La noche de la verbena/I
Un gabinete puesto con relativo lujo. Es la casa de un maestro de obras adinerado. Al foro centro, puerta; en el lado derecho, y ochavado, un amplio mirador con macetas de claveles, hortensias y albabaca. Al foro y a la izquierda de la puerta, un magnifico armario de luna. Puerta a cada una de las laterales primer término; la puerta derecha da entrada al despacho de Antonio, y la puerta izquierda a las habitaciones de Carmen. En ambas puertas colgaduras; en el ángulo izquierdo, un artístico velador con figuras de porcelana y «bibelots»; en las paredes cuadritos al óleo y en sitio visible un diploma. Sillas, butacas, una silla baja; un magnífico aparato de luz eléctrica pende del techo. Es de noche.
Pasa, hija, pasa, que tú eres como de la familia.
Ya hacía tiempo que no les veía a ustés.
Ya, ya, te vendes mu cara.
Es que entre la fábrica y mi hombre, no tengo tiempo pa na; y ahora vengo un momento na más, porque tengo que dar la cena al mío.
Pero siéntate, mujer, siéntate.
No, señora, y a lo que vengo, vengo; pero oiga usté, ¿es que la Carmen s'ha quedao ciega? (Dando a la pregunta gran emoción.)
¡Sí, hija, sí! ¡Ciega de los dos ojos!
Pos, bien sabe Dios, que yo no he sabío na, porque bien lo sabe Dios, y bien sabe Dios que lo siento.
Ya lo sé, mujer.
Pero, ¿y cómo ha sío eso?
Qué sé yo, el sino perro, las cosas, los disgustos, to ha influído.
Bien sabe Dios que si yo lo hubiera sabío, vengo a verla, bien lo sabe Dios; tan joven, y tan guapa, y tan regodeá de la vida, ¡no semos ná!
La desgracia no respeta clases.
Calle usté, por Dios; vengo traspasaíta de pena; vamos, cuando me lo han dicho a eso de las cinco, me he quedao estupeflata, bien lo sabe Dios.—Que no, le dije al mío—que sí mujer—que no es posible—que te digo que la Carmen s'ha quedao ciega de la vista.
¡Sí, hija, sí, ciega de la vista! ¡aquellos ojazos tan hermosos que fueron el encanto del barrio ya no brillan más!
¿Y los médicos qué dicen? porque la habrán visto los médicos.
Sí, ha dao esa casualidad; la han visto toas las eminencias, porque aquí no se escasea na; él, como sabes, es maestro d'obras, y lo gana.
¿Y qué dice a esto su marío?
Su marío no dice ná.
¡Qué pena! ¿y su familia de ella, qué dice?
¿Qué quiés que digan? ná.
¡No es pa menos! Y ella, la pobre, ¿qué dice?
Tampoco ná.
¡Válgame Dios! ¿y usté qué dice?
Yo, ná.
Vamos, sí, que están ustés d'acuerdo. ¡Miste que ciega! Claro, no querrá ver a nadie.
Lo lleva con resignación.
¡Cuando íbamos a la fábrica las dos!¿s'acuerda usté?
Algo m'habeis hecho de rabiar en este mundo.
¡Qué alegría la suya! A su lao no había penas; salíamos de la fábrica de tabacos y había que verla por aquella calle d'Embajadores dándole coba a la gallinejera de Mira el Sol pa sacarla media docena en diecito; y por la noche por agua a la Fuentecilla, y a charlar con los novios; ella hablaba entonces con Benito el curial, y yo con el qu'es hoy mi verdugo, que por aquel entonces era un San Cosme que salía todas las noches de la Parroquia con permiso del sacristán, y luego m'ha resultao un San Robespierre que me está haciendo pasar la vida en la caña como los canarios.
Ah, pero... (Acción de beber y pegar.)
Es un corrosivo.
¿A qué trabaja?
Anda metió en eso del no sé qué del Comité del distrito, de no sé cuál, pero en la cédula se pone carpintero, por coquetería.
Entonces, ¿le mantienes tú?
¡Qué voy a hacer!, es un gato más que tengo en casa; al fin es el padre de mis chicos.
¿Cuántos tiés ya?
Cinco, y pa marzo hay títeres.
¡Pos si te llega a salir trabajaor t'arruina!
¡Qué buen humor tié usté! Pos el de la Carmen creo que es también de veinte escogido.
¡Ahí le duele! El era bueno, empezó a maestrear, a ganar dinero, y lo que son los hombres, hoy con una, y mañana con otra, y esta pobre pasando el sino y despreciá, siendo ella más bonita que toas las galápagas del margen.
¡Por qué los tendremos tanta ley!
¡Cosas de papá!
¿Cómo de papá?
Sí, hija, del señor Adán, que aunque no hubiera venío al mundo, maldito la falta c'hacia, ¡amén!
Vamos, déjalo en real y medio; pos si no es por papá, ¿qué hubiera sido de mamá? ¡nos hacen mucha sombra!
Pos en esa corridita he tomao billete de sol.
Pero, cómo, ¿y el señor Cipriano?
¡Se fué al otro mundo!
(Con mucho asombro.) Pero, ¿cuándo? Vive una en el Lilipú, ¿pero cómo no nos ha mandao usté esquela?
No, si no s'ha muerto, pero se fué de casa con media lagartijera; una noche me lié a escobazos con él, y al día siguiente se fué a Buenos Aires, y m'ha dejao que, gracias a la Carmen y a su marío, que me tienen aquí de ama de llaves y hecha una reina, que si no me ves por las esquinas con unas gafas negras y un perro flaco, cantando el «Relicario.»
Usté siempre quiso mucho a la Carmen.
¡Como a una hija! ¡Y hoy, cuando la veo se me parte el alma!...
¡Hay que llevarlo con paciencia!
¡No sabes tú lo que se ha sufrío en esta casa!