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La novela española: 07

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Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.



VII.

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PARÉNTESIS.

La novela es la epopeya del pueblo, y en tal concepto el espejo donde debe de reflejarse la prosperidad ó decadencia de una sociedad determinada.

Ahora bien: muerta nuestra entidad social, ¿cómo no habia de morir también nuestra novela?

Y lo extraño fué que ésta llegára al apogeo de su esplendor, cuando en caso debiera de haber comenzado á manifestarse únicamente.

¿Cómo, sin embargo, nuestro siglo de oro en literatura coincide con el que pudiéramos llamar siglo de oropel en política?

Acontecimiento es este explicable tan sólo como se explica la aparición de Homero ó de Demóstenes, de Hipócrates ó Apéles, precisamente en los primeros dias de la civilización europea; como se explica el nacimiento de la gran escuela literaria de nuestros vecinos del Sena en el despótico reinado de Luis XIV, precursor del inmoral de Luis XV y del revolucionario de Luis XVI.

Las costumbres de la nacion francesa, á la vez que sus modas y literatura, fueron importadas á España con Felipe de Anjou, V de aquel nombre en la lista de nuestros reyes.

El cual, y posteriormente su hijo el pacífico Fernando VI, rodeados de hombres como Patino, Lacuadra, Ensenada y Campillo, se dedicaron á porfía á mirar por el renacimiento de España.

Y, dictando órdenes encaminadas á mejorar la situación de los teatros, instituyendo colegios, universidades y academias, reformando la Hacienda con arreglo á los principios de una economía bien entendida, y creando una marina respetable, de la que carecíamos por completo en el reinado de Cárlos II; comenzamos á volver de nuestra agonía, recobramos á Oran, tornamos á adquirir parte de nuestra antigua influencia en Italia, defendimos á Ceuta y conservamos valerosamente nuestras posesiones americanas contra el poder de los Ingleses.

A pesar de todo, en esta época —desde 1713 á 1759— las letras españolas continuaron en la situacion más lastimosa.

La novela ni siquiera dió señales de vida.

Y en cuanto al teatro, baste decir que únicamente ofreció la ópera italiana, introducida por el célebre Ganasa, vaudevilles ó zarzuelas importadas de allende el Pirineo, ó mamarrachos que, pretendiendo evocar á la vez el recuerdo de nuestros antiguos dramáticos y el de los de la corte de Luis XIV, fueron la vergüenza de unos y otros.