La mujer que manda en casaLa mujer que manda en casaTirso de MolinaActo II
Acto II
Sobre unas peñas muy altas
salen DORBÁN y ZABULÓN,
pastores, y abajo CORIOLÍN, pastor
ZABULÓN:
¡Ah del monte del Carmelo
serranos! ¡Abajo, abajo!
CORIOLÍN:
Tomado lo han a destajo.
LOS DOS:
¡Al valle!
CORIOLÍN:
¡Al valle, mi agüelo!
El hambre mos trae de talle
que andar a pie es trabajo,
y ellos dalle abajo, abajo.
¡Serranos, al valle, al valle!
DORBÁN:
¡Ah del monte, ah de la sierra!
¡Al valle, al valle a la junta!
Van bajando
CORIOLÍN:
Dado le han. ¿A qué se junta,
si sabéis, toda la tierra?
ZABULÓN:
A ver si remedio hallamos
al hambre que padecemos.
DORBÁN:
Tres años ha que no vemos
nube en el cielo.
LISARINA:
Acá estamos
todos.
CORIOLÍN:
Lisarina, ¿vos,
a qué venís?
LISARINA:
Las mujeres
también damos pareceres.
ZABULÓN:
¿Y serán buenos?
CORIOLÍN:
¡Par Dios!
si los vuesos son del talle
que los que Jezabel da,
el dimuño os trujo acá.
Ya habemos bajado al valle,
¿qué tenemos?
DORBÁN:
Coriolín,
la falta de bastimentos
a personas y a jumentos
amenaza triste fin.
Sentaos y busquemos modo
como no muera la gente.
Asiéntanse
CORIOLÍN:
Dadme vos con que sustente
el estuémago, que todo
se me desmaya de cuajo;
o, pues son impertinentes,
alquiladme boca y dientes
con la oficina de abajo,
que en mí no tienen que her.
LISARINA:
Ya estamos todos sentados.
DORBÁN:
Pastores, ya no hay ganados
que esquilar ni que comer;
a nadie el hambre reserva.
Los cielos están con llave,
ni por el viento vuela ave,
ni alegra a los campos hierba;
no hay arroyo que no trueque
en polvo el agua que borra,
río que a manchas no corra,
fuente que ya no se seque.
Todos la vida nos tasan
por quitarnos el sosiego,
que son los pecados fuego
y hasta las fuentes abrasan.
No se enmiendan nuestros Reyes,
y así crecen nuestras quejas;
comímonos las ovejas,
no perdonamos los bueyes.
Si yo a persuadiros basto,
lo que vos vengo a decir
y se nos han de morir
las bestias por no haber pasto,
mejor es que las matemos
y a costa suya vivamos,
pues como las dividamos
el pueblo socorreremos.
¿Qué os parece?
ZABULÓN:
Habéis habrado
como Sanlimón, pardiobre;
no perezca el puebro pobre,
y más, que no haya ganado.
DORBÁN:
Yo tengo una yegua flaca.
ZABULÓN:
Yo, una mula.
LISARINA:
Yo, un jumento.
CORIOLÍN:
Yo, un rucio, pero no intento,
aunque el hambre no se apraca,
que por ingrato me arguya
y tan mal pago le den,
que es un borrico de bien;
mi ánima con la suya
cuando de este mundo vaya.
LISARINA:
Por votos heis de pasar.
CORIOLÍN:
¿Votos?
LISARINA:
No hay que repricar
como la suerte vos caya.
DORBÁN:
El más mozo es Coriolín
del puebro, voto por él.
CORIOLÍN:
Dorbán, siempre sois cruel.
DORBÁN:
Yo entregaré mi rocín
después que hayamos comido
vuestro burro.
LISARINA:
Yo eso quiero.
Muera su burro primero.
CORIOLÍN:
Y a vos ¿quién vos ha metido
en los votos del Concejo?
LISARINA:
Yo, que también so persona.
ZABULÓN:
A nadie el hambre perdona;
he de repartir el pellejo
para almorzar por la gente,
y el burro el siguiente día
vaya a la carnicería,
donde se pese igualmente:
que éste es nueso voto y gusto.
CORIOLÍN:
De capa os sirvió el pellejo;
vote, mi burro, el Concejo
sobre la capa del justo,
que yo moriré con vos,
pues que libraros no pudo
el mi amor.
LISARINA:
Venga el menudo,
aderezaréle.
CORIOLÍN:
¡Adiós,
el mi jumento del alma!
Vivo queda quien vos pierde,
mas porque de vos me acuerde,
yo colgaré vuesa enjalma
del cravo do está el mi espejo;
vueso ataharre traeré
al cuello por banda en fe
que no os olvido, aunque os dejo.
DORBÁN:
Esto está bien ordenado.
Venid, daréisnosle.
CORIOLÍN:
¿Yo,
traidor a quien me llevó
en somo de sí asentado?
¿Con qué vergüença pudiera
decirle a mi buen jumento,
yo del vueso prendimiento
corchete soy? ¿Qué dijera
entonces el rucio mío?
Vaya el Concejo a llevarle,
pues se atreve a sentenciarle.
DORBÁN:
Dejad ese desvarío,
¿estáis en vos?
ZABULÓN:
¡Ea, venid!
CORIOLÍN:
Pues que ya llegó su plazo,
Zabulón, dalde un abrazo
y en mi nombre le decid,
cuando le deis el segundo...
LISARINA:
Coriolín, cansado estás.
CORIOLÍN:
...que no mos veremos más,
(si no es en el otro mundo.) (-Aparte-)
Vanse.
Sale ABDÍAS, solo
ABDÍAS:
Tres años ha, mi Dios, que las impías
persecuciones ocasionan llantos,
y en tus profetas y ministros santos
la crueldad ejecuta tiranías.
Tres años ha que de mi pecho fías,
a pesar de amenazas y de espantos,
tus fieles siervos, puesto que ha otros tantos
que el cielo cierra la oración de Elías.
En dos cuevas amparo y doy sustento
a cien profetas tuyos, escondidos
del poder de la envidia y los engaños.
Ampara Tú, Señor, mi justo intento;
clemente abre a mis ruegos los oídos;
baste, mi Dios, castigo de tres años.
Si hallare yo algún pastor
de cuya simplicidad
se confie mi piedad
sin riesgos de mi temor...
Mayordomo de la casa
soy del Rey, y su privado;
su gobierno me ha fiado,
todo por mi mano pasa;
pena ha puesto de la vida,
con privación de la hacienda
a quien ampare y defienda
a algún profeta; perdida
ha tres años que la tengo,
pues por conservar mi ley
voy contra el gusto del Rey
y cien profetas mantengo.
No hay hombre de quien fiarme.
¡Deparadme, eterno Dios,
quien me ayude en esto, Vos!
Sale CORIOLÍN
CORIOLÍN:
Murria me viene de ahorcarme
sin vos, el mi rucio amado,
el mi lindo compañero;
¿vos, mi burro, al carnicero?
¿vos, por él descuartizado?
¿que habéis de morir, en fin?
¿que ya mi amor no os aguarda?
¿qué hará sin vos el albarda,
si no la trae Coriolín?
¿qué la burra, o vos sin ella,
de mi comadre Darinta,
que estaba por vos encinta;
viuda hoy y ayer doncella?
ABDÍAS:
Oye, detente pastor.
CORIOLÍN:
Si de un lazo no me escurro...
ABDÍAS:
¿Estás loco?
CORIOLÍN:
Estó sin burro.
ABDÍAS:
¡Qué simple!
CORIOLÍN:
Mire, señor,
pues que no le ha conocido,
no se espante si le lloro,
que era como un pino de oro;
jumento tan entendido
no le tuvo el mundo.
ABDÍAS:
Acaba.
CORIOLÍN:
¿Piensa que miento? Decían
que las burras le entendían
cuantas veces rebuznaba,
pues, honesto, en mil sucesos
que con las hembras se halló,
nunca en la carne pecó,
¡que estaba el pobre en los huesos!
Pues la vez que caminaba
tan cuerdo hue de día en día,
señor, que en todo caía,
o al de menos tropezaba.
Pues sofrido no hubo her,
por más palos que le diese
que alguna vez se corriese,
que él jamás supo correr;
pues aunque huese de prisa
si a su jumenta oliscaba,
al cielo el hocico alzaba,
que hue una boca de risa;
y con tener estas gracias
y otras que callo, señor,
me le llevan ¡ay, dolor!
la cola y orejas lacias,
a morir al matadero,
do el carnicero le sise
y el hambre después le guise.
¿Hiciera más un ventero?
ABDÍAS:
(Esta sencillez podrá (-Aparte-)
asegurar mi recelo.)
CORIOLÍN:
Pondréme paños de duelo
por él.
ABDÍAS:
Pastor, oye acá,
como me guardes secreto
yo te daré otro mejor.
CORIOLÍN:
Mas ¡arre allá!
ABDÍAS:
Tu favor
he menester.
CORIOLÍN:
¿En defeto
que a quien secretos le guarda
da burros y de comer?
ABDÍAS:
Sígueme.
CORIOLÍN:
¿Y qué hemos de her
si no le viene el albarda?
ABDÍAS:
(Con éste puedo enviar (-Aparte-)
a mis santos la comida,
mientras el hambre atrevida
y el temor no da lugar
a que en público los goce
nuestro mísero Israel.
No temeré a Jezabel
pues éste no la conoce,
ni quién soy tampoco sabe.)
CORIOLÍN:
¿Quién tal dicha hallar pudiera?
Echeme en la faltriquera
el secreto, si tien llave.
ABDÍAS:
Mi Dios, contra un Rey ingrato
esta piedad os dedico.
CORIOLÍN:
¿Por un secreto un borrico?
¡Pardiez que compré barato!
Vanse.
Salen ACAB, JEZABEL, JEHÚ y JOSEPHO
ACAB:
En fin, que contra Elías
salen frustradas diligencias mías.
JEHÚ:
Encantos de sus vuelos
nos le arrebatan penetrando cielos;
cuantos embajadores
has despachado, dándoles favores,
desde Grecia a Etiopia,
por cuanto esmalta la florida copia
fecunda de Amaltea,
el mar de zafir baña, el sol rodea,
sin perdonar desierto,
valle, monte o collado, han descubierto
sus fieles diligencias,
sin tener nuevas dél.
ACAB:
Las inclemencias
del cielo que ocasiona
no siempre han de ofender a mi corona.
Hermosa prenda mía,
¿quién sino vos apaciguar podía
mis pesares y enojos,
si estriba mi descanso en vuestros ojos?
Elías no parece,
todo mi reino mísero perece,
porque hechizos y encantos
le niegan el sustento meses tantos,
por ese vil profeta
a quien el cielo todo se sujeta,
a quien sus influencias
la llave han dado.
JEZABEL:
Abrásanme impaciencias;
no muera yo hasta tanto
que en sangre trueque Palestina el llanto
que compasivo vierte,
y a quien le causa, den mis manos muerte.
ACAB:
Entre las flores bellas
de este jardín, pues vos reináis en ellas,
divirtamos pesares;
pongan aquí la mesa y los manjares.
JEHÚ:
Todo está prevenido
en este cenador que, guarnecido
de jazmines y nuezas,
fino sitial es, tálamo de Altezas.
ACAB:
Sentaos, pues, dulce prenda,
que aunque el enojo vuestro pecho encienda,
no tarda la venganza,
aunque espaciosa, cuando al fin se alcanza.
Cantad tonos süaves,
alternándoos vosotros con las aves,
que una y otra armonía
divertirán la hermosa prenda mía. Descúbrese una mesa con dos sillas y un aparador debajo de un jardín. Siéntanse, comen y los músicos cantan
CANTAN:
"Dos soles tiene Israel
y que se abrase recelo
el del cielo y Jezabel.
¿Cuál es mayor?
UNO:
El del cielo
OTRO:
Eso no, que el dios de Delo
se eclipsa y cubre de un velo
y el nuestro luce más que él."
ACAB:
Buena es la dificultad
de la letra, mas mi esposa,
en fe de que es más hermosa,
a Apolo da claridad.
Cada día la deidad
del cuarto planeta nace,
y aunque al mundo satisface,
cada noche también muere;
mas quien a mi esposa viere
que alumbra, deleita y vive,
dirá que de ella recibe
vida el sol y luz el suelo,
y que la debe más que a él.
CANTAN:
"Dos soles tiene Israel
y que se abrase recelo
el del cielo y Jezabel.
UNO:
¿Cuál es mayor?
OTRO:
El del cielo.
TODOS:
Eso no, que el dios de Delo
se eclipsa y cubre de un velo
y el nuestro luce más que él."
ACAB:
¿Quién ha compuesto esa letra?
JEZABEL:
La adulación. Mas ¿qué es esto?
En cantando bajan dos cuervos por el aire y el uno arrebata un pan y el otro una ave asada y vuelven a volar, y levántanse
ACAB:
¡Anuncios de mis desdichas,
aves torpes del infierno!
JEZABEL:
¡Daldas la muerte, flechaldas!
ACAB:
Quitad esa mesa. ¡Ah, cielos!
tragedias y mortandades
me intiman fúnebres cuervos;
plumas de luto me anuncian
el mísero fin que espero.
Nuestras mesas contaminan
las harpías de Fineo,
presagios lloro infelices;
el corazón en el pecho
buscando al alma salida
ya es tirano de mi aliento.
¡Llorad mi muerte, vasallos!
JEZABEL:
¡Rey, señor, esposo!
ACAB:
Tiemblo,
dudo, desmayo, suspiro,
abrásome vivo, y muero.
Los cielos son contra mí
¿Quién resistirá a los cielos?
Mi mortal sentencia firman
plumas de verdugos cuervos.
JEZABEL:
¿Qué afeminado temor
desacredita el esfuerzo
que un hombre, un Rey, un Monarca
debe tener? Si en ti el miedo
se apodera de ese modo,
¿de tus vasallos qué espero?
¡Gentil traza de animarlos!
¡mejor diré de ofenderlos!
¿Qué ejércitos de enemigos
te hacen guerra a sangre y fuego?
¿Qué nubes arrojan rayos?
¿Qué terremotos el centro?
Esto es cosa natural;
el aire niega avariento
las preñeces a sus nubes
que fertilicen el suelo;
perecen tus reinos de hambre,
los montes están desiertos,
las plantas se esterilizan,
los valles sin hierba secos;
a las aves y a los brutos
les niega sus alimentos
la tierra que, siendo madre,
madrastra esta vez se ha vuelto.
¿Qué mucho, pues, que atrevidos
busquen de comer los cuervos
y que la necesidad
haga pirata su vuelo?
¿No te avergüenzas, siendo hombre,
que te anime el vil sujeto
de una mujer, que se burla
de mentirosos agüeros?
JEZABEL:
Si no ignoras los hechizos,
los engaños y embelecos
de ese Elías, burlador
de mi ley y tus preceptos,
¿qué mucho que en nuestro agravio
obligue, para ofendernos,
las aves que nos persigan,
si le obedece el infierno?
Su muerte a tu vida importa,
a mi injuria, a tus deseos;
muera Elías, dueño caro,
y abrirán después dél muerto
los tesoros a sus lluvias
las nubes, que obedecieron
los conjuros execrables
que nos las vuelven de acero.
¡Buscalde, vasallos míos!
que al que le hallare prometo
hacerle, a pesar de envidias,
el segundo de este reino;
gozará nuestra privanza,
estribará en su gobierno
la guerra y la paz, su nombre
quedará en bronces eternos.
Si la lealtad no os anima,
anímeos siquiera el premio;
más oculto que él, el oro,
la plata, el cobre y el hierro
vive en las minas profundas
y no se libra por eso
de la avaricia del hombre,
aunque le escondan sus cerros.
La verdad vence al engaño,
la virtud encantamentos.
Baal os dará favor;
id, que su ayuda os ofrezco.
ACAB:
Tus palabras me dan vida,
la respiración me has vuelto;
en tu lengua Apolo asiste,
él te influye esos consejos.
¡Seguildos, executaldos!
Pero mirad, que os advierto
que si volvéis sin Elías
seréis al mundo escarmiento.
¡Por vida de Jezabel,
que es sola el alma que tengo,
que en una cruz afrentosa
ha de hacer plato a los cuervos
(porque no asalten los míos)
el que atrevido, indiscreto,
diere la vuelta a Samaria
sin Elías, vivo o muerto!
Esto os notifico a todos;
si los castigos y premios
ponen alas, escoged
o coronas o destierros. Vanse los Reyes
JOSEPHO:
¡Qué crueldad!
JEHÚ:
¡Qué tiranía!
JOSEPHO:
¿Qué habemos de hacer?
JEHÚ:
Perdernos
o buscarle. ¡Adiós Samaria!
JOSEPHO:
Imposibles pretendemos.
Vanse.
Sale ELÍAS
ELÍAS:
Tres años ha que escondido
entre aquestas soledades,
porque defiendo verdades,
de todos soy perseguido.
Vos, mi Dios, habéis querido
que asperezas del Carmelo
(porque celo
el culto de vuestra ley)
me amparen de un torpe Rey
y de una mujer lasciva,
porque viva
cual bruto en esta montaña.
¡Cosa extraña
que triunfe el vicio que engaña,
que ande huyendo el que os es fiel,
que reinen idolatrías,
que el mundo aborrezca a Elías
y que adore a Jezabel!
Deste arroyo, que al Jordán
tributa y Carit se llama,
los cristales que derrama
mi llanto imitando van.
Secos los demás están,
que cual mercader quebrado
se ha alzado
el cielo, todo rigores,
sin pagar acreedores
con inmensos
tesoros de agua, que en censos
cobraban, correspondientes,
los vivientes,
montes, prados, lagos, fuentes.
ELÍAS:
Pero ya en arenas secas
ni flores ni frutos nacen,
porque los pecados hacen
fallidas las hipotecas.
¡Perezcan, mi Dios, protervos!
¡Acábese la impiedad!
¡La sangre, Señor, vengad
que derraman vuestros siervos! Bajan volando los dos cuervos y traen en los picos lo que quitaron de la mesa del Rey
Pero ¿qué es esto? Los cuervos,
de quien mi defensa fía
la fe mía,
a traerme de comer
vienen; hora debe ser.
¡Ay, Señor de inmensos nombres!
Si los hombres,
porque a Jezabel obliguen,
me persiguen,
los brutos voraces siguen
piedad que en ellos no vemos.
¡Qué bárbaros desvaríos!
Venid, maestresalas míos,
que todos tres comeremos.
Vase.
Sale Raquel, sola
RAQUEL:
Busco alivio a mis desvelos,
casa de placer, en vos,
y enfermos de un mal los dos,
entrambos lloramos celos.
Las fuentes, los arroyuelos,
las plantas, las verdes flores,
los alegres ruiseñores,
naranjos, vides y hiedras,
si en amar fundan sus medras,
con celos tienen temor;
todo es celos, todo amor,
pájaros, flores y piedras.
Si en los arroyos y fuentes
reparo, el temor me avisa
que hay celos entre su risa,
pues murmuran entre dientes.
Celos las flores presentes
lloran, que las acompañan,
pues el vidrio en que se bañan
las avisa (aunque lo ignoran)
que si de sí se enamoran,
de sí celosas se engañan.
RAQUEL:
Estas vides, todas lazos
destas hiedras Brïareos,
¿por qué trepan los deseos,
ciñendo el muro a pedazos?
¿por qué con verdes abrazos
crecen entre ajenas medras,
sino porque hasta las hiedras,
ejemplos del firme amor,
tienen, celosas, temor
que se les vayan las piedras?
¿Por qué con música y vuelos
los ramilletes del aire
compiten en el donaire,
sino porque tienen celos?
No afectan sino develos,
no rondan sino temores,
no cantan sino favores,
no piden sino asistencias,
porque donde hay competencias
celos avivan amores.
Más causa tienen mis males,
mis llantos más pena admiten
que, en fin, ellos si compiten,
es entre opuestos iguales;
mas yo que con celos Reales
lloro agravios evidentes,
bien podré, por más ardientes,
juzgar mis celos mayores
que los que abrasan las flores,
las plantas, aves y fuentes.
Sale Nabot
NABOT:
De extraños bienes nos priva
la tirana Jezabel.
RAQUEL:
No es tirana, no es cruel
la que, tierna y compasiva
con vos, de suerte se ablanda
que a su presencia os admite,
estar junto a sí os permite,
cubrir la cabeza os manda.
Ya sois Grande de su Estado,
ya con Acab competís,
ya a su amor os preferís,
ya os soñaréis colocado,
ya usurpador de su silla.
Quitarle el reino queréis
y Raquel; pretenderéis
que, hincándola la rodilla,
la mano os llegue a besar.
Blasonad lealtad y ley;
decidnos que a Dios y al Rey
debemos reverenciar,
que estas dos cosas cumplís,
ofendiendo al Rey y a Dios.
NABOT:
Cara prenda ¿estáis en vos?
¿Yo a Dios y al Rey? ¿Qué decís?
RAQUEL:
¿No besastes una mano,
no vasallo, amante sí,
que yo, fiscal vuestro, vi,
siendo a vuestro Rey tirano?
NABOT:
Tenéis celos. No me espanto
si la sospecha os cegó.
¿Yo a la Reina amor?
RAQUEL:
¿Vos? ¡No!
¡que sois leal, sois un santo!
Lograd su amor descompuesto,
ofended mi casta ley,
que yo daré cuenta al Rey
de lo que he visto. Vase Raquel. Sale Acab
ACAB:
¿Qué es esto?
NABOT:
¡Señor! ¿Vuestra Majestad
en ésta su casa y quinta?
No en balde se esmalta y pinta
hoy de nueva amenidad.
ACAB:
Parece que vuestra esposa
quejas contra vos formaba.
¿Qué tiene? ¿Por qué lloraba?
NABOT:
Quiere bien y está celosa.
Ha dado en encarecer
lo que aun ignora la fama.
ACAB:
Deleitan celos de dama
y enfadan los de mujer.
Oíd a lo que he venido,
que procuro ocasionaros
a servirme para honraros.
NABOT:
Basta haberlo pretendido
para que yo, gran señor,
eternamente obligado,
ya esclavo, si antes criado,
engrandezca este favor.
ACAB:
Esta viña, que así llama
vuestra quinta Jezrael,
en cuyo ameno vergel
Abril su copia derrama,
como de mi casa está
tan cerca (que esta muralla
sólo se atreve a apartalla)
me parece que será
más bella si estorbos quito
y, dilatando su espacio
con el parque de palacio,
ilustrarla solicito.
Haré, si las incorporo,
un huerto fresco, un pensil,
que eternamente el Abril
al de las manzanas de oro
el nuestro fértil prefiera;
si a servirme os animáis
con ella, si me la dais,
gozaréis otra más bella
que vuestro caudal aumente,
y aunque más distante esté,
frutos copiosos os dé
y al doble que aquesta os rente.
Pero si os está mejor
venderla, que no trocarla,
yo gustaré de comprarla;
señaladme su valor
y convertiréosla en plata.
No como Rey os la pido,
cual mercader he venido
que en posesiones contrata,
puesto que obligado quedo
siempre a acordarme de vos.
NABOT:
No permita, señor, Dios
que el patrimonio que heredo
(y es solar de la limpieza
que mis padres me dejaron
cuando en ella vincularon
memorias a su nobleza)
se la quite yo a sus nietos.
Gran señor, no ignoráis vos
que en su Levítico Dios
manda, por justos respetos,
que no se puedan vender
posesiones que en herencia
toquen a la descendencia
del primogénito; ver
puede vuestra Majestad
en el vigésimo quinto
capítulo si es distinto
mi intento de esta verdad.
Y aunque en esta ley dispense
el mismo legislador
con el pobre y yo, señor,
venderla y serviros piense,
dándome el Cielo riqueza
con que mi sangre acredite,
si esta venta se permite
solamente a la pobreza,
¿de qué suerte queréis vos
que vaya contra mi ley?
ACAB:
Yo, Nabot, soy vuestro Rey
y no adoro a vuestro Dios.
NABOT:
Yo, sí, señor, yo le adoro,
yo me precio de cumplir
sus preceptos y morir
por ellos, aunque un tesoro
me diérades, no apetezco
ir jamás contra su ley.
Perdonadme, que a mi Rey
por mi Dios desobedezco.
Mandadme lo que sea justo
y veréis si soy leal.
ACAB:
Podrá ser que os esté mal
no haberme dado este gusto. Vase
NABOT:
Cumpla con el Vuestro yo,
Dios mío, que es lo que importa;
toda humana vida es corta,
porque a censo se nos dio.
Si me mandare pagar
el severo Rey con ella,
¿qué importa por Vos perdella
si al fin es censo al quitar?
Los celos apacigüemos
de mi engañada Raquel;
locuras de Jezabel
ocasionan sus extremos.
Temo a una Reina viciosa,
un Rey me causa desvelos,
mi esposa se abrasa en celos,
y en fin, Rey, mujer y esposa
mi sosiego traen en calma.
¿Qué haré si vienen a ser
mi esposa, el Rey, su mujer,
tres enemigos del alma?
Vase.
Salen Lisarina y CORIOLÍN, pastores
LISARINA:
¿Que me niegas, en efeto,
dónde has estado hasta agora?
CORIOLÍN:
Serrana pescudadora,
un burro cuesta un secreto.
Pues el otro me heis comido,
no quiero que me comáis
el que me dioren; ya estáis
emburrada y ya os olvido.
LISARINA:
Luego ¿no me quieres bien?
CORIOLÍN:
¡Como a la peste! ¿Yo a vos?
¿Hambre y amor? Ved qué dos
para que se avengan bien.
LISARINA:
Dime tú que por Birena
estás perdido.
CORIOLÍN:
Es verdá.
¿Tendréis celorrios?
LISARINA:
Verá,
no me dan los celos pena.
Pero que me dejes siento
por una...
CORIOLÍN:
Quedo...
LISARINA:
...que tien
la cara...
CORIOLÍN:
Tratalda bien.
LISARINA:
...con cien burujones.
CORIOLÍN:
¿Ciento?
Pues, ¿qué hacen los burujones
para el amor?
LISARINA:
¿Eso dices?
Mujer de chatas narices,
hecha la cara a empujones,
altibajos y repechos,
los carrillos de pelota.
CORIOLÍN:
Es su cara bergamota,
mala vista y buenos hechos.
Quítame el ser chata enojos,
viéndola, cuando se para,
de un golpe toda la cara
sin que trompiquen los ojos.
LISARINA:
Tú tienes gentil despacho.
CORIOLÍN:
Cara chata es de hembra sola,
pues faltándola la cola,
no la pueden llamar macho;
por eso la quiero más,
pues aunque os cause celera,
tien de una misma manera
la de delante y detrás;
más sana que a vos la hizo
chata el Cielo.
LISARINA:
¿Qué me dices?
CORIOLÍN:
La verdá, pues sin narices
se ahorra de un romadizo,
y si mos casare Dios
hasta her un abolengo
no importa eso, que yo tengo
narices para los dos.
¿Estáis contenta?
LISARINA:
¡Para ésta!
CORIOLÍN:
¿Juráismela? Pues bonito
soy yo; no se me da un pito
de vos. Salen dos soldados
SOLDADO 1:
Hacia aquella cuesta,
cuya cumbre besa el cielo,
dos pastores me afirmaron
que los cuervos se asentaron;
de donde, abatiendo el vuelo,
ignoran hacia qué parte
guiaban.<poem>
SOLDADO 1:
Estos sabrán dónde asiste.
SOLDADO 2:
Si le hallas dichoso fuiste.
SOLDADO 1:
Préndeme aquese pastor.
CORIOLÍN:
¿A mí prenderme? ¡Arre allá!
¿Ya yo mi rucio no he dado?
LISARINA:
Préndanle, que es un taimado.
SOLDADO 1:
¿Adónde el profeta está,
que en este desierto habita?
CORIOLÍN:
¿Quién, señor?
SOLDADO 1:
Aquel profeta
del Carmelo.
CORIOLÍN:
¿Ser poeta
es pecado? Hay enfenita
caterva de ellos doquiera;
entre púbricos y ocultos,
cómicos, críticos, cultos,
hay chusma villanciquera
y otras enfenitas setas
que eslabonan desatinos;
entre catorce vecinos
los quince hallará poetas.
SOLDADO 1:
No te preguntamos eso.
CORIOLÍN:
Pues ¿qué pescudan?
SOLDADO 2:
A Elías
buscamos los dos.
CORIOLÍN:
¿A Herbías?
¿Y le cheren llevar preso?
Pobre de él.
SOLDADO 1:
Tú le conoces,
pues que te lastimas de él;
premiaráte Jezabel,
daráte hacienda que goces,
si adonde asiste nos guías.
LISARINA:
Señores, él le escondió.
CORIOLÍN:
Un sastre conocí yo,
que tuvo por nombre Herbías,
y al tiempo del espirar
le llevoren para lastre,
como al ánima del sastre
suelen los diabros llevar.
SOLDADO 1:
No disimules, villano,
si quieres vivir.
CORIOLÍN:
Acabe.
LISARINA:
Sacúdanle, que él lo sabe.
(Vengaréme por tu mano.) (-Aparte a él-)
CORIOLÍN:
¨Es por la chata?
LISARINA:
Traidor,
tú lo sabes, no hay que habrar.
CORIOLÍN:
Acabe de declarar
qué es lo que busca, señor,
que tengo mucho que her.
SOLDADO 1:
Al profeta del Carmelo.
CORIOLÍN:
¿Poeta de caramelo?
¡Qué dulce debe de ser!
¿Por qué le cheren tan mal?
Si es de miel, no le castigue.
SOLDADO 2:
Porque al dios Baal persigue.
CORIOLÍN:
¿Que persigue al dios Varal?
Terrible pecado ha hecho.
SOLDADO 2:
Dinos dónde se escondió.
CORIOLÍN:
En mi vida he vido yo
dios Varal; será derecho.
Mas si hemos de habrar de veras,
ni conozco ese Herbías,
ni por aquí en muchos días
he vido si no son fieras,
que a saberlo les prometo
que me holgara de ser rico.
LISARINA:
Miente señor, que un borrico
le dieron por un secreto,
y el secreto debe ser
que al que ellos buscan esconda.
CORIOLÍN:
¿Pescudarlo ellos no bonda?
¿Dó le había de esconder?
SOLDADO 1:
Traelde, que por su mal
el decírnoslo dilata.
LISARINA:
Viuda ha de quedar la chata.
CORIOLÍN:
Casaos vos con el Varal. Vanse. Salen Jezabel y JEHÚ
JEZABEL:
Cuéntame lo que ha pasado.
JEHÚ:
Después que tres años, seca,
se quejaba por las bocas
la tierra a Dios de sus grietas,
buscando todos a Elías
(como mandó vuestra Alteza)
vino Abdías a encontrarle
y mil misterios le cuenta,
diciendo que resucita
al infante de Sarepta,
y en el hambre de su madre
seis meses y más le aumenta
el aceite con la harina;
y que después en la sierra
del Carmelo le alentaron
los cuervos (serán quimeras)
maestresalas, los manjares
que, hurtándolos de tu mesa,
le ministran; ¿qué no hará
una vejez hechicera?
Presentóse al Rey, en fin,
y con osada soberbia
dice ser aquel castigo
porque al Dios de Moisén deja;
pero que si pretende
que fertilice la tierra
el agua hasta aquí negada,
junte todos los profetas
de Baal, que si impetraren
de su dios que el cielo llueva,
él (como falso y perjuro)
quiere perder la cabeza;
pero que si no los oye
ya a Elías su Dios alegra
con el agua deseada,
los otros la vida pierdan.
JEHÚ:
Trescientos y más se juntan
que la imagen reverencian
del dios de Sidón que adoras,
y una infinidad inmensa
de todo el reino y provincias;
y Elías con voz severa
sobre la cumbre de un monte
les dice de esta manera:
"Pueblo de Israel, ingrato
a Dios y a su ley suprema,
¿de qué sirve que, mudables,
sigáis doctrinas opuestas?
¿Para qué andáis claudicando
en dos partes, ya en las ciegas
imágenes del demonio,
ya en nuestra ley verdadera?
No malogréis vuestro culto;
si el Señor que está en mi lengua
es Dios, seguilde constantes,
si Baal, dalde obediencia.
Yo he quedado solamente
con vida entre los profetas
que al Dios eterno servían;
ochocientos y cincuenta
son los que al falso Baal
y a los dioses de las selvas
sirven, y da de comer
la impiedad de vuestra Reina.
Yo solo, pues, y ellos tantos,
hagamos todos la prueba
de cuál dios (el mío o el suyo)
es digno de reverencia.
JEHÚ:
Dennos a todos dos bueyes
y escojan los que blasfeman
de mí, de los dos el uno,
divídanle luego en piezas;
pónganle sobre un altar,
carguen sus aras de leña,
pero no la apliquen lumbre,
que yo de la suerte mesma
pondré el otro, hecho pedazos,
sobre otro altar, sin que tenga
fuego para el sacrificio
hasta que del Cielo venga.
Invoquen ellos sus dioses,
yo invocaré al que me alienta
y aquel que piadoso oyere
lo que sus siervos le ruegan
y el holocausto abrasare,
bajando desde su esfera
llamas que el altar consuman:
ése, Dios llamarse pueda."
"¡Proposición admirable!"
gritan todos. "¡Así sea!
el reino lo quiere ansí:
quien no lo cumpliere muera."
Los de Baal levantaron
un altar y en él aprestan
la leña y el sacrificio,
voces dan al cielo tiernas,
y para que más le obliguen,
rompen, señora, sus venas.
JEHÚ:
Pero en vano, porque sordo
Baal su favor les niega,
vencidos. Levanta Elías
(de las aras que por tierra
echaste, por ser el Dios
que Jerusalén respeta)
otro nuevo que edifica
con no más que doce piedras
(en fe de los tribus doce),
y alrededor dejó abierta
una zanja como cava;
pone el buey, pone la leña
y doce cántaros de agua
hace que sobre él se viertan;
luego en el suelo postrado,
la vista en el sol atenta,
presente el Rey y sus tribus,
dijo a Dios de esta manera:
"Dios de Abrahán, Dios de Isaac,
Dios de Jacob, haz hoy muestras
que eres el Dios de Israel
y yo siervo tuyo; sepan
que he cumplido tus mandatos.
¡Oyeme, piedad inmensa!
¡Oyeme, Dios poderoso!
porque Israel se convierta
y diga que Tú, Señor,
eres sólo Dios, y vuelva,
los ídolos despreciando,
reducido a tu obediencia."
JEHÚ:
Con lágrimas venerables
esto dijo, cuando apenas
diluvios de fuego bajan
que el sacrificio, la leña
y hasta las piedras consumen,
quedando la zanja seca
de la agua que, derramada,
dio a tal prodigio materia.
"¡Vive el Dios de Elías!" pronuncian
todos. "Los blasfemos mueran
con Baal, su engañador,
y quien por dios le confiesa!"
Degolló por mano suya
Elías a tus profetas
sobre el arroyo que llaman
del Cedrón, y luego llega
al Rey y que se recoja
le avisa, porque ya empiezan
inundaciones de nubes
a hacer con los campos treguas.
Llovió tanto que no pudo
hacer que no le cogiera
Acab el agua en el campo;
mojado, señora, llega
a descansar en tu vista.
De dentro con música
UNOS:
¡Viva Elías, que remedia
la esterilidad pasada!
TODOS:
¡Viva, pues él nos sustenta!
JEZABEL:
Vivirá si yo no vivo.
¡Por las deidades excelsas
que adoro (a pesar del dios
de ese rústico profeta),
que he de lavarme las manos
en las corrientes sangrientas
del que mis dioses injuria
y sus ministros desprecia!
Yo le beberé la sangre.
Yo pisaré su cabeza.
¡Loca estoy! No viva un hora
quien reinando no se venga.