La estafeta romántica/XXIV
XXIV
Madrid, Julio.
Amada mía: Hoy está Felipe de malas, quiero decir, de peores, suspicaz y fiscalizador como nunca, queriendo meter en todo sus robustas narices. Aprovecho su ausencia, que no puede ser larga: ha ido al Ministerio de Estado y volverá pronto, para que su víctima no descanse ni respire...
Bueno: me corre por el cuerpo toda la electricidad de una mediana tormenta. Trueno y relampagueo. Debo decirlo al revés: primer el relámpago... Creo que mi excitación sube de punto con el júbilo de saber que tu niño está ya fuera de peligro. ¡Qué días he pasado! Bendito mil veces sea el Señor que te le conserva, y a mí me da este gran consuelo. Mi alma, que ha tiempo mora en Villarcayo, vuelve acá de un vuelo cuando la necesito, y ha estado trayéndome y llevándome recaditos con las alas de mi ansiedad. Ahora la mando otra vez para allá, con las alas de mi amor, para decirte que ese plan de transacción decorosa, asignando a cada galán una de sus niñas, me parece de perlas. Pero conste que en todo caso, la mayor, la buena, ha de ser para mí. Mi sobrino, que sólo busca una dote, puede apencar con la pequeña, en quien veo una nerviosilla sin juicio, quizás malhumorada y enferma. No me conviene. He leído las cartas de entrambas. La gravedad con que Demetria se sostiene en su papel, permitiéndose tan sólo alusiones muy finas e ingeniosas a la situación de Fernando, me encanta. En la de Gracia no veo clara su intención. ¿Aboga por su hermana o por sí misma? Digas lo que quieras, por el texto de la carta no podemos colegir si es una pobrecita inocentona, o si se vale de la inocencia para declararse. Esta duda me inquieta. ¿Es ella la enamorada, o es la otra? No sé qué novela he leído, de las más románticas, en que esta duda y confusión llenan las páginas de un voluminoso libro, para salir con la patochada de que las dos aman, y cada una resuelve sacrificarse, de lo que resulta que una y otra se envenenan. ¡Qué horror! Y lo más chusco es que el galán se casa luego con una tercera, con la que las indujo al sacrifico. ¡Qué simpleza! El romanticismo me tiene cogida, llenando mi cabeza de ideas tétricas, de complicaciones diabólicas. Ese Dumas trae loca a la humanidad.
Quiero espantar de mi mente todo ese mundo imaginativo. Bastante tengo con mi drama, de cuya realidad no puedo dudar por los torozones y horribles sacudidas que me causa pataleando dentro de mí. Este sí que es drama, y por Dios que ya deseo un desenlace, aunque sea de los más violentos. No puedo ya con tanto disimulo y ficciones tantas. Mi arte se agota; cada día tengo que inventar resortes nuevos, y mi potente iniciativa para el enredo envejece y se apaga. Quiero una solución, cualquiera que sea. Desde hace dos días me absorbe completamente la idea de consultar el caso legal con un buen abogado, que al propio tiempo sea hombre de honor y delicadeza. He pensado en Cortina, y no pasará el día de mañana sin que le escriba pidiéndole hora para una consulta, con la advertencia de que se trata de cosa muy secreta, que ha de quedar entre los dos. Sí, sí: no vacilo más; tendré que revelarle el caso de pe a pa, sin omitir nada, absolutamente nada. Si para el fin que persigo no hubiere más remedio que romper por todo, romperé, estallaré como una bomba; que ya toda esta pólvora, toda esta metralla que llevo dentro de mí años y más años, quieren salir a que les dé el aire.
Me apresuro a concluir, temerosa de que vuelva Felipe, que hoy está tremendo, hija, un Júpiter tonante, jaquecoso, que por rayos tiene los interrogatorios impertinentes. ¡Ay, comprendo el suicidio ante un fiscal semejante! Se ha empeñado en saber qué empleo doy a los dineros que recibo para mis gastos particulares. Los extraordinarios cuantiosos para vestidos que aún no se han hecho; los que pedí para embellecer y amueblar el palacito de Balsaín, ¿dónde han ido a parar? Ya no compro cuadros ni abanicos; más bien vendo. Mi marido se asombra de mis aptitudes mercantiles; todo le parece bien menos que él ignore en qué empleo mi dinero. Poco antes de salir, sintiéndome ya colérica y a punto de dispararme, le dije que bien puedo dar a las rentas de mi patrimonio la aplicación que mejor me acomoda. Naturalmente, no se conformó con esta teoría. Es el esposo; no me priva de lo mío, pero tiene derecho a saber... Ya viene, siento el coche. Adiós, mi amadísima. Mañana, si me deja este monstruo de curiosidad, repetiré... Mil y mil besos. -Pilar.
Miércoles.- No tengo tiempo más que para cerrar esta, después de añadir cuatro palabritas. Mi pariente, en todo el esplendor de su impertinencia. Ha faltado poco para que le tire a la cabeza una tetera de porcelana. No puedo más, no puedo más. Mañana hablaré con Cortina. Dios me fortalezca y a él le ilumine.
Con la prisa no te dije que mi alegría fue grande al leer en tu carta que habías revelado a Fernando mi nombre y demás... ¡Lo que lloré aquella noche!... ¡Ay, bien lavaditos tengo ya mis pecados! No son flojos ríos de lágrimas los que he derramado sobre ellos.
Hoy, escribiendo corto, también soy tostada... Me achicharra este hombre.