
a lo mucho que merece
vuestra firmeza y valor.
La condesa." ¿Hay tal favor?
El contento me enloquece.
SANTILLANA:
(¿A mí beso? Vive Dios, (-Aparte-)
que a no venir sin espada...) Sale VENTURA
VENTURA:
Fuése la dueña tapada,
y en talegos, me dio dos...
¡esto es crítico!... dos mil
escudos y tres tabaques
con preciosos badulaques,
cuellos de cambray sutil,
camisas de holanda, y tal
que te la puedes beber,
dulces que bastan a ser
de Santo Domingo el Real,
o de una Constantinopla
dechados, para imitarse,
y sin querer destaparse
sino sola una manopla
me dijo, "Paji-lacayo,
al conde mi señor diga
que su buena suerte siga."
Y acogióse como un rayo.
MELCHOR:
Vamos, pues, a la Vitoria.
VENTURA:
¿Con botas y con espuelas?
MELCHOR:
Ya son de mi amor pihuelas
para detener mi gloria.
VENTURA:
¡Oh qué traidores doblones!
Cada uno tiene dos caras.
Todas son yemas; no hay claras
de reales ni patacones.
MELCHOR:
Ven, y no te espantes de eso,
pues me los presenta un sol.
VENTURA:
¡Oh, escudero chirinol!
SANTILLANA:
¿Mas que vuelve a lo del beso? Vanse todos. Salen doña ÁNGELA y QUIÑONES, con manto
QUIÑONES:
Antes de quitarme el manto,
por lo que a tu hermano debo,
a ser tercera me atrevo
de vuestro amoroso encanto;
que aunque sea a mi señora
infiel, estoy obligada
a tu hermano, y cohechada
de mil regalos que agora
estorbos han de allanar
que su cuidado encarece.
Sé lo mucho que merece;
mas no se podrá casar
con él doña Magdalena,
mientras durare el amor
que a tu amante don Melchor
da por la condesa pena.
Ella fingió su partida
a Nápoles por saber
si el leonés sabe querer.
ÁNGELA:
¿Luego no es la condesa ida?
¿Luego no se va a casar
a Nápoles con su primo?
QUIÑONES:
Su ingenio sutil estimo.
Engaño fue por probar
si a mi señora quería,
y se casaba con ella;
pero viendo que atropella
tantas cosas en un día,
y que se vuelve a León,
despreciando la belleza,
discreción, sangre y riqueza
que, juntas a la afición
que mi señora le tiene,
bastaban a enternecer
un mármol, ser su mujer
con nuevas trazas previene.
Nuestra doña Magdalena,
que para decir verdad
tiene extraña voluntad
a don Melchor, con la pena
y celos de quien adora,
en fe que por él se abrasa,
para saber lo que pasa
me ha hecho su inquisidora.
En efeto, me he informado
que ni a Nápoles se va,
ni vino a Madrid de allá
tío para darla estado.
Antes, a su don Melchor
obligada, cuando estaba
el pie en el estribo, y daba
nuevo repudio a su amor,
dos mil escudos le envía,
y un regalo amante y franca
de dulces y ropa blanca...
pero, en fin, es señoría
y en la Vitoria le espera,
donde tratarán los dos,
con la bendición de Dios,
echar cuidados afuera
y desposarse mañana.
ÁNGELA:
Si eso es cierto, muerta soy.
QUIÑONES:
Yo, que este aviso te doy
y tengo engaños de indiana,
como tú te determines
a un hecho digno de fama,
daré a tu amorosa llama
dichosos y alegres fines.
Vístete de luto, y ve
a la Vitoria cubierta;
que él aguardará a la puerta
su condesa; y si te ve
tapada y con luto, luego
te ha de tener por su dama,
a quien adora por fama,
sin que su amoroso fuego
haya alcanzado a ver más
que una mano y un medio ojo,
ocasión de tanto enojo.
La tuya le enseñarás;
que cuando no sea mejor,
a lo menos su cristal
es a su belleza igual.
QUIÑONES:
Dile finezas de amor;
agradécele discreta
el haber por ti dejado
tal mujer; di que tu estado,
y voluntad ya sujeta
por dueño elegirle ordena
y porque en la casa tuya
habrá estorbos, en la suya,
sin que doña Magdalena
lo sepa, esta tarde quieres
darle de esposa la mano.
Él, con tal favor ufano,
sin consultar pareceres,
que no los admite Amor,
te guiará a su casa luego.
Darás alivio a su fuego,
y dueño noble a tu honor.
Pues no habiendo visto, en fin,
de la condesa la cara,
si en tu hermosura repara,
retrato de un serafín,
¿quién duda que en su provecho
engañado, si lo sabe
después, su dicha no alabe,
y te adore satisfecho?
Quedaráse la condesa
burlada; dará a tu hermano
mi señora el alma y mano;
y viendo lo que interesa
don Jerónimo, después
que por perdida te llore,
podrá ser que se enamore
de la condesa, y los tres
os caséis por causa mía.
Tú y don Melchor, mi señora,
y tu hermano que la adora;
y con una señoría
don Jerónimo, porque haya
mejor fin del que se espera,
de tres yo casamentera,
y un amor de tres en raya.
ÁNGELA:
¡Determinación terrible!
Pero a un grande daño es medio
forzoso otro igual remedio,
y sin ése no es posible
atajar el que yo lloro,
si se intentan casar hoy.
Resuelta en seguirle estoy,
que al leonés gallardo adoro.
Salga yo bien de este enredo,
y daréte un dote igual
a tu ingenio.
QUIÑONES:
La señal
con que asegurarte puedo,
es el bolsillo que ves,
y lleno de escudos dio
don Melchor, la vez que habló
a la Condesa. Después
te diré de la manera
que vino a mi posesión.
Cuélgatele del cordón;
asegura esta quimera,
y vete a vestir de luto.
No pierdas por tu tardanza
el fruto de tu esperanza.
ÁNGELA:
Y la vida con el fruto.
Notables cosas intento.
¡Ay tirano don Melchor!
Anime mi firme amor
este extraño atrevimiento. Vase doña ÁNGELA
QUIÑONES:
Si doña Ángela se casa
con don Melchor, de este modo
a mi señora acomodo
con don Sebastián, y en casa
se queda todo el provecho.
Pues que después de casados
me quedarán obligados
y mi interés satisfecho.
A alargar la dilación
de mi ama voy agora,
porque su competidora
le gane la bendición. Vase QUIÑONES. Salen don MELCHOR y don LUIS
LUIS:
Ya os juzgaba una jornada
de aquí.
MELCHOR:
Nuevas ocasiones
dan a mi amor dilaciones.
Aquella dama tapada
que ayer vistes enlutada,
ha de volver hoy aquí.
LUIS:
¿No fue la Condesa?
MELCHOR:
Sí.
LUIS:
Pues ella ¿no se partió
a Nápoles?
MELCHOR:
Primo, no;
que a Italia deja por mí.
Vos me veréis conde presto,
y dueño de una hermosura
que dé envidia a la ventura,
y a mi amor un alto puesto.
LUIS:
Ya el parabién os apresto;
aprestad vos a mi pena
el pésame, pues ordena,
para que muera y me abrase,
que don Sebastián se case
con mi doña Magdalena.
Don Jerónimo ha pedido
a doña Ángela, y el viejo,
aprobando su consejo,
da a mi tirana marido.
Estoy de celos perdido,
y si se casan los dos,
podrá ser, primo, por Dios,
que algún disparate intente
porque mi amor no consiente
celos de otro que de vos.
MELCHOR:
Vivid vos seguro de esos,
porque yo no me casara
con ella, si despojara
al Potosí de sus pesos.
Por los ojuelos traviesos
que adoro, y ya llamo míos,
hace mi amor desvaríos,
y esotros me dan enojos,
que son muertos, si son ojos,
y si son soles, son fríos.
LUIS:
Consiéntoos hablar mal de ellos
por lo bien que eso me está;
puesto que el cielo podrá
poner sus luces en ellos.
Gozad vos los vuestros bellos
mil años con dulce fruto,
que mientras os dan tributo,
si mis celos ponderáis,
en esta ocasión mezcláis
vuestras bodas con mi luto.
Vase don LUIS.
Sale VENTURA, y después doña ÁNGELA, de luto como doña Magdalena y tapada
VENTURA:
Ea, señor, ya ha llegado
nuestra condesa dorada,
que a quien da dos mil escudos
así quiero intitularla.
Llega haciendo reverencias
o paternidades, y habla.
Mil doblones te envïó;
dobla las rodillas ambas.
MELCHOR:
¡Oh, hermosa señora mía,
¿cuándo ha de romper el alba
los crepúsculos oscuros,
de ese sol nubes avaras?
¿Cuándo dirá mi ventura,
después de noche tan larga,
que el cielo corrió cortinas,
y amaneció la mañana?
VENTURA:
¿Cuándo, o bella Chirinola,
costurera ballenata,
pues con agujas del sol
no cosistes ropa blanca
desnudándoos ornamentos,
pues alba mi amo os llama,
los dos os podremos ver
en sobrepelliz o en alba?
¿Cuándo dirá, "¡Ropa fuera!"
el ciego Amor que os enmanta,
o rasgará, por leeros,
la cubierta de esa carta?
MELCHOR:
Apártate allá, Ventura.
VENTURA:
Toda ave a la aurora canta,
el jilguero y el gorrión.
Música hay también lacaya;
mi parte tengo en el coro;
canta y cantemos.
MELCHOR:
Aparta.
VENTURA:
(Y en los dulces, ya yo he dicho (-Aparte-)
Ite, missa est a dos cajas.)
ÁNGELA:
Mala noche os habrá dado
mi mentirosa jornada,
prueba de vuestra firmeza,
vitoria de mi esperanza.
MELCHOR:
Es así; pero no es mucho
pasar una noche mala
por un día tan alegre.
ÁNGELA:
Quedándoos vos en España,
mal se pudiera partir,
quien os quiere tanto, a Italia;
pues pasara de vacío
Amor un cuerpo sin alma.
MELCHOR:
Dadme por esa merced
a besar la nieve helada
del puerto de mis deseos.
VENTURA:
Quitad la encella a esa nata
si es que hay natas con encellas;
que yendo a decir "cuajada,"
andan, desde que hablan cultos,
las metáforas bastardas.
ÁNGELA:
No es mano de cada día;
un ojo enseñaros basta,
réditos de vuestro amor,
que mi principal os paga.
MELCHOR:
Eso fue pagarme en oro,
cuando os ejecuto en plata;
que al buen pagador, señora,
no le duelen prendas.
VENTURA:
¡Vaya!
Hoy cobramos en doblones,
puesto que ojos con pestañas
es moneda de vellón;
mas, o mi vista se engaña,
o no es ese ojo el de ayer;
que su niña era mulata,
y hoy se ha vestido de azul,
que llama el vulgo, de garza.
MELCHOR:
Anda, necio.
VENTURA:
¡Vive Dios!
Que era endrina toledana
la niñeta que ayer vimos,
y hoy nos mira turquesada;
pero no te espantes de esto,
que ha venido de Alemania
un maestro que tiñe ojos,
como otros cabello y barbas.
MELCHOR:
No hagáis caso de este necio;
que yo doy crédito al alma,
que con pinceles más vivos
en mi memoria os retrata.
Yo sé que es ése el que adoro;
mas ¿qué es esto? ¿Otra enlutada?
VENTURA:
Serán como cartas de Indias
que se escriben duplicadas. Sale doña MAGDALENA, de luto
MAGDALENA:
Sólo en vuestro noble trato
estribó la confïanza,
don Melchor, que hice de vos,
pero pues tan presto os falta,
y venido de antayer,
me ocupan mantos la plaza
que pensé yo que era mía,
cuando la juzgué estar vaca.
Con desengaños costosos
dando libertad al alma,
a precio de algún suspiro,
podré ya volverme a Italia.
Gocéis la ocupación nueva
mil años; que escarmentada
en mí misma, sabré, en fin,
lo que son hombres de España.
Hace que se va
MELCHOR:
Señora, señora mía,
no desdeñéis enojada
la confusión de un amor
que ni os conoce ni agravia.
¿Sois vos mi hermosa condesa?
MAGDALENA:
Que era vuestra, imaginaba
quien colige de esas dudas
que sois de memoria flaca.
Presto me desconocéis.
Adiós.
MELCHOR:
¡Ay, condesa amada!
O no os vais, o daré voces.
ÁNGELA:
¿Condesa? ¿Hay traición más rara?
¿Luego otra condesa ha habido
en la corte, en cuyas llamas
os abrasáis?
VENTURA:
(Hay agora (-Aparte-)
señorías muy baratas.)
ÁNGELA:
Gracias a Dios que con tiempo,
aunque el llanto la costa haga,
podrá hacer mi libertad
una bella retirada.
No creyera yo, hasta verlo,
que en las leonesas montañas,
de la suerte que en la corte,
engaños se avecindaran.
Discreto fue mi recato
en no enseñaros mi cara.
Poco hay perdido hasta agora;
mi nombre ignoráis y casa.
Si hiciéredes diligencias
para saberla, mañana
a Nápoles me escribid
porque me alcancen las cartas.
Adiós.
Quiere irse doña ÁNGELA
MELCHOR:
Condesa, mi bien,
oíd, escuchad. ¡Qué extrañas
confusiones me persiguen!
VENTURA:
(¡Qué gentil chirinolada!) (-Aparte-)
ÁNGELA:
No quiero llevar memorias
que entristezcan mi jornada.
De este bolsillo me hicistes
antiyer depositaria.
Pues el dueño pareció,
aunque a vos no os hará falta
pues que con dos mil escudos
mi libertad se rescata,
haced alguna obra pía
con su valor, o dad traza
de engañar con él condesas
en oír misa ocupadas;
que yo hiciera mi camino
satisfecha, si mezclara
en los dulces rejalgar,
ponzoña en la ropa blanca
e imitando a Deyanira,
la ingratitud castigara
de un hombre tan descortés.
MAGDALENA:
¿Qué es esto, ilusión pesada?
¿Vos de Nápoles condesa?
¿Vos en el disfraz velada
de un manto, en esta capilla
fuistes antiyer la causa
de la confusion presente?
¿Vos dinero, ropa blanca
y dulces a don Melchor?
ÁNGELA:
Diréis que no. Cosa es llana;
que como en el luto y nombre
usurpáis mi semejanza,
querréis de ajenos presentes
levantaros con las gracias.
Gozadlas enhorabuena;
que si esta prenda no basta Enseña el bolsillo de don MELCHOR
a desengaños tan ciertos,
ellos me darán venganza.
VENTURA:
Ésta probó su intención.
MELCHOR:
A satisfaccion tan clara,
¿quién pondrá, condesa mía,
dudas, pleitos, ni demandas?
En vuestro favor sentencia
tan reconocida el alma
cuanto confusa de ver
vencida a vuestra contraria.
Señora, a quien no conozco,
que me pesa, os doy palabra,
de condenaros en costas
de una burla tan pesada.
Si hacerla de mí quisisteis,
desazónaseos la traza.
Vuestras armas os hirieron;
idos a curar a casa.
VENTURA:
(Mamóla su señoría. (-Aparte-)
¡Oh condesa redomada!
La picardía os gradúa
con la borla de bellaca.
MAGDALENA:
(Yo estoy de suerte perdida, (-Aparte-)
que si no me desengañan
que duermo, daré mil voces,
aunque peligre mi fama.)
Sutilezas de Madrid
me habrán robado de casa
ese bolsillo que encierra
los hechizos que me encantan.
Ya me pesa que no hayáis
visto, don Melchor, mi cara
porque, enseñándoosla agora,
viérades quién os engaña.
Pero esperad. ¿Conocéis
aqueste ojo?
MELCHOR:
¡Ay sol del alma!
¡Ay norte de mis deseos!
¡Ay gula de mi esperanza!
¡Y cómo que le conozco!
VENTURA:
(¿Ya empezamos nuevas chanzas? (-Aparte-)
Bolsillo y ojos compiten.
Ofrézcoos al diablo a entrambas.)
MAGDALENA:
¿Acordáisos de los cabos
que de mi cordón colgaban
cuando el ladrón los cortó?
MELCHOR:
Dos trenzas eran de nácar.
MAGDALENA:
¿Son éstas?
MELCHOR:
Sí, mi señora.
MAGDALENA:
Juzgad agora quién causa,
de vos o de mí envidiosa,
los enredos que me agravian.
ÁNGELA:
Los cordones del bolsillo,
que con sutileza tanta
me cortó no sé yo quién,
en misa estotra mañana,
téngolos guardados yo,
y aquésas son señas falsas
pues para contrahacerlos,
hay en la corte seda harta.
MELCHOR:
Ventura, ¿qué dices de esto?
VENTURA:
Que ha sido almendra preñada
nuestra condesa de a dos,
o erizo con dos castañas,
huevo que dos yemas tuvo,
y aunque con cáscara entrambas,
tu amor, que es gallina clueca,
hoy estas dos pollas saca.
MELCHOR:
¡Problemática cuestión!
Dos sendas hallo encontradas,
y yo indiferente entre ellas,
ignoro por cuál me vaya.
Pero la mano, que fue
de mi amor primera causa,
tengo dentro el alma impresa,
y la memoria la guarda.
Mostradme, señoras mías,
cada cual la suya y salga
vitoriosa la que obligue
que mi amor llegue a besarla.
MAGDALENA:
Soy contenta.
ÁNGELA:
Y también yo. Salen don JERÓNIMO y don SEBASTIÁN, hablando en el fondo
MAGDALENA:
(¡Ay, Dios! ¡Mi hermano! Si me halla (-Aparte-)
aquí, ocasiono su enojo.)
ÁNGELA:
(¡Mi hermano es éste! No hay traza (-Aparte-)
de salir con mis contentos.)
MAGDALENA:
Ya estaba determinada
de que mi mano ofendida
deshiciese esta maraña;
pero no lo merecéis.
Adiós. (¡Ay! ¡Cuál voy!) (-Aparte-)
Vase doña MAGDALENA
ÁNGELA:
(¡Que vaya (-Aparte-)
vencida mi opositora!)
Como salieran a plaza
su mano agora y la mía,
la vitoria se declara
por mi parte, pues se va
y yo, por vos agraviada,
de vuestro incrédulo amor
me vengo con no mostrarla.
Mañana intento partirme.
Ved qué mandáis para Italia. Vase doña ÁNGELA. Don MELCHOR y VENTURA, en el proscenio; don JERÓNIMO y don SEBASTIÁN, quedan retirados
VENTURA:
¿Volveremos por las mulas?
¿Que te quedas hecho babia?
Dos mil escudos nos dejan.
¡Bercebú con ellas vaya!
MELCHOR:
¿Hay caso que iguale al mío?
VENTURA:
Ni sé si es dicha o desgracia.
Mas don Jerónimo es éste,
y su vecino. Si tratas
de componerte con ellos,
llega a hablarlos. Dos hermanas
te adoran. Pídeles una.
A aqueste lado te aparta.
JERÓNIMO:
No hay que reparar en dotes,
pues solo mi amor repara
en los de naturaleza
que a doña Ángela acompañan.
Ya están los contratos hechos;
casados con dos hermanas,
mediando lazos, Amor
reciprocará cuatro almas.
SEBASTIÁN:
La mía reconocida
os rinde infinitas gracias
por el dueño que la dais,
tierno alivio de mis ansias. Reparando en don MELCHOR
JERÓNIMO:
¿No es éste el conde de anillo?
SEBASTIÁN:
El mismo, aunque le juzgaba
cinco o seis leguas de aquí.
JERÓNIMO:
Por no ocasionar palabras,
que reducidas en obras
averigüen las espadas,
fingiré que no le veo.
SEBASTIÁN:
Hacéis bien. Vamos a casa. Vanse los dos
VENTURA:
No te han visto, o no han querido.
MELCHOR:
¿Será posible que haya
historia como la mía,
en cuantas dan alabanza
a poéticas ficciones?
VENTURA:
(¡Oh qué comedia tan brava (-Aparte-)
hiciera, a ser yo poeta,
si escribiera aquesta traza!) Sale SANTILLANA
SANTILLANA:
La condesa mi señora,
aunque dice que enojada
con vos se partió de aquí,
que vais esta noche os manda
a la una, no a las doce
--porque entonces se despachan
provisiones por Madrid,
que trocara yo por ámbar--,
a la calle donde vive
doña Magdalena, dama
que vos diz que conocéis,
que por no sé qué desgracia
que la condesa recela,
con quien intenta llevarla
a Nápoles, esta noche
teme volver a su casa,
y así se queda en estotra.
Dice, en fin, que a una ventana,
que sale a una calle estrecha,
para hablaros os aguarda;
pero que no ha de saber
doña Magdalena nada
de lo que por mí os avisa;
que habrá carambola extraña.
No me encargó la respuesta.
Si habéis de ir, catarros andan;
aforraos con media azumbre,
y dos cofietas colchadas.
Vase SANTILLANA
MELCHOR:
Oíd, escuchad...
VENTURA:
Es sordo.
MELCHOR:
¿Qué dices de esto?
VENTURA:
No vayas;
que temo que han de cogerte
su hermano y padre en la trampa.
MELCHOR:
¿Para qué?
VENTURA:
Para casarte,
o pedirte la palabra
que diste a su Magdalena.
MELCHOR:
¿Cómo? Si ves que se casa
con don Sebastián.
VENTURA:
No sé.
No imagino que le faltan,
sin que en su casa se hospede,
a la condesa posadas.
Don Jerónimo, sentido
del desprecio de su hermana,
fingiendo no conocerte,
junto a ti sin hablar pasa...
Mira lo que haces primero.
MELCHOR:
Si la condesa me llama,
no hay que mirar, ni temer;
que venga el recaudo basta
en nombre de mi señora.
Pero ¿cuál será de entrambas?
¿La primera, o la segunda?
VENTURA:
Eso, averígüelo Vargas.
Vanse.
Sale doña MAGDALENA,con otro vestido, y QUIÑONES, con el bolsillo de don MELCHOR en la mano
QUIÑONES:
Vesle aquí, que de guardado
le daba yo por perdido.
(A no haber antes venido (-Aparte-)
doña Ángela, ¡en buen cuidado
me había puesto!)
MAGDALENA:
Hubiera dado,
Quiñones, yo cualquier cosa,
aunque estuviera quejosa
de ti, porque te le hurtaran,
y estos enredos hallaran
salida menos dudosa.
Ése, u otro como él,
a don Melchor engañó,
y otra mujer como yo
turbó mi esperanza fiel.
Hablóle ciega por él;
y teniéndola por mí,
que le daba cuenta oí
de mi amor distintamente,
desde el instante presente,
hasta el punto que le vi;
lo que pasó en la Vitoria
cuando el bolsillo me dio,
lo que en casa sucedió,
de mis agravios la historia,
su camino y la memoria
del regalo que le hice,
que a Italia se parte dice,
y que es la condesa prueba.
Mira tú si hay Circe nueva
que así engañe y así hechice.
QUIÑONES:
¿Quién será? ¡Válgame el cielo!
MAGDALENA:
Eso me tiene perdida.
QUIÑONES:
Ya de otra dama ofendida,
no tendrás de ti recelo.
MAGDALENA:
Con ese mismo desvelo
quejas de mí misma doy;
pues si la condesa soy
que él ama y mi opositora
finge estar la misma agora,
mal conmigo misma estoy.
Como a condesa, ¿no me ama
don Melchor?
QUIÑONES:
Por ti se enciende.
MAGDALENA:
¿Ser condesa no pretende
mi enemiga?
QUIÑONES:
Así se llama.
MAGDALENA:
Luego, si una misma llama
causa aqueste frenesí,
y yo quien le abrasó fui
aunque esotra lo enamore,
mientras en ella me adore,
celosa estaré de mí.
Dame tú que ella dijera
ser Magdalena fingida,
y vieras que aborrecida
de ella como de mí huyera.
Mira qué extraña quimera
causa este ciego interés;
que en tres dividirme ves,
y aunque una sola en tres soy,
amada en cuanto una, estoy
celosa de todas tres.
QUIÑONES:
Parece juego de manos.
¡Lindos desvelos te matan,
mientras que casarse tratan
hoy hermanas con hermanos!
MAGDALENA:
Saldrán sus conciertos vanos.
QUIÑONES:
Tu padre, don Sebastián
y don Jerónimo están
sobre esto encerrados.
MAGDALENA:
Traten
que estos celos no me maten,
Quiñones, y acertarán.
Ya es tarde. Di que, indispuesta,
temprano me recogí
si preguntaren por mí.
QUIÑONES:
¿No sosegaste esta siesta?
MAGDALENA:
Soyme a mí misma molesta,
porque compito conmigo.
QUIÑONES:
¿Quiéreste acostar?
MAGDALENA:
¿No digo
que sí?
QUIÑONES:
Ven pues.
MAGDALENA:
A velar
voy, Amor, por esperar
en mi amante a mi enemigo.
Vanse las dos.
Salen don MELCHOR y VENTURA, como de noche
MELCHOR:
Ésta es la calle aplazada,
y la ventana una de éstas,
que mis esperanzas verdes
sus verdes hierros enredan.
VENTURA:
No hará a lo menos la calle
información de limpieza,
ni es malo aquí un romadizo
con dos botas de diez suelas.
MELCHOR:
¿Las cuántas son?
VENTURA:
El cahiz
dio Santa Cruz, y ya empiezan
perfumeras mantellinas
a arrojar quintas esencias.
MELCHOR:
¡Agradable oscuridad!
VENTURA:
Salen la luna y estrellas
de medio ojo, porque imiten
nuestras dos chiri-condesas.
MELCHOR:
¿Cuál la que adoro sería?
¿O qué es lo que la otra intenta
con engaño semejante?
¡Que estoy loco!
VENTURA:
Por las señas
del bolsillo y los cordones
en derecho suyo alegan
cada cual valientemente.
¡Bercebú que caiga en ellas!
MELCHOR:
¡Que dos mujeres tapadas
hacer con los mantos puedan
tan sutil trasformación!
VENTURA:
Son pandillas encubiertas. Sale doña MAGDALENA, a una ventana
VENTURA:
Pero una cara se asoma
por los claros de esa reja;
que aquella brizna de luna
sirve de perro de muestra.
MELCHOR:
Dices bien.
MAGDALENA:
¿Es don Melchor?
MELCHOR:
¿Sois vos, mi enlutada bella?
MAGDALENA:
Bajad la voz y acercaos,
que estamos en casa ajena.
MELCHOR:
¿Cuándo he yo de merecer
ver ese cielo de cerca?
Que para mí el mismo efeto
hace el manto que una ausencia.
MAGDALENA:
Cuando menos enojada
esté yo, y más satisfecha
de que vos no ocasionáis
disfrazadas competencias.
Yo sé bien que conocistes
a quien me ofende.
MELCHOR:
Estad cierta
que a conocerla o amarla,
ni ella lo que no es fingiera,
ni yo os burlara.
MAGDALENA:
¿Es hermosa?
MELCHOR:
Dudo yo de que lo sea
quien pretende acreditarse
vendiendo hermosura ajena.
MAGDALENA:
Ahora bien, yo os doy perdón
como propongáis la enmienda.
MELCHOR:
La enmienda supone culpa,
y yo nunca os hice ofensa.
Mas, mi bien, si al que perdona,
humilde la mano besa
el perdonado, no es justo
que yo este derecho pierda.
Honre ese cristal mis labios.
MAGDALENA:
Está tan alta esta reja,
que no podréis alcanzarla.
MELCHOR:
Para amor todo está cerca.
¡Venturilla, ah, mi Ventura!
VENTURA:
¡Bueno, por Dios! ¿Me requiebras?
Más barbón soy que un peraile.
MELCHOR:
Ponte aquí debajo. Llega.
VENTURA:
¡Arre allá! ¿Qué diablos dices?
MELCHOR:
Para que la mano pueda
alcanzar de un serafín,
sé Atlante de mi firmeza.
Tus espaldas me sublimen.
VENTURA:
¡Mal año! Busca una yegua
o el banco de un herrador;
que soy macho y no eres hembra.
MELCHOR:
Hazme esta merced, que así
quiero llamarla.
VENTURA:
Dijeras
servicio, que agora hay hartos
que a todo Madrid inciensan.
MELCHOR:
Enojaréme contigo.
VENTURA:
¿Yo debajo de ti? ¡Afuera!
¡Ni aun de burlas, vive Dios!
Echa esa carga a otra bestia.
MELCHOR:
¿Si este vestido te doy?
VENTURA:
Extrañamente me aprietas.
Por esta vez, vaya.
MELCHOR:
Ponte.
VENTURA:
Acabemos, sube y besa,
que ya estoy en cuatro pies. Don MELCHOR sube encima de las espaldas de VENTURA
Mas si luego no te apeas,
advierte que se enhermanan
los mulos de aquesta recua.
MELCHOR:
¡Ay hermosa mano mía,
qué amorosa, dulce y tierna
alimentáis mi esperanza!
VENTURA habla bajo a su amo
VENTURA:
¡Ay, pelmazo, y cómo pesas!
MELCHOR:
¡Qué de ello debo a esta mano!
MAGDALENA:
Presto, llamándola vuestra,
presos al yugo de amor,
no habrá quien el nuestro ofenda.
MELCHOR:
¡Qué suave para mí
será su carga ligera!
VENTURA:
(Como para mí pesada (-Aparte-)
la mía. ) Bajo a su amo
Costal de arena,
acaba con Satanás;
que pesas más que una deuda
y estoy, sin ser corcovado,
como salchichón en prensa.
MELCHOR:
¡Mi cielo, mi luz, mi gloria!
MAGDALENA:
¡Mi dueño, mi bien, mi prenda!
VENTURA:
(¡Mi rollo, mi pesadilla! (-Aparte-)
¡Cuerpo de Dios con la flema!
Chicolíos a mi costa.)
Déjase caer, y baja don MELCHOR
MELCHOR:
¡Ah borracho!
VENTURA:
No te apeas,
y soy mula de alquiler
que, cuando la cansan, se echa.
MELCHOR:
¡Vive Dios! Si no mirara...
VENTURA:
Mira o no mires, a cuestas
con seis quintales de plomo,
no hay espaldas ni paciencia.
MAGDALENA:
Ahora bien, don Melchor mío,
puesto que el dejaros sienta
como la vida, no es justo
que os engañe mas, ni ofenda.
Mañana me parto a Italia;
que obligaciones molestas
de quien, con pensión de un primo,
me ha nombrado su heredera,
me mandan casar con él;
y la vejez me atormenta
de un tío, que riguroso
añade prisas a penas.
Hoy por vos me he detenido;
mañana a Italia me llevan.
¡Ay! ¿Quién memorias dejara
del modo que el alma os deja?
Mas, pues esto no es posible,
y de doña Magdalena,
a quien quiero como a mí,
sé que os adora, quisiera
pagar las obligaciones
de su amistad y nobleza,
y no tengo, sino es vos,
quien me saque de esta deuda.
Ella os ama; vos sois pobre;
su calidad y riqueza
es igual a su hermosura;
que os persüada me ruega.
Para esto vine a su casa.
No habrá consuelo que pueda
oponerse a mis pesares,
como el ver que me suceda
tal amiga en tal amante.
Pagad noble su firmeza,
y haced cortés lo que os pido,
por ser la cosa postrera.
MELCHOR:
Si eso es cierto, ausente mía,
y mis desdichas ordenan
que para afligir memorias,
hoy os gane, y hoy os pierda,
aunque lo que me mandáis
tan pesado me parezca
como el morir, pues con vos
la misma hermosura es fea;
porque sepáis los quilates
de mi amor, y en lo que precia
las leyes de vuestro gusto
el valor de mi obediencia;
digo, --¡ay Dios, y qué forzado!--
digo, en fin, que os doy promesa
de hacer lo que me mandáis
aunque sé por cosa cierta
que el casarme y el morir
será todo uno. Mas muera
en su yugo aborrecible
quien perdió vuestra belleza.
MAGDALENA:
¡Espejo de amantes sois!
Esperad, y llamaréla;
que os habéis de dar las manos,
siendo el tálamo esta reja.
¿No gustáis vos de esto?
MELCHOR:
¿Yo?
¿Qué gusto queréis que tenga,
si por el vuestro me rijo?
MAGDALENA:
No la habléis con aspereza;
decidla muchos regalos.
MELCHOR:
Podrá fingirlos la lengua,
pero el alma, es imposible.
MAGDALENA:
¿Y qué? ¿Os casaréis con ella?
MELCHOR:
Digo, señora, que sí.
MAGDALENA:
¡Ah traidor! ¡Y quién tuviera
fe en voluntades de vidrio
que al primer golpe se quiebran!
En fin, habéis confesado
al primer trato de cuerda
que basta a haceros mudable,
con ser fingida, una ausencia.
Quedaos para poco firme;
que yo haré elección mas cuerda
de quien mi firmeza iguale.
MELCHOR:
Mi bien, mi luz, mi condesa,
no os vais, esperad, oídme.
MAGDALENA:
¿Qué queréis?
MELCHOR:
Que no os ofenda
lo que imaginaba yo
que con vos de estima fuera.
Si vos me mandáis casar
con quien sé yo que estáis cierta
que por vos he aborrecido;
y puede mas la obediencia
de vuestra ley que mi gusto;
¿será razón que merezca,
cuando esperaba alabanzas,
tan mal pagadas finezas?
¿No me lo mandasteis vos?
MAGDALENA:
¿Quién mandó jamás de veras,
aunque se fuese a las Indias,
a su amante que a otra quiera?
Esperaba excusas yo
que mis ruegos convencieran,
y a amaros más me obligaran,
pintándome faltas de ella.
Creí oíros decir
que era fría, que era necia,
y que os mandara dar muerte,
antes que casar con ella.
(¡Qué esté yo de mí celosa, (-Aparte-)
y en cuanto soy la condesa,
me pese que don Melchor
ser mi esposo me prometa!
Extraña condición tengo!)
MELCHOR:
No haya más, mi airada bella.
Si os ofendí, perdon pido;
pare en paz esta pendencia.
Yo os juro por la hermosura
que en vos mi amor considera,
que no hay monstruo para mí,
como doña Magdalena.
Si aunque a Nápoles os vais,
y aunque más oro me dieran
que en las entrañas del mundo
los rayos del sol engendran,
pusiera en ella los ojos... Doña MAGDALENA habla con distinta voz, fingiendo que es doña Magdalena que llega
MAGDALENA:
¿Qué es esto? Responde con la voz que primero
¡Oh amiga! Llega;
que aquí está tu don Melchor
haciéndote mil ofensas.
Averígualas con él,
ya que llegaste a entenderlas;
que yo me voy a dormir
para que mañana pueda
madrugar a mi jornada.
MAGDALENA:
Retírase, y vuelve un momento después, para aparentar que se va la Condesa y se queda doña MAGDALENA
Quien habla mal en ausencia
de mujeres principales
sin llegar a merecerlas,
en fe de poco cortés,
cual vos, bien será que pierda,
como el crédito conmigo,
el amor de la condesa.
Sois muy limitado vos
de entendimiento, y es fuerza
que no alcancéis lo que valen
los quilates de mis prendas.
Mal juzgará de colores
un ciego, ni de bellezas
el montañés, que templado
está al gusto de una sierra.
Las de León os sazonen
el vuestro; que en esta tierra,
hilando amor tan delgado,
no alcanzáis sus sutilezas.
Vase, y cierra la ventana
VENTURA:
¡Ventanazo, vive Cristo!
Y pullas a pares echan,
sin decirnos, "Agua va."
¡Bercebú que las entienda!
Alto a casa, y quedensé
ambas a dos para hembras.
MELCHOR:
¡Hay sucesos semejantes! Salen don ALONSO, don LUIS, don JERÓNIMO, don SEBASTIÁN, y CRIADOS, con luces
ALONSO:
¿En la calle a Magdalena
que hablaba un hombre, me dices?
JERÓNIMO:
Esto es verdad. A su amo
VENTURA:
Falsas puertas
abren; acojamonós,
si no quieres que nos muelan.
SEBASTIÁN:
Aquí se están todavía.
ALONSO:
Éste es don Melchor.
JERÓNIMO:
Pues muera.
VENTURA:
Cogido nos han la calle.
Quiera Dios que por bien sea.
A don MELCHOR
ALONSO:
¿Qué ocasión puede moveros,
si no es locura, a que venga
a hablar por rejas de noche
quien de día ser pudiera
señor de esta casa misma,
si no es que afrentar intenta
a quien ronda como a dama
quien de ser su esposo deja!
MELCHOR:
¿Yo? Engañáisos si pensáis
que por doña Magdalena
rondo calles y ventanas.
ALONSO:
Pues ¿por quién?
MELCHOR:
Por la condesa,
que es mi esposa, y me mandó
que aquesta noche viniera,
y agora de aquí se aparta,
y en vuestra casa se hospeda.
ALONSO:
¿Condesa en mi casa?
MELCHOR:
Sí.
JERÓNIMO:
¿Hay locura como aquesta?
MELCHOR:
Pues ¿podréislo vos negar,
si en esta ventana mesma
acaba de hablarme agora?
ALONSO:
No excusaréis con quimeras
el agravio que a mi honor
habéis hecho.
VENTURA:
Espadas quedas,
que mi amo dice verdad,
a pagar de mi honra; y sepan
que no ha una hora que le dio
de esposa la mano tierna
la condesa del bolsillo,
y yo serví de banqueta
porque mejor se alcanzasen
estas bodas zapateras.
ALONSO:
¡Cielos! ¿Condesa en mi casa? Sale doña ÁNGELA
ÁNGELA:
Sí, señores, yo soy esa,
que con el favor de un manto,
antiyer fingí encubierta
lo que no soy, agradada
del término y gentileza
de don Melchor. Esta noche
le he dado por estas rejas
mano de esposa.
SEBASTIÁN:
¿Qué dices?
ÁNGELA:
Que no es razón que obedezca,
si es libre mi voluntad,
las bodas que tú conciertas.
MELCHOR:
¡Ay señora de mis ojos!
No en balde el alma discreta,
sin veros, hizo elección
de tan celestial presencia.
Vos sois mi querida esposa.
SEBASTIÁN:
Primero que tal consienta...
Sale doña MAGDALENA, QUIÑONES, y SANTILLANA
MAGDALENA:
Doña Ángela os ha engañado,
por más que usurparme quiera
el derecho de mi amor
porque yo soy la condesa,
si en el título fingida,
en la sustancia de veras,
a quien don Melchor adora,
y vos, quien hoy encubierta
pretendisteis engañarle,
hurtándome el nombre y señas
y para confirmación
de esto, los testigos sean
estas trenzas y bolsillo,
aqueste escudero y dueña.
SANTILLANA:
Ésta es la pura verdad
sin jota de agua. Estafeta
he sido de estos despachos.
QUIÑONES:
Doña Ángela, en vano intentas
lo que los cielos estorban.
MAGDALENA:
Y para última certeza,
esta mano os desengañe,
pues fue, idolatrando en ella,
principio de vuestro amor.
MELCHOR:
Conózcola, y con vergüenza
en ella sello mis labios.
VENTURA:
Acabemos pues, y tengan
fin alegre estos desvelos.
ALONSO:
Don Sebastián, pues lo ordena
el cielo ansí, ¿qué remedio?
SEBASTIÁN:
Tener envidia y paciencia...
LUIS:
Ya que yo no merecí
ser su esposo, pues se emplea
en mi primo, consolado
con vos, mis amores cesan.
SEBASTIÁN:
Don Jerónimo ha de ser,
Ángela, tu esposo.
ÁNGELA:
Sea,
pues no puede don Melchor.
SANTILLANA:
Y Santillana se queda
por escudero de casa.
VENTURA:
Quiñones, tus tocas vengan
a ser manteles de boda;
pondráte mi amor la mesa.
MELCHOR:
Daréos los dos mil escudos,
si os casáis.
QUIÑONES:
¡Enhorabuena!
VENTURA:
Sacaréte de pecado
cuando te saque de dueña.
MAGDALENA:
Ya, señores, no seré
la celosa de mí mesma.
MELCHOR:
Ni Tirso estará quejoso,
si os agrada esta comedia.