La importancia de llamarse Ernesto: III - II
(Entra Merriman.)
Merriman: Miss Fairfax.
(Entra Gwendolen. Sale Merriman.)
Cecilia: (Se acerca a recibirla.) Permítame que me presente. Me llamo Cecilia Cardew.
Gwendolen: ¿Cecilia Cardew? (Avanza hacia ella y le estrecha la mano.) ¡Qué nombre tan delicioso! Algo me dice que seremos grandes amigas. Me gusta más de lo que puedo decir. Mi primera impresión de las personas siempre acierta.
Cecilia: Es muy amable tanto afecto, si pensamos que prácticamente nos acabamos de conocer. Por favor, siéntese.
Gwendolen: (Se queda de pie.) ¿Puedo llamarte Cecilia?
Cecilia: Encantada.
Gwendolen: Puedes llamarme Gwendolen, si quieres.
Cecilia: Desde luego.
Gwendolen: Entonces, todo conforme. ¿No es así?
Cecilia: Eso espero.
(Pausa. Se sientan las dos al mismo tiempo.)
Gwendolen: Quizás sea el momento de decirte quién soy. Mi padre es Lord Bracknell. Supongo que no has oído hablar de él.
Cecilia: Creo que no.
Gwendolen: Me alegra decir que, fuera del círculo familiar, mi padre es enteramente desconocido. Creo que así es como debe ser. El hogar me parece el círculo ideal para el hombre. Y ciertamente en cuanto el hombre empieza a abandonar sus deberes domésticos se vuelve dolorosamente afeminado, ¿no crees? Y eso no me gusta. Hace a los hombres demasiado atractivos. Cecilia, mi madre, cuyos puntos de vista sobre la educación son tremendamente estrictos, me ha enseñado a ser extremadamente miope, como parte de su sistema. ¿No te molestará que te mire con lentes, verdad?
Cecilia: En absoluto, Gwendolen. Me gusta mucho que me miren.
Gwendolen: (Después de examinarla cuidadosamente con sus impertinentes.) Supongo que estás aquí de visita.
Cecilia: ¡Oh, no! Vivo aquí.
Gwendolen: (Severamente) ¿De veras? ¿Pero vivirás con tu madre o con alguna señora mayor?
Cecilia: ¡Oh, no! No tengo madre ni ningún otro pariente.
Gwendolen: ¿En serio?
Cecilia: Mi querido tutor, con la ayuda de Miss Prism, tiene la ardua tarea de velar por mí.
Gwendolen: ¿Tu tutor?
Cecilia: Sí, soy la pupila de Mr. Worthing.
Gwendolen: ¡Ah! Es raro que nunca me haya dicho que tenía una pupila. ¡Es tan reservado! Cada hora que pasa se hace más interesante. Pese a ello, no estoy segura de que esta noticia me inspire sentimientos puramente gratos. (Se levanta y va hacia ella.) Te aprecio de veras, Cecilia. ¡Me gustaste en cuanto te vi! Pero debo decirte que ahora que sé que eres la pupila de Mr. Worthing, no puedo dejar de desear que fueses, bueno, un poco más mayor de lo que aparentas y no tan atractiva. En fin, si puedo hablar francamente...
Cecilia: ¡Te lo ruego! Creo que cuando se tiene que decir algo desagradable hay que ser siempre muy sincero.
Gwendolen: Bien, pues sinceramente, Cecilia, me hubiera gustado que tuvieras cuarenta y dos años cumplidos y que fueras más fea de los que se suele ser a tu edad. Ernesto es de carácter recto y fuerte. Es la esencia de la verdad y del honor. La deslealtad le sería tan imposible como el desengaño. Pero incluso los hombres de tan noble carácter moral son en extremo susceptibles a la influencia de los encantos físicos ajenos. La historia moderna, igual que la antigua, nos suministra muchos ejemplos dolorosísimos de lo que digo. Es verdad que si no fuera así, la historia sería totalmente ilegible.
Cecilia: Perdóname, Gwendolen. ¿Hablas de Ernesto?
Gwendolen: Sí.
Cecilia: Oh. Pero mi tutor no es Mr. Ernesto Worthing, sino su hermano mayor.
Gwendolen: (Se vuelve a sentar.) Ernesto nunca me ha mencionado que tuviera un hermano.
Cecilia: Lamento decirte que sus relaciones hace tiempo que sus relaciones no son buenas.
Gwendolen: Ya. Así se explica. Y además, ahora que lo pienso, nunca he oído a ningún hombre mencionar a su hermano. El tema parece serle desagradable a la mayoría. Cecilia, me has quitado un peso de encima. Incluso poniéndome ansiosa. Habría sido terrible que hubiera aparecido una nube en el cielo de una amistad como la nuestra, ¿no crees? ¿Pero estás absolutamente segura de que tu tutor no es Mr. Ernesto Worthing?
Cecilia: Absolutamente segura. (Pausa) De hecho, yo voy a ser su tutora.
Gwendolen: (Interrogante) ¿Perdón?
Cecilia: (Tímida y confidencialmente) Queridísima Gwendolen, no veo qué sentido tendría ocultártelo cuando, con toda seguridad, el periódico local hablará de ello la próxima semana. Mr. Ernesto Worthing y yo nos hemos prometido en matrimonio.
Gwendolen: (Se pone de pie y se expresa con mucha cortesía.) Mi querida Cecilia, debe de haber un error. Mr. Ernesto Worthing es mi prometido. El anuncio saldrá en el Morning Post el sábado a más tardar.
Cecilia: (Se pone de pie y se expresa con mucha cortesía.) Temo que estás equivocada. Ernesto se me declaró hace exactamente diez minutos. (Muestra el diario.)
Gwendolen: (Examina cuidadosamente el diario con los impertinentes.) Es muy curioso, sí, pues a mí me pidió que fuera su esposa ayer por la tarde, a las 5,30. Te ruego que mires, si quieres verificar el asunto. (Saca su propio diario.) Jamás viajo sin mi diario. Hay que llevar siempre algo sensacional para leer en el tren. Siento mucho que esto te moleste, querida Cecilia, pero me temo que tengo prioridad.
Cecilia: Querida Gwendolen, la posibilidad de causarte algún daño, tanto moral como físico, me dolería más de lo que puedo decir, pero creo que desde el momento en que Ernesto se te declaro ayer a hoy, evidentemente ha cambiado de opinión.
Gwendolen: (Con aire meditador) Si el pobre muchacho se ha dejado atrapar en un compromiso alocado, consideraré mi deber liberarlo de inmediato y con mano firme.
Cecilia: (Con aire pensativo y triste) Sea cual sea el desafortunado enredo en el que se haya podido meter mi querido muchacho, no se lo reprocharé hasta después del matrimonio.
Gwendolen: ¿Se refiere usted a mí, Miss Cardew, con eso del enredo? Es usted muy presuntuosa. En ocasiones como ésta, decir lo que se piensa más que un deber moral es un auténtico placer.
Cecilia: ¿Sugiere usted, Miss Fairfax, que yo he enredado a Ernesto en un compromiso? ¿Cómo se atreve? No es éste el momento de ponerse livianas máscaras de cortesía. Si veo una azada la llamo azada.
Gwendolen: (Sarcástiscamente) Me alegra enormemente poder decir que nunca he visto una azada. Es evidente que hemos vivido en círculos sociales muy distintos.
(Entre Merriman, seguido de un criado, con una bandeja, un mantel y una mesita baja. Cecilia está a punto de replicar, pero la presencia del servicio la retrae, y las dos jóvenes quedan molestas.)
Merriman: ¿Sirvo aquí el té como siempre, señorita?
Cecilia: (Seria, pero con voz tranquila) Sí, como siempre.
(Merriman empieza a colocar la mesa y el mantel. Pausa larga. Cecilia y Gwendolen se observan airadas.)
Gwendolen: ¿Hay excursiones interesantes que hacer en los alrededores, Miss Cardew?
Cecilia: ¡Oh, sí! Muchísimas. Desde la cima de una de estas colinas llegan a verse cinco condados.
Gwendolen: ¡Cinco condados! No creo que me gustase eso, detesto la multitud.
Cecilia: (Dulcemente) Será porque vive en la ciudad, supongo.
(Gwendolen se muerde el labio y se da golpecitos nerviosos con la sombrilla en el pie. )
Gwendolen: (Mira a su alrededor.) Este saloncito es absolutamente delicioso, Miss Cardew.
Cecilia: Me alegro de que le guste, Miss Fairfax.
Gwendolen: No tenía ni idea de que hubiese algo parecido al buen gusto en un distrito tan remoto de este condado. Es una sorpresa para mí.
Cecilia: Me temo que juzga el campo por lo que ve desde la ciudad. Y creo que la mayoría de las casas de Londres son extremadamente vulgares.
Gwendolen: Supongo que se deslumbra con la idea rural. Personalmente no puedo entender que a alguien le guste vivir en el campo. El campo siempre me ha aburrido a morir.
Cecilia: ¡Ah! Eso debe de ser lo que los periódicos llaman depresión agrícola, ¿no? Creo que los aristócratas. hasta el día de hoy, la han sufrido mucho. Incluso he oído que llega a ser una auténtica epidemia entre ellos. ¿Puedo ofrecerle un té, Miss Fairfax?
Gwendolen: (Con cortesía sobreactuada) Gracias. (Aparte) ¡Qué chica tan detestable! Pero me apetece el té.
Cecilia: (Dulcemente) ¿Azúcar?
Gwendolen: (Con altivez) No, gracias. El azúcar ya no está de moda.
(Cecilia la mira molesta, coge las pinzas y echa cuatro terrones de azúcar en la taza.)
Cecilia: (Severamente) ¿Tarta o pan y mantequilla?
Gwendolen: (Con desdén) Pan y mantequilla, por favor. Hoy día, la tarta casi no se usa en las casas importantes.
Cecilia: (Corta un pedazo de tarta y lo pone en el plato.) ¡Páseselo a Miss Fairfax!
(Merriman lo hace y sale con el criado. Gwendolen prueba el té y hace una mueca. Deja la taza y alarga la mano hacia lo que cree pan con mantequilla y al darse cuenta de que es tarta se levanta indignada.)
Gwendolen: Me ha llenado el té con terrones de azúcar y, aunque muy claramente le he pedido pan y mantequilla, me ha dado tarta. Soy conocida por mi carácter amable y mi extraordinaria dulzura natural, pero le advierto, Miss Cardew, que está usted yendo demasiado lejos.
Cecilia: (Se levanta.) Por salvar a mi inocente, pobre y engañado chico de las maquinaciones de cualquier otra chica, iría aún mucho más lejos.
Gwendolen: En cuanto la vi me pareció engañosa. Creo que es solapada y falsa. Y nunca me equivoco en esto. Mis primeras impresiones de la gente aciertan invariablemente.
Cecilia: Me parece, Miss Fairfax, que estoy abusando de su inestimable tiempo. Estoy segura de que tendrá que efectuar muchas otras visitas de este tipo en la vecindad.