La discordia en los casadosLa discordia en los casadosFélix Lope de Vega y CarpioActo I
Acto I
Salen ALBERTO y LEONIDO
ALBERTO:
Casaráse la Duquesa,
Leonido, como es razón,
que pese o no pese a Otón.
LEONIDO:
Todos dicen que le pesa,
y está a impedirlo dispuesto.
ALBERTO:
¿De qué le puede pesar
a un hombre particular
desinteresado en esto?
LEONIDO:
El se debe de entender.
ALBERTO:
Pues entenderáse mal;
porque si ha de ser su igual,
el rey de Frisia ha de ser.
Esto conviene a su Estado
y a nosotros un señor
de real sangre y valor,
y tan gallardo soldado,
que no ha de salir Otón
con desatinos tan grandes,
si Alemania, Francia y Flandes
ayudan su pretensión.
LEONIDO:
No pienso yo que camina
por darla a otro rey, pues creo
que a diferente deseo
los pensamientos inclina.
Y es tan feo y desigual,
que a decirle no me atrevo.
ALBERTO:
La ambición, Leonido, es cebo
dulce, engañoso y mortal.
¿Qué quiere en Cleves Otón?
LEONIDO:
Ser duque.
ALBERTO:
Ni aun lo imagines.
LEONIDO:
Pues, ¿a qué blancos o fines
mirará su pretensión,
si tiene un hijo mancebo,
de la Duquesa galán?
ALBERTO:
Si ellos de concierto están,
yo cumpliré lo que debo
al duque muerto y a mí
con aventurar la vida.
Salen la Duquesa ELENA
y OTAVIA, dama
ELENA:
De vuestro engaño advertida
al desengaño salí.
¿Qué modo de hablar es ése,
Leonido, en mis propios ojos?
LEONIDO:
Tu daño y nuestros enojos,
de que es razón que nos pese.
¿Al rey de Frisia es razón
que se anteponga un vasallo
y que después de llamallo
su venida impida Otón?
¿Qué respuesta se ha de dar
a un rey soldado y mancebo?
ELENA:
Para mí, Leonido, es nuevo
que Otón me quiera casar.
Y si más lejos lo mira
como en Francia, juzga mal.
LEONIDO:
Sujeto más desigual
murmuran; pero es mentira
y odio que tienen a Otón
de verle tan poderoso,
que él es hombre generoso
y envidias civiles son.
Tú eres prudente y altiva;
tu padre es muerto; esta tierra
teme ocasiones de guerra,
que en dueño vasallo estriba.
Admite al rey, y harás cosa
digna de tu nombre claro;
que debajo de su amparo
quedas segura y dichosa.
Vuelve los ojos a ver
cuántos daños al honor
nacieron de un loco amor
y un gobierno de mujer.
Yo he dicho más que pensaba:
a mi lealtad lo perdona.
La condición, la persona
del rey todo el mundo alaba.
Él está cerca: yo voy,
señora, a besar su mano.
Vase
ALBERTO:
Ya parece intento vano,
si en el mismo engaño estoy,
despedir, duquesa, un rey.
Tus grandes, con justo acuerdo
de un voto prudente y cuerdo,
siguiendo la antigua ley,
guardada por la memoria
de tiempo inmortal en Cleves,
a quien dar crédito debes
para conservar la gloria
de tus heroicos pasados,
un rey te dan por marido.
Si algún vasallo atrevido
quiere alterar tus estados
con desigual ambición,
no me tendrás de tu parte
mientras Amor no te aparte
de los consejos de Otón.
Al rey de Frisia te han dado
por marido; ése obedezco
por señor, y así le ofrezco
mi espada, deudos y Estado.
Esto es seguir lo que es justo.
Yo voy a besar su mano.
Vase
ELENA:
¿Qué es esto?
OTAVIA:
Que algún villano
quiere intentar tu disgusto,
pensando en esta ocasión
descomponer tu quietud.
ELENA:
Creo lo de la virtud
y de la lealtad de Otón;
mas cuanto mi casamiento
se va dilatando, Otavia,
tanto el vulgo necio agravia
su honor y mi pensamiento.
Muriendo el duque me dijo
que por padre me dejaba
a Otón.
OTAVIA:
¡Bien seguro estaba
de la ambición de su hijo!
Pero suspende, señora,
la plática.
ELENA:
¿Viene?
Salen OTÓN y PINABELO, su hijo.
Los dos hablan aparte
OTAVIA:
Sí.
OTÓN:
Otavia sola está aquí.
PINABELO:
Bien puedes hablarla agora.
OTÓN:
Las nuevas te vengo a dar
de que el rey viene y se acerca.
ELENA:
¿Qué dicen de verle cerca?
OTÓN:
Que tú le has hecho llamar.
ELENA:
No te pregunto si yo
le he llamado, pues si él viene
alguna licencia tiene,
y quien pudo se la dió.
Lo que se dice pregunto
de venir el rey aquí.
OTÓN:
Que viene a casarse.
ELENA:
¿Ansí?
OTÓN:
Y yo lo sé en este punto,
de que formo justo agravio,
pues sin Otón no es razón
que te hayas casado.
ELENA:
Otón,
tú eres hombre viejo y sabio:
ya conoces las mujeres.
Con serlo, es opinión mía
que la más cuerda en un día
tiene diez mil pareceres.
A mí, con esta disculpa
no tienes de qué culparme.
OTÓN:
Debo, Señora, quejarme,
si ya el quejarme no es culpa,
del agravio que me has hecho.
ELENA:
No estoy yo casada, Otón,
sino puesta en la ocasión.
OTÓN:
Agora me has satisfecho.
No diré yo que has negado.
ELENA:
¿Qué sacas de esta razón?
OTÓN:
Que mujer y en la ocasión,
haz cuenta que te has casado.
¡Y cuán mejor te estuviera
casarte en tu tierra!
ELENA:
¿Aquí?
Pues, ¿quién se igualara a mí
ni a decirlo se atreviera?
OTÓN:
¿Quién? Yo, que tu sangre soy.
ELENA:
Es de muy lejos.
OTÓN:
No es,
y más si el espejo ves
en que imitándome estoy.
¿No pudiera Pinabelo,
mi hijo, ser tu marido?
¿No es, como el rey, bien nacido
y en quien deposita el cielo
las virtudes que se ven?
¿No era mejor que un extraño
que, por interés y engaño,
te escribe y te quiere bien?
¿No era mejor que tuvieras
un esclavo, y no marido?
ELENA:
Calla, Otón, que vas perdido;
ni pienso que hablas de veras.
El dueño que he de tener
no ha de ser menos que yo,
que nunca se sujetó
a su inferior la mujer.
No quiero esclavo rendido,
como a tu hijo has pintado,
sino a quien pueda mi estado
llamar señor; yo, marido.
Si bien se ha de gobernar
la mujer ha de tener,
no quien sepa obedecer,
sino quien sepa mandar.
Si con dueños de valor
somos terribles, quien tiene
dueño que a mandarle viene
¿cómo guardará su honor?
La cabeza es el marido;
subir a lugar tan alto
los pies era dar un salto
muy loco y desvanecido.
Mi cabeza más grandeza
requiere, y pies no me des,
porque nunca de los pies
se hizo buena cabeza.
Vanse ELENA y OTAVIA
OTÓN:
¿Qué te parece?
PINABELO:
Que ha sido
justo que así te haya hablado,
que este desprecio ha causado
la sombra de su marido.
En virtud de que ya viene
porque tú te descuidaste
a la humildad que mostraste
este atrevimiento tiene.
¿Acuerdas cuando casada
con el rey de Frisia está
y que por la posta ya
anticipa su embajada,
y te admiras que se atreva
al respeto de tus canas?
OTÓN:
De mis esperanzas vanas
no quise intentar la prueba.
Tarde hablé ya; mejor fuera,
Pinabelo, haber callado.
Un pecho determinado
¿qué respetos considera?
Envidias nuestras han sido
las que han tratado en sujeto
que tenga tan breve efeto
el dar a Elena marido.
Pero venga en tan mal punto
como yo se lo deseo,
que de mi venganza creo
que todo le viene junto.
O me ha de costar la vida
o no han de vivir en paz.
PINABELO:
No hay cosa más pertinaz
que una esperanza perdida.
¿De qué sirve que sustentes
lo que no puede durar?
OTÓN:
Los dos se podrán casar...
PINABELO:
Pues, ¿qué te queda que intentes?
OTÓN:
Eso déjamelo a mí,
que si un año se gozaren,
ni a la sucesión llegaren
que pensé tener de ti,
yo quedaré sin honor
y sin vida quedaré.
Vase
PINABELO:
Y yo, entre tanto, ¿qué haré,
lleno de envidia y de amor?
Que aunque mi padre prometa
la venganza que procura,
¿qué importa a mi desventura
si la duquesa le aceta?
Que llegue la ejecución
es lo que debo sentir,
que no he menester vivir
si toma el rey posesión.
El estorbar que se casen
es lo que me causa pena;
que, una vez robada Elena,
mas que mil Troyas se abrasen.
Salen el REY de Frisia y AURELIO,
ROSELO y ENRICO, caballeros galanes,
de plumas y bandas, botas y espuelas
REY:
¡Bravas postas!
AURELIO:
No has corrido
mejores caballos.
REY:
Creo
que he venido en mi deseo,
con tanta furia he venido.
Aquí es forzoso parar,
aunque mi deseo no,
porque adelante pasó
luego que me vió llegar.
ROSELO:
No porque faltan caballos
paramos en esta aldea,
mas porque más dulce sea
tu presencia a tus vasallos.
Que es bien que sepan que vienes,
porque el esperar el bien
suele aumentarle también.
REY:
Ni amor ni cuidado tienes,
¡pesi a tal!, Roselo amigo:
¿qué rienda, aunque sea de honor,
cuando va corriendo Amor
tendrá su furia?
ROSELO:
No digo
que dilates la jornada;
pero que sepan que llegas.
No digan, señor, que ruegas.
REY:
Amor no repara en nada.
A Elena vi, disfrazado,
con aquel luto que hacía
sombra al más hermoso día,
eclipse al sol más dorado.
Si la muerte da tal fruto
entonces tuve por cierto
que fuera bien ser el muerto
por ser causa de aquel luto.
Aunque luego me resiste
de perderla con morir,
el ver que es mejor vivir
por gozar de quien le viste.
¿No has visto el sol, que la cara
por algún nublado asoma,
que lo negro el torno toma
claridad de su luz clara?
¿No has visto una imagen bella
que el ébano en la moldura
hace mayor su blancura
y que resplandece en ella?
¿No has visto un diamante fino
que en el oro brilla y salta
cuando de negro se esmalta
con su resplandor divino?
¿No has visto luna menguante
salir tarde a esclarecer
la noche, o irse a poner,
Venus hermosa, al Levante?
¿No has visto perla oriental
en negro abalorio puesta
o en lazos de saya honesta
puntas de blanco cristal?
Pues tal la duquesa hermosa
con el luto parecía:
imagen, diamante, día,
sol, luna y perla preciosa.
ENRICO:
¿Verla una vez, gran señor,
de seso te tiene ajeno?
REY:
Sí, porque es la del veneno
la condición del amor.
Hay venenos dilatados
que dan un mes de sosiego,
y otros hay que matan luego
sin poder ser reparados.
Amor suele dar un mes
y un año de dilación
y, a veces, alma y razón
pone en un punto a los pies.
Yo estoy tal, que no encarezco
lo que siento, porque sé
que sin morir no podré.
Salen PEROL, CELIA, AURORA, SIRALBO,
y otros villanos y villanas y MÚSICOS
que traen un baile al REY
PEROL:
Digo que a hablarle me ofrezco,
aunque fuera el rey Herodes,
cuantísimas que él nos avisa
que es rey de bayeta o frisa.
CELIA:
¡Pardiez!, como tú le apodes
con tu donaire, Perol,
que esto bien sabes hacello,
que no es mucho que por ello
te mande poner al sol.
PEROL:
¿Traéis estudiada bien
la danza?
AURORA:
Si, por ventura,
no nos turba la luz pura
que en el rey los ojos ven.
Son los reyes y el valor
de sus partes siempre hermosas
imágenes milagrosas
que a solas causan temor.
SIRALBO:
Bien dice Aurora, y yo digo
que quien al rey ha de hablar
primero lo ha de estudiar,
so pena de su castigo.
{{Pt|PEROL:|
La misma razón os ciega,
y de que se huelga hay fama
cualquier rey y cualquier dama
que se turbe el que los ruega.
Los dichos de vuestra danza
es lo que habéis de historiar.
CELIA:
¿Mas que te manda azotar
en el revés de la panza?
PEROL:
Mande o no mande, yo voy.
REY:
¿Quién son éstos?
AURORA:
Los villanos
de esta aldea.
REY:
Cortesanos
son para mí desde hoy.
Basta ser de la duquesa.
ROSELO:
Una danza te han traído.
REY:
Alegres me han recibido.
ROSELO:
Es agüero.
REY:
No me pesa.
PEROL:
Sabiendo mueso lugar
que es mueso rey su mercé
entró en concejo, a la fe
para alegrarle al pasar.
Después de una buena bota
hubo deferentes votos,
y aun algunos alborotos,
que el vino presto alborota,
sobre qué fiesta se haría.
Que le jugasen la chueca
los mozos, Sancho Babieca,
emberriñado, decía.
Una soíza de moros,
dijo el cura, y Juan Redondo
le replicó muy orondo
que le corriésemos toros.
Blas de Pocasangre dijo
que danza de espadas fuese
y que el lugar la vistiese,
porque es danante su hijo.
Porfió Sancho de Cos
que a su mercé presentasen
el mayor puerco que hallasen,
que hay hartos, gracias a Dios.
PEROL:
"Baile ha de ser," dijo Bras,
aunque tien barbas tan pocas,
"todo de viejas sin tocas,
que es baile de Satanás."
Pero Juan Gil replicaba,
y aun apostaba su buey,
que se espantaría el rey
si sin tocas las miraba.
Mas dijo Antón de las Viñas
que saliesen afeitadas,
que sin tocas y enrubiadas
pensaría que eran niñas.
Sobre esto hubo tanta voz,
que quedó determinado
enviarle un ganso asado
en una artesa de arroz.
Mas, enojándose el Cura,
una danza se estudió
de estos zagales, que yo
presento a su catadura.
Oiga los dichos, que son
de un hombre asaz sabio y cuerdo,
Y si no diere atención
lanzada de moro izquierdo
le rebane el corazón.
REY:
Vos habéis muy bien propuesto
la fiesta de este lugar.
PEROL:
¿Comenzarán a danzar?
REY:
Sí.
PEROL:
Pues, tocad, Pero Cesto. Los MÚSICOS canten así, y dos villanas o tres bailan con otros tantos villanos
MÚSICOS:
"Salen los albores
del sole del día;
huyen las estrellas;
la noche se iba;
esmalta las flores
blanca argentería;
lágrimas del alba
como prata fina.
Júntanse las aves
en las fuentes fridas;
canciones que cantan
el rey las oía. Baile
Si te casas, zagala del prado,
con los ojos del alma le mira,
porque a veces las buenas caras
encubren la alevosía."
Párense, y represente así CELIA
CELIA:
Oíd los que estáis presentes:
la Paz soy del casamiento.
Al rey, que viene a casarse,
parabién a darle vengo.
Goce mi paz muchos años,
como lo espero del cielo,
con próspera sucesión
que dure siglos eternos. Bailen
MÚSICOS:
"Bendiciones le daban al novio
las zagalas de su pueblo;
él será, si le alcanzan todas,
el más dichoso del suelo." Diga así un PASTOR
PASTOR:
Advierte, Paz, que yo soy
la Envidia del casamiento,
porque de su posesión
y mi desdicha la tengo.
Lo que gana me fatiga,
desháceme lo que pierdo,
porque es mi definición
pesarme del bien ajeno.
SIRALBO:
Contigo voy, que yo soy
del casamiento los Celos.
CELIA:
Pues ¿tú vienes a estas bodas?
SIRALBO:
Sí, Paz, a estorbarte vengo.
AURORA:
Pues, quedo, que también soy
la Discordia, y hacer pienso
más daño que todos juntos.
CELIA:
Salido habéis del infierno,
rompido habéis las prisiones,
Envidia, Discordia y Celos;
pero entre tales casados
sacaréis poco provecho.
PASTOR:
Yo haré que pueda mi envidia
turbar la paz de su reino.
AURORA:
Y yo haré con mi discordia
su amor aborrecimiento.
SIRALBO:
Y mis celos, ¿dormirán?
no sabe el mundo mi fuego,
si no soy de los casados,
de su Troya son incendio.
CELIA:
No alcanzaréis a esta Elena,
pues con mi paz la defiendo,
que yo, con estos listones,
pondré en prisión vuestros cuellos,
y así, atados con sus lazos,
haré que este casamiento,
aunque os pese por los ojos,
dure en su paz y sosiego.
Con tres listones de color los enlace, y baile así con ellos
MÚSICOS:
"Quien sujeta con su cordura
la Discordia, la Envidia y los Celos,
gozará por largos años
su dichoso casamiento."
REY:
No pensé que labradores
sabían cosas morales.
PEROL:
Hay acá muchos zagales
que tratan cosas mayores.
REY:
¿Quién esta danza compuso?
que le quiero yo premiar.
PEROL:
Vive fuera del lugar
por no vivir con el uso.
Es hombre que por no ver
un hablador asentado;
en el hacer licenciado
y en el decir bachiller,
vive dos leguas de aquí,
y sólo viene a comprar
mordazas para callar,
que diz que le comple así.
REY:
Pues, ¿no sabremos su nombre?
PEROL:
Ya el nombre se le perdió.
REY:
Llamalde, que quiero yo
conocer y hablar ese hombre.
PEROL:
No querrá venir, señor,
que más quiere, por callar,
andar fuera del lugar
que dentro por hablador.
ROSELO:
Los caballos han llegado.
REY:
Llevadme esta fiesta allá.
PEROL:
Zagales, el rey se va.
CELIA:
¿Qué os dió?
PEROL:
Esperanza me ha dado,
y diz que a la corte vamos,
con la danza del aldea
porque la reina la vea.
CELIA:
Pardiez, que erremos no hagamos.
PEROL:
Porque no han de danzar otros
y danzas menos discretas.
CELIA:
Hay allá muchos poetas
y se reirán de nosotros.
AURORA:
Mira que tu ingenio ofendes.
PEROL:
Antes no quiero creer
que haya quien pueda temer
gozques, poetas y duendes.
CELIA:
Causas me animan secretas.
AURORA:
Yo lo tengo por muy llano.
PEROL:
Más temo yo un cortesano
que setecientos poetas.
Vanse todos,
y salgan OTÓN y PINABELO
OTÓN:
A mí no me parece tan seguro,
por ser fuerte remedio, Pinabelo.
PINABELO:
Los que han de ser para tan graves males,
¿cómo podrán curarlos sin ser fuertes?
Duélete de la sangre que engendraste,
porque si goza el rey a la duquesa,
no tienes hijo que amanezca vivo.
OTÓN:
Yo quiero hacer tu gusto.
PINABELO:
Y yo procuro
remedio a nuestra vida el más seguro.
OTÓN:
Cuéntame, pues, el modo de esta muerte.
PINABELO:
Yo lo tengo trazado de esta suerte.
Fabricaré en la plaza de palacio
un arco insigne que en madera y lienzo
imita la pintura al bronce y mármol,
engañando la vista desde lejos.
Levántanse en cuadrados pedestales
seis columnas hermosas, de a cincuenta
pies desde el zoco de la basa a lo alto
de la cornisa, atando el arquitrabe,
triso y triglifo el orden, que se arrima
a los extremos de las dos paredes
por donde se entra en la famosa plaza.
Encima de los claros de los arcos,
en unos vanos forma de ventanas,
se ven varios retratos de los duques
que gobernaron la dichosa Cleves.
PINABELO:
Tras el orden que digo se levanta
otro con no menor gracia y belleza
adonde se relievan seis pilastras
con sus ventanas a nivel, que tienen
los reyes felicísimos de Frisia,
todos con sus laureles y epigramas.
En medio está la singular Elena,
de quien el alma de tu hijo es Troya,
y a su lado ¡ay de mí!, como su esposo,
el rey Albano con doradas armas,
y entre los pies, por bélicos despojos,
cabezas turcas y pendones varios
de lisonjeros más que de contrarios.
Aquí Leonido tiene tres mil hombres
que, cubiertos de plumas y de galas,
han de hacer salva al rey al tiempo que entre
los arcabuces juntos disparando,
en que el remedio de mi vida estriba,
para que muera entonces y yo viva.
OTÓN:
Pues ¿cómo piensas tan seguramente
quitar la vida a Albano?
PINABELO:
Si en la salva,
entre el humo confuso de la pólvora,
vuela una bala que le apunta al pecho,
¿quién podrá conocer al que lo ha hecho?
OTÓN:
Bien dices; no será la vez primera
que se hayan muerto ilustres capitanes
que la Fortuna perdono en la guerra
y en la paz de la salva hallo la envidia
lugar para rendir su gloria al suelo.
PINABELO:
En esto vengo yo determinado
OTÓN:
Advierte que te pongas donde seas
visto de todos.
PINABELO:
Éstas son las cajas
con que Leonido sale a recibirle.
OTÓN:
¿Y de quién te has fiado?
PINABELO:
De un criado
que entre ellos viene en forma de soldado. Salen con cajas y banderas, SOLDADOS con arcabuces y LEONIDO, capitán, detrás
LEONIDO:
Vayan, señores soldados,
con aqueste advertimiento
prevenidos y enseñados.
SOLDADO:
A solo un recibimiento
nos hacen venir cargados.
OTRO:
Lleve el diablo la bandera
y quien seguirla quisiera.
SOLDADO:
Propia guerra de mujer.
OTRO:
Si casarse lo ha de ser,
no poca batalla espera.
SOLDADO:
Arcabuces ha querido.
OTRO:
Téngolo por mal agüero
para el señor su marido.
SOLDADO:
Si es ruido lo primero,
no le faltará rüido.
PINABELO:
Escucha, Fabio.
FABIO:
Aquí estoy
con el cuidado que sabes.
LEONIDO:
Marchen con buen orden hoy,
lindos cuerpos, pasos graves.
SOLDADO:
Sed llevo.
OTRO:
Muriendo voy.
SOLDADO:
Yo llevo aquí de lo fino
con un güeso de tocino.
OTRO:
Esos portafrascos haz,
que los frascos de la paz
han de ser frascos de vino. Vanse marchando con las cajas, y quede allí FABIO con PINABELO y OTÓN
FABIO:
Córrome de que me avises,
habiéndome el cielo hecho
con más astucias que a Ulises.
Yo haré blanco de su pecho
entre las doradas lises.
La bala echaré secreta
a este rayo, que la meta
por el alma que le mandes.
Será cometa, que grandes
nunca mueren sin cometa.
PINABELO:
Ten cuenta, Fabio, que estés
donde ninguno te vea;
que al arcabuz plomo des;
la bala esconde, no sea
nuestra desdicha después.
FABIO:
Al echarla, es cosa clara,
que no han de ver lo que tomo;
del arcabuz no fïara
si, cuando le echara el plomo,
la boca no le tapara,
y aunque después ha de hablar,
no será voz que se entienda.
PINABELO:
Advierte que has de apuntar
de suerte que a nadie ofenda.
FABIO:
Déjame, señor, marchar,
y está seguro de mí.
PINABELO:
¡Oh padre, si la duquesa
queda del rey libre ansí!
OTÓN:
Segura llevas la empresa.
PINABELO:
¡Mueran mis celos aquí!
Ni sea mía ni ajena.
OTÓN:
Bien puedes por él decir
que esta salva le condena.
PINABELO:
De amores quiero morir
y no de celos de Elena.
Suenen atabales y música.
Salen LEONIDO, ALBERTO, AURELIO, ENRICO, ROSELO y todos los que puedan acompañar, y detrás el REY de Frisia y la duquesa ELENA, muy gallardos
REY:
Estoy muy agradecido
a la fiesta y alegría
que Cleves muestra en el día
que a tanta dicha he venido,
porque en los recibimientos
suelen mostrarse las almas.
ELENA:
Cortos laureles y palmas
a tantos merecimientos.
Con el arco de Trajano
os quisiera recibir.
REY:
Su laurel puede rendir
la palma de vuestra mano;
y si aquésta recibí,
aunque no la he merecido,
el arco es de amor, que ha sido
por donde entré cuando os vi.
No quiero yo más despojos
que darle envidiosas quejas,
ni más arcos que las cejas
de vuestros hermosos ojos.
Eran los arcos triunfales,
señora, para premiar
los que por tierra o por mar
vencían empresas tales.
REY:
Y así mayor le he tenido
que le puedo merecer,
pues no vengo de vencer
si vengo de vos vencido. Descúbrase la cortina y véase una portada y encima los retratos del REY y de la duquesa ELENA
¡Oh, hermosa arquitectura!
Pero a tal extremo viene
si el último cuerpo tiene
de vuestra rara hermosura.
Este arco no es del suelo;
no a reyes, al sol reciba,
que, con el ángel de arriba,
puede ser arco del cielo.
Pasaban, siendo vencidos,
por un yugo los romanos
sus contrarios, si a las manos
los entregaban rendidos.
Yo, rendido a la victoria
vuestra, pasaré dichoso
por un yugo tan hermoso,
que da a los vencidos gloria,
y aprobara mi verdad
vuestro mismo pensamiento,
pues yugo de casamiento
sujeta la voluntad.
ELENA:
Cuanto más mostráis rendido
ese pecho generoso,
tanto entráis más victorioso
y de más laurel ceñido.
Entrad el arco, que ya
os dice aquella inscripción
que tomáis la posesión
de quien hasta el alma os da.
REY:
¿Qué gente es ésta?
ELENA:
Alemanes
que se rinden a esos pies.
REY:
¿Y estas voces?
ELENA:
Salva es
que os hacen los capitanes. Disparen dentro algunos arcabuces a un tiempo y alborótese el REY
REY:
¡Traición hay en vuestra casa!
ELENA:
¿Traición?
REY:
O celos de vos.
Bala es ésta ¡vive Dios!
que por el rostro me pasa.
OTÓN:
¿Bala aquí? Ni aun lo presumas.
ELENA:
Bisoños arcabuceros.
REY:
¿Cómo que no, caballeros,
si me ha cortado las plumas?
AURORA:
Bien dice su alteza, y digo
que en su retrato paró.
PINABELO:
Si bala alguno tiró,
Descuido fué, no enemigo.
ROSELO:
Descuido o no, desde aquí
se ve bien la batería.
ELENA:
Descuido, señor, sería.
REY:
Digo que lo creo ansí;
pero con descuidos tales
no se burlen los traidores,
que permite el cielo errores
para castigos iguales.
Yo he venido en confianza
de vuestra virtud, Duquesa.
ELENA:
Que de mi tengáis, me pesa,
Albano, desconfianza.
Si yo mataros quisiera,
¿para qué con este engaño?
OTÓN:
Algún bisoño o extraño,
mezclado en alguna hilera,
al retrato tiraría
y por las plumas pasó
la bala con que pensó
hacer una bizarría.
No hay, señor, de qué temáis;
no os llaman para mataros,
sino sólo para daros
la posesión que gozáis,
y por muchos años sea.
¡Viva el rey!
TODOS:
¡Mil años viva!
ELENA:
No hay hombre que no reciba
contento, su alteza crea.
REY:
Llevar tal ángel al lado
de la bala me guardó.
ELENA:
Y si el que está arriba no,
fué porque estaba pintado.
REY:
Yo pienso que envidias son.
ELENA:
Y yo, que no os matarán,
que vais donde no podrán.
REY:
¿Adónde?
ELENA:
En mi corazón.
REY:
A vuestra defensa apelo
de este engaño y de esta ofensa,
porque con esa defensa
diré que me guarda el cielo. Vanse todos, y queden OTÓN y PINABELO
OTÓN:
Erró el tiro.
PINABELO:
Erró mi dicha,
que mis dichas nunca aciertan,
porque siempre se conciertan
mi esperanza y mi desdicha.
Y no menos dicha alcanza,
ni a mejor fortuna viene,
quien tan concertadas tiene
la desdicha y la esperanza.
Entra, acompaña los reyes,
no te echen menos, señor.
OTÓN:
Son las del paterno amor
fuertes, aunque injustas, leyes.
Él a tu gusto me guía,
mejor dijera me fuerza;
mas cuanto tu amor me esfuerza,
mi suerte me desconfía.
Ten paciencia que de Elena
goce Menalao agora,
aunque el alma que la adora
viva en tan celosa pena,
que serás Paris troyano
o me costará la vida. Vase OTÓN
PINABELO:
¡Ay, esperanza perdida!
¿Qué seguís al viento en vano
si queda en la posesión
de mi bien Albano agora
y ella dice que le adora?
¿Qué os esforzáis, corazón?
¡Desmayad y no esperéis,
que no hay cosa de más daño
que sustentar un engaño
como el que vos pretendéis!
Los que están de engaños llenos
viven más atormentados,
porque los desengañados
son los que padecen menos.
Sale FABIO, soldado
FABIO:
Luego que pude salir
del escuadrón vine a verte.
PINABELO:
Errando hallaste mi muerte.
Nunca yo acierto a vivir.
FABIO:
Pues, ¿puédesme tú culpar
si las plumas le pasé?
Que su movimiento fué
el que le pudo guardar.
PINABELO:
¿Cómo en el retrato has dado?
Si no fué desdicha mía.
FABIO:
Porque de un tiro quería
matar lo vivo y pintado.
PINABELO:
Como mi esperanza es pluma
que anda, Fabio, por el viento,
y porque mi pensamiento
volar más bajo presuma,
cortaste pluma y no vida,
y así mi esperanza queda
sin alas, porque no pueda
subir más del viento asida.
No es codicia de reinar,
como mi padre ha pensado,
sino amor desatinado,
el que me puede obligar.
Casado el rey con Elena,
hizo fin mi pretensión.
FABIO:
Que no faltará ocasión,
y por ventura más buena.
Ten ánimo, que es bajeza
el rendirse a la Fortuna.
PINABELO:
Si hubiere ocasión alguna,
de tu valor y nobleza
y de tu lealtad, ¡oh, Fabio!
haré justa confianza.
FABIO:
Pues no pierdas la esperanza
de satisfacer tu agravio.
PINABELO:
¿Cómo la puedo tener
en mi pena tan extraña,
si en mujeres siempre engaña
y es la esperanza mujer? Vanse todos y entren el REY, ALBERTO, ROSELA, LEONIDO y OTÓN, caballeros, y la reina ELENA
ELENA:
Justo es que vos hagáis,
pues ya son vuestros vasallos,
mercedes de lo que es vuestro.
REY:
Todos son vuestros crïados
los que yo traigo conmigo,
y así vos podéis honrarlos
con el premio que merecen,
por lo que saben amaros..
ELENA:
Sólo yo puedo, señor,
daros mi pecho y mi estado.
Dueño os hago de mi pecho
y de Cleves dueño os hago.
REY:
Yo os hago reina de Frisia,
aunque esto no es obligaros,
si dejáis por mí otros reinos
y otros estados más altos.
ELENA:
Tenga Aurelio, pues le amáis,
si yo a pedíroslo valgo,
oficio de camarero,
y Enrico, de secretario.
REY:
Sea, de esa suerte, Alberto,
pues vos mostráis estimarlo,
mi mayordomo mayor.
ELENA:
Roselo, como soldado,
tendrá la guarda a su cuenta.
REY:
Y Leonido en mi palacio,
la tenencia y alcaidía.
ELENA:
Dios os guarde muchos años.
OTÓN:
No pienso yo que sirvieron
a tus padres mis pasados,
Reina de Frisia, tan mal,
cuando en la paz gobernaron.
Y en las guerras que tuvieron
con propios y con extraños,
esta sangre que me dieron
tantas veces derramaron,
ni tengo tan poca tuya
que merezca olvido tanto,
ni verme en tanto desprecio
que me dejes olvidado
donde has honrado otros hombres,
que algunos de ellos se honraron
de servir... Pero no quiero,
si los honras, deshonrarlos.
Basta decir que este día
mis canas que te han crïado,
y que tu padre mandó
que las respetases tanto,
baña el agua de los ojos
que miran tantos agravios.
Que si yo, por ser viejo,
ni a paces ni a guerras valgo,
hijo tengo que conoces
que sabe regir un campo
y hablar sabe en un consejo
de soldados o letrados.
REY:
¿Quién es este caballero?
ELENA:
Otón, señor, de mis claros
padres, como pienso, deudo,
y de los buenos vasallos
que esta corona ha tenido.
REY:
Otón, yo no soy culpado
en la queja que tenéis;
que no os conozco es muy llano,
con que disculpado quedo.
OTÓN:
Aunque yo hubiera tirado
la bala del arcabuz
que ha pasado tu retrato,
como alguno que está aquí,
no me hubiera despreciado
la reina con más cautela.
ALBERTO:
Habla, Otón, con más recato,
que ningún hombre hay aquí
que trate al rey con engaño
si no tiene sangre tuya.
OTÓN:
¿Yo al rey?
REY:
Caballeros, paso,
que éste es día de ganar
las voluntades a entrambos,
y no de hacer, con agüeros,
casamientos desdichados.
Dense las manos.
ALBERTO:
Señor,
yo soy su amigo.
OTÓN:
Los pasos
que he dado por tu servicio
no merecen este pago.
REY:
Almirante de la mar
hago a Otón.
OTÓN:
Tú me has honrado
cuando quien llamarme puede
padre me ha olvidado tanto.
REY:
Vamos, señora.
ELENA:
Yo voy
triste de ver que os han dado
los de mi casa este enojo.
REY:
Hoy hacéis el tiempo claro,
como cuando sale el sol
de resplandor coronado
después de la tempestad.
ELENA:
De vuestra luz son los rayos.
OTÓN:
No importa que agora os deis
en amor y paz las manos;
presto veréis lo que puede
la discordia en los casados.