La gallarda toledana/Acto I

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​La gallarda toledana​ de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto I
Acto II

Acto I

Salen DON DIEGO y MENDOZA , de camino.
DON DIEGO:

  Mil veces seas, Mendoza,
bienvenido.

MENDOZA:

No habrá sido
menos veces bienvenido
quien de tu presencia goza.

DON DIEGO:

  ¿Vienes bueno?

MENDOZA:

A tu servicio.
¿Vuesa merced cómo está?

DON DIEGO:

Del alma y cuerpo te da
mi alegría claro indicio.
  ¿De la señora doña Ana
no me dices nada?

MENDOZA:

Creo
que delante, su deseo
montes y puertos me allana
  para que te llegue a dar
esta carta.

DON DIEGO:

Gran ventura
si mi esperanza asegura.

MENDOZA:

Tan segura puede estar,
  que me mandó que en su nombre
te abrazase.

DON DIEGO:

¿Hay tanto bien?

(Va leyendo DON DIEGO la carta, en secreto.)
MENDOZA:

Tú lo mereces también.
¡Por Dios que eres gentilhombre
  y que no la han engañado!
Bien satisfaces tu fama,
ni mereciera tal dama
menos galán desposado.

DON DIEGO:

  ¿Pues qué le dicen que soy?

MENDOZA:

Tan gallardo como noble;
pero visto, éreslo al doble.

DON DIEGO:

En esa opinión estoy.
  Pésame, porque alabado
y siendo lo que tú ves,
cuando me vea después
dirá que la han engañado.
  ¿No me escribe su tutor?

MENDOZA:

Así, por Dios, fue mi olvido;
esta es suya, perdón pido.

(Dale otra carta.)
DON DIEGO:

No fue, por tu vida, error,
  que escribiéndome doña Ana
fue justo olvidarte dél.

MENDOZA:

Un padre tienes en él,
con amistad limpia y llana.
  Todas las dificultades
que sobre el hacienda había,
las allanó el mismo día
contra algunas voluntades.
  Lee y advierte, que luego
nos habemos de partir.

DON DIEGO:

La del tutor has de oír.

MENDOZA:

Dila en voz.

(Lee la carta.)
DON DIEGO:

«Señor don Diego.
  Ya la partición se ha hecho,
ya este pleito se acabó,
que solo he querido yo
de vuestra esposa el provecho.
  Todos estamos contentos
de emplearla en vuestro igual,
con seguro general
de vuestros merecimientos.
  Con vuestro poder se hicieron
las escrituras; de todo
os dirá Mendoza el modo
y quién son los que os sirvieron.
  Gozaréis una mujer
como el sol.»
¿Que es tan gentil?

MENDOZA:

Es un ángel.

DON DIEGO:

(Lea.)
«Veinte mil
ducados vienen a ser
  los que os tocan, y las casas
que están a San Agustín.»
¿Que es bella?

MENDOZA:

Es un Serafín.
¡Vive el cielo que te casas
  con la mujer más hermosa
que en Toledo se ha criado
y el agua del Tajo ha dado!
Blanco puro y tez lustrosa,
  pues discreta... No te puedo
encarecer lo que siento.

DON DIEGO:

¿Qué más encarecimiento
que decir que es de Toledo?
  Proseguiré lo demás.

MENDOZA:

Como quisieres.

DON DIEGO:

(Lea.)
«Partid
luego de Valladolid.»
No leo más.

MENDOZA:

Bien harás.
  Toma caballos y parte
a gozar una mujer
que no la supiera hacer
con sus pinceles el arte.
  Porque puesto que es pintura,
es como la poesía
que pinta y habla.

DON DIEGO:

¿Qué día
llego a gozar su hermosura?

MENDOZA:

  Si sales hoy, estaremos
mañana en la noche allá.

DON DIEGO:

Más presto el alma estará.
Mendoza, ¿por dónde iremos?

MENDOZA:

  Por Ávila, por las Navas,
por el Escurial.

DON DIEGO:

No importa
ser la jornada más corta.

MENDOZA:

Ya entiendo; el camino alabas
  de Guadarrama y Madrid.

DON DIEGO:

En Madrid tengo que hacer.

MENDOZA:

Si hay algo que proveer
que falta en Valladolid...

DON DIEGO:

  Nada, pero tengo allí
un amigo que querría
llevar conmigo.

MENDOZA:

¿Algún día
te detendrás?

DON DIEGO:

Es así,
  que no es bien ir a casarme
tan solo.

MENDOZA:

Tienes razón.

DON DIEGO:

Y más siendo obligación
de tan buen amigo honrarme.
  ¿Que es mi señora doña Ana
tan bella?

MENDOZA:

¿Dudoso estás?
¡Pues vive Dios, que no es más
que de un cielo cifra humana!
  Deja señor esa duda,
porque Toledo se precia
de no tener fea necia,
ni mujer hermosa muda.
  Y pues que la vas a ver
cánsate del preguntar.

DON DIEGO:

¡Ay, Mendoza, no es dudar
el repetir el placer!
  ¡Ay, pensamientos, no puedo
negar que invidia me dais
viendo que en un punto vais
desde mi pecho a Toledo!
  Ni os impide Guadarrama,
ni su aspereza os detiene,
tal desasosiego tiene
quien nunca ha visto a quien ama.
  ¡Oh, grande fuerza de amor!
Digo, Mendoza, que creo
que la fama y el deseo
le engendran mucho mayor
  que la vista y la hermosura.
Ea, partamos de aquí,
que ver lo que nunca vi
es lo que el alma procura.
  Llevaré de mis crïados
los que mejor talle tengan.
Vengan postas.

MENDOZA:

Postas vengan.

DON DIEGO:

¡Ay, si corrieran cuidados!

MENDOZA:

  Mucho me huelgo de verte
tan contento de casarte.

DON DIEGO:

Quien casa en tal alta parte,
estima su buena suerte.
  Ponte en albricias aquí
esta cadena y perdona.

(Dale una cadena.)
MENDOZA:

El oro tu mano abona,
aunque es hierro para mí
  con que la traeré de esclavo.

DON DIEGO:

Porque yo lo vengo a ser
de tan hermosa mujer,
mi buena fortuna alabo.
  Y cual hombre tiene el suelo,
que así la pueda alabar,
que es acertarse a casar
la mayor merced del cielo.

(Vanse.)
(Entren BERNARDA , dama, y ROSELA con sombrerillos de plumas y capotillos, LEONARDO , su hermano, y dos criados, ANDRONIO y TIRSO con una cesta de merienda, en la casa del Campo de Madrid.)
LEONARDO:

  Entre esa yerba poned
esa merienda vosotros
y adonde vamos nosotros
de aquí a un hora la traed,
  que es parte más apacible.

BERNARDA:

¿Pues dónde quieres estar?

LEONARDO:

Los estanques es lugar
más fresco y más convenible.

ANDRONIO:

  No hay en la Casa del Campo
sitio de mayor contento.

TIRSO:

El vino es lindo elemento,
entre estas matas le estampo.

ANDRONIO:

  Coge, Tirso, desa fuente
esta cantimplora de agua.

(Dásela.)
TIRSO:

Yo voy.

ANDRONIO:

Primero la enjagua
y refresca en su corriente.
  Pondré la nieve en la herrada
mientras vas.

LEONARDO:

¡Hola!

ANDRONIO:

Señor.

LEONARDO:

Volvamos, será mejor,
que está la puerta cerrada.

ANDRONIO:

  De los estanques lo está
muy de ordinario, mas quiero
ir a llamar al portero,
que por esos cuadros va.

BERNARDA:

  No entiendo que sin licencia
del alcaide querrá abrir.

LEONARDO:

A pedirla quiero ir,
que es más fácil diligencia,
  que a la entrada del jardín
estaba cuando llegamos.

(FELICIANO y ESTACIO , galanes que vienen siguiendo a BERNARDA .)
FELICIANO:

Mejor cubiertos estamos
deste esparcido jazmín.

ESTACIO:

  Desde aquí la podrás ver
sin que su hermano te vea.

FELICIANO:

Mucho el agua me recrea
para no acabar de arder.
  ¡Ay, Estacio, quién pudiera
ser un verdadero Ovidio
de su pensamiento!

ESTACIO:

Invidio
tu amor; si posible fuera
  transformáraste en Diana,
gozaras tu dama ansí.

FELICIANO:

Nunca tan airosa vi
su hermosura soberana.

ESTACIO:

  El campo y el traje dél
da a las damas gran donaire.

FELICIANO:

¡Quién fuera, cielos, el aire
para transformarse en él!
  Ves aquí un campo de aquellos,
que el Metamorfoseos pinta,
mira esta famosa cinta
de arroyos puros y bellos.
  Mira por esotra parte
esos cuadros y vergeles
compitiendo en los pinceles
naturaleza y el arte.
  Mira aquella ninfa allí
y que pudo su hermosura,
pues en ser blanca y ser dura,
es mármol y fuente aquí.

ESTACIO:

  ¡Oye, que se va su hermano!

LEONARDO:

Llave y licencia traeré.

BERNARDA:

Aquí espero.

LEONARDO:

Volveré
presto.

(Vase LEONARDO .)
ESTACIO:

Llega Feliciano.

FELICIANO:

  No te alteres de mirarme,
Bernarda, en este jardín,
que siendo honesto mi fin,
mi amor te obliga a escucharme.
  Párate, si no es cruel
que en el campo que estoy viendo
quisieras ser Dafne huyendo,
y entre mis brazos laurel.

BERNARDA:

  ¿Quién te ha dicho, Feliciano,
mi venida?

FELICIANO:

El corazón,
que en sucesos de afición
nunca profetiza en vano.
  Vi el coche a tu puerta, oí
gran alboroto de fiesta,
aunque ya por tu respuesta
no lo ha de ser para mí.
  No quise preguntar más,
que esto bastó.

BERNARDA:

Vete luego,
si tu peligro y mi ruego
bastan a volverte atrás;
  mira que mi hermano es hombre
que no sufre libertades.

FELICIANO:

Ni tú, mi bien, mis verdades,
con ser de mujer tu nombre.
  Si yo le viere volver
también le diré que aguardo
la llave, que no es Leonardo
tu esposo o tú su mujer.

BERNARDA:

  Es mi hermano y a quien tengo
en lugar de padre.

FELICIANO:

Agora
conozco, ingrata señora,
la desventura a que vengo.
  Cuando quisiese enfadarse
yo diré que soy tu esposo.

BERNARDA:

Entonces es más forzoso
de tu locura enojarse.
  ¿Yo marido, sin su gusto
de Leonardo?

ROSELA:

Feliciano
no tiene amor. Es en vano
dar a Bernarda disgusto;
  vete y no le des enojos,
que amor es solo querer
el gusto de la mujer
en que se ponen los ojos.

FELICIANO:

  ¡Ah, larga desdicha mía!,
¿cuándo acabará mi mal?
Mas siendo el alma inmortal,
no espere al alma este día.
  Tengo mis penas en ella,
han de vivir, muerto yo,
que esto tiene quien nació
con tan desdichada estrella.

BERNARDA:

  Graciosa lamentación,
vete entre esos olmos verdes,
que pienso que hablando pierdes
después mayor ocasión.
  Que yo me retiraré
de mi hermano y hablaremos
donde con menos estremos
te quiero escuchar.

FELICIANO:

Sí haré,
  solo por obedecerte,
que no por lo que has de hacer,
porque he venido a creer
que te deleita mi muerte.
  Plega a Dios que entre esas fuentes
de tal manera te mires,
que por ti misma suspires
y que su espejo acrecientes.
  Plega a Dios que destos secos
montes, que el sol abrasó,
te venga a responder yo
en enamorados ecos.
  Plega a Dios que vuelta en flor
quedes por testigo aquí,
de que te has amado a ti
no teniendo a nadie amor.
  Ven Estacio.

ROSELA:

¿Así le dejas?

BERNARDA:

Sí, que es en pública parte.

ESTACIO:

Lástima me da escucharte.

FELICIANO:

A quien no la dan mis quejas,
  no es menester que se apoyen
en tu honrado proceder,
que pueden enternecer
a las piedras que las oyen.

(Vanse los dos.)
ROSELA:

  Cruel has andado.

BERNARDA:

¿En qué?

ROSELA:

En no le escuchar con gusto.

BERNARDA:

¿Quieres tú que ese disgusto
hoy a Leonardo le dé,
  trayéndome solo aquí
para alegrarme y servirme
y no sabiendo decirme
lo que pretende de mí?
  Responderé a sus papeles
en cortesía, si ya
mi amor obligado está
a lo que decirme sueles.

ROSELA:

  Solo te digo que dar
en esto lugar a un hombre
debajo de honrado nombre,
no ofende en ningún lugar.
  Alguna por recogida
nadie sabe que nació,
y por serlo se quedó
sin casar toda su vida.
  ¿Nunca has visto los plateros
colgar en aparadores
todas las joyas mejores
a los propios y estranjeros?
  Pues la joya de mujer,
en estando retirada,
¿de quién ha de ser comprada
si nadie la puede ver?

BERNARDA:

  Cuando la joya es de fama
con opinión de valor,
luego lo sabe el señor,
y para vella, le llama.
  Reniega de las mujeres,
que en aparador están,
que los hombres te dirán
en qué estiman sus placeres.
  Yo sé que es su condición
estimar lo que les cuesta,
y que una mujer honesta
se casa con la opinión.

ROSELA:

  Luego el sol pierde hermosura
por salir todos los días.

BERNARDA:

No, pero saber podrías
que no estiman su luz pura.
  Que cuando en invierno viene
tras ocho días de ausencia,
celébrase su presencia
y en más estima se tiene.
  Toda dama cortesana
tiene, huyendo la opinión,
la condición del botón
que está siempre a la ventana.
  Pero la que es principal,
nunca su recogimiento
le ha quitado casamiento.

(Entran DON DIEGO , MENDOZA y LARA , criados, todos con botas y espuelas.)
DON DIEGO:

No he visto jardín igual;
  por bien empleado he dado
el haberme detenido.

MENDOZA:

El de las postas se ha ido
de esperar desesperado.

DON DIEGO:

  ¿No ves que le dije yo
que entrar en Madrid quería
de noche?

LARA:

Ya se volvía
cuando Mendoza llegó.

DON DIEGO:

  Digo que le dije, Lara,
que se fuese enhorabuena.

MENDOZA:

¿Pues por qué entrar te da pena
de día?

DON DIEGO:

Porque repara
  Madrid, después que no es Corte,
en cualquiera caballero
y por la posta no quiero,
pues no hay para que me importe
  alborotar el lugar
y que vayan a saber
si ha de estar o ha de volver
mientras la vemos estar.

MENDOZA:

  Bien dices, pero por Dios
que pensé que algo debías,
por huir el rostro a los días.

DON DIEGO:

No, por vida de los dos
  tú llevas un desposado,
Mendoza, que no debió
honra ni hacienda; que yo
no tomo nada fïado,
  ni prestado lo he pedido
y si juego, es mi dinero.

BERNARDA:

¡Qué gallardo caballero!

ROSELA:

Sin duda es recién venido.

LARA:

  Señor, mira qué mujer.

MENDOZA:

Calla, Lara, enhoramala
que está, ni otra alguna iguala
a la que vamos a ver.
  No la mires, anda acá,
sal de la Casa del Campo.

DON DIEGO:

¿Soy yo emprenta que me estampo
con cualquiera papel? Ya
  bien puedes dejarme ver.

MENDOZA:

A tener tus ojos llave,
te la echara.

DON DIEGO:

Mujer grave
y muy hermosa mujer.

MENDOZA:

  ¿Qué tan linda? ¡Por Dios vivo,
que vale más un zapato
de mi ama!

DON DIEGO:

Espera un rato.

BERNARDA:

El hombre es galán y altivo.

ROSELA:

  Este debe de pasar
de camino y quiso ver
esta casa de placer,
para alguno, de pesar.
  No es bueno que diera un dedo
por saber si viene o va.

LARA:

¿Piensas tú que toda está
la gallardía en Toledo?
  Yo te digo que Madrid
es reina de la hermosura.

BERNARDA:

Pregunta, si por ventura,
camina a Valladolid,
  que cualquiera que se parte
me pesa y más este hombre
que es gallardo y gentilhombre.

LARA:

Mendoza, señor, es parte.
  Yo digo que mi señora
fea un propio serafín,
pero esta en este jardín
es la primavera ahora.

DON DIEGO:

  Lara dice bien, por Dios;
mira, Mendoza, que es bella.

MENDOZA:

Es pudrirme, que iré a ella
y la...

DON DIEGO:

¡Detente!

MENDOZA:

¡Los dos
  os debéis de concertar
para darme estos enojos!
¡Vuelve, doña Ana, los ojos,
desde ese hermoso lugar
  y abrasa con tu solsticio
quien no te adora!

LARA:

Recelo
que ha de pedir a Juanelo
otro segundo artificio.
  Desde Toledo a Madrid
sus ojos han de abrasar.

ROSELA:

No me atrevo a preguntar
si van a Valladolid.

DON DIEGO:

  Este hermoso capotillo
y el de los ojos, Mendoza,
algo tiene que retoza,
desto que no sé decillo.
  El sombrero, el aire, el modo,
por Dios, que obliga a mirar
y no me puedes negar
que viene con alma todo.

MENDOZA:

  ¿Esta condición tenías?
Tierno eres, yo he topado
lindo humor de desposado;
no saldremos en seis días.
  A no ser Casa de Campo
de un rey, dijera, don Diego,
que la abrasara.

DON DIEGO:

Mi fuego,
¿por qué no hallaras escampo
  que tiene aquesta mujer?

MENDOZA:

Él es lindo Laumedón,
a cada conversación
una grúa es menester.
  Vámonos a ver la puente,
que es un famoso edificio.

LARA:

Dile aquello del solsticio,
ansí Dios tu vida aumente
  porque le abrase esta tarde.

BERNARDA:

¡Deja, necia, hablaré yo!

ROSELA:

No me atrevo.

BERNARDA:

¿Por qué no?
El cielo, señor, os guarde.

(Allégase a él.)
DON DIEGO:

  Y guarde a vuestra merced.

MENDOZA:

Ya traban conversación;
enfermo es del corazón.

BERNARDA:

Hacedme, señor, merced
  de decirme, si por dicha,
vais a la Corte.

DON DIEGO:

Señora,
de la Corte vengo ahora,
y por dicha jamás dicha,
  pues entrando solo a ver
estos jardines Reales,
he visto esos celestiales
ojos que me han de perder.

BERNARDA:

  Mire que soy ballenata
y ha poco que estaba aquí
la Corte.

DON DIEGO:

Mire que a mí
soy cortesano y me mata.

BERNARDA:

  Como eso suele matar
a los que van caminando.

DON DIEGO:

Soy bestia.

BERNARDA:

Fueme bridando
el vocablo de matar.

DON DIEGO:

  ¿Sabe que no matarás
es el quinto mandamiento?

BERNARDA:

¿Mátole yo?

DON DIEGO:

El pensamiento.

BERNARDA:

¿El pensamiento no más?
  Pues mande prender el mío.

DON DIEGO:

No, sino vuestra belleza.

BERNARDA:

Pues prenda a naturaleza
o escríbale un desafío.

DON DIEGO:

  ¿Hay tal cosa? Muerto soy.

BERNARDA:

¿Que de la Corte venía?

DON DIEGO:

Y se conoce, a fe mía,
en lo que cortado estoy.
  Aunque allá se fue la Corte
y solo el yerro dejó,
algún acero quedó,
que tiene un poco de corte.

BERNARDA:

  ¿Dónde va vuestra merced?

DON DIEGO:

A vuestra merced no más,
que ni adelante ni atrás
iré.

BERNARDA:

Rompa la pared.

DON DIEGO:

  Coces tengo de tirar,
Jesús, con tanto desprecio,
pues a fe que no era el necio
de los que hay en mi lugar,
  envaine vuestra merced
la espada por cortesía.

BERNARDA:

¿Cómo, si la herida es mía?

DON DIEGO:

Misericordia tened
  deste pobre caminante.

BERNARDA:

¿Adónde vais?

DON DIEGO:

A Toledo.

BERNARDA:

Perdonadme, que no puedo,
señor, pasar adelante,
  que viene mi dueño allí.

DON DIEGO:

¿Sois casada?

BERNARDA:

No, por Dios,
pero alguno como vós
me estuviera bien a mí.

DON DIEGO:

  ¡Me estuviera bien a mí!
¡Vive Dios de no quitarme
de donde estoy o matarme
con quien me echare de aquí!

(Sale LEONARDO , hermano de BERNARDA .)
LEONARDO:

  ¿Hombre hablando con Bernarda?

DON DIEGO:

Enfadado viene el hombre.

LEONARDO:

¿Quién es este gentilhombre
que tan atento me aguarda?
  Lo que parece a don Diego
de Ávalos. ¡Válgame Dios,
si es él!

DON DIEGO:

¿Leonardo, sois vós?

(Conócense.)
LEONARDO:

¿No me veis?

DON DIEGO:

Llegad.

LEONARDO:

Ya llego.

DON DIEGO:

  Miren adónde nos vemos.

LEONARDO:

¿Dónde, con botas y espuelas?

DON DIEGO:

Hay un millón de novelas.

LEONARDO:

Ni acá falta que os contemos.
  ¡Jesús, Jesús, qué mal hombre!,
¿cómo no me respondéis?

DON DIEGO:

Siempre esa queja tenéis.

LEONARDO:

¿Pues no es razón que me asombre?

DON DIEGO:

  No, que es río del olvido
la Corte y falta lugar.

LEONARDO:

¿Para mí os ha de faltar
siendo a mi amor tan debido?
  Volvámonos luego a Flandes,
pesar de mí, que no había
en toda su infantería
otros amigos tan grandes.
  ¿Así os olvidáis allá
de las viejas camaradas?

DON DIEGO:

En colgando las espadas
todo en un silencio está.
  ¡Vive Dios, que os he tenido
en el alma y con deseo
de serviros!

LEONARDO:

No lo creo,
pues no me habéis respondido.
  Que a fe, que si no muriera
mi madre y quedara aquí,
Diego, la que veis allí,
que a la Corte a veros fuera.
  Mas no me puedo ausentar
hasta casarla.

DON DIEGO:

Haréis bien,
aunque yo pensé también,
solo en verla recatar
  que érades vós su marido.

LEONARDO:

Pluguiera a Dios que pudiera
serlo y que yo mereciera
lo que allí veis escondido,
  que es un alto entendimiento
y una virtud singular.

DON DIEGO:

Dios os la deje emplear
con igual merecimiento.

LEONARDO:

  Llegadla a hablar.

DON DIEGO:

Es razón.

LEONARDO:

Bernarda, el señor don Diego...

DON DIEGO:

No digáis más, pues yo llego
a decir mi obligación.

LEONARDO:

  Es mi dueño y lo ha de ser
de nuestra casa.

DON DIEGO:

Yo os debo
la vida, que en vós no es nuevo
quererme favorecer.

BERNARDA:

  Seáis, señor, bienvenido,
que el estaros obligado
mi hermano, me lo ha contado.

DON DIEGO:

Estoy tan favorecido
  que casi estoy vergonzoso
y me han salido colores,
que sois dos a hacer favores
y yo solo a ser dichoso.

BERNARDA:

  La sangre que habéis hallado,
tan de vuestra parte ha sido
que al rostro se os ha subido
y deso estáis colorado.

DON DIEGO:

  Antes por esa razón
descolorirme tenía,
que si vuestra sangre es mía,
bajárase al corazón.

BERNARDA:

  Eso fuera a tener miedo
y aquí muy seguro estáis.

LEONARDO:

Paz, señores. ¿Dónde vais,
don Diego?

DON DIEGO:

Voy a Toledo
  y he venido por Madrid
solo a besaros las manos.

LEONARDO:

No mienten los cortesanos,
a lo que vais nos decid.

DON DIEGO:

  Iba a ver cierta señora
con quien casarme quería.

BERNARDA:

 [Aparte.]
¡Ay de mí, Rosela mía!

LEONARDO:

¿A casaros?

DON DIEGO:

No sé agora.

LEONARDO:

  ¿Cómo no?

DON DIEGO:

Nunca la vi.

LEONARDO:

Pues hermano, ver primero,
no os compren con el dinero,
como me quieren a mí;
  mas vive Dios que en las vistas
dije volviéndome atrás:
¡vade retro , Satanás!,
como hacen los exorcistas.

DON DIEGO:

  Bien decís, vós y yo iremos
de aquí a diez o doce días,
que estas no son niñerías,
para que luego envidemos.
  ¡Ay, hombre, que en estos lloros,
apenas a un avariento
oye! Envido un casamiento
con poco punto en los oros;
  cuando quiero le responde
con el resto de la vida.

LEONARDO:

Si no es muy vista y oída
la que más el rostro absconde,
  no lo aconsejo a ninguno.
¿Qué os da?

DON DIEGO:

Veinte mil ducados
con muchos deudos honrados
y cerca del Rey alguno.

LEONARDO:

  Iremos cuando queráis
y yo acabaré una gala
entretanto de una sala.
Os suplico que os sirváis,
  donde a usanza de Madrid
habrá alcoba y limpia cama
aunque no tenga esa fama.

DON DIEGO:

Que no replico, advertid,
  porque sois mi propio hermano;
hablad con Bernarda un poco
mientras a partir provoco
cierto hidalgo toledano
  que me ha venido a llamar.

LEONARDO:

Id en buenhora.

DON DIEGO:

Mendoza,
lo que un amigo se goza
cuando otro acierta a topar,
  que en los peligros lo fue,
no tengo que exagerarte.
A Toledo al punto parte
y di que albricias te dé
  mi esposa, que antes de un mes
iré a lo que está tratado.

MENDOZA:

¿Un mes?

DON DIEGO:

Estoy obligado
a los amigos que ves
  y no me siento muy bueno.
Parte y dile que ya voy.

MENDOZA:

Al cabo de todo estoy;
ni lo apruebo ni condeno.
  Liviano me has parecido;
si habías de hacer casado
lo que has hecho, habreme holgado
de todo lo sucedido.
  Lo que me dices diré.

DON DIEGO:

¡Mendoza, Mendoza, espera!

MENDOZA:

¡Si guardas desa manera
palabras, firmas y fe,
  haré que se rasgue allá
lo escrito!

DON DIEGO:

¿Estás enojado?
Ve y dile que mi cuidado
no queda durmiendo acá,
  que más presto que tú piensas
veré a mi esposa.

MENDOZA:

Sí haré.

(Vase MENDOZA .)
DON DIEGO:

¿Fuese el necio?

LARA:

Ya se fue.

DON DIEGO:

¿Qué le he sufrido de ofensas?

LARA:

  Quédaste aquí.

DON DIEGO:

No lo escuso,
ya al criado despaché.

BERNARDA:

Con descontento se fue.

DON DIEGO:

En contingencia me puso
  de perderos el respeto.

LEONARDO:

Vámonos a merendar,
que después habrá lugar
de hablar.

DON DIEGO:

Yo os quiero en efeto.

(Vase LEONARDO ,


y van saliendo FELICIANO y ESTACIO .)
BERNARDA:

  ¿Vós a mí?

DON DIEGO:

Mirad, que tanto
que he dejado de ir a ver
mujer que era mi mujer.

BERNARDA:

De vuestra intención me espanto.

DON DIEGO:

  Señora, no os espantéis,
pues una nave es más grave
y hay quien detenga una nave.

BERNARDA:

¿Pues de mí qué pretendéis
  siendo casado?

DON DIEGO:

No soy.

BERNARDA:

¿Pues a qué vais a Toledo?

DON DIEGO:

No voy, pues dejarlo puedo,
que a vós solamente voy.

BERNARDA:

  ¿Soy yo Toledo?

DON DIEGO:

Seréis.

BERNARDA:

Y si tan fuerte nací.

DON DIEGO:

Cercaros todo, que ansí
con el tiempo os rendiréis.

BERNARDA:

  No se rinde tal ciudad.

DON DIEGO:

Es muy ordinario haber
en ciudades de mujer
portillos de voluntad.

BERNARDA:

  ¿Pensáis de entrar por la mía?

DON DIEGO:

O morir en la demanda.

ROSELA:

Seguilda, que mucho ablanda
el servicio y la porfía.

(Vanse los tres.)
FELICIANO:

  ¿Haslo visto?

ESTACIO:

Bien lo vi.

FELICIANO:

¡Ah, gentilhombre!

LARA:

¿Quién llama?

FELICIANO:

Un pariente desa dama;
¿mas de dónde viene aquí
  ahora ese caballero?

LARA:

De Valladolid.

FELICIANO:

¿Y está
ahora de asiento allá?

LARA:

No mucho.

FELICIANO:

¡Ay, Estacio, hoy muero!
  ¿Cómo se llama?

LARA:

Don Diego
de Ávalos.

FELICIANO:

¿A qué ha venido?

LARA:

No viene aquí.

FELICIANO:

Ya he tenido
vida; mas oídme os ruego.
  ¿Va lejos? ¿Va acaso a Flandes?

ESTACIO:

¿Tan lejos quieres que fuera?

LARA:

No, señor, más cerca espera
hacer hazañas más grandes.

FELICIANO:

  ¿Más cerca? ¿Dónde?

LARA:

En Toledo.

FELICIANO:

¿Pues qué hazañas puede hacer?

LARA:

Casarse, que es menester
perder al peligro el miedo.

ESTACIO:

  Bien dijo, hazaña es casar;
casar un lugar se llama
donde un discreto de fama
que le pudiera nombrar.
  Este equívoco escribió
quien pasa por el casar,
por todo puede pasar.

FELICIANO:

Del lugar se aprovechó.

LARA:

  ¿Mandáis más?

FELICIANO:

Esto quería.

LARA:

Adiós.

FELICIANO:

Él vaya con vós;
consolado estoy por Dios
de la pena que tenía.
  Ver que mientras aquí está
aún no me faltan recelos.

ESTACIO:

Es condición de los celos,
pero esta noche se irá.

FELICIANO:

  Si la lleva a su posada,
muerto soy.

ESTACIO:

Sí, que es galán.

FELICIANO:

Detrás de aqueste arrayán
quiero ver mi muerte, amada.

(Vanse.)


(Salen DOÑA ANA y CLARINO en Toledo.)
CLARINO:

  Con el ordinario escribe
que otro día se partía.

DOÑA ANA:

Pues ayer llegar tenía.

CLARINO:

Detendrase si apercibe
  galas para esta ocasión
y otras cosas necesarias.

DOÑA ANA:

Nacen sospechas tan varias
de principio de afición.

CLARINO:

  ¿Pues estás aficionada?

DOÑA ANA:

Si es que mi esposo ha de ser,
por fuerza habré de tener
principios de enamorada.

CLARINO:

  ¿Sin verle?

DOÑA ANA:

Ya no es sin ver,
decirme dél tantas partes.

CLARINO:

En mi mocedad en artes,
doña Ana, fui bachiller
  y supe que no se amaba
lo que no se conocía,
mas que si su igual se vía
lo ausente se imaginaba.
  Hombres has visto y ansí
quieres un hombre como ellos.

DOÑA ANA:

Yo imagino algunos dellos,
que de buenos talles vi,
  y formo en mi fantasía
este rostro que ya quiero.

CLARINO:

Que vendrá esta noche espero,
o mañana antes del día.
  Salir quiero a preguntar,
si es que por Bisagra entró;
por ventura se escondió
por verte.

DOÑA ANA:

Estoy por pensar
  que has dado en lo que es más cierto.

CLARINO:

Los viejos sabemos más,
mas si te ve como estás
no saldrá ya del concierto.

(Vase.)
DOÑA ANA:

  ¡Oh, verdugo del alma, la esperanza!
Quien sin desesperar un bien espera,
no es hombre, es piedra, que una piedra en cera
convierte la sospecha en la tardanza.
Conozco, en fin, que quien espera alcanza,
mas no hay bien, que si espero, le quisiera
por no esperar, que la esperanza altera
la paz del alma y la mayor bonanza.
Consume la esperanza poco a poco
la mejor sangre y de una en otra duda
las enigmas difíciles retrata.
¿No te bastaba, amor, ser ciego y loco,
sino engendrar a la esperanza muda,
que no dice quién es hasta que mata?

(Salga MENDOZA de camino.)
MENDOZA:

  Dame, señora, esas manos.

DOÑA ANA:

¡Jesús, Mendoza! ¿Tú eres?
¿No me abrazas? Pues no quieres,
no son mis recelos vanos.
  ¿Qué es esto, tristeza en ti?
No tengo que preguntarte
porque con solo mirarte
sé que a don Diego perdí.

MENDOZA:

  Ya fuera el agravio mucho.
Consuelo el suceso tiene.

DOÑA ANA:

Pues dime, ¿don Diego viene?

MENDOZA:

Escúchame atenta.

DOÑA ANA:

Escucho.

MENDOZA:

  Salió de Valladolid,
Corte del tercer Filipo,
don Diego de Ávalos y Arce
para casarse contigo.
Pasó el alto Guadarrama,
desde cuyo frontispicio
se ven los campos alegres
de Manzanares, un río
a quien da el nombre un lugar
porque allí toma principio
con Madrid, en bosques franco
y en agua, aunque clara, esquivo,
a cuya vista se mira
entre mil olmos antiguos
la hermosa Casa del Campo,
que este es su propio apellido,
donde llegando a las tres,
que quería entrar nos dijo
de noche por escusar
visitas de sus amigos.
Y despidiendo las postas,
entró en el verde edificio
a esperar, en sus alhombras
de la noche, el manto frío.

MENDOZA:

Entramos por un jardín,
a quien el agua de un risco
a cada flor daba un caño
entre arrayanes y mirtos,
a una casa, aunque pequeña,
lustrosa, que no han querido
hacerla mayor los reyes,
porque está en frente de un rico
y suntuoso palacio,
que siendo capaz en sitio
de aposentar a su dueño,
parece a la vista un brinco.
Luego, los hermosos cuadros
de la primavera, vimos;
dechados de sus labores,
sobre la tierra estendidos,
cebando los libres ojos
en violetas, en narcisos,
rosas, azucenas, salvias,
retamas, claveles, lirios;
todos con hermosas fuentes,
y de labores vestidos,
de afeitadas ajedreas,
de romeros y tomillos.
Vimos unas salas de agua
cuyos techos, guarnecidos
de mil piedras, daban luces
como rubíes y jacintos.

MENDOZA:

Viste las paredes yedra
con sus hojas y racimos,
donde está la cueva antigua
y el dios del agua marino,
que sobre juncos y helechos,
eternamente tendido,
hace sudar a las piedras
agua por dos mil resquicios,
y cuya puerta acompañan
dos ninfas, en sus dos nichos
de mármol blanco, y de quien
hiciera historias Ovidio.
En medio deste jardín
se ve de alabastro liso,
la gran fuente que de Italia
trujeron a Carlos Quinto,
con ocho marinos dioses
y cuatro desnudos niños,
las águilas del Imperio,
tres tazas, mil artificios,
que si alcanzara esta edad
enmudeciera Lisipo
de ver diversos trofeos
tan altamente esculpidos.
Después de otros cenadores
a diferentes caminos,
vimos en medio de un mar,
sobre una peña, un castillo
a quien en torno asestados
disparaban dos mil tiros.

MENDOZA:

En vez de sus fuegos, agua,
y en vez de balas, granizos.
Por otras fuentes, después,
a cuatro cuadros subimos,
donde sabrosos frutales
forman otro paraíso
que parece que en cualquiera
del manzano más propincuo
se han de ver Eva y Adán
en aquel engaño mismo.
No digo por no cansarte
lo que en esta casa he visto.
No de sus estanques hablo,
por cuyos cristales limpios
los cándidos cisnes nadan,
y por cuyos fondos fríos,
habitan carpas y tencas,
como el ganado en apriscos,
porque al llegar a sus bosques
vio don Diego, tu marido,
una mujer principal,
lindo talle, gentil brío,
hermana de un caballero
con quien dice que ha vivido
años en Flandes soldado.
Háblanse los dos amigos
y ofreciéndole su casa,
muy demudado me dijo
que ha de partirse a Toledo,
tan locamente perdido,
que dice que de aquí a un mes
vendrá a verte.

DOÑA ANA:

¿Que no ha escrito
don Diego y que en Madrid queda
dese nuevo anzuelo asido?
¿Quieres que le culpe?

MENDOZA:


pero no, que no te ha visto.

DOÑA ANA:

¿Qué hombre es don Diego? ¿Podré
dejarle?

MENDOZA:

Al hombre más lindo
que ha hecho el cielo era justo,
por este injusto delito,
si fuera Toledo mudo.

DOÑA ANA:

Sí, que Toledo ha sabido
mi concierto y escrituras.
Hablarán mis enemigos,
que muchos, para quien yo
fui, Mendoza, basilisco,
viendo ocasión de venganza
serán áspides conmigo.
Llámame acá a mi tutor,
pero no sepa Clarino
la liviandad de don Diego.

MENDOZA:

Locura de mozo ha sido

DOÑA ANA:

Dádome han el parabién,
y en casa del Arzobispo
todos saben, por mi pleito,
que hoy espero a mi marido,
¿Hay tal desdicha? ¿Hay tal cosa?
Pierdo, Mendoza, el juicio
si se muriese don Diego;
no va poco arrepentido.
Ahora bien, esto es honor,
ni mi tutor ni mi tío
sepan dónde voy, Mendoza,
que tú solo irás conmigo.

MENDOZA:

¿Dónde, señora?

DOÑA ANA:

A Madrid.

MENDOZA:

¿Cómo?

DOÑA ANA:

En varonil vestido.

MENDOZA:

¿Estás loca?

DOÑA ANA:

Estoy corrida,
que en la mujer son principios.

MENDOZA:

Vuelve en ti, que la pasión
te hace decir desatinos.

DOÑA ANA:

Mendoza, di que son hechos,
que poco importaran dichos.
Yo he de ir a Madrid, Mendoza,
yo he de ver a mi enemigo.

MENDOZA:

Norabuena, pero en traje
de tus pensamientos digno.

DOÑA ANA:

Cuando uno quiere vengar
una afrenta, ¿no es arbitrio
dejar el vestido propio
y tomar otro vestido?
Pues eso mismo haré yo.

MENDOZA:

Que lo imagines te pido.

DOÑA ANA:

Tengo honra, no me detengo,
tengo amor y no imagino.
No me he de matar, que hay alma;
yo no soy Porcia ni Dido,
no es amor para cobardes.

MENDOZA:

Antes sí, que amor es niño.

DOÑA ANA:

Si sabes que soy mujer,
¿qué me replicas?

MENDOZA:

Replico
por tu honor.

DOÑA ANA:

Aguarda, esposo,
no puedo decirte mío.