La de Bringas: 39

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​XXXIX
(La de Bringas)​
 de Benito Pérez Galdós
Fue, sí, el día de San Lorenzo cuando recibieron una carta que a entrambos les dejó perplejos y así como atontados ¿a quién no le sale al paso alguna vez lo maravilloso, ese elemento de vida que los antiguos representaban por apariciones de ángeles, dioses y genios? En nuestra edad lo maravilloso existe lo mismo que en las pasadas, sólo que los ángeles han variado de nombre y figura, y no entran nunca por el agujero de la llave. Lo extraordinario que a mis queridos amigos sorprendió en su soledad, fue una carta de Agustín Caballero. Uno y otro creyeron que el propio fantasma del generoso indiano se les ponía delante. Expresándose en plural, les decía que habían tomado una casa en Arcachón, y sabedores de que a Bringas y a los niños les convenía respirar aires frescos y salinos, les invitaban a pasar un mes allá. El ofrecimiento era tan cordial como explícito. La casa era muy grande, con jardín y mil comodidades, Los señores de Bringas serían hospedados a lo grande y tratados a cuerpo de rey, sin que tuvieran que hacer gasto de ninguna clase... «Amparo y yo -decía la carta en conclusión-, nos alegraremos mucho de que aceptéis».
El primer impulso de Rosalía fue de odio y despecho... ¡Atreverse a invitar a una familia honrada...!
-Eso es para darse lustre alternando con nosotros... Eso es para poder pasar por personas decentes, presentándose en nuestra compañía!... En una palabra, quieren que seamos el pabellón honrado que cubra la mercancía de contrabando... ¿No te da ira? Porque esto es una injuria.
Don Francisco estaba tan ocupado en desenredar el espantoso lío de ideas que la carta armó en su mente, que aún no había tenido tiempo de indignarse. Ella siguió rumiando su despecho, y en la tempestad de nubarrones que se desató en su cerebro, brillaban relámpagos que decían: «¡Arcachón!». En el retumbante son de esta palabra, más chic y simpática aún si era emitida por la nariz, iba como envuelto un mundo de satisfacciones elegantes. Ir a Francia, encontrar en la estación de San Sebastián o San Juan de Luz a algunas familias españolas conocidas y decirles, después de los primeros saludos: «Voy a Arcachón», era como confesarse emparentada con el padre Eterno. Al pensar esto, una bocanada de humo balsámico salía del corazón de la dama, llenaba todo su tórax y se le subía hasta la nariz, dándole un picor muy vivo y ahuecándosela considerablemente. Por fin el cerebro de Bringas, tras un laboriosísimo parto, dio a luz esta idea:
-¿Se habrán casado?...
-¡Casarse!..., no lo creas... Pues poco lo habrían cacareado... Nada, viven como los animales... Es una indecencia que nos inviten a vivir en su compañía. Pues ¿qué?..., ¿no hay ya distinciones entre las personas, no hay moralidad? ¡Creen que nosotros tenemos tan poca vergüenza como ellos...!
-¡Qué lástima que no estén casados! -murmuró el economista mirando a sus pulgares que estaban quietos uno frente a otro, como recelosos de unirse-. Porque si vivieran como Dios manda... Ya ves qué proporción. ¡Billetes gratis, casa gratis, comida gratis!...
La idea de humillarse a Amparo y ser su huésped y deberle un favor grande, sublevó el orgullo de la Pipaón...
-Tú serías capaz de aceptar -dijo-. Yo no puedo rebajarme a tanto.
-No, yo no... Es que decía... Pongo por caso -tartamudeó Bringas, más perplejo aún-. Y no tenemos motivos para asegurar que no se hayan casado.
-Cásense o no... ¿Te parece que es digno...?, esa tonta a quien hemos dado de comer las sobras de nuestra casa...
-Ay, hija mía, no te remontes, ¿quién se acuerda ya de eso? El mundo olvida pronto esas cosas. Al que tiene dinero no se le pregunta nunca si ha comido la sopa boba. Figúrate tú, en Arcachón nadie nos conocerá, ni a ellos ni a nosotros... No es que yo quiera ir. Al contrario. Le contestaré dándole las gracias...
Tal negativa puso nuevamente ante los ojos de la dama la ideal perspectiva de un viaje a aquel famoso sitio de recreo. «Arcachón». ¡Con qué música deliciosa sonaría en las visitas de otoño esta frase que, de puro aristocrática, tenía algo del crujir de la seda: «Hemos estado en Arcachón». Bastaba esta chispa para hacer estallar otra vez la tormenta en aquel ahuecado cerebro, mientras el de Bringas hervía en consideraciones económicas: «¡Pasar una temporadita en Francia sin gastar un real!...». Los dos esposos estuvieron durante largo rato contemplando y revolviendo sus propias ideas, sin comunicárselas ni cambiar una palabra. A veces se miraban en silencio. Cada cual esperaba, sin duda, que el otro dijera algo, proponiendo una fórmula de conciliación... Por la tarde se volvió a hablar del asunto; más Rosalía, henchida de soberbia, persistió en sus repugnancias y en poner a Agustín y a Amparo por los suelos... Por la noche, la ilusión del viaje ganó en su espíritu tanto terreno, que se aventuró a hacerse una pregunta inspirada en el sentido recto de las cosas: «¿Y a mí qué me importa que se casen o se dejen de casar o que ella sea como Dios quiere?». Su alma se inundaba de tolerancia; pero no quería dar su brazo a torcer ni manifestarse vencida, por lo cual esperaba que su marido cediera antes para hacerlo después ella afectando obediencia y resignación. El gran Thiers, en tanto, después de pesar en su mente las ventajas del viaje, miraba a su esposa como deseando que de ella partiese la iniciativa de conciliación. Era como cuando dos están enojados y ninguno quiere ser el primero en romper el hielo y hablar de paces.
Rosalía se acostó, segura de que Bringas, a la mañana siguiente, se mostraría inclinado a aceptar la invitación de su primo. Ya sabía ella lo que tenía que decir. Primero, mucha ira, mucha protesta de dignidad, mucha palabrería contra Amparo y Agustín, después una serie de modulaciones de transición. Ella (Rosalía) acostumbraba no hacer caso de sí propia y sacrificar su gusto al gusto de los demás... Por sus hijos estaba dispuesta a hacer todo género de sacrificios y a pasar sonrojos y humillaciones. Era evidente que Isabelita necesitaba baños de mar y Alfonsito también... Ante esta necesidad, los gustos de ella, sus escrúpulos, no tenían ningún valor. En una palabra, si Bringas opinaba que debían ir, ella cerraría los ojos y...
Pero contra lo que esperaba, el cominero no habló una palabra de viaje a la mañana siguiente. Levantose tarareando y parecía olvidado del asunto. En vano Rosalía le pinchaba, echando pestes contra los baños de los Jerónimos y quejándose de un calor mortífero. Él no decía más sino:
-Para lo que queda ya... Desde el 15 empezará a refrescar.
Con esto se desesperaba Rosalía.
Aguardó hasta la tarde, impaciente y llena de ansiedad, y viendo que el ratoncito Pérez no mentaba para nada al tal Arcachón, aventurose a decir:
-Pero en fin, ¿qué contestas a Agustín? Yo te diré que por mi parte, aunque me repugna vivir con esa gente..., ya ves, por los niños...
-¡Qué niños ni qué ocho cuartos! Están muy buenos... -exclamó Bringas agitando el sombrero de paja, como si fuera a dar un viva-. Si los baños del Manzanares son los mejores del mundo... Mira qué colores ha echado la niña. Alfonsito parece un roble... Cada vez me río más de los tontos que se van fuera... Y no creas, anoche he estado pensando en eso... Digan lo que quieran, siempre hay gastos. Tendríamos billetes gratis hasta la frontera; ¿pero de la frontera para allá?
-Si no son más que doscientos treinta kilómetros -dijo con gran espontaneidad Rosalía, que había alimentado su ilusión leyendo la Guía de ferrocarriles.
-Sean pocos o muchos, esos kilómetros nos habrían de salir caros. Además, ¿cómo ir sin llevarles un regalo? ¿Te parece bien entrar en su casa con las manos vacías?... Luego, otros gastos... Resueltamente no vamos. Desde el 15 ya refresca. Observa cómo van achicando los días. Anoche ya la temperatura fue más suave... No nos movamos, hija, que bien nos va en Madrid.
Oyó esto Rosalía con vivo enojo; pero su misma soberbia le vedaba contradecirlo. Callose; y en el pecho le hacían revoltijos las culebrillas de su ilusión desvanecida. Ya se había acostumbrado a la idea de encontrar a las amigas en la estación de San Sebastián y darles con Arcachón en los hocicos, de poner en sus cartas la data de Arcachón, y por fin, de Arcachonizarse para todo el otoño e invierno próximos.
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