La fingida ArcadiaLa fingida ArcadiaTirso de MolinaActo II
Acto II
Salen don FELIPE, de pastor,
y ALEJANDRA
FELIPE:
¿También ella ha dado en eso?
ALEJANDRA:
El trato y conversación
varían la condición,
la de mi prima profeso.
Cuando tiene poco seso
el señor, pocos crïados
le sirven considerados.
en casa del jugador
todos imitan su humor;
la guerra engendra soldados.
A cierto rey, adulaba
un privado, o necio o loco;
era cojo el rey un poco
y el otro le remedaba,
sano estando, cojo andaba.
Imitaron sus antojos
los demás, y dando de ojos
cuantos iban á palacio
llenaron en breve espacio
toda la corte de cojos.
Provincia hubo, cuya gente
mandó a cada cual, por ley,
por faltar un diente al rey
que se sacase otro diente.
Mueve el objeto presente.
Trata en pastores Lucrecia,
que caballeros desprecia,
después que estos campos mora,
y yo imito a la señora,
ya sea cuerda, ya sea necia.
Esta negra Arcadia ha sido
de Lope, quien la ha encantado.
FELIPE:
La Arcadia de Lope ha dado
al traste con su sentido.
ALEJANDRA:
Tirso, basta lo fingido.
Yo sé, que aunque jardinero
te vendrá el sayal grosero;
hablando a lo pastoral,
debajo el sayal, hay al.
FELIPE:
¿Qué ha de haber?
ALEJANDRA:
Un caballero.
FELIPE:
Bien puedo venirlo a ser;
de menos nos hizo Dios.
ALEJANDRA:
Solos estamos los dos;
ya sabes que la mujer
pierde el seso por saber.
¿Díme quien eres?
FELIPE:
Verá
en la locura que da
Regidero fué mi padre,
si dice verdad mi madre,
y alcalde una Navidá.
Cuando nací, no hubo quien
no dijese a la parida,
"No hay cosa más parecida
en el puebro, al sacristén."
¡No lo llevó padre bien!
Mas yo que tengo ventura
más que un sobrino de un cura
y soy labrador. ¡Por Dios
que pienso, que a ambos a dos
les soy en cargo la hechura!
Sale LUCRECIA con La Arcadia en la mano
LUCRECIA:
(¿Si hallaré a mi jardinero (-Aparte-)
retratando entre sus flores
mis esperanzas y amores?)
ALEJANDRA:
Tirso, vos sois caballero.
Aunque el azadón grosero
os dé ejercicios tan llanos,
tenéis muy blancas las manos;
y aunque más disimuléis
los callos que no traéis
son guantes de los villanos.
LUCRECIA:
(Tirso y Alejandra, están (-Aparte-)
solos.)
FELIPE:
También tengo yo
mis callos.
ALEJANDRA:
Aqueso no, Tómale una mano
que ellas os desmentirán.
FELIPE:
Estése queda.
LUCRECIA:
(Ya van (-Aparte-)
quilatando mis desvelos
el oro de amor, con celos.)
ALEJANDRA:
¿Esta es mano labradora
O cortesana y señora?
LUCRECIA:
(La mano le ha dado, ¡ay cielos!) (-Aparte-)
ALEJANDRA:
Aquí mi sospecha vea
engaños que en sayal fundas,
que manos tan vagamundas
más son de ciudad, que aldea.
FELIPE:
Como ha poco que se emplea
en el campo mi labor,
aún no he mudado el color,
Estudiaba para cura,
mas tengo la cholla dura
y quedéme en labrador.
Suelte, que parece mal. Sácale una valona con puntas de cuello
ALEJANDRA:
Que os desmienta amor me manda.
¿Dicen bien cambray y randa
con el buriel y el sayal?
LUCRECIA:
(¿Hay desventura tal? (-Aparte-)
Don Felipe, al fin, traidor.)
ALEJANDRA:
¡Qué delicado pastor!
Llámeos el que os considera
dentro holanda, y sayal fuera,
Tirso hipócrita de amor.
Pero Lucrecia está aquí.
Turbado os habéis en vella,
sed cortesano para ella
y labrador para mí,
que, pues andaban así
los pastores de Erimanto,
si Anfriso sois, no me espanto
que estime tanto la vida
de nuestra Arcadia fingida
y que a vos os quiera tanto. Vase ALEJANDRA
FELIPE:
¡Lucrecia del alma mía!
LUCRECIA:
¿De vuestra alma? Debe ser
alma, Tirso, de aLquiler
con huéspedes cada día.
Quien de españoles se fía
llora engaños como yo;
quien jardineros creyó,
funde en flores su esperanza,
símbolos de la mudanza,
rosas hoy, mañana no.
FELIPE:
Si decís eso, mi bien,
porque aquí Alejandra estaba...
LUCRECIA:
A las manos os miraba,
gitana, sus rayas ven.
FELIPE:
Si nos oyérades bien
salieran recelos vanos...
LUCRECIA:
Son ladrones los gitanos;
dístesle la mano vos,
y amor que es juez porque es Dios
os cogió el hurto en las manos.
Ya sabéis vos que en la palma
funda el Amor su caudal,
pues se la dan en señal
los que hacen de dos un alma;
con la vuestra el pesar calma
de Alejandra, dadla el sí,
pues darle la mano os vi;
que contra agravios villanos
la venganza es toda manos
y las tendrá para mí.
FELIPE:
Admitid satisfacciones.
LUCRECIA:
No las hay para la vista.
Sale CARLOS
CARLOS:
Aunque encartado en la lista
de faltas e imperfecciones,
condesa...
FELIPE:
(No me faltaba (-Aparte-)
sino aqueste estorbo agora.)
CARLOS:
En fe que el alma os adora. A LUCRECIA
FELIPE:
Yo maravillas sembraba,
que por ser de Amor son de oro,
dio Alejandra en porfïar
que no se habían de lograr.
CARLOS:
Digo que en fe que os adoro,
Lucrecia mía, no quiero
que me desdeñáis creer.
FELIPE:
Dijo que no habían de ser
si espuelas de caballero,
que por azules son celos
y por ser espuelas pican.
CARLOS:
Muchos que os aman publican
esperanzas y desvelos,
que porque os darán enfado
con las faltas que escribistes,
discreta los despedistes;
y aunque entre ellos señalado
yo sé que soy preferido.
FELIPE:
Dijo, sembrad, jardinero
espuelas de caballero.
Respondíla, yo no he sido
caballero, sí pastor,
ni han de sembrarse en mis eras
flores que son caballeras.
CARLOS:
¡Qué importuno labrador!
¿No echaréis de ver, villano,
que estoy hablando yo aquí?
FELIPE:
Como esto la respondí,
llega y cógeme la mano,
y agarra las maravillas
que encubierta conoció;
pero, aunque las marchitó,
si ella quiere recebillas
bien puede, como no crea
engaños y trampantojos
que tal vez hacen los ojos.
CARLOS:
No me deis causa que sea
descortés con la condesa,
villano, agora por vos.
LUCRECIA:
Andad, Tirso, andad con Dios,
que no es buena disculpa ésa.
Proseguid vuestro ejercicio,
lo que Alejandra os mandó
sembrad, que no quiero yo
contradecir vuestro oficio.
¿Trasplantar flores, no es
de una a otra parte mudarlas?
Pues bien, podéis trasplantarlas
si el mudarse es tu interés.
Andad, dadlas otra mano
si no basta la primera.
CARLOS:
Menos tratable os quisiera,
señora, con un villano.
LUCRECIA:
Gusto de gente sencilla;
mas ya este pastor me enfada
porque tiene alma doblada.
Idos de aquí.
FELIPE:
Persuadilla
quisiera a lo que es verdad.
LUCRECIA:
Ya os digo que nos dejéis.
CARLOS:
Rústico, vos pretendéis
que ofenda la calidad
de mi nobleza con vos.
FELIPE:
Que no ofenderá.
CARLOS:
Villano,
¿vos os vais del pie a la mano
conmigo?
FELIPE:
Y con otros dos.
LUCRECIA:
¡Bárbaro! ¿Con el marqués?
FELIPE:
Después que soy jardinero
y espuelas de caballero
traigo, ya que no en los pies,
en las manos, he cobrado
humos de caballería;
el valor nobleza cría.
Si me habéis menospreciado,
juzgando, por suerte escasa,
el sayal que estimo al doble,
advertid que el huésped noble
tal vez vive en pobre casa.
CARLOS:
¿Que esto consienta a un grosero?
LUCRECIA:
¡Dejadle, que si villano
se ha tomado tanta mano,
vengarme y vengaros quiero
con daros la mano yo,
en fe de lo que os estimo
como amante y como primo! Danse las manos y quítaselas don FELIPE
FELIPE:
¿Cómo amante? Aqueso no;
que yo, que este jardin guardo,
arranco, si me parece,
la mala hierba que crece,
y sus espinas escardo.
Espuelas de caballero
me hizo Alejandra sembrar,
y si se han de malograr
flores que sembré primero,
satisfagan mis desvelos
la venganza a que se aplican,
ya que como espuelas pican
y como azules dan celos,
que los planteles que trazo
de otra labor han de ser.
CARLOS:
¿Qué haces, bárbaro?
FELIPE:
Romper,
por ir torcido, este lazo.
CARLOS:
Afrenta es, no castigar
un loco tan descompuesto. Echa mano CARLOS, y riñe con don FELIPE con el azadón
LUCRECIA:
Tirso, Carlos, ¿qué es aquesto?
FELIPE:
Esto es, mudable, escardar.
CARLOS:
Y esto hacer que un descortés
no lo sea.
FELIPE:
Cortesano,
¿a Lucrecia dais la mano?
Pues no os me habéis de ir a pies. Vanse peleando
LUCRECIA:
Gente, pastores, crïados,
que matan mi jardinero,
mirad que sin él no espero
dar sosiego a mis cuidados.
(¡Oh celos! Confuso abismo (-Aparte-)
como el que os tiene no alcanza,
que en vez de tomar venganza
la experimenta en sí mismo.)
Sale don FELIPE
FELIPE:
Yo, Lucrecia, soy de España,
mi noble patria es Valencia,
que, ni sufre competencia
ni perdona a quien la engaña.
La guerra es mi profesión,
toda cólera y venganza;
si agravios causan mudanza,
juzgad los vuestros qué son;
que yo, español mal sufrido
y vengador valenciano,
que enajenar una mano
he visto, de quien he sido
dueño; si a vuestra promesa
es bien que crédito dé,
no es justo que tenga fe
en mano que otro hombre besa.
Si a Alejandra se la di,
fue porque quiso, curiosa,
como mujer maliciosa,
hacer experiencia en mí
del oficio que grosero
he, por vos, ejercitado,
o, saber si disfrazado
era Tirso jardinero.
Injurias del azadón
buscaba Alejandra en ella.
Quien disculpas atropella
y no oye satisfacción,
achaques busca, sin duda,
con que excusar su mudanza.
Hallólos vuestra venganza.
No es Amor el que se muda.
Gozad a Carlos, que es justo
mientras que me ausento yo,
que, si en la mano cifró
prendas, Amor de su gusto;
y en ella la posesión
le dió vuestra libertad,
alegará antigüedad,
y, guardársela es razón.
Dama tengo yo en Valencia
con que despicar enojos,
menos crédula en sus ojos,
y más constante en mi ausencia.
En La Arcadia que leístes,
aunque hay celos cortesanos,
no hallastes venganza en manos,
ni mudanzas aprendistes;
y quien estilos no guarda
de amores que imitar quiso,
no es bien los logre en Anfriso,
pues no ha sido Belisarda.
Ella es firme y fácil vos;
pero contra tales daños
templos hay de desengaños
donde sane Anfriso. ¡Adiós!
Vase FELIPE
LUCRECIA:
Felipe, mi bien, aguarda,
cesen venganzas violentas;
si, como Anfriso, te ausentas,
moriráse Belisarda.
Yo me cortaré la mano,
ocasión de tus enojos;
yo me sacaré los ojos
que dieron crédito vano
a culpas que no hay en ti.
Árboles, ¿no le estorbáis?
Arroyo, ¿no le atajáis?
¡Fuése, cielos! ay de mí!
Pastoriles sutilezas,
si me enseñastes a amar
ya me podéis enseñar
soledades y tristezas.
Arcadia, dedidme vos
con qué paciencia y aviso
llevará ausencias de Anfriso
Belisarda; y si los dos
distantes tuvieron seso
para sufrir soledades
que en remisas voluntades
corduras solas confieso.
Celos le volvieron loco
a Anfriso, y pues no perdió
ella el seso, muestra dio
que amaba a su pastor poco.
Mas vale en que yo le pierda
y en fe de que sé querer,
con Anfriso loca ser
que con Belisarda cuerda.
¡Flores, que ya espinas piso!
¡Fuentes a quien llanto doy!
¡Confesad que loca estoy
o restauradme a mi Anfriso!
Salen CARLOS, ROGERIO, CONRADO, HORTENSIO, ALEJANDRA y ÁNGELA
CARLOS:
¿Hay más furioso villano?
ROGERIO:
Muérte os da, a no defenderos.
CARLOS:
Si la vida he de deberos
buscadle, que será en vano
mientras no me vengo de él
hacer de mi vida caso.
LUCRECIA:
¡Zarzas, atajadle el paso!
¡arroyos, corred tras él!
ALEJANDRA:
Prima.
HORTENSIO:
Alejandra.
CARLOS:
Señora.
LUCRECIA:
Belisarda soy, pastores.
Mi Anfriso ausentan traidores
¿qué hará sin él quien lo adora?
CONRADO:
¿Qué novedades son éstas?
ÁNGELA:
Loca la condesa está.
LUCRECIA:
Viviréis contentos ya;
haréis en Arcadia fiestas,
pastores del Erimanto,
que Anfriso se fue al Liseo.
Cumplió a la envidia el deseo
vuestro rigor y mi llanto.
Industrias de Galafrón
y celos de Lerïano,
mi Anfriso ausentan en vano
pues le guarda el corazón.
HORTENSIO:
¿Qué Arcadia, qué Galafrones
son éstos?
ÁNGELA:
Bien dijo yo
desde que Lucrecia dio
en leer prosas y canciones
de esta Arcadia--¡Oh, maldición!--
que el seso había de perder.
LUCRECIA:
Ausencias, no han de poder,
malicioso Galafrón,
causar en mi amor olvido.
Bronce soy, columna, roca.
ROGERIO:
¡Vive el cielo que está loca!
CARLOS:
Quemad los libros que han sido
ocasión de este accidente.
LUCRECIA:
¿Por una mano que di,
pastor, me dejas así?
HORTENSIO:
Tenedla.
LUCRECIA:
Mi Anfriso ausente,
no quiero gusto, ni vida.
CARLOS:
¡Oh! Maldiga el cielo, amén
la Arcadia y libros también
que engañan gente perdida.
ALEJANDRA:
Prima mía, vuelve en ti.
LUCRECIA:
¿Cómo, si soy Belisarda?
¿Y tú, cautelosa Anarda,
me usurpas Arifriso así?
ALEJANDRA:
¿Yo Anarda, prima? ¿Qué es esto?
LUCRECIA:
Tú, cavilosa pastora
siendo a mi amistad traidora
en este estado me has puesto.
ÁNGELA:
Alto, ella ha dado en glosar
La Arcadia de Lope toda.
HORTENSIO:
Sobrina.
LUCRECIA:
Mal se acomoda
quien no tiene gusto a amar,
caduco padre, a Salicio.
HORTENSIO:
¿Quién es tu padre? ¿Qué aguardo?
LUCRECIA:
Mi padre eres, Clorinardo.
HORTENSIO:
Rematósele el juicio.
CARLOS:
¡Condesa, señora mía!
LUCRECIA:
Pues tu Olimpo me consuelas
cuando sé de tus cautelas
lo que intenta tu porfía.
CARLOS:
A todos nos pones nombres.
Basta, que Olimpo me llama.
LUCRECIA:
El engaño al noble infama.
¿Qué importa, traidor, que asombres,
mi pastor con tus quimeras,
si al fin vence la verdad?
Yo le tengo voluntad.
CARLOS:
¡Alto! ¡Aquesto va de veras!
CONRADO:
¿Hay desgracia semejante? A CONRADO
LUCRECIA:
Menalca, si a Isbel adoras,
premias gustos, celos lloras,
en La Arcadia, firme amante
llora mis penas también.
HORTENSIO:
Menalca llama a Conrado.
LUCRECIA:
A mi Anfriso ha desterrado
la envidia, no mi desdén.
¡Llanto será vuestra risa,
prados, mi pastor ausente!
Si tu amistad mi mal siente
consuélame tú, Leonisa.
ÁNGELA:
También a mí me ha cabido
mi título pastoril.
LUCRECIA:
Huye del engaño vil
de aquese Olimpo atrevido
que con cautelas aguarda
vengarse, mas no podrá,
que firme celebrará
La Arcadia a su Belisardo. Vase LUCRECIA
ÁNGELA:
Miren aquí qué provecho
causan libros semejantes;
después de muerto Cervantes
la tercera parte ha hecho
de Don Quijote. ¡Oh, civiles
pasatiempos de estos días!
¡Libros de caballerías
y quimeras pastoriles,
causan estas pesadumbres,
y, asentando escuela el vicio,
o destruyen el juicio
o corrompen las costumbres!
ALEJANDRA:
(Tirso es, sin duda, el Anfriso (-Aparte-)
que alegoriza Lucrecia.
Si huyendo la menosprecia,
y dar muerte a Carlos quiso,
contra disfraces villanos
indicios son de sabello,
la curiosidad del cuello
y blandura de las manos.)
ROGERIO:
¿Hay desdicha más extraña?
HORTENSIO:
¿Que un libro causa haya sido
de que el seso haya perdido?
CARLOS:
Bastaba ser él de España.
HORTENSIO:
Vamos a poner remedio,
si le hay, para tanto daño.
CARLOS:
¡Ay! ¡Quién con algún engaño
hallara, Conrado, medio
para poder persuadirla
que era yo su Anfriso amado!
CONRADO:
En notable tema ha dado.
ROGERIO:
Si no viene a reducirla
el tiempo y cura, tan loco
tengo de vivir como ella.
CARLOS:
En adoralia y querella
yo lo estoy, o falta poco.
CONRADO:
¿No buscamos el pastor
que contra vos se ha atrevido?
CARLOS:
Por el mayor mal olvido
mi agravio, pues es menor.
Esta Arcadia he de leer
para saber qué pastores
dan motivo a sus amores.
ROGERIO:
Olimpo venís a ser.
CONRADO:
Menalca a mí me llamó.
HORTENSIO:
Clorinardo a mí.
ALEJANDRA:
A mí Anarda.
ÁNGELA:
Leonisa soy, Belisarda
ella y Erimanto el Po.
Miren, cuan desvanecidas
la tienen estas quimeras.
CARLOS:
Basta, que el Po y sus riberas
son ya la Arcadia fingida.
Vanse todos.
Salen don FELIPE, de galán, y PINZÓN, criado suyo
PINZÓN:
Con seis meses de ausencia
a las lenguas del vulgo das licencia.
Quién dice que, cansado
de Milán, y el blasón de ser soldado,
a España te volviste
descortés, pues que no te despediste,
del duque valeroso
ni de tu general, que generoso
capitán de caballos
te hizo, y no supiste gobernallos.
Quien dice que te han muerto
por algún licencioso desconcierto,
que a bisoños de España,
en Italia las más veces engaña
pensar que son señores
ya en casos de intereses, ya de amores.
Mira tú lo que haría
Pinzón que te aguardaba de día en día,
oyendo tantas cosas,
y las más, en tu agravio, poco honrosas.
FELIPE:
Ya Pinzón te he contado
de mis amores el confuso estado.
PINZÓN:
Medrado caballero,
de capitán, amante jardinero,
no esperaba otro fruto
si de Lucrecia fue marido bruto,
que se interpreta bestia,
sitio tal galardón por tal molestia.
Ya que en tales quimeras
flores plantabas ¿no nos escribieras?
FELIPE:
Importaba el secreto,
que es la condesa dama de respeto.
PINZÓN:
Pero no de alabanza,
pues pagó tus servicios con mudanza.
FELIPE:
No tratemos en eso
si de celos no quieres pierda el seso.
Ya que a Milán he vuelto
de la prisión tirana de Amor suelto,
al gran duque de Feria
los pies quiero besar.
PINZÓN:
¿Y en qué materia
fundarás la disculpa
de la prolija ausencia que te culpa?
FELIPE:
Diré que hice promesa
de ir a Roma.
PINZÓN:
Muy tibia excusa es esa,
pues no se lo dijiste,
ni de tu general te despediste.
FELIPE:
No faltarán colores
que me disculpara.
PINZÓN:
Búscalos mejores,
y seas bien venido
si hijo pródigo, a casa reducido.
Sale don PEDRO, de camino
PEDRO:
¿Si hallaré al duque en Milán?
que no es digno este suceso
de ignorarse.
FELIPE:
¿Qué es eso?
¿Qué fue?
PEDRO:
¡Oh, señor capitán!
huelgo de hallaros aquí.
FELIPE:
Don Pedro, ¿qué ha sucedido?
PEDRO:
Una desgracia, que ha sido
la más nueva para mí,
de cuantas hasta hoy he visto.
De Valencia del Po vengo,
que en fe del cargo que tengo
siempre en su presidio asisto.
Ya conocéis su condesa.
FELIPE:
Fénix es de la hermosura.
PEDRO:
Escuchad, pues, su locura,
si de su desgracia os pesa.
FELIPE:
¿Loca la condesa está?
PEDRO:
El trato y la inclinación
con que honra a nuestra nación
este mal pago la da.
Dio en aprender de manera
nuestra lengua castellana;
que por dama toledana
su idioma enseñar pudiera.
Aficionóse después
a los libros con que España
en cualquier nación extraña
blasón de las musas es.
Préciense de su elocuencia
Petrarcas, Bocaccios, Dantes,
y otros héroes semejantes,
ya en Italia, ya en Florencia,
que en ella los más discretos
nos vendrán a confesar
que Italia toda es hablar
y España toda es conceptos.
Dejóse llevar, de modo,
de esta inclinación, que al fin
retirándose a un jardín
ocupaba el tiempo todo
en los libros que escribió
el Apolo de Madrid.
FELIPE:
¡Ése es Lope!
PEDRO:
Y, advertid
que entre todos escogió.
La Arcadia, en cuyos pastores
prados, fuentes, transformada
de día y noche elevada
celebraba sus amores,
recreándose en su historia
aunque fabulosa, bella,
tanto, que no hay verso en ella
que no sepa de memoria.
Paró aquesta ocupación
en salir hoy de improviso
diciendo que adora a Anfriso
y que aquellas selvas son,
riberas del Erimanto
de la Arcadia sus montañas,
sus quintas, pobres cabañas,
sus edificios encanto;
las damas que están con ella
Amarilis y Leonisas,
Isbelias, Celias, Florisas,
los caballeros que a vella
van, han de ser Galafrones,
Celsos, Menalcas, Gasenos,
Olimpos, Danteos, Mirenos,
Frondosos y Coridones.
Afirma que es Belisarda,
y que a su Anfriso destierra
la envidia que le hace guerra,
de quien, con su ausencia aguarda
dar a sus penas consuelo;
trueca galas cortesanas
por las sayas aldeanas
cofia, brïal y sayuelo;
escribe en troncos diversos
por las márgenes del Po
lo que en La Arcadia leyó;
canta llorando sus versos;
y si quieren apartarla
de este tema, no hay sufrirla,
de modo que, han de seguirla
los que intentan sosegarla.
Hasta aqueste extremo llega
si es fuerte una aprensión,
y de esta eficacia son
versos de Lope de Vega.
Sus amantes y parientes
de este caso lastimados
juntan los más afamados
médicos si en accidentes
de tan extraña locura
basta medicina humana,
porque el loco tarde sana
y el amor no tiene cura.
Lucrecia está, al fin, sin seso.
Sentid las nuevas que os doy
y adiós, que a contarle voy
al duque, aqueste suceso.
Vase don PEDRO
FELIPE:
Yo soy la causa, Pinzón
de que Lucrecia esté loca;
mi ausencia es quien la provoca.
Bastante satisfacción
tengo, de que mis recelos
fueron sin causa fundados.
¡Maldiga Dios los cuidados
que dan aparentes celos!
Yo la adoro, yo he de ser
la salud de su locura
hechizo de su hermosura.
A Valencia he de volver;
sígueme, y no me aconsejes.
PINZÓN:
¿Agora sales con eso?
Más perdido está tu seso
que el suyo; amantes y herejes
sois de una especie, si dais
en defender un error.
FELIPE:
Todo este mal es amor.
PINZÓN:
Locos, pues, todos estáis.
Si a Carlos has ofendido
y otra vez allí te ven,
¿piensas que has de librar bien?
FELIPE:
Jardinero fuí fingido.
¿Médicos buscan agora?
con su disfraz me aseguro.
PINZÓN:
La vida por tí aventuro.
Presencia tengo dotora;
vamos, y veras que Grecia
me transforma en Esculapio.
FELIPE:
¡Ay mi loca!
PINZÓN:
Berros y apio
han de sanar a Lucrecia.
Vanse los dos.
Salen ALEJANDRA, HORTENSIO, ÁNGELA, CARLOS, CONRADO Y ROGERIO
ALEJANDRA:
¡Lastimosa desgracia!
CARLOS:
Si le dura
a Lucrecia este mal, yo que la adoro,
imitación seré de su locura.
ÁNGELA:
Sus años verdes malogrados lloro.
CONRADO:
¡Que a tanta discreción, tanta hermosura,
un loco frenesí pierda el decoro!
HORTENSIO:
Ya ha castigado justamente el fuego
los libros, confusión de su sosiego.
Quiétase si, siguiendo el desatino
de sus locuras, digo que es serrana,
que su Anfriso la adora, y si convino
hacer ausencia, volverá mañana.
Mas, si quiero meterla por camino,
de nuevo se enfurece.
ROGERIO:
¡Qué tirana
pasión de su engañada fantasía!
CONRADO:
¡Ay prenda malograda!
CARLOS:
¡Ay loca mía!
HORTENSIO:
Si la llamo condesa, me desmiente
diciendo que no es más que una pastora;
si la encierro, llamándome inclemente
voces furiosas da, suspira y llora;
padre me nombra, y dice que aunque intente
privarla en la prisión de quien adora,
no han de bastar violencia, ni artificio
a que, a Anfriso olvidando, ame a Salicio.
Porque se quiete, en fin, libre la dejo;
Belisarda la llamo, y que soy digo
su padre Clorinardo.
CARLOS:
Ese consejo,
por eficaz, para su gusto, sigo.
ALEJANDRA:
(Fue de su amor, Felipe, claro espejo; Aparte
quebrósele el ausencia; yo me obligo
a sanarla si vuelve el jardinero.)
HORTENSIO:
Médicos, Carlos, de Bolonia espero.
CONRADO:
¿Qué medicina puede haber bastante
que del entendimiento cure engaños,
en siglo que el más sabio es ignorante,
y aquél se estima más que hace más daños?
CARLOS:
¿Loca Lucrecia, cielo, y yo su amante?
¿Tan triste empleo de tan verdes años?
HORTENSIO:
Ella sale; escuchadla. Nadie niegue
que es pastora si intenta que sosiegue.
Sale LUCRECIA de pastora bizarra
LUCRECIA:
Asperos montes de Arcadia
que estáis mirando soberbios
en mi llanto y vuestras aguas
mi desdicha y vuestro extremo;
fresnos en cuyas cortezas,
papel de mis pensamientos,
escribió el alma verdades
contra inclemencias del tiempo;
robles, si firmes, villanos,
imitación de los pechos,
constantes en perseguirme,
villanos en sus deseos;
murtas verdes y floridas,
que hubiérades dado ejemplo
a mis esperanzas locas
a no secarlas recelos;
jazmines, que a mis venturas
imitáis en los contentos,
pues se quedaron en blanco
y en flor se desvanecieron;
mosquetas, que tantas veces
trébol y rosa os tejieron
guirnaldas para un ingrato,
flores antes, ya veneno;
¡qué de noches gozó el alma
castos entretenimientos
que encubrió el temor al día,
revelador de secretos!
¡Qué de veces el aurora
vio, dando quejas al sueño,
porque usurpaban tiranos
su jurisdicción, desvelos!
¡Qué de fingidas promesas!
¡Qué de vanos juramentos!
¡Si temprano me engañaron
tarde, o nunca, se cumplieron!
¡Aquí, soledades mías,
leí papeles, que tiernos
por ser letras se borraron,
por ser papel se rompieron!
¡Palabras en papel dadas
libran sus obras al viento;
que, en la desdicha, los gustos
se quedan siempre en deseos!
¡Montes, fresnos, robles,
murtas, jazmines, mosquetas,
trébol, noche, aurora, día,
tarde, papeles, obras, deseos!...
¡Todos me habéis, por adoraros, muerto!
¡Tarde os conozco; cuando el daño es cierto!
HORTENSIO:
No es bien, hija Belisarda,
martirizar tu sosiego
con memorias lastimosas
que han de aliviarse tan presto.
A la Arcadia vuelve Anfriso,
y desde el monte Liseo
te escribe amorosas cartas,
que, como tu padre, he abierto.
Tú eres, Belisarda mía,
de aquestas canas espejo,
¿si le eclipsas con pesares
qué harán mis años postreros?
Vuelve a alegrar los pastores,
que en tu discreción tuvieron
conversaciones honestas
y lícitos pasatiempos;
háblalos.
LUCRECIA:
¡Oh Galafrón,
Menalaca, Olimpo, Enareto,
Anarda, Leonisa mía!
¡Nunca el triste da contentos!
triste estoy, no puedo darlos;
perdonad mis sentimientos
Y asentaos, pues mis desdichas
me atormentan tan de asiento. Asiéntanse todos
CONRADO:
¿Hay lástima semejante?
CARLOS:
Tal estoy, que tengo celos
de este Anfriso, aunque fingido.
ROGERIO:
Yo lloro sus desconciertos. Sale un CRIADO
CRIADO:
Un médico, que de España
pasa a Roma, y en sabiendo
la enfermedad de Lucrecia,
prometió darla remedio,
desea verla.
HORTENSIO:
Dile que entre; Vase el CRIADO
que con españoles tengo
en las letras tanta fe
como en las armas sabemos.
Sale PINZÓN de médico de risa, y don FELIPE a pasante
PINZÓN:
Beso a vuestras viserías
las manos. A PINZÓN
FELIPE:
Pinzón, yo temo,
si cual sueles bufonizas,
que has de echarme A perder.
PINZÓN:
Quedo.
HORTENSIO:
Dios guarde al señor doctor.
PINZÓN:
Sí guardará, que en efecto
cada cual su hacienda guarda.
Huélgame mucho de verlos
sentados entre las flores
aunque si fuera en invierno
disenteria amenazaban
las humedades del suelo,
porque in meribus erratis
desde septiembre a febrero,
y aún a marzo, según otros,
in lapidibus no es bueno
el asentarse, aforismo
de Dioscórides expreso,
conforme escribe Laguna,
confirmándolo Galeno,
y la experiencia lo dice
porque yo curé un divieso
que le nació a cierta moza
por sentarse en unos berros.
FELIPE:
(¿Estás borracho, Pinzón?) (-Aparte-)
PINZÓN:
Las flores siempre tuvieron
sobre la melancolía
jurisdicción; dice aquesto
Hipócrates.
CARLOS:
Buen humor
tiene el médico.
PINZÓN:
Si al texto
de Avicena damos fe,
que fue el Esculapio nuestro,
dice, "Capite, de partibus
medicorum," que el que es bueno
para hacer mejor su oficio
ha de ser jovial, discreto,
curioso en talle y vestido
para que alegre al enfermo,
y encajar de cuando en cuando
dos aforismos y cuento.
Por esto libran agora
en guantes y terciopelos,
los médicos de este siglo,
las ciencias que nunca oyeron.
Yo, que soy algo burlón,
y las circunstancias tengo
de gorgorán, mula y guantes
que al doctor hacen perfecto,
sabiendo hoy en la posada
la alteración de cerebro
que padece la condesa,
aunque a ser médico vengo
de su santidad, no quise
pasar de aquí, si primero
dando a la enferma salud,
no celebraba mi ingenio.
Díganme vusiñorías
quién es la paciente.
Aparte a PINZÓN
FELIPE:
Necio.
¿Quieres mirar lo que dices?
PINZÓN:
En el Nuncio de Toledo
y Hospital de Zaragoza
dirán la fama que tengo,
y los locos que a mi cura
deben la salud y el seso.
LUCRECIA:
Si para males de ausencia
habéis hallado remedio,
yo, doctor, la enferma soy.
PINZÓN:
Venga el pulso. Tómasele y dícele al oído
Mensajero
soy de Anfriso, que me envía,
hermosa pastora, a veros,
que está por vos rematado
y anda el seso en bamboleos,
y porque teme la envidia
de sus contrarios soberbios,
en figura de doctor,
ya que no de albeitar, vengo
a visitaros.
LUCRECIA:
¿Qué dices?
PINZÓN:
Disimulación, silencio. Alto
Cuerpo de Dios, con la cura
está su pulso algo trémulo,
desigual, intercadente,
y pesado; mas yo espero
darla sana antes de un mes.<poem>
PINZÓN:
¿Qué le parece?
FELIPE:
Que temo
circunstancias peligiosas. Señala a los que están allí
Que contra su salud siento
poderosos accidentes.
PINZÓN:
Siempre es ignorante el miedo.
Bien parece, licenciado,
que estáis en los rudimentos.
LUCRECIA:
(¡Ay mi bien!) (-Aparte-)
FELIPE:
(¡Ay, loca mía!) (-Aparte-)
PINZÓN:
Este frenesí molesto
procede del alrabilis,
quiero decir, de humor negro,
mezclado con la pituita,
y causado, a lo que entiendo,
de leer libros profanos.
HORTENSIO:
Acertó.
PINZÓN:
Y como que acierto,
para principio de cura
se le haga un cocimiento
de nabos y escaramujos,
mirabolanos y puerros;
dos onzas de polipodio,
cuatro manojos de espliego,
un ojo de un gato zurdo,
y media azumbre de suero;
cuézanse las cuatro partes,
y aplíquenle un clistel luego
por preservar almorroides,
coma perdigones nuevos,
pavillas de a nueve meses
y beberá vino añejo
que laetificat cor hominis,
cene pichones y huevos.
Y porque me ha informado
que estos males procedieron
de leer libros pastoriles,
y a los que no tienen seso
contradecirles sus temas
es de nuevo enfurecerlos,
texto non est irritandum,
y otros que de industria dejo
fínjanse todos pastores
las metáforas siguiendo
de los libros que ha leído;
hagan bailes, canten versos,
y si los hay en sus libros,
inventen encantamientos
que, siguiéndola el humor
y divertida con esto
la medicina entretanto
podrá lograr sus efectos.
HORTENSIO:
Este hombre es ángel sin duda
que nos ha enviado el cielo
para bien de mi sobrina.
CARLOS:
Su parecer sabio apruebo.
PINZÓN:
En pasiones de esta especie
según aforismos nuestros,
curándose poco a poco
sequere humoren debemos. Hablan aparte don FELIPE y LUCRECIA
FELIPE:
Mi bien, para que podamos
hablamos más en secreto,
¿qué te parece esta inclustria?
LUCRECIA:
Que la trazan mis deseos;
así aseguras peligros
de pretendientes molestos
entre tanto que ocasiona
nuestro desposorio el cielo.
PINZÓN:
¿Qué renta come Lucrecia?
HORTENSIO:
Treinta mil escudos.
PINZÓN:
Bueno,
a su costa se ha de hacer
este pastoril enredo.
¿No les parece?
CONRADO:
Es la traza
digna de su entendimiento,
fénix de la medicina.
PINZÓN:
Los que sus amantes fueron
finjan nombres de pastores,
sírvanla y hagan extremos;
que el que la agradare más,
después de vuelta en su cuerdo,
hallará en su voluntad
mejor lugar.
ROGERIO:
Eso es cierto.
CARLOS:
Olimpo soy.
CONRADO:
Yo Menalca.
ROGERIO:
No es mal nombre el de Enareto.
ÁNGELA:
¿Dónde aprendiste, doctor,
modo de curar tan nuevo?
¿Sois portugués, o andaluz?
PINZÓN:
Yo soy de nación gallego;
mi natural Rivadavia,
el doctor Parra mi abuelo,
gran médico de infusiones,
mi padre el doctor Sarmiento;
yo, que de razón debiera
llamarme conforme aquesto
también el doctor Racimo,
porque no lo consintieron
las aguas de aquel otoño
que las viñas corrompieron,
vine a llamarme en Castilla...
ÁNGELA:
¿Cómo?
PINZÓN:
El doctor Alaejos.
ÁNGELA:
Todos son nombres vinosos.
PINZÓN:
Graduáronme por ellos,
que dan borlas amarillas.
Pero, las gracias dejemos,
y mis recetas se pongan
en orden.
LUCRECIA:
Padre, yo tengo
de ver las cartas que Anfriso
me escribe, gusto y deseo.
HORTENSIO:
Vamos, pues, mi Belisarda.
CARLOS:
Alto, galanes, y a ello
y vuélvanse nuestros montes
los de Arcadia.
ALEJANDRA:
(¿Qué embelecos Aparte
son éstos sospechas mías?) A don FELIPE
PINZÓN:
¿Qué te parece mi ingenio?
FELIPE:
Loco, pero provechoso.
ALEJANDRA:
No se ha de partir tan presto
a Roma el señor doctor.
PINZÓN:
¡Jesús! Sanará primero
la condesa y dejará
fama al doctor Alaejos.