La devoción de la Cruz/Acto III

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La devoción de la Cruz
de Pedro Calderón de la Barca
Acto III

Acto III

Sale GIL con muchas cruces, y una muy grande al pecho.
GIL

Por leña a este monte voy,
que Menga me lo ha mandado,
y para ir seguro he hallado
una brava invención hoy.
Que de la cruz diz que es
devoto Eusebio, y así
he salido armado aquí
de la cabeza a los pies.
Dicho y hecho. ¡Él es, pardiez!;
no topo, lleno de miedo,
donde estar seguro puedo;
sin alma quedo. Esta vez
no me ha visto; yo quisiera
esconderme hacia este lado
mientras pasa; yo he tomado
por guarda una cambronera
para esconderme. ¡No es nada!
Tanta púa es la más chica.
¡Pléguete Cristo!, más pica
que perder una trocada,
más que sentir un desprecio
de una dama Fierabrás,
que a todos admite, y más
que tener celos de un necio.

(Sale EUSEBIO.)
EUSEBIO

No sé dónde podré ir,
larga vida un triste tiene,
que nunca la muerte viene
a quien le cansa el vivir.
Julia, yo me vi en tus brazos,
cuando tan dichoso era,
que de tus brazos pudiera
hacer amor nuevos lazos.
Sin gozar al fin dejé
la gloria que no tenía;
mas no fue la causa mía,
causa más secreta fue,
pues teniendo mi albedrío,
superior efeto ha hecho
que yo respete en tu pecho
la cruz que tengo en el mío.
Y pues con ella los dos,
¡ay Julia!, habemos nacido,
secreto misterio ha sido,
que lo entiende solo Dios.

GIL

[Aparte.]
Mucho pica, ya no puedo
más sufrillo.

EUSEBIO

Entre estos ramos
hay gente. ¿Quién va?

GIL

[Aparte.]
Aquí echamos
a perder todo el enredo.

EUSEBIO

[Aparte.]
Un hombre a un árbol atado,
y una cruz al cuello tiene;
cumplir mi voto conviene
en el suelo arrodillado.

GIL

¿A quién, Eusebio, enderezas
la oración, o de qué tratas?
Si me adoras, ¿qué me atas?
Si me atas, ¿qué me rezas?

EUSEBIO

¿Quién es?

GIL

¿A Gil no conoces?
Desde que con el recado
aquí me dejaste atado,
no han aprovechado voces,
para que alguien, (¡qué rigor!)
me llegase a desatar.

EUSEBIO

Pues no es aqueste el lugar
donde te dejé.

GIL

Señor,
es verdad; mas yo, que vi
que nadie llegaba, he andado
de árbol en árbol atado
hasta haber llegado aquí.
Aquesta la causa fue
de suceso tan extraño.

(Desátale.)


EUSEBIO

([Aparte.]
Este es simple, y de mi daño
cualquier suceso sabré.)
Gil, yo te tengo afición,
desde que otra vez hablamos,
y aquí quiero que seamos
amigos.

GIL

Tiene razón,
y quisiera, pues nos vemos
tan amigos, no ir allá,
sino andarme por acá,
pues aquí todos seremos
buñuleros, que diz que es
holgada vida, y no andar
todo el año a trabajar.

EUSEBIO

Quédate conmigo, pues.

(Sale RICARDO y bandoleros, y traen a JULIA vestida de hombre, y cubierto el rostro.)
RICARDO

En lo bajo del camino,
que esta montaña atraviesa,
ahora hicimos una presa,
que según es, imagino,
que te dé gusto.

EUSEBIO

Está bien;
luego della trataremos.
Sabe agora que tenemos
un nuevo soldado.

RICARDO

¿Quién?

GIL

Gil, ¿no me ve?

EUSEBIO

Este villano,
aunque le veis inocente,
conoce notablemente
desta tierra monte y llano,
y en él será nuestra guía.
Fuera desto al campo irá
del enemigo, y será
en él mi perdida espía.
Arcabuz le podéis dar,
y un vestido.

CELIO

Ya está aquí.

GIL

Tengan lástima de mí,
que me quedo a bandolear.

EUSEBIO

¿Quién es ese gentilhombre,
que el rostro encubre?

RICARDO

No ha sido
posible que haya querido
decir la patria y el nombre,
porque al capitán no más
dice que lo ha de decir.

EUSEBIO

Bien te puedes descubrir,
pues ya en mi presencia estás.

JULIA

¿El capitán sois?

EUSEBIO

Sí.

JULIA

¡Ay Dios!

EUSEBIO

Dime quién eres y a qué
veniste.

JULIA

Yo lo diré
estando solos los dos.

EUSEBIO

Retiraos todos un poco.
(Vanse.)
Ya estás a solas conmigo;
solos árboles y flores,
pueden ser mudos testigos
de tus voces; quita el velo
con que cubierto has traído
el rostro, y dime, ¿quién eres?
¿Dónde vas? ¿Qué has pretendido?
Habla.

JULIA

Porque de una vez
sepas a lo que he venido,
y quién soy, saca la espada,
pues desta manera digo,
que soy quien viene a matarte.

EUSEBIO

Con la defensa resisto
tu osadía y mi temor,
porque mayor había sido
de la acción que de la voz.

JULIA

Riñe, cobarde, conmigo,
y verás que con tu muerte
vida y confusión te quito.

EUSEBIO

Yo, por defenderme, más
que por ofenderte, riño,
que ya tu vida me importa,
que si en este desafío
te mato, no sé porqué,
y si me matas lo mismo.
Descúbrete agora pues,
si te agrada.

JULIA

Bien has dicho,
porque en venganzas de honor,
si no es que conste el castigo
al que fue ofensor, no queda
satisfecho el ofendido.
(Descúbrese.)
¿Conócesme? ¿Qué te espantas?
¿Qué me miras?

EUSEBIO

Que rendido
a la verdad y a la duda
en confusos desvaríos,
me espanto de lo que veo,
me asombro de lo que miro.

JULIA

Ya me has visto.

EUSEBIO

Sí, y de verte
mi confusión ha crecido
tanto, que si antes de agora
alterados mis sentidos,
desearon verte, ya
desengañados, lo mismo
que dieran antes por verte,
dieran por no haberte visto.
¿Tú, Julia, tú en este monte?
¿Tú con profano vestido,
dos veces violento en ti?
¿Cómo sola aquí has venido?
¿Qué es esto?

JULIA

Desprecios tuyos
y desengaños míos.
Y porque veas que es flecha
disparada, ardiente tiro,
veloz rayo, una mujer
que corre tras su apetito.
No solo me han dado gusto
los pecados cometidos
hasta agora, mas también
me la dan si los repito.
Salí del convento, fui
al monte, y porque me dijo
un pastor que mal guiada
iba por aquel camino,
neciamente temerosa,
por evitar mi peligro
le aseguré y le di muerte,
siendo instrumento un cuchillo
que en la petrina traía.
Con este, que fue ministro
de la muerte, a un caminante
que cortésmente previno
en las ancas de un caballo
a tanto cansancio alivio,
a la vista de una aldea,
porque entrar en ella quiso,
huyendo al poblado paga
con la muerte el beneficio.

JULIA

Tres días fueron, y noches
los que aquel desierto me hizo
mesa de silvestres plantas,
lechos de peñascos fríos.
Llegué a una pobre cabaña,
a cuyo techo pajizo
juzgué pabellón dorado
en la paz de mis sentidos.
Liberal huéspeda fue
una serrana conmigo,
compitiendo en los deseos
con el pastor, su marido.
A la hambre y al cansancio
dejé en su albergue vencidos
con buena mesa; aunque pobre,
manjar; aunque humilde, limpio.
Pero al despedirme dellos,
habiendo antes prevenido,
que al buscarme no pudiesen
decir: «Nosotros la vimos»;
al cortés pastor, que al monte
salió a enseñarme el camino,
maté, y entré donde luego
hago en su mujer lo mismo.
Mas considerando entonces,
que en este vestido mío
mi pesquisidor llevaba,
mudármele determino.

JULIA

Al fin, pues, por varios casos,
con las armas y el vestido
de un cazador, cuyo sueño,
no imagen, trasunto vivo
fue de la muerte, llegué
aquí venciendo peligros,
despreciando inconvenientes,
y atropellando desinios.

EUSEBIO

Con tanto asombro te escucho,
con tanto temor te miro,
que eres al oído encanto,
si a la vista basilisco.
Julia, yo no te desprecio;
pero temo los peligros
con que el cielo me amenaza,
yo por eso me retiro.
Vuélvete tú a tu convento,
que yo temeroso vivo
de esa cruz tanto, que huyo
de ti. Mas, ¿de qué es este ruido?

(Salen los bandoleros.)


RICARDO

Prevén, señor, la defensa,
que, apartados del camino,
al monte Curcio y su gente
en busca tuya han salido.
De todas esas aldeas,
tanto el número han crecido,
que han venido contra ti,
viejos, mujeres y niños,
diciendo que han de vengar
en tu sangre la de un hijo
muerto a tus manos, y juran
de llevarte por castigo,
o por venganza de tantos,
preso a Sena, muerto o vivo.

EUSEBIO

Julia, después hablaremos.
Cubre el rostro y ven conmigo,
que no es bien que en poder quedes
de tu padre, tu enemigo.
Soldados, este es el día
de mostrar aliento y brío.
Porque ninguno desmaye,
considere que atrevidos
vienen a darnos la muerte,
o prendernos, que es lo mismo;
y si no, en pública cárcel
de desdichas perseguidos,
y sin honra, nos veremos;
pues si esto hemos conocido,
por la vida y por la honra,
¿quién temió el mayor peligro?
No piensen que los tememos,
salgamos a recibillos,
que siempre está la fortuna
de parte del atrevido.

RICARDO

No hay que salir, que ya llegan
a nosotros.

EUSEBIO

Preveníos,
y ninguno sea cobarde,
que, ¡vive el cielo!, si miro
huir alguno o retirarse,
que he de ensangrentar los filos
de aqueste acero en su pecho
primero que en mi enemigo.

CURCIO

(Dentro.)
En lo encubierto del monte
al traidor de Eusebio he visto,
y para inútil defensa
hace murallas sus riscos.

OTRO

(Dentro.)
Ya entre las espesas ramas
desde aquí los descubrimos.

JULIA

¡A ellos!

EUSEBIO

Esperad, villanos,
que, ¡vive Dios!, que teñidos
con vuestra sangre los campos
han de ser ondosos ríos.

RICARDO

De los cobardes villanos
es el número excesivo.

CURCIO

(Dentro.)
¿Adónde, Eusebio, te escondes?

EUSEBIO

No escondo, que ya te sigo.

(Ruido dentro, y sale JULIA.)
JULIA

Del monte que yo he buscado,
apenas las yerbas piso,
cuando horribles voces oigo,
marciales campañas miro.
De la pólvora los ecos,
y del acero los filos,
unos ofenden la vista,
y otros turban el oído.
Mas ¿qué es aquello que veo?
Desbaratado y vencido
todo el escuadrón de Eusebio
le deja ya el enemigo.
Quiero volver a juntar
toda la gente que ha habido
de Eusebio, y volver a dalles
favor, que si los animo,
seré en su defensa asombro
del mundo, seré cuchillo
de la parca, estrago fiero
de sus vidas, vengativo
espanto de los futuros
y admiración de los siglos.

(Vase y sale GIL de bandolero.)
GIL

Por estar seguro, apenas
fui bandolero novicio,
cuando por ser bandolero
me veo en tanto peligro.
Cuando yo era labrador
eran ellos los vencidos,
y hoy, porque soy de la carda,
va sucediendo lo mismo.
Sin ser avariento traigo
la desventura conmigo,
pues tan desgraciado soy,
que mil veces imagino
que, a ser yo judío, fueran
desgraciados los judíos.

(Salen MENGA y BLAS, y otros villanos.)
MENGA

¡A ellos, que van huyendo!

BLAS

No ha de quedar uno vivo
tan solamente.

MENGA

Hacia aquí
uno dellos se ha escondido.

BLAS

Muera este ladrón.

GIL

Mirad,
que yo soy.

MENGA

Ya nos ha dicho
el traje que es bandolero.

GIL

El traje les ha mentido
como muy grande bellaco.

MENGA

Dale tú.

BLAS

Pégale, digo.

GIL

Bien dado estoy y pegado.
Advertid...

MENGA

No hay que advertirnos.
Bandolero sois.

GIL

Mirad,
que soy Gil, voto a Cristo.

MENGA

¿Pues no hablaras antes, Gil?

BLAS

Pues, Gil, ¿no lo hubieras dicho?

GIL

¿Qué más antes, si el yo soy
os dije desde el principio?

MENGA

¿Qué haces aquí?

GIL

¿No lo ves?
Ofendo a Dios en el quinto:
mato solo, más que juntos
un médico y un estío.

MENGA

¿Qué traje es este?

GIL

Es el diablo.
Maté a uno y su vestido
me puse.

MENGA

¿Pues cómo, di,
no está de sangre teñido
si le mataste?

GIL

Eso es fácil:
murió de miedo; esta ha sido
la causa.

MENGA

Ven con nosotros,
que vitoriosos seguimos
los bandoleros, que agora
cobardes nos han hüido.

GIL

No más vestido, aunque vaya
titiritando de frío.

(Vanse, y salen EUSEBIO y CURCIO peleando.)
CURCIO

Ya estamos solos los dos,
gracias al cielo, que quiso
dar la venganza a mi mano
hoy, sin haber remitido
a las ajenas mi agravio,
ni tu muerte a ajenos filos.

EUSEBIO

No ha sido en esta ocasión
airado el cielo conmigo,
Curcio, en haberte topado,
porque si tu pecho vino
ofendido, volverá
castigado y ofendido.
Aunque no sé qué respeto
has puesto en mí, que he temido
más tu enojo que tu acero,
y aunque pudieran tus bríos
darme temor, solo temo,
cuando aquesas canas miro,
que me hacen cobarde.

CURCIO

Eusebio,
yo confieso que has podido
templar en mí de la ira
con que agraviado te miro,
gran parte; pero no quiero
que pienses inadvertido
que te dan temor mis canas,
cuando puede el valor mío.
Vuelve a reñir, que una estrella
o algún favorable signo
no es bastante a que yo pierda
la venganza que consigo.
Vuelve a reñir.

EUSEBIO

¿Yo temor?
Neciamente has presumido
que es temor lo que es respeto,
aunque, si verdad te digo,
la vitoria que deseo
es, a tus plantas rendido,
pedirte perdón, y a ellas
pongo la espada que ha sido
temor de tantos.

CURCIO

Eusebio,
no has de pensar que me animo
a matarte con ventaja.
Esta es mi espada.
([Aparte.]
Así quito
la ocasión de darle muerte.)
Ven a los brazos conmigo.

(Abrázanse y luchan.)


EUSEBIO

No sé qué efeto has hecho
en mí, que el corazón dentro el pecho,
a pesar de venganzas y de enojos,
en lágrimas se asoma por los ojos,
y en confusión tan fuerte,
quisiera, por vengarte, darme muerte.
Véngate en mí, tendida
a tus plantas, señor, está mi vida.

CURCIO

El acero de un noble, aunque ofendido,
no se mancha en la sangre de un tendido,
que quita grande parte de la gloria
el que con sangre borra la vitoria.

[VOCES]

(Dentro.)
Hacia aquí están.

CURCIO

Mi gente vitoriosa
viene a buscarme, cuando temerosa
la tuya vuelve huyendo.
Darte vida pretendo;
escóndete, que en vano
defenderé el enojo vengativo
de un escuadrón villano;
y solo tú imposible es quedar vivo.

EUSEBIO

Yo, Curcio, nunca huyo
de otro poder, aunque he temido el tuyo,
que si mi mano aquesta espada cobra,
verás cuánto valor en ti me falta,
que en tu gente me sobra.

(Salen todos.)
OCTAVIO

Desde el más hondo valle a la más alta
cumbre de aqueste monte, no ha quedado
vivo ninguno, solo se ha escapado
Eusebio, porque huyendo aquesta tarde...

EUSEBIO

Mientes, que Eusebio nunca fue cobarde.

TODOS

¿Aquí está Eusebio? ¡Muera!

EUSEBIO

¡Llegad, villanos!

CURCIO

¡Tente, Octavio, espera!

OCTAVIO

¿Pues tú, señor, que habías
de animarnos, agora desconfías?

BLAS

¿A un hombre amparas, que en tu sangre y honra
introdujo el acero y la deshonra?

GIL

¿A un hombre que, atrevido,
toda aquesta montaña ha destruido?
Y a quien en el aldea no ha dejado
melón, doncella que no haya catado,
a quien tantos ha muerto,
¿cómo así le defiendes?

OCTAVIO

¿Qué es, señor, lo que dices? ¿Qué pretendes?

CURCIO

Esperad, escuchad, (¡triste suceso!);
¿cuánto es mejor que a Sena vaya preso?
Date a prisión, Eusebio, que prometo,
y como noble juro, de ampararte,
siendo abogado tuyo, aunque soy parte.

EUSEBIO

Como a Curcio no más, yo me rindiera;
mas como a juez no puedo,
porque aquel es respeto, y esto es miedo.

OCTAVIO

¡Muera Eusebio!

CURCIO

Advertid...

OCTAVIO

¿Pues qué? ¿Tú quieres
defenderle? ¿A la patria traidor eres?

CURCIO

¿Yo traidor? Pues me agravias desta suerte,
perdona, Eusebio, porque yo el primero
tengo de ser en darte triste muerte.

EUSEBIO

Quítate de delante,
señor, porque tu vista no me espante,
que viéndote, no dudo
que te tenga tu gente por escudo.

(Vanse peleando adentro.)
CURCIO

Apretándole van, ¡oh quien pudiera
darte agora la vida,
Eusebio, aunque la suya misma diera!
En el monte se ha entrado,
por mil partes herido;
retirándose va ya despeñado
al valle. Voy volando,
que aquella sangre fría,
que con tímida voz me está llamando,
algo tiene de mía;
que sangre que no fuera
propia, ni me llamara, ni la oyera.

(Vase CURCIO, y baja despeñado EUSEBIO.)
EUSEBIO

Cuando, de la vida incierto,
me despeña la más alta
cumbre, veo que me falta
tierra donde caiga muerto;
pero si mi culpa advierto,
al alma reconocida,
no el ver la vida perdida
me atormenta, sino el ver
cómo ha de satisfacer
tantas culpas una vida.
Ya me vuelve a perseguir
este escuadrón vengativo,
pues no puedo quedar vivo,
he de matar o morir,
aunque mejor será ir
donde al cielo perdón pida;
pero mis pasos impida
la cruz, porque desta suerte
ellos me den breve muerte
y ella me dé eterna

EUSEBIO

Árbol donde el cielo quiso
dar el fruto verdadero
contra el bocado primero,
flor del nuevo paraíso,
arco de luz cuyo aviso
en piélago más profundo
la paz publicó del mundo;
planta hermosa, fértil vid,
arpa del nuevo David,
tabla del Moisés segura:
pecador soy, tus favores
pido por justicia yo,
pues Dios en ti padeció
solo por los pecadores.
A mí me debes tus loores,
que por mí solo muriera
Dios si más mundo no hubiera;
luego eres tú, cruz, por mí,
que Dios no muriera en ti,
si yo pecador no fuera.
Mi natural devoción
siempre os pido con fe tanta,
no permitieseis, cruz santa,
muriese sin confesión.
No seré el primer ladrón,
que en vós se confiese a Dios.

EUSEBIO

Y pues que ya somos dos,
y yo no le he de negar,
tampoco me ha de faltar
redención que se obró en vós.
Lisardo, cuando en mis brazos
pude ofendido matarte,
lugar di de confesarte,
antes que en tan breves plazos
se desatasen los lazos
mortales. Y agora advierto
en aquel viejo, aunque muerto:
piedad de los dos aguardo.
¡Mira que muero, Lisardo;
mira que te llamo, Alberto!

(Sale CURCIO.)
CURCIO

Hacia aquesta parte está.

EUSEBIO

Si es que venís a matarme,
muy poco haréis en quitarme
vida que no tengo ya.

CURCIO

¿Qué bronce no ablandará
tanta sangre derramada?
Eusebio, rinde la espada.

EUSEBIO

¿A quién?

CURCIO

A Curcio.

EUSEBIO

Esta es.
Y yo también a tus pies,
de aquella ofensa pasada,
te pido perdón. No puedo
hablar más, porque una herida
quita el aliento a la vida,
cubriendo de horror y miedo
el alma.

CURCIO

Confuso quedo.
¿Será en ella de provecho
remedio humano?

EUSEBIO

Sospecho
que la mejor medicina
para el alma es la divina.

CURCIO

¿Dónde es la herida?

EUSEBIO

En el pecho.

CURCIO

Déjame poner en ella
la mano, a ver si resiste
el aliento. ¡Ay de mí, triste!
¿Qué señal divina y bella
es esta, que al conocella
toda el alma se turbó?

EUSEBIO

Son las armas que me dio
esta cruz, a cuyo pie
nací, porque más no sé
de mi nacimiento yo.
Mi padre, que no señalo,
aun la cuna me negó,
que sin duda imaginó,
que había de ser tan malo.
Aquí nací.

CURCIO

Y aquí igualo
el dolor con el contento,
con el gusto el sentimiento,
efetos de un hado impío
y agradable. ¡Ay, hijo mío!,
pena y gloria en verte siento.
Tú eres, Eusebio, mi hijo,
si tantas señas advierto,
que para llorarte muerto
que justamente me aflijo,
de tus razones colijo
lo que el alma adivinó.
Tu madre aquí te dejó
en el lugar que te he hallado:
donde cometí el pecado
el cielo me castigó.
Y aqueste lugar previene
información de mi error;
¿pero cuál seña mayor
que aquesta cruz, que conviene
con otra que Julia tiene?
Que no sin misterio el cielo
os señaló, porque al suelo
fuerais prodigio los dos.

EUSEBIO

No puedo hablar, padre ¡adiós!
porque ya de un mortal velo
se cubre el cuerpo y la muerte
niega, pasando veloz,
para responderte voz,
vida para conocerte
y alma para obedecerte.
Ya llega el golpe más fuerte,
ya llega el trance más cierto.
¡Alberto!

CURCIO

¡Que llore muerto
a quien aborrecí vivo!...

EUSEBIO

¡Ven, Alberto!

CURCIO

¡Oh, trance esquivo!
¡Guerra injusta!

EUSEBIO

Alberto, Alberto.

(Muere.)


CURCIO

Ya el golpe más violento
rindió el último aliento;
paguen mis blancas canas
tanto dolor.

(Tírase de las barbas y sale BLAS.)
BLAS

Ya son tus quejas vanas.
¿Cuándo puso inconstante la fortuna
en tu valor extremos?

CURCIO

En ninguna
llegó el rigor a tanto.
Aneguen mis enojos
este monte con llanto,
puesto que es fuego el llanto de mis ojos.
¡Oh triste estrella! ¡Oh rigurosa suerte!
¡Oh atrevido dolor!

(Sale OCTAVIO.)
OCTAVIO

Hoy, Curcio, advierte
la fortuna en los males de tu estado,
cuantos puede sufrir un desdichado.
El cielo sabe cuánto hablarte siento.

CURCIO

¿Qué ha sido?

OCTAVIO

Julia falta del convento.

CURCIO

El mismo pensamiento, di, ¿pudiera
con el discurso hallar pena tan fiera,
que [es] mi desdicha airada,
sucedida, mayor que imaginada?
Este cadáver frío,
este que ves, Octavio, es hijo mío;
mira si basta en confusión tan fuerte,
cualquiera pena destas a una muerte.
Dadme paciencia, ¡cielos!,
o quitadme la vida
agora perseguida
de tormentos tan fieros.

(Sale GIL.)
GIL

¡Señor!

CURCIO

¿Hay más dolor?

GIL

Los bandoleros
que huyeron castigados,
en busca tuya vuelven animados
de un demonio de hombre,
que encubre dellos mismos rostro y nombre.

CURCIO

Agora que mis penas fueron tales,
que son lisonjas los mayores males.
El cuerpo se retire lastimoso
de Eusebio, en tanto que un sepulcro honroso,
vuelto en cenizas, ve mi desventura.

TIRSO

Pues ¿cómo piensas darle sepultura
tú en lugar sagrado
a un hombre que murió descomulgado?

BLAS

Quien desta suerte ha muerto,
digno sepulcro sea este desierto.

CURCIO

¡Oh villana venganza!
¿Tanto poder en ti la ofensa alcanza,
que pasas desta suerte
los últimos umbrales de la muerte?

(Vase CURCIO.)


BLAS

Sea en penas tan graves,
su sepulcro las fieras y las aves.

OTRO

Del monte despeñado
caiga por más rigor despedazado.

TIRSO

Mejor es darle agora
rústica sepultura entre estos ramos,
pues ya la noche baja
envuelta en esa lóbrega mortaja,
aquí en el monte, Gil, con él te queda,
porque sola tu voz avisar pueda,
si algunas gentes vienen
de las que huyeron.

(Vanse.)
GIL

¡Linda flema tienen!
A Eusebio han enterrado
allí, y a mí aquí solo me han dejado.
Señor Eusebio, acuérdese, le digo,
que un tiempo fui su amigo.
Mas ¿qué es esto? O me engaña mi deseo
o mil personas a esta parte veo.

(Sale ALBERTO.)
ALBERTO

Viniendo agora de Roma,
en la muda suspensión
de la noche, en este monte
perdido otra vez estoy.
Aquesta es la parte adonde
la vida Eusebio me dio,
y de sus soldados temo
que en grande peligro estoy.

EUSEBIO

¡Alberto!

ALBERTO

¿Qué aliento es este
de una temerosa voz
que repitiendo mi nombre
en mis oídos sonó?

EUSEBIO

¡Alberto!

ALBERTO

Otra vez pronuncia
mi nombre, y me pareció
que es a esta parte; yo quiero
ir llegando.

GIL

¡Santo Dios!
Eusebio es, y ya es mi miedo
de los miedos el mayor.

EUSEBIO

¡Alberto!

ALBERTO

Más cerca suena.
Voz que discurres veloz
el viento y mi nombre dices,
¿quién eres?

EUSEBIO

Eusebio soy;
llega, Alberto, hacia esta parte,
adonde enterrado estoy;
llega y levanta estos ramos.
No temas.

ALBERTO

No temo yo.

GIL

Yo sí.

(Descúbrele.)


ALBERTO

Ya estás descubierto.
Dime, de parte de Dios,
¿qué me quieres?

EUSEBIO

De su parte,
mi fe, Alberto, te llamó
para que antes de morir
me oyeses de confesión.
Rato ha que hubiera muerto;
pero libre se quedó
del espíritu el cadáver,
que de la muerte el feroz
golpe le privó del uso,
pero no le dividió.
(Levántase.)
Ven adonde mis pecados
confiese, Alberto, que son
más que del mar las arenas,
y los átomos del sol.
¡Tanto con el cielo puede
de la cruz la devoción!

ALBERTO

Pues yo cuantas penitencias
hice hasta agora te doy,
para que en tu culpa sirvan
de alguna satisfación.

(Vanse, y salen por otra puerta JULIA, y bandoleros.)
GIL

¡Por Dios, que va por su pie!
Y para verlo mejor,
el sol descubre sus rayos.
A decirlo a todos voy.

JULIA

Agora que descuidados
la vitoria los dejó
entre los brazos del sueño,
nos dan bastante ocasión.

OCTAVIO

Si has de salirlos al paso,
por esta parte es mejor,
que ellos vienen por aquí.

(Salen todos y CURCIO.)
CURCIO

Sin duda que inmortal soy
en los males que me matan,
pues no me ha muerto el dolor.

GIL

A todas partes hay gente;
sepan todos de mi voz
el más admirable caso
que jamás el mundo vio.
De donde enterrado estaba
Eusebio, se levantó,
llamando un clérigo a voces.
Mas ¿para qué os cuento yo
lo que todos podéis ver?
Mirad con la devoción
que está puesto de rodillas.

(Descúbrese de rodillas, y ALBERTO confesándole.)
CURCIO

¡Mi hijo es, divino Dios!
¿Qué maravillas son estas?

JULIA

¿Quién vio prodigio mayor?

CURCIO

Así como el santo viejo
hizo de la absolución
la forma, segunda vez
muerto a sus plantas cayó.

ALBERTO

Entre sus grandezas tantas,
sepa el mundo la mayor
maravilla de las suyas,
porque la ensalce mi voz.
Eusebio, después de muerto,
el cielo depositó
su espíritu en su cadáver
hasta que se confesó,
que tanto con Dios alcanza
de la cruz la devoción.

CURCIO

¡Ay, hijo del alma mía!
No fue desdichado, no,
quien en su trágica muerte
tantas glorias mereció.
¡Así Julia conociera
sus culpas!

JULIA

¡Válgame Dios!
¿Qué es lo que estoy escuchando?
¿Qué prodigio es este? ¿Yo
soy la que a Eusebio pretende,
y hermana de Eusebio soy?
Pues sepan Curcio y el mundo,
y sepan ya todos hoy
mis graves culpas: yo misma,
asombrada de mi error,
daré voces; sepan todos
cuantos hoy viven que yo
soy Julia, en número infame
de las malas la peor.
Mas ya que ha sido común
mi pecado, desde hoy
lo será mi penitencia;
y pidiéndole perdón
al mundo del mal ejemplo,
de la mala vida a Dios.

CURCIO

¡Oh asombro de las maldades!
Con mis propias manos hoy
te mataré, porque sean
tu vida y tu muerte atroz.

JULIA

Valedme voz, cruz divina,
que yo mi palabra os doy
de volverme a mi convento
y hacer nueva vida. ¡Adiós!

(Vase JULIA a lo alto, asida de la cruz que está en el sepulcro de EUSEBIO.)
ALBERTO

¡Gran milagro!

CURCIO

Y con el fin
de tan grande admiración,
la devoción de la Cruz
da felice fin su autor.