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La gallarda toledana/Acto II

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Acto I
La gallarda toledana
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto II

Acto II

Salen DON DIEGO Dávalos y MENDOZA , de camino.
DON DIEGO:

  Admírame que no escriba.

MENDOZA:

No escribe porque te aguarda.

DON DIEGO:

¿Queda buena?

MENDOZA:

Y tan gallarda
que al Sol de sus rayos priva.

DON DIEGO:

  No sé, Mendoza, si pueda
ir tan presto a nuestras vistas.

MENDOZA:

Más de espacio la conquistas
que el rey Alfonso a Toledo.
  Fuera de Valladolid,
¿qué disculpa habrá que intentes?

DON DIEGO:

Siempre fue cárcel de ausentes
este cielo de Madrid.
  Sus azules paramentos
pintados de novedades,
hasta en libres voluntades
influye detenimientos.
  Mal anduviste en no hacer
que me escriba.

MENDOZA:

A quien ya viene,
¿para qué? Y más, si no tiene
cartas a que responder.
  Tu venida ha confirmado
no la haber tú escrito a ella.
¡Oh!, si la vieras más bella
con un vestido rosado.
  Que sale por el Oriente
el anunciador del día,
dando mayor alegría
que el alba su hermosa frente.
  Díjele tu enfermedad
y enterneciendo los ojos
vertió en sus claveles rojos
de perlas gran cantidad,
  cuyas hermosas corrientes
su boca intentó cogerlas
porque guarde tales perlas
el nácar de tales dientes;
  que si nacen de rocío
en ellos se engendrarán.

DON DIEGO:

[Aparte.]
Lejos estos necios dan
deste pensamiento mío.
  Y este que tanto la alaba
no conoce que me ofende;
pero es mercader que vende
y ningún concierto acaba.
  Estoy ya tan adelante
en este mi nuevo amor,
que este necio embajador
temo que a Bernarda espante.
  ¡Ah, cielos!, qué presto muda
la voluntad de opinión
por mucho que la razón
intente darle su ayuda.
  ¿Cómo podré deshacer
la escritura de doña Ana?

MENDOZA:

( [Aparte.]
Hoy nuestra esperanza vana
quiere un imposible hacer,
  que entendido el pensamiento
de don Diego, es disparate
que más mi señora trate
de esforzar su casamiento.
  En la puente la dejé,
que hasta llevarla esta nueva
no es justo que a entrar se atreva
por muy oculta que esté.
  Dios sabe que la he reñido
el hábito que ha tomado,
pero es amor desbocado
cuando va siguiendo olvido.
  Y si en efeto es locura
callar y seguir su amor...
¿Qué habemos de hacer, señor?

DON DIEGO:

Solo descansar procura,
  Mendoza, que has caminado,
y hablemos después los dos.

MENDOZA:

Pues adiós.

DON DIEGO:

Vete con Dios.

MENDOZA:

Harto bien me ha despachado,
  no me quejaré a lo menos,
que me ha detenido aquí.

DON DIEGO:

¿No te vas, Mendoza?

MENDOZA:

Sí,
que de sueño tengo llenos
  los ojos, porque a las tres
anoche salí de Illescas.

DON DIEGO:

 ( [Aparte.]
Este por nuevas tan frescas
querrá también su interés.
  Por cuenta de la cadena
podrá poner estos pasos,
que son diferentes casos
los que amor de nuevo ordena.
  Vuelve a las doce a buscarme.

MENDOZA:

Rabiando de enojo voy.

(BERNARDA en alto.)
BERNARDA:

¡Ah, señor don Diego! ¿Es hoy
la partida?

DON DIEGO:

Vino a darme
  este enfadoso escudero
nuevas de aquella señora.

BERNARDA:

¿Y de qué se trata ahora?

DON DIEGO:

De que tratarla no quiero;
  estoy muy de espacio aquí
aunque apriesa me matáis.

BERNARDA:

¿Luego ya no os vais?

DON DIEGO:

Si estáis,
hermosa Bernarda, en mí,
  pregunta al alma, cuándo
y si me parto o me quedo.

BERNARDA:

¿Y qué dirán en Toledo,
donde os están esperando?

DON DIEGO:

  Esperen toda su vida
hasta que su engaño vean,
que yo voy, porque lo crean,
dilatando mi partida.
  Más cerca hallé mi mujer
de aquello que presumí.

BERNARDA:

¿Dónde la hallastes?

DON DIEGO:

Aquí,
porque vós lo habréis de ser.
  Que a no saber vuestro hermano
mi tratado casamiento,
con amigo atrevimiento
le pidiera vuestra mano.
  Pero no quiero que antes
que en Toledo esté deshecho,
juzgue liviano mi pecho
en negocios semejantes.
  Y porque era quedar mal
casarme y no dar razón
donde tuve pretensión
con dama tan principal.
  Esto y ver tantos desvelos
de tantos competidores,
que invidiando mis favores
me quieren matar de celos.
  Hace a mi bien resistencia
y pone a mi mal temor,
que es como cisne el amor,
que no sufre competencia.

BERNARDA:

  ¿Competidores?

DON DIEGO:

Ni fuera
vuestro valor el que debe,
si al sol, al agua, a la nieve
menos deseos trujera.
  Pero vós entre los buenos
amad, señora, el mejor.
Pues tenéis tanto valor,
estimaos ojos serenos
  porque en la opinión que estáis
de hermosos y de atrativos,
más os querrán por esquivos
que si a cuantos veis, os dais.

BERNARDA:

  Si yo no doy ocasión,
¿qué importan sus pretensiones?

DON DIEGO:

Con mirar dais ocasiones
para tanta pretensión,
  y si ser dueños esperáis
de alguno, es bien que miréis
que menos dueños seréis
mientras más dueños tengáis.
  Estad algún tiempo ajenos
de piedad. Mirad con ira,
porque si cualquiera os mira
seréis tenidos en menos.

(Salen FELICIANO y ESTACIO .)
FELICIANO:

  Propuesto traigo estos días
que en viendo este hombre a estas rejas,
ha de entender que mis quejas
nacieron de sus porfías.
  Que no contento de ser
huésped donde puede hablar,
nos quiere a todos quitar
la vista desta mujer.

ESTACIO:

  ¿No decían que a Toledo
iba a casarse?

FELICIANO:

No sé.
Mucho harán si saca el pie
deste peligroso enredo.
  Días ha que vive aquí,
tantos ha que me da celos.

ESTACIO:

Curarse de los desvelos
es lo mejor.

FELICIANO:

¿Cómo ansí?

ESTACIO:

  Hablándole en sana paz
y diciéndole tu intento.

FELICIANO:

¿Querrá oírle?

ESTACIO:

Estará atento,
si es de sentirle capaz.

FELICIANO:

  Voy.

ESTACIO:

Pues al campo le lleva,
donde oiga el caso hasta el centro.

BERNARDA:

Mi hermano viene.

DON DIEGO:

Entraos dentro,
gente viene, cosa nueva.
  Me parece el allegarse
tanto aquel hombre a esta reja,
ya se acerca, ya se aleja
y comienza a demudarse.
  ¿Quiere vuestra merced algo?

FELICIANO:

Hablar a vuestra merced.

DON DIEGO:

¿Dónde?

FELICIANO:

Tendré a gran merced
que sea en el campo.

DON DIEGO:

Allá salgo.

(Vase.)
FELICIANO:

  El hombre es hombre.

ESTACIO:

No hay duda;
desvíate un poco dél.

FELICIANO:

¡Recïo va!

ESTACIO:

Ve tras él.

FELICIANO:

El paso y la color muda.

ESTACIO:

  ¿Temes algo?

FELICIANO:

A solo Dios.

ESTACIO:

Él te guíe.

FELICIANO:

Aquí me espera;
mal sufro, puesto que quiera
que vayan solos los dos,
  seguirelos, que escondido
desde algún árbol, verelos.
¡Cuánto pueden unos celos;
es risa ausencia y olvido!

(Entra DOÑA ANA , en hábito de hombre con botas y espuelas, y MONTALVO , criado.)
DOÑA ANA:

  Mira, Montalvo, si acaso
parece por la calzada.

MONTALVO:

No parece en ella nada,
que todo el campo está raso.

DOÑA ANA:

  Mendoza no considera
que en el campo me dejó.

MONTALVO:

Si acaso en Madrid topó
alguna moza parlera,
  habrá imitado a don Diego
y en Madrid se habrá quedado.

DOÑA ANA:

Él tiene gentil cuidado
en las cosas que le ruego.
  ¡Cielos!, ¿qué Madrid es este?,
¿qué liga tienen sus ramos
que apenas hombre enviamos
que menos cárcel le cueste?
  ¿Es por ventura la cueva
de Salamanca?

MONTALVO:

No sé;
allá enhoramala fue
el nuestro peci de Esgueva.
  Mas por Dios que no ha sabido
el laberinto de Creta.

DOÑA ANA:

En un alma tan discreta
debe de estar escondido.
  Ojos con que adormeciera
puesto en razón estuviera,
mas no que sin filos corte;
  tanto bueno le ha quedado.

MONTALVO:

Madrid, señora, parece
a un rico, que aunque empobrece
queda en razonable estado.

DOÑA ANA:

  Como es grande, estanle mal
calzones a lo flandesco.

MONTALVO:

Aquí corre viento fresco,
siéntate en este arenal
  que solía ser el río
que se llama Manzanares,
que duerme en caniculares
y despierta en tiempo frío.

DOÑA ANA:

  ¿Cómo puedo sosegar?
Ve a Madrid, Montalvo, corre.
La soledad me socorre,
bien puedo sola quedar.
  Busca en casa de Leonardo,
que es donde don Diego posa
a este necio que reposa
cuando yo me abraso y ardo.

MONTALVO:

  ¿Dónde vive?

DOÑA ANA:

A la Pasión,
que es donde a mí me la dan.

MONTALVO:

Sé que a cuantos allá van
les da mal de corazón.
  No querría, por Dios vivo,
quedarme también allá.

DOÑA ANA:

Temiéndolo quedo ya.

MONTALVO:

Ora bien, voy por tu olivo,
  que quiero ser la paloma
desta fiera tempestad.

DOÑA ANA:

¿Y vendrá?

MONTALVO:

Con brevedad.

DOÑA ANA:

Camina.

MONTALVO:

Consuelo toma.

(Vase.)
DOÑA ANA:

  Bosque del río de Madrid, no puedo
hallarme en vuestras verdes soledades,
enseñada a decirle mis verdades
al gran Tajo, corona de Toledo.
Olmos, bien sé que en vuestros ramos quedo,
presa en venganza de otras libertades,
que se suelen mudar las voluntades
y de las esperanzas nace el miedo.
Conocedme por hombre, fuentes claras,
que quien ha de sufrir ha de ser hombre;
y tú, que vas huyendo a quien te sigue:
ya que eres mi fortuna, ¿por qué paras?
Mas como soy mujer, temes el nombre
que olvida amada y con desdén persigue.

FELICIANO:

  Pare aquí vuestra merced,
que basta pasar la puente
donde ya no hay tanta gente.

DOÑA ANA:

Sauces, mi cuerpo esconded,
  que vienen aquí dos hombres.
¡Parados se han! ¿Qué querrán?
Pero de pendencia están;
ea, brazo, no te asombres,
  ya eres de hombre, vive Dios,
que he de hacer lo que me toca.

(Entra ESTACIO .)
ESTACIO:

¡Cuánto el amistad procura!,
pues voy sirviendo a los dos
  contra el término debido
y el honor de Feliciano.
Pero no ha sido en mi mano.

DON DIEGO:

Decidme a lo que he venido.

FELICIANO:

  ¿De dónde sois?

DON DIEGO:

A la puerta
me lo preguntó la guarda,
que sospecho que se guarda,
aunque es la sospecha incierta.
  En el campo no hay a quien
deba decille quién soy,
hasta decir que aquí estoy
y que soy hombre de bien.

FELICIANO:

  Yo os hablo con cortesía.

DON DIEGO:

Y yo la tengo con vós.

FELICIANO:

Importa el hablar los dos
algo que ya es honra mía
  y aunque vós no me digáis
quién sois os lo diré yo.
Para que el que aquí os sacó
y porque ocasión sepáis
  yo me llamo Feliciano,
soy Ramírez de Madrid.

DON DIEGO:

Yo soy de Valladolid,
a lo castellano llano
  y para decirlo en breve,
don Diego Dávalos soy,
que en aquella casa estoy.
¿De estar allí qué se debe?

FELICIANO:

  Débese considerar,
que puede dueño tener.

DON DIEGO:

¿Hay allí alguna mujer
que vós podáis sujetar?

FELICIANO:

  Sujetar no, mas podría
ser mi mujer.

DON DIEGO:

Si lo es,
respetarela después
que sea vuestra, pues no es mía.

FELICIANO:

  Esta palabra me ha dado
Bernarda.

DON DIEGO:

Pues no es razón
que yo impida posesión
a un hidalgo tan honrado.
  Servilda, que yo os la doy
de no pretendella.

FELICIANO:

En todo
mostráis el hidalgo modo
de quien sois.

DON DIEGO:

Muy vuestro soy.

FELICIANO:

  Esto quería no más,
adiós.

DON DIEGO:

Esperad un poco.

FELICIANO:

¿Queréis algo?

DON DIEGO:

No revoco
la fe, ni lo haré jamás.
  Pero habiendo aquí salido,
¿cómo quedaré también
con el lugar, sicon quien
me ha sacado no he reñido?
  Meted mano a vuestra espada.

FELICIANO:

Jamás hombre me pidió
que la desnudase yo
que la tuviese envainada.

(Echa mano y llega ESTACIO.)
ESTACIO:

  Aquí tienes un amigo.

DON DIEGO:

Que fue traición advertid.

FELICIANO:

Nunca hombre de Madrid
fue traidor, ni yo contigo.
  Estacio, vete en buenhora.

ESTACIO:

¡No habéis de reñir, por Dios!

(Llega DOÑA ANA .)
DOÑA ANA:

Pues estemos dos a dos,
que yo sé quién se mejora.

DON DIEGO:

  ¿Quién sois, caballero?

DOÑA ANA:

Un hombre
que vio aquesta sinrazón.

DON DIEGO:

¿Qué os mueve?

DOÑA ANA:

Sola afición,
que apenas sé vuestro nombre.
  Porque desde donde estaba
ninguna cosa entendí.

DON DIEGO:

Yo os agradezco que aquí...

DOÑA ANA:

¿Qué aguardas, villano? ¡Acaba!

DON DIEGO:

  Me queráis favorecer;
teneos.

DOÑA ANA:

Es imposible,
pícome de lo terrible
en llegando que ha de ser.
  Vuestra merced se desvíe;
matarele aquellos dos.

DON DIEGO:

¿Juntos los dos?

DOÑA ANA:

Sí, por Dios.

FELICIANO:

¡Oh, qué bien!

DOÑA ANA:

¿De qué se ríe?
  Que si le tomo la risa
por blanco de furia tanta
de su cobarde garganta,
haré la espada camisa.
  ¡Fuera digo!

DON DIEGO:

¡Deteneos,
pesar de quien me vistió,
que también soy hombre yo!

DOÑA ANA:

Yo también en los deseos.

FELICIANO: :

  Sosiéguese, gentil hombre,
mire que es mozo.

DOÑA ANA:

Sí, soy,
y aunque sin barbas estoy,
soy tan hombre como otro hombre.

FELICIANO:

  ¿De dó bueno?

DOÑA ANA:

Toledano,
que puede decir y hacer.

DON DIEGO:

Vós me obligáis a tener
queda la espada y la mano,
  que habéis tomado tal furia
que solo por deteneros
he bajado los aceros
que levantaba la injuria.

DOÑA ANA:

  ¿Por qué razón?

DON DIEGO:

Porque quiero
que no riñáis por mí aquí.

DOÑA ANA:

Pues quiero reñir por mí.

ESTACIO:

Paso, hidalgo.

DOÑA ANA:

Caballero
  soy y me pondré mañana
la de Calatrava al pecho,
que su Majestad me ha hecho
merced.
[Aparte.]
¡Ay, pobre doña Ana!
  ¿Adónde tienes el seso?

DON DIEGO:

A vuestras mercedes pido
dejen esto, pues ha sido
de todo el mejor suceso,
  que por allá nos veremos.

FELICIANO:

Donde quiera que queráis.

DOÑA ANA:

¿Cómo? ¿Que ansí los dejáis?

DON DIEGO:

Quedito, no hagáis estremos.

(Váyanse envainando.)
DOÑA ANA:

  ¿No me dejaréis pelar
aquel par de gallinillas?

DON DIEGO:

Fío de vós maravillas
pero volved a envainar
  que ya los hombres se han ido
y decidme qué os movió.

DOÑA ANA:

Vuestro talle me obligó,
que parecéis bien nacido.
  Y el ver que saliesen dos
para un hombre.

DON DIEGO:

Envainad ya.

DOÑA ANA:

Digo, que envainado está.

DON DIEGO:

Confieso que os debo a vós
  la vida.

DOÑA ANA:

¿Burlas?

DON DIEGO:

Oíd.
¿Botas y espuelas traéis?
¿Vaisos, por dicha, o tenéis
algo que hacer en Madrid?

DOÑA ANA:

  Aquí he de estar ocho días,
que un hombre vengo a buscar.

DON DIEGO:

Conmigo habéis de posar.

DOÑA ANA:

No, por Dios.

DON DIEGO:

Vanas porfías.
  Aquí soy huésped también.

DOÑA ANA:

 [Aparte.]
No he visto hombre más gallardo;
¡ojalá que el que yo aguardo
me pareciese también!
  Por Dios que si con él voy
y me arrimo un poco al fuego,
que he de ser como don Diego
y quedarme donde estoy.
  ¡Qué gracia de desposados;
todos, donde van, se quedan!

DON DIEGO:

[Aparte.]
Si los cuidados se heredan,
este hereda mis cuidados.
  Porque si Bernarda ha sido
tan libre con Feliciano
y ya le ha dado la mano
de que ha de ser su marido
  no tengo que pretender.
Mas por hacerle pesar
quiero a su casa llevar
quien tantos le puede hacer.
  Este mancebo es gallardo,
más que en mi vida le vi,
seré su tercero allí
y que la enamore aguardo,
  de suerte que no la goce
el villano Feliciano.

DOÑA ANA:

 [Aparte.]
Ved el ciego error humano,
hoy ninguno me conoce
  y era en Toledo mujer
no ha dos días tan querida
de muchos, cuanto ofendida
de quien me ha quitado el ser.

DON DIEGO:

  Mientras en la villa entramos
quiero que sepas la historia
desta pendencia.

DOÑA ANA:

 [Aparte.]
¡En qué gloria,
ojos atrevidos, vamos!
  Plegue al cielo que don Diego
con quien quisiere se case
y que la escritura abrase,
y entrambas firmas mal fuego.

DON DIEGO:

  ¿Cómo es tu nombre?

DOÑA ANA:

Don Juan.

DON DIEGO:

Pues oye, don Juan.

DOÑA ANA:

[Aparte.]
¡Ah, cielos!,
ya comienzo a tener celos.

DON DIEGO:

Verás en qué punto están
  los pasos por donde fui
tan dichoso y desdichado.

DOÑA ANA:

 [Aparte.]
Sin duda está enamorado,
yo soy muerta.

DON DIEGO:

Escucha.

DOÑA ANA:

Di.

DON DIEGO:

  Traté por cartas, don Juan,
un casamiento en Toledo
tan rico...

DOÑA ANA:

¡Válame Dios!

DON DIEGO:

¿De qué te pones suspenso?

DOÑA ANA:

Dejé en Toledo unas cartas
que eran todo mi remedio.
Prosigue, enviaré por ellas.
Di, por tu vida: ¿ya es hecho?

DON DIEGO:

Tan rico, noble y honrado
que cualquiera caballero
pudiera tener a dicha
tan honrado casamiento.
Hubo pleito en los principios,
pero sosegose el pleito,
que era hacienda de menores
y pesadumbre entre deudos.
Di poder, hice escritura,
firmela y en este tiempo
envié de espada un hombre en efeto.

DOÑA ANA:

¿Adónde?

DON DIEGO:

A Valladolid.

DOÑA ANA:

¿Qué es esto, cielos?

DON DIEGO:

No creo
que escuchas de buena gana.

DOÑA ANA:

Gana de escucharte tengo
pero pensando en las cartas
tal vez el alma divierto.
Di, adelante, por mi vida,
válate Dios, por el pliego.

DON DIEGO:

¿Hallástele?

DOÑA ANA:

No, prosigue
y di el paje o escudero
cómo se llamaba acaso.

DON DIEGO:

Mendoza.

DOÑA ANA:

¿Qué estoy oyendo?

DON DIEGO:

Con este y otros criados,
galas, plumas y deseos,
demás colores y jaspes,
que puesto el sol tiene el cielo,
parto de Valladolid
y paso alegre y contento
las cumbres de Guadarrama,
que fue deste parto el puerto.
Llego a Madrid y a la entrada
a ver los jardines entro,
obra insigne del Segundo,
para Felipe Tercero.
Vi una dama y porque diga
de amor los altos efetos,
en un instante tras sí
me llevó los pensamientos,
de suerte que hasta las flores
que pisaban sus pies tiernos
quisiera que fueran almas
que salieran de mi cuerpo.

DOÑA ANA:

¿Tan presto?

DON DIEGO:

Lo que es milagro
hace sus efetos presto.
Fue milagro su hermosura
y en los milagros no hay tiempo.
Era su hermano mi amigo,
llevome a su casa y luego
que vieron mis esperanzas,
celajes de mi remedio,
envié el paje a mi posada
diciendo que estaba enfermo,
y no le mentí, por Dios,
pues que me dio mal de fuego.
Olvideme de mí propio,
cuanto más de los conciertos,
y como ladrón de casa,
hice llaves a su pecho.

DOÑA ANA:

Agravio hiciste a tu esposa.

DON DIEGO:

No la nombres si eres cuerdo,
pues fue esposa de mis manos
y no de mis pensamientos.
Demás de que no la agravio
pues no la he visto.

DOÑA ANA:

Yo creo que la tuvieras amor
si tiene merecimientos,
que me pareces un poco
levantado de celebro.
Perdona, que soy tu amigo,
si esto ha sido atrevimiento.

DON DIEGO:

Pudiera ser que la amara
y que me castiga el cielo.
Voy, don Juan, imaginando,
en el fin de mi suceso.
Hoy el hidalgo que viste
me sacó al campo...

DOÑA ANA:

Sospecho
que quiso hacerte traición,
pues no vino cuerpo a cuerpo.

DON DIEGO:

Díjome que era su esposo.
Yo, viendo, don Juan, el dueño,
conocí su liviandad.

DOÑA ANA:

Y era bastante el ejemplo
y aunque por ser yo tan mozo
y no pedirme consejo
me juzgues por loco, escucha
lo que te digo.

DON DIEGO:

No puedo,
que ya sé que me dirás
que deje este loco intento
y vaya a ver a mi esposa.

DOÑA ANA:

¿No podrás?

DON DIEGO:

No, que estoy ciego.

DOÑA ANA:

¿Pues qué has de hacer?

DON DIEGO:

Tú eres hombre
mozo, galán, caballero;
llevarte quiero a su casa
y entenderás lo que emprendo.

DOÑA ANA:

¿Cómo?

DON DIEGO:

Enamora esta dama,
que yo quiero ser tercero.

DOÑA ANA:

¡Miren por dónde se traza
que aquí todos nos quedemos!

DON DIEGO:

Yo le contaré tus partes.

DOÑA ANA:

¿Pues qué pretendes?

DON DIEGO:

Pretendo
que la pierda Feliciano,
por quien tengo tantos celos.
Y aun si te quieres casar,
aunque te cruce los pechos
la de Calatrava, tiene
mayores merecimientos
y de quince mil ducados arriba.

DOÑA ANA:

¿Cïerto?

DON DIEGO:

Es tan cïerto
como que tú eres don Juan.

DOÑA ANA:

Tendrá muy poco dinero.

DON DIEGO:

¿Qué dices?

DOÑA ANA:

Que si me casas
con tan divino sujeto
te daré mujer más noble
en dote, en sangre y en deudos.

DON DIEGO:

Tomarela de tu mano.

DOÑA ANA:

Encaja los mandamientos;
esta por ella te doy.

DON DIEGO:

Y yo digo que la acepto.

DOÑA ANA:

Vamos a ver esa ninfa;
verás que al primer requiebro
la convierto en puro azúcar
y doy con ella en el suelo.

DON DIEGO:

Fïado voy de tus partes;
yo pienso hacer un enredo
con que ninguno la goce.
Altas esperanzas llevo.

DOÑA ANA:

¡Válgame Dios lo que pasa
por el mundo!

DON DIEGO:

¿Qué tenemos?

DOÑA ANA:

Las cartas que había perdido,
hallé ahora.

DON DIEGO:

Yo me huelgo.

DOÑA ANA:

¿Tu nombre?

DON DIEGO:

Don Diego.

DOÑA ANA:

Vamos.

DON DIEGO:

Brava pierna, lindo cuerpo.

DOÑA ANA:

Así hemos de ser los hombres:
mirar alto y pisar recio.
Del pie al cabello soy alma
porque en viendo un hombre destos
se arrojan de las ventanas,
como a guindas tordos nuevos.
Soy fuerte como una roca,
como una pluma ligero.

DON DIEGO:

Poco he querido a Bernarda,
pues a sus ojos te llevo,
pero deseo vengarme;
a vengarme voy dispuesto.

DOÑA ANA:

 [Aparte.]
¡Por qué notable camino
vine a topar con don Diego!

(Vanse y entran LEONARDO , con un broquel y una capa de campo, y BERNARDA teniéndole la espada, y LARA con ellos.)
LEONARDO:

  ¿Por dónde fueron los dos?

BERNARDA:

¡Ay, hermano!

LEONARDO:

Luego vengo.

BERNARDA:

Mirad, señor, que no tengo
otro amparo sino vós.

LEONARDO:

  Digo que yo vuelvo luego.

BERNARDA:

Muchos salen desa suerte,
que los detiene la muerte,
no habiendo bastado el ruego.

LEONARDO:

  Sois mujer y no sabéis
qué leyes hay de amistad
entre los hombres.

BERNARDA:

Verdad.

LEONARDO:

¿Pues por qué me detenéis?

BERNARDA:

  Porque si la ley del gusto
hace las leyes vencer
por dar gusto a una mujer,
me parece que es más justo.
  Ya se habrán los dos compuesto
con la guerra o con la paz.

LEONARDO:

¡Basta, que sois pertinaz!

BERNARDA:

Soy mujer y soylo en esto.
  ¡Soltad, Leonardo, el broquel!

LEONARDO:

Del cielo es este castigo,
que el pecho es para el amigo
la defensa más fïel.

LARA:

  Soltole, ya no saldrá.
Tres cosas a la mujer
debe el hombre conceder:
la primera cuando está
  comiendo y la da un regalo
y ella le dice «por Dios,
que lo habéis de comer vós,
que ayer estuvistes malo.»
  La segunda, cuando intenta
salir algún desafío
que le dice «señor mío,
corra ese agravio a mi cuenta.»
  También ha de conceder
y cuando están acostados,
que él muestre grandes cuidados
en cosas de su placer
  y le detiene y porfía,
ha de acetar y callar,
que poco puede durar
quien destas tres se desvía.
  Pésame por mi señor.

BERNARDA:

Lara, toma este broquel.

LARA:

Importará al dueño dél,
al hombre de más valor.
  Pero yo sé de don Diego
que no ha menester ayuda.

LEONARDO:

Lara, la fortuna es muda,
viejo el tiempo, el amor ciego,
  todos tienen sus mudanzas,
yo hice mi diligencia
pero de aquesta pendencia
medí la parte que alcanzas.
  ¿Tiénela en esto mi hermana?

LARA:

¿Cómo lo puedo saber?
Parientes deben de ser
desa dama toledana
  con quien se quiso casar,
que no sospecho otra cosa.

(Entran DON DIEGO y DOÑA ANA .)
DON DIEGO:

Es por todo estremo hermosa.

DOÑA ANA:

Tú no lo puedes juzgar,
  que el ciego que nunca mira
no entiende de la color.

LARA:

Don Diego viene, señor.

LEONARDO:

Sin duda que fue mentira,
  don Diego.

DON DIEGO:

Leonardo.

LEONARDO:

El cielo
sabe con qué pena he estado.

DOÑA ANA:

La pendencia le han contado;
vuestro disgusto recelo,
  no lo he podido escusar.

LEONARDO:

¿Quién fue y por qué?

DON DIEGO:

Feliciano
me ha sacado mano a mano
al río deste lugar.
  Y en la puente de Toledo
otro hombre salió a su lado,
no sé si amigo o criado,
si fue amistad o fue enredo.
  Pero en esta confusión
llegó aqueste caballero,
que desnudando el acero,
mostró a mi lado afición
  y valor de tal manera
que a todos nos sosegó.
Feliciano se volvió
y yo quedé en la ribera,
  donde hablé al señor don Juan,
que pasa a Valladolid,
que mientras que está en Madrid,
y él y sus deudos se van,
  quise en agradecimiento
de lo que ha hecho conmigo
que en casa de tal amigo
le diésemos aposento.
  Que se dé vuestro valor,
que lo tenéis a merced.

LEONARDO:

De su valor lo creed,
si no lo abona mi amor
  vuestra merced se ha venido
a esta casa en hora buena,
de mil voluntades llena,
con que podrá ser servido,
  aunque de un pobre escudero.

DOÑA ANA:

Un rey puede aposentar,
que es honra deste lugar
y vós un gran caballero;
  y hame de venir tan grande,
que en ella me he de perder.

DON DIEGO:

¿No es hermosa la mujer?

BERNARDA:

A todos desde hoy nos mande
  vuestra merced, mi señor,
en que podamos servir,
que esta falta ha de suplir
de su nobleza el valor.
  La casa es poca y estrecha
para vuestra calidad,
mas grande la voluntad
si cuando sirve aprovecha.

DOÑA ANA:

  Yo, mi señora, no soy
tan cortesano que pueda
dar trueco desa moneda
con que ya pagado estoy.
  Que será volveros cobre
al oro que me ofrecéis;
pero en fin enriquecéis
de favor huésped tan pobre,
  que es oficio de vós digno
llegad sillas.

DON DIEGO:

Mejor fuera
que aposento se le diera,
que viene, en fin, de camino.

DOÑA ANA:

  Toda la noche corrí
y una mala posta hallé
con que cansado quedé,
aunque fue, cuando salí.
  Pero bien podré pasar
hasta la noche.

BERNARDA:

No es justo.

LEONARDO:

No, porque estaréis sin gusto,
sin dormir, ni descansar.
  ¿Dónde está Rosela?

ROSELA:

Aquí para serviros estoy.

BERNARDA:

A que os ader:ecen voy
donde descanséis.

(Vase.)


DOÑA ANA:

Por mí
  suplícoos que no toméis
trabajo.

LEONARDO:

Señor don Juan,
todos a serviros van;
descansad y cenaréis,
  que la llaneza es tan grande
que escusa mil cumplimientos.
Llevadle a los aposentos,
Lara, que mi hermana os mande
  y vengan otros crïados;
que le descalcen haced.

(Vase.)
DOÑA ANA:

Si ansí recibo merced
todos están disculpados.
  Ya no le culpo a don Diego
de que se detenga aquí.
Desde que a Bernarda vi,
tocan los celos a fuego.
  Amé a don Diego sin ver
a don Diego como esposo.
Vile y vi que era forzoso
morir quien ha de querer,
  pues no sabiendo quien era
dije en viéndole, olvidado
del que amaba imaginado,
antes que a don Diego viera;
  pues ya estoy aquí, los buenos
nunca vuelven paso atrás.
Pero quien hizo lo más,
sabrá salir de lo menos.

(Vase.)


LEONARDO:

  ¿Que es tan noble?

DON DIEGO:

Lo que os digo
es infalible verdad;
besará a su Majestad
los pies en viendo un amigo
  y volverá por aquí.
Si pudiésedes coger
este hombre no hay más que hacer.
Y dejadme hacer a mí
  que una cruz honra un linaje,
aunque hay hartas en el vuestro.

LEONARDO:

Honrado es, por Dios, el nuestro
y perdonad que os ataje,
  que ha sido tanto el contento
de que hayáis asegurado,
con lo que me habéis tratado,
mi alterado pensamiento,
  que lo estimo en mucho más
que si ya a don Juan tuviera
por mío.

DON DIEGO:

¿De qué manera
os pude alterar jamás?

LEONARDO:

  Yo pensé que esta pendencia
nacida de Feliciano,
mozo, aunque honrado, liviano,
fue celosa diferencia.
  Y viendo que me ofrecéis
a don Juan para cuñado
veo que no sois culpado.

DON DIEGO:

Agravio, por Dios, me hacéis
  pero no quiero quejarme
de tan justo pensamiento,
pues tuvo, en efeto, intento,
Feliciano de matarme
  fundado en celos tan locos,
valentías y desprecios.

LEONARDO:

Porque son tantos los necios,
son los discretos tan pocos.
  Venid, que le quiero hacer
a don Juan un gran presente.

DON DIEGO:

Tratadle como a pariente,
que por Dios que lo ha de ser.

LEONARDO:

  Un jaez le quiero dar
que vale dos mil ducados.

DON DIEGO:

De los nobles obligados
todo se puede fïar.

LEONARDO:

  Dos espadas de a caballo
de Francisco Ruiz de un filo
tengo famosas.

DON DIEGO:

Estilo
me parece el obligallo
  para que os cobre afición,
aunque no era menester
porque es dalle tal mujer
la mayor obligación.

(Vanse


y salen DOÑA ANA y LARA .)
DOÑA ANA:

  A la puente le hallaréis.

LARA:

¿Cómo se llama?

DOÑA ANA:

Montalvo.

LARA:

Estará ya puesto en salvo
viendo que reñido habéis.

DOÑA ANA:

  Allí debe de esperarme.

LARA:

Voyle a buscar.

DOÑA ANA:

Es sin duda
que allí me aguarda o que acuda
dentro de un hora a buscarme.
  Buenos andamos, amor,
los que a tu gusto sujetas.
¿Qué voluntad no inquietas?
¿Quién no teme tu rigor?
  ¿Quién me dijera en Toledo
que don Diego me burlara,
que yo en Madrid le buscara
con tan peregrino enredo?
  La casa de mi enemiga
tengo ya por aposento,
don Diego está muy contento
de ver que su intento siga.
  Pero el caballo troyano
que ahora está con sosiego,
pondrá a vuestra casa fuego
y será su intento vano.

(Entra ROSELA .)
ROSELA:

  Mi señora me ha mandado
descalce a vuestra merced.

DOÑA ANA:

Bueno a fe, tanta merced
agradézcole el cuidado.

ROSELA:

  Siéntese en aquesta silla,
las botas le quitaré.

DOÑA ANA:

No es de mal talle, a la fe,
la señora fregoncilla.
(Siéntase en una silla.)
  Ya estoy sentado, quitadme
esas espuelas que creo
que ha parado mi deseo.

ROSELA:

Ya las quito.

DOÑA ANA:

Perdonadme,
  que no parece crïado
de los que truje conmigo.

ROSELA:

¿Tiraré?

DOÑA ANA:

Quedito os digo,
quedo, que soy delicado.
  ¡Ay, Jesús, que me habéis muerto!

ROSELA:

Tenéis los pies de alfeñique.

DOÑA ANA:

Siento que el aire me pique,
pero hagamos un concierto.

ROSELA:

  ¿Cómo ansí?

DOÑA ANA:

Veníos acá
esta noche.

ROSELA:

¡Ay qué bellaco!

DOÑA ANA:

[Aparte.]
Mas que si un escudo saco,
¿que la abrazo cuánto va?

ROSELA:

  Desvíese.

DOÑA ANA:

Ea, bobilla,
hazte niña de las Gadas,
como que no sepan todas
esta amorosa cartilla.
  Vive Dios, que si conmigo
fregoniza a lo lacayo,
que la he dar al soslayo
dos mojadas.

ROSELA:

Quedo, amigo,
  no se haga fanfarrón.

DOÑA ANA:

Pues abráceme.

ROSELA:

No quiero.

DOÑA ANA:

¿Por qué?

ROSELA:

Porque es caballero
toledano y socarrón.

DOÑA ANA:

  ( [Aparte.]
Esfuérzome a parecer
hombre, quiérola abrazar.
Hoy por mía has de quedar
y venme esta noche a ver.

ROSELA:

  Adviértole que me abraza
por fuerza.

BERNARDA:

Harto bien, por Dios

(Entra BERNARDA .)
ROSELA:

Visto nos han a los dos.

DOÑA ANA:

Calla, que yo daré traza
  para que lo tenga a bien.
¡Oh, mi señora! ¿Aquí estáis?

BERNARDA:

Si tan hombre en casa entráis
daros quiero el parabién.

DOÑA ANA:

  Temí que érades casada
y diciéndome que no
este abrazo me llevo
de albricias.

BERNARDA:

No importa nada,
  que bien merece Rosela
que tanta merced le hagáis.
¿Pero por qué me estimáis
libre, si esto no es cautela?

DOÑA ANA:

  Porque después que os miré
me nacieron mil deseos.

BERNARDA:

¿Así os arrojáis? ¡Teneos!

DOÑA ANA:

Tenedme asido a mi fe.

BERNARDA:

  Es lenguaje toledano;
os hace tan lisonjero...

DOÑA ANA:

A lo toledano os quiero
y muero a lo cortesano.

BERNARDA:

  Como hay allá tantas damas
traéis los filos agudos.

DOÑA ANA:

Hablarán con vós los mudos.

BERNARDA:

Ve, Rosela, a hacer las camas
  y enfunde esas almohadas
que al señor don Juan saqué.

DOÑA ANA:

¿Labrásteslas vós?

BERNARDA:

No sé.

DOÑA ANA:

A fe que están bien labradas.

BERNARDA:

  Desviaos, ¿eso intentáis?

DOÑA ANA:

La holanda pensé que asía,
lo blanco y blando podía
engañarme.

BERNARDA:

Bueno andáis,
  entraos acostar.

DOÑA ANA:

¿Con quién?

BERNARDA:

Con vós mismo.

DOÑA ANA:

Ya, por Dios,
que aunque no lo pensáis vós
dormís conmigo también.

BERNARDA:

  ¿Cómo?

DOÑA ANA:

Si os llevo en mi pecho
no me lo podéis negar.

BERNARDA:

Despierta quisiera estar.

DOÑA ANA:

[Aparte.]
Bueno por Dios, esto es hecho.
  ¡Oh!, blandura de Madrid,
¿hay cosa más de estimar?
La presa os he de quitar,
traidor de Valladolid.
  Que ha de ser don Diego mío,
tarde o temprano.

BERNARDA:

¿Qué habláis
a solas?

DOÑA ANA:

Tan bella estáis
que me acerco y me desvío
  como mariposa al fuego.

ROSELA:

Celosa estoy, que es galán
por todo estremo don Juan.

BERNARDA:

Que os vais acostar os ruego.

DOÑA ANA:

  Guiadme vós.

BERNARDA:

Por aquí
habéis de entrar.

DOÑA ANA:

¿Voy seguro?

ROSELA:

Mas, ¿que la abraza a lo escuro?

DOÑA ANA:

Venid delante de mí,
  que es la luz tan necesaria.

BERNARDA:

Ya no me fío de vós.

DOÑA ANA:

Pues segura va por Dios,
que hay llaneza temeraria.