La estafeta romántica/XXXVIII
XXXVIII
Villarcayo, Octubre.
Amada madre mía: La mejor satisfacción que puedo dar a quien por mí ha padecido tantas amarguras es consagrarle lo que de estas ha sido causa, mi existencia, mi pobre existencia, martirio ayer de quien me dio el ser, hoy consuelo y esperanza. Allá va, pues, con mis cariños más ardientes, la protesta de ofrecer a usted toda mi voluntad, de ponerla bajo su amparo y gobierno, para que en el dominio constante de ella reciba mi madre las alegrías que apetece, fruto tardío de su grande amor, y compensación de sus acerbas penas. Juntas y confundidas nuestras voluntades, la mía se complacerá en la obediencia, sabiendo como sé que el clarísimo entendimiento de mi señora madre ha de imponerme actos y resoluciones de innegable sensatez. La obscuridad de mi nombre, al que no puedo añadir el más grato a mi corazón, no me exime de ser caballero. Leal y honrado nací; aspiro a que mi conducta intachable y noble me dé la consideración, el aprecio de las gentes, y aun el brillo social a que no puedo aspirar por mi nacimiento. Con orgullo puedo decir que algún rayo de la pasmosa inteligencia de mi madre ha venido de su ser al mío, y esta riqueza que mi alma posee no la cambiara yo por las más gloriosas vanidades de los nombres. La luz de mi madre arde en mí, y con esto y su amor me basta; no quiero nada más, ni otros bienes apetezco.
Deseo vivir y tener salud para gloria y felicidad de la que ha vivido padeciendo por mí; deseo agradarla en todo, amoldar absolutamente mis acciones a sus deseos. Acepto la explicación que se sirve darme de su plan referente a mi matrimonio con la niña de Castro-Amézaga, y le agradezco infinito que haya tenido en cuenta las razones que por conducto de Valvanera le expuse para no precipitar este asunto y someterlo a los trámites que me imponen la dignidad de todos y mi delicadeza. No haré, pues, manifestación alguna de propósitos matrimoniales, concretándome a pasar por La Guardia de regreso de Vitoria, en compañía del buen Hillo. En esta visita veré cómo soy recibido, formaré juicio de los sentimientos de aquella ilustre familia con respecto a mí, y de las direcciones que haya tomado o tome la voluntad de la diosa, como dice nuestro capellán. No haré papeles de pretendiente ni de rival del Marqués de Sariñán, concretándome a reanudar mis buenas amistades con ambas señoritas. ¿Estamos conformes en esto, madre querida? ¿Soy razonable, discreto, noble, y al propio tiempo sumiso y obediente hijo? Creo que sí; y seguro de que mis sentimientos están en perfecta concordancia con los de usted, no recelo en emprender mi viaje. Prontos a partir, estas letras de despedida llevan a usted los respetos del gran Hillo, el cariño de los Maltranas, chicos y grandes, y el corazón y el alma toda de su amante hijo -Fernando.