La niña que pisaba el pan
Muy conocida es la historia de la niña que, para no ensuciarse los zapatos, andaba pisando el pan; escrita é imprensa está la historia; se sabe cuánto tuvo que sufrir la pequeñuela. Pero nunca se ha contado el fin de historia y vamos á contarlo. Principiemos por el principio.
La niña se llamaba Inger; habia nacido de padres pobres, pero era muy orgullosa, y era ademas muy mala. Siendo muy niña, se divertía cogiendo moscas y arrancándoles las alas; le cumplacia ver á los pobres bichos arrastrarse por el suelo con trabajo. Despues cogia abejorros, los atravesaba con una aguja y ponia al alcance de sus patas pedacitos de papel. El animal los cogia, meneándose para soltarse del alfiler. « Ahí tenéis al abejorro que lee, exclamaba lnger; vuelve la hoja. »
En vez de corregirse con los años se tomaba peor; pero era linda de cara; fué su desgracia, pues á no ser por esto no habrían gastado tantos miramientos y la habrian castigado de lo lindo.
« Siendo niña, le decia su madre, me has dado muchos puntapiés en el seno, cuando te encolerizabas; temo que más tarde mé aplastes por completo el corazón. »
Y fué lo que sucedió.
Fué colocada de servicio en un palacio, en casa de personas de condición que la trataron como su hija; estaba vestida como una señorita, le sentaba muy bien y esto no hizo más que aumentar sur orgullo.
Despues de un año sus amos le dijeron: « Inger, deberías ir á visitar á tus padres. »
Esto le convino y partió para ir á su casa, pero no por deseo de ver á sus padres, sino para enseñar sus trajes á sus amigas. Al llegar á la aldea, vió alrededor de la fuente varias jóvenes hablando: muy cerca estaba su madre que descansaba sobre una piedra teniendo al lado un haz de leña que habia recogido en el bosque, Inger se volvió atras; tenía vergüenza de mostrarse junto á su madre que estaba casi en harapos, miéntras ella estaba bien vestida; este contraste habria anulado todo el efecto que queria producir. No tuvo remordimiento por su mala accion; pero la contrarió mucho haberse vestido tan bien inútilmente.
Pasaron seis meses, « Harias bien en ir á decir buenos días á tus pobres padres, le dijo su ama. Toma hé aquí una hogaza de pan blanco que les llevarás de mi parte. Les dará gusto ver que te has hecho una linda jovencita. »
Inger se puso su mejor traje y sus brillantes zapatos nuevos. Se remangaba bien las enaguas y andaba con precaucion para no coger lodo ni polvo. En esto no había mal. Pero tuvo que atravesar un hornaguero; llegó á un sitio en que habia agua y lodo. Para estar segura de no ensuciar sus hermosos zapatos, puso la hogaza de pan por tierra á guisa de plancha, tenía un pié sobre el pan; con el otro iba á seguir andando, cuando la hogaza se hundió é lugar desapareció también en el pantano. No se veia mas que una charca de agua de la que salian bolas de aire.
Esto es todo lo que se sabía de la historia hasta ahora. Escuchad la continuacion.
Inger bajó pues á través del lodo líquido hasta dar con el hada de los pantanos que estaba preparando sus venenos. Es una prima lejana de los genios. Sabidas son las costumbres de estos y se narran en los cuentos. Pero, todo lo que sabe el pueblo del hada de los pantanos es que cuando en verano se alza una nube de baho de los hornagueros, es que está el hada preparando sus venenos. No se tienen más detalles. Algo más sé yo. Su morada es un lugar espantoso, peor que una cloaca. Hay una infinidad de frascos y vasijas que despiden horribles miasmas, y entre ellos sapos y enormes culebras.
Inger, arrastrada por el pan al que estaba unida como lo está la paja al ámbar que la ha atraido, penetró en aquel inmundo recinto: al rozar los reptiles, frios como el hielo, se espeluznó, sus miembros se entorpecieron, se aterecieron.
El hada estaba en casa; recibia la visita del diablo y de su madre, una vieja de la piel de su hijo, pero que no permanece un minuto sin trabajar. Doquiera va se lleva una labor en las manos. Aquel dia bordaba tejidos de embustes, y con palabras imprudentes que habian escapado á los hombres, haría una redecilla que debia ser la pérdida de toda una familia. ¡Qué de prisa iban sus engarabitados dedos! Cuantas más desgracias debia producir su obra, con más actividad trabajaba.
Notó á Inger, y después de haberse calado los espejuelos, la consideró de cerca. « ¡Ah! dijo, es una muchacha que tiene disposiciones. Mi buena hada, os suplico que me la regaléis; será un recuerdo grato de mi visita. Hará muy bien en una rinconera, en la antesala de mi hijo. »
El hada se la dió y la vieja se la llevó al infierno. No siempre se llega á este lugar por el camino recto; cuando se tienen disposiciones, se llega tambien por caminos de travesía.
La antesala era una inmensa sala cuyo fin no se veia. Habia allí numerosas personas que, con el corazón corroído por la inquietud, esperaban presentarse á Lucifer. Pero el diablo tenía tanto que hacer que tenian para rato. Grandes arañas se pusieron á tejer á los piés de los que esperaban una tela que los sujetaba como cadenas de hierro y que cortaba como cuchillas cuando trataban de moverse.
Entre tanto, las almas estaban devoradas de fiebre y de impaciencia; cada una sufria una angustia particular. Un avaro pensaba en su fortuna; sabía que habian encontrado la llave de la caja y que la iban á abrir. No se acabaria si se quisieran enumerar las diversas penas y suplicios que alli se pasaban. Inger, colocada en la rinconera con la hogaza á la que estaba pegada sufria horribles tormentos. « Hé aquí lo que es, se dijo, no querer ensuciarse los zapatos. ¿Qué tienen? ¡Cómo me miran! »
En efecto, todos los ojos estaban fijos en ella. ¡Qué malas miradas! Hacían temblar.
Y sin embargo Inger, tan vanidosa era, se sintió halagada por aquel examen. « ¡Qué tonta soy! se dijo; si me miran así, es porque tengo una linda cara y hermosos vestidos. »
Y bajó los ojos, — la única cosa que podía mover, pues estaba tiesa como un palo, — para admirarse á sí misma.
¡Oh! ¡cómo se habia ensuciado en el laboratorio del hada del pantano! No habia pensado en esto. Su traje estaba cubierto de un fango pegajoso; una horrible culebra se le habia metido en el cabello y le colgaba por encima del hombro; en cada pliegue de su vestido habia un gran sapo que asomaba su asquerosa cabeza.
Por un momento, Inger quedó terriblemente humillada. « Bien mirado, se dijo al cabo, los otros no están mejor que yo. » Y con esto se consoló un poco.
Pero sufrió un aumento de tortura que no permitía hacerse ilusiones; sintió un hambre devoradora. Trató de bajarse y coger un pedazo del pan que estaba á sus piés. Fué en vano. Su cintura permaneció inflexible: brazos y manos estaban como palitroques helados; su cuerpo inmóvil como una estatua de piedra. Sólo sus ojos hablan conservado la facultad de rodar en sus órbitas, de volverse en todos sentidos, hasta hácia atrás. Esto hizo, pero, ¡qué horror! vió una infinidad de insectos que le subieron hasta el rostro y no hacian más que pasarla por delante de los ojos. ¡Qué suplicio! Pestañeó mucho, pero los horribles bichos no se iban. Si hubiesen tenido alas, se habrian ido; pero no las tenían; eran todas las moscas á las que, siendo niña, habia arrancado las alas.
Al mismo tiempo, el hambre no dejaba de martirizarla; le parecia que le roian las entrañas y que su cuerpo se quedaba vacío. « Si esto sigue, se dijo, pereceré. » Le alegraba la idea de no existir. Pero esto duró y tuvo que sufrir más aun.
Héte que una lágrima tibia le cayó de arriba sobre su rostro y rodó hasta el pan; luego otra y otras más. ¿Quién podia llorar sobre Inger...? ¿Lo preguntás? Acaso, ¿no tenía aun en la tierra á su madre? Las lágrimas que el pesar arranca á una madre llegan siempre hasta el hijo que las causa; pero no alivian, queman y acrecen el dolor.
Y ¡siempre aquella insoportable hambre! Y ¡no poner alcanzar aquel hermoso pan blanco que estaba á su alcance! Creyó que su cuerpo se ponia como un cañon de órgano que repercute todos los sonidos. Y en efecto oyó todo lo que se decia en la tierra sobre ella. Su madre que lloraba, no podia ménos de decir: « El orgullo se castiga siempre. Eso causó tu desgracia, Inger. ¡Cuánto has hecho sufrir á tu madre! »
Todo el mundo sabía en la tierra el pecado que había cometido; un pastor la habia visto poner el pan en el lodo, subirse encima y desaparecer.
« ¡Cuántas penas me has causado, Inger, continuó la madre. Muy á menudo lo he sospechado. viéndole tan vanidosa.
— ¿Y por qué me ha puesto en el mundo? pensó Inger. Más valdria que no hubiese existido nunca. ¿De qué me sirven las lágrimas de mi madre? » Luego oyó a las buenas personas que la habian tratado como su hija: « No ha tenido respeto por los dones de Dios, los ha pisado. ¿Cómo ha podido pecar así? La puerta de la gracia no se abrirá pronto para ella.
— Y bien, pensó Inger, no tenian más que corregir mis defectos, si los he tenido. »
Luego oyó contar todo un romance sobre ella, sobre la orgullosa que se subía en el pan para no ensuciarse los zapatos; este romance lo cantaban en coro por doquiera.
« ¡Qué cosas más atroces dicen sobre mí! pensó. Y ¡qué cruelmenle sufro! Pero, los que se burlan de mí serán castigados tambien por sus pecados. Esto me consolará ¡Ay! ¡Ay! ¡cuánto sufro! »
Y su alma se endureció más aun que su cuerpo.
« ¿Cómo quieren que me enmiende en esta sociedad de condenados en la que me encuentro? Ademas, no quiero enmendarme. ¿Acabarán de mirarme como un animal curioso? »
No pensaba que, en otro tiempo, no soñaba mas que con esto, ser un objeto de atencion; y su alma se llenó de odio contra toda la humanidad.
« Y bien, se dijo, ¿de qué se quejan allá arriba? Al fin tienen algo que contarse: mi historia. ¡Oh! ¡qué suplicio! »
Oyó cómo contaban su historia á los niños que la aborrecian y la llamaban, Inger la mala, la impía. « La horrible criatura, decian, debe estar horriblemente castigada. »
Los niños la trataban con suma dureza. Empero un dia, cuando más la atormentaba la tristeza y el hambre, oyó de nuevo á una madre que contaba á una niña inocente, lo que habia pasado á lnger la vanidosa, la coqueta, su pecado, su castigo. La niña rompió á sollozar y exclamó: « ¿Pero no subirá nunca al cielo?
— No, nunca se moverá de donde está, respondió la madre. — Y ¿si pidiese perdon humildemente, si prometiese no volver á hacer nunca una cosa semejante? — Sí, tal vez. Pero, no quiere pedir perdon. — ¡Oh! ¡cuánto desearia que se arrepintiese! replicó la niña, que no dejaba de llorar. Daria mi mejor muñeca, daria todos mis juguetes para que pudiese salir del infierno. ¡Pobre Inger! ¡Es espantoso lo que sufre!
Estas palabras penetraron hasta el fondo del alma de Inger y la aliviaron. Era la vez primera que la compadecian, que la llamaban, la pobre Inger, sin recordar ningunos de sus defectos. Una criatura inocente lloraba por ella y pedía su gracia. Se sentia conmovida, tenía tambien ganas de llorar, pero no podia; sus ojos permanecieron secos; su garganta no pudo exhalar un suspiro. Fué un nuevo suplicio.
Pasaron muchos años; en la tierra hubo muchos cambios; pero en el infierno siguió todo lo mismo. Inger seguia experimentando los mismos tormentos; en la tierra se hablaba ménos de ella. No oía más que rara vez pronunciar su nombre.
Un día llegaron á sus oídos estas palabras pronunciadas en voz baja: « Inger, hija mia, ¿comó has podido afligirme así? A veces, empero, tuve el presentimiento. »
Eran las palabras que murmuraba su madre al exhalar el postrimer suspiro.
Donde más á menudo hablaban de ella era en casa de sus antiguos amos. Sentian que hubiese acabada tan mal. ¿ « No la veré nunca más? decia la dama. ¿Quién sabe? Acaso, ¿puede preverse de uno se hallará un dia? »
Pero Inger sabía muy bien que su excelente ama no iria nunca al lugar maldito en el que se hallaba desterrada.
Y pasaron más años. ¡Qué largos parecieron á la infeliz que permaneció sin esperanza, presa de las torturas más terribles!
Héte que de pronto Inger volvió á oir pronunciar su nombre; al mismo tiempo distinguió encima de ella como dos estrellas brillantes; eran dos ojos de una dulzura angélica que se iban á cenar en la tierra. Eran los ojos de la niña que habia llorado tan amargamente por la suerte de la pobre Inger; desde aquel tiempo habia llegado á ser una vieja, una santa que Dios iba á llamar á su lado. En aquel momento supremo en el que se ve á menudo toda la vida pasada, como en un cuadro, recordó cuanto la habia conmovido, siendo niña, la historia de Inger. Fué tan viva la impresion que dijo en alta voz:
« ¡Señor Dios mio! ¿no he despreciado como Inger vuestros dones? ¿No he tenido momentos de culpable orgullo? Pero en vuestra bondad no me habéis dejado resbalar por esa pendiente, me habéis hecho reconocer mis errores. ¡Oh! no me abandonéis en mis últimos momentos. »
Y los ojos de su cuerpo se cerraron, pero se abrieron los del alma y vió lo que no se ve desde la tierra. Como habia pensado en Inger al morir, vió al instante á la desgraciada en su lugar de suplicio, y la piadosa mujer rompió á llorar. Había subido al cielo y como en otro tiempo, se desconsolaba por la suerte de Inger é imploraba la gracia divina en favor de la infortunada.
El eco de esta plegaria penetró hasta en el antro horrible é hizo estremecer el cuerpo petrificado de la pobre alma doliente; aquel amor del que no tenía idea venció su dureza. Un ángel del cielo había llorado por ella. Tuvo horror de sus acciones, derramó lágrimas de contricion. ¿Podria merecer nunca su perdon?
Espantosa incertidumbre.
Héte que de lo alto del cielo un rayo de luz penetró en el antro, el cuerpo de Inger se convirtió en vapor y de él salió un pajarillo que subió á la superficie de la tierra. El pajarillo era muy tímido, parecia avergonzado, tenia miedo y se ocultaba al oir ruido. Mucho tardó en acostumbrarse á la luz y distinguir el mundo y sus maravillas. Pero lo vió al fin.
El aire era dulce, embalsamado con el aroma de las flores. Todo se alegraba y él se alegró. Pero no podia cantar y expresar su gratitud. Dios lo sabía. El dia de Navidad, cuando todos los pájaros acudian al haz de avena que en el Norte se entrega á los pájaros para que dividan la alegría general, se oyó de pronto un gozoso pip! ¡pip! Era el pajarillo; en el cielo sabian quién era.
Aquel dia hubo abundancia, pero llegó la carestia. El invierno era duro. El pajarillo iba á la nieve que cruzaban los trineos, donde habia migajas de pan; comia apénas y dejaba lo demas para los gorriones. Luego fué á la ciudad, buscó en las ventanas; cuando hallaba pan cogía una migaja, y llamaba á los otros pájaros. Al fin del invierno, las migas estas pesaban tanto como la hogaza que habia pisado lugar para no ensuciarse los zapatos. Cuando hubo ofrecido la última migaja que completaba el peso, sus alas se tornaron de una brillante blancura.
« ¿De dónde vino esta golondrina marina? » dijeron los niños que vieron al pájaro volar rápidamente hácia el mar, bañarse en él y luego lanzarse hacia el cielo como una flecha. ¡Cómo relucían sus alas! Desapareció. Los niños dijeron que había entrado en el sol.