La devoción de la CruzLa devoción de la CruzPedro Calderón de la BarcaActo II
Acto II
Ruido de arcabuces, salen RICARDO, CELIO y EUSEBIO de bandoleros con arcabuces.
RICARDO
Pasó el plomo ardiente
el pecho.
CELIO
Y hace el golpe más violento,
que con su sangre la tragedia imprima
en tierna flor.
EUSEBIO
Ponle una cruz encima,
y perdónele Dios.
RICARDO
Las devociones
nunca faltan del todo a los ladrones.
(Vase RICARDO.)
EUSEBIO
Y pues mis hados fïeros
me traen a capitán de bandoleros,
llegarán mis delitos
a ser, como mis penas, infinitos.
Como si diera muerte
a Lisardo a traición, de aquesta suerte
mi patria me persigue,
porque su furia y mi despecho obligue
a que guarde una vida,
siendo de tantas bárbaro homicida.
Mi hacienda me han quitado,
mis villas confiscado,
y a tanto rigor llegan,
que el sustento me niegan;
y pues le he de buscar desesperado,
no toque pasajero
el término del monte, si primero
no rinde hacienda y vida.
(Salen con ALBERTO, viejo.)
RICARDO
Llegando a ver la boca de la herida,
escucha, capitán, el más extraño
suceso.
EUSEBIO
Ya deseo el desengaño.
RICARDO
Hallé el plomo deshecho
en este libro que tenía en el pecho,
sin haber penetrado,
y al caminante solo desmayado:
vesle aquí sano y bueno.
EUSEBIO
De espanto estoy y admiraciones lleno.
¿Quién eres, venerable
caduco, a quien los cielos admirable
han hecho con prodigio milagroso?
ALBERTO
Yo soy, ¡oh capitán!, el más dichoso
de cuantos hombres hay, que ha merecido
ser sacerdote indigno; yo he leído
en Bolonia sagrada teología
cuarenta y cuatro años.
Su Santidad me daba
de Trento el obispado,
premio de mis estudios; y admirado
de ver que yo tenía
cuenta de tantas almas,
y que apenas la daba de la mía,
los laureles dejé, dejé las palmas,
y huyendo sus engaños
vengo a buscar seguros desengaños
en estas soledades,
donde viven desnudas las verdades.
Paso a Roma, a que el Papa me conceda
licencia, capitán, para que pueda
fundar un orden santo de eremitas,
mas tu saña atrevida
quita el hilo a mi suerte, y a la vida.
EUSEBIO
¿Qué libro es este?
ALBERTO
Este es el fruto,
que rinde a mis estudios el tributo
de tantos años.
EUSEBIO
¿Qué es lo que contiene?
ALBERTO
Él trata del origen verdadero
de aquel divino y celestial madero;
el libro, al fin, se llama,
Milagros de la Cruz.
EUSEBIO
¡Qué bien la llama
de aquel plomo inclemente,
más que la cera se mostró obediente!
¡Pluguiera Dios, mi mano,
antes que blanco su papel hiciera,
de aquel golpe tirano,
entre su fuego ardiera!
Lleva ropa y dinero,
y la vida; solo este libro quiero.
Y vosotros salilde acompañando
hasta dejarle libre.
ALBERTO
Iré rogando
al Señor te dé luz para que veas
el error en que vives.
EUSEBIO
Si deseas
mi bien, pídele a Dios que no permita
muera sin confesión.
ALBERTO
Yo te prometo,
seré ministro en tan piadoso efeto,
y te doy mi palabra,
(tanto en mi pecho tu clemencia labra),
que si me llamas en cualquiera parte,
dejaré mi desierto
por ir a confesarte:
un sacerdote soy; mi nombre, Alberto.
EUSEBIO
¿Tal palabra me das?
ALBERTO
Y la confieso
con la mano.
(Vase, y sale CHILINDRINA, bandolero.)
EUSEBIO
Otra vez tus plantas beso.
CHILINDRINA
Hasta venir a hablarte
el monte atravesé de parte a parte.
EUSEBIO
¿Qué hay, amigo?
CHILINDRINA
Dos nuevas harto malas.
EUSEBIO
A mi temor el sentimiento igualas.
¿Qué son?
CHILINDRINA
Es la primera,
(decirla no quisiera),
que al padre de Lisardo
han dado...
EUSEBIO
Acaba, que el efeto aguardo.
CHILINDRINA
...comisión de prenderte o de matarte.
EUSEBIO
Esotra nueva temo
más, porque con un confuso extremo
al corazón parece que camina
toda el alma, adivina
de algún futuro daño.
¿Qué ha sucedido?
CHILINDRINA
A Julia...
EUSEBIO
No me engaño
en prevenir tristezas,
si para ver mi mal por Julia empiezas.
¿Julia no me dijiste?
Pues eso basta para verme triste.
¡Mal haya amén la rigurosa estrella,
que me obligó a querella!
En fin, Julia..., prosigue.
CHILINDRINA
En un convento seglar está.
EUSEBIO
¡Que el cielo me castigue
con tan grandes venganzas,
de perdidos deseos,
de muertas esperanzas,
que de los mismos cielos,
por quien me deja vengo a tener celos!
Mas ya tan atrevido,
que viviendo matando,
me sustento robando:
no puedo ser peor de lo que he sido.
Despéñese el intento,
pues ya se ha despeñado el pensamiento.
Llama a Celio, y Ricardo.
[Aparte.]
¡Amando muero!
CHILINDRINA
Yo voy por él.
(Vase.)
EUSEBIO
Ve, y dile que aquí espero:
asaltaré el convento que la guarda.
Ningún grave castigo me acobarda,
que por verme señor de su hermosura,
tirano amor me fuerza
a acometer la fuerza,
a romper la clausura
y a violar el sagrado;
que ya del todo estoy desesperado;
pues si no me pusiera
amor en tales puntos,
solamente lo hiciera
por cometer tantos delitos juntos.
(Salen GIL y MENGA.)
MENGA
Mas ¿qué topamos con él,
según mezquina nací?
GIL
Menga, ¿yo no voy aquí?
No temas ese crüel
capitán de buñuleros,
ni el toparlos te alborote,
que honda llevo yo, y garrote.
MENGA
Temo, Gil, sus hechos fieros,
si no, a Silvia a mirar ponte
cuando aquí la acometió,
que doncella al monte entró,
y dueña salió del monte,
que no es peligro pequeño.
GIL
Conmigo fuera cruel,
que también entro doncel,
y pudiera salir dueño.
MENGA
[A EUSEBIO.]
¡Ah, señor, que va perdido,
que anda Eusebio por aquí!
GIL
No eche, señor, por ahí.
EUSEBIO
[Aparte.]
Estos no me han conocido,
y quiero disimular.
GIL
¿Quiere que aquese ladrón
le mate?
EUSEBIO
([Aparte.]
Villanos son.)
¿Con qué podré yo pagar
ese aviso?
GIL
Con huir
de ese bellaco.
MENGA
Si os coge,
señor, aunque no le enoje
ni vuestro hacer ni decir,
luego os matará; y creed
que con poner tras la ofensa
una cruz encima, piensa
que os hace mucha merced.
(Salen RICARDO y CELIO.)
RICARDO
¿Dónde le dejaste?
CELIO
Aquí.
GIL
Es un ladrón, no le esperes.
RICARDO
Eusebio, ¿qué es lo que quieres?
GIL
¿Eusebio le llamó?
MENGA
Sí.
EUSEBIO
Eusebio soy, ¿pues qué os mueve
contra mí? ¿no hay quien responda?
MENGA
Gil, ¿tienes garrote y honda?
GIL
Tengo el diablo que te lleve.
CELIO
Por los apacibles llanos
que hace del monte la falda,
a quien guarda el mar la espalda,
vi un escuadrón de villanos
que armado contra ti viene,
y pienso que se avecina;
que así Curcio determina
la venganza que previene.
Mira qué piensas hacer,
junta tu gente, y partamos.
EUSEBIO
Mejor es que agora huyamos,
que esta noche hay más que hacer.
Venid conmigo los dos,
de quien justamente fío
la opinión y el honor mío.
RICARDO
Muy bien puedes, que por Dios,
que he de morir a tu lado.
EUSEBIO
Villanos, vida tenéis
solo porque le llevéis
a mi enemigo un recado.
Decid a Curcio que yo
con tanta gente atrevida,
solo defiendo la vida,
pero que le busco, no.
Y que no tiene ocasión
de buscarme desta suerte,
pues no di a Lisardo muerte
con engaño o con traición.
Cuerpo a cuerpo le maté,
sin ventaja conocida,
y antes de acabar la vida
en mis brazos le llevé
adonde se confesó,
digna acción para estimarse;
mas que si quiere vengarse,
que he de defenderme yo. [A los bandoleros.]
Y agora, porque no vean
aquestos por donde vamos,
ataldos entre estos ramos;
paredes sus ojos sean,
porque no avisen.
RICARDO
Aquí
hay cordel.
CELIO
Pues llega presto.
GIL
De San Sebastián me han puesto.
MENGA
De San Sebastián a mí,
mas ate cuanto quisiere,
señor, como no me mate.
GIL
Oye, señor, no me ate,
y puto sea yo si huyere.
Jura tú, Menga, también
este mismo juramento.
CELIO
Ya están atados.
EUSEBIO
Mi intento
se va ejecutando bien.
La noche amenaza oscura
tendiendo su negro velo.
Julia, aunque te guarde el cielo,
he de gozar tu hermosura.
(Vanse.)
GIL
¿Quién habrá que agora nos vea,
Menga, aunque caro nos cueste,
que no diga que es aqueste
Peralvillo del Aldea?
MENGA
Vete llegando hacia aquí,
Gil, que yo no puedo andar.
GIL
Menga, venme a desatar,
y yo te desataré a ti
luego al punto.
MENGA
Ven primero
tú, que ya estas importuno.
GIL
¿Es decir, que vendrá alguno?
Pondré que falta un arriero
las tres ánades cantando,
un caminante pidiendo,
un estudiante comiendo,
una santera rezando,
hoy en aqueste camino,
lo que a ninguno faltó,
mas la culpa tengo yo.
[UNA VOZ]
(Dentro.)
Hacia esta parte imagino
que oigo voces, llegad presto.
GIL
Señor, en buen hora acuda
a desatar una duda
en que ha rato que estoy puesto.
MENGA
Si acaso buscáis, señor,
por el monte algún cordel,
yo os puedo servir con él.
GIL
Este es más gordo y mijor.
MENGA
Yo, por ser mujer, espero
remedio en las ansias mías.
GIL
No repare en cortesías,
desáteme a mí primero.
(Salen CURCIO, TIRSO y OCTAVIO.)
TIRSO
Hacia aquesta parte suena
la voz.
GIL
¡Que te quemas!
TIRSO
Gil,
¿qué es esto?
GIL
El diablo es sutil;
desata, Tirso, y mi pena
te diré después.
CURCIO
¿Qué es esto?
MENGA
Venga en buen hora, señor,
a castigar un traidor.
CURCIO
¿Quién desta suerte os ha puesto?
GIL
¿Quién? Eusebio, que, en efeto,
dice... pero ¿qué sé yo
lo que se dice? Él nos dejó
aquí en semejante aprieto.
TIRSO
No llores, pues que no ha estado
hoy muy poco liberal
contigo.
BLAS
No lo ha hecho mal,
pues a Menga te ha dejado.
GIL
¡Ay Tirso! No lloro yo
porque piadoso no fue.
TIRSO
¿Pues por qué lloras?
GIL
¿Por qué?
Porque a Menga se dejó.
La de Antón llevó, y al cabo
de seis, que no parecía,
halló a su mujer un día;
hicimos un baile bravo
del hallazgo, y gastó cien reales.
BLAS
¿Bartolo no se casó
con Catalina, y parió
a seis meses no cabales?
Y andaba con gran placer
diciendo: «¡Si tú le vieses!,
lo que otra hace en nueve meses,
hace en cinco mi mujer».
TIRSO
Ello, no hay honra segura.
CURCIO
¡Que esto llegue a escuchar yo
deste tirano! ¿Quién vio
tan notable desventura?
MENGA
Cómo destruirle piensa,
que hasta las mismas mujeres
tomaremos, si tú quieres,
las armas contra su ofensa.
GIL
Aquí acude lo más cierto,
toda aquesta procesión
de cruces que miras son,
señor, de hombres que ha muerto.
OCTAVIO
Es aquí lo más secreto,
de todo el monte.
CURCIO
[Aparte.]
Y aquí
fue, ¡cielos!, donde yo vi
aquel milagroso efeto
de inocencia y castidad,
cuya beldad , atrevido,
tantas veces he ofendido
con dudas, siendo verdad
un milagro tan patente.
OCTAVIO
Señor, ¿qué nueva pasión
causa tu imaginación?
CURCIO
Rigores que el alma siente
son, Octavio, y mis enojos
para publicar mi mengua,
como los niego a la lengua,
me van saliendo a los ojos.
Haz, Octavio, que me deje
solo esa gente que sigo,
porque aquí de mí y conmigo
hoy a los cielos me queje.
OCTAVIO
Ea soldados, despejad.
BLAS
¿Qué decís?
TIRSO
¿Qué pretendéis?
GIL
Despiojad, ¿no lo entendéis?,
que nos vamos a espulgar.
(Vanse.)
CURCIO
¿A quién no habrá sucedido,
tal vez lleno de pesares,
descansar consigo a solas,
por no descubrirse a nadie?
Yo, a quien tantos pensamientos
a un tiempo afligen, que hacen
con lágrimas y suspiros
competencia al mar y al aire,
compañero de mí mismo
en las mudas soledades,
con la pensión de mis bienes
quiero divertir mis males.
Ni las aves, ni las fuentes
sean testigos bastantes;
que al fin las fuentes murmuran
y tienen lenguas las aves.
CURCIO
No quiero más compañía
de aquestos troncos salvajes,
que quien escucha y no aprende,
será fuerza que no hable.
Teatro este monte fue
del suceso más notable,
que entre prodigios de celos
cuentan las antigüedades,
de una inocente verdad.
Pero ¿quién podrá librarse
de sospechas, en quien son
mentirosas las verdades?
Muerte de amor son los celos,
que no perdonan a nadie,
ni por humilde le dejan,
ni le respetan por grave.
Aquí, pues, donde yo digo,
Rosmira, y yo... De acordarme,
no es mucho que el alma tiemble,
no es mucho que la voz falte,
que no hay flor que no me asombre,
no hay hoja que no me espante,
no hay piedra que no me admire,
tronco que no me acobarde,
peñasco que no me oprima,
monte que no me amenace;
porque todos son testigos
de una hazaña tan infame.
CURCIO
Saqué al fin la espada, y ella,
sin temerme y sin turbarse,
porque en riesgos de honor nunca
el inocente es cobarde:
«Esposo -dijo-, detente;
no digo que no me mates,
si es tu gusto, porque yo
¿cómo he de poder negarte
la misma vida que es tuya?
Solo te pido que antes
me digas por lo que muero,
y déjame que te abrace».
Yo la dije: «En tus entrañas,
como la víbora, traes
a quien te ha de dar la muerte.
Indicio ha sido bastante
el parto infame que esperas;
mas no lo verás, que antes,
dándote muerte, seré
verdugo tuyo y de un ángel».
«Si acaso -me dijo entonces-,
si acaso, esposo, llegaste
a creer flaquezas mías,
justo será que me mates.
Mas a esta cruz abrazada,
a esta que estaba delante,
-prosiguió-, doy por testigo
de que no supe agraviarte
ni ofenderte, que ella sola
será justo que me ampare».
CURCIO
Bien quisiera entonces yo,
arrepentido, arrojarme
a sus pies, porque se vía
su inocencia en su semblante.
El que intenta una traición
antes mire lo que hace,
porque una vez declarado,
aunque procure enmendarse,
por decir que tuvo causa,
lo ha de llevar adelante.
Yo, pues, no porque dudaba
ser la disculpa bastante,
sino porque mi delito
más amparado quedase,
el brazo levanté airado,
tirando por varias partes
mil heridas, pero solo
las ejecuté en el aire.
Por muerta al pie de la cruz
quedó, y queriendo escaparme,
a casa llegué, y halléla
con más belleza que sale
el alba, cuando en sus brazos
nos presenta el sol infante.
CURCIO
Ella en sus brazos tenía
a Julia, divina imagen
de hermosura y discreción,
(¿qué gloria puede igualarse
a la mía?), que su parto
había sido aquella tarde
al mismo pie de la cruz;
y por divinas señales
con que al mundo descubría
Dios un milagro tan grande,
la niña que había parido,
dichosa con señales tales,
tenía en el pecho una cruz
labrada de fuego y sangre.
Pero que tanta ventura
templaba, que se quedase
otra criatura en el monte,
que ella, entre penas tan graves,
sintió haber parido dos;
y yo entonces...
OCTAVIO
Por el valle
atraviesa un escuadrón
de bandoleros, y antes
que cierre la noche triste,
será bien, señor, que baje
a buscarlos, no escurezca;
porque ellos el monte saben,
y nosotros no.
CURCIO
Pues junta
la gente vaya delante,
que no hay gloria para mí
hasta llegar a vengarme.
(Vanse y salen EUSEBIO, CELIO y RICARDO con una escala.)
RICARDO
Llega con silencio y pon
a esa parte las escalas.
EUSEBIO
Ícaro seré sin alas,
sin fuego seré Faetón,
escalar al sol intento,
y si me quiere ayudar
la luz, tengo de pasar
más allá del firmamento.
Amor ser tirano enseña;
en subiendo yo, quitad
esa escala y esperad
hasta que os haga una seña.
Quien subiendo se despeña,
suba yo y baje ofendido,
en cenizas convertido;
que la pena del bajar,
no será parte a quitar
la gloria de haber subido.
RICARDO
¿Qué esperas?
CELIO
Pues ¿qué rigor
tu altivo orgullo embaraza?
¿No veis cómo me amenaza
un vivo fuego?
RICARDO
Señor,
fantasmas son del temor.
EUSEBIO
¿Yo temor?
CELIO
Sube.
EUSEBIO
Ya llego,
aunque a tantos rayos ciego
por las llamas he de entrar,
que no podrá estorbar
de todo el infierno el fuego.
CELIO
Ya entró.
RICARDO
Alguna fantasía
de su mismo horror fundada,
en la idea acreditada,
o alguna ilusión sería.
CELIO
Quita la escala.
RICARDO
Hasta el día
aquí le hemos de esperar.
CELIO
Atrevimiento fuera entrar,
aunque yo de mejor gana
me fuera con mi villana,
mas después habrá lugar.
(Vanse, y sale EUSEBIO.)
EUSEBIO
Por todo el convento he andado
sin ser de nadie sentido,
y por cuanto he discurrido
de mi destino guiado,
a mil celdas he llegado
de religiosas, que abiertas
tienen las estrechas puertas,
y en ninguna a Julia vi.
¿Dónde me lleváis así,
esperanzas siempre inciertas?
¡Qué horror! ¡Qué silencio mudo!
¡Qué oscuridad tan funesta!
Luz hay aquí; celda es esta, (Corre una cortina.)
y en ella Julia, ¿qué dudo?
¿Tan poco el valor ayudo,
que agora en hablalla tardo?
¿Qué es lo que espero? ¿Qué aguardo?
Mas con impulso dudoso,
si me animo temeroso,
animoso me acobardo.
Más belleza la humildad
deste traje la asegura,
que en la mujer la hermosura
es la misma honestidad.
Su peregrina beldad,
de mi torpe amor objeto,
hace en mí mayor efeto;
que a un tiempo a mi amor incito,
con la hermosura, apetito;
con la honestidad, respeto.
¡Julia! ¡Ah Julia!
JULIA
¿Quién me nombra?
Mas, ¡cielos!, ¿qué es lo que veo?
¿Eres sombra del deseo,
o del pensamiento sombra?
EUSEBIO
¿Tanto el mirarme te asombra?
JULIA
Pues ¿quién habrá que no intente
huir de ti?
EUSEBIO
Julia, detente.
JULIA
¿Qué quieres, forma fingida,
de la idea repetida?
¿Solo a la vista aparente,
eres, para pena mía,
voz de la imaginación?,
¿retrato de la ilusión?,
¿cuerpo de la fantasía?,
¿fantasma en la noche fría?
EUSEBIO
Julia, escucha; Eusebio soy,
que vivo a tus pies estoy;
que si el pensamiento fuera,
siempre contigo estuviera.
JULIA
Desengañándome voy
con oírte, y considero
que mi recato ofendido,
más te quisiera fingido,
Eusebio, que verdadero.
Donde yo llorando muero,
donde yo vivo penando,
¿qué quieres? ¡Estoy temblando!
¿Qué buscas? ¡Estoy muriendo!
¿Qué emprendes? ¡Estoy temiendo!
¿Qué intentas? ¡Estoy dudando!
¿Cómo has llegado hasta aquí?
EUSEBIO
Todo es extremos amor,
y mi pena y tu rigor
hoy han de triunfar de mí.
Hasta verte aquí sufrí
con esperanza segura;
pero viendo tu hermosura
perdida, he atropellado
el respeto del sagrado,
y la ley de la clausura.
De lo cierto, o de lo injusto,
los dos la culpa tenemos,
y en mí vienen dos extremos,
que son la fuerza y el gusto.
No puede darle disgusto
al cielo mi pretensión:
antes desta ejecución
casada eras en secreto,
y no cabe en un sujeto
matrimonio y religión.
JULIA
No niego el lazo amoroso,
que hizo con felicidades
unir a dos voluntades;
que fue su efeto forzoso,
que te llamé amado esposo
y que todo eso fue así,
confieso; pero ya aquí,
con voto de religiosa,
a Cristo de ser su esposa
mano y palabra le di.
Ya soy suya, ¿qué me quieres?
Vete, porque el mundo asombres,
donde mates a los hombres,
donde fuerces las mujeres.
Vete, Eusebio; ya no esperes
fruto de tu loco amor;
para que te cause horror,
que estoy en sagrado piensa.
EUSEBIO
Cuanto es mayor tu defensa,
es mi apetito mayor.
Ya las paredes salté
del convento, ya te vi;
no es amor quien vive en mí,
causa más oculta fue.
Cumple mi gusto, o diré
que tú misma me has llamado,
que me has tenido encerrado
en tu celda muchos días,
y pues las desdichas mías
me tienen desesperado,
daré voces: sepan...
JULIA
Tente,
Eusebio, mira... ¡ay de mí!,
pasos siento por aquí,
al coro atraviesa gente.
¡Cielo, no sé lo que intente!
Cierra esa celda, y en ella
estarás, pues atropella
un temor a otro temor.
EUSEBIO
¡Qué poderoso es mi amor!
JULIA
¡Qué rigurosa mi estrella!
RICARDO
Ya son las tres, mucho tarda.
CELIO
El que goza su ventura,
Ricardo, en la noche oscura,
nunca el claro sol aguarda.
Yo apuesto que le parece
que nunca el sol madrugó
tanto, y que hoy apresuró
su curso.
RICARDO
Siempre amanece
más temprano a quien desea;
pero al que goza, más tarde.
CELIO
No creas que al sol aguarde
que en el oriente se vea.
RICARDO
Dos horas son ya.
CELIO
No creo
que Eusebio lo diga.
RICARDO
Es justo,
porque al fin son de su gusto
las horas de tu deseo.
CELIO
¿No sabes lo que he llegado
hoy, Ricardo, a sospechar?
Que Julia le envió a llamar.
RICARDO
Pues si no fuera llamado,
¿quién a escalar se atreviera
un convento?
CELIO
¿No has sentido,
Ricardo, a esta parte ruido?
RICARDO
Sí.
CELIO
Pues llega la escalera.
EUSEBIO
Déjame, mujer.
JULIA
Pues cuando
vencida de tus deseos,
movida de tus suspiros,
obligada de tus ruegos,
de tu llanto agradecida,
dos veces a Dios ofendo,
como a Dios y como a esposo,
¡mis brazos dejas, haciendo
sin esperanzas desdenes,
y sin posesión desprecios!
¿Dónde vas?
EUSEBIO
Mujer, ¿qué intentas?
Déjame, que voy huyendo
de tus brazos, porque he visto
no sé qué deidad en ellos.
Llamas arrojan tus ojos,
tus suspiros son de fuego,
un volcán cada razón,
un rayo cada cabello,
cada palabra es mi muerte,
cada regalo un infierno;
tantos temores me causa
la cruz que he visto en tu pecho.
Señal prodigiosa ha sido,
y no permitan los cielos
que, aunque tanto los ofenda,
pierda a la cruz el respeto;
porque si la hago testigo
de las culpas que cometo,
¿con qué vergüenza después
llamarla en mi ayuda puedo?
Quédate en tu religión,
Julia, yo no te desprecio,
pues más agora te adoro.
JULIA
Escucha, detente, Eusebio.
EUSEBIO
Esta es la escala.
JULIA
Detente,
o llévame allá.
EUSEBIO
No puedo,
pues que sin gozar la gloria
que tanto esperé, te dejo.
¡Válgame el cielo! Caí.
RICARDO
¿Qué ha sido?
EUSEBIO
¿No ves la esfera del fuego
poblada de ardientes rayos?
¿No miras sangriento el cielo,
que todo sobre mí viene?
¿Dónde estar seguro puedo,
si airado el cielo se muestra?
Divina cruz, yo os prometo
y os hago solemne voto,
con cuantas cláusulas puedo,
de en cualquier parte que os vea,
las rodillas por el suelo,
rezar un Ave María.
(Vanse llevándole, y dejan la escalera.)
JULIA
Turbada y confusa quedo.
¿Aquestas fueron, ingrato,
las firmezas? ¿Estos fueron
los extremos de tu amor?
¿O son de mi amor extremos?
Hasta vencerme a tu gusto,
con amenazas, con ruegos,
aquí amante, allí tirano
porfiaste; pero luego
que de tu gusto y mi pena
pudiste llamarte dueño,
antes de vencer, huiste.
JULIA
¿Quién, sino tú, venció huyendo?
¡Muerta soy, cielos piadosos!
¿Por qué introdujo venenos
Naturaleza, si había,
para dar muerte, desprecios?
Ellos me quitan la vida,
pues que con nuevo tormento
lo que me desprecia busco.
¿Quién vio tan dudoso efeto
de amor? Cuando me rogaba
con mil lágrimas, Eusebio,
le dejaba, pero agora,
porque él me deja, le ruego.
Tales somos las mujeres,
que, contra nuestros deseos,
aun no queremos dar gusto
con lo mismo que queremos.
Ninguno nos quiera bien,
si pretende alcanzar premio,
que queridas despreciamos,
y aborrecidas queremos.
No siento que no me quiera,
solo que me deje siento.
Por aquí cayó; tras él
me arrojaré. Mas ¿qué es esto?,
¿Esta no es escala? Sí.
JULIA
¡Qué terrible pensamiento!
Detente, imaginación,
no me despeñes, que creo
que si llego a consentir,
a hacer el delito llego.
¿No saltó Eusebio por mí
las paredes del convento?
¿No me holgué de verle yo
en tantos peligros puesto
por mi causa? Pues ¿qué dudo?
¿Qué me acobardo? ¿Qué temo?
Lo mismo haré yo en salir,
que él en entrar: si es lo mismo,
también se holgará de verme
por su causa en tales riesgos.
Ya, por haber consentido,
la misma culpa merezco;
que si es tan grande el pecado,
¿por qué el gusto ha de ser menos?
Si consentí y me dejó
Dios de su mano, ¿no puedo
de una culpa que es tan grande
tener perdón? Pues ¿qué espero?
Al mundo, al honor, a Dios,
hallo perdido el respeto,
cuando a ceguedad tan grande
vendados los ojos vuelvo.
JULIA
Demonio soy, que he caído
despeñado deste cielo,
pues sin tener esperanzas
de subir, no me arrepiento.
Ya estoy fuera de sagrado,
y de la noche el silencio,
con su escuridad me tiene
cubierta de horror y miedo.
Tan deslumbrada camino,
que en las tinieblas tropiezo,
y aun no caigo en mi pecado.
¿Dónde voy? ¿Qué hago? ¿Qué intento?
Con la muda confusión
de tantos temores, temo
que se me altera la sangre,
que se me eriza el cabello.
Turbada la fantasía,
en el aire forma cuerpos,
y sentencias contra mí
pronuncia la voz del eco.
El delito, que antes era
quien me animaba, soberbio,
es quien me acobarda agora.
Apenas las plantas puedo
mover, que el mismo temor
grillos a mis pies ha puesto.
JULIA
Sobre mis hombros parece
que caiga un prolijo peso
que me oprime, y toda yo
estoy cubierta de yelo.
No quiero pasar de aquí,
quiero volverme al convento,
donde de aqueste pecado
alcance perdón; pues creo
de la clemencia divina,
que no hay luces en el cielo,
que no hay en el mar arenas,
no hay átomos en el viento,
que sumados todos juntos,
no sean número pequeño
de los pecados que sabe
Dios perdonar. Pasos siento.
A esta parte me retiro
en tanto que pasan; luego
subiré sin que me vean.
(Salen RICARDO y CELIO.)
RICARDO
Con el espanto de Eusebio,
aquí se quedó la escala,
y agora por ella vuelvo,
no aclare el día y la vean
a esta pared.
(Vuélvense a entrar los dos con la escala.)
JULIA
Ya se fueron,
agora podré subir
sin que me sientan. ¿Qué es esto?
¿No es aquesta la pared
de la escala? Pero creo
que hacia estotra parte está.
Ni aquí está tampoco. ¡Cielos!
¿Cómo he de subir sin ella?
Mas ya mi desdicha entiendo:
desta suerte me negáis
la entrada vuestra, pues creo
que cuando quiera subir
arrepentida, no puedo.
Pues si ya me habéis negado
vuestra clemencia, mis hechos
de mujer desesperada
darán asombros al cielo,
darán espantos al mundo,
admiración a los tiempos,
horror al mismo pecado,
y terror al mismo infierno.