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La flor de los recuerdos (Cuba): 27

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La flor de los recuerdos (Cuba)
de José Zorrilla
Tres Ave Marías: Capítulo cuarto. I.

Capítulo cuarto. Convalescencia

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I.

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Suspendido en el borde del sepulcro
Cinco días luchó con su dolencia
El mancebo infeliz: mas vigorosa
Triunfó al cabo del mal naturaleza.
Al furor sucedió de sus delirios
Letárgico sopor, y la influencia
De un benéfico sueño volvió al cabo
Al espíritu calma, al cuerpo fuerza.
Cedió la exaltación de su cerebro
Ante el curso común de las ideas,
Y tornaron sus ávidos sentidos
A entrar en posesión de la existencia.
Despertóse por fin una mañana
Despejado y tranquilo: de su extrema
Debilidad quedábale tan solo
Exquisita interior delicadeza.
Sus nervios, más sensibles, acusaban
La más escasa sensación externa:
Sus sentidos, más claros, percibían
Con más exactitud, con más pureza;
Regenerando, en fin, su ser entero.
Entrar le parecía en vida nueva
Y encerrar en un cuerpo más flexible
Un alma más capaz y más perfecta.
Bienestar natural en que, al dejarnos
Vencida al fin la enfermedad, nos deja
Fresca el alma del mal tras el reposo,
Vuelto el cuerpo al vigor de él en ausencia.
Despertóse Don Félix, y fijando
La vista en cuanto en torno le rodea,
Al ir reconociendo lo presente,
Se empieza a dar de lo pasado cuenta.
La cámara en que se halla es una estancia
Limpia en extremo y por demás modesta:
Apenas cuatro sillas y una cómoda
Su pavimento enladrillado amueblan;
Mas resto siendo de palacio moro,
Su primitiva construcción espléndida
Resalta en los vestigios primorosos
Que aun ennoblecen su humildad moderna.
Las paredes son blancas: mas un friso
De azulejos moriscos la rodea,
Cuya labor difícil los masáicos
Y alicatados árabes recuerda.
Una ventana, cuyo hueco parte
Un ligero pilar en que las vueltas
Apoyan de dos arcos festonados
Con escrituras y orlas arabescas,
Da al aposento luz: y el sol naciente
Que por sus celosías atraviesa,
En luminosas motas reproduce
La calada labor por dó penetra.
Vigas antiguas que a través la cruzan
Sostienen la techumbre de madera,
Mas por cedro incorrupto las delata
El rico olor, de sus fragantes vetas.
Suspendidas en simples alcayatas
Y con cortinas de percal cubiertas
Hay ropas mujeriles, cuyas franjas
El escaso percal por bajo muestra.
En la pared de enfrente, y adornadas
Con mil caireles y zorongos, cuelgan
Una guzla morisca y un pandero
Con dos pares de blancas castañuelas.
Un espejo por fin que entre ellas luce
Encima de la cómoda, de perlas
Y de corales unos hilos, y unos
Chapines pequeñísimos de seda,
De una mujer declaran a Don Félix
Que alojado en la cámara se encuentra
Abogando en favor de su señora
El esmero y el orden que ve en ella.
La ventana morisca que le alumbra,
Su aventura nocturna le recuerda:
La guzla, los caireles, los vestidos
Y los chapines, su gitana bella.
Poco a poco se aclaran sus recuerdos:
Uno a uno en su mente los ordena
Por el orden que tienen, y uno a uno
Poco a poco a su juicio se presentan.
La serenata al pié de la ventana,
La misteriosa barca, su ligera
Fuga, su brío inútil, su caída
En el agua, y después… después le restan
Aún unos recuerdos que no envuelve
El lúgubre crespón de las tinieblas
De la vacía eternidad, ni el paso
Marcan del alma a su región inmensa.
Unas memorias lúgubres, satánicas,
Que entre las otras a ordenar no acierta.
Y que duda si son sueños fantásticos
O imágenes de cosas verdaderas.
Recuerda, y son acaso los delirios
De su crisis febril, que ante una mesa
Con, licor y viandas conversaba
Con el gitano Adán, y que halagüeña
Le sonreía Aurora: que más tarde
Con él a solas su pasión sincera
Le declaró por su hija:, que su boda
Trató con el gitano, una sangrienta
Condición en sus cláusulas poniendo
Adán… y aquí por su cerebro ruedan
Un secreto de honor que le han fiado,
De venganza y de muerte una promesa,
Una bujía mágica, un conjuro
Sacrílego, una imagen que se acerca
A él tras un espejo, cuya luna
Las que tiene delante no refleja:
Todo esto en confusión, fuera de sitio
Flotando, en su memoria, se aglomera;
Parte como recuerdos positivos
De sucesos pasados y de ciertas
Impresiones, y parte como sueños
De delirio febril: mas sin que él pueda
Los hechos apartar de los delirios,
Ni extraer la verdad de las quimeras.
Sabe que se halla en casa del gitano,
Sabe, que le es deudor de la existencia;
Mas cómo ignora ni por quién lo sabe
O si una intüición se lo revela.
Ve bien que la cadena de sus horas
Aún eslabonada se conserva,
Puesto que vive aún: mas en su juicio
Falta algún eslabón en su cadena.
En semejantes cálculos perdido,
Anhelando encontrar quien los resuelva,
Pensó Don Félix en vestirse: pero
No halló a la vista de su traje prenda.
Ir quiso a la ventana: pero pronto
Vio que no ayudan su intención sus fuerzas;
Pensó en llamar: mas como a quien ignora,
Decidióse a esperar en la impaciencia.

Mas poco fue, porque al rumor que hizo
En el lecho moviéndose, la puerta
Abriéndose sin ruido y lentamente,
Dio paso a una mujer: Aurora era.
“¡Tú!” —rebosando de placer Don Félix
Dijo, los brazos débiles tendiéndola;
“Yo.” —con amor en ellos enlazándose
Repuso Aurora de alegría trémula;
Mas acotado su ímpetu primero,
El comedido y ruborosa ella,
De necesaria explicación entre ambos
Diálogo se entabló de esta manera:

D. FÉL. Bien los presentimientos de mi alma

Confirma, Aurora mía, tu presencia.
¿Conque os debo la vida?

AUR. De las aguas

Mi padre te salvó.

D. FÉL. ¿Morada vuestra

Es la casa en que estoy?

AUR. Sí.


D. FÉL. ¿Y este cuarto

El tuyo?

AUR. Sí.


D. FÉL. ¿Y este tu lecho? ¿y esa

La celosía do a mi voz te asomas,
Y esa la guzla mora cuyas cuerdas
Tus cantares moriscos acompañan:
Y todo, todo cuanto aquí me cerca
Te pertenece, en tu servicio solo
Cuanto contemplo en derredor se emplea?

AUR. Sí.


D. FÉL. ¿Y en aquel espejo se retrata

Tu deliciosa imagen? ¿Son aquellas
Las basquiñas de pliegues ondulantes
Que en derredor de tu cintura vuelan,
Cuando en los giros de tu baile rápido
Cual mariposa con el aura juegas?
¿Y aquellos los chapines que tirantes
Tus piececitos de marfil sujetan?

AUR. Félix!


D. FÉL. ¡Bendita la traición villana

Que al agua me lanzó! ¡Bendita sea
La mano que, arrojándome a un abismo,
Al paraíso de tus brazos me echa!

AUR. ¡Ay Félix! cinco días ha que en ellos

Contra la muerte pertinaz peleas.

D. FÉL. ¿Cinco días?


AUR. El sesto no le cuento,

Pues tu riesgo pasó y el día empieza.

D. FÉL. ¡Cinco días!… Excúsame; mi mente

Mal segura me impide que comprenda
Con lucidez aún. ¿Ha cinco días
Que estoy en cama?

AUR. Del delirio presa;

Tan espantosa fiebre te ha asaltado,
Que atarte antes de ayer ha sido fuerza.

D. FÉL. ¿Sábese, pues, que en tu aposento ahora

Me guardas?

AUR. ¿Y quién quieres, que lo sepa

Si no entró nadie en él?

D. FÉL. ¡Nadie!


AUR. Esta casa

Solo para sus dueños tiene puertas.
Mi padre que no tiene más familia
Que yo, jamás a nadie las franquea.

D. FÉL. ¿No tiene, pues, amigos?


AUR. Nuestras leyes

Dan a mi padre autoridad suprema,
Única, indisputable y absoluta,
Contra la cual ninguno se revela;
Porque es el cielo quien la da y los hombres
No osan ni discutirla ni oponérsela.
El más viejo es el rey; toda la tribu
Sigue su voluntad; mi padre reina.

D. FÉL. Mi impertinencia excusa, mas permíteme

Que te haga una pregunta.

AUR. Haz las que quieras.


D. FÉL. Dices que en el furor de mis delirios

Preciso ha sido atarme.

AUR. Sí.


D. FÉL. Y en esas

Horas dé exaltación ¿quién me velaba?

AUR. Mi padre y yo no más.

Contra la

D. FÉL. Contra la recia

Furia de mis delirios ¿cómo solos
Bastado habéis los dos?

AUR. De la manera

Más sencilla; mi padre te cogía
En sus brazos de hierro y dos correas
Cruzando yo por sobre ti, quedabas
Sin poderte mover.

D. FÉL. Si no tuviera

Tal confianza en ti…

AUR. ¿Qué?


D. FÉL. No podría

Creer sin vacilar lo que me cuentas.

AUR. ¿Que interés a engañarte me llevara?

Oculto era forzoso que estuvieras
De todo el mundo, pues hacer tu rastro
Perder a tu enemigo es lo que intenta
Cauto mi padre.

D. FÉL. Sí, ¿mas cómo él solo…?


AUR. Mi padre tiene de titán las fuerzas:

Pertenece a una raza más pujante
Que la actual.

D. FÉL. Es preciso que así sea.

Mas alguno a mi mal remedio puso.
¿Quién me los recetó?

AUR. Pues ¿de la ciencia

De los doctores necesita acaso
Nuestra tribu? Mi padre fue unas yerbas
A coger, las majó y te dio las gotas
Del líquido eficaz que extrajo de ellas.

D. FÉL. ¿Y con ellas sané?


AUR. Sin duda; entraste

En un sopor letárgico bebiéndolas,
Y después en un sueño delicioso,
Del que sereno como ves, despiertas.

D. FÉL. ¡Todo eso es en verdad maravilloso!


AUR. No sino natural: nada hay que deba

Maravillarte en ello; hace dos años,
Que te acosa por mi fortuna adversa;
Por mí, un poder oculto persiguiéndote,
Do quier te ataja y por doquier te cerca;
Por mí, en fin, arrostrastes una muerte
Horrible; porque has muerto a la hora de esta
Para todos si quieres, pues ahora
Muerto te creen los que tu mal desean.
¿No es justo, pues, que yo te recompense
El mal que mi cariño te acarrea?
Mi padre te ha sacado de las aguas,
Te ha acogido en su casa, en tu dolencia
Te ha dado sus remedios, porque sabe
Mejor que yo lo que mi amor te cuesta:
Yo pidiéndole al cielo por tu vida,
Noches y días a tu lado en vela
He cuidado de ti, porque te amo.
¿Que hay en esto, mi bien, que te sorprenda?

D. FÉL. ¡Oh Aurora de mi vida! tus palabras

Acarician mi oído y mi alma alegran,
Como el rumor de repentina lluvia
Que el fuego calma de abrasada siesta;
Y abren mi corazón y le estremecen
De placer y de amor, como la fresca
Brisa del mar en el estío el cáliz
De la soleada flor de sus riberas.
¡Aurora, único amor del alma mía,
Único bien que mi ambición anhela,
Única gloria a que mi orgullo aspira,
Única luz que alumbra mi carrera!
Tienes razón: he muerto para todos:
Rica y feliz, o mísera y funesta
Tu condición, de hoy más será la mía.
Donde vayas iré; lo que tú creas
Creeré; desearé lo que desees.
Desde hoy tu tribu mi familia sea;
Yo viviré feliz donde tú vivas
Siguiéndote leal hasta que muera.
Hoy hablaré a tu padre: y pues le debo
La vida por tu amor, voy a ofrecérsela.
¿Por qué me la salvó si le era inútil?
Bien sabía mi amor y mi miseria.
Tómeme por esclavo: que me deje
No más vivir en donde verte pueda,
Y si mi amor le ofende que me mate:
Sí, que a las aguas a arrojarme vuelva.
Yo perdía por ti feliz la vida:
Pues él la recogió, que él cuide de ella.

AUR. Félix, mi único bien, calma te ruego

El loco frenesí que te enajena.
Guarda tu vida, guárdala; mi padre
Te la salvó dichosa para hacértela.
Sí, de tu amor y lealtad en premio
Prepárate a escuchar alegres nuevas.
La fortuna se torna y nos sonríe:
Tú desapareciste de la tierra:
El Don Félix odiado y perseguido,
Cadáver es que al mar el río lleva;
Tus contrarios, tú muerto, satisfechos
Ya, ni te odian ni de ti se acuerdan.
Ahora bien: quién te trae así a mis brazos,
Quién nos une a los dos de esta manera
Tan misteriosa e íntima, el acaso
No es: tiene que ser la Providencia.
Tú, noble, rico y caballero, un día,
Yo gitana infeliz, en tan opuestas
Regiones fuera hallarnos imposible;
Era preciso, pues, que a mi bajeza
Te hiciera descender, o hasta tu altura
Me hiciera a mi subir: esta barrera
Que la suerte no más romper podía,
Encargóse la suerte de romperla.
Si hasta tu altura a mí me hubiera alzado,
En la región banal de la opulencia,
Donde el placer al corazón hastía
Y en lugar de nutrirle le envenena,
Dó el apetito vil de pasión noble
El nombre toma y el honor se lleva,
Acaso nos hubiéramos hallado
Uno hacia otro sin mirar siquiera;
Mas destruyó tu dicha al arrojarte
En la infelicidad y en la indigencia;
En contacto poniéndote conmigo,
Te hizo en mí reparar, y entre las cuentas
De barro en que la hallastes engarzada,
De más valor te pareció la perla.
La gitanilla ruin, que hubiera sido
Un capricho a lo más sin consecuencia
Para Don Félix noble y opulento,
Fue para ti pasión, profunda, inmensa;
Y ella, que al capricho libertino
Ojos y corazón cerrado hubiera
Con altivo desdén, al pobre amante
Abrió del alma con afán las puertas.
Mas admira los fallos del destino
Y adora a Dios en su bondad suprema,
Félix: mi padre, el corazón movido
De una pasión en ti tan verdadera,
Tan necesaria a mi calma como el aire
De la respiración a la existencia,
Consiente en nuestro amor y, protegiéndole,
Nuestra ventura a completar se apresta.
Porque tú no serás como los míos
Vagabundo gitano, que se emplea
En un trajín ignoble y que va humilde
A ganarse su pan de feria en feria;
Triana tiene sus misterios, Félix,
Y guarda más valor que el que aparenta:
Y huérfano encontrándote, te adopta
Por hijo suyo, como si hoy nacieras;
Mas por si te repugnan sus costumbres,
De conservar las tuyas libre quedas.
Nosotros viviremos ignorados
Muy lejos de Sevilla, en una hacienda
En donde nadie buscará a D. Félix,
Porque no dejará tras de sí huellas;
Donde la astucia y la maldad humana
Para reconocerle serán ciegas,
Y donde en brazos de tu amor, al mundo
Despreciarás y olvidarás tus penas.

Calló Aurora; Don Félix, aun dudando
Si en el delirio de su fiebre sueña,
La escuchó todavía unos instantes,
Como a quien, aguardando más completa
Explicación de enmarañados hechos,
El hilo que le dan no le contenta,
Y en su trama enredándose, se afana
Por asir el mejor de su madeja.

Aurora, dijo al fin, de tu relato,
Absorto con el gozo y la sorpresa,
No acierto a combinarle en mi cerebro,
Que acaso, Aurora, con mi mal flaquea.
Negros recuerdos en mi mente flotan,
Y bajo su impresión muy mal se acuerdan
Las albricias que piden tus palabras
Y el pavor que en mi alma se alimenta.
De ese relato me parece, Aurora,
Que las palabras son lluvia benéfica
Que, en el erial del corazón cayendo,
Descubre que hay en él semilla nueva
Haciéndola brotar; mas la abundancia
Me asombra de tan rápida cosecha,
Y vacilo tal vez, su nuevo fruto
Desconociendo aún, en recogerla.
Unos recuerdos lúgubres e ingratos,
Tus noticias alegres contrapesan
En mi alma, y la tienen de la duda
En la balanza desigual suspensa.

AUR. Reconozco aunque tarde, Félix mío,

Mi torpe irreflexión: fue una imprudencia
Impresionarte el alma de repente
Con tal revelación, más fortaleza
Hasta que hubieras recobrado, pero
Contenerme no pude en mi impaciencia.
Reposa un poco: a darte el alimento
Voy que mi padre te ha ordenado.

D. FÉL. Espera,

Mi bien: mi mente se asegura oyéndote
Y mi mejor remedio es tu presencia.
Responde y esclaréceme.

AUR. Pregunta.


D. FÉL. Me has dicho que tu padre tiene hacienda.


AUR. No es él solo en Triana que las tiene.


D. FÉL. Ni es lo que me sorprende que las tengan

Ni él ni muchas familias de Triana,
Sino la vida que lleváis teniéndolas.
Me extraña que él y tú, que acomodados
Como me dices os halláis, deis fiestas
Por la ciudad saliendo, al vulgo indigno,
Como canalla vil que pordiosea,
Exponiendo a los ojos de la chusma
El tesoro gentil de tu belleza.

AUR. Tus palabras son dignas de un celoso:

Tus dudas tienen visos de sospechas
Y jamás te ocurrieron.

D. FÉL. Porque nunca

Se me ocurrió que por placer lo hicieras.

AUR. Félix, tal es la ley de nuestra tribu:

Las muchachas más ágiles y diestras
En el tañer y en el bailar recogen
De este modo del pueblo las ofrendas,
Que alivian de familias miserables,
Que ganarlo no pueden, la pobreza;
Y a lo que tú me imputas como falta,
Oponer no podría resistencia
Ni la pereza torpe y egoísta,
Ni una inútil e hipócrita modestia.
La virtud no riñó con la alegría
Y a la hermosura sin rubor se agrega,
Cuando, como en mi tribu, la hermosura
A la desdicha y la vejez sustenta.
¿Le basta a su merced, señor celoso,
Esta satisfacción? ¿La encuentra buena?

D. FÉL. Perdona, Aurora mía.


AUR. Sin embargo

Confieso, Félix mío, con franqueza
Mi femenil debilidad: tenía
Mi corazón en ello complacencia:
Primero, porque siempre te encontraba
En el puente a la ida y a la vuelta;
Luego porque, aunque sean virtuosas,
Las gusta a las muchachas que las vean:
Y además, porque pasa en nuestra tribu
A ser necesidad esta flaqueza
Del sexo entero: los gitanos somos
Como las flores, Félix; como aquellas,
Necesitamos sol: nos agostamos
Cuando el aire y el sol no nos orean.

Y explicó su conducta la muchacha
Tan de doblez y de inquietud ajena,
Con tal ingenuidad, tal abandono,
Que no cabía duda en su pureza.
El mozo contemplábala arrobado,
Siguiendo las imágenes poéticas
De su oriental explicación, perdiéndose
Tras de las fantasías pintorescas
De su voluble locución, que tiene
De la pasión la mágica elocuencia,
Y de cuyo arte son únicamente
Naturaleza y corazón las reglas.
Volvió, empero, a tenderse ante sus ojos
El velo de la duda que le inquieta,
A través de su trama vaporosa,
No viendo la verdad más que entre nieblas,
Y dijo a la gitana: óyeme, Aurora:
Después del Dios que adora mi creencia
Tú eres el solo ser a quien yo amo:
Acepto enajenado tu propuesta:
Mas extraño del tono en que me la haces…

AUR. ¿Qué?


D. FÉL. La seguridad y la presteza

Conque ese dulce porvenir preparas
Sola.

AUR. ¿Sola?


D. FÉL. Sin duda.


AUR. Pues que aceptas

La oferta de mi padre…

D. FÉL. ¿Cuál?


AUR. La boda

Que una alma debe hacer de las dos nuestras.

Y esto Aurora al decir, de sus mejillas
En claveles tornó las azucenas.

D. FÉL. ¡Oh, con toda la mía! dijo el mozo,

De su cariño en la efusión extrema.

AUR. Entonces hice bien. Y pues conoces

El secreto fatal de mi existencia…

D. FÉL. Uno me has dicho que hay: mas aún lo ignoro.


AUR. ¿Podrá nadie decir lo que no sepa?


D. FÉL. No.


AUR. Pues tú me le has dicho en tu delirio:

Si lo ignoraras, pues, no lo dijeras.

Ante la exactitud de este argumento
Calló el mozo, incapaces sus potencias
De guiarle en el loco laberinto
En que débil su espíritu se enreda:
Mas preguntando continuó, queriendo
Salirse de él o conocer sus sendas.

D. FÉL. ¿Mas de cuándo lo sé? ¿Quién me lo ha dicho?

Yo lo ignoraba aún la vez postrera
Que te vi en tu ajiménez la última noche.

AUR. Mi padre te lo dijo: y fue la pena

De tal revelación, pobre amor mío,
Lo que de tu razón te puso fuera.

D. FÉL. ¡Dios! (exclamó Don Félix, el espanto

En su fisonomía cadavérica
De repente pintándose)… ¡no ha sido
Delirio mío la visión horrenda!
Aquella evocación… aquel espejo…



A punto tal abriéndose la puerta
Se presentó el gitano, y extendiendo
Su mano hacia Don Félix, en su lengua
Las palabras heló y sobre su almohada
Reclinó poco a poco la cabeza.
Como si a algún poder irresistible
O a repentino síncope cediera.
¡Félix! ¡Félix!—gritó con ansia Aurora
A su padre sin ver, de espaldas vuelta.
—Mira ahí, (dijo el viejo aproximándose,)
De tu necio charlar la consecuencia.
—Es verdad ¡ay de mí!… mas socorrámosle.

—No hay peligro: dejémosle que duerma.

Y sentándose el viejo junto al lecho
Del mancebo, añadió con mucha flema:
El sueño es el calmante más benéfico:
Ya verás qué tranquilo se despierta.