La nariz cortada y pegada
Un joven cirujano de la escuela moderna, tan diestro operador como hábil músico, tan amigo de las disecciones anatómicas como de dar música á las muchachas bonitas de su pueblo, se vio una noche en la necesidad de defenderse contra un agresor que concluyó por derribarle las narices de un sablazo, cortándolas de cercen á cercen como si fueran de calabaza.
Nuestro hombre, vuelto del aturdimiento producido por el golpe furioso, se bajó al suelo con mucha serenidad, cogió la nariz, y bonitamente, como si fuese de cera, la colocó en el punto de donde habia sido separada, é improvisó un aposito con su pañuelo y su corbatín. Hecha de este modo la primera cura, se retiró á descansar, no sin bendecir la ciencia que le habia sugerido tan feliz pensamiento.
Pasados tres dias, y habiendo cesado el dolor, conoció que la herida debia estar curada, y levantado su modesto vendaje, observó que efectivamente era así, porque la nariz estaba pegada con toda seguridad á la cara, como si la hubiera suje tado con clavos de á cuarto. Entonces, loco de contento, tomó un espejo para mirarse; pero ¡oh desdicha increíble! vio ¿qué os parece que vio? ¡Ah! tenia la nariz pegada, eso sí, muy pegada, pero... al revés, es decir, con los agujeros hacia arriba, á guisa de pipa. Tal era la priesa con que se la habia puesto.
Figuraos ahora la facha que presentaría, y poneos en su lugar.