La mujer que manda en casaLa mujer que manda en casaTirso de MolinaActo III
Acto III
Sale ELÍAS con báculo, cansado
ELÍAS:
La vital respiración
me falta, rendido vengo.
Porque tengo
celo a vuestra adoración
¿es razón
que rigores,
de blasfemos pecadores
perseguido,
me den penas por regalos,
triunfando siempre los malos
y siempre el justo afligido?
¿Cómo, omnipotente Dios,
permite vuestro poder
que una mujer
ose competir con Vos?
De los dos,
Vos suprema
Majestad, ella blasfema;
su malicia
persiguiendo a la inocencia
y ¿basta vuestra clemencia
a templar vuestra justicia?
Otra vez en el desierto,
peregrinando horizontes,
por sus montes
muero vivo y peno muerto.
¡Ay, qué incierto
es el descanso
del mundo, céfiro manso,
pues me asombra
de una mujer el furor!
Recread Vos mi temor,
y déme este enebro sombra.
Siéntese al pie de un enebro
ELÍAS:
¿Vuestra providencia suma
querrá, acaso, el plato hacerme
con volverme
mis maestresalas de pluma?
No presuma
mi hambrienta necesidad
a la crueldad
de Jezabel
dar hoy venganza cruel;
pues profeta
soy vuestro, sepan, protervos,
que aquí me alimentan cuervos
y allá una viuda en Sarepta.
Mas permitidme que os pida
mercedes de más recreo,
yo deseo
salir ya de aquesta vida
perseguida;
me aflige. No soy mejor,
gran Señor,
que mis pasados;
si en las canas y cuidados
los imito,
desear morir con ellos
por gozarlos y por vellos,
no será, mi Dios, delito.
ELÍAS:
El cansancio y la tristeza
padrinos del sueño son;
mi aflicción
quiere aliviar mi flaqueza,
la cabeza
en este tronco reclino;
al fin vino,
si no propia,
la muerte en retrato y copia.
¡Bien llegada!
pues, al fin, en sus empeños
gozaré la muerte en sueños,
que es lo mismo que pintada.
Recuéstase y duerme.
Baja un ÁNGEL y déjale
a la cabecera un vaso de agua
y una tortilla de pan, y vuela
ÁNGEL:
Despierta y come.
ELÍAS:
¿Qué es esto?
Quimeras mi sueño fragua;
pero un pan y un vaso de agua
a mi cabecera han puesto;
reciente está, entre ceniza
parece que se coció, Come
el Cielo le sazonó
pues sabroso le suaviza;
comeré una parte dél
y guardaré lo demás. Bebe
No gusté cosa jamás
como ésta, amarga es la miel
con su sabor comparada:
el agua es néctar divino.
Dichoso fue mi camino,
venturosa mi jornada,
restituyóme el aliento.
Otra vez me ha provocado
el sueño; dormid cuidado,
pues nos da el Cielo sustento.
Duérmese
dentro dice el ÁNGEL
ÁNGEL:
Despierta y come, que tienes
mucho camino que andar.
ELÍAS:
Bien puedo con tal manjar,
ya mis males juzgo bienes.
Despierta, come y bebe
Vuelvo a comer, su apetito
de nuevo me fortalece;
vuelvo a beber, ya parece,
desmayos, que resucito.
Recobraos, pues, fuerzas mías,
que en virtud de este manjar
bien podremos caminar
cuarenta noches y días.
Al monte Oreb siento yo,
mi Dios, que me encamináis;
Moisés, cuando ley le dais,
cara a cara en él os vio.
Sinaí y Oreb, todo es uno;
el ánimo al temor venza.
Caminemos, que hoy comienza,
como el de Moisés, mi ayuno.<poem>
Salen ACAB y JEZABEL
ACAB:
Déjame, esposa, fenecer la vida,
pues, siendo Rey, cumplir no puedo un gusto.
Un menosprecio ha sido mi homicida,
un sentimiento mata al más robusto.
¡Que yo a Nabot visite, que le pida
una mísera viña, y por ser justo
no se la quite, y que Nabot se atreva
negársela a su Rey, injuria es nueva!
No es Rey, ni este blasón gozar merece,
quien halla resistencia en su apetito.
¿Quién duda que Israel no me obedece,
pues cuando de un vasallo necesito,
rebelde mis deseos desvanece?
De lesa majestad fue su delito;
no la corona ya mis sienes ciña,
pues aun no tengo imperio en una viña.
Reine Nabot, pues ya se me rebela,
quite la vida a Acab, pues me desama;
que pues ninguno mis agravios cela,
más estiman su gusto que mi fama.
No quiero más vivir; nadie se duela
de ver que (en vez del solio) en una cama,
sin comer, mis congojas multiplique
y a sola una pared las comunique.
JEZABEL:
Por cierto que tus penas ocasionas
por pérdidas notables. Razón tienes,
injurias grandes son las que pregonas,
todo el mundo te priva de tus bienes.
¡Oh, qué bien que triunfaras de coronas
enemigas, honrándose en tus sienes,
si aun no como mujer, como una niña,
lloras por el juguete de una viña!
No por eso te mueras; yo me atrevo
a que cumplas en breve con tu antojo.
Come y sosiega, que antes que de Febo
peine la aurora su cabello rojo,
en ti tendrá la viña señor nuevo,
Nabot castigo, fin, en fin, tu enojo.
Entrégame el anillo con que sellas
y fía de mi industria tus querellas.
Dásele
ACAB:
No su heredad me altera, su desprecio.
¡Que un hombre...!
JEZABEL:
¡Basta, basta, no prosigas!
Vete y déjame hacer.
ACAB:
Púsela en precio...
JEZABEL:
Vete ya y otra cosa no me digas.
ACAB:
Más valor que yo tienes.
Vase el Rey
JEZABEL:
Nabot necio:
si mi amor desdeñoso desobligas
y hoy no otorgas tu dicha a mis deseos,
satisfarán venganzas tus empleos.
Sale Nabot
NABOT:
Criselia me ha dado aviso
que vuestra Alteza me llama.
JEZABEL:
Nabot, si es fuego esa llama,
deciros mis llamas quiso.
NABOT:
No entiendo eso, gran señora.
JEZABEL:
Siempre fue el encogimiento
mendigo de entendimiento.
Quien las palabras ignora,
mal, Nabot, podrá entender
el lenguaje de los ojos,
donde sus gustos o enojos
a quien los sabe leer
escribe el alma.
NABOT:
Remota
esa ciencia está de mí.
JEZABEL:
Créolo, que ya yo os vi
en cosas de amar idiota;
pero quiéroos yo enseñar
a que enigmas acertéis
para que sabio quedéis,
si bien os ha de costar
mucho el errar la lición.
NABOT:
Explíquese vuestra Alteza.
JEZABEL:
A no ser la rustiqueza
vuestra tanta, en ocasión
os puse yo cuando os vi,
y vuestra dicha expliqué,
que os obligara.
NABOT:
No sé,
señora.
JEZABEL:
Esperadme aquí,
que si la presencia real
os tiene o necio o turbado,
medio la industria me ha dado
que os ha de estar bien o mal.
Vase
NABOT:
¿Qué es esto, fortuna mía?
¿Qué pretende esta mujer?
Pero ¿qué ha de pretender
quien es toda tiranía,
quien a Dios tiene osadía
de oponerse, quien reprueba
la ley que a los Cielos lleva
y vive (esperanza en Vos),
atreviéndose a su Dios?
¿Qué mucho que al Rey se atreva?
Pues fulmine contra mí
tempestades Jezabel,
que a Dios, al Rey, a Raquel
fidelidad prometí.
Ser traidor, no; morir, sí,
pues cuando a furor se incite
y la cabeza me quite,
si nombre a matronas da
castas la fama, en mí habrá
un hombre que las imite.
Sale Criselia
CRISELIA:
La Reina, Nabot, os manda
primero que os ausentéis
de esta sala, que estudiéis
(pues el favor no os ablanda)
vuestra dicha o vuestro daño,
aunque es nueva la doctrina.
Corred aquesa cortina
y dad lugar a su engaño.
Vase
NABOT:
¡Jeroglíficos confusos,
ya os descifra mi temor!
¡Enigmas torpes de amor,
no admito vuestros abusos!
Dicha o daño me ofrecéis:
si la dicha ha de costarme
tan cara, que despeñarme
porque la elija queréis
(puesto que en mi mal reparo),
si acabada de alcanzar
me pesa, no he de comprar
(Cielos) el pesar tan caro.
Dicha que por mano vienes
de Jezabel, toda engaños,
no te admito. ¡Honrosos daños,
vuestros males traen mis bienes!
Daño que al Cielo encamina
no es bien que daño se llame;
dicha que ha de hacerme infame,
no honor. Corro la cortina.
Corre una cortina y sobre un bufete
estarán tres fuentes de plata y
en ellas lo que aquí se va diciendo
NABOT:
Tres fuentes sobre una mesa
(en lo que ofrecen contrarias)
muestran con insignias varias
lo que cada cual profesa.
En ésta está una corona
y envuelto en ella un cordel,
plato, en fin, de Jezabel
que dignidades pregona
porque en patíbulos paren.
Un rótulo dice ansí:
Lee
"La corona es para ti
como miedos se reparen."
Libre está de estos combates
mi honor, hasta aquí felice.
Este sobre el cordel dice:
Lee
"Para que a tu Raquel mates."
¡Ay, Cielos! ¡Ay, prenda mía!
Si vive un alma en los dos,
dándoos yo la muerte a vos,
verdugo de mí sería.
Sobre la fuente segunda
una espada y una toca
a confusión me provoca.
¿En qué este enigma se funda?
Dice el mote de esta suerte,
que está en la espada a esta parte:
NABOT:
Lee
"Hierro para castigarte
y toca para quererte."
Fácil se deja entender,
pues muestra desenfrenada
que es Reina y que tiene espada
y en la toca que es mujer;
que si me arrojo a querella
me satisfará amorosa,
pero fiera y rigurosa
si mi desdén la atropella.
¿Hay tal desalumbramiento?
La torpeza ¿qué no hará?
Lleno el tercer plato está
de piedras y de sangriento
licor; la letra me admira
y me causa confusión:
Lee
"No son piedras, rayos son,
mi desprecio te las tira."
¡Ay, Cielos! ¿A qué banquete
Jezabel me ha convidado,
que moriré apedreado
si no la amo me promete?
¡Piedras, en vuestra firmeza
quiere aprender mi constancia!
¡Fulmínelas la arrogancia
del poder y la torpeza!
NABOT:
Por mi ley y mi Rey pierda
la vida Nabot, que es fiel;
que pues tira Jezabel
piedras a Dios, no está cuerda.
Espada de su malicia,
dad al Juez Supremo cuenta,
pues, lasciva y torpe, afrenta
la espada de la justicia.
Corona, si en su cabello
servistes de insignia real,
bajaos y seréis dogal
con que suspendáis su cuello.
Cordel, servid de escarmiento
a los idólatras, vos,
mientras que a mi Rey y a Dios
confieso, al darme tormento
(que a la muerte me apercibo),
no a su llama deshonesta;
y para dar la respuesta
la vil corona derribo, Derríbala y la pisa
porque su interés desprecio
y como infame la piso.
JEZABEL:
Llorarás tu poco aviso; (-De dentro-)
apedrear nte por necio.
NABOT:
Por necio no, por fiel sí.
No temo tus amenazas;
túmulo eterno me trazas,
éste sólo apetecí.
Laureles logro, leales,
que inmortalicen mis medras.
¡Labra, tirana, las piedras
y junta los materiales,
que, desdeñando tus vicios
mientras la muerte me dan,
piedras preciosas serán
de inmortales edificios! Vase y cúbrese la mesa. Salen dos CIUDADANOS viejos, leyendo el uno este papel
Los vasallos que sin averiguar secretos de su Príncipe
guardan sus órdenes, merecen que en su privanza se prefieran
a los demás: Nabot, jezraelita, vecino vuestro, y poderoso
en vuestra República, me tiene criminalmente ofendido;
buscad, pues, dos testigos que las dádivas cohechen, y
éstos afirmen que le oyeron blasfemar de su Dios y de su
Rey y, examinados, publicad general ayuno (como en Israel
se acostumbra cuando se espera algún castigo riguroso).
Llamad luego a Nabot a vuestro tribunal y presentados los
testigos, sin admitirle descargos, le condenad por público
blasfemo, sacándole al campo, donde muera (como la ley
dispone) apedreado, aplicando sus bienes todos a nuestro
fisco; que ejecutada con toda disimulación esta sentencia,
yo me daré por bien servido y vosotros quedaréis premiados.
De nuestro palacio real de Jezrael. Yo el Rey.
CIUDADANO 1:
Esto el Rey, nuestro señor,
manda.
CIUDADANO 2:
¿Quién creyera tal?
CIUDADANO 1:
No vive más el leal
de lo que quiere el traidor.
De vos y de mí confía
la ejecución de este insulto.
CIUDADANO 2:
Para Dios no le hay oculto.
CIUDADANO 1:
Sacrílega tiranía.
CIUDADANO 2:
Nabot es en Jezrael,
aunque el más rico, el más santo.
CIUDADANO 1:
Y aun por saber que lo es tanto
le persigue Jezabel.
Pero ¿en qué os resolvéis vos?
CIUDADANO 2:
Temo a dios, mas también temo
a un Rey tirano y blasfemo.
CIUDADANO 1:
En dando en temer a Dios
será el Rey vuestro homicida,
mandando que muerte os den.
CIUDADANO 2:
¡Ay, Cielos!
CIUDADANO 1:
Nabot también
le teme y pierde la vida;
dad en vuestros riesgos corte.
CIUDADANO 2:
¿Y habrá para estos sucesos
testigos falsos?
CIUDADANO 1:
Pues ¿ésos
pueden faltar en la Corte?
Dos pide el Rey y otros dos
tengo, que lo son a prueba.
CIUDADANO 2:
Fuerza ha de ser que me atreva,
primero que al Rey, a Dios:
tirano uno, otro clemente.
CIUDADANO 1:
Busquemos otro testigo,
que habiendo tres yo me obligo
a hacer el caso evidente.
CIUDADANO 2:
¡Con qué de temores lucho!
¡Oh Rey impío! ¡Oh vil mujer!
CIUDADANO 1:
O morir o obedecer,
porque un "Yo el Rey" puede mucho.
Vanse.
Sale RAQUEL congojada
RAQUEL:
No sosiego, no reposo,
no hay descanso para mí.
¿Qué tengo? ¿Son celos? Sí;
pero no, más riguroso
es mi mal. ¡Ay, caro esposo!
¡Y qué caro
me has de costar si reparo
en un sueño
que de mis potencias dueño,
tragedias representaba,
cuando en sangre te bañaba
una serpiente
que venenosa, inclemente,
en tus carnes se cebaba!
Mas quien a sueños da fe
provoca a enojo a los Cielos.
Dormíme llena de celos,
sierpes en ellos soñé.
Jezabel el áspid fue
que, lasciva,
mientras de lealtad te priva,
Circe nueva,
en tus entrañas se ceba,
pues tu posesión la diste;
pero mal acierto hiciste,
pensamiento,
que Nabot la ama contento
y yo le vi muerto ¡ay, triste!
Asiéntase
RAQUEL:
Sentar me quiero por ver
si sosiego de este modo.
¡Todo penas! ¡Ansias todo!
¡Todo llorar y temer!
Más es esto que querer,
más pesar
es esto que sospechar.
¡Ay, desvelos!
¡Ojalá, Nabot, sean celos!
que a trueco que no recibas
penas (que han soñado vivas
mis quimeras)
yo sufriré que otra quieras
en albricias de que vivas.
Menos quietud asentada
tengo. Levántase y paséase
¡Ay, quinta! Quiera Dios
que no me venga por vos
más mal que no ser amada.
Ya vuestra vista me enfada;
más temores
tengo yo que tenéis flores.
Penas veo
seguirme si me paseo,
penas si me asiento apenas
entre rosas y azucenas.
¿Qué he de hacer?
Infierno debo de ser,
pues no hay en mí sino penas.
¿Por qué vivo? ¿Por qué temo
el ir a morir con él?
CIUDADANO 1:
Justo y fiel
fue a Dios y al Rey.
CIUDADANO 2:
Y aun por eso.
RAQUEL:
¡Qué bien dijo: ya es exceso
ser leal!
Perderé con muerte igual
la vida, pues perdí el seso.
Vase.
A la ventana de una torre JEZABEL y ACAB
JEZABEL:
Goza ya la posesión,
Rey, que tanto has deseado.
Vuelve en ti, si desmayado
te tuvo su privación.
Ya murió Nabot; no impida
tu gusto esa pena ingrata;
comprado la has bien barata,
pues sólo cuesta una vida.
ACAB:
¡Ay, esposa de mis ojos!
¿Es posible que murió
quien mi agravio ocasionó?
JEZABEL:
Ansí vengues mis enojos
como yo los tuyos vengo.
Por blasfemo apedreado
y en su sangre revolcado,
tu satisfacción prevengo.
Mira bañadas las piedras
desde aquí en su sangre vil.
ACAB:
¡Qué pecho tan varonil
te dio el cielo! Cuantas medras
me vienen son, cara esposa,
por tu causa.
JEZABEL:
Ve a tomar
posesión a su pesar
de su viña deleitosa.
Recréate en su vergel,
que cuando imposibles pidas,
ya sabe, a costa de vidas,
comprar vidas Jezabel.
Vanse.
Sale RAQUEL, sueltos los cabellos
y enlutada,y deteniéndola ABDÍAS y JOSEPHO
RAQUEL:
¡Dejadme, idólatras torpes!
¡Soltadme, aleves vecinos
de la más impía ciudad
que a bárbaros dio edificios!
¡Sacrílegos envidiosos,
de un Rey tirano ministros,
de una blasfema vasallos,
de una falsedad testigos,
de un Abel Caínes fieros,
de un cordero lobos impíos,
de un justo perseguidores,
de un inocente enemigos!
¡Soltadme, o haréos pedazos!
Ojos tengo basiliscos,
víbora soy ponzoñosa,
veneno son mis suspiros.
¡Soltadme, o abrasaréos!
Suéltase
ABDÍAS:
¡Qué lástima!
JOSEPHO:
Compasivo,
lloro suspenso.
ABDÍAS:
Sosiega,
señora, que son indignos
de tu honor esos extremos.
RAQUEL:
¿Qué honor? Si lo fuera el mío
¿no me le hubiera quitado
ese Rey torpe y lascivo,
esa Reina hambrienta de honras?
Con ellos no hay honor limpio.
¿Qué fama no han asolado?
¿Qué opinión no han destruído?
¿Qué castidad no profanan?
Honor aquí ya es delito,
virtud aquí ya es infamia,
vergüenza aquí ya es castigo.
ABDÍAS:
Si al pie del alcázar real
das en estos campos gritos,
provocarás a los Reyes,
pues es forzoso el oírlos.
RAQUEL:
Pues ¿qué es lo que yo pretendo? A voces
¡Acab sangriento, vil hijo
de Amrí, que a su Rey traidor
le forzó a abrasarse vivo!
¡Adúltera Jezabel,
que al demonio sacrificios
ofreces, para que en ellos
licencia des a tus vicios!
La esposa soy de Nabot,
el que porque nunca quiso
consentir en tus torpezas
es de tu crueldad prodigio.
Mandad con él darme muerte,
acompañe un rigor mismo
dos almas, que en tiernos lazos
reciprocó un amor limpio.
¿Por qué, decid, le matastes,
cohechando falsos testigos?
Pues, cuando blasfemo fuera
(como afirman fementidos),
imitador de sus Reyes,
mereciera por seguiros
la sacrílega privanza
de vuestros favorecidos.
¿Qué más blasfemias, tiranos,
que las que habéis los dos dicho
a Dios? y no os apedrean,
siendo común el delito.
Díganlo tantos profetas
consagrados al martirio
por vosotros, cuya sangre
está dando al Cielo gritos.
RAQUEL:
Dígalo el gran Celador
de nuestra ley, perseguido
de vuestra impiedad tirana
por sierras, montes y riscos.
Díganlo tantos altares
arruinados, destruídos
por vosotros, que erigieron
a Dios los padres antiguos.
¡Blasfemos, en fin, reinando
vosotros y el dueño mío
muerto! ¿En vasallos y Reyes
serán acaso distintos
los insultos generales,
siendo en sustancia los mismos?
¿Por qué si afectáis rigores
no os ofende lo que os digo?
¿Por qué no hacéis apedrearme?
Cantos hay en este sitio
que en la sangre de mi esposo
se han bañado. Si os irrito,
mandad que mezclen con ella
la que a Nabot sacrifico.
Báñense unas mismas piedras
en la esposa y el marido;
serán tálamo de sangre
las que su túmulo han sido.
Pero ¿para qué doy voces?
pues, tan crueles os miro
que, por más atormentarme,
negáis la muerte que os pido.
¡Ansias! mostradme el teatro
de mis tragedias!
ABDÍAS:
Dos ríos
son, de lágrimas, mis ojos.
JOSEPHO:
En sentimientos la imito.
Vanse.
Descúbrese tendido en el suelo
NABOT, muerto, en camisa y
calzones de lienzo; él y el vestido
manchado de sangre, entre un montón
de piedras también ensangrentadas
RAQUEL:
¡Ay, dueño de mi esperanza,
regalo de mis sentidos,
consuelo de mis congojas,
de mis tormentos alivio!
celosa lloraba yo
engaños y desatinos.
¡Qué caras satisfacciones
a costa de entrambos miro!
¡Mi Abel, mi justo, mi santo!
¡Pisad climas más benignos,
pues colocado entre estrellas,
mártir os honra el Olimpo!
Altar de piedra, estas piedras,
rubíes y granates finos,
al simulacro del cuerpo
holocaustos os dedico.
Más valen que los diamantes,
crisólitos y jacintos;
diadema os labran mejores
que esmeraldas y zafiros.
RAQUEL:
Por reliquias las venero,
por sagradas las estimo;
las beso por sangre vuestra, Bésalas
por mis joyas las recibo.
¡Plegue a Dios, tigres de Hircania,
Acab, del Cielo maldito,
idólatra Jezabel,
oprobrio en Samaria y Tiro,
que no quede de vosotros
memoria al futuro siglo,
vasallo que no os desprecie,
rigor que no os dé castigo!
¡Quíteos la vida y el reino
el más confidente amigo,
destruyendo en vuestra sangre
desde el decrépito al niño!
Si el Rey marchare a la guerra,
flecha de acero prolijo
le atreviese las entrañas,
de tanta blasfemia asido.
Si Jezabel enviudare,
despedácenla a sus hijos,
sin permitirla llorarlos,
quien blasonaba servirlos.
Ese alcázar desde donde
morir mi inocente ha visto
(cuando más entronizada)
la sirva de precipicio.
RAQUEL:
Desde el más alto homenaje
mida el aire hasta este sitio,
y antes que le ocupe, muera,
oprobrio a grandes y a chicos.
Lebreles la despedacen,
arrastrándola los mismos,
cuarto a cuarto por los campos,
miembro a miembro por los riscos.
No dejen reliquias de ella
de carne, hueso o vestidos,
sino la cabeza sola,
para acuerdo de delitos.
¡Cielos píos!
¡Justicia en tanto mal, justicia pido!
¡Vengad, piadosos Cielos,
mi esposo, mis agravios y los vuestros!
Sale ABDÍAS
ABDÍAS:
Enjugad, señora, el llanto,
que si es la venganza alivio
con que descansan ofensas,
por mandado de Dios vino
el profeta del Carmelo
y de su parte le dijo
(cuando iba el Rey a tomar
la posesión presumido
de la viña de Nabot)
que con los mesmos castigos
morirán él y la Reina,
que al Cielo le habéis pedido.
Llevad a enterrar el cuerpo;
será, muerto, ejemplo vivo
del mal que a los reinos viene
por una mujer regidos.
Vanse y encúbrese el cuerpo.
Salen ZABULÓN y DORBÁN y LISARINA,
pastores, y a lo soldado gracioso, CORIOLÍN
CORIOLÍN:
¿Cuidáis vosotros que es barro
ser sueldado?
ZABULÓN:
¿Que el lugar
dejas solo y sin llorar?
CORIOLÍN:
Tengo el alma de guijarro.
¿La sierra no me quintó?
¿No vo por ella a la guerra?
Pues llore por mí la sierra,
que no pienso llorar yo;
aqueste oficio me cuadra.
LISARINA:
¿No mos verás más de vero?
CORIOLÍN:
No, hasta ser Emperadero
o si no, cabo de escuadra.
LISARINA:
¿Cabo de qué?
DORBÁN:
De cochillo.
CORIOLÍN:
Eso mesmo pescudó
una vieja que alojó
en casa a un medio caudillo.
Estaba una compañía
en la su aldea hendo gente
(y aun hurtos) y ella inocente,
de manera le servía
que decentó una tinaja
de un tinto, que con pies rojos
diz que saltaba a los ojos.
Era tahur de ventaja
en esto de alzar de codo
el tal cabo, su alojado,
y del tinto enamorado
le requebraba de modo
que en el alma le metía;
pero, porque no se hallaba
bebiendo solo, brindaba
a toda la compañía.
Llevábalos a su casa
dos a dos y tres a tres;
estuvioren allí un mes,
andaba el brindis sin tasa.
Sospiraba cada instante
la vieja el daño presente,
viendo la sed en creciente
y la tinaja en menguante.
CORIOLÍN:
Mas ¿qué mucho que el sentido
perdiese, si aquel licor
suplía con su calor
las faltas de su marido?
Huese el huésped importuno,
tocando a marchar la caja,
que el espirar la tinaja
y ellos irse hue todo uno.
"¡Vaya con la maldición!"
la viuda pobre decía.
"¡Guai de vos, tinaja mía,
agotada hasta el hondón!
Sin vos ¿qué ha de ser de mí?
¿Quién habrá que me mantenga?
¡Que mala pascua le venga
a quien vos ha puesto así!"
"Tratad al soldado bien,"
dijo uno muy presumido,
"que el huésped que habéis tenido
es cabo de escuadra." "¿Quién?"
"Quien sirve al Rey y trabaja
y es cabo de escuadra." "Igual,"
respondió, "dirá ese tal
que es cabo de mi tinaja."
Y porque no es para más,
adiós, que me vo a romper.
LISARINA:
Pues, ven acá. ¿Sabrás ser
suelgado tú?
CORIOLÍN:
Buena estás;
yo sé tocar las baquetas,
comerme un horno de bollos,
hurtar gallinas y pollos,
vender un par de boletas,
echar catorce reniegos,
arrojar treinta '¡por vidas!',
acoger hembras perdidas,
sacar barato en los juegos,
y en batallas y rebatos
cuando se toman conmigo,
sé enseñarle al enemigo
las suelas de mis zapatos.
ZABULÓN:
Eso es ser gallina, en suma.
CORIOLÍN:
Decís, Zabulón, lo vero.
¿Por qué pensáis que el sombrero
llena el suelgado de pruma
si, porque huyendo después
que la batalla se empieza,
volando con la cabeza
corre mijor con los pies?
Esta es de gallo, y trabajo
por darla aquí en somo estima,
que como el gallo va encima
y la gallina debajo,
soy gallina en esta empresa,
que sabré cacarear
porque al comer y al cenar
haya gallina en mi mesa.
LISARINA:
Dios te vuelva a nuestros ojos.
LOS DOS:
¡Coriolín, adiós!
CORIOLÍN:
Adiós.
LISARINA:
Acordaos de mí.
CORIOLÍN:
¿De vos?
Dejadme agarrar despojos,
que yo os llenaré el corral
de las gallinas que hurtare,
y si en la guerra finare...
Llora
LISARINA:
¿Lloras?
CORIOLÍN:
Y cuemo en señal
de que mi alma se condena;
antes del amanecer
prometo de iros a ver
en fegura de alma en pena.
LISARINA:
No, Coriolín, eso no;
yo os perdono la vesita.
CORIOLÍN:
Quiéroos yo, que sois bonita;
de allá os pienso llevar yo
dos diablitos como un oro,
que vos barran, que vos rieguen,
que vos guisen, que vos frieguen.
LISARINA:
¡Tirte ahuera!
CORIOLÍN:
¡Ay, cómo lloro!
¿Pensáis que la guerra es paja?
Embracijadme, y adiós.
LISARINA:
¿Qué os me vais el zagal,vos?
CORIOLÍN:
A ser cabo de tinaja.
Vanse.
Salen dos SOLDADOS
tras un profeta que huye.
Salen también JEHÍ con bastón
SOLDADO 1:
¡Corred tras él, tenelde, que pues huye,
algún delito ha hecho!
SOLDADO 2:
Al viento excede.
SOLDADO 1:
¡Que nunca aquesta seta el Rey destruye!
¿Cuándo podré yo ver que el Reino quede
libre de estos hipócritas taimados
que el mal nos profetizan que sucede?
Traelde preso.
JEHÚ:
Sosegad, soldados;
dejalde, que es de Dios justo profeta
y fiel ejecutor de sus mandados.
SOLDADO 2:
Si tú acreditas esta mala seta,
príncipe del ejército y segundo
después del Rey ¿qué mucho se prometa
engañar, no a Israel, a todo el mundo?
JEHÚ:
No blasfeméis de Dios, que me provoco
a enojo, cuando en El mis dichas fundo.
Acab murió como lascivo y loco
en la batalla cuando pretendía
presidiar a Ramot (castigo poco
a su bárbara y ciega idolatría);
una flecha desmanda el Cielo airado
que le pasó el pulmón ¡dichosa día!
los perros en su sangre se han cebado:
venganza es de Nabot. Reinó su hijo,
Ocozías, como él desatinado;
murió como el profeta lo predijo,
precipitado de unos corredores
después de la pensión de un mal prolijo.
En carroza de eternos resplandores
arrebató una nube al del Carmelo,
Elías, luz de santos celadores.
Reina Jorán agora, cuyo celo
idólatra, a su padre semejante
y hermano de su vicio, es paralelo;
Dios intenta asolar este arrogante.
A Dios por justo y por Señor invoco:
nadie blasfeme de El de aquí adelante.
SOLDADO 1:
¿Qué te quería a solas este loco?
JEHÚ:
¿Conocístele acaso? ¨Habéis sabido
lo que me dijo?
SOLDADO 1:
Importaráte poco.
SOLDADO 2:
Mentiras serán suyas. Mas ¿qué ha habido?
Cuéntanoslo.
JEHÚ:
Llamándome en secreto,
cerró la puerta.
SOLDADO 1:
¡Qué desvanecido!
JEHÚ:
Y llegándose a mí con real respeto,
una ampolla derrama en mi cabeza
de óleo sacro (milagroso efeto).
"Eso dice el Señor de eterna alteza,
Dios de Israel," prosigue, "'Yo te elijo
por Rey del pueblo mío y su grandeza;
severo destruirás (como predijo
el Tesbites) de Acab la torpe casa,
aunque fue tu señor y lo es su hijo.
Yo vengaré por ti, pues que te abrasa
mi celo y ley, la sangre que vertida
de mis profetas hasta el Cielo pasa:
la de mis siervos todos, cuya vida,
a manos de la impía y deshonesta
Jezabel, fue de tantos perseguida.
JEHÚ:
Por ti he de hacer venganza manifiesta
de cuantos propagó la sangre suya
(si primero triunfante, ya funesta);
no ha de dejar en pie la espada tuya
persona de su ingrata descendencia:
toda perezca, toda se destruya,
desde la senectud a la inocencia,
desde el más retirado y recogido
hasta el que en vicios tiene más licencia:
su nombre quedará en perpetuo olvido,
como el de Jeroboán y Basa, fieros,
cuya familia toda ha destruído.
Jezabel, de profetas verdaderos
verdugo, por los campos arrastrada
de Jezrael, castigos más severos
ha de pasar por tu furiosa espada:
perros su cuerpo comerán, hambrientos,
en nombre de Nabot despedazada.
Cuantos la vieren estarán contentos,
mofando de su idólatra locura
y en gustos convirtiendo sus lamentos.
Ninguno osará darla sepultura;
las entrañas de torpes animales
el tálamo serán de su locura.
Goza, Jehú, de las insignias Reales.'"
Dijo y huyó. Soldados, pues, valientes,
ved si a Jorán o a Dios sois hoy leales.
Cerco en persona puso con sus gentes
a esta ciudad; Ramot es su apellido,
sus muros escalamos eminentes.
Retiróse a Samaria el Rey herido,
dejóme en su lugar mientras que sana.
Dios de Israel me llama Rey ungido:
juzgad si esta esperanza saldrá vana,
o si es razón que el cetro real reciba
contra Jorán y Jezabel tirana.
Salen los que pudieren
SOLDADO 1:
¡Viva Jehú, soldados!
SOLDADO 2:
¡Jehú viva!
SOLDADO 1:
Trono le hagamos todos de la ropa;
desnúdome también de medio arriba.
Hácenle trono de sus ropas
y con música le besan la mano
JEHÚ:
Pues Dios me elige, el viento llevo en popa.
SOLDADO 2:
Las manos, por su Príncipe, te besa
el Asia y Palestina. ¡Tiemble Europa!
SOLDADO 1:
Deja, Rey, a Ramot, deja su empresa;
el cuello de Jorán tu planta pise.
Parte a Samaria, marcha, date priesa.
JEHÚ:
Ese consejo proponeros quise:
marche a Samaria el campo.
TODOS:
Marche el campo.
JEHÚ:
Ninguno salga de él, porque no avise
al mísero Jorán.
Sale CORIOLÍN
CORIOLÍN:
Con él me zampo,
¡que de esta vez soy cabo de tinajas!
JEHÚ:
¡Yo os vengaré, mi Dios! Marchen las cajas.
Vanse.
Sale JEZABEL de viuda bizarra y CRISELIA
JEZABEL:
Ya Jorán se ha levantado.
CRISELIA:
Peligrosa fue la herida,
pero pues queda con vida
y tu Alteza sin cuidado,
albricias, señora, han dado
reinas en tal ocasión.
JEZABEL:
Pídelas, pues.
CRISELIA:
De prisión
a la viuda Raquel saca,
que una buena nueva aplaca
la más fiera indignación.
JEZABEL:
¿Qué dices, bárbara?
CRISELIA:
Advierte...
JEZABEL:
No prosigas, que estás necia;
quien a sus reyes desprecia
poco en su peligro advierte:
apresurarás su muerte
si eso vuelves a pedir.
CRISELIA:
¿Que más muerte que vivir
sin dueño que tanto ha amado?
JEZABEL:
Por eso no se la he dado.
Pene y viva, que es morir.
Albricias de poco fruto
intentas, necia estás hoy.
Cansada, Criselia, estoy
de tanta viudez y luto.
Tres años pagó tributo
al llanto la pena mía;
de sí mesma ser podría
verdugo quien mucho llora.
Festejemos (pues mejora
mi hijo) su mejoría.
Vuelvan a hacer mis cabellos
con los del sol competencia;
que yo sé que en mi presencia
su luz se corrió de vellos.
Riguridad es tenellos
en prisión mientras que lloro;
esta tocas sin decoro
son cárcel que los maltrata;
no es bien que linos de plata
escondan madejas de oro.
Acerca ese tocador.
Asiéntase a tocar en él
JEZABEL:
Ponme sobre él ese espejo;
con su cristal me aconsejo,
que es sumiller del amor.
Ve, y el vestido mejor
me saca, mientras divido
los cabellos que he ofendido
y el Asia toda celebra;
Destócase
ensartaré en cada hebra
perlas que al Oriente pido.
Golfos de luz surcará
el marfil de aqueste peine,
porque en campos de oro reine
mientras sobre ellos está.<poem>
Si verdemar me vistiera
ya fuera darla esperanza.
Tengamos, espejo, aviso,
no demos segundo ejemplo,
mientras en vos me contemplo,
a locuras de Narciso.
Murió, porque no me quiso,
Nabot; justa fue mi queja:
deje la vida quien deja
de adorar ventura tanta.
Alguno allá dentro canta
que adulador me festeja.
Cante de dentro una mujer
[VOZ]:
"En la prisión de unos hierros
lloraba la tortolilla
los mal logrados amores
de su muerta compañía." Peinándose JEZABEL
"Mal hubiera la crueldad
de la águila cuya envidia
dividió, si no dos almas,
los arrullos de dos vidas."
JEZABEL:
Parece que de Nabot
y Raquel la historia misma,
quien dellos se compadece,
me canta y alegoriza.
Los dos las tórtolas fueron,
yo el águila vengativa
que, celosa de su amor,
su tálamo tiraniza.
"En la prisión de unos hierros
lloraba la tortolilla."
Cuando a Raquel tengo presa
mi crueldad metaforizan.
¡Basta! que ya en versos anda
su tragedia, pero digna
es que escarmientos la canten
si traidores la lastiman.
Tiémbleme el mundo, eso quiero:
venganzas me regocijan,
riguridades me alegran,
severidades me animan.
Tocándose
[VOZ]:
"Reciprocando requiebros
en el nido de una viña,
fertilidad le promete
de amor su cosecha opima.
Nunca nacieran los celos
que amores esterilizan,
corazones desenlazan
y esperanzas descaminan."
JEZABEL:
¿Qué hay que hablar? Su historia canta,
amores, celos y viña;
En su favor me condenan
y en mi crueldad se averiguan.
Pero si le amé en secreto
¿cómo mis celos publican
versos que mi fama ofenden,
canción que la satiriza?
Raquel los habrá contado.
Raquel llorará este día
desatinos de su lengua,
efetos de sus desdichas.
[VOZ]:
"Perdió la tórtola amante,
a manos de la malicia,
epitalamios consortes.
¡Ay de quien los desperdicia!
Como era el águila Reina
(mejor la llamara harpía),
cuando ejecute crueldades
¿quién osara resistirla?"
JEZABEL:
Ya pasa de desacato
el que escucho; su osadía
mi agravio y furia provoca,
llamas añade a mis iras. Levántase
¡Hola! ¿Quién es la que canta
allá dentro? ¿Quién me indigna
sin recelar mis rigores,
sin respetar mi justicia?
Mas mi autoridad ofendo,
dándome por ententida.
¿Quién pudo enfrenar las lenguas
del vulgo, ni reprimirlas? Vuélvese a asentar
Canten, llámenme cruel;
que podrá ser que algún día
las viles cabezas corte,
por más que son de esta hidra.
[VOZ]:
"¿Qué importan las amenazas
de águila ejecutiva,
si ya el león coronado
venganzas contra ella intima?
Humillará su soberbia,
caerá el águila atrevida,
siendo presa a los voraces
lebreles que la dividan."
JEZABEL:
¿Qué león, cielos, es este
que sangriento me derriba? Levántase tocada
Yo ¿presa de brutos fieros?
Yo ¿en pedazos dividida?
¡Hola, vasallos, Criselia!
¡Ay, cielos! Sale Criselia
CRISELIA:
¡Señora mía!
¿Qué sientes? ¨Por qué das voces?
La color tienes perdida.
JEZABEL:
Y con ella la paciencia. Mírase al espejo
¡Muerta soy! Aparta, quita
ese espejo que me enseña
a Nabot, lleno de heridas;
un hombre armado amenaza
con la desnuda cuchilla
mi trágico fin.
CRISELIA:
¿Qué es esto?
JEZABEL:
Su corte en mi cuello afila.
¿No lo ves?
CRISELIA:
No, gran señora.
Vuelve en ti. Toquen cajas
JEZABEL:
No desatina
mi temor. Pero ¿qué es esto? Dentro
[VOCES]:
¡Viva Jehú!
TODOS:
¡Reine y viva! Sale ABDÍAS
ABDÍAS:
Huye castigos, señora,
del Cielo que pronostican
trágico fin a tu casa.
(Mas del Cielo ¿quién se libra?)
Jehú se te ha rebelado,
de Samaria está a la vista;
Jorán le salió al encuentro,
Jehú una flecha le tira
que el corazón le traspasa,
y vitorioso encamina
el ejército y deseos
a esta ciudad.
JEZABEL:
¡Ea, desdichas,
acabad conmigo todas!
Pero la industria me avisa
remedios con que dilate,
si no venturas, la vida.
Fïada de mi belleza,
haré al engaño que finja
amor a Jehú tirano.
Pondréme a un balcón festiva;
mostraré que estoy gozosa
que, de Jorán homicida,
su diadema le corone
y el solio le dé su silla.
Prometeréle mi esposo,
y si la belleza hechiza
¿quién dudará que ha de escaparse?
¿quién dudará que me admita?
Dame, Criselia, esas joyas;
galas el cuerpo se vista
y el alma lutos secretos,
pues son sustancias distintas. Vase
ABDÍAS:
No sé yo que tus crueldades
se prometan tantas dichas,
que es vengador de inocentes
Jehú.
CRISELIA:
¡Ay, mujer perdida!
Vanse.
Salen soldados marchando, entre ellos CORIOLÍN
y JEHÚ, con bastón, detrás; y al mismo tiempo
del vestuario, con música, los más que pudieren
y ABDÍAS; detrás de todos RAQUEL, acompañada
de CRISELIA, de viuda, y sobre un balcón JEZABEL,
muy bizarra. JEHÚ y los suyos suben al tablado
por un palenque; RAQUEL, que le recibe con los
demás, saca una corona de oro sobre una fuente
de plata; tócanse chirimías, cajas y clarines
RAQUEL:
En nombre de Jezrael,
ciudad tuya, patria mía,
que por consolar mis penas
generosa me autoriza,
te ofrece (¡oh gran vengador
de la Majestad divina,
por Acab menospreciada,
por Jezabel ofendida!)
diadema que en paz poseas;
agora tus sienes ciña
y después por todo el orbe
los círculos del sol siga.
Corónale
RAQUEL:
Púrpura adorna a los reyes,
púrpura, señor, te vista
de sangre idólatra aleve,
que altares sagrados pisa.
Venga inocentes, Monarca,
profetas, huérfanos, viudas,
mozos que estraga el engaño,
viejos que el temor lastima.
Teatro este sitio fue
de la impiedad más lasciva,
la más bárbara tragedia,
la crueldad más inaudita
que el tiempo escribió en anales,
que puso horror a provincias,
que verdades afirmaron,
que fabularon mentiras.
Aquí mi Nabot fue muerto:
Nabot, cuya fama limpia
coronaba su inocencia,
celebraba su justicia.
Falsos testigos cohechó
contra él el oro y la envidia,
el poder y la soberbia,
la ambición y la malicia.
Una viña le dio muerte,
que quien reinos tiraniza
sangre vende de leales
por el precio de una viña.
Testigos de su inocencia
pueden ser (no lenguas vivas,
que éstas tal vez se apasionan)
las piedras sí, fidedignas.
RAQUEL:
Haz información con éstas;
la sangre en que se matizan
presento en tu tribunal,
testigos fueron de vista. De rodillas
¡Venganza, Rey poderoso
antes que estas piedras mismas,
si agora testigos claman,
jueces después te persigan!
JEHÚ:
Basta, Raquel. Cese el llanto,
alzad, consolad desdichas:
sesenta hijos Acab deja,
todos setenta en un día
satisfarán vuestro agravio.
Deudos, amigos, familias
de Acab y de Jezabel,
mueran.
RAQUEL:
Y tú eterno vivas.
JEHÚ:
En vuestra ciudad entremos,
pues su lealtad nos obliga. Al entrar, dice JEZABEL desde el balcón
JEZABEL:
Goce Jehú, mi señor,
con la corona israelita
la paz que todos desean,
juntando al laurel la oliva;
que si a su Rey dio la muerte,
al padre de Acab imita,
que a su Príncipe obligó
a resolverse en ceniza.
JEHÚ:
¿Quién es esta aduladora?
ABDÍAS:
Esta es Jezabel maldita.
JEHÚ:
¡Derribalda de la torre!
CORIOLÍN:
¡Soldados, subir arriba!
que para esto so valiente. Suben a la torre CORIOLÍN y SOLDADOS
RAQUEL:
¡Ah, bárbara! Ansí castiga
el justo Cielo tiranos,
que si tarda, nunca olvida. Arriba, defendiéndose, JEZABEL, y al cabo la echan abajo
JEZABEL:
¿A vuestra Reina alevosos?
¡Favor, cielos!
CORIOLÍN:
Eso, sí: pida
favor al Cielo, que está
muy bien con sus obras pías.
¡Vaya abajo la borracha!
JEZABEL:
¡Muerta soy! Cae hacia dentro
CORIOLÍN:
¡Ha de allá! ¡Asilda!
¡No se os vaya, que tendrá,
como gato, siete vidas!
SOLDADO 1:
Perros salen a comerla.
CORIOLÍN:
Cada cual la descuartiza
y, herederos de sus carnes,
van haciendo la partija.
SOLDADO 1:
Arrastrando se la llevan.
CORIOLÍN:
Al alma tened manzilla,
que con ella juegan diabros,
dizque a "salga la parida".
RAQUEL:
Ya se acabaron mis penas,
dulce esposo, prenda mía.
Tu Raquel en tu venganza
esta sangre te dedica.
JEHÚ:
Alce Israel la cabeza,
pues de Jezabel se libra,
y escarmiente desde hoy más
quien reinare: no permita
que su mujer le gobierne,
pues destruye honras y vidas
la mujer que manda en casa,
como este ejemplo lo afirma.