La industria de un pobre
Visitando hace pocos dias á un amigo — que si no tantos como tenia el caballerito Argos, tiene mucho mejores ojos — me encontré sorprendido al encontrarlo comiendo unas guindas enanas y raquíticas, calados en su nariz sendos anteojos de cristal de roca.
— Desdichado amigo, le dije apretándole la mano, ¿qué desgracia es esta?
— Nada, no te alarmes, no es una desgracia, es una industria; siéntate y escúchame. Ya sabes que, como dicen hoy, he venido á menos; pues bien, es ta es una industria para venir á mas con poca dinero.
— ¿De veras? ¿sabes que eso es muy curioso?
— Si. Antes, por ejemplo, estaba acostumbrado á comer perdices deliciosas; pero hoy, cuando tengo dos cuartos, compro un pájaro, me calo estos anteojos de aumento, que lo hacen crecer diez veces, lo miro con ellos y me formo la ilusión de que es una perdiz ó un capón.
— ¡Magnífico!
— Si tengo dos reales para comprar un pollo tísico, ¡ay! amigo mió, entonces los anteojos mágicos me lo convierten en pavo. Pero, ¿qué mas puedo decirte? ¿ves estas guindas que parecen garbanzos de los de seis cuartos la libra? pues para mi son mollares tan grandes como melocotones.
— La idea la creo escelente, inmejorable, amigo mió, si se comiese por los ojos, pero aun así me ocurrria una dificultad.
—¿Cuál?
— ¿Se dará por contento el estómago con ese fantasmagórico aumento de volumen?
— ¡Vah, el estómago! Los pobres lo hemos suprimido por inútil.