La flor de los recuerdos (Cuba): 05
Capítulo segundo
[editar]CONSTRUCTOR CRONOMETRISTA,
Calle del Regente, N. 181
Famosísimo es Losada
En la América española:
Su firma, es allí la sola
Garantía de un reló.
Allí desde French abajo,
Comparados con Losada,
Son aprendices y en nada
Reló de ellos se estimó
En parangón con los suyos;
Nadie que uno poseyera,
Cambiar por otro cualquiera
Su Losada consintió.
Mas no intento hablar tan pronto
Del Losada relojero,
Porque debo hablar primero
Del Losada hidalgo yo.
Losada es un gran mecánico
Que adquirió inmenso renombre
Y, no obstante, vale el hombre
Más que su reputación.
Aunque, seco, cejijunto
Y algo brusco en sus modales,
Leal entre los leales,
Tiene de oro el corazón.
Ni pobre, ni desdichado,
Llegó jamas a su puerta
A quien no le fuera abierta
De su coraron a par;
Establecido entre Ingleses,
Jamás de española tierra
Llegó ninguno a Inglaterra
Que de él se pueda quejar.
Liberal por convicciones
Y por circunstancias luego,
Jamás ha atizado el fuego
De nuestra guerra civil;
Ni en su opinión ni en su vida
Hay nada que le avergüence:
Jamás su carácter vence
Temor ni codicia vil.
Un español, sea carlista
O liberal, a él bien llega:
Pues Losada no reniega
De ser español jamás;
Y entiende por españoles
Y recibe como a hermanos,
A cuantos americanos
Lo fueron tiempos atrás.
Losada, que nunca niega
Un favor ni un beneficio,
Es hombre de recto juicio
Y de leal intención.
Si un consejo se le pide
O se le fia un secreto,
Da aquel: y a su fé sugeto
Muere éste en su corazón.
Por cien remotos países,
Que jamás ha visitado,
Su reputación de honrado
Bien establecida está;
Y en su sencillez modesta
Tiene él solo mas amigos,
Que envidiosos y enemigos
El poder a muchos da.
Mi padre, ministro un día,
Puso a precio su cabeza:
El con hidalga nobleza
Salvó mas tarde mi honor:
Hoy, sin temor ni bajeza,
Del mundo a la faz lo digo:
El es mi mejor amigo
Y no le tuve mejor.
Tal es Losada. Si un día
Llega este libro a sus manos,
Sobre esta página mía
Verterá llanto quizás.
Este libro y esta historia
Podrá devorar el tiempo:
Mas de mi alma y mi memoria
Borrar su nombre, jamás.
Basta del hombre; el artífice
Es un ser muy diferente:
Su espíritu inteligente
De él se revela en redor.
Cuanto compone su casa
Tiene un singular aspecto:
Todo en ella tiene efecto
De movimiento y rumor.
En su casa todo vive,
Todo susurra y se mueve,
Y parece que recibe
De su genio aire vital:
Por dó quiera que se pase,
Por uno y otro aposento
Se percibe el movimiento
Y el sonido del metal.
Mil cronómetros colgados
Y mil relojes tendidos,
Sus movimientos y ruidos
Atraen a oír y a mirar:
Mil volantes se columpian
Y mil péndolas se mecen,
Que por dó quiera aparecen
Moviéndose sin cesar.
Todo es allí rico, bello,
Útil, perfecto y sonoro:
Todo es allí plata y oro,
Nácar, marfil y cristal.
Ocupan los anaqueles
Mil estuches primorosos:
Mil instrumentos curiosos
El mostrador principal.
Las mesas están cubiertas
De cajas, dentro las cuales
A través de sus cristales
Muestran su pálida faz
Miles de blancas esferas;
Cuyos negros minuteros
Parecen los pies ligeros
Del tiempo inquieto y fugaz.
Y aquellas fisonomías
Variables de las esferas
Que las horas venideras
Menguando a minutos van
Y aquellos mil minuteros
De segundos, que incesantes
De la vida los instantes
Señalándonos están;
Las mil músicas estrañas
Que, sordinas o sonoras,
Dicen ¡adiós! a las horas
Que caen en la eternidad,
Y nos anuncian, cantando
Su armoniosa despedida,
Las que mengua nuestra vida,
Las que pierde nuestra edad;
Son de un efecto fantástico,
Febril y vertiginoso;
Allí nada hay en reposo,
Nada hay en silencio allí:
Y al parar en ello mientes
Comienza el cuerpo al momento
El ruido y el movimiento
A sentir dentro de sí.
Yo, en una relojería,
Siento mi ser trastornarse
Y al vértigo apoderarse
Del sistema cerebral,
Y produce en mi cabeza
El balumbo del mareo
El incesante golpeo
Galvánico del metal.
Y no sé qué misterioso
Y siniestro fatalismo
Hallo yo en el mecanismo
Y el objeto del reló.
Personificar al tiempo
En su aparato mecánico,
Fué un pensamiento satánico
Que siempre me amedrentó.
Cuando abría en mi presencia
Losada una de esas cajas
En que suspensos en fajas
Sus mil relojes están,
Se me antojaba que abria
Otra caja de Pandora,
Que el mundo a llenar traidora
Iba de duelo y afán.
¿No habéis nunca imaginado
Cuánto irrevelable cuento
De crimen y sufrimiento,
De virtud y abnegación
Encierra una de esas cajas,
En cuyo centro reside
El compás con que se mide
Del tiempo la duración?
Pues yo sí lo he calculado;
Y no hay vez que en ello piense,
Que el corazón no me prense
Una angustia honda, mortal.
¿Sabéis lo que en esas cajas
Encerrado en oro viene?
¿Sabéis lo que se contiene
En su cavidad fatal?
Allí está el reló empeñado
Que servirá al usurero
Para esperar su dinero,
Sangre quién sabe de quién:
Allí el reló que el amante
Hará regalo de bodas,
Cuyas horas sueña todas
Llenas de dicha y de bien.
Allí el de un rico avariento
Que, puesto a la cabecera
Del lecho, su hora postrera
Por segundos marcará:
Mientras estraño heredero
Para heredar su tesoro
Siguiendo su minutero
Con ojo impaciente irá.
Allí el reló en que la hermosa
Que espere al galán ausente,
Los dulces minutos cuente
Que pase en habla con él;
Y allí el que al vendido esposo
Marcará la infame hora
En que su esposa traidora
Con el galán huya infiel.
Allí el reló en ¿pie el político,
Sacrificado a una idea,
Minuto a minuto lea
Los qué tarda el confesor:
Allí el en que el fin espere
De su vida la novicia
Víctima de la codicia
De un hermano o de un tutor.
Allí el en que quien de un pleito
Hizo su caudal materia,
Las horas de su miseria
Sin su caudal contará;
Y allí, en fin, el en que cuente
La mujer desventurada
Por interés mal casada
Las del infierno en que está.
Un reló es solo una máquina
Sin vida y sin pensamiento,
Mas que momento a momento
Tras de cuanto vive vá.
Nada hay que cause mas ánsia
Que estar mirando a su esfera:
Siempre hay alguno que espera
La hora que próxima está.
Al que nace y al que muere
Aquella hora se le marca,
Pues entre las dos se abarca
Su nacimiento y su fin.
Y he aquí lo que tiene siempre
Mi alma preocupada,
Al visitar de Losada
La tienda y el camarín.
Este es un gabinetillo
Tan estrecho y tan sencillo,
Como el camarín que tiene
En su buque el capitán.
Allí en tres o cuatro armarios
Y en otros tantos secretos,
Los mas valiosos objetos
De su propiedad están.
Y desde aquel gabinete
Que se abre sobre su tienda,
Vijila sobre su hacienda
Con ojo escudriñador:
Mientras aquellas mil máquinas
Que creó su inteligencia,
Marchan a una en la presencia
Del genio su creador.
Cuando de aquel gabinete
Abre algún escaparate
O algún escondite y mete
La mano Losada en él,
Siempre saca sonriendo
De su fondo misterioso
Algún objeto precioso
O algún valioso papel.
Allí están aquellos sólidos
Cronómetros reforzados,
Hasta el asa cincelados
Con estraña perfección;
Aquellas máquinas ricas
Mezcla de platina y oro,
Cuyo volante sonoro
Jamás sufre alteración.
Y allí están aquellas cajas
Y aquellos pliegos sellados,
Que a Losada confiados
Suelen dejar los que van
A empeñar su honra o su vida
En alguna empresa o viaje,
En cuya, empresa o paraje
Creen que perderlas podrán.
Era una hermosa mañana
De Abril; en Londres no hay muchas
Que lo sean: la sultana
Del Támesis no es a fé
Rica en luz ni en alegría,
Ni el sol en ella es diario;
Pero alguno que otro día
Suele salir, y se ve.
Este era uno de esos pocos,
Y por caso este uno era
Un día de primavera
En que hacía en Londres sol:
Lo cual sacaba a las calles
A los zancudos britanos,
Como a sus primos-hermanos
La hormiga y el caracol.
Llenaba las dos aceras
De la calle del Regente
Grande reunión de gente
Que iba del sol a gozar:
Y al pasar por la portada
De la casa de Losada,
Se paraba embelesada
Tanto reloj a mirar.
El, desde su gabinete,
Veía el tropel confuso
De seres a quienes puso
En movimiento el calor,
Lo mismo que a sus cronómetros
La cuerda que movimiento
Les infunde: pensamiento
Que hace a Londres poco honor.
Y es que hay mucho papanatas,
Muchas máquinas vivientes,
Que menos inteligentes
Que sus cronómetros son,
Porque discurren y yerran;
Y estos nunca se equivocan,
Pues cuando las tantas tocan
Es porque las tantas son.
Losada, arrobado en uno
De esos perdidos momentos
En que nuestros pensamientos
Dejamos ir al azar,
Pasar vía ante sí al mundo
Del mundo entero olvidado,
Cuando apercibió a un criado
En el almacén entrar.
Traía un papel con sello;
Era una carta de Francia
Que le enviaba con instancia
El embajador francés.
Abrió Losada la carta
Que en aquel pliego venía,
Y de este modo decía:
“París—Abril—veinte y tres.
“Querido amigo: con honda
“Pena y sentimiento vivo,
“Voy en las letras que escribo
“A dar a usted un pesar.
“Luz va peor cada día;
“Ya no hay remedio para ella;
“Ni el calor de Andalucía,
“Ni los aires de la mar
“Han podido mejorarla;
“La ciencia trabajó en vano
“Con ella: el americano
“Clima dicen ahora que es
“Su última esperanza. Vamos
“Pues a Londres; tomaremos
“Ahí reposo, y veremos
“De ir a América después.
“Necesito una casita
“Sola, en un barrio tranquilo,
“Donde tener un asilo
“Cómodo, y un propio hogar.
“Llegaremos a tres días
“De la fecha de esta carta,
“Y cuando de Francia parta
“Le haré a usted aviso dar
“Por el telégrafo. Solo
“Le recomiendo el secreto;
“Deseo no estar sugeto
“A recibir sociedad.
“Con usted basta; yo tengo
“Casi hastío al trato humano.
“Adiós.—Luis de Altamirano.”
Espartana era en verdad
Esta carta en lo concisa;
Se conocía que estaba
Escrita con mucha prisa
Y con grande agitación.
La letra era tendidísima;
Muchas no estaban cabales,
Y los blancos desiguales
Entre renglón y renglón.
De Don Luis de Altamirano
Con la epístola en la mano,
Quedó Losada sumido
En sombría reflexión:
Y Losada no es persona
Que medita o reflexiona
Sin llevar sus reflexiones
A final resolución.
Arrancó al fin un suspiro:
Y al levantar la cabeza,
Que el peso de la tristeza
Sobre el pecho le dobló,
En su morena megilla
Mostró una furtiva lágrima
Que a su alma tierna y sencilla
Aquella carta arrancó.
“¡Pobre Luz! dijo; sin duda
“Que algún espíritu malo
“Me impulsó a hacerla el regalo
“De aquella repetición.
“¡Quién me dijera que habían
“De marcar sus minuteros
“Los latidos postrimeros
“De su herido corazón!
“¡Ojalá la haya perdido,
“Ojalá se la haya roto!”
Y al elevar este voto
Losada en su alma leal,
Sintió en ella el pesar vivo,
Ese pesar instintivo
Que atribula al alma buena
Con la previsión del mal.
Porque es preciso que sepas,
Lector, que Losada es hombre
Que teme asociar su nombre
Con el ajeno dolor;
Y al hacer a algún amigo
De un reló suyo la ofrenda,
Anhela que sea prenda
De placer solo y de amor.
Así que, cuando él a alguno
Un cronómetro regala,
El voto que al darle exhala
Puede formularse así:
“¡Plegué a Dios que los momentos
“Que esa máquina te cuente,
“No marquen perpetuamente
“Mas que placer para tí!”
Y al buen Losada le pesa
De que a quien uno regala,
Jamás una suerte mala
Le ponga en tribulación:
Pues cree que esas malas horas
Con su nombre unidas vienen.
¡Los grandes talentos tienen
Alguna superstición!
Losada, que en una estrema
Situación tendió la mano
A Don Luis de Altamirano,
Que de ella por él salió,
Vino a ser depositario
De sus secretos mas hondos,
Y de sus rentas y fondos
Que Don Luis le encomendó.
Cuando casado a Inglaterra
Volvió Don Luis de la Habana,
A la hermosa americana
Luz hizo Losada don
Del reló mas primoroso,
De más valor y más lujo
Que su fábrica produjo:
Que era una repetición.
Repetición cincelada
Por adentro y por afuera,
Cuya máquina y esfera,
Cuya forma y dimensión,
Eran lo mas estremado
En solidez y elegancia
Que de Inglaterra y de Francia
Creó la rica invención.
De sus dos tapas ceñían
Las cinceladas labores
Dos orlas bellas de flores,
De trabajo tan sutil
Y entre la labor del oro
Tan limpiamente esmaltadas,
Que parecían miniadas
Sobre el mas puro marfil.
En su interior, con objeto
De colocar un retrato,
Había oculto un secreto
En cuyo fondo, a buril
Y en microscópicos signos,
Estaba escrita la fecha
Del día en que a Luz fue hecha
Aquella ofrenda gentil.
Luz, que venia instruida
Del carácter de Losada,
De la amistad acendrada
Que Luis tenia por él,
Juró llevar esta prenda
Perpetuamente consigo,
En memoria del amigo
A su marido mas fiel.
Losada, que no vio entonces
Mas que amor, gloria, riqueza,
Juventud, dicha, belleza
Y esperanzas en los dos,
Fió en que las dulces horas
Por aquel reló marcadas,
Estaban predestinadas
A la ventura por Dios.
Pero al recibir la carta
En que Don Luis le decia
Que ya Luz de día en día
Iba de mal en peor,
La idea supersticiosa
De que aquella triste vida
Por su reló iba medida
A ser, le infundió pavor.
“¡Ay! esclamó; si la máquina
“De su cuerpo se pudiera
“Arreglar como la esfera
“Y máquina de un reló!
“¡Si encerrar su alma pudiese
“De un reló en el mecanismo,
“Y pudiese por mí mismo
“Arreglar su marcha yo!”
A este estremo de delirio
Lleva a veces su alma honrada
En su pesar a Losada,
De cuyo buen corazón
La compasión se apodera
Que le causa el mal ajeno,
Agriándosele el veneno
De su preocupación.
Al fin encerró la carta
de Don Luis en su bufete,
Bajó de su gabinete,
Por su tienda atravesó
Taciturno y cabizbajo,
Y tomando calle abajo
La del Regente, en la esquina
De la de Oxford se perdió.