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La estafeta romántica/XIII

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XIII

De Fernando Calpena a D. José María de Navarridas

Villarcayo, Abril.

Mi respetable amigo: No a desatención ni olvido, sino a la indolencia que el estado de mi ánimo me imponía, debe atribuirse el hecho de no escribir a usted y su noble familia cuando Sabas partió para La Guardia. Espero que me perdonará esta falta antes que yo mismo me la perdone, y fiado en ello me tranquilizo de la turbación que su carta ha levantado en mi conciencia. No quiero dar a usted más disculpas que la de mi desgana de toda ocupación en aquellos días, y es bastante; que el guerrero que vuelve derrotado y maltrecho en horrendos lances y peripecias abrumadoras, tiene derecho al descanso, llamémosle pereza. Ha sido precisa la intervención de una deidad providente para que yo me decida a no aplazar por más tiempo la contestación a su cariñosa carta.

Sí; la señora de este castillo, me ha cogido hoy por una oreja, y llevándome al despacho de su digno esposo, me ha conminado con penas de supresión de almuerzos y comidas si no escribía hoy mismo al buen párroco de La Guardia. La ilustre señora me ha hecho ver la fealdad de mi conducta, demostrándome además cuánto conviene a mis males íntimos el apartar de ellos la atención. A esto añado, por cuenta propia, que nada es más grato para mí que platicar de lejos, ya que de cerca es imposible, con usted y con su dignísima hermana y encantadoras sobrinitas, a quienes manos y pies beso con todo el rendimiento de las más leal amistad.

Grande satisfacción me causan sus noticias acerca de la excelente salud de las niñas de Castro, de su alegría y buena disposición. Veo con gusto que la juguetona Gracia se hace poquito a poco persona formal, ayudando a su hermana, y que esta multiplica sus dotes y aptitudes, como si no quisiera dejar mérito alguno para los demás. Al propio tiempo, he de manifestar a usted mi sentimiento porque su nobilísimo plan no haya tenido realización a la hora presente. Tanto Valvanera como yo hacemos votos porque los deseos de usted y de su hermana se realicen lo más pronto posible, y no dudamos que la negativa de la mayorazga ilustre de Castro será un incidente pasajero. He dicho mayorazga sin acordarme de la abnegación con que Demetria ha partido sus bienes con la hermana menor. Sin duda su alma, ambiciosa de perfecciones, ha querido añadir a sus coronas la de esa generosidad hermosísima. No digo a usted que la felicite en nuestro nombre, porque quizás al echar el incensario a su magnanimidad daríamos, sin quererlo, un golpe a su modestia. Persistan usted y su hermana en su buen propósito, y al fin la voluntad de Dios y la de la sin par Demetria aparecerán en perfecta armonía.

En efecto: el Sr. D. Pedro Hillo, cuya visita le anuncian de Madrid, es mi amigo más amado, y el discreto corresponsal de cuyos relatos interesantes di a usted conocimiento; persona por diversos títulos digna de su estimación y de los agasajos que le prepara, pues une a su saber de cosas sagradas y profanas, el trato amenísimo y la gravedad del carácter.

No me parece mal que las niñas consagren a la lectura sus ratos de ocio, que en esa vida laboriosa no pueden ser muchos. Demetria no necesita andadores para correr con paso firme por los altibajos de toda la literatura habida y por haber, pues su criterio superior le permite discernir claramente lo bueno de lo malo y lo sano de lo enfermo. Déjela usted, que ya sabe ella por dónde anda, y ni la Nueva Eloísa, ni el Joven Werther, ni los fogosos atrevimientos del modernísimo Víctor Hugo, si éste ha llegado a La Guardia, turbarán su espíritu reposado. A Gracia sí conviene atarla un poquito corto en sus tareas de lectura, porque no posee todavía el seguro discernimiento de su hermana. ¿Pero qué he de decir yo sobre esto que usted no sepa, mi bondadoso y respetable Navarridas, maestro y capellán de esas nobles criaturas?

Concluyo, amigo mío, con un encargo que mi castellana se permite hacer a Demetria, por conducto mío. Venimos a ser usted y yo no más que dos torres telegráficas por donde el pensamiento de Valvanera se transmite a la incomparable gobernadora de los estados de Castro. Ponga usted atención, tome nota de las señales que enarbolo, y llénese de paciencia, porque ahora sale mi señora con que no es un encargo, sino dos, y quizás tres. Allá van: sabedora Valvanera de que en La Guardia se cosechan los mejores tirabeques de la Rioja alavesa, y quizás del mundo, desea que Demetria le suministre la semilla suficiente para sembrar, en la huerta de esta casa, un tablero como de ocho varas de largo por dos de ancho. Los tirabeques que aquí conocemos son estrechos, según dice, mal granados y con hebra excesiva y gruesa: desea de los grandes, torcidos a lo cuerno de carnero, jugosos y mantecosos, como los que le mandaron de regalo las de Álava, allá en la ominosa década, si no recuerda mal. ¿Se ha enterado usted bien, Sr. D. José María? Mire que si se equivoca no me echen luego la culpa a mí, pobre vigía de esta torre primera... Adelante. ¡Ah! dice Valvanera que, si puede ser, disponga el envío lo más pronto posible, para sembrarlos en el menguante de este mes. Otrosí, que añada instrucciones sobre el sistema de cultivo y tutores que ahí se emplean para esa planta, comúnmente viciosa y de altísimas guías. ¿Enterado?

Pues allá va otro encargo: receta para hacer dulce de tomate, que es una de las más sabrosas especialidades de mi señora Doña María Tirgo: riquísimo lo hacía una monja de Medina de Pomar; pero ya se ha muerto, llevándose el secreto de su arte. Que añada si se mezcla o no con ciruela, pues entiende mi castellana que el tomate dulce de Doña María tiene algo de trampa. Las ciruelas de aquí son excelentes, y si hay mezcla no se duda del buen resultado. De paso... (y aguante usted el nublado, mi Sr. D. José María), que a la receta antedicha agregue Demetria la que usan en esa noble casa para hacer el incomparable mostillo que han podido gustar, más no imitar, los amigos que de regalo lo han recibido. La señora de Castro-Amézaga, madre de las niñas reinantes, elevó el crédito de los mostillos de esa casa a colosal altura. Si no hay receta escrita, habrá en la familia tradiciones, que Demetria conservará religiosamente. Y si a la dignación de mandar las semillas y las recetas añaden las señoritas la prontitud, el favor será doblemente agradecido.

¿Quiere usted más, mi buen D. José María? Pues no hay más, sino que deseamos a usted y a su hermana y las niñas toda la felicidad que se merecen; y por mi cuenta digo que las expresiones usuales de cortesía me parecen pálidas para manifestar a todos mi cordial respeto. Besa las manos de ustedes su afectísimo -Fernando Calpena.