La estafeta romántica/XXXIX
XXXIX
Villarcayo, Octubre.
Amigo mío: Mando la presente por un propio que expedimos en seguimiento de ustedes, encargándole que pique espuelas para alcanzarles pronto. Lleva la carta que hoy se ha recibido de Pilar para su hijo, la cual nada contiene de particular, y la envío para que sirva de pretexto al viaje del propio: el verdadero fin de este es informar a usted de un hecho que me ha producido alguna inquietud. Se lo cuento en esta carta, que el mozo le entregará, según mis órdenes, sin que Fernando se entere.
Esta mañana presentose en casa un sujeto, a caballo, con trazas de caminante afanado y presuroso, y habiendo preguntado por Fernando con vivo interés, renegó de sí mismo y de su suerte cuando le aseguramos que había partido. Resistiose a creerlo; y como Juan Antonio, en vista de la insistencia y disgusto que mostraba, le dijese que bien podía manifestarnos a nosotros el motivo de su viaje, nos contestó lo que fielmente le transmito, mi Sr. D. Pedro: «Pues sepan, señora y caballero, que yo soy Zoilo Arratia, para servir a ustedes. El objeto que aquí me trae sólo al Sr. D. Fernando puedo manifestarlo, por ser cosa de la incumbencia suya y mía particularmente, y así díganme pronto a qué punto de España se encamina, para correr tras él hasta que le encuentre». Ya tenía Juan Antonio la palabra en la boca para responder la verdad, pues es hombre a quien mucho trabajo cuesta ocultarla, cuando yo, que vi al instante un peligro en dicha verdad, anticipé la mentira de que Fernando iba camino de Burgos para seguir luego hasta Madrid, adonde le llaman sus intereses. En el rostro vivo del tal Arratia conocí que no me creía. El hombre es rudo, fuerte, bien plantado, de hermoso rostro moreno y ojos como centellas. Debió de ver en los míos el temor y la curiosidad, y quiso explicarse mejor con estas otras palabras, que, grabadas en mi memoria, copio con la posible fidelidad: «Señora y caballero, sepan que le busco para proponerle que seamos amigos, y si no lo quieren creer, no lo crean. Como digo también que si D. Fernando no quisiera las paces, en la guerra me encontrará, y ya verá quién es Zoilo Arratia. Dispénsenme los señores, y manden lo que gusten a su servidor». Se fue a la posada, donde le aguardaban otros dos del mismo pelaje, que en su compañía vinieron y siguen. Al mediodía supimos que, después de dar un pienso y corto descanso a sus caballos, trotaban hacia Miranda. ¡Qué mal hice en indicar la vuelta de Burgos, sin acordarme de que forzosamente la tomarán por Miranda de Ebro! No me perdono esta torpeza mía.
En fin, mi Sr. D. Pedro, ello podrá ser un hecho insignificante, sin malas consecuencias; pero nos hallamos inquietos, y hemos acordado avisar a usted para que esté con cuidado, y evite, si es posible, el encuentro con ese maldito bilbaíno, cuya presencia inesperada viene a turbar mi gozo por el buen giro que tomaban los asuntos de Pilar y Fernando. Puesto el caso en su conocimiento, nos tranquilizamos, en la seguridad de que sabrá usted evitar nuevos disgustos. Quedamos pidiendo a Dios que les guíe, y que a todos nos dé la paz que merecemos. De usted atenta servidora y amiga -Valvanera.