La hora de todos y la fortuna con seso/Prólogo
Prólogo
Si eres idólatra o pagano, que vale tanto, no te escandalices, oh amigo
lector, porque llame a tus dioses a concejo a son de cuerno de Baco. Que
cuernos dieron a Júpiter, por lo que le llamaron Cornupeta y Ammon, como quien
de carnero le topa, y ya ves qué honrados debieron ser los cuernos cuando
coronar debieron la cabeza del padre de los dioses. Mas si, como presumo,
fueses jordanesco de casta y te hubiese caído el rocío del cielo sobre la
crisma, que Dios te liberte de maleficios; détese una higa de que te enseñe
con dioses falsos o verdaderos. Que, como tú te enmiendes de lo que pecar
sueles, tanto vale el hisopo como el tridente, si es que no te gustan más los
pinchonazos del uno que los asperges del otro; que, a tal gusto, con ellos te
queda; que a mí me basta con el aspersilo, mas que sea de sotana raída y de
bonete torcido. NO te rías porque se ría el libro, que éste lo hace de ti
viéndote panarra o inocente, que no le entiendes, o pícaro, que te apartas
del consejo; y cuida que, aunque cuando, después de cerrado y dado al Leteo,
que es el que lleva lo bueno y lo malo al estanque sucio del olvido, se
esconde dentro de los pligues de la conciencia para roerlas a sabor suyo
cuando mejor le viene, y tú no puedas evitarlo. A todos llega la hora siempre
temprano, porque es dama muy madrugona y nada perezosa. Y así, cuando veas la
del vecino, no te creas lejano de la tuya, que te está echando la zarpa y
entretejiendo el lazo con que ha de ahogarte. Si te amarga la verdad escrita,
échate un pedacito de enmienda al alma y la endulzarás. Porque, si no, ha de
avinagrarse y causarte indigestión de muerte, que es la peor para la que no
alcanzan las drogas de acá abajo, porque los boticarios de lametón no han dado
todavía con la píldora de la vida, siendo así que calzan borla de doctores en
las de la muerte. No te fíes en que no te ha nevado la edad el cabello: que
hay canas que van tras los años y años que traen las canas, y que la vida
pasa, cuando le place al del ojo grande, sin que necesite poner mojones de
aviso ni llamar con campanillas: que hay soplos que matan lo que no mata un
terremoto. Si te amoscas porque te sorprenda en tus cálculos, peor para ti si
no los das de mano. Que yo cumplo con descubrirlos a tu conciencia, que se
alegra de ello tanto como tú lo lloras. Vierte lágrimas, pero sin asemejarte
al cocodrilo. Recógelas, que tu alma las necesita para la hora, si son de
arrepentido. Mira que a los rayos de Júpiter nada se esconde, y que el fuego
de Vulcano todo lo abrasa. Dirígete a Apolo y te escudará en su carro, si
fervorizante le pides. Y porque más has de ver de lo que yo te diga y mi libro
te enseñe, léelo con la mano en el seno y ráscate, cuando te pique: que para
sermón de lego ya es bastante sin licencia del prior.
-[ MS. de Lista.]