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La de San Quintín: 32

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Escena XVII

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Dichos; CANSECO, por el foro; luego DON CÉSAR.


CANSECO.- Mi señor patriarca... Sr. D. Víctor...

DON JOSÉ.- (Reparando en el documento que CANSECO saca del bolsillo.) ¿Es el acta?

CANSECO.- Sí señor. (Se la entrega.)

DON JOSÉ.- (Llamando por la derecha.) César... hijo mío.

DON CÉSAR.- (Que sale por la derecha, expresando en su rostro confusión y cólera, que difícilmente puede contener. VÍCTOR y CANSECO le contemplan aterrados.) ¿Qué quiero usted, padre?

DON JOSÉ.- (A DON CÉSAR, dándole el documento.) Entérate. (DON CÉSAR le echa la zarpa y lo arruga convulsivamente.) ¿Qué haces?

DON CÉSAR.- Lo que debo. (Rompe el papel y arroja los pedazos.)

DON JOSÉ.- (Atónito.) ¿Pero hijo, qué es eso?

DON CÉSAR.- ¡Destruir, aniquilar...! ¡Oh, no, necio de mí! Fácilmente rasgo este papel... pero aquel oprobio, aquel engaño en que viví, ¿cómo romperlos y reducirlos a la nada? ¿Quién destruye el tiempo, quién los hechos aleves, la superchería infame, mi obcecación estúpida? (Aterrado mirando a VÍCTOR que continúa a la izquierda del proscenio en expectación dolorosa y muda, y sin entender lo que ocurre.) ¡Ah... ahí está... ese fraude vivo, mi error de tantos años... Su persona, que hasta hace poco me era grata, ahora me abochorna, me aterra!

VÍCTOR.- (¡Dios! ¿Qué dice?).

DON JOSÉ.- Hijo mío, tú deliras.

DON CÉSAR.- (Con desvarío, los ojos espantados.) Eso quisiera... delirar... soñar. Pero no, no. Ni aun me queda el consuelo de dudarlo.

DON JOSÉ.- ¿Qué?

DON CÉSAR.- (Aparte a DON JOSÉ en voz baja y lúgubre.) Es la propia evidencia, padre, la verdad viva. Es su letra, su fina escritura, bonita y pérfida; es ella misma, que sale del sepulcro, para revelarme su infame impostura.

VÍCTOR.- (Comprendiendo por la actitud de DON CÉSAR que pasa algo muy grave; pero sin entender lo que es.) ¿Qué misterio es este? (A CANSECO que se aproxima.) ¿Le habrán dicho algo de mí? Calumnia tal vez...

CANSECO.- (Confuso.) No sé...

VÍCTOR.- (Dando dos o tres pasos hacia DON CÉSAR.) Señor...

DON CÉSAR.- (Con terror.) No, te acerques a mí.

DON JOSÉ.- Víctor, ¿has dado algún disgusto a tu padre?