La flor de los recuerdos (Cuba): 22

De Wikisource, la biblioteca libre.
La flor de los recuerdos (Cuba) de José Zorrilla
Tres Ave Marías: Capítulo segundo. II.

II.[editar]

Espiró del mancebo enamorado
El armonioso cántico, y el viento
No había aún el eco devorado
De su postrer acento,
Cuando se abrió la arábiga ventana
Y aparecióse en medio de sus flores
La reina de Triana,
La flor de los amores
Del misterioso rondador, Aurora:
Que el ser amante que escondido mora
En aquel ajimez es la gitana.
Tendió el mozo los brazos hacia ella
Diciéndola: ¡alma mía!
Mas ella con acento de agonía
Dijo, una mano temblorosa y bella
Tendiendo al que su acento dirigía:
Huye, infeliz: te trae tu mala estrella!

EL CAB. ¡Que huya me dices e infeliz me llamas,

Cuando yo por tu amor todo lo dejo!
¿Qué es esto?

AUR. Huye de mí: te lo aconsejo.


EL CAB. ¡Tal consejo me das! ¡ay! no me amas.


AUR. Porque te amo ¡infeliz! de mí te alejo.

Oye, mi solo bien, mi único amigo:
Es la primera vez que te lo digo,
Porque será la última: te adoro:
Tu amor, lo juro, morirá conmigo,
Félix: y a Dios imploro
Que si perjura soy me dé castigo.
Mas es forzoso que de mí te alejes
Y que de mí te olvides.
Huye, Félix: te ruego que me dejes.

EL CAB. ¿Sabes lo que me pides?

¿Sabes que he conservado mi existencia,
Que arrostré sus afanes y mis duelos
Solo porque esperaba que los cielos
Me dejaran volver a tu presencia?
¿Sabes que te amo, en fin: que en mi amor loco
Honor, patria, conciencia,
Todo lo tengo sin tu amor en poco;
Y que al oírte bablar, con los recelos
De que tu amor me roban, en mi esencia
Se derrama el veneno de los celos,
Y que al partir con ellos en el alma
Será la muerte para mí la ausencia?

AUR. Óyeme, Félix, tu delirio calma.


EL CAB. No: no te canses, pérfida, en probarme

Con reflexiones frías
Lo poco que te cuesta el olvidarme,
Lo que cambió tu amor en pocos días,
Que jamás ¡ay de mí! pudiste amarme,
Y que al jurarlo desleal mentías.
Yo en el dolor profundo
De esta mi triste y misteriosa vida
Para mi corazón aborrecida,
Otro bien no tenía en este mundo
Otra esperanza más, otra ventura
Que el escondido bien de tu cariño;
Mas reconozco ahora mi locura:
Veo que fui engañado como un niño.

AUR. ¿Y si el cariño, Félix, que ambicionas,

Si ese cariño de que audaz blasonas,
Fuera indigno de ti?

EL CAB. ¿Por qué?


AUR. Tú eres

Un mancebo leal, noble, sin tacha:
Y yo soy…

EL CAB. La mejor de las mujeres,

Si me amas.

AUR. Ni soy noble, ni soy rica:

Mi raza es vil, infame, deshonrada.

EL CAB. Amor es Dios, Aurora,

Y todo el Dios Amor lo santifica.
¿Qué soy yo mismo, dime, desde ahora?
Todo lo abandoné, no tengo nada
Más que el amor que en mi alma se atesora.
Tierra hay en donde vivas ignorada
Y feliz con el hombre que te adora.
Mas callas… no respondes, ¡ay! sin duda
Un nuevo amor, acaso la riqueza,
La vanidad o la ambición te muda.

AUR. ¡Miserable de ti, si crees que el oro

Ni la opulencia y vanidad mundana
Pueden mudar mi alma! No hay tesoro
Que compre en su humildad y su pobreza
La fe del corazón de una gitana.

EL CAB. Explica, pues, de tu conducta oscura

Las razones, y parto y me someto.

AUR. Nо puedo: es un secreto.


EL CAB. NО, Aurora: es un pretexto, una impostura.


AUR. Un secreto fatal, en cuyas letras

Escrita encontrarás tu desventura
Si por tu mal un día le penetras.

EL CAB. Mas un secreto que a partir me acosa,

Secreto para ti de dulce arcano,
Que sin duda sin mí te hará dichosa.

AUR. No, que sin ti me sume en la amargura.


EL CAB. Pero que tú de mí guardas gustosa.


AUR. ¡Félix!


EL CAB. ¡Mujer al fin, falsa y perjura

Como todas! mas oye: en vano esperas
Libertarte de mí: será preciso
Que me quites la vida; te lo aviso:
De hoy más, vayas, Aurora, donde, quieras
Te seguiré: en la calle y en el templo,
Lo mismo en la ciudad que en despoblado,
Me hallarás a tu lado,
Como Macías de constancia ejemplo,
Como la aparición de tu conciencia,
Como el espectro mudo de los celos,
Hasta que plegue a los piadosos cielos
Acabar a tus pies con mi existencia.

AUR. Caiga, pues, sobre ti la culpa toda.

Con que mis labios abra,
Con solo que oigas mi primer palabra,
Sé que huirás de mí: que eternamente
Maldecirás mi amor: que mi memoria
Odiosa te será perpetuamente
Y a verme nunca volverás: mas quiero
Que al recordar mi desdichada historia,
Sepas que, al revelártela, prefiero
Débil perderte a pérfida engañarte:
Porque te amo y para mí es primero,
Félix, tu estimación, que el mundo entero,
Y nunca, nunca, dejaré de amarte.

EL CAB. Habla: me haces temblar; por vida mía:

Habla y concluye de una vez, Aurora.

AUR. No aquí, Félix, ni ahora.

Toma: con esa llave
Un postigo abrirás que hay en el huerto
De mi casa contiguo: está desierto;
Nadie en la vecindad que se usa sabe
Porque jamás de día ha sido abierto.
Toma: veo una lancha que se acerca;
Cuando la luna de ocultarse acabe,
Yo del huerto estaré dentro la cerca.
¡Huye Félix! tal vez te han espiado.

EL CAB. Y a quién le importa nuestro amor?


AUR. ¿Quién sabe?

¿No ves aquel lanchon que lentamente
Se ha venido acercando hacia esta orilla
Mientras hemos la plática alargado?

EL CAB. Pescadores tal vez.


AUR. Otra es la gente

Que la tripula, no; son de Sevilla.
Los que pescan jamás pasan del puente
Ni atracan a la sombra de Triana,
Porque temen la mágica influencia
De la raza gitana.

EL CAB. ¡Tienes razón, a fé! Rasando el muro

Se vienen poco a poco deslizando
Y creo que me acechan en lo oscuro.

AUR. Huye, por Dios, y ten.


      Y así diciendo
Echó Aurora la llave en la barquilla.
Quitó el arpón que la sujeta el mozo
Galán, y haciendo remos de repente,
Se alejó en un momento de la orilla.
Entonces sin rebozo
De aquel lanchon la recatada gente,
Partió a fuerza de remos
Lanzándose tras él abiertamente.
Hizo el mancebo de vigor extremos
Maravillosos y surcó las olas
Como una ave marina: mas no puede
Luchar con tantas con sus manos solas,
Y por momentos al cansancio cede.

Ocho robustos brazos acrecientan
La rapidez de la enemiga lancha
Y la distancia va, según la aumentan,
Siendo entre los dos botes menos ancha.

Buscó el galán con rápida mirada,
De la intención de sus contrarios cierto,
Donde poder hallar amparo o puerto
En esta situación desesperada:
Mas todo en derredor lo halló desierto
Y la lancha a abordarle preparada:
Nadie valerle, aun a querer, podía.

La luna, que dejando descendía
En pos de sí las sombras, por do quiera
La sombra por las aguas extendía
Hasta la otra ribera,
Y al ojo mas sagaz imposible era
Ver lo que sobre el agua sucedía.

Soltó entonces el remo y metió mano
A la espada con brío: mas apenas
Pudo esgrimirla: su valor fue vano.

Arpones de virar, armas ajenas
De hidalgos, por do quier le acometieron,
Y mientras que por alto le amagaron
Las unas, otras de los pies le asieron
Con los ferrados ganchos, y falseado
Su equilibrio, con él de espalda dieron.

En su barca saltaron,
En una red traidores le envolvieron
Que por las cuatro puntas anudaron,
Y en el fondo del líquido elemento
Inerme sin piedad le sepultaron;
Siendo todo negocio de un momento.

Del cuerpo del mancebo al golpe rudo
Partió de la ventana
Un ¡ay! desgarrador, íntimo, agudo.

Un hombre que en la lancha presenciado
Todo lo había, inmóvil, torvo y mudo,
En una capa de flotante grana
Hasta los mismos ojos embozado,
Tomó con ademan sombrío y grave
La abandonada llave
Que dio al galán Aurora,
Y volviendo a los suyos, dijo: “ahora
Desplegad vuestras fuerzas y volemos.”

A impulso de ocho brazos vigorosos
Cayeron a la vez los ocho remos
Al agua, y a favor de la corriente
Aquellos asesinos silenciosos
Deslizaron veloz por bajo el puente
La voladora barca,
Que desapareció rápidamente
Sin dejar sobre el agua trasparente
Del paso huella, ni del crimen marca.

Entonces por las aguas repulsado,
Surgió a la superficie del mancebo
El cuerpo agarrotado,
Y a la merced del agua abandonado
Surgía y sumergíase de nuevo.

Su barca, que vacía
IMo lejos del flotaba entre el balumbo
De la marea inquieta que aun subia,
Giraba sobre sí y se revolvía
Sin cejar ni avanzar, fuera de rumbo.
Una voz de mujer desesperada
Imploraba socorro desde el muro,
Mas la voz por el viento devorada
Iba por la región del aire puro
A espirar en la orilla abandonada.

Y he aquí que de repente,
Tal vez por estos gritos mujeriles
Atraído, asomóse a los pretiles
Un hombre: el cuerpo vio, y al punto
A las aguas lanzándose valiente
Se sumergió en su abismo.

Robusto buzo, empero,
Y vigoroso nadador, gran pieza
Bajo del agua recorrió y certero
Fue a alzar junto a la barca la cabeza.

La asió con mano firme, la detuvo,
Y sobre entrambos brazos con destreza
Elevándose, de ella apoderóse,
Y cuando dentro estuvo
Hacia el flotante cuerpo dirigióse.

Era maese Adán: dos puntos rojos
Que como dos carbunclos en la hondura
Se veían brillar, eran sus ojos.

¡Era en verdad extraña criatura
Y eran verdad del vulgo los antojos:
En las tinieblas su mirar fulgura!

Llegó al mancebo y hacia sí le atrajo,
Y logró, de las aguas retirándole,
Sin esfuerzo a la vista ni trabajo,
De pechos sobre el borde asegurándole,
Con auxilio de un remo vuelta dándole
Arrojarle en la barca boca abajo.

Remó en seguida y rápido pasando
Por bajo de la arábiga ventana,
A un cargadero el rumbo enderezando
Ganó la orilla y atracó en Triana:
Y en los hombros cargándose con brío
Al asfixiado inerme caballero,
Saltó del muelle el escalón primero,
Dejó la barca a la merced del río,
Y se hundió tras el ángulo primero
De un callejón del arrabal sombrío.