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La esperanza (Valdés Mendoza)

De Wikisource, la biblioteca libre.
La esperanza (1854)
de Merced Valdés Mendoza

La esperanza

Piérdase antes vida que esperanza.
QUINTILIANO

I

 ¡Ven, ninfa celestial de la esperanza,
 ven, dulce amiga, que tu amor imploro!,
 y enséñame en hermosa lontananza
 el bien que busco y anhelante adoro.
 Muéstrame un sol de gloria y bienandanza
 con tus reflejos de esmeralda y oro;
 lanza torrentes de tu luz querida
 en el triste horizonte de mi vida.

II

 Yo desde niña te buscaba ansiosa
 en medio de mis juegos seductores;
 yo desde niña procuré afanosa
 ornar mi frente con tus blancas flores,
 y cuando ya la juventud preciosa
 me cubrió de sus mágicos favores,
 he buscado también enajenada
 la bendita expresión de tu mirada.


III

 ¡Cuántas noches, al rayo de la Luna,
 en tus inmensos dones meditando,
 he contado las horas una a una,
 con cien visiones de placer soñando!
 Tus contentos, tus goces, tu fortuna,
 por mi agitada mente resbalando,
 brillantes horizontes bosquejaban
 y mundos de delicias me brindaban.


IV

 ¡Cuántas veces pensé que acá en la tierra
 eras del existir lumbrera y guía,
 o beso de piedad que puro encierra
 bálsamo de consuelo, y alegría!
 Y a la manera que en la altiva sierra
 más vivo lanza su fulgor el día,
 en tu adorable templo te miraba,
 y sin saber por qué siempre esperaba.


V

 La tierra virgen que descansa hermosa
 en delicado lecho de azucenas,
 a quien la blanda risa presurosa
 con sus amantes besos hiere apenas,
 viendo de la corriente bulliciosa
 las ondas apacibles y serenas,
 en inefable gozo embebecida
 se queda con tu imagen adormida.


VI

 Lanza un grito de muerte en la batalla
 el arrojado, intrépido guerrero,
 valiente cruza la enemiga valla,
 y el muro rompe su cortante acero;
 nada le enfrena; su furor estalla
 cual el fuerte crujir del rayo fiero,
 y sin cesar un punto de llamarte
 levanta de la gloria el estandarte.


VII

 Al pálido lucir de llama inquieta
 en solitaria estancia retirado,
 medita y vela el pensador poeta
 sobre el vetusto libro reclinado;
 siempre quedara su canción secreta,
 y del fuego divino despojado,
 callara el trovador, muriera en suma,
 si no te viera a ti junto a su pluma.


VIII

 ¿Y qué fuera la mísera existencia
 acosada del negro sufrimiento,
 si no aspirara la fragante esencia
 que vierte suave tu aromado aliento?
 Lago sin cristalina transparencia,
 el mar sin ondulante movimiento,
 abrasado arenal, ciudad desierta,
 a toda sensación un alma muerta.


IX

 Ven, ninfa celestial de la esperanza,
 ven, dulce amiga, que tu amor imploro,
 y enséñame en hermosa lontananza
 el bien que busco y anhelante adoro;
 muéstrame un sol de gloria y bienandanza
 con sus reflejos de esmeralda y oro,
 vierte los rayos de su luz querida
 en el triste horizonte de mi vida.


X

 Muéstrame sí, tu cielo engalanado
 con riquísimas franjas de colores,
 de trémulas estrellas salpicado,
 y sus lindos luceros brilladores.
 Vierte en mi corazón acongojado
 mil afectos de paz, consoladores,
 y tocaré del porvenir la puerta
 latiendo el pecho con la fe despierta.


XI

 Tu dulce voz me animará gozosa;
 y sus anchos umbrales traspasando
 mi suerte desgraciada o venturosa
 irán mis ojos sin temor mirando;
 en torno de mis sienes cariñosa
 tus purísimas alas desplegando,
 alentarás tal vez mi fantasía,
 dándome inspiración, luz y armonía.


XII

 Cíñeme con tus lazos deliciosos,
 encanto de mi ser, flor argentina,
 y por senderos fáciles y hermosos
 mis débiles pisadas encamina.
 Estréchame en tus brazos amorosos,
 esperanza feliz, Virgen divina,
 y al darme la vejez su mano helada
 en tu seno me encuentre reclinada.