La declaración indagatoria
Encerrados estaban en prisiones contiguas dos ladrones lugareños que habian robado á un caminante. El mas despejado, marrajon y machucho, habla retenido para si una soberbia yegua, mientras el otro, ladrón pacato, novel y de cortos alcances, se habia contentado con una escopeta de dos cañones. La declaración del primero se oia perfectamente desde la prisión del segundo, no solo por la proximidad, sino porque levantaba la voz el declarante para que su compañero aprendiera á defenderse. Hé aquí en estracto su declaración.
— ¿De quién es la yegua que se ha encontrado en su poder?
— Mia.
— ¿A quién la ha comprado V.?
— A nadie.
— ¿Quién se la ha regalado?
— Ninguno.
— Entonces, ¿cómo esplica V. esa propiedad y ese dominio que tiene sobre ella?
— Yo le diré á V., señor juez, hace tres años que al volver de la feria la encontré en un bosque recien nacida, abandonada y medio muerta, la recogí y la he ido recriando en mi casa hasta que se ha hecho yegua.
— ¡Qué despejado es mi amigo! dijo el de la escopeta, ¡vaya un modo de salvarse!
El señor juez cerró la declaración y se trasladó al aposento contiguo. — ¿De quién es la escopeta encontrada en su poder? precintó al segundo preso,
— Toma, de quién ha de ser, mia.
— Y eso, ¿cómo puede ser?
— Siendo.
— ¡A quién la ha comprado V.?
— A naide.
— ¿Quién se la ha regalado?
— Denguno, usía.
— Vamos, esplíquese V., diga cómo la ha adquirido.
— Yo diré á su mercé: volviendo de la feria me la encontré pequeñita, recien nacida, una pistolilla, un cachorrillo, así como el dedo pulgar, y á fuerza de cuidiaos, la he ido recriando, recriando, hasta que se ha hecho escopeta de dos cañones.