La flor de los recuerdos (Cuba): 24

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La flor de los recuerdos (Cuba) de José Zorrilla
Tres Ave Marías: Capítulo tercero. I.

Capítulo tercero.[editar]

En el cual es cuestión del espejo de Cornelio Agripa de Nethesseim, y decómo un hombre que murió, siguió viviendo.

I.[editar]

Secretos hay que de la ciencia cabe
Rasgar el velo al pertinaz empeño:
Mas existen misterios cuya llave
Dios nada más posee del mundo dueño;
Él nada más los de la muerte sabe,
El nada más los de su hermano el sueño;
El hombre cuando espira y cuando duerme,
En los brazos de Dios se entrega inerme.

Para el dormido y para el muerto el mundo
No es más que un negro caos, un abismo
En cuyo seno lóbrego y profundo
Pierde el ser toda idea de sí mismo;
Del sueño y de la muerte en un segundo
Nos rinde el repentino parasismo:
Mas ¿quién del punto se apercibe nunca
Que su vigilia o su existencia trunca?

Al que por un azar torna a la vida
Suprema intervención inesperada,
A la persona ya desvanecida,
Por el gas o las aguas asfixiada
Por ejemplo, que cuenta se la pida
Del momento postrer, ¿qué sabe? nada:
Lo más que cuenta de su breve historia
Es que perdió de sí toda memoria.

Se le acuerda tal vez que hubo un momento
En el cual vino a ensordecer su oído,
O descendió a envolver su pensamiento
Densa tiniebla o cóncavo zumbido:
Mas vuelve del mortífero elemento
De lo pasado en el completo olvido,
Pues solo Dios que crea y anonada
Penetra los misterios de la nada.

Así Don Félix, el galán, mancebo,
De las ondas exánime arrancado,
Los ojos a la luz abrió de nuevo
En olvido total de lo pasado.
Fue su curiosidad el primer cebo
Que atrajo a su recuerdo descarriado,
Y el primer movimiento el de tornarse
Cuenta de donde se halla para darse.

Miró en redor y con asombro hallóse
Sobre cómodo lecho, en aposento
Desconocido de él; incorporóse
Con esfuerzo febril por un momento;
Mas inerme otra vez caer dejóse,
Pues a este repentino movimiento
Su cerebro sintió desvanecido
Girar en el mareo de un vahído.

Volvió, pues, en la almohada a recostarse,
Y al volver su cerebro a entrar en calma,
Comenzó poco a poco a acostumbrarse
A entrar el cuerpo en el poder del alma.
En lucha desigual sintió trabarse
Su espíritu y su cuerpo; mas la palma
Llevó al fin el espíritu, y vencidos
En su dominio entraron los sentidos.

Tornaron sus mentales facultades
A ejercer lentamente sus funciones:
Del cerebro sintió las cavidades
Abrirse a las ideas, las visiones
Del vértigo partir, las realidades
De la vida volver, y en las lesiones
Del cuerpo dolorido y fatigado
Leyó la historia de su mal pasado.

Recordó su paseo por el río,
Su canción bajo la árabe ventana,
Su enemigo traidor, su inútil brío,
El ¡ay! desgarrador de la gitana
Que oyó al surgir del elemento frío
Que le volvió a sorber, y la tirana
Fuerza del agua, por la cual ceñido
Sin poderse valer perdió el sentido.

En sus manos aún entumecidas
De la encogida red halló la marca,
Con cuyas cuerdas mil entretejidas
Le ataron a traición los de la barca.
A estas memorias de baldón traídas
A su imaginación, el ceño enarca
Y bendice el favor de su destino
Por vengarse no más de su asesino.

Al recóndito impulso de su ira,
En dejar otra vez piensa su lecho,
E incorporado en él en torno mira
Cuanto decora su aposento estrecho,
Y en su adorno estrambótico le admira,
Ningún mueble para él estando hecho,
Mezcla extraña de sórdida pobreza
Y de ostentosa y oriental riqueza.

Sobre pared desmantelada asienta
Un primoroso cincelado armario,
Que esculturas miríficas ostenta
En su rica labor y adorno vario.
En un rincón se tiene una osamenta
Humana, cuyo espectro funerario
Duplica su fantástico reflejo
En el cristal de veneciano espejo.

Alumbra el aposento una ventana
Por cuyos rotos vidrios atraviesa
La frescura y la luz de la mañana:
Y un viejo libro sobre hendida mesa,
Unas cortinas de rasgada indiana,
Y dos sillas de enea y paja gruesa
Juntas a un catre de roído pino,
Completan en total su ajuar mezquino.

Vago temor el corazón brioso
Embargó, del mancebo contemplando
Tan extraño mueblaje, del medroso
Lugar donde se encuentra recelando.
Vistióse y dejó el lecho, el pié dudoso
A la ventana angosta enderezando,
Y examinó la vecindad de fuera:
Mas todo en su redor soledad era.

Un huertecillo inculto, una calleja
Sucia, tortuosa, y la desierta orilla
Del río, es solo lo que ver le deja
La angosta y elevada ventanilla,
Sobre unos techos de encarnada teja
Donde el rocío aún húmedo brilla:
Y mal hallado en tal alojamiento,
Pensó en dejarle sin perder momento.

Dirigióse a la puerta, mas su mano
Llegado había al picaporte apenas,
Cuando al dintel se presentó el gitano
Maese Adán, quien con las manos llenas
De fresco pan y vino añejo y sano,
Antídoto sin par de frío y penas,
Díjole: “Libre es de irse o de quedarse,
Pero no sin sanar y alimentarse.”

Iba el mancebo a responderle, cuando
Se presentó la gitanilla Aurora,
Con sus manos de nácar alargando
Un manjar que el olfato corrobora.
Quedó un punto Don Félix contemplando
La aparición de la mujer que adora,
Absorto y de sí mismo sin ser dueño
Como quien goza la visión de un sueño.

Puso Aurora el manjar sobre la mesa
Que preparó su padre en un momento,
Y sin tornar aún de su sorpresa
Él seguía en mitad del aposento.
Entonces dijo el viejo: “Daos priesa,
“Caballero, aceptar ese alimento,
“Y cruzaremos a través del vaso
“Dos palabras que vienen muy al caso.”

Así invitado el mozo, y distraído
De sus vagas y amantes ilusiones
Por la voz de Maese, que servido
Tenía ya el licor en dos tazones:
Sentóse aunque turbado, decidido
A otorgar la razón a estas razones:
Pues aunque en tal momento le avergüencen,
Hambre y amor con ellas le convencen.

Sentóse, pues, y por la audaz mirada
Del misterioso viejo dominado,
A comer empezó sin decir nada,
Cual del hambre voraz solo ocupado.
Repuesto, empero a poco, y disipada
Esta fascinación, tendió al colmado
Vaso la mano, y con verdad sincera
El diálogo entabló de esta manera:

D. FÉL. A mi libertador, quién quier que fuere:

Y ojalá pronto en ocasión me vea
De probarle que en mi alma nunca muere
La memoria del bien.

MAESE. ¡Bravo! Así sea.

¡Mal año para mí, si tal no hiciere
Otras mil veces con quien tal desea!
A la ventura y bienandanza brindo
De su segunda vida, mozo lindo.

D. FÉL. ¡De mi segunda vida!


MAESE. Sí, por cierto:

Quien al Guadalquivir lanzado ha sido
Envuelto en una red, es hombre muerto;
El que yo de sus ondas he extraído,
De una existencia nueva entró en el puerto.
Hoy podéis suponer que habéis nacido:
El Don Félix se ahogó: ya sois otro hombre,
Si os place cambiareis hasta de nombre.

D. FÉL. Tenéis razón, Maese: es una idea

famosa.

MAESE. Como mía. Desde ahora

Podéis tomar el rumbo que mas sea
De vuestro gusto; ¿no es verdad, Aurora?
No habrá nadie que en vos a vos os vea
Si queréis: de vos mismo encubridora
Máscara, en otro ser y en otro estado,
Nada tenéis que ver con lo pasado.



Aquí en otra mirada luminosa
Del mancebo gentil por un momento
La noble faz y forma vigorosa
El gitano envolvió: sacudimiento
Eléctrico, impresión vertiginosa
Estremeció y turbó su entendimiento,
Y en panorama nuevo de repente
Su nuevo porvenir se abrió en su mente.

La propuesta del viejo está bien clara,
Aunque cauto y político el gitano,
Hacérsela no quiso cara a cara
En términos precisos: pero es llano
Que del galán la comprensión avara
Sondando en ella el escondido arcano
La abarca en el sentido en que está hecha;
Y pues calla sagaz, no la desecha.

Don Félix, a quien aun calenturienta
Turbación el cerebro debilita,
La propuesta de Adán tomando en cuenta
La trabaja en su mente y la medita.
Entre tanto en su espíritu fermenta
Y en él desenvolviéndose le agita:
Y absorto y en silencio reflexiona,
Mientras consigo mismo así razona.

Harto ya de él y muerto para el mundo
A quien pesares nada más debía,
Mirando hastiado y con desdén profundo
La sociedad, que estéril no podía
Ofrecer a su anhelo vagabundo
Paz, ni placer, ni calma, ni alegría,
Él, privado de todo por la suerte,
Iba a nacer del seno de la muerte.

Él, anoche en las aguas sumergido,
En su fondo dejando ser y nombre,
Iba al mundo a volver juvenecido
Con existencia nueva, nuevo hombre.
La idea de Maese ha comprendido
Bien: unirle a su raza. ¿Y qué hay que asombre
Su altivez en propuesta tan osada?
¿Qué debe al mundo de que sale? Nada.

Sin hogar, sin familia, sin fortuna,
Víctima de implacables enemigos,
La ocasión en verdad es oportuna
Para cobrar fortuna, hogar y amigos.
¿Dónde hallará otro asilo que reúna
Para probar su agravio más testigos,
Mas misterio que encubra su esperanza,
Ni más fuerza que ayude su venganza?

Esclavo de un amor que le avasalla,
De un amor imposible entre otra gente,
La oferta de Maese abre la valla
Que a su amor se cerraba eternamente.
Pobre, aunque noble, en la impotencia se halla
De ofrecer ni aceptar su amor ardiente;
Mas cambiando de ser, logra sin pena
La prenda del amor que le enajena.

Única luz que su existencia dora
Con un rayo benigno de esperanza,
Único bien que anhela, en que atesora
Cuanta dicha futura y bienandanza
Conciben sus deseos es Aurora:
Luz, bien, deseo que dichoso alcanza
Con quedarse en las aguas sumergido,
Dejándose caer en el olvido.

Absorto en tal idea, y por el cebo
De su venganza y de su amor tentado,
Permanecía inmóvil el mancebo
De su hambre y de sus penas olvidado.
Dejábale Maese tras un nuevo
Pensamiento vagar embelesado,
Siguiendo con diabólica mirada.
Los giros de su mente descarriada.

Y según sonreía o enarcaba
Su entrecejo Don Félix, sonreía
O le fruncía Adán que le miraba;
Dijeran que a su espíritu infundía
La idea con los ojos, o que estaba
A través de su cráneo, que hendía
Con la vista, leyéndole su idea
Antes que él mismo la conciba y lea.

Cuando acabó de meditarla el mozo
Y el viejo Adán de penetrarla toda,
La cuestión abordando sin rebozo
Dijo el viejo: “Ea, pues, si os acomoda,
“Del olvido dejemos en el pozo
“Al que Don Félix fue: tengo una boda
“Que ofreceros: casaos con mi hija,
“Y la tribu os adopta y os prohija.”

Estremecióse de placer oyendo
Tal propuesta Don Félix: la gitana
El semblante volvió, brotar sintiendo
A sus mejillas del rubor la grana.
Miróla el mozo, consultar queriendo
Su voluntad, y viendo que le allana
Su silencio el camino, su derecha
Tendiendo a Adán, le dijo: “es cosa hecha.”

—Hay una condición, dijo Maese.
—Otra iba yo a poner, dijo el mancebo.
—¿Cuál?—La de que al honor no me interese
Vicio con que a mancharle no me atrevo.
Tenéis en vuestra tribu, aunque me pese
Decíroslo, uno en que caer no debo:
Noble he nacido, y conservar mis manos
Quiero limpias de vicios de villanos.

—Mozo, exclamó Maese, vicios tiene
Todo comercio y tráfico en el mundo:
Mas pararse en miserias no conviene
Con hombres como vos; en un segundo
Nos vamos a entender, y si se aviene
Vuestro honor con las bases en quebrando
Mi condición, se acepta: de otro modo
De lo dicho no hay nada, es nulo todo.

—Veamos, dijo el mozo: y el gitano
Con una seña despidiendo a Aurora,
Quedóse con Don Félix mano a mano:
En la curiosidad que le devora
Preparóse éste a oírle, y el anciano
Sentado frente de él, díjole: “Ahora
Señor galán, entremos en materia
Y prestadme atención: la cosa es seria.”