La flor de los recuerdos (México): 52

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Prieto
La flor de los recuerdos (México) de José Zorrilla
México y los mexicanos. Conclusión de “III. Los poetas mexicanos”


No puedo estenderme mas, mi querido Duque. La materia es tan larga cuanto breve el espacio en que debo encerrarla: el libro en el cual ha de incluirse esta carta no debia de llegar á quinientas páginas, y ya pasa de ellas; aquí suspendo, pues, mi correspondencia, y las noticias de otros muchos poetas mexicanos, cuyos nombres me limitaré á citar por ahora: como Zarco, acaso el solo que ha hecho del periodismo su profesión; talento infatigable para ese trabajo sofocador de escribir uno ó dos artículos diarios sobre todos los asuntos posibles: trabajo capaz de secar el cerebro de mas jugo y de agotar los recursos de la mas fecunda inteligencia, y para el cual Zarco no tiene rival en México; Roa Bárcena, periodista, crítico y poeta, cuya colaboración es perpetua en los periódicos; Argüelles, editor, y poeta tan de la escuela clásica, que es de los que pretenden sostener en castellano la prosodia latina, haciendo versos exámetros españoles, con los cuales ya que no cobre popularidad, prueba al menos erudición; Antonio María Romero, escultor y poeta, cuyas poesías comienzan hoy á publicarse: las poetisas Dolores Cándamo de Roa y Dolores Guerrero, cuyas composiciones engalanan alguna vez las columnas de los diarios, de cuyas plumas he tenido el honor de recibir algunas estrofas, á cuya lisonjera galantería me tendré por agradecido mientras viviere; Juan Valle, poeta ciego á quien tiene su familia de leer los versos ajenos y escribir los que su ingenio produce; J. González, mozo de instrucción, dado al estudio, buen versificador castellano y conocedor de los clásicos estrangeros, y de quien pronto verán la luz las poesías; Cuellar, Ordoñez y otros varios, de quienes no me ha sido fácil adquirir todas las obras, por andar esparcidas por los periódicos.

Por el epígrafe del núm. II de esta carta (Literatura y artes) habrá V. colegido que también era mi intento dar á V. mi parecer sobre el estado de las artes en México; pero tengo que dejarlas para mejor ocasión, con otras muchas cosas de las cuales quería dar á V. cuenta, porque le probarían á V. patentemente que, á pesar del atraso en que no puede menos de mantener á México en ciertos ramos su turbulenta situación política, encierra en sí gérmenes positivos de civilización y cultura, que fermentan bajo la influencia fecundadora del espíritu irresistible de progreso de nuestro siglo. Tales son por ejemplo: la Academia nacional de San Carlos, cuyo fin es la enseñanza y cultivo de las tres nobles artes, pintura, escultura y arquitectura, que mantiene abiertas de ellas cátedras gratuitas, con profesores estrangeros bien retribuidos y discípulos pensionados en Roma. Esta Academia fué fundada en 1781 por Don Fernando Mangino, ministro del Supremo Consejo de Indias, y superintendente de hacienda y de la moneda del vireinato de Nueva-España, dotándola de rentas suficientes para subvenir á todos sus gastos; y en verdad que por la tal fundación merece el tal Mangino bien de su patria, memoria honrosa y perpetua en las páginas de su historia, y agradecimiento eterno de la posteridad mexicana. La sociedad de geografía y estadística, la academia de medicina y cirujía, que publican, aquella un boletín mensual y ésta un periódico semanal; la escuela de agricultura; la academia de la historia y la sociedad de beneficencia, que viste, alimenta y educa á miles de muchachos sin mas fondos que las suscriciones y ofrendas voluntarias. De todo esto, y de mucho mas, tenia pensado hablar en el libro en el cual incluyo esta carta: porque el preconizar y dar publicidad á lo bueno que encuentra en los países por donde viaja, es el único bien y el mejor obsequio que puede hacerles aquel que habiendo adquirido una reputación, tiene muchos que lean lo que escribe y presten fé á sus palabras: pero, falto ya de espacio, no me queda mas remedio que coartar á pesar mío los buenos intentos de mi voluntad.